El valle de la esperanza, de Carlos Chahine

LA MUJER TRISTE. 

“La historia de la mujer tiene que ver más con lo que se calló que con lo que se dijo”.

Irene Muñoz 

Érase el verano de 1958, en un valle remoto de las montañas libanesas, una familia muy cristiana y conservadora ha huido de la vorágine revolucionaria de Beirut para refugiarse en la paz y el remanso del pueblo. Layla es la hermana mayor de tres hermanas, casada y madre de un hijo. Su vida es anodina, demasiado cotidiana y anodina, sin más, vive en una falsa libertad e independencia, atrapada en un matrimonio impuesto que soporta con tristeza y desesperanza. Su existencia gira alrededor de un padre y un marido que deciden su destino y sus quehaceres diarios. Todo esa calma aburrida y violenta se ve amenazada con la llegada de unos veraneantes franceses. Hélène, una madre demasiado protectora, y Charles, un joven doctor que despertará en Layla un deseo oculto y reprimido, y quizás, una forma de evadirse de tan triste realidad, porque ese verano donde el joven país está envuelto en encontrar el equilibrio entre la mayoría musulmana y la minoría cristiana, también, hubo otra revolución,la de las mujeres como Layla, más íntima y personal, que quieren vivir su vida a pesar del tremendo machismo y patriarcado en el que les ha tocado vivir. 

Su director, Carlos Chahine (Líbano, 1958), al que conocíamos por su trabajo como actor bajo las órdenes de su compatriota Ziad Doueiri en películas tan interesantes como El insulto (2017), hace su puesta de largo mirando al pasado de su país, una tierra de la que se exilió en 1975, y volvió hace en 2018 para dirigir una trilogía sobre la familia a partir de tres cortometrajes. La familia, el pasado de su tierra y las mujeres vuelven a ser las raíces en las que se apoya la trama de El valle de la esperanza, escrita en colaboración con Tristan Benoit, donde todo está contado con pausa, con detalle y extrema sensibilidad, sin caer en lo sensiblero ni el dramatismo efectista, aquí todo se desarrolla bajo la mirada de su protagonista Laya, sin monopolizar la historia, dejando espacio a los demás conflictos que giran en torno a ella, y sus dos hermanas, también encerradas en ese palacio de cristal vacío, como le ocurría a Madame Bovary, de Flaubert, que es la novela que una de las hermanas está leyendo. Tiene el mismo aroma que películas como Mustang (2015), de Deniz Gamze Ergüven, y Papicha (2019), de Mounia Meddour, donde vemos a mujeres jóvenes encerradas en familias patriarcales y los ecos de una revolución interna. 

Estamos ante una película que nos desborda con muy poco, dejando que todo se cuente a fuego lento, desde el interior de su principal protagonista, sin prisas y sin exquisiteces que no vengan al caso. Un melodrama sobrio y tranquilo, muy bien filmado y exquisito, como los podían hacer Max Ophüls y Douglas Sir, en que lo íntimo y lo más personal convive y se desenvuelve en una sociedad muy agitada y en proceso de disputa, en que las mujeres reciben por todas partes, porque la revolución nunca va a mejorar su situación vital del país, unos ideales machistas que se preocupan por la libertad del país, y no de las que tienen en casa aprisionadas. La luz brillante y dolorosa de la película, que firma el cinematógrafo Thomas Bataille, ayuda a hacernos partícipes a los espectadores, removiéndonos a partir de los contrastes que se respiran a lo largo del argumento, así como el rítmico y ajustado montaje de Gladys Joujou, de la que hemos visto sus trabajos para Alejandro Magno, de Oliver Stone, Alma mater, de Philippe van Leeuw, entre otros, en un específico trabajo en una película de sólo 83 minutos de metraje, y finalmente, la excelente música de Antonin Tardy, que ayuda a revelarnos aquello que las mujeres sienten y callan por imposición. 

Una película que se sostiene a partir de lo que no se dice, de todo lo que callan las distintas mujeres que pululan por su trama, necesitaba un buen plantel de intérpretes que transmitan todo ese silencio impuesto y doloroso, y lo consigue con composiciones de verdad, de esas que se te agarran al alma, porque lo cuentan todo sin apenas palabras, a través de miradas, gestos, y demás. Tenemos a la magnífica Marilyne Naaman, que consigue conmovernos con lo mínimo todo el abanico de complejidad y silencio en el que vive su desdichada Layla, en una mezcla de belleza marchita por su interior, tan desolado como ansioso de romper esa cárcel donde la han obligado a no respirar. Nos encontramos con la gran Nathalie Baye, poco hay que decir de una de las últimas grandes damas de la cinematografía francesa con más de medio siglo de carrera, aquí haciendo de una madre demasiado encima de su hijo pero con ternura, Antoine Merheb Har es el hijo, un doctor llamado Charles, el hombre que despierta el deseo y la pasión a Layla, el forastero que rompe la cotidianidad enfangada en la que vive. Y luego, una retahíla de buenos intérpretes como Pierre Rochefort, Talal Jurdi, Ahmad Kaabour, Christine Choueiri, Joy Hallak y Rubis Ramadan, entre otros y otras, que consiguen esa profundidad tan importante para una película de estas características. 

Sólo me queda celebrar una cinta como El valle de la esperanza, y a su director Carlos Chahine, y que en futuro no muy lejano, podamos seguir viendo su cine, porque es un cine que nos habla a nosotros, que nos relata esa intimidad de cuando las puertas de las casas se cierran, de todo eso que se nos oculta, que desconocemos, de todas los pequeños dramas y tristezas como las de una mujer como Layla y sus hermanas, y tantas mujeres que han sufrido y sufren el patriarcado de aquellos que luchan por la libertad y olvidan empezar por su entorno más próximo. Deseo que la película encuentre su público, una audiencia que se emocionará con el relato que nos cuenta, y la sensibilidad y ternura que destila en cada plano, en cada encuadre, su forma de acercarse a una historia compleja sin caer en la estridencia ni el dramatismo exagerado, sino todo lo contrario, con detalle, con sutileza y conmoviendo al espectador, que la disfrutará por su narrativa y la sufrirá por su argumento, porque nos habla de tantos silencios vividos a lo largo de la historia de la humanidad, y que alguna vez, algunos se rompen y ya no hay vuelta atrás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Helena Bengoetxea

Entrevista a Helena Bengoetxea, directora de la película «Matrioskas, las niñas de la guerra», en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 2 de diciembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Helena Bengoetxea, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Jordi Martínez de comunicación de la Filmoteca y al equipo de Nueve Cartas comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Mounia Meddour

Entrevista a Mounia Meddour, directora de la película «Houria», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 28 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mounia Meddour, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Martin Samper, por su gran labor como intérprete, y a Lara P. Camiña y Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Houria, de Mounia Meddour

HERIDA, PERO EN PIE. 

“En la oscuridad, las cosas que nos rodean no parecen más reales que los sueños”.

Murasaki Shikibu

La primera secuencia de Houria, el segundo largometraje de ficción de Mounia Meddour (Moscú, Rusia, 1978), es magnífica, y tremendamente reveladora de la película que empezamos a ver. Vemos a su protagonista bailando en una terraza con los auriculares puestos, sólo escuchamos el rumor del mar. Los leves sonidos se funden con el silencio que domina todo ese instante, un momento suspendido en el tiempo. A la directora franco-argelina, de la que sabemos su trayectoria en el campo documental, ya la conocíamos por su anterior trabajo, Papicha (2019), en la que en mitad del conflicto armado de la Argelia de los noventa, se centraba en la existencia de un par de amigas que soñaban con su música y su ropa y hacer un desfile de moda, a pesar de los obstáculos y la violencia de un país sumido en una guerra cruenta. Con Houria sigue en la misma intensidad, atmósfera y paisaje, aunque ahora estamos en la actualidad argelina, donde el personaje mencionado ahora sueña con bailar, y gana dinero apostando en peleas clandestinas con cabras. Una de esas noches, que la noche ha ido bien, es atacada y le destrozan la pierna. A partir de ese momento, su vida hará un cambio de 180 grados y toda su cotidianidad girará a recuperarse y seguir soñando con volver a bailar. 

Meddour construye una historia de aquí y ahora, en la que sigue indagando en la violencia, ahora de otra forma y textura, porque sigue habiendo ese pasado traumático que sigue traumatizando a algunos personajes, y esa otra violencia, la de ahora, en un país sumido en una realidad que avanza poco y mal, con personas que desean abandonar el país y buscar nuevos horizontes y sobre todo, más oportunidades laborales, emocionales y demás. Un país que somete a sus habitantes a una situación límbica, en la que su vulnerable presente puede cambiar en cualquier momento tal y como le sucede a la protagonista. Un relato que cuida los detalles, que mira a sus personajes con profundidad y complejidad, que teje una interesante maraña de relaciones entre unos individuos que viven su presente, porque el futuro no va más allá, porque el futuro siempre resulta incierto y complicado, aunque todas ellas se sienten fuertes y valientes para seguir con sus vidas a pesar de todo y todos, y trabajar por sus sueños, esos horizontes que nunca las dejan de mirar, porque a cada paso de baile, parece que sus ilusiones están más cerca o al menos, así los miran. 

La cineasta franco-argelina vuelve a contar con algunos de los cómplices que le acompañaron en Papicha, como el cinematógrafo Léo Lefèvre, en un prodigioso trabajo de luz, en el que capta esa agitación de sus protagonistas, con una cámara atenta y febril que recoge ese continuo movimiento del primer tercio, para luego asentarse y tener pausa para explicar todo el proceso de reconstrucción de Houria. También está Damien Keyeux en el montaje, que repite con la directora, en una película bien construida, con su ritmo y su pausa en un metraje que se va a los 104 minutos. Mención especial al apartado de la música, con Maxence Dussère, que tiene en su haber la edición musical de Annette (2021), de Leos Carax, entre otros, y Yasmine Meddour, que ya estuvo en algún cortometraje de la directora, consiguen atraparnos con unas melodía vitales, sencillas y extraordinarias, muy importantes en una película donde se baile mucho. Un abanico infinito de sensaciones y sentimientos para contar este drama esperanzador que nos capta desde la citada primera secuencia inolvidable. 

Al igual que pasa con el equipo técnico, entre el equipo artístico encontramos a algunas cómplices como Lyna Khoudri, una de las chicas que soñaban con la moda en Papicha, aquí en la piel de una joven vitalista que la vida golpea de forma brutal, y que deberá volver a empezar, reconstruirse físicamente, y sobre todo, anímicamente, que cuesta más como es sabido. Una mujer que sueña con bailar, con transmitir todas sus emociones a través de la danza, una actividad que necesita expresarse, que no usa palabras, sólo el movimiento corporal, que habla y escucha y comunica con todo aquel o aquella que desee. Junto a ella, también tenemos a otra Papicha, Amira Hilda Douaouda, ahora en la piel de Sonia, una joven que sueña con bailar e irse a otro país. Le siguen Rachida Brakni interpretando el rol de la maestra de baile y mamá de Houria, una mujer que ha sufrió la violencia años atrás, Nadia Kaci es Halima, un personaje importante en la vida post accidente de la protagonista, y Marwan Zeghbib como Ali, un tipo con el que es mejor no cruzarse por la noche. 

Meddour ha tejido una película con ritmo frenético al inicio y luego, en una historia llena de pausa, comedida y tremendamente poética, donde la cámara se aposenta, se fija en lo mínimo y convierte el marco en una película silente, donde ya no hay palabras, sólo el movimiento, un movimiento pausado, tranquilo y sosegado, sólo roto por el baile, una danza que explica, que lo dice todo sin decir nada, que quiere mostrar y emocionar, y lo consigue, porque en un mundo con tanto ruido, con tantos problemas y conflictos, quizás todos y todas deberíamos parar, detenernos y mirar a nuestro interior, sobre todo, a nuestro interior, y extraer todo aquello que nos duele, que nos preocupa, todo aquello que nos doblega, que nos silencia, todo aquello que somos, porque con el baile podemos seguir bailando, transmitiendo, y seguir soñando, porque si de algo estamos completamente convencidos es que podemos estar mal, decepcionados, rotos y vacíos, pero lo que no podemos estar en este mundo sin sueños, porque soñar es una de las mejores acciones que podemos no sólo para protestar contra la injusticia y la desigualdad, sino por y para nosotros, porque se puede vivir sin muchas cosas materiales, pero lo que no se puede vivir es sin sueños, sin querer mejorar, y seguir en la pelea por lo que sentimos de verdad, y eso nunca no los pueden quitar, por muchas hostias que nos den, por muchos golpes que recibamos, porque los sueños son sólo nuestros y de nadie más, ya lo decía Calderón, “Que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son…”, y eso es lo más grande que nos puede suceder, créanme y no dejen de soñar, porque los de verdad no hay que fingirlos, sólo mostrarlos a los demás y a uno mismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Maria Elorza

Entrevista a Mariaa Elorza, directora de la película «A los libros y a las mujeres canto», en el marco de L’Alternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Maria Elorza, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y a Mariona Borrull de Comunicación de L’Alternativa, por su trabajo, amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Izaskun Arandia

Entrevista a Izaskun Arandia, directora de la película «My Way Out», en el marco del D’A Film Festival, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 28 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Izaskun Arandia, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y al equipo de comunicación del D’A Film Festival. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

My Sunny Maad, de Michaela Pavlátová

LAS MUJERES AFGANAS. 

“No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.

Angela Davis

La novela “Frista”, de la corresponsal de guerra y activista humanitaria Petra Procházková, en la que explica su experiencia personal de su matrimonio con un afgano desde un modo realista, crudo, muy profundo y sensible, a través de aquellos viviendo en el Kabul post talibán. La cineasta Michaela Pavlátová (Praga, Chequia, 1961), encontró en la novela de Procházkova la materia perfecta para hablar de una mujer checa en mitad de una sociedad completamente diferente en la que su amor se verá sometido a la voluntad de una sociedad machista. Un guion escrito por Ivan Arsenyev y Yaël Giovanna Lévy, donde nos explican de un modo muy cercano y transparente la vida de Herra, una joven solitaria universitaria que conoce a Nazir del que se enamora, y con él se van a vivir a Kabul en Afganistán, ese país aún militarizado y recogiendo los escombros de años de dictadura talibán. En ese contexto tan extraño para ella, vivirá con la familia de su amado: un abuelo liberal que defiende los derechos de la mujer, una cuñada maltratada por un marido celoso y estúpido, y la llegada de Maad, un niño discapacitado y abandonado que Herra y Nazir acogen como su hijo. 

La película muestra con claridad y solidez el conflicto social que impregna la atmósfera de la historia, con el trabajo en la embajada estadounidense y el choque entre una vida conservadora y patriarcal con otra más moderna y equitativa. El exterior de Kabul queda reflejado al detalle y sin estridencias de ningún tipo, en el interior del hogar, donde se desarrolla la trama de la película, en la que con intimidad e intensidad sorprendentes, vamos conociendo los diferentes roles de las mujeres frente a los hombres, la invisibilidad en la que viven y el sometimiento continuo. La cinta huye del manido film de buenos y malos, para adentrarse en una investigación profunda y magnífica desde la posición de la mujer, pero sin caer nunca en discursos y proclamas panfletarias, todo está muy bien medido y ajustado a la personalidad de cada mujer, de cómo cada una reacciona ante la injusticia y demás situaciones adversas que se producen en el interior de ese hogar afgano. Seguimos la experiencia de Herra en su eterno conflicto de una europea avanzada y capacitada en un rol completamente diferente siendo la esposa de un hombre, aunque veremos su evolución y su resistencia a no ser solo eso, a ser más, a ser ella y tener un trabajo y ser madre de un modo diferente muy alejado a lo convencional. 

La película se detiene en la mirada y el gesto de las mujeres, en sus diálogos y confidencias y apoyo emocional. En ese sentido, la película nos habla como a susurros, sin alzar la voz, ni recurrir a recursos tramposos y condescendientes, sino optando por acercarse a una realidad que, a veces puede ser muy compleja y llena de oscuridades. Con un estilo visual impecable y lleno de concisión, la película trabaja a partir de una animación realista, en la que consigue mostrar y ser explícito cuando la situación lo requiere, donde la animación se convierte en el mejor vehículo para contar todo aquello que está ahí, pero que no vemos sino escarbamos con decisión. La parte técnica es magnífica, porque nos acerca y a la vez, nos sitúa en esa posición de testimonio asistiendo a esa mezcla de dureza, incertidumbre y humor, a partir de la entrada de Maad, el niño discapacitado que aporta madurez, inteligencia y muchas risas, por su forma de enfrentarse al conflicto y la injusticia. Tenemos a los músicos y hermanos Evgueni y Sacha Galperine, que han compuestos bandas sonoras originales para nombres tan importantes como los de Asghar Farhadi, Andrey Zvyagintsev, François Ozon, Kantemir Balagov, Marjane Satrapi, Audrey Diwan, entre otras, que componen una música muy especial que detalla esas partes duras de la historia, así como esos otros instantes donde la armonía y la familiaridad se tornan más evidentes y cercanas. 

Creo que sería una buena noche de cine la sesión doble que compondrían My Sunny Maad, por un lado, y Las golondrinas de Kabul (2019), de Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec, otra joya incontestable de la animación, en la que nos sumergían en la situación de Zunaira y Mohsen, dos jóvenes enamorados, en medio de ese Kabul dominado por los talibanes, que resisten a pesar de todo y todos. Déjense de las fábulas simplistas y las mentiras que les han contado desde los medios internacionales que abogan por la transparencia y el rigor informativo, cuando solo son escaparates de la política internacional interesado y especulativa, que cuentan una versión muy alejada de la realidad y sobre todo, de la intimidad de la vida real y cotidiana de las afganas y demás, en un país que lleva décadas azotado por la cruenta e inútil guerra que ha destrozado anímicamente y físicamente un país lleno de riquezas y no me refiero a las materiales, sino a las emocionales, a las que valen de verdad. My Sunny Maad, de Michaela Pavlátová es uno de esos estrenos que merecen y mucho el coste de la entrada de un cine, porque debemos aplaudir el gesto y el esfuerzo de las distribuidoras Pirámide Films y BarloventoFilms por estrenarla en nuestro país y difundirla, entre tanto estreno superfluo e intrascendente que sólo ocupa un espacio valioso que impide que valiosísimas películas como esta y otras, no dispongan de su espacio para llegar al público que quiere conocer esas vidas anónimas que están ahí y a nadie parece importarles, y son las que mejor explican la situación de las mujeres y también, a nivel político y económico de un país como Afganistán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ellas hablan, de Sarah Polley

UN DÍA, UNA NOCHE. 

“Las mujeres del pajar me han enseñado que la consciencia es resistencia, que la fe es acción, que se nos acaba el tiempo. Pero ¿puede ser también la fe volver, permanecer, servir?”.

De la novela “Ellas hablan”, de Miriam Toews.

Conocimos el inmenso talento como actriz de Sarah Polley (Toronto, Canadá, 1979), antes que cumpliese los veinte años en la fabulosa El dulce porvenir (1997), luego la vimos a las órdenes de grandes cineastas como Cronenberg, Winterbottom, Bigelow, Wenders, aunque será de la mano de Isabel Coixet en Mi vida sin mí (2003), donde veremos su inmenso potencial en uno de esos personajes más grande que la vida. Dos años después, el tándem volvería a repetir en La vida secreta de las palabras. Al año siguiente, en el 2006 debuta como directora con Lejos de ella, un intenso drama sobre el amor y el alzheimer, basada en un libro de Alice Munro, que protagonizó Julie Christie, con la que había coincidido en la segunda película con Coixet. Cinco años después dirige Take This Waltz, un drama romántico protagonizado por Michelle Williams. Un año después, se pone a rescatar la figura de su madre fallecida a través de sus familiares y amigos en el imperdible Stories We Tell

Ahora, nos llega un intenso y asfixiante drama protagonizado por un grupo de mujeres menonitas a partir de la novela homónima de Miriam Toews, que participó como actriz en Luz silenciosa (2007), de Carlos Reygadas, ambientada en este grupo religioso patriarcal, machista y pacifista. Una película con una exquisita y cercana producción detrás auspiciada por dos grandes nombres del cine más independiente como son Dede Gardner y Jeremy Keliner, y también Brad Pitt, que tienen en su haber nombres de gran interés como Andrew Dominik, Terrence Malick, protagonizadas por el mencionado Brad Pitt, y otras dirigidas por James Gray y Barry Jenkins, entre otros. La directora canadiense huye de la fisicidad y el movimiento para encerrarnos en un pajar alrededor de siete mujeres. Mujeres que se han reunido en ese lugar para debatir qué hacer con sus vidas, ahora que los hombres quedarán libres después de las denuncias por años de abusos, explotación y violencia hacia ellas. Un grupo de mujeres menonitas sin derechos, sin educación y sin vida, a merced de la voluntad del macho, tienen un día y una noche para ver qué deciden: seguir en el pueblo y luchar, o en cambio, marcharse. 

Polley opta por una delicada e intensa pieza de cámara Brechtiana, en el que asistimos a un combate feroz de la dialéctica y el verbo, donde unas y otras exponen sus razones, sus miedos, sus tristezas, sus desilusiones y sobre todo, su incertidumbre y su miedo. La cineasta de Toronto vuelve a acompañarse de luc Montpellier en la cinematografía, como hiciera en sus dos primeros trabajos como directora, en el que optan por una luz naturalista y llena de contrastes, una luz que va evidenciando los diferentes y complejos estados de ánimo por los que transitan estas mujeres acorraladas y llenas de rabia y furia, unas más que otras. Una luz que se ve potenciada por la grandísima música de Hildur Sudnadóttir, de la que ya habíamos escuchado trabajos memorables como los de Joker (2019), de Todd Phillips, y la más reciente Tár, de Todd Field. Una música afilada donde suena una composición elegante y lijada que recorre con intensidad y suavidad todo lo que vamos viendo, sumergiéndonos en ese estado de espera y miedo en el que están unas mujeres que ya han dicho basta y no van a seguir reprimidas e invisibilizadas. El tándem de montadores que forman Christopher Donaldson, del que destacan sus trabajos en series tan importantes como American Gods y El cuento de la criada, y Crimes of the Future, la última del citado Cronenberg, y la editora Roslyn Kalloo, con experiencia en el medio televisivo. 

Todo el impecable trabajo técnico quedaría muy ensombrecido, si una película de estas características, donde se opta por la intimidad y la sensibilidad, a la hora de afrontar un relato sobre abusos y horror en el seno de una comunidad profundamente religiosa y pacifista. Un reparto que brilla con fuerza y sensibilidad, acercándonos a todas las posiciones enfrentadas entre ellas, un ejercicio verbal que daña, que interpela y que también, es muy violento en ocasiones. Un grupo de actrices que dejan de ser actrices para ser mujeres menonitas, todas muy diferentes entre ellas pero haciendo frente común porque todas sufren los innumerables abusos y horrores. Un grupo encabezado por Rooney Mara, tan cercana, tan transparente, con esa voz que da volumen a las palabras, un actriz portentosa que lo dice todo sin mover los labios, Claire Foy, que deja la serie The Crown, para meterse en una mujer fuerte, de carácter, la guerrera del grupo, la que no se deja amilanar por ningún hombre violento, Jessie Buckley, que siempre está excelente y sigue a un gran ritmo de grandes interpretaciones después de La hija oscura y Men, las veteranas Judith Ivey y Sheila McCarthy, y las otras más de reparto pero igual de importantes como Michelle McLeod, Kira Guloien, Liv McNeil, Kate Hallet, Shayla Brown, y está también Frances McDormand, que es otra productora de la película, pocas palabras hay que añadir para una actriz que es todo un portento de la mirada y el gesto, como demuestra el par de ratos que aparece en la película, solo su presencia llena cualquier personaje. Y no olvidemos, el único hombre de la función, un Ben Whishaw, el maestro del lugar, un tipo sensible, terriblemente eterno enamorado de Ona, el personaje de Rooney Mara, un hombre que es el anti hombre rudo, violento y machista menonita, que ayuda a escribir el acta de todo lo que allí se dice, se discute y sobre todo, se acuerda. 

Ellas hablan no es una película al uso, digamos convencional, en el que todo tiene un conflicto y una resolución y todo está para molestar poquito. Aquí las cosas van por otro lado, porque aunque Polley opta por una estructura aristotélica, la convencionalidad se acaba ahí, porque lo que se plantea es sumamente actual y muy complejo, porque estas mujeres menonitas, que tendrían su más clara referencia en Siete mujeres (1966), la película con la que se despidió del cine uno de los grandes como John Ford, han dicho basta, se han cansado de tanto humillación y violencia, y eso las sitúa en una película que habla tanto de la historia de todas las mujeres, de las humilladas y pisoteadas, pero también, de todas aquellas que dijeron basta, que se levantaron, que se enfrentaron a sus agresores, que no se callaron, y sobre todo, que decidieron por ellas mismas, porque hubo un día que todo cambia, y ese día y esa noche, ya nada volverá a ser igual, porque después de ese día y esa noche, las mujeres menonitas han dejado de estar calladas y han hablado de lo que sienten, han hablado de todo lo que les duele, y sobre todo, han hablado y han decidido por ellas mismas, y ese gesto, que nunca habían hecho, las convierte en otras personas, en mujeres que ya no miran atrás y se lamen las heridas, en mujeres que viven por ellas mismas, en compañía y nunca más solas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Anna M. Bofarull

Entrevista a Anna M. Bofarull, directora de la película «Sinjar», en el Moll de Bosch i Alsina en Barcelona, el Lunes 11 de julio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Anna M. Bofarull, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo y excelente fotógrafo Óscar Fernández Orengo, que ha tenido la amabilidad y generosidad de retratarnos, y al equipo de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hive (Colmena), de Blerta Basholli

UNA MUJER VALIENTE.

“Me gustan las personas que tienen que luchar por obtener algo, los que teniéndolo todo en contra salen adelante. Esta es la gente que me fascina. La gente fuerte”

Isabel Allende

El conflicto de Kosovo (1998-1999), en que la etnia albanesa se opuso a la etnia serbia y el gobierno serbio ocasionando la desaparición de 13000 personas. En el pueblo de Krushe e Madhe, en el municipio de Rahovec en el oeste de Kosovo, la cifra de desaparecidos dejó 140 viudas y más de 500 niños sin padre. La película se centra en una de esas mujeres viudas, en Fahrije Hoti, y en su experiencia real. Tenemos a una mujer que cuida de su suegro y de sus dos niños todavía en edad escolar, trabaja en la pequeña colmena de su marido desaparecido y acude a encontrar a su esposo cuando las autoridades encuentran alguna fosa común. Pero, la economía doméstica se resiente, el dinero no llega y están pasando por penurias, al igual que las otras viudas. Fharije, con todo en contra, decide sacarse el carnet de conducir y abrir un negocio de verduras en escabeche junto con las otras mujeres. Encontrará la resistencia machista del pueblo, hombres acostumbrados a trabajar y que las mujeres se queden al cuidado del hogar, los niños y los ancianos.

La directora debutante en el largometraje Blerta Basholli (Pristina, Kosovo, 1983), encontró en la historia real de Fahrije Hoti la inspiración para construir no solo una película sobre un grupo mujeres que rompen con las barreras e imposiciones patriarcales para ser ellas mismas, sino que nos habla de la valentía y la fuerza de unas mujeres sumidas en el dolor, sobreviviendo a una pérdida irreparable, y continuando hacia adelante a pesar de todo. La directora kosovar sitúa su película en la mirada de la protagonista, el eje en el que gira toda la historia, presentándonos a una mujer que debe hacer frente a una realidad y reinventarse, con la ayuda de las demás, para hacer frente a su situación de miseria, y la cineasta lo hace desde la honestidad y la autenticidad, sin edulcoramientos ni sensiblerías, sino acercándose a sus personajes desde la sinceridad y sobre todo, desde la mirada del que quiere mostrar sin embellecer ni sobre todo, huyendo de esas historias relamidas de la dichosa superación y demás, aquí todo tiene verdad, todo tiene intimidad, y la protagonista se enfrenta a sus miedos, sus dudas y la inmensa hostilidad de los hombres de su pueblo, pero no se amilanará a pesar del miedo y la soledad.

Todo se cuenta a partir de dos elementos muy visibles. La intimidad del hogar con los conflictos entre la madre y su hija, que es una adolescente, y su suegro, anclado en el pasado y en la memoria de su hijo, que lo ha detenido, y luego, lo social, en que las mujeres se enfrentarán a ese machismo ancestral, que las obliga a ser sumisas a pesar de su dolor y su pobreza, donde la colmena actúa como riquísima metáfora de todo lo que está sucediendo en el pueblo. Basholli no construye una película superficial y moralista, donde hay buenos y malos, ni tampoco hay una mensaje aleccionador, no hay nada de eso, solo un relato sencillo y cercanísimo, donde se explica una realidad dura y difícil, sin medias tintas, una realidad dolorosa y a pesar de todo, las mujeres se mueven para salir adelante cuando tienen todo y todos en contra. La película se cimenta en las miradas y gestos de las protagonistas, más que en los diálogos, porque es una película de acción, en el mejor término de la palabra, donde la actividad y la valentía de estas mujeres se traduce en su negocio, en el que somos testigos de todos los pasos de creación, funcionamiento e ilusión.

Una cinta de estas características donde se habla de personajes y sus conflictos, personas de carne y hueso, necesitaba un actriz tan portentosa, especial y humana como Yillka Gashi, auténtica revelación de Hive (Colmena), convirtiéndose en la punta de lanza del relato, con esas miradas que encogen el alma, con ese coraje y esa fuerza irrompible, toda una referencia para todos, una persona que a pesar de todo y todos creyó en sí misma y se atrevió a hacerlo venciendo dos miedos: sobrevivir a un marido desaparecido y a una comunidad machista y hostil. Sin olvidar el resto de mujeres como las impresionantes Çun Lajçi, Aurita Agushi y Kumrije Hoxha, entre otras, que acompañan con credibilidad y sinceridad a la protagonista. La opera prima de Blerta Basholli es un cuento sobre mujeres para todos los públicos, porque es una película potentísima, llena de grandes ideas y sobre todo, es una maravillosa fábula humanista como las que hacían Renoir, Rossellini, Kiarostami y demás, de las que permanecen en la memoria, de las que no se olvidan, de las que consiguen vencer al tiempo y a sus circunstancias, porque habla de seres humanos y sus formas de encarar la vida, el dolor, la tristeza y todo aquello que nos paraliza. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA