(DES) ILUSIONES EN EL LIMBO.
La película arranca con la definición de Hamada sobre fondo negro, que viene a significar en geología “Un terreno desértico que consiste en un área plana y rocosa principalmente desprovista de arena”. Y añade que entre el pueblo saharaui, el término también se emplea como expresión de “vacío” o “falto de vida”. Inmediatamente, ese vacío se materializa con el cuadro totalmente negro y alguien, al que no vemos su rostro, intenta encender una cerilla para dar un poco de luz a tanta oscuridad, cuando lo consigue, vemos a un joven alrededor de la veintena y comienza a contarnos un sueño o una pesadilla, como él mismo nos cuenta, mientras vemos un desierto, el que sus ojos ven a diario, ya que vive junto a otros cientos de miles en los campos de refugiados para saharauis en Argelia. El sueño consiste en encontrarse en el mar, lejos de esa triste y durísima realidad a la que se enfrentan jóvenes que han nacido en el exilio, ya que el conflicto del Sáhara Occidental se arrastra desde hace más de 40 años, jóvenes que no han visto jamás el mar, jóvenes atrapados en esa oscuridad permanente, en esa frontera física, en ese espacio dominado por la arena del desierto y una especie de limbo en el que nada pueden hacer, simplemente esperar, o quizás, soñar con otro mundo, aunque sea en sueños o pesadillas, como bien dice el joven en referencia a su sueño.
Eloy Domínguez Serén (Simes, Galicia, 1985) nos convenció con su opera prima No Cow On the Ice (2015) en la que se retrataba a sí mismo y a Suecia, lugar de búsqueda personal y territorial, en un viaje emocional en el que hablaba en primera persona de las dificultades de trabar en el cine y retratar al otro y ese entorno oscuro, gélido y ausente. En un primer visionado, podríamos pensar que el viaje emprendido por Domínguez Serén en su segundo trabajo dista mucho de su debut, pero no es así, si bien, los gélidos, urbanos y oscuros paisajes de Suecia han dado paso a otros más cálidos, desérticos e iluminados de Tindouf, en Argelia, y también, su autorretrato y el de su entorno ha cedido la palabra y el cuerpo a unos jóvenes que rodean la veintena. Sidahmed, Zaara y Taher son los protagonistas en los que se apoya la película, en la que el cineasta galego, como ocurría en su primera película, vuelve a hablarnos de personas encerradas en un entorno físico, en una frontera que les impide ir más allá, salir de esa condena que cada día se repite sin más, sin nada que ocurre y nada que hacer, volviendo a centrarse en todo lo que bulle en el interior de esas personajes, sus inquietudes, ilusiones, tristezas, anhelos y demás sentimientos que viven con fuerza en sus interiores.
Domínguez Serén opta por filmar a estos jóvenes desde su intimidad, explorando sus interiores a través de sus miradas, sus gestos, sus cuerpos, sin inmiscuirse en sus conversaciones, siendo un observador respetuoso, pero también íntimo, aquel que captura la vida y todo lo que la rodea, desde la distancia cercana, desde el acompañamiento, desde la cercanía sin molestar, sin intervenir, escuchándolos, mirándolos, retratándolos con respeto, sin sentimentalismos ni condescendencias, sino desde lo más íntimo y profundo. La película indaga en la política a través de lo humano, como señalaba Gramsci que “Lo humano es político”, no hay discurso ni panfleto político, todo se exploraba a través de las cotidianidades de estos tres jóvenes que sueñan con tener automóviles y conducirlos, aunque sepan que no podrán salir del delimitado campo de refugiados, o con encontrar trabajo y salir adelante, o escapar de ese campo y llegar a España, sueñan con escapar de ese entorno desesperanzador, con ese espacio detenido, ese limbo que los asfixia y los ha abandonado a su suerte.
Aunque, como jóvenes que son, el espacio físico que los ha condenado a esa existencia vacía y triste, no les impide que sigan teniendo sueños, esperanzas e ilusiones de una vida mejor, de salir adelante y tener un amor o familia, de sentir que hay vida más allá de esa frontera en la que viven, que mientras sigan soñando con ella puede hacerse realidad, donde el sentido del humor es fundamental para seguir remando a esa orilla física y sobre todo, sentirse bien consigo mismos a pesar de todo, a pesar de sus vidas, a pesar de los que ya no están, de tantos que intentaron la quimera de vivir lejos del campo de refugiados, de tantos que ausentes mantienen el hilo comunicativo con los que se quedaron, en que la película se refleja en aquella otra de Juan Carlos Rulfo Los que se quedan, que daba voz a todos los mexicanos que no emigraban y se quedaban en su país añorando a todos los familiares y amigos que sí habían emigrado a los EE.UU.
Domínguez Serén hace gala de una exquisitez técnica con esa luz apabullante que recoge con delicadeza la calidez física como la incomodidad emocional que produce, así como el magnífico trabajo de montaje realizado junto a Ana Pfaff, imprescindible en películas de esta sensibilidad y armonía, para contarnos una fábula de aquí y ahora, de un conflicto olvidado, de un problema que nadie parece querer resolver, y sobre todo, nos habla de humanismo, y lo hace con sinceridad, respeto y humildad, filmando a sus personajes desde aquello más profundo, abriéndoles una ventana mágica y poderosa para que el cine haga lo que mejor sabe hacer, filmar a aquello que considera importante, no por sus respuestas, sino por sus preguntas, mostrándonos un conflicto desde el interior de unos jóvenes que no conocen su tierra, que han nacido en el exilio, en esa nada, en ese limbo incómodo y triste, pero que siguen derribando muros emocionales desde aquello que sueñan, que desean y que les hace sentir ellos mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA