Entrevista a Víctor Cabaco y Mikel Iglesias

Entrevista a Víctor Cabaco y Mikel Iglesias, director y actor de la película «Vitoria 3 de marzo», en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el martes 23 de abril de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Cabaco y Mikel Iglesias, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marina Cisa y Sílvia Pujol de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Vitoria 3 de Marzo, de Víctor Cabaco

EL PUEBLO EN LUCHA.

“A corazón suenan, resuenan, resuenan
las tierras de España, en las herraduras.
Galopa, jinete del pueblo,
caballo cuatralbo,
caballo de espuma.

¡A galopar,
a galopar,
hasta enterrarlos en el mar! ”

(Fragmento de “Galope”, de Rafael Alberti)

Fue a las cinco y diez de la tarde, de un miércoles 3 de marzo de 1976, en la ciudad de Vitoria, cuando unos botes de humos sacaron a los miles de trabajadores que se habían alojado en asamblea en la Iglesia de San Francisco, en el barrio obrero de Zaramaga. En la calle, les recibieron a tiros agentes de la policía armada, utilizando pelotas de goma y fuego real. El saldo fue demoledor, cinco trabajadores asesinados y cientos de heridos. Los hechos nunca se investigaron y nadie fue enjuiciado. Hacía tres meses y medio que el dictador había muerto y el país todavía arrastraba las barbaridades de la dictadura franquista, con sus líderes todavía en el poder como Fraga como Ministro de gobernación o Martín Villa, Ministro de asuntos sindicales. Vitoria 3 de marzo hace un recorrido histórico y humano de aquellos hechos, aquellas personas que se levantaron contra la tiranía de la patronal que los ahogaba con salarios y condiciones laborales precarias.

Una película que arranca un 25 de febrero, cuando los huelguistas ya llevan casi dos meses de protestas y reivindicaciones. La puesta de largo de Víctor Cabaco (Santander, 1967) con experiencia como ayudante de gente como Kepa Sojo o Koldo Serra, y batallado en las series de televisión, es una crónica de aquellos trágicos sucesos de Vitoria del 3 de marzo, pero desde el lado humano de algunas de aquellas personas, ficcionadas para la ocasión, donde conoceremos a Mikel, un joven líder de la huelga y alma mater de los trabajadores rebelados, que conocerá a Begoña, una estudiante que verá en Mikel la voz de la conciencia, tan alejada a su realidad cotidiana, aquella fuerza soñadora y luchadora para hacer un mundo mejor. El padre de Begoña, José Luis, un periodista de una radio local, sigue el transcurso de la huelga e intenta darles la voz que otros medios generalistas y afines al régimen no les proporcionan, su mujer, Ana, hará lo impensable, como sonreír y algo más a Eduardo, un viejo amigo de la familia, que tiene un puesto de responsabilidad en la gobernación.

Cabaco echa mano a la canción “A galopar”, de Paco Ibáñez, que pone música y cante al poema de Alberti, y a un tema de Georges Moustaki, el de “17 ans”, que aparte de reivindicar un tiempo de lucha y arrastrado del mayo del 68, explica aquellos primeros sentimientos de ese amor adolescente puro y romántico, cuando todo está por hacer y todo es posible. El director santanderino aúna con brillantez y naturalidad los hechos ficticios y la intimidad de los trabajadores, con las relaciones que se van construyendo entre unos y otros, explorando sin manierismo los conflictos internos entre ellos y los conflictos entre las altas esferas, esos empresarios cansados de tanta huelga y las presiones de Madrid para que el gobernador ataje con contundencia tanta algarabía obrera. Además, la película se cuenta a través de una familia, la familia de Begoña, con sus formas de ver su adolescencia, su primer amor, su recién nacida conciencia de clase, y las relaciones difíciles de sus padres que luchan entre el compromiso obrero y el miedo por el trabajo y por su hija. La película arranca esos días antes, con esos colores apagados que irán haciéndose más sombríos a medida que van avanzando los hechos y la explosión final.

A pesar de que conocemos los hechos, la película logra sumergirnos en los hechos y las circunstancias que plantea, construyendo con acierto y brillantez todos los pormenores que llevaron a ese día, cociendo a fuego lento todo lo que estallará esa fatídica tarde del 3 de marzo. Un momento cumbre de la película, astutamente bien filmado, en la que echan mano de las imágenes reales que se conservan de los hechos, las imágenes ficticias construidas de la película, y finalmente, las grabaciones reales de la policía armada, los temidos “grises”, todo ello dentro del caos bélico y humano que se desarrolló aquella tarde, con carreras, gritos, tiros, sangre y muerte. Un reparto alejado de las caras conocidas que transmiten humanidad y complejidad a una serie de personajes que se mueven en la lucha por mejorar unas vidas difíciles y perseguidas, bien encabezado por Mikel Iglesias como Mikel, uno de los líderes obreros, a su lado, Amaia Aberasturi como Begoña, y los adultos como Ruth Díaz y Alberto Berzal como los padres de Begoña, y el malcarado José Manuel Seda como Eduardo, el esbirro del estado, y un buen puñado de intérpretes que saben transmitir esa humanidad y conciencia que requiere la película.

Relato tristemente emparentado con los terribles sucesos de 1972 en Derry, Irlanda del Norte, cuando el ejército británico asesinó a 14 personas que protestaban a favor por los derechos civiles, que el grupo irlandés “U2” reivindicó en la canción “Bloody Sunday”, llevados al cine en la película homónima de 2002, dirigida por Paul Greengrass. Cabaco y su equipo han construido una película humanista, política y honesta, que reivindica la memoria de todos aquellos trabajadores y en especial, a los fallecidos, como da buena cuenta los espectaculares títulos de créditos acompañados por las imágenes reales de los entierros mientras suena el “Campanades a morts”, de Lluís Llach. Un tiempo y una memoria que el cine mira con sinceridad y alma, un tiempo y una memoria que necesita recordase para que no vuelva a ocurrir, para acordarse de todos aquellos que lucharon por un mundo mejor, más justo y más humano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las invisibles, de Louis-Julien Petit

MUJERES EN LUCHA.

El cine social, en muchas ocasiones, peca de condescendiente y compasivo, creando una especie de burbuja ajena a la realidad que acomete, siendo paternalista con el relato que nos cuenta, y sobre todo, con los personajes que maneja, mostrando una realidad simple y gastada, alejándose a las múltiples realidades que nos encontramos diariamente, y las infinitas contradicciones que se mueven en este tipo de temas. Las invisibles, de Louis-Julien Petit (Salisbury, Reino Unido, 1983) se aleja de todo esto, mostrando una realidad sincera y compleja, donde cohabitan la realidad manejada por el sistema, construida a partir de resultados efectivos, que en muchos casos se alejan muchísimo de la realidad, y la realidad que viven las trabajadores sociales que trabajan diariamente con estas mujeres sin techo, mujeres que vienen de realidades durísimas, mujeres que luchan por volver a la vida, quizás con un tiempo más lento, que choca con el sistema de números y superficialidades. Petit se basa en el libro Sur la route des invisibles, femmes das la rue de Calire Lajeunie (que ya había hecho un documental sobre el tema de título Mujeres invisibles, sobreviviendo en la calle) se muestra comprometido con lo social ya que debutó en el cine con Discount (2014) en el que exponía la peripecia de un grupo de empleados que se las ingeniaba con astucia para proteger sus empleos con la aparición de cajeros automáticos, le siguió Carole Matthieu (2016) en la que exploraba las técnicas agresivas de las empresas a sus empleados por medio de una médica laboral que denunciaba tales abusos, dos retratos sobre la lucha encarnizada entre un sistema fascista que funciona a base de números y beneficios en contra a unos trabajadores sumidos en la lucha de sus trabajos, y de su vida.

En Las invisibles, el cineasta francés vuelve a plantearnos un dilema directo y de ahora, centrándose en un centro social de día, donde las mujeres sin nada encuentran aseo, algo de cariño y herramientas para salir de su existencia precaria, un centro que debido a sus pocos resultados de inserción de estas mujeres, la administración les obliga al cierre, dejando sin amparo a tantas mujeres, y las trabajadoras del centro deciden luchar y saltándose las reglas impuestas del sistema, optan por ocupar un centro adyacente completamente clandestino en el que seguirán atendiendo a sus mujeres. Petit nos habla de la realidad de las trabajadores sociales, con sus formas de afrontar el entuerto y sus vidas personales fuera de su trabajo, y también, de la realidad de algunas de estas mujeres sin techo, muchas de ellas reclutadas en un casting sin experiencia previa en la actuación.

El relato se centra en este microcosmos de lucha, reivindicación y armonía, con sus alegrías y tristezas, sus discusiones y risas, en una excelente y audaz tragicomedia, huyendo de ese tono frío, pesimista y compasivo de muchas de estas películas con tintes sociales, en la película de Petit, a través de una cámara de cine directo y en muchas ocasiones, casi documental, con la luz de David Chambille (cinematógrafo de las tres películas de Petit) que muestra sin filtros esas miradas y gestos de estas mujeres, que juntas emprenden un sueño, casi utópico, de afrontar estas duras realidades desde el amor y el cariño, ocupándose de cada caso, ayudándolas desde la proximidad y alegrándose y sufriendo con ellas, como una amiga más, una hermana, alguien que extiende su trabajo como una forma de vida y de afrontar los males sociales de cada día.

Un elenco maravilloso y natural encabezado por Audrey Lamy como Audrey, esa enérgica y valiente idealista que lucha con uñas y dientes para sacar adelante a estas mujeres, mientras su vida personal se resiente por su total dedicación a su trabajo, Corinne Masiero como la directora de todo este jaleo (tercer trabajo con el director) como esa jefa que avanza con determinación poniendo en peligro su trabajo, Noémie Lvovsky como Hèlène, la voluntaria de matrimonio en crisis que encuentra en ayudar a estas mujeres una tabla de salvación a su maltrecha vida, Deborah Lukumuena como Angélique, la niña rescatada de la prostitución y la calle que, ahora encuentra un sentido a su vida ayudando a aquellas que un día estuvieron como ella, Sarah Suco como Julie, la joven rebelde y difícil que no acepta sus problemas con las drogas y su jodida situación, Adolpha Van Meerhaeghe como Chantal, la mujer que sale de la cárcel, con su tragedia y humor, que ve las cosas de manera sencilla y áspera.

Petit ha construido una película comprometida, necesaria y valiente, que mira de frente, sin argucias ni vericuetos argumentales, mostrando un grupo de mujeres que afronta sus problemas desde lo más profundo del alma, enfrentándose a sus problemas con coraje y fuerza, visibilizando un sinfín de realidades que preferimos no ver, que están ahí junto a nosotros, que se ocultan por vergüenza, por miedo al rechazo, por incomprensión de todos, una realidad que se muestra en la película desde todos los ámbitos, con libertad y crítica, desde el estado y sus administraciones, más pendientes en los resultados efectivos que en las personas, la mirada de las trabajadores sociales, su implicación y sensibilidad hacia un tema que necesita tiempo, recursos humanos y económicos y sobre todo, mucho amor para resolverlo, y las mujeres de la calle, que necesitan ilusionarse y volver a aquella vida que un día, por circunstancias propias o ajenas, tuvieron que dejar o simplemente la perdieron. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Silvana, de Mika Gustafson, Olivia Kastebring y Christina Tsiobanelis

FEMINISMO A RITMO DE RAP.

“Siempre me decían que algo fallaba en mí, pero yo sabía que no era cierto”.

La película se abre de una forma clara y sencilla, cuando vemos a Silvana Imam (una cantante de rap feminista y homosexual, que canta contra toda forma de opresión) en su vuelta a la tierra de su infancia, Lituania, y accede al interior de una iglesia ortodoxa, y mantiene una leve conversación con uno de sus sacerdotes, que escucharemos en off, charla que dejará presente la diferencia y el conflicto existentes entre lo que canta Silvana y la postura de la iglesia en cuestión. Dos mundos diferentes, uno, el de Silvana que ama y canta a favor de lo diferente y el humanismo, y en cambio, el otro, el de la iglesia, que oprime, que habla de amor, cuando divide y mantiene las fronteras entre los que ellos aceptan, y los que no. Después de este breve prólogo, las tres directoras Mika Gustafson (1988) Olivia Kastebrin (1987) y Christina Tsiobanelis (1987) que debutan en el largo con Silvana, donde retratan durante un par de años, a modo de diario personal, a una joven de padre sirio y madre lituana, que a mediados de los 90, aterrizaron en Suecia, y su trayectoria desde el anonimato del arte underground a convertirse en un icono contemporáneo, a través de las letras inconformistas, políticas y de lucha contra toda forma de opresión contra aquello diferente o que simplemente, no encaja en el modelo de sociedad convencional.

Silvana que siempre ha tenido que esconder su condición sexual, y se ha trabajado todo lo que es, trabajando cada día desde lo más profundo, no es alguien que se calle ante las injusticias, alguien que sigue firme ante lo convencional, el fascismo y aquello ancestral que no respeta al otro por ser diferente. Una mujer de pie y con el puño en alto, que se define como lesbiana, feminista y antirracista, y utiliza su música rapera para protestar contra lo establecido, contra lo que oprime, contra todo estado, grupo o persona que atenta contra colectivos que luchan porque se respete su condición sexual o su manera de vivir, por muy diferente que sea con lo estándar. Las tres cineastas construyen una película de aquí y ahora, recogiendo de forma natural y honesta todo lo que pasa por su cámara, en un documental que nos abre una ventana dignísima y veraz, recogiendo con ojo avizor todo aquello que ocurre en la juventud sueca, en sus referentes musicales, y en esa protesta política e inconformista de muchos jóvenes de los países escandinavos, cada día acusados y maleados por ser como son.

Además, la crónica de estos dos años, recoge y filma con absoluta libertad y naturalidad, diversos aspectos de la vida de Silvana, desde sus reflexiones más íntimas, que tienen que ver con su condición y carácter, sus orígenes familiares, a través de la relación de sus padres y de videos caseros filmados cuando la cantante apenas tenía 7 años de edad, sus momentos de composición musical, sus conciertos, en las que incluye performances espectaculares y llenas de fuerza y valentía, la relación sentimental con otro ídolo de masas como Beatrice Eli, cantante de pop feminista y lesbiana. Una relación de amor que huye de todos los estereotipos sociales y convenciones para mostrar un amor de respeto, libre y muy vivo. Finalmente, la película explora otro aspecto muy importante en la vida de Silvana, su relación con el éxito fulgurante, en el que la exposición de su vida pública y sobre todo, la Silvana convertida en referente ensombreciendo su personalidad, todos aspectos que también una joven tiene que lidiar para no morir de éxito, y dejar de luchar por todo aquello en lo que había creído y peleado.

Gustafson, Kastebring y Tsiobanelis han creado una película llena de fuerza, y con un ritmo trepidante y vapuleador, como una canción de rap que canta Silvana, en que la película vive y respira al son de la artista, siguiéndola y entrando en su vida y en su alma, desde la espontaneidad y la honestidad hacia todo aquello que está filmando, y el respecto a una mujer libre y de carácter, que lanza al mundo, a través de las letras de sus canciones, proclamas que claman a favor de la igualdad, el respecto y la diferencia, como único camino hacia un mundo más justo, más igualitario y lleno de amor. Silvana Imam es una persona liberadora de estereotipos, que ha derribado convenciones sociales, que sigue en la carrera, sin dejar de correr, yendo de aquí para allá, convertida en una referencia para muchas jóvenes de países escandinavos, que la siguen, que la escuchan, que la aman, que grita con alegría y viveza proclamas reivindicativas y llenas de energía como: “Gracias a Dios, soy homosexual”. Una mujer segura, luchadora y reivindicativa, que sabe que hay mucho trabajo por hacer, y muchos más muros de ignorancia y fascismo que derribar, pero ella, mientras siga viva, seguirá en la brecha, sin descanso, llena de sinceridad y amor.

Entrevista a Georgina Cisquella

Entrevista a Georgina Cisquella, directora de la película «Hotel explotación: Las Kellys», en el Parque Jardins de Mercè Vilaret en Barcelona, el martes 4 de diciembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Georgina Cisquella, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Carmen Jiménez de ArteGB, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Entrevista a Julia Dahr

Entrevista a Julia Dahr, directora de «Gracias por la lluvia». El encuentro tuvo lugar el jueves 1 de marzo de 2018 en la Plaza Gutenberg del Campus UPF en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a  Julia Dahr, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Mercè, la traductora, por su amabilidad, generosidad y trabajo,  y a Ot Burgaya y Laia Aubia de El Documental del Mes, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

120 pulsaciones por minuto, de Robin Campillo

LA LUCHA CONTINÚA.  

El arranque de la película es sumamente descriptivo y eficaz, lanzándonos de lleno a la cuestión que plantea su discurso. Unos jóvenes escuchan atentamente a un activista del Act-Up París que les explica la idiosincrasia de la asociación de LGTB que lucha contra el sistema para visibilizar los enfermos de VIH positivo y que se inviertan todos los recursos disponibles para luchar contra la enfermedad de forma más eficaz que hasta la fecha, además, les menciona el modus operandi de sus acciones de protesta y el funcionamiento de las asambleas donde de forma democrática se debate, se escucha y se llegan a acuerdos en la forma de aplicar las teorías. Estamos a principios de los 90, cuando el estado demonizaba al colectivo LGTB, y por supuesto, no veía con malos ojos la enfermedad del SIDA, que ya se había convertido en una epidemia mundial que haría estragos en la comunidad citada, y en otras, como los toxicómanos y demás. La tercera película de Robin Campillo (Mohammédia, Marruecos, 1962) vuelve a explorar temas que ya estaban en sus anteriores dos trabajos, aquellos ocultos a la sociedad, pero que sobreviven en las sombras, en esa periferia de la sociedad que la gran mayoría se niega a ver, en Les revenants (2004) nos contaba una trama con trasfondo social y político, pero a través de unos muertos vivientes, en su siguiente trabajo, Eastern boys (2013) se detenía en las miserables peripecias de los menores venidos del este que subsistían prostituyéndose en Francia.

En su nuevo trabajo, vuelve a introducirnos en un relato social y político, de lucha y activismo, en el que unos jóvenes seropositivos se enfrentan a lo establecido, a las farmacéuticas amparadas por el gobierno de turno que se niega a visibilizar la enfermedad del SIDA y a combatirla con todos los medios a su alcance. Campillo que ha desarrollado toda su carrera como coguionista y editor al lado del cineasta Laurent Cantet, nos sumerge aquí en un estado de excepción constante, en una lucha incansable y decidida por convencer a aquellos que no quieren convencerse. Una lucha diaria, llena de energía y fuerza, a través del combate en primera línea, saboteando eventos (como la secuencia que abre la película) visitando las empresas y haciendo visible sus protestas con esa sangre de mentira que visibiliza la sangre contaminada que recorre sus cuerpos, irrumpiendo en aulas para explicar los efectos devastadores del VIH, mientras reparten condones, o manifestándose y montando campañas publicitarias con mucho ingenio y brillantez. Todo lo que este a su alcance para combatir esa enfermedad invisible que el establishment se niega a ver un gran problema cuando muchos de sus amigos perecen irremediablemente.

Campillo compone una película de arrollador ritmo y atmósfera, que sus 144 minutos se nos pasan volando, convirtiéndonos en uno más de las asambleas, en las que se debate agitadamente las diferentes posturas que allí se manifiestan (que nos recuerda a los mismos debates que tenían el profesor con sus alumnos en La clase) en la que todos hablan y exponen sus reflexiones y diferentes posturas que a veces, deben debatirse para llegar a consensos y de esa manera materializar con más fuerza sus acciones reivindicativas. Campillo no solo nos habla de  la actividad política, sino también, de aquello menos visible, los sentimientos que experimentan sus componentes, sus amores (como el que articula la película) o las secuelas terribles que tienen debido a los tratamientos ineficaces contra la enfermedad, y cómo van llevando sus problemas de salud, su declive y sus últimos días. El cineasta francés nos lleva en volandas por una película que recoge a los primeros activistas que se alzaron contra los poderosos, y lucharon incansablemente, hasta sus últimos días, para cambiar el destino de sus enfermedades, y por ende, sus vidas.

Una película de arrolladora energía, que levanta hasta el más apático, envolviéndole en ese colectivo de lucha política activa, aquellos que ejercen una fuerza contra los de arriba, contra esos que se hacen llamar representantes de la democracia, una democracia o cómo se llame, sujeta y completamente abducida a las leyes de un mercado capitalista, que en nombre de la libertad y la justicia, acapara grandes fortunas y deja sin recursos sociales a los que más sufren. El brillante y rico plantel de actores jóvenes, capitaneados por Nahuel Pérez Biscayart, Arnaud Valois o Adèle Haenel (que algunos recordarán como La chica desconocida, de los Dardenne) nos seducen con su fuerza, su agitación, sus miradas y sus gestos de rabia, con esa energía envidiable que se lanza a las calles a protestar y gritar mientras bailan moviendo unos pompones rosas, luces y colores, y también, oscuridades y sufrimiento, en una película necesaria y valiente, que recoge con una gran fuerza a todos aquellos que se levantaron contra el establishment, esos burócratas canallas que  corrompen un sistema del que se sirven en favor de sus intereses personales y el de sus colegas, aunque siempre tendrán la oposición de aquellos que no se callan las injusticias.

Angry Inuk (Inuit enfadado), de Alethea Arnaquq-Baril

LOS INUIT: VIDA, LUCHA Y ESPERANZA.

“Debemos frenar el prejuicio cultural que se nos impone y no nos permite beneficiarnos de nuestro entorno natural sin tener que perforar el suelo… Eso es lo que queremos como pueblo”

En 1922 Robert J. Flaherty dirigió Nanuk, el esquimal, un documento antropológico, considerado el primer documental de la hsitoria, que reivindicaba y daba a conocer las durísimas condiciones de vida de los inuit en el Ártico (en las tundras del norte de Canadá, Alaska y Groenlandia) y su forma de vida naturalista y ancestral indígena que vivía de la caza de las focas, por su carne y comercialización de pieles. Ahora, casi un siglo después, ese tipo de vida se ve seriamente amenazada por la tremenda oposición de las grandes organizaciones animalistas internacionales que promueven campañas millonarias en contra de la caza de las focas, aunque hay excepciones para la comunidad inuit, pero paradójicamente, esos movimientos promueven la prohibición de comercializar con las pieles, elemento comercial básico para la subsistencia de los inuit. La directora Alethea Arnaquq-Baril, inuit de nacimiento, coge la cámara y siguiendo con su filmografía, vuelve a mostrarnos su cultura, su vida y sus gentes, como ya hiciera en su anterior largo Tunniit: Retracing  the  Lines  of  Inuit  Tattoos, donde daba buena cuenta del espíritu inuit, reivindicando su forma de vida, y sus necesidades vitales para su subsistencia ante leyes que les obligan a su casi desaparición.

Arnaquq-Baril nos sitúa en Kimmirut, en el territorio de Nunavit, en el Ártico canadiense, en la zona más extensa de Canadá, en un paisaje helado, de temperaturas extremas y durísimas condiciones de vida, arrancando su película de forma antropológica, mostrándonos la forma de caza de los inuit, acompañando a un pariente y su nieto en su cotidianidad, donde después de cazar una foca, todo el proceso de despiece del animal, y la utilización de las diferentes partes, la comida entre familiares, la venta de otras partes, y la preparación de la piel para finalmente venderla. Un proceso que contribuye a la preservación del ecosistema y la forma de vida de la comunidad inuit. Después, nos habla de un poco de la historia de los inuit, cómo ha evolucionado el ajetreado siglo XX en la comunidad, donde han tenido que hacer frente al impecable contaminación del capitalismo que les ha llevado a cambiar de tierras, verse hostigados por las multinacionales porque su tierra es rica en minerales, tales como el petróleo y el gas, y hacer frente a los elementos naturales, en un ambiente sumamente hostil, helado, y temperaturas que alcanzan más de -30º. Ante este panorama, la comunidad se ha movilizado y ha viajado hasta Europa para reivindicar su forma de vida, y protestar contra leyes que atentan ante su futura existencia. La película arranca en el año 2008 y finaliza en el 2016, después de seguir un itinerario viajero que lleva a algunos representantes de los inuit, entre ellos la propia directora, que llevan una campaña a favor de la caza de focas, explicando las campañas internacionales ecologistas que utilizan las focas para enriquecerse y favorecer a grandes multinacionales que comercializan con otro tipo de animales.

Una comunidad pequeña, aislada, que se caracterizan por su vida solitaria, tranquila y sosegada, intentan hacer ruido para que la comunidad internacional (Unión Europa) les haga caso y les ayuden a mantener su estilo de vida, donde la caza de focas es primordial. La directora inuit coloca su cámara en su campaña de protesta, en sus viajes, en las entrevistas con parlamentarios europeos, concentraciones, y demás actos políticos, pero no olvida, mostrar la forma de vida de sus paisanos, en su día a día, y lo hace desde la sencillez y la honestidad, capturando cada detalle, cada mirada, situándonos en el centro de la acción, desde la modista que hace sus diseños con piel de foca, los cazadores que hacen lo imposible por mantener a su familia, y los estudiantes universitarios que colaboran para que su comunidad siga latiendo y tenga un futuro digno, en una película sobre un modo de vida invisible, pero muy humanista, donde hay cabida para la política, lo social, lo cultural y lo económico, parte fundamental para la subsistencia de cualquier modo de vida del mundo, aunque algunos políticos y empresarios opinen de diferente manera, sin profundizar en la cuestión, aplicando leyes que sólo benefician a las grades empresas, sin tener en cuenta a las comunidades indígenas que plantean una forma de vida diferente y saludable con su entorno.

Encuentro con Jean-Gabriel Périot

Encuentro con Jean-Gabriel Périot, director de «Une jeunesse allemande», con motivo de la sesión organizada por el colectivo OVNI (Observatori de video no identificat). El acto tuvo lugar el domingo 18 de junio de 2017 en el CCCB en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jean-Gabriel Périot, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, y al colectivo OVNI, por su organización, generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.

Encuentro con Alba Sotorra

Encuentro con la directora Alba Sotorra, sobre su próxima película «Amazones», con la participación de Jordi Vàquez de KurdisCat – Còmite Català de Solidaridat amb Kurdistán.  El evento tuvo lugar el lunes 7 de marzo de 2016, con el título «Dones protagonistas dels canvis socials», dentro del marco del Día Internacional de la Mujer, en la Biblioteca Sant Gervasi-Joan Maragall de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Sotorra, por su tiempo, generosidad y cariño, a Jordi Vàzquez, por su participación y conocimiento, y a Laura Pla, de la Biblioteca y organizadora del evento, por su paciencia, amabilidad y simpatía.