LAS VIDAS DE JUDITH.
“A veces tengo la impresión de no saber exactamente lo que soy, sé quién soy, pero no lo que soy, no sé si me explico”
José Saramago en “El hombre duplicado”
A estas alturas del invento cinematográfico sería estúpido pensar que alguna película pueda pretender o definirse como original. El hecho de contar historias no debería centrarse en la presumible original que pueda o no encontrar el espectador, sino en la forma en que esa historia se nos cuenta, alejándose de lo novedoso y centrándose en la parte estructural, porque ahí radica su importancia, en el orden en que nos llega la información y cómo se nos da. El cineasta Antoine Barraud (Francia, 1972), ha dirigido Les gouffres (2012), protagonizada por Mathieu Amalric, un cruce entre drama y ciencia-ficción, y Les dos rouge (2014), una interesante propuesta de meta cine, con un tour de forcé memorable con Jeanne Balibar y Bertrand Bonello. Con su tercera película, Madeleine Collins, se adentra en el drama personal, a través de un intenso thriller, con esa Madeleine del título, que nos recuerda inevitablemente a otra “Madeleine”, la rubia misteriosa de Vértigo, de Hitchcock.
El cineasta francés nos sitúa en la vida, o podríamos decir, las vidas de Judith, que en Francia es Judtih Fauvet, casada con un director de orquesta y madre de dos hijos, uno de ellos, adolescente, con su cabello recogido y su burguesía, y en Suiza, Margot Soriano, que vive con Abdel, y al hija de ambos, la pequeña Ninon, con el cabello suelto y su pequeño apartamento. Unas vidas que la mujer lleva entre continuas idas y venidas de unas vidas a otras, con la excusa de su trabajo como intérprete alrededor de Europa. Madeleine Collins tiene el aroma de los clásicos de cine negro de Hollywood, como los del citado Hitchcock, a los que podríamos añadir otros como Laura, de Premiger, A través del espejo, de Siodmak, Secreto tras la puerta, de Lang, El merodeador, de Losey, entre muchas otras. Películas cargadas de gran tensión psicológica, basadas en los conflictos internos de los personajes, con pocos diálogos, y sobre todo, con imágenes inquietantes que sucedían en espacios muy cotidianos. La parte técnica del relato funciona con detalle y profundidad, casi siempre en espacios cerrados y del día a día, con una gran cinematografía de Gordon Spooner, que ya trabajó con Barraud en Les gouffres, y el rítmico y estupendo montaje de Anita Roth (que ha trabajo con gente tan extraordinaria como el citado Bertran Bonello en su fabulosa Zombie Child) en el que se condensan de forma ágil y sólida los 106 minutos del metraje.
La película tiene dos partes bien diferenciadas, en la primera parte de la película podríamos enmarcarla en un drama romántico, donde entrarían un relato sobre infidelidades, mentiras y traiciones. En el segundo tramo, la película vira hacía el espacio más del thriller psicológico, cuando la menciona Judith entra en una espiral sin retorno, donde ya nada de lo que ocurría deja de tener sentido, y su parte interior empieza a resquebrajarse ante el aluvión de acontecimientos. Un reparto bien ejecutado y mejor conseguido, entre los que destacan la veterana Jacqueline Bisset, toda una institución en el país vecino, Bruno Solomone, como el marido francés de Judith, tan crédulo como centrado únicamente en su labor profesional, Quim Gutiérrez, un actor que empezó siendo un chaval, consolidándose en el universo europeo, dando vida a un tipo con muchísimas dudas respecto a la relación con Judith. La actriz y directora Valérie Donzelli (responsable de grandes películas como Declaración de guerra), interpreta a una soprano amiga de la familia.
La alma mater de la película, y en la que recae el mayor peso emocional es Virginie Efira, con un grandísimo trabajo de composición. Un actriz dotada de temple y elegancia con ese aire de las actrices clásicas que no solo sabían mirar, y decir su diálogo sin pestañear, sino que lo hacían desde la más absoluta ambigüedad de unos personajes muy bien escritos y sumamente complejos. Una intérprete colosal que hace poco la vimos protagonizar Benedetta, de Verhoeven, en un personaje que no estaría muy lejos del que hizo en El reflejo de Sibyl), en esta Judith/Margot, una mujer con dos vidas, con dos identidades, rodeada de mentiras, falsificaciones, traiciones y sobre todo, una no identidad de la que ya no es capaz de reconocerse y mucho menos ubicarse en ninguna de sus vidas ni en su vida, si todavía sabe donde la puede encontrar, o quizás, ya es demasiado tarde. Barraud ha construido una película laberíntica, con giros en el guion muy bien estructurados y mejor definidos, en una cinta que te mantiene pegado a la butaca, imprevisible en su ejecución como mandan los cánones de lo psicológico, metiéndonos en una espiral de locura y huida hacia no se sabe adónde ni qué rumbo tomar, si es que hay una idea de camino para llegar a algún lugar, quizás ni la propia Judith o lo que queda de ella, lo sepa a ciencia cierta. JOSÉ A. PEREZ GUEVARA