Hafreiat, de Alex Sardà

ENTRE DOS AGUAS. 

“La vida solo puede ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida mirando hacia delante”.

Soren Kierkegaard

Recuerdan al Isra, el protagonista de Entre dos aguas (2018), de Isaki Lacuesta. Un joven que salía de la cárcel, y le esperaba una vida que se debatía entre volver a delinquir o aceptar un trabajo precario para volver con su mujer e hijas. Una situación parecida es la que vive Abo Dya, un hombre fugitivo de Ammán, que vive en Gneyya, un pueblo del norte de Jordania, junto a su mujer embarazada y su pequeño hijo Dya, mientras se gana la vida en la excavación arqueológica de unos españoles. Abo Dya quiere dejar su pasado de traficante y empezar una nueva vida, aunque las cosas no resultarán nada fáciles. El cineasta Alex Sardà (Barcelona, 1989), formado en la Escac, y autor de interesantes cortometrajes de ficción como Gang (2020) y Fuga (2021), en los que predominaba la inmediatez, la juventud y las relaciones personales, nos presenta su primer largometraje que recibe el nombre de Hafreiat (traducido como “Excavación”), en la que a partir de la citada excavación, se adentra en lo humano y lo social, como mencionaba Renoir, en el paisaje que investiga las formas de vida, tanto laboral como emocionalmente. 

Estamos ante una película observacional, una cinta que mira e investiga las circunstancias de su protagonista, pero no lo hace de forma meramente convencional o acudiendo a lo fácil, sino todo lo contrario, el seguimiento que hace de Abo Dya es muy cercano, sensible y tangible, porque todo lo que vemos y oímos nace desde la “verdad”, esa verdad que se puede tocar, porque no está edulcorada o manipulada, sino que consigue reflejar una parte de la existencia de Dya, su presente más inmediato y todo su alrededor: trabajo, familia, pasado e ilusiones. Sardà usa la excavación para centrarse en este trabajador y su relación con su pasado delictivo y su presente con su hijo Dya, al que educa desde la sencillez y lo cotidiano, explicándole lo que fue y lo que no quiere ser ahora. Este hombre no está muy lejos de aquel Toni, el inmigrante español que intentaba ganarse la vida en la vendimia retratado por el citado Renoir, o aquel Antonio Ricci de Ladrón de bicicletas, de De Sica, porque todos ellos son hombres que trabajan para labrarse un futuro para los suyos y ellos, a pesar de la escasez laboral, del pasado difícil y demás hechos. 

Sardà cuenta su relato del aquí y ahora desde lo humano y a su vez, desde lo político, que diría Gramsci, donde viendo cómo vive este hombre y su familia, sabemos la situación de esa zona de Jordania, y sobre todo, sabemos las dificultades en las que viven allí aquellas personas que luchan por encontrar su lugar. A partir de un guion escrito por Txell Llorens y el propio director, que captura la vida, sueños y frustraciones de Abo Dya, la cámara de Artur-Pol Camprubí, del que conocemos su trabajo en Tolyatty adrift (2022), de Laura Sisteró, penetra no solo en la intimidad de Abo Dya, sino en su interior, tanto en lo personal, en lo social, con sus quehaceres laborales, donde intentan mejorar las condiciones laborales, y su alma, donde conocemos los miedos a su pasado y el futuro que quiere diferente. Un montaje que sabe captar esa mezcla de momentos, donde todo se bifurca, en que lo interior y lo exterior acaba siendo una fusión imposible de definir, en una película que tiene unos noventa minutos llenos de vida, de alegría y de tristeza, y de dura realidad, en un espléndido trabajo de Ariadna Ribas, que sobran la presentaciones para una de las grandes editoras del cine más reflexivo y sólido de nuestro país, ese “Impulso Colectivo”, que tan bien acuñó otro grande como Carlos Losilla. 

Estamos muy contentos con la película Hafreiat, de Alex Sardà, porque a parte de construir una realidad que no está tan lejos como pudiera parecer, porque muchos de los problemas que sufre Abo Dya, también son problemas de aquí, y por ende, son problemas endémicos de un sistema que explota sin importarle las vidas que hay detrás de los que lo sufren. Hafreiat habla de un hombre que quiere dejar su pasado atrás, como le ocurría a Eddie Taylor, al protagonista de Sólo se vive una vez, de Fritz Lang, y construir una nube vida con su familia e inculcar a su hijo la bondad y la humanidad, a pesar de su alrededor, donde cada pan hay que ganarselo sudando mucho y trabajando con dureza en condiciones muy complicadas. Porque Abo Dya es una de muchas personas que intentan salir del agujero y respirar, tirar hacia adelante, aunque sea con poco, y debe seguir luchando para conseguirlo. El cineasta catalán consigue con poco esa intimidad apabullante, atrapando lo personal y lo social sin ningún tipo de alarde narrativo, ocupando ese espacio donde la vida fluye y donde los personajes explican sin apenas diálogos, sin explicar a cámara, sólo viviendo y el cineasta expectante, paciente a qué suceda la vida y todo lo demás, para así poder registrarlo y mostrarlo a todo aquel que esté interesado en las historias cotidianas, en personas de carne y hueso enfrentadas a la cotidianidad, a su vida, a su pasado y a su inquietante futuro, porque si una cosa deja clara la película de Sarda, es que la realidad y la existencia de Abo Dya, aunque se encuentre muy alejada de nosotros en distancia, su proximidad e intimidad está muy cerca, tan cerca que podríamos ser uno de ellos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El secreto del Doctor Grinberg, de Ida Cuéllar

JACOBO GRINBERG. CASO ABIERTO.

“No existe una realidad independiente o ajena a nosotros, somos nosotros quienes la elaboramos”

Jacobo Grinberg

Cualquier tipo de búsqueda genera una profunda investigación, no solo ya los pormenores de la desaparición, sino los hechos que lo propiciaron, y aún más, la vida anterior del personaje en cuestión. Quizás esta última parte, más misteriosa aún más si cabe, porque la vida que conocemos, en cierto modo, la pública y la oculta, entraña el misterio en sí, porque de esa vida conocida o no, se encuentran las claves que ocasionaron dicha desaparición. En el caso de Jacobo Grinberg (Ciudad de México 1946), toda su existencia, la que conocemos o no, se truncó aquel lejano 8 de diciembre de 1994, cuando contaba con solo 47 años. Pero, he aquí la cuestión. ¿Cuáles fueron las circunstancias de la desaparición de Grinberg? ¿Cómo se produjo? ¿Quién o quiénes estaban interesados en él? E infinitas preguntas más. Todas esas cuestiones son las que se plantea el cineasta Ida Cuéllar durante los siete años de investigación sobre el caso, que vive a caballo entre Barcelona y Ciudad de México, astrólogo y estudioso del Tarot, y en sus obras un explorador de la imaginación y la consciencia, no solo nos explica la vida y el trabajo de Grinberg, sino también, intenta esclarecer las circunstancias de su extraña desaparición.

El secreto del Doctor Grinberg se decanta por el thriller de investigación, con el aroma de los mejores títulos del cine de género estadounidense setentero, abriendo varias líneas, llevándonos por muchos lugares del ancho planeta. En la primera, nos sitúa en las pesquisas del comandante Padilla, el jefe de policía a cargo de la investigación del caso, otra línea son las entrevistas del propio Cuéllar con familiares, amigos y colegas de profesión de Grinberg, en el que traza esa vida pública y oculta del personaje, y aún más, se hace una reflexión del trabajo de Grinberg, que destacó enormemente como neurofisiólogo y psicólogo, dedicándose a estudiar el chamanismo mexicano, la conciencia, disciplinas orientales, meditación y telepatía, llegando a ser mundialmente conocido. La película huye, inteligentemente, de las certezas, y elabora un trabajo exhaustivo, lleno de tensión, brillante y místico sobre la figura del investigador de la conciencia, y sobre todo, no enlazándolo ni nada que se le parezca, sino construyendo un retrato inolvidable sobre todo aquello que somos, y todo aquello que podríamos ser.

La película también actúa como un trabajo fascinante y revelador sobre Grinberg y todo aquello que fue: su viaje a Israel, que lo cambió para siempre, la aparición en su vida de personas como la curandera Pachita, sus relaciones con el poder, la amistad con el antropólogo y brujo Carlos Castaneda, su viaje al New York contracultural, y Teresa Mendoza, la mujer que compartía su vida cuando desapareció, la CIA estadounidense, y demás asuntos que se mezclan en la ardua investigación. Cuéllar lanza innumerables preguntas sin respuestas, investiga y elabora algunas hipótesis, algunas que quizás son ciertas, y otras, pura fantasía o no, nunca se decanta por ninguna de ellas, solo investiga y llega a ciertos lugares y personas, pero nunca nada definitivo, en cierta manera, no está muy lejos de Zodiac (2007), de David Fincher, la investigación de dos polis sobre uno de los mayores asesinos en serie de EE.UU., o de JFK (1991) y JFK: Caso revisado (2021), las películas de Oliver Stone sobre el magnicidio de Kennedy, ni tampoco de las películas-documentales-investigación de Isaki Lacuesta como Cravan vs. Cravan (2002) y Los pasos dobles (2011), sobre las misteriosas figuras del poeta Arthur Cravan y del pintor François Augiéras, respectivamente.

La opera prima de Ida Cuéllar destaca por su precisión y estupenda narrativa y forma, porque todo está elaborado con cuidado y detalle, nada se deja al azar ni mucho menos a la mera inventiva, porque la película consigue un trabajo riguroso, donde todo es honesto y cercano, se muestra lo más clara posible en sus investigaciones y en su incansable búsqueda, una búsqueda fascinante, hipnótica y llena de misterios que, a día de hoy, continúan ocultos, al igual que Jacobo Grinberg, un personaje que la película descubre y sobre todo, reivindica como estudioso de la mente y la conciencia, y nos habla de sus más de medio centenar de libros en los que plasmaba el resultado de sus novedosas y sorprendentes investigaciones. Nunca sabremos que ocurrió con Grinberg, o quizás algún día sí, lo que si sabemos seguro es que su trabajo y obra están ahí para ser descubiertas por cualquier persona que quiera saber, quiera conocer, y adentrarse en un mundo más allá de lo conocido, un universo fascinante y lleno de sueños, donde los sueños ya no son una mera ilusión, sino toda una búsqueda diferente, que tiene que ver con otras leyes, leyes que se escapan de lo racional y lo físico, y pertenecen a otras dimensiones, materias y estados, un universo en el que quizás Grinberg se encuentra ahora mismo, o tal vez, no, quizás alguna vez lo sepamos, y Grinberg también. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cantando en las azoteas, de Enric Ribes

LA DIGNIDAD COMO ORGULLO.

“Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que sí ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacía el Pato Donald… Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar… y vivir es reírse…”

Carmen Martín Gaite

Nació como Eduardo Rondón en los años veinte en San Fernando en Cádiz. De infancia difícil en el seno de una familia obrera, se refugia como monaguillo donde será objeto de abusos. Se alista al ejército en el Sáhara y luego, huye a París dejando una España franquista y reaccionaria. Allí trabajará para Cocteau y François Sagan y se convertirá en el transformista Gilda Love, que lo lleva a Barcelona en la década de los sesenta y setenta en un espectáculo que se convierte en la sensación de Barcelona. Gilda Love es el último transformista de la Barcelona más underground y canalla.

Cantando en las azoteas no hace un recorrido por la larga y novelesca vida de Gilda Love, sino que se centra en el aquí y ahora. La cotidianidad de un nonagenario, que vive con pocos recursos en el barrio del Raval, que sueña con volver a actuar, y las circunstancias le obligan a cuidar de una niña. El cineasta Enric Ribes (Barcelona, 1989), a pesar de su juventud, alberga una larga trayectoria junto a Oriol Martínez con el que dirige varios cortos como Take Me to the Moon (2014) y Xong Di (2016), sobre la intimidad de las colonias textiles de China, y largometrajes como Glance Up (2014), sobre un deportista discapacitado, y The Peach Blossom Garden (2016), sobre el sueño de un paraíso perdido en China. En solitario Ribes dirige Greykey (2018), retrato contado por la hija de un guineano-español superviviente de Mauthausen, galardonado internacionalmente, y producido por Valérie Delpierre, al igual que su opera prima en solitario, el mismo viaje que hiciera con Carla Simón y Pilar Palomero, que nace del proyecto de un corto documental para convertirse en una mirada tierna y humana de Gilda Love, y lo hace con un magnífico guion que firma Xènia Puiggros (productora entre otras de La mujer ilegal, de Ramón Termens y Voces rotas, de Héctor Faver), en el que colabora el propio director y ha tenido como consultora a Isa Campo.

Una historia desde la intimidad de Gilda Love, y siguiendo una trayectoria que continua anclada en el retrato ,en un ejercicio muy interesante en el manejo del archivo, que hay muy poco, en ese ejercicio de mirar al otro, de penetrar en su intimidad, de entrar en lo doméstico, en filmar a su personaje en la cotidianidad de su vivienda con sus quehaceres diarios, comprar gas, cuidar de sus plantas, maquillarse y vestirse frente al espejo como hacía antes, tender la ropa en la azotea mientras canta recordando como lo hacía su madre, escuchando y tarareando sus actuaciones, y de repente, la aparición de Chloe, una niña de dos años, con un padre en la cárcel y una madre haciendo la calle, que se quedará con Gilda como antaño hizo con otros niños. Una relación que no solo recuerda a aquella otra de El chico, de Chaplin, una película que tiene más de un siglo de existencia, sino que ejerce como faro para hablarnos de todo aquello que vemos y no vemos de singular personaje. Una exquisita, cálida y naturalista cinematografía de Anna Franquesca Solano, a la que Ribes recupera de sus trabajos anteriores, amén de realizar una carrera en el cine independiente estadounidense con títulos tan loables como Indiana, de Toni Comas, o The Farewell¸de Lulu Wang, entre otras.

El director catalán reúne su relato en unos especiales y auténticos setenta y ocho minutos en un gran trabajo de edición que firman Guillermo Irriguible, que ya estuvo en Greykey, Queralt González, con experiencia en series como Sé quién eres, Vida perfecta y Hache, entre otras, y Sofi Escudé, que ha trabajado con Mar Coll, Liliana Torres y Pilar Palomero, entre otras. Ribes sin alardes ni subrayados, construye una excepcional película que aborda temas tan universales como la vejez, las personas mayores del colectivo LGTBIQ+, la soledad, la dignidad de ser diferente y seguir defendiéndolo y aceptándose, y sobre todo, la bondad, ese valor humano en vías de extinción, una obra que le acerca a aquella bondad y humanismo que tanto declamaban cineastas como el citado Chaplin, Renoir, Rossellini, Kiarostami, Kaurismäki, entre otros, donde lo humano y la cercanía con el otro es esencial para seguir viviendo con dignidad y orgullo, y Gilda Love es todo un ejemplo en ese sentido, porque como dice ella todo lo ahce de corazón y sin esperar nada, sintiéndose útil y siendo generosa, como la misma actitud que tenía el anciano de Umberto D, de De Sica, que a pesar de las injusticias que soportaba y no tener nada, se mostraba bondadoso.

Ribes nos ofrece un hermosísimo canto a la vida, al amor y a resistir como forma de ser, mirando a su personaje desde la honestidad, sin caer en el sentimentalismo ni la condescendencia, mirando por la mirilla, sintiéndose uno más de su vida, alguien que mira y filma, siempre desde la sinceridad, mostrándolo todo y haciéndolo de forma tierna y sensible. El director barcelonés ha creado una película muy sencilla, y tremendamente honesta, una obra auténtica, de verdad, que emana vida y humanidad por sus cuatro costados. Un relato sobre alguien que tiene una actitud de rebeldía y dignidad ante la vida, que a sus más de noventa años, sigue en pie, en la lucha, siendo una persona que nunca se rendirá, que seguirá dando guerra, porque solo las cosas que nos importan, hacen que seamos reales, como Cantando en las azoteas, que no solo nos descubre a un personaje-persona de una Barcelona desaparecida, sino que nos abre los ojos para que volvamos a sentir valores que parece que la sociedad consumista e individualizada ha desterrado, valores como la dignidad, la bondad y la resistencia, valores que nos hacen humanos, al fin y al cabo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lo que no te mata…, de Alexe Poukine

TODAS LAS MUJERES VIOLADAS.

“Me llevó años romper estas sensaciones. El peor efecto secundario fue el odio”

Ada Leiris

La película se abre de una manera feroz, inquietante y veraz, con un primer plano de una mujer alrededor de los treinta años, que mira detenidamente la cámara. El encuadre es cerrado y quieto, no hay sonido ni nada que nos distraiga, solo un rostro que nos mira o esconde la mirada, haciendo un esfuerzo titánico para encontrar las palabras que tanto cuesta pronunciar. La mujer empieza a hablar, pero se detiene, le cuesta un mundo explicar su relato, explicar que con 19 años fue violada por un amigo tres veces en una semana. La directora belga Alexe Poukine, que debutó con Dormir, dormir dans les pierres (2013), en la que contaba la tragedia de su tío que vivió y murió en la calle, firma su segundo trabajo que recibe el título original de Sans Frapper (traducido como “Sin llamar”), adentrándose en las violaciones que se producen en el entorno cercano, la mayoría de los casos, a través del relato real de Ada Leiris, pero contado y analizado por una docena de mujeres que también han sido víctimas de violaciones, y también, la aportación de dos hombres.

Poukine despoja su película de cualquier elemento distorsionador, no hay música ni efectos de sonido, solo el testimonio de cada una de las mujeres, el de Ada y el suyo propio, y analizando exhaustivamente todo el proceso que vivieron, desde todos los ámbitos y ángulos posibles, acentuando la desvictimación  de las mujeres violados, y encarando de frente y en primera persona todas las emociones que han sufrido, desde la vergüenza, el sentimiento de culpa, el dolor y cada sentimiento vivido después de ser víctimas de una violación. La directora belga sigue un itinerario lineal, desde la violación de Ada, y luego, todo su proceso vital, capturando las emociones que se van generando en las personas que nos explican el relato de Ada, el suyo propio, y el análisis de las terribles consecuencias que sufrieron. Un relato ejemplar, impactante, terrorífico, y muy transparente, en que la directora aparece muy poco solo formulando alguna cuestión, casi siempre escuchamos el relato y su relato, en una película-confesión que consigue hablarnos de forma audaz y sincera de un tema desgraciadamente demasiado común, como explicaba la magnífica película corta Suc de síndria (2019), de Irene Moray, que se adentraba en las consecuencias emocionales y sexuales de una mujer víctima de una violación.

Poukine escucha y captura todos los relatos de las mujeres violadas, confeccionando un potente y doloroso retrato sobre las violaciones a mujeres, en entornos domésticos perpetrados por hombres conocidos y amigos, y lo hace desde la sencillez y honestidad de su dispositivo cinematográfico, que no puede ser más auténtico e íntimo, sin sentimentalismos ni vericuetos narrativos. Un solo plano, fijo y cercano, que consigue visibilizar con sencillez un problema demasiado habitual, mirando cara a cara a las víctimas y a los agresores, colocando a cada uno en su lugar, sin condescendencias ni nada que se le parezca, escuchando a todos, y proponiendo un brutal ejercicio de sinceridad, que saque todo aquello que se ha guardado y ocultado, mirándonos de frente, contándonos su terrible experiencia y abriéndonos su alma de la manera más descarnada y veraz. Escuchamos todas las confesiones de las mujeres violadas, sus procesos y sus emociones, su dolor y su estado actual, para generar ese tipo de reflexiones tan necesarias en el mundo veloz y estúpido que vivimos, dejándonos tiempo y espacio para mirar con honestidad a estas mujeres que se abren en canal, y escuchando sus testimonios.

La directora belga se apodera del testimonio de Ada Leiris, y nos lo cuenta a través de estas docena de mujeres, y dos hombres, ampliando el relato y filmando con increíble y potentísima credibilidad todos los demás testimonios y procesos vividos, en una película que no solo habla de la violación, sino de todos las consecuencias que han experimentado y experimentan estas mujeres, porque aquel suceso vivido ha marcado sus vidas, tanto sus futuras relaciones y todo lo que han tenido que trabajar emocionalmente para abandonar todo lo que arrastraban interiormente. Si una de las funciones del cine es explicar relatos de personas, Lo que no te mata…, es un ejemplo extraordinario, porque no solo nos explica relatos estremecedores, sino que lo hace desde el rostro y la palabra del que lo ha sufrido, abriéndonos una ventana potente sobre las violaciones silenciadas, sobre todos esos sucesos terribles que ocurrieron cuando todo hacía pensar en lo contrario. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Marwa. Pequeña y valiente, de Dina Naser

LOS NIÑOS EXILIADOS.

“Aunque no viva en mi tierra, mi tierra vive en mí”

En Promises (2001), de Justine Shapiro, B. Z. Goldberg y Carlos Bolado, nos situaban en un campo de refugiados palestinos, un asentamiento israelí en Cisjordania, y Jerusalén, en el que un grupo de niños palestinos e israelíes testimoniaban su cruda cotidianidad, con una entereza, inteligencia y esperanza el eterno conflicto entre los dos países. La directora Diana Naser, jordana con raíces palestinas, emprende un camino parecido, dando voz a los niños, en encabezados por Marwa, siria y exiliada, que vive junto a su familia en el campo Zaatari, en Jordania. Naser, que ha trabajado en películas de Fatih Akin y Anais Barbeau-Lavalere, y ha enfocado su trabajo en los conflictos palestinos, a través de una mirada honesta e íntima, explicando el humanismo y la complejidad que encierran estos relatos. La mirada de la cineasta jordana se dirige a la vida y la de documentar la cotidianidad de unos refugiados lejos de su vida y tierra, y coloca la cámara, como hacía Ozu con sus personajes, a la altura de la mirada de Marwa, sus hermanos y los otros niños que pululan por el campo, siguiendo con una gran honestidad sus quehaceres diarios como los trabajos domésticos, la escuela, los juegos, los conflictos entre hermanos, o ese otro mundo, el de los adultos, que los más pequeños de la casa, entienden y ayudan en todo lo que pueden.

Asistimos a la vida en condiciones infrahumanas, donde la realidad del campo, amurallado y con barrotes, los exiliados son prisioneros de su condición de refugiado, como esos magníficos travellings, en el interior del automóvil, donde la directora deja clara esa vida aislada y encarcelada, o esos maravillosos y aterradores momentos, donde la familia, a través de una video llamada, hablan con el hermano que lucha por la liberación de Siria, y les muestra a su recién nacido. Naser filma la vida,  los Tiny Souls (esas “Almas pequeñas”, que ha referencia el título original), capturando todos esos momentos que se mezclan, pasando del horror a la esperanza en cuestión de segundos. La directora captura con gran criterio y fuerza, la situación de inestabilidad en la que viven Marwa y su familia, siguiendo su existencia durante cuatro años, los que van desde el año 2012 al 2016, filmándolos en el campo de refugiados, luego, en un piso de Ammán, la capital de Jordania, para más tarde, volverlos a filmar nuevamente en el campo de refugiados, y finalmente, perderles la pista después de su viaje forzoso a la frontera siria, cuando acusan al hermano mayor de pertenencia a los islamistas radicales.

La situación que nos muestra la película es dura, áspera y difícil, pero la mirada inocente y fresca de los niños, lo cambia todo, impregnando la película de ilusión y esperanza, donde no cabe desánimo y derrota, sino todo lo contrario, una bandera de libertad, de resistencia, de alegrías y juegos, centrándose en la figura de Marwa, con sus once años, en la que vemos in situ, su proceso de la infancia a la adolescencia, con sus primeros amores, sus aventuras que no serán del gusto materno, y todos esos cambios, tanto físicos como mentales, que sufrimos cualquier persona durante ese período, bajo el contexto de alguien que ha dejado su país en guerra, que ha presenciado demasiados horrores, y sueña con volver un día a su tierra en paz. La voz en off de la directora aparece en ciertos momentos, para ir articulando el film-diario de Marwa y su familia, y el suyo propio, el de la cineasta en busca de su personaje, y sobre todo, en filmar a una niña que vive en esa situación extrema, y añadiendo su propia experiencia, con su padre, que también fue un exiliado años atrás, cuando ella tenía la misma edad que Marwa.

Estamos frente a una crónica de los hechos, bajo la mirada de una niña de once años, que nos evoca, indudablemente, al Diario de Ana Frank, escrito por una niña con trece años, que evoca también, un exilio, este interior, en el que Ana y su familia se escondieron en el desván. Naser huye de cualquier atisbo de sentimentalismo, ni nada que se le parezca, por el contrario, opta por la verdad que destila cada plano de su película, mostrando la realidad del campo, el desanimo que produce vivir tan lejos de casa, con esa esperanza de algún día volver a casa, como la magnífica secuencia, en la que Marwa y un grupo de niños en corrillo, explican sus sueños, en los que la niña siria explica uno muy poética, en la que convertida en una paloma, se celebra un día de fiesta en su pueblo, en la que incide en ese estado de libertad y alegría que tanto caracteriza el carácter de Marwa, para después la cámara abandona el grupo y muestra la realidad triste y sucia del campo, donde Naser nos muestra como la mirada de una niña de once años puede romper cualquier barrera u obstáculo en el que viva, filmando todo ese proceso que abarca cuatro años, cuando Marwa, con quince años, mira a la cámara, convertida ya en una adolescente que sigue soñando, ahora con otras cosas, pero eso sí, sin olvidar ese regreso soñado, volviendo a ese pasado, a la Siria antes de la guerra, donde las cosas respiraban armonía y felicidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Diego Maradona, de Asif Kapadia

EL ÍDOLO DE BARRO.

“Cuando vos entrá en la cancha, se va la vida, se va todo”.

Diego Armando Maradona (Buenos Aires, Argentina, 1960) encarna al prototipo de jugador nacido en los arrabales de las ciudades que llega a convertirse en un ídolo mundial, y en su caso, muchos aficionados lo consideran una especie de Dios futbolístico, alguien que trasciendo el campo de fútbol para convertirse en un icono, algo parecido a The Beatles o la Coca-Cola. Muchos ríos de tinta hay sobre su vida, tanto futbolística como personal, quizás en un tiempo de su vida, cuando todavía era jugador de fútbol, su vida como futbolista se convirtió en un mero espejo de la vida que tanto interesaba a la opinión pública, convirtiendo su vida íntima y personal en el centro de la prensa más sensacionalista, una vida que iba siempre rodeada de polémica, sus incontables líos de mujeres, o al menos eso publicaba la prensa, sus salidas nocturnas que tanto le criticaron o sus negocios sombríos y oscuros con la camorra napolitana. El cineasta británico de origen indio Asif Kapadia (Kackney, Londres, Reino Unido, 1972) que ha trabajado en la ficción tanto cinematográfica como televisiva, empezó a recoger las mieles del éxito con su trabajo en el campo documental con Senna (2010) que recogía la malograda vida del exitoso piloto de Fórmula 1, a la que siguió con abundante éxito la película Amy (2015) ambos trabajos situados en el documental de archivo, donde a partir de innumerables imágenes íntimas y personales se hacía un retrato complejo, veraz y magnífico de las vidas malogradas de los dos ídolos, tanto en el motor como en la música.

Siguiendo la misma línea de sus anteriores trabajos, Kapadia junto a su inseparable equipo encabezado por James Gay-Rees (productor), Chris King (editor) y Antonio Pinto (compositor) realizan un trabajo fascinante y único sobre la vida del astro del balón Maradona, arrancando en aquel verano del 84, el 5 de julio, cuando el genio futbolístico llegó a Nápoles, en un inicio donde la película arranca de forma espectacular, en el que vemos a un automóvil a toda velocidad por las calles de Nápoles,  sorteando otros vehículos y paparazis con destino al estado napolitano para la presentación de Maradona, a ritmo de sintetizador. A partir de 500 horas de metraje procedente del propio Maradona, Kapadia, con su habitual habilidad y paciencia, reconstruye la biografía de Maradona en su estancia en Nápoles, un club pequeño y modesto que el astro argentino lo convirtió en campeón italiano y lo alzó hasta la cima, convirtiéndose en un club campeón durante su estancia. Esos siete años donde la ciudad era Maradona, donde todos lo idolatraron, lo amaron y lo santificaron, ofreciéndole todo lo que tenían.

La película muestra estas imágenes inéditas y personales del futbolista, haciendo hincapié en sus orígenes humildes y miserables, dejando bien claro que un chaval de apenas 14 años tuvo que sostener a su familia y convertirse en la parte económica de los suyos, y cómo fue su efímero paso por el F.C. Barcelona, su traspaso al Nápoles, su vida familiar, sus grandes tardes de fútbol demostrando la calidad infinita de sus botas, elevado al centro de los dioses del balón, considerado por muchos expertos en uno de los mejores jugadores de la historia. Pero, que escondía tras esa imagen de éxito, un tipo que le encantaba salir de noche, flirtear con otras mujeres a pesar de tener novia oficial primero, que luego se convertiría en su esposa, una especie de niño grande que no pensaba en las consecuencias de sus actos, en quién se había convertido, en alguien que cada paso que daba se registraba en la mente y la crítica de tantos, un argentino que acabó haciendo negocios sombríos con la mafia, sin saber muy bien que hacía.

Kapadia ha construido un excelente y reflexivo documento, bien condensado informativamente hablando, con ritmo y enérgico, lleno de vericuetos argumentales, extrayendo de manera ágil y honesta, sin sentimentalismos ni condescendencias la vida de Maradona, ofreciendo un retrato sincero, visto desde múltiples puntos de vista, como los testimonios de tantos conocidos y allegados, mezclados con esas imágenes que nos devuelven años de gloria, años de grandes tardes futbolísticas, y también, noches sin fin, noches oscuras, demasiadas rayas de cocaína, demasiados revolcones con desconocidas en camas a las que jamás uno debería entrar, y esas huidas a la nada que tanto protagonizó la vida de Maradona fuera del fútbol, un hombre apasionado, extremo, que vivió el éxito demasiado rápido, que no supo gestionarlo y el dragón de la fama y el dinero lo fue devorando lentamente, quizás injustamente, pero al contrario que otros, Maradona siguió en pie, siguió dando guerra y sobre todo, supo vencerse a sí mismo, Diego venció a Maradona.

El director británico nos muestra el lado oculto detrás del espejo, en una especie de Dorian Grey, alguien superdotado para el fútbol, pero incapaz de tener una vida personal tranquila y en paz, una vida alejada de los focos que se convertía en un torbellino de fiestas, cocaína, amigos gánsteres y demás túneles oscuros, porque a pesar de tantos éxitos futbolísticos, toda esa vida personal disoluta le acabó pasando factura y el romántico idílico con el Nápoles y su ciudad acabó siete años después, con una sanción deportiva por consumo de cocaína y la vuelta a su país, y desde ahí, dando tumbos por otros clubes, por su selección, a la que ya no volvería la gloria de aquel verano del 86 en México cuando Argentino ganó el mundial con su presencia, y por su vida, en un vano intento de ser quién fue alguna vez, alguien que era capaz de todo en un estadio de fútbol, pero a la vez, era incapaz de conducir su vida, de controlarse y no lanzarse al abismo cada noche, como si fuera la última de su vida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nicolás Molina

Entrevista a Nicolás Molina, director de la película “Flow”, en el marco del DocsBarcelona, en el Teatre CCCB en Barcelona, el lunes 20 de mayo de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nicolás Molina, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Violeta Medina de Varanasi Prensa y Comunicación, y al equipo del DocsBarcelona, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Silvana, de Mika Gustafson, Olivia Kastebring y Christina Tsiobanelis

FEMINISMO A RITMO DE RAP.

“Siempre me decían que algo fallaba en mí, pero yo sabía que no era cierto”.

La película se abre de una forma clara y sencilla, cuando vemos a Silvana Imam (una cantante de rap feminista y homosexual, que canta contra toda forma de opresión) en su vuelta a la tierra de su infancia, Lituania, y accede al interior de una iglesia ortodoxa, y mantiene una leve conversación con uno de sus sacerdotes, que escucharemos en off, charla que dejará presente la diferencia y el conflicto existentes entre lo que canta Silvana y la postura de la iglesia en cuestión. Dos mundos diferentes, uno, el de Silvana que ama y canta a favor de lo diferente y el humanismo, y en cambio, el otro, el de la iglesia, que oprime, que habla de amor, cuando divide y mantiene las fronteras entre los que ellos aceptan, y los que no. Después de este breve prólogo, las tres directoras Mika Gustafson (1988) Olivia Kastebrin (1987) y Christina Tsiobanelis (1987) que debutan en el largo con Silvana, donde retratan durante un par de años, a modo de diario personal, a una joven de padre sirio y madre lituana, que a mediados de los 90, aterrizaron en Suecia, y su trayectoria desde el anonimato del arte underground a convertirse en un icono contemporáneo, a través de las letras inconformistas, políticas y de lucha contra toda forma de opresión contra aquello diferente o que simplemente, no encaja en el modelo de sociedad convencional.

Silvana que siempre ha tenido que esconder su condición sexual, y se ha trabajado todo lo que es, trabajando cada día desde lo más profundo, no es alguien que se calle ante las injusticias, alguien que sigue firme ante lo convencional, el fascismo y aquello ancestral que no respeta al otro por ser diferente. Una mujer de pie y con el puño en alto, que se define como lesbiana, feminista y antirracista, y utiliza su música rapera para protestar contra lo establecido, contra lo que oprime, contra todo estado, grupo o persona que atenta contra colectivos que luchan porque se respete su condición sexual o su manera de vivir, por muy diferente que sea con lo estándar. Las tres cineastas construyen una película de aquí y ahora, recogiendo de forma natural y honesta todo lo que pasa por su cámara, en un documental que nos abre una ventana dignísima y veraz, recogiendo con ojo avizor todo aquello que ocurre en la juventud sueca, en sus referentes musicales, y en esa protesta política e inconformista de muchos jóvenes de los países escandinavos, cada día acusados y maleados por ser como son.

Además, la crónica de estos dos años, recoge y filma con absoluta libertad y naturalidad, diversos aspectos de la vida de Silvana, desde sus reflexiones más íntimas, que tienen que ver con su condición y carácter, sus orígenes familiares, a través de la relación de sus padres y de videos caseros filmados cuando la cantante apenas tenía 7 años de edad, sus momentos de composición musical, sus conciertos, en las que incluye performances espectaculares y llenas de fuerza y valentía, la relación sentimental con otro ídolo de masas como Beatrice Eli, cantante de pop feminista y lesbiana. Una relación de amor que huye de todos los estereotipos sociales y convenciones para mostrar un amor de respeto, libre y muy vivo. Finalmente, la película explora otro aspecto muy importante en la vida de Silvana, su relación con el éxito fulgurante, en el que la exposición de su vida pública y sobre todo, la Silvana convertida en referente ensombreciendo su personalidad, todos aspectos que también una joven tiene que lidiar para no morir de éxito, y dejar de luchar por todo aquello en lo que había creído y peleado.

Gustafson, Kastebring y Tsiobanelis han creado una película llena de fuerza, y con un ritmo trepidante y vapuleador, como una canción de rap que canta Silvana, en que la película vive y respira al son de la artista, siguiéndola y entrando en su vida y en su alma, desde la espontaneidad y la honestidad hacia todo aquello que está filmando, y el respecto a una mujer libre y de carácter, que lanza al mundo, a través de las letras de sus canciones, proclamas que claman a favor de la igualdad, el respecto y la diferencia, como único camino hacia un mundo más justo, más igualitario y lleno de amor. Silvana Imam es una persona liberadora de estereotipos, que ha derribado convenciones sociales, que sigue en la carrera, sin dejar de correr, yendo de aquí para allá, convertida en una referencia para muchas jóvenes de países escandinavos, que la siguen, que la escuchan, que la aman, que grita con alegría y viveza proclamas reivindicativas y llenas de energía como: “Gracias a Dios, soy homosexual”. Una mujer segura, luchadora y reivindicativa, que sabe que hay mucho trabajo por hacer, y muchos más muros de ignorancia y fascismo que derribar, pero ella, mientras siga viva, seguirá en la brecha, sin descanso, llena de sinceridad y amor.

El silencio de otros, de Almudena Carracedo y Roberto Bahar

LOS OLVIDADOS EN LAS CUNETAS.

“Qué injusta es la vida… No, qué injustos somos los seres humanos”.

La frase que encabeza este texto y abre la película, la dice María Martín, una anciana que habitualmente se acerca a la curva de una carretera y deposita un ramo de flores  a un quitamiedos, el mismo lugar, Buenaventura (Toledo) donde 82 años atrás asesinaron y enterraron a su madre, Faustina López González. También, señala a en dirección a unos zarzales donde lanzaron su ropa, la anciana tenía entonces 6 años, pero lo recuerda como si fuera ayer. Desde el primer instante, la película nos sumerge en la memoria, en el recuerdo de los que ya no están, en esas ausencias que atormentan a sus descendientes, a aquellos que los recuerdan, a aquellos que jamás los han olvidados, los vivos que claman contra el terror del franquismo, contra aquella dictadura terrorífica que estuvo asesinando durante cuarenta años, y una vez terminada, con la ley de amnistía de 1977, todas esas víctimas fueron condenados al olvido institucional, una injustica inhumana que todavía persiste en la memoria de tantos que nunca los olvidarán. Almudena Carracedo y Roberto Bahar, cineastas residentes en EE.UU., donde cosecharon un gran reconocimiento con su anterior trabajo Made in L.A. (2007) en el que retrataban las visicitudes de tres costureras inmigrantes en los Estados Unidos.

En su nuevo trabajo, construyen un ejercicio humanístico y contundente sobre el pasado, sobre la memoria negra de España, y lo hacen a través de un trabajo de cinema verité e intimismo, retratando la cronología de la llamada “Querella Argentina”, donde un grupo de personas encabezadas por Carlos Slepoy, abogado de derechos humanos, víctimas directas y familiares de asesinados del franquismo emprendieron una lucha silenciada para llevar a los tribunales a aquellos asesinos y verdugos a las ordenes de la dictadura franquista, por medio de una jueza argentina que, al igual que hizo la justicia española con Pinochet, y amparados en un derecho universal de investigar los crímenes contra la humanidad, se lanzan a un proceso largo para contar la verdad, y hacer justicia, por ellos y por los que ya no están. Carracedo y Bahar han filmado durante 6 años todos los momentos de este grupo reducido al principio pero que pasó de más de 600 querellantes contra los verdugos, personas como la citada María Martín, José María “Chato” Galante (con el que recorremos la antigua cárcel de presos políticos) que siendo un joven universitario fue llevado a la Brigada Político Social de Madrid y torturado por Billy “El Niño”, uno de los torturados más significativos de la última década del franquismo, como Felisa Echegoyen, y tantos otros jóvenes en contra de la dictadura, que fueron torturados, encarcelados y algunos, asesinados, o esas madres que descubren que sus hijos dados por muertos en el parto, les fueron robados y con identidades nuevas, donados libremente a familias pudientes del régimen, y bien entrada la democracia.

Cada uno de los represaliados nos ofrece sus testimonios sobre sus casos, y vamos escuchando sus verdades, verdades silenciadas y envueltas en la oscuridad de una democracia que sigue mirando hacia otro lugar, negando la verdad y justicia que tantos claman, enfrentándose de una vez por todas a su memoria más negra y haciendo justicia reparando tantas injusticas del pasado. También, seremos testigos de exhumaciones de fosas comunes, y todas las trabas judiciales de la justicia española para no investigar, para dejar las cosas sin más. Los cineastas nos sumergen en un documento valiente y necesario, un trabajo minucioso de memoria y justicia, poniendo rostros y testimonios a tantos silenciados por el olvido impuesto por los gobiernos de turno, pero la decisión y voluntad de todos ellos sigue en la lucha por la verdad y la justicia, por dejar constancia de su testimonio y seguir en la pelea hasta el final de sus vidas.

Carracedo y Bahar nos conducen por una mirada que por momentos nos indigna, y en otros, nos emociona, y ambas cosas a la vez, donde sin trampa ni cartón, penetran en la intimidad de estas vidas rotas por el terror del franquismo, pero vidas valientes y decididas en seguir en el camino para paliar tantos errores del pasado, cueste lo que cueste, y caiga quien caiga, sin perder las esperanza a pesar de las innumerables trabas judiciales, a pesar de tantos huesos esparcidos por la geografía nacional, algunos historiadores hablan de más de 100000 desparecidos enterrados en las cunetas de tantos lugares, segundo país del mundo después de Camboya. La película nos conduce por un terrible y doloroso viaje sobre las brumas del franquismo y el olvido de la democracia, protagonizados por aquellos que sufrieron ese terror y ese olvido estatal, peor haciéndolo de manera sencilla y honesta, sin sentimentalismos, ni condescendencias, sino con coraje y determinación por dar voz y visibilidad a tantos testimonios valientes y decididos por hablarnos de verdad, justicia y sobre todo, no olvidar a aquellos que corrieron peor suerte y todavía no reposan en un lugar donde los suyos puedan recordarlos como valientes defensores de la democracia y la libertad, y que nos sean ocultados y olvidados debajo de carreteras, como esas estatuas que recuerdan a las víctimas del franquismo, perdidas y olvidadas en un páramo, que una de ellas recibió un disparo, triste metáfora para un país quebrado y errante, que pideo olvidar sin hacer ningún gesto de memoria y justicia, que tiene el deber de recordar y reparar a todos aquellos que sufrieron el franquismo, a todos los que siguen olvidados en tantas cunetas del país.

Entrevista a Alba Sotorra

Entrevista a Alba Sotorra, directora de la película “Comandante Arian”, en las oficinas de su productora en Barcelona, el miércoles 17 de octubre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alba Sotorra, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.