Entrevista a Ferzan Özpetek

Entrevista a Ferzan Özpetek, director de la película «Diamanti», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el sábado 26 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ferzan Özpetek, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Alba Sala, por su gran labor como intérprete, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nadine Naous

Entrevista a Nadine Naous, guionista de la película «Bye Bye Tiberias», de Lina Soualem, en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en la terraza del H10 Casa Mimosa en Barcelona, el miércoles 5 de marzo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nadine Naous, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sam Wallis, por su gran labor como intérprete, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Bye Bye Tiberias, de Lina Soualem

CUATRO MUJERES PALESTINAS. 

“Somos lo que dejamos en los otros”. 

Ángeles Mastretta

La película arranca con una grabación doméstica en la que vemos el lago Tiberias, símbolo de un pasado que ya no volverá para la excelente actriz palestina Hiam Abbas (con más de 60 títulos en los que ha trabajado con Amos Guitai, Tom McCarthy, Jim Jarmusch, Ridley Scott y Costa-Gavras, etc…)  y su familia. Un lugar que sigue existiendo en un tiempo determinado. Un espacio que simboliza también el tiempo pasado y el futuro incierto en el que se encuentra la población palestina. Así empieza Bye Bye Tiberias, la segunda película de Lisa Soualem, hija de Hiam, que vuelve a hablar de sus raíces como hiciese en su primer largo Leur Algèrie (2020), en la que hablaba de la familia paterna. Ahora, profundiza en la familia materna, a través de su madre, que se exilió a los 20 años para seguir su sueño de ser actriz, y las dos mujeres que le precedieron, su madre y abuela. Pasado y presente se envuelven para contarnos una historia de cuatro generaciones de mujeres palestinas en las que se recorre, cómo no podía ser de otra forma, la dura historia del pueblo palestino. Aunque, a diferencia de otros documentos sobre el conflicto, en esta, la raíz de todo es una historia familiar, la de Abbas, contando una cotidianidad invisible y muy cercana. 

El guion que firman la propia directora y Nadine Naous, también realizadora en títulos como Clichés (2010), cortometraje protagonizado por la citada Hiam Abbas, y el largo Home Sweet Home (2014), que explora las entrañas de su familia palestina-libanesa, se sustenta desde mostrar lo oculto, es decir, recorrer a las cuatro mujeres palestinas que escenifican la historia y la realidad de otras muchas que se han visto afectadas por la eterna guerra entre Palestina e Israel, a partir de archivo en el que vemos imágenes inéditas de la Palestina de los cuarenta del siglo pasado, la expulsión de familias palestinas de 1948 para que fuesen ocupadas por israelitas, las mencionadas grabaciones domésticas de los noventa cuando Hiam volvía a ver a su familia con Lina de niña. Una película de idas y venidas entre pasado y presente, donde lo de antes y lo de ahora, con la actriz viajando a los lugares que fueron y ya no son, es un continuo espejos-reflejos donde la historia queda a un lado para centrarnos en el rostro y los cuerpos de unas mujeres que han vivido el horror, el exilio, y las penurias de una vida en constante peligro que, les ha llevado a estar separados de los suyos. 

Soualem se ha acompañado de grandes cineastas para contar la historia de su familia materna a través de su madre, empezando por la cinematógrafa Frida Marzouk, de la que hemos visto películas como Entre las higueras y Alam, entre otras, con un trabajo de luz natural y mucha naturalidad, donde se cuenta desde lo íntimo y con gran profundidad en una interesante mezcla de texturas y colores cálidos todo el devenir de las que no están y de las que sí. La música de un grande como Amin Bouhafa con más de 50 títulos en su filmografía, junto a cineastas de la talla de Abderrahmane Sissako, Kaouther Ben Hania y Rachid Bouchareb, y muchos más, donde sin enfatizar vamos descubriendo la historia desde la honestidad y la sinceridad que demanda un relato como éste. El gran montaje de Gladys Joujou, una gran profesional que tiene en su haber nombres tan importantes como Oliver Stone, Jacques Doillon, y películas recientes como El valle de la esperanza, de Carlos Chahine, que imprime un carácter sólido e interesante a la amalgama de imágenes, tiempos y miradas que anidan en la película, consiguiendo que en sus reposados 82 minutos todo ocurre de forma tranquila por la que se recorren temas como la familia, la sangre, la tierra, la política, los sueños y demás menesteres.

La gran labor de una película como Bye Bye Tiberias no es la de hacer una historia que hable sobre la guerra y la expulsión de los palestinos, como ya hay muchas películas sobre el tema, sino la de hacer una relato que se centra en la retaguardia, es decir, en todas las heridas que un conflicto tan sangriento ha dejado en las personas, y sin hacerlo desde la tristeza y la desilusión, sino desde la mirada y el gesto cotidiano, desde las cuatro mujeres palestinas de esta familia: la bisabuela, la abuela, la madre Hiam Abbas y la propia directora, y hacerlo desde lo más íntimo y lo más profundo, sin caer en el derrotismo y la desesperanza, sino con alegría y humor, a través del amor que nos han dejado las que nos precedieron y lo que hacemos desde el presente, recordándoles y siendo fieles a su legado, a su tiempo, a su historia y por ende, la de nuestro país, Palestina, un país que siempre existirá en el corazón aunque pierda la tierra, nunca perderá su historia y su memoria, porque esa cuestión es la que pone sobre la mesa la película de Lina Soualem: el significado de un país, su tierra, sus gentes, su memoria y todo lo demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Antonella Sudasassi Furniss

Entrevista a Antonella Sudasassi Furniss, directora de la película «Memorias de un cuerpo que arde», en la Sala Club de la SGAE Catalunya en Barcelona, el viernes 14 de febrero de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonella Sudasassi Furniss, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan maravillosa, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vermiglio, de Maura Delpero

LAS MUJERES DE VERMIGLIO.   

Vermiglio es un paisaje del alma, un “Lexico familiar (Natalia Ginzburg) que vive dentro de mí, en el umbral del inconsciente, un acto de amor por mi padre, su familia y pequeño pueblo. Al atravesar un período personal, quiero rendir homenaje a una memoria colectiva”. 

Maura Delpero

Erase una vez… La existencia tranquila y anodina de un pueblo remoto escondido entre los Alpes Italianos a finales de la Segunda Guerra Mundial. Allí, entre montañas cubiertas de nieve y quehaceres agricultores y ganaderos se desenvuelven sus habitantes, entre ellos, la familia del maestro Cesare, su mujer Adele y sus diez hijos. Un lugar que huele a heno recién cortado y leche recién ordeñada como deja patente su cuidadoso prólogo que anuncia un nuevo día y vemos a toda la familia levantándose, cada uno con su tiempo y pesadez, e inmediatamente después, en primerísimo primer plano, las cazuelas van pasando frente a nosotros y llenándose de leche caliente. Un relato casi en primera persona porque la directora nos sitúa en el pueblo de su padre, en su memoria y en su tiempo y silencio. 

La directora que ha dirigido hasta la fecha tres documentales Signori professor (2008), de la cotidianidad de diferentes maestros, Nadea e Sveta (2012), sobre mujeres inmigrantes, y 7 salamancas (2013), sobre la mitología y lo sagrado, en los que abordaba las fronteras entre el documento y la ficción, y una de ficción Maternal (2019), sobre dos madres adolescentes. Mucho de esa textura contiene Vermiglio, su primera película de ficción, aunque con varios peros, porque en muchos momentos podríamos decir que la película se acerca al documento propiamente dicho donde vemos una mirada de las costumbres y oficios y quehaceres de los habitantes de mediados de los cuarenta del siglo pasado. En ese sentido, la película se mueve entre lo colectivo y lo individual a partir de las miradas de estas mujeres de diferentes edades, siguiendo la estela de las anteriores citas de Delpero, con sus nacimientos y muertes, amores, desamores y otros infortunios y alguna pequeña alegría en silencio, y en cómo estas mujeres se enfrentan a las adversidades de la existencia, en una sociedad patriarcal y altamente religiosa en la que ellas están completamente sometidas a la voluntad masculina, y deben hacer frente a los conflictos que estos les generan. Se habla de maternidad en compañía y soledad, en los dificultosos destinos que les esperan a las mujeres, y sobre todo, se habla de cómo el destino fatal se va imponiendo en un lugar donde hay nulas oportunidades de ser y hacer cosas diferentes. 

Delpero se ha acompañado de un gran equipo entre los que destacan el cinematógrafo como el ruso Mikhail Krichman, habitual del cineasta Andrey Zvyagintsev, amén de otros como Liv Ullmann y Jim Sheridan, donde se impone el cuadro bien cuidado que recoge cada detalle con minuciosidad y pausado, donde abundan los encuadres fijos, en el que el off se convierte en la estructura esencial de la película, porque los momentos de gran tensión se despachan en fuera de cuadro seguidas de magníficas elipsis, alejando a la historia de esos momentos de estridencia sensiblera y sumergiéndonos en un tono de dureza, dolor y tristeza sin caer en el tremendismo. La composición de Matteo Franceschini, ayuda a acercarnos a los altibajos emocionales y complejidades de los diferentes personajes de modo reflexivo y emocionante, así como el gran trabajo del arte y vestuario que son extraordinarios, al igual que la estupenda labor de sonido que firman, entre otros, Dana Farzamehpour, con más de 90 títulos entre los que destacan nombres como los de Asghar Farhadi, Jean-Gabriel Péirot y Alice Diop, entre otros. El conciso y trabajado montaje de Luca Mattei, que ya trabajó en la citada Maternal, consigue elaborar un ritmo que nos va atrapando desde lo cotidiano, la sencillez y la naturalidad del lugar y los personajes, en un ritmo pausado, sensible e íntimo. 

Si el apartado técnico es de primer nivel, el artístico no se queda atrás, con la maravillosa presencia de un actor como Tommaso Ragno como el maestro y padre de la familia numerosa, con una espléndida filmografía que le ha llevado a trabajar con Bertolucci, Vrizi, Rohrwacher, Moretti, entre otros, haciendo de ese maestro de pueblo, tan recto como poco padre y menos esposo. Roberta Rovelli es la madre, más acogedora, realista y cercana con su prole. La debutante Maria Scrinzi es la desdichada Lucia que, ante la fatalidad deberá sacar fuerzas y ser fuerte. orietta Notari hace de una tía que es una mano más que ayuda y alienta todo lo que puede. Sara Serraiocco, que hemos visto en No odiarás, El caso Braibanti y El primer día de mi vida, es otra hija que, en silencio y sin molestar, va haciendo y es una testigo esencial en el devenir de las mujeres de la familia, y Carlota Gamba, una de las protagonistas de la reciente ¡Gloria!,  la diferente del pueblo, y Giuseppe De Domenico es el soldado desertor que trastoca la tranquilidad del lugar, como Santiago Fondevila, otro soldado que vuelve de la guerra, familiar y perdido como el otro. 

El tono y la atmósfera que desprende una película de Vermiglio se hermana de forma muy cercana con la cotidianidad y la profundidad que tenían obras de Vittorio De Seta como sus maravillosos documentales, de Ermanno Olmi como El árbol de los zuecos (1978), y de los hermanos Taviani como La noche de San Lorenzo (1982), en sus formas de mirar el trabajo, a sus gentes, sus costumbres, sus sociedades, sus lugares y sus maneras de enfrentarse a la adversidad del tiempo, de los animales, de la tierra y del progreso y demás asuntos como el amor, la familia, etc… La cineasta Maura Delpero no sólo ha construido un retrato sensible, profundo y reflexivo sobre el pueblo de su padre y sus habitantes y ese momento de final de la guerra, sino que también, ha tejido a fuego lento un minucioso y extraordinario retrato sobre las mujeres, sobre todas las mujeres que debieron enfrentarse y cooperar en una sociedad machista y sobre todo, una sociedad que les dejaba pocas salidas en la vida, y que tuvieron que armarse de valor y coraje para ser ellas mismas y ayudarse entre ellas a pesar de los pesares. Vermiglio debería ser de obligada visión por todo lo explicado, además su historia y contexto circunstancial y emocional se cuentan de forma muy honesta y directa, donde se refleja el arduo camino que han tenido que recorrer tantas y tantas mujeres. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las novias del sur, de Elena López Riera

TODAS LAS QUE VINIERON ANTES QUE YO. 

“Miro la foto de mi madre el día de su boda. Hago los cálculos y compruebo que soy más vieja que ella el día que la desvirgaron, que soy más vieja que ella el día que decidió ser madre para siempre, que soy casi tan vieja como mi abuela el día que la acompañó a la iglesia. La busco en todos los cuerpos, en todas las voces, en todas las madres. Hago a otras, las preguntas que no me atrevo a hacerle a ella. Como decirle, que de todo lo que me enseñó, solo me queda el futuro”. 

Casi en una década, el imaginario de Elena López Riera (Orihuela, Alicante, 1982), ha cimentado relatos que hablan sobre su vida y sobre todo, sus complejos estados emocionales. En Pueblo (2015), un joven, después de años fuera, volvía a su tierra y la descubre tan cercana como diferente. Un año después, en Las vísceras, a través del ritual de la muerte de un conejo, se acercaba a la familia presente y ausente. En Los que desean (2018) se situaba en el imaginario masculino a partir de un concurso con pichones. En su primer largo, El agua (2022), estaban presentes los elementos que siguen sus imágenes: las difíciles relaciones sentimentales, todos los fantasmas que nos precedieron y el pueblo, ese lugar tan cercano y a la vez, tan fantástico, que nos define, nos guía y también, nos confunde. 

En Las novias del sur, un mediometraje de solo 40 minutos de duración, traza a partir de ese prólogo tan fascinante en el que vemos las partes de una fotografía, la de su madre vestida de novia, mientras escuchamos el texto que encabeza esta reseña con la propia voz de la directora. Estamos ante una confesión, que nos remite al aroma que transitaba en Las vísceras, porque vuelve al documento, aunque en el caso de López Riera podríamos decir que se mueve por una forma que se alimenta de varios géneros, ficciones, documentos, trazos, texturas y un sinfín de otras naturalezas: la música, la literatura y el testimonio oral de las mujeres de su pueblo, las de antes y las de ahora. Un cine que no busca la belleza de las imágenes ni tampoco generar un espacio de elegancia, sino todo lo contrario. Las imágenes de la cineasta alicantina beben de lo más íntimo y cercano, de lo que vive entre lo visible e invisible, entre lo físico y emocional, en un limbo donde sus personajes viven, mueren y sueñan. En su película se nutre del testimonio oral de seis mujeres maduras en la que explican sus primeras veces, sus amores y desamores, sus (des) ilusiones, y sus bodas, y muchas cosas más, en un diálogo con al directora que interviene y escuchamos, acompañadas de imágenes y videos de bodas de otras que van nutriendo las diferentes confesiones. 

La cinematografía de la película que firman la propia directora, Agnès Piqué (que conocemos por sus trabajos en el campo documental con Laura Ferré, Leire Apellaniz, Marc Sempere y Claudia Pinto, entre otras), y Alba Cros (codirectora de Les amigues de l’Àgata, Alteritats y la dirección de fotografía de La amiga de mi amiga), filma a las mujeres-testimonios muy cerca, consiguiendo romper esa distancia y escenificando la transparencia de sus contenidos, tan invisibles que se hacen naturales e íntimos. El gran trabajo de montaje de Ana Pfaff y Ariadna Ribas y la propia directora, consigue fusionar con orden y alma las imágenes de archivo con las cabezas parlantes a partir de una cercanía asombrosa y magnetizante, donde sus mencionados 40 minutos se convierten en una materia hipnotizante y muy absorbente donde cada imagen y cada palabras se torna más especial y bella, y triste, y cautivadora, y todo. Las productoras Suica Films y Alina Film vuelven a apoyar a López Riera como hiciesen con El agua, y con Los que desean, en ésta Alina Film, en una etapa de la filmografía donde ya se van generando esas alianzas tan imprescindibles para ir creando una mirada y personalidad propias a la hora de encarar cada proyecto. 

Quizás les ocurre lo mismo que a mí después de ver Las novias del sur, y no fue otra cosa que buscar la foto de la boda de mis padres y observarlos, sobre todo, a mi madre, su posición, su rostro y su mirada, centrándome en su gesto, imaginando que estaba sintiendo ese día, si estaba triste, alegre o quizás, no sabía cómo se sentía o tal vez, no sabe como se estaba sintiendo. No sé si os ha sucedido lo mismo, pero si no lo han hecho, quizás, esto sí, han pensado en su madre, y se han preguntado cómo le fue la noche de bodas o en el amor, en sus amantes y en sus primeras veces, seguro que lo han pensado después de ver la película. Con Las novias del sur, Elena López Riera ha vuelto a crear una obra tan sencilla como compleja, tan bella como triste, tan sensible como desgarradora, tan de verdad y tan magnífica, a partir de un dispositivo sencilla y nada complicado, pero sus imágenes encierran otras muchísimas imágenes, muchas más preguntas, e infinitas formas, elementos y laberintos más. La cineasta es una gran creadora de imágenes, a partir de tantas presencias como ausencias, de tantos fantasmas como realidades, de tantos sueños como ilusiones, en fin, de toda la vida encerrada en un plano, en una mirada, en un gesto y en un mundo interior que apenas podemos vislumbrar, un infinito universo donde podemos imaginar o si nos atrevemos, preguntar a nuestras madres. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La luz que imaginamos, de Payal Kapadia

TRES MUJERES EN MUMBAI. 

“De alguna manera siento que una persona común y corriente (el hombre de la calle, si se prefiere) es un tema de exploración más desafiante que las personas en el molde heroico. Son las medias sombras, las notas apenas audibles las que quiero capturar y explorar. […] Mis películas tratan sobre seres humanos, relaciones humanas y problemas sociales”.

Satyajit Ray

Recuerdo la admiración que me proporcionó la sesión de A Night Knowing Nothing, la primera película de Payal Kapadia (Mumbai, India, 1986), vista en el Festival de La inesperada en el Zumzeig Cinema. Sus fascinantes y poéticas imágenes, en una suerte de duermevela, mientras escuchaba el contenido de unas cartas entre dos amantes, amén de una narración donde se explicaba lo magnífico de la educación y por contrapartida, la dificultad de unos estudiantes inmersos en una lucha continua por mejorar sus condiciones. Un hermoso y reflexivo documento/ensayo que convocaba las ideas físicas y emocionales y exploraba la capacidad infinita del lenguaje cinematográfico. Así que, estaba emocionado el otro día, en los Cinemes Girona, cuando entré en la sala para ver La luz que imaginamos

La segunda película de Kapadia, donde introduce la ficción, amén del cine documental, con el que precisamente arranca la película, a través de una extraordinaria panorámica a pie de calle, a bordo de un vehículo, de izquierda a derecha, donde vemos el trasiego nocturno de los puestos ambulantes del centro de Mumbai, en la India. Un prólogo que cerrará a la inversa, observando a los vendedores y transeúntes que se agolpan en las tumultuosas calles. Como ocurría en Ladrón de bicicletas (1948), de Vittorio de Sica, el documento deja paso a la mirada de la protagonista Prabha, una enfermera de unos cuarenta años, que se dispone a arrancar su jornada laboral. La cámara la sigue en sus quehaceres diarios: en su trabajo en el hospital, volviendo a casa en tren o en su piso imaginando una vida diferente… Una trama que se mueve en una suerte de híbrido donde tanto documental como ficción conviven al unísono. Conoceremos a Anu, veinteañera, también enfermera y compañera de piso, y a una tercera, Parvaty, de mediana edad, enfermera como las anteriores. Tres almas como otras cualquiera de una ciudad como Mumbai, un lugar de paso, donde estas tres mujeres han llegado de sus pueblos de origen para trabajar como enfermeras con sus conflictos pertinentes. El de Prabha, con su marido emigrado en Alemania, el de Anu, que mantiene un amor clandestino porque su novio es musulmán, y por último, el de Parvaty, que tiene problemas para pagar su alquiler. 

A través de planos cortos y medios, en un gran trabajo del cinematógrafo Ranabir Das, que ya trabajó en A Night Knowing Nothing, la cineasta india nos explica sin prisas, y dejando que la cotidianidad se torne pausada y tranquila, desde una posición nada complaciente, con una atmósfera absorbente y siempre nocturna, en que las tres vidas de estas mujeres se vuelven íntimas y profundas para nosotros, donde asistimos a sus realidades difíciles y complejas dentro de un espacio humano y muy cercano, a través de unas imágenes neorrealistas, hipnóticas y oníricos, en muchos instantes. La película no cae en el tremendismo ni en la sensiblería, se aleja notablemente de esas convencionalidades construyendo un retrato de verdad, con inteligencia, muy conciso y tremendamente detallista, generando un infinita amalgama de miradas y gestos. El estupendo trabajo de sonido contribuye a generar ese universo de matices donde cohabitan rostros, palabras y silencios, que firman el trío Benjamin Silvestre, Romain Ozanne, que hizo la primera película de Kapadia, y Olivier Voisin, un grande con más de medio centenar de películas entre las que destacan Crudo, Porto, entre otras. contribuye a generar ese universo de matices donde cohabitan rostros, palabras y silencios. El conciso y sobrio montaje que construye un ritmo cadencioso y naturalista en sus casi dos horas de metraje, que firma Clément Pinteaux, del que vimos Los años de Super 8, sobre las grabaciones domésticas de la escritora Annie Ernaux y la música de Dhritiman Das, con esos magníficos pasajes de piano y cuerdas, muy jazzísticos, con el mejor aroma de Malle y Cassavetes.

 

Si la parte técnica es extraordinaria, la parte artística está a la misma altura. Las tres maravillosas actrices indias que dan vida a sus tres heroínas corrientes y normales les dan un peso humano y emocional alucinante, porque parecen no interpretar y transmiten la verdad que le mencionamos anteriormente, con unas composiciones llenas de naturalidad y transparencia, de esas que cualquier leve mirada o gesto lo explican todo. Kani Kusruti es Prabha, la mujer un poco triste y un poco pensativa, que se debate entre dos aguas, entre dos mundos, el de un marido emigrado del que no sabe nada, y el de un doctor que cada día se le acerca más. Por otra parte, el caso de Anu que hace Divya Prabha es el de una mujer joven con ganas de ser libre y disfrutar de la vida, que debe de llevar su noviazgo en secreto por las diferencias culturales y religiosas, aún así, está dispuesta a luchar y seguir. Y por último, Parvaty que interpreta Chhaya Kadam, ya cansada de las dificultades de vivir en una urbe como Mumbai y quizás, ha llegado la hora de mirar al futuro y no rendirse a los malditos especuladores que, desgraciadamente, están en cualquier parte de este planeta. Tres retratos de mujeres, con sus diferencias y parecidos, que son una parte significativa de las mujeres indias de la actualidad, con sus alegrías, tristezas y complejidades. 

El cine de Satyajit Ray está muy presente en la película de Payal Kapadia, y no sólo que comparten nacionalidad, sino en su forma de retratar lo humano en su cotidianidad y en sus conflictos diarios, y mostrando una naturalidad tan íntima que convierte a los espectadores en una enfermera o habitante de Mumbai más, y no obstante, imprime un lenguaje de verdad y poético en contraste con la urbe inmensa, agotadora y bulliciosa. Una película como La luz que imaginamos se erige como una sutil y liberadora cinta sobre el significado de la fraternidad, la amistad y el amor en tiempos donde parece que importan otras cosas más urgentes. Es una película pequeña y muy grande a la vez, que no pide nada, quizás, pide sólo una cosa, que la veamos con tranquilidad, sin distraernos en ningún instante, y no lo digo porque vayamos a perdernos algo de su leve trama. No por eso, sino por la forma de cada plano y encuadre y lo que habitan en cada uno de ellos, de la capacidad inmensa de Kapadia para extraer lo máximo a partir de lo mínimo, consiguiendo atraparnos desde sus primeras imágenes del mercado callejero, mostrando la ciudad y sus habitantes y más tarde, las tres mujeres que se convertirán en sus protagonistas. Tres mujeres con sus conflictos, sus sueños en la ciudad que llaman así, o quizás, también sea la ciudad de las ilusiones, esos pensamientos fugaces, ya sean reales o inventados que nos ayudan a soportar ciudades como Mumbai, a maridos ausentes que parecen fantasmas, amores clandestinos que necesitan la oscuridad para ser reales o pisos que se escabullen de nuestras vidas porque algunos deciden hacer negocio. Unas ilusiones vividas en silencio, en el interior de unos corazones y unas almas que siguen viviendo o soñando, quién sabe. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge

FUI VIOLADA A LOS 16 AÑOS POR UN COMPAÑERO DE CLASE.   

“Esta película está basada en incidentes de la vida de la directora. La actriz que interpreta a Martha también fue violada cuando estaba en el instituto. Se han cambiado nombres y lugares”.

El cine tiene una inmensa capacidad para inventar con el propósito de enfrentarse a las historias que quiere contar para transmitir a los futuros espectadores. Cada historia necesita su propia mirada y sobre todo, su propia forma. Dicho esto, cuando la cineasta Martha Coolidge (New Haven, Connecticut, EE.UU., 1946), contaba con tan sólo 16 años y estudiaba secundaria fue violada por un joven de 21 años. A la hora de afrontar su primera película, Coolidge tenía la necesidad de hacer una película sobre el hecho traumático que supuso la violación 12 años atrás. La directora se aleja de la ficción convencional y construye un dispositivo magnífico, que consiste en un relato que tiene secuencias ficcionadas, que ocurren en el instituto y sobre todo, en el interior de un coche, camino a la fiesta donde se producirá la mencionada violación. A estas ficciones, les acompaña unas extraordinarias secuencias documentales, situadas en un destartalado loft en New York, en las que escenifican el momento de la violación, así como indicaciones y diálogos que mantienen la propia directora con amigos alumnos de la Universidad de la citada ciudad que interpretan a los personajes. 

De Martha Coolidge conocíamos sus películas posteriores a ésta, como La chica del valle (1983), Escuela de genios (1985), El precio de la ambición (1991), Angie (1994), y series de televisión como Sexo en New York (1998), C.S.I. Las Vegas (2000), y Cult (2013), entre otras. Una extensa carrera que abarca casi medio siglo de vida y más de 40 títulos. La pregunta es: ¿Por qué no conocíamos una película como Not a Pretty Picture?. Ya conocemos la respuesta. Por eso, por lo que cuenta y cómo lo aborda. Hasta ahora, porque gracias a la iniciativa de la restauración y el acierto de Atalante Cinema de distribuirla por estos lares, podemos verla y sobre todo, reflexionar en su fondo y forma. Lo que más sorprende de una película de esta naturaleza es la valentía y la mirada de su directora, Martha Coolidge de afrontar su propio dolor y el de muchas adolescentes que también fueron víctimas de la cultura de la violación tan naturalizada en los institutos. Estamos ante una película que es muchísimas cosas: desde el documento, de rememorar unos recuerdos dolores y difíciles de expresar, desde el ensayo, donde hay espacio para dialogar sobre lo que se está filmando y la forma de hacerlo, la ficción, como vehículo para desmembrar con más profundidad la complejidad de la realidad, y los componentes que la rodean. y desde lo humano y lo político, porque es tan importante lo que se muestra y el cómo se hace, donde en ese sentido.

La película es todo un ejemplo, ya lo era en su momento, en los pases que tuvo, porque no tuvo una carrera en cines comerciales, y lo es ahora, porque el problema sigue tan vigente como lo era entonces, donde el abuso y la violación siguen tan actuales, por desgracia. Not a Pretty Picture tiene el espíritu de los cineastas independientes de New York, los que se acogen en el Anthology Film Archives, como los Jonas Mekas y Peter Kubelka, entre otros, las películas de John Cassavetes, porque con una cámara de 16mm se acercan a las realidades más inmediatas pasadas por la ficción del cine y sus elementos más naturales y transparentes. Coolidge que tenía 28 años cuando hizo Not a Pretty Picture, se desdobla en dos miradas, la de la cineasta y la persona que mira su película y vuelve a aquel día fatídico donde fue violada, haciendo y haciéndose las preguntas y entablando diálogos con sus personas/personajes, donde su protagonista Michele Manenti, que hace de ella misma, también fue violada en el instituto, y las aportaciones de Jim Carrington, que es el violador, que habla desde el personaje y de él mismo, como los demás intérpretes, y la presencia de Anne Mundstuk, que fue compañera de la directora, interpretándose a sí misma.  

Una película denuncia y política, porque no sólo se queda en los hechos sino que va más allá, interpelando a esa cultura del abuso tan arraigada en los institutos y en los adolescentes que la ven como algo normal y consentido, cuando es al contrario. Desde su aparente sencillez, el aparato cinematográfico que cimenta Coolidge es, ante todo, una película que aborda un tema durísimo, pero sin ningún atisbo de revancha ni nada que se le parezca, sino desde la profundidad y la reflexión para comprender porque el abuso y la violación están tan naturalizados por los hombres y porqué se producen con tanta impunidad, creando el espacio para la conversación y el diálogo compartiendo experiencias, pensamientos y miradas. Por favor, hagan lo imposible por ver la película Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge porque es toda una lección magnífica de cómo abordar un tema como la violación, el abuso, la intimidación y sobre todo, el miedo que rodea a la víctima ante un hecho tan doloroso, la dificultad de compartirlo con los demás y el asqueroso sentimiento de culpa que tienen las mujeres que han pasado por un trance tan horrible como este. Estamos ante una película de obligada visión por todos y todas, con sus maravillosos 83 minutos de metraje. 

Quiero agradecer enormemente a la directora estadounidense Martha Coolidge que hiciese esta película, por su audacia, por su talento y su forma de hacerla con ese espíritu indomable de la independencia y de la amistad, de compartir con los demás su violación y su dolor, y ser tan sencilla y tan transparente en su forma de mirar y reflexionar, en una película infinita, es decir, que usa las herramientas del cine para encarar el tema, y lo hace desde la profundidad más libre, natural y transparente, sin caer en tremendismos ni posiciones de un lado u otro, sino desde lo humano, desde lo político, pero en el sentido de reflexionar sobre el problema del abuso a las mujeres desde múltiples puntos de vista para mostrarlo sin edulcorantes ni nada de esa índole, sino desde la “verdad”, desde esa verdad de mirarnos de frente, sin tapujos ni sombras, sino con toda la claridad y transparencia posibles, y la directora lo consigue, porque habla desde lo personal y lo sencillo. Una película extraordinaria, abrumadora y sorprendente por lo que cuenta y cómo lo hace, tan moderna que no tiene tiempo ni está sujeta a nada ni nadie, sino al problema que retrata. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laetitia Colombani

Entrevista a Laetitia Colombani, directora de la película «La trenza», en el Hotel Ikonik Anglí en Barcelona, el jueves 14 de diciembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laetitia Colombani, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Françoise Galibert, por su inmensa labor en la interpretación, y a Lara P. Camiña y Eva Herrero de Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La isla de las mujeres, de Marisa Vallone

ÉRASE UNAS MADRES DE CERDEÑA… 

“No podemos dejar que las percepciones limitadas de los demás terminen definiéndonos”.

Virginia Satir

El extraordinario prólogo de La isla de las mujeres (La Terra delle Donne, en su original), que detalla de forma concisa y sobria el orden y desorden existente en esa parte de Cerdeña junto al mar después de la Segunda Guerra Mundial. Una pequeña sociedad llena de superstición religiosa que declara a la séptima hija como una bruja. A Fidela le ha tocado ese deshonroso honor que la estigmatiza de por vida, convirtiéndola en un ser solitaria y despojada de la familia como deja tan evidente la estupenda secuencia de la fotografía. Fidela vive alejada cuando es mayor, pero es una joven especial, una joven espiritual, que conoce las hierbas del lugar y sabe curar a los demás. Una mujer aislada pero llena de vida, emociones y de amor, aunque no sea comprendida por su madre y los demás lugareños, que la siguen tratando como un ser oscuro del que hay que alejarse para protegerse de su brujería y malas conductas. 

La ópera prima de Marisa Vallone (Bari, Italia, 1986), que después de dedicarse a la videoinstalación y al arte multimedia, y formarse en el prestigioso Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma, por el que han pasado diferentes generaciones de cineastas italianos que ha  hecho muy grande su cinematografía, como Vallone con una primera película que nace con el propósito de contarnos la cotidianidad de un pequeño lugar de la Cerdeña, un espacio diminuto donde las mujeres tienen el mando, donde la tremenda religiosidad convive con lo pagano y lo espiritual, en un mundo de contrastes en el que la historia se sitúa en tres mujeres de la misma familia. Tenemos a la madre, una mujer viuda que vive entre lo emocional de su hija Fidelia y las apariencias y oscuridad de la tradición, a la hermana mayor Marianna que recorrerá un parte de Europa con el objetivo de quedarse embarazada, y finalmente, la mencionada Fidelia, la pequeña,  la llamada “bruja”, un ser especial que trata con plantas medicinales las dolencias de sus vecinos, que por orden del párroco del lugar, deberá criar a Bastiana, una niña ilegítima que al ser la séptima es expulsada de su casa, y se topará con Fidela y su mundo. 

La cineasta se mueve entre el realismo de un tiempo difícil y triste después de una guerra, y la fábula, porque encontramos personajes que bien podrían ser de un cuento de hadas: el soldado inglés que se enamoró de una italiana y que se quedó sólo cuando aquélla volvió con el marido que creía muerto, la llegada del pintor y fotógrafo y su padre al pequeño pueblo, y la propia Bastiana, una especie de princesa diferente a todos y todas que deberá crecer en un mundo diferente y lleno de sabiduría y oscuridad. Sin olvidar la propia idiosincrasia del lugar, una isla en que el mar delimita la vida, la esperanza y el mundo, un más allá demasiado lejano para el microcosmos en el que viven estas mujeres singulares. Un gran trabajo de cinematografía de Luca Coassin, que envuelve con detalle y precisión a las mujeres de este pueblo, enlutadas y supersticiosas, frente al violeta de Fidela y su hija, y aún más, entre los colores más suaves y elegantes de los visitantes. Un montaje del dúo Francesco Garrone (que tiene en su haber películas de Daniele Luchetti), e Irene Vecchio (muy presente en la filmografía de Elisa Amoruso), en un estupendo trabajo donde imponen un ritmo pausado y emocional en el que se va desenvolviendo un relato contenido y sin estridencias, que captura con orden y reposo los avatares de sus protagonistas en una película que se va a los 104 minutos de metraje. 

Si la parte técnica es destacable, no lo es menos el magnífico trabajo de sus intérpretes entre los que destaca una maravillosa Paola Sini, que produce y coescribe el guion con la directora, que compone una inolvidable Fidela que, a pesar del desprecio de su familia y los demás, ella se hace su mundo, entre los espiritual y terrenal, huyendo de las tradiciones religiosas, y centrándose en la naturaleza y lo interior, creando un universo en sí mismo, y a pesar de las traiciones, ella sigue en pie, firme y con una voluntad de hierro, porque Fidela es un personaje de luz, alguien que quiere vivir su vida y hacer su mundo, siendo ella misma a pesar de la oposición de los demás, porque ella sabe que sólo hay una vida y cada uno ha de vivirla como desea desde su más profundo ser. Valentina Lodovini es Marianna, que está obsesionada con ser madre y recurrirá a todo por conseguirlo, y no se detendrá en su propósito. Syama Ryanair es Bastiana, la hija de Fidelia, que tomará su camino después de las enseñanzas y consejos de una madre diferente, y luego están los hombres de la película, el párroco cercano y algo díscolo que hace un grande como Alessandro Haber, que ha trabajado con los grandes del cine italiano como Bellocchio, Bertolucci, Rosi, Moretti, Monicelli, Pupi Avati, Risi, entre muchos otros, el belga Jan Bijvoet, al que vimos en películas que me gustaron mucho como Alabama Monroe, Borgman y El abrazo de la serpiente, entre otras, hace del soldado inglés encallado y ermitaño, o quizás, el hombre que encontró su lugar o alguno que se le parecía, se convierte en una especie de padre para Bastiana, o un amigo con el que hablar y reírse, y los visitantes, el padre, una especie de doctor que ayuda a Marianne a quedarse embarazada que hace el actor japonés Hal Yamanouchi, que ha trabajado con directores tan interesantes como Mangold, Kapanoglu, Bava, Salvatores y Wes Anderson, y su hijo Freddie Fox, con una carrera al lado de nombres como los de W. S. Anderson y Lone Scherfig. 

Nos ha convencido La isla de las mujeres y nos encantaría seguir la filmografía de su directora Marisa Vallone, por contarnos que hay muchas formas de ser madre, de estar en el mundo, y sobre todo, de ser una misma en una sociedad anclada en meras idioteces y miedos infundados, o lo que es lo mismo, una sociedad dominada por el miedo a vivir y a ser ellos mismos, porque lo más fácil en la vida es seguir el rebaño y no detenerse y pensar si eso es lo que queremos para nosotras. Fidela lo tiene claro a pesar de las dificultades, más vale vivir como quieras y aceptar los conflictos, que estar siempre a la greña y despreciada por el resto. Fidela es una mujer muy especial, quizás lo que muchos deseamos, ser especiales pero no para nada ni nadie, sino para nosotros mismos, que somos las personas que más nos necesitamos, amarnos a pesar de todo, a pesar de nosotros, y comprendernos a pesar de nosotros, porque el amor de verdad, el que se siente desde lo más profundo de nuestro ser, solamente será verdad cuando empieza por uno mismo, aceptándonos y siguiendo hacia adelante, pese a quién pese, porque nadie vendrá a rescatarnos si no lo hacemos nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA