El pacto, de Bille August

LA ESCRITORA Y EL JOVEN POETA.

“Te conoceré no por tu rostro, sino por la máscara que llevas”

Karen Blixen

La película se abre de forma elegante, seductora y oscura, con esa inquietante imagen de Karen Blixen mirándose en un espejo. ¿Quién es realmente la genial escritora? La imagen de alguien que observa en el espejo el paso del tiempo y su vejez, o quizás, es esa otra imagen reflejada en el espejo, una imagen que guarda una alma rota, desesperada y muy oscura. Un maravilloso juego con los espejos que nos iremos encontrando a lo largo de toda la trama. El pacto, que se basa en las memorias del poeta danés Torkild Bjornvig, en las que detalla minuciosamente su tumultuosa y manipuladora relación con la escritora danesa Karen Blixen, nombre real del pseudónimo más conocido de Isak Dinesen, con el que firmó la famosa Memorias de África, entre otras. La película aborda ese período que va del año 1948 a 1955, cuando el joven poeta fue apadrinado por la madura escritora, conduciéndolo por el lado oscurísimo de la condición humana, a partir de acciones y consejos muy discutibles, todos para convertirlo en un gran escritor y poeta.

El cineasta Bille August (Brede, Dinamarca, 1948), lanzado al panorama internacional con Pelle el conquistador (1987), durísimo drama sobre la inmigración sueca de finales del XIX, le siguieron Las mejores intenciones (1992), con guión del grandísimo Bergman, un extraordinario drama familiar, que le valió los grandes reconocimientos del año, de ahí a las producciones internacionales como La casa de los espíritus, Los miserables, entre otras, que compagina con las producciones más íntimas en su Dinamarca natal, con producciones tan notables como Marie Kroyer (2012), y Corazón silencioso (2014), estupendo alegato a favor de la forma de decidir el final de la vida. Con el mismo guionista de esta última, Christian Torpe, se ha puesto manos a la obra para dirigir una obra íntima y muy inquietante, entre dos seres antagónicos, donde se juega a la seducción, tanto a seducir como ser seducido, y a las malas artes que entran en escena como la manipulación, la mentira y la lucha imperiosa por querer ser necesitado.

Una película excelente en su ejecución, tanto en su forma como en su fondo, con una extraordinaria cinematografía del chileno Manuel Alberto Claro, que ha trabajado en muchas de las últimas películas de Lars von Trier, el gran trabajo de edición que firman un viejo conocido del director, Janus Billeskov Jansen, que lleva con él desde Pelle el conquistador, junto a Anne Osterud, que han trabajado juntos en las películas de Thomas Vinterberg, el gran trabajo de diseño de producción de Jette Lehmann, que repite con August, y ha colaborado con von Trier, el exquisito diseño de todo el vestuario de Anne-Dorthe Eskildsen, y la formidable música de Frédéric Vercheval, que sabe conjugar toda esa trama inquietante que cubre toda la película, con todo el entramado de miradas y silencios que llenan toda la acción, con el  Piano Sonata No. 20 in A Major, D. 959 de Franz Schubert, convertido en leit motiv de toda la trama. Todos los detalles de la película brillan por su elegancia y sensibilidad, todos compuestos para materializar una obra que nunca se pierde, y acoge muy bien y con tacto cada uno de los ciento quince minutos del metraje, llevándonos de la mano por una relación que gusta y repele a partes iguales, que parece brillar y en otras ocasiones, se llena de infiernos, esos espacios de los que uno sabe como entra, pero nunca cuando va a salir, y sobre todo, en qué estado.

La casa familiar en Rungstedlund se convierte en el centro de todo, donde todo se cuece, y donde todo sucede, donde la veterana escritora puede manipular a su antojo al joven poeta, que sin medir concienzudamente las consecuencias se lanza al abismo que le brindan en bandeja. Uno de los elementos que más cuida de sus obras el cineasta danés es la interpretación, porque en El pacto, nunca vemos ninguna composición desajustada o falta de credibilidad, al contrario, todos los intérpretes brillan con sensibilidad, creando todo ese universo de silencios, miradas y relaciones, unas más oscuras que otras, y todas que les dejarán una huella imborrable, quizás demasiada. Empecemos por los de reparto, con esas dos mujeres de la vida del joven poeta. Por un lado, su mujer Grete, que hace Nanna Skaarup Voss, madre de su pequeño hijo, una humilde y tranquila bibliotecaria, que se verá absorbida por los acontecimientos, y deberá luchar por su vida y su hogar. En el otro lado, tenemos a Benedicte Jensen, que interpreta Asta Kamma August, la mujer del adinerado, amiga de la escritora, que establece una relación demasiado íntima con Torkild, que los llevará a cuestionarse demasiadas cosas que creían inquebrantables, como la naturaleza de amar y el significado del amor.

Simon Bennebjerg, al que vimos en el reparto de The Guilty (2018), es el joven poeta Bjornvig, un tipo que cambiará y mucho a lo largo de la película, alguien que no sabe en qué jardín se está metiendo, un espacio que parece maravilloso, pero en él que descubrirá sus infiernos, y eso le hará tambalear y de qué manera, su hasta entonces apacible y aburrida vida. Y finalmente, la soberbia composición de Birthe Neumann (una gran actriz danesa que ha brillado en teatro y en cine con von Trier y Vinterberg), entre otros, que se enfunda en la piel arrugada y carácter maligno de Karen Blixen, mostrándonos un rostro o una máscara que desconocíamos en absoluto, muy alejada de esa otra imagen de la mujer que vivió en África, que tuvo que vender su propiedad y soportar el dolor de perder por accidente a su gran amor Denys Finch Hatton, y regresar a su tierra Dinamarca y convertirse en una celebridad y una mentora para jóvenes intelectuales como Torkild. Un buen ejercicio es ver Karen, la película minimalista, evocadora y magnífica, que hizo el año pasado María Pérez Sanz de los años africanos de la escritora, y El pacto, de August, para ver dos rostros muy distintos de una mujer que fue muchas cosas: una extraordinaria escritora, una aventurera, una valiente, y también, una pérfida manipuladora, cuando el dolor, tanto físico como emocional, llenó sus últimos días. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a María Pérez Sanz

Entrevista a María Pérez Sanz, directora de la película “Karen”, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el viernes 30 de abril de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Pérez Sanz, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Carnota de ArteGB Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.

Karen, de María Pérez Sanz

LA VIDA DESPUÉS DE TODO.

“No hay nada más extraño en una tierra extraña que el extraño que viene a visitarla”

Todos, absolutamente todos, somos muchas personas, quizás demasiadas, o no, muchas almas anidan en nuestro interior, la que somos, la que fuimos, la que queríamos ser, la que soñábamos con ser, y todas aquellas que imaginábamos y finalmente no fuimos. La escritora Karen Blixen (1885-1962), también fue muchas mujeres, con muchos nombres, como los de Tania, Tanne, Isak Dinesen, pseudónimo con el que firmó grandes novelas como la famosa “Memorias de África”, que Sydney Pollack adaptó en 1985 haciendo una bellísima película. Hacer una película sobre su vida entraña muchos desafíos, aunque María Pérez Sanz (Plasencia, Cáceres, 1984), ya sabía lo que era cuando un extranjero visita una tierra extraña y se hace con ella en un sentido emocional, como ya contó con el artista alemán Wolff Vostell en su ópera prima Malpartida Fluxus Village (2015).

En Karen, con un guion que firma junto a Carlos Egea, opta por el otro lado del espejo, más bien por su reflejo, porque filma todo lo que queda de una vida, todo aquello que no se relata, todo aquello que queda suspendido en el aire, todo lo irrelevante, o tal vez no, porque la película nos sitúa en África, en el particular paraíso de Karen en Kenia, en la que ya no hay lugar para las grandes aventuras, los amores apasionados, ni nada de épica ni heroísmo, solo la persona, con sus quehaceres cotidianos, como esos maravillosos encuadres con los que arranca la película, y ese caminar pausado y sin rumbo de Karen y su criado-escudero que es Farah Aden, el musulmán somalí, que no solo actúa como su sombra, sino como su confesor, su interlocutor, su guía, su guardián y sobre todo, como su hermano al que consultar cada aspecto de su vida o lo que queda de ella. La cineasta extremeña hace una pieza de cámara, como las que le encantaban a Brecht, construida a partir de silencios, de esa cadencia rítmica, en la no pasa nada y está pasando todo.

En Karen no escuchamos música, apenas un tema al inicio, y otro, que acompaña a los títulos finales, el resto es el sonido de la vida, el de la sábana africana, aquí imaginada en la dehesa extremeña cerca de Trujillo, licencia que se permite la película, como el idioma castellano de los personajes, licencias que casan con asombrosa naturalidad en el relato, acompañando la vida y la cotidianidad de estos personajes, mientras descansan y sueñan con todas esas vidas que no vivieron, rodeados de ausencias, de fantasmas y de la calidez, el desasosiego y la tranquilidad de unos días, que seguramente serán los últimos, aquellos que despiden África y por consiguiente la vida. La desmitificación que hace del personaje convirtiéndola en la persona, con ese aroma que tienen los mejores anti westerns de Hellman y Peckinpah, los experimentos de Albert Serra y Lisandro Alonso, en la que toda la grandeza de los personajes queda reducida a las cuatro paredes de la vida doméstica, a aquello que pasa desapercibido, a la vida cuando no hay vida, a las emociones cuando las que creíamos verdaderas ya no nos ilusionan, a la vida en sus pliegues, en sus contornos, en sus márgenes, como deja demostrado ese momento cuando la célebre escritora desayuna comiéndose un huevo y masticando una tostada acompañada de café.

Sus largos paseos por sus tierras, sus silencios como sus conversaciones aparentemente intrascendentes entre Karen y Farah, o mejor dicho entre una mujer herida y cansada, Sabu, término que utiliza el criado para dirigirse a Karen, en las que hablan de las estrellas perdidas como ellos bajo la luna africana, o el instante en que ella come un melocotón y Farah le insiste que ha vuelto un hombre al que debe dinero, o esa otra, cuando reparten los sueldos a los aparceros Kikuyu, o los continuos rezos de Farah, o los paseos nocturnos de Karen, solo interrumpidos por una escena en que Amelia, una amiga de Karen, le visita y le cuenta una historia muy personal, el resto son la mujer y su criado, una relación que sin ruido y con mucha parsimonia los va acercando más de lo que imaginan, mucho más de lo que aparentemente se podría pensar, igualándolos, haciéndolos una unidad de destino como menciona Karen. El aspecto técnico de la película es prodigioso con el magnífico 16mm de Ion de Sosa en la cinematografía, que consiguen darle esa piel y textura a la atmósfera cargada e íntima, y sobre todo, ese otro aspecto espiritual que recorre cada fotograma de la película, y el laborioso montaje que firman Sergio Jiménez (que había editado El año del descubrimiento) y Carlos Egea, componiendo una película que vive de lo que captura con una sencillez y sensibilidad abrumadora, y aquello que no se ve, con esas elipsis y esos instantes donde la vida va a través del tiempo detenido.

Una pareja protagonista maravilloso, que brilla con luz propia en una película que tiene la misma importancia cuando callan y se miran, que cuando dialogan y comparten la vida y el más allá. Por un lado, tenemos a Christina Rosenvinge, más dedicada a su faceta musical, que no veíamos en cine desde Todo es mentira y La pistola de mi hermano, allá por los noventa. Aquí, deslumbra en su persona de Karen, haciéndola humana, pequeña y real, con esa intimidad que traspasa su piel y su cuerpo, con ese gesto y mirada de perdida, de vida mirada, de tiempos pasado, de vidas vividas y aceptadas. Frente a ella, Alito Rodegers Jr. Como Farah, que lo hemos visto en muchos papeles en televisión y en cine, a las órdenes de nombres tan importantes como Olea, Almodóvar y Chus Gutiérrez, entre otros, da vida a ese criado, y la presencia estimulante de Isabelle Stoffell, que habíamos visto en las películas de Jonás Trueba. Farah es mucho más que un sirviente para Karen, un hermano, un guía, su sombra y su reflejo en sus últimos días en África donde los recuerdos se acumulan, donde la vida se mira desde la distancia, donde las cosas adquieren un valor espiritual. Pérez Sanz no ha hecho un biopic al uso, ni ha cogido nada de ese género tan grandilocuente y vacío, sino todo lo contrario, porque la directora extremeña ha construido el anti biopic, la no biografía, o mejor dicho, la biografía sin más, todos aquellos instantes de la vida, y del vivir, que parece que a las grandes historias no les interesa, o podríamos decir, que las historias pasan de estos aspectos vitales de la vida, que si los miramos con detenimiento y pausa, acaban siendo los más importantes, los que cuentan más de nosotros, de quiénes somos y cómo sentimos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una luz en la oscuridad, de José M. Borrell

MIRAR AL OTRO. 

“Educar es formar personas aptar para gobernarse a sí mismas, y no para ser gobernadas por otros”

Herbert Spencer

Todo empieza con un viaje de fin de curso a Marruecos, en el que Marta Borrell, una niña de 15 años del Colegio Aljarafe de Sevilla, es testigo de la triste realidad de las escuelas del país. El siguiente verano, acompañada de su familia, visita Mozambique, uno de los países africanos más pobres, donde visitará diversas escuelas rurales, donde vuelve a comprobar la difícil situación de su educación. Con toda esa información, Marta acude a entrevistarse con políticos, expertos y especialistas en el tema de la educación para preguntar porque es inexistente la educación en países africanos. El director José M. Borrell, que se ha pasado casi un lustro haciendo documentales sobre cambio climático, mujeres y demás temas sociales, para diversas organizaciones en África, América Latina y Asia, se lanza a una aventura extraordinaria, junto a su hija Marta, y Sara Fijo, su mujer, en la producción, para contarnos la inquietud y el compromiso de una niña que se hace preguntas, que quiere conocer la realidad educativa de África, y luego, exponer la situación a los dirigentes, expertos y demás elementos en la materia.

Una luz en la oscuridad no pretende hacer una radiografía exhaustiva de la educación en los países subdesarrollados del mundo, sino que, en su modestia y cercanía consigue algo más profundo, mostrar una realidad que puede ser la de muchos lugares, y lo hace con la mayor sencillez y sensibilidad, sin demagogia ni sentimentalismos, sino acercándose con respeto y honestidad a los problemas educativos de Mozambique, y escuchando a los que allí viven, que nos explican los diversos conflictos que originan la falta de escuelas y maestros apropiados. La película, quedándose en ese ámbito, el de mostrar el problema, ya sería muy interesante, pero no solo no se queda ahí, sino que va al otro lado, es decir, a hablar con los responsables educativos como los representantes de la Unesco, asesores de gobiernos occidentales, responsables de fundaciones que trabajan en la zona, y demás especialistas que, de una forma u otra, conocen de primera mano el destino de los recursos humanos y económicos y como se gestionan y distribuyen.

Marta que, en muchas ocasiones, la acompaña su amiga Berta, muestra la sinceridad y el compromiso de unos jóvenes que han crecido con internet, que conocen el mundo a través del audiovisual, al igual que los habitantes de Mozambique y otros lugares con carencias educativos, tanto a nivel físico como emocional, hecho muy significativo que los hace diferentes a otras generaciones, ahora la lucha y la reivindicación se hace y se trabaja de diferentes maneras, con la voz de Marta, que como otras muchas adolescentes en el mundo, reivindican la justicia social como arma para avanzar y crecer como planeta. José M. Borrell consigue en sus 75 minutos una película extraordinaria, ya no solo sobre la educación, sino también, sobre las herramientas que tenemos hoy en día para seguir en la lucha y en el trabajo para conseguir más igualdad en el planeta, para rebajar la distancia entre el mundo occidental y los países necesitados, exponiendo las fracasadas ideas de occidente en África, y abriendo nuevas vías resolutivas que están en África, dándoles los mecanismos, pero no diciéndoles como usarlos, reivindicando la mejor y única arma que tenemos los seres humanos para seguir avanzando que no es otra que la educación, el conocimiento, su transmisión, y sobre todo, la capacitación.

La película no muestra la resolución de los problemas, abre el debate e insta a la reflexión, convirtiéndose en un medio para la exposición y el trabajo necesario, siguiendo el mismo camino que otros trabajos que también reivindican la educación como el único medio para ayudar y ayudarse, tales como Ser y tener o Camino a la escuela, que mostraban las dificultades en la educación rural, la gran olvidada de los grandes planes económicos de los países, como muestra la película. Por una educación grande y humana que no nos haga unos meros transmisores de conocimientos, que vaya mucho más allá, y sea un vehículo maravilloso para crear personas que piensen por sí mismos, que sean críticos y respetuosos con su entorno y los demás, que tengan valores emocionales, que sientan fraternidad por los otros, que no se olviden de sí mismos, y sobre todo, que sean dignos con su condición humana. Quizás para todos estas cualidades humanas que deberían ser las de cualquier ser humano, todavía falta mucho, pero mientras llegan, si es que llegan, sigamos manteniendo el espíritu de la lucha y el trabajo por mejorar las cosas, aunque sea un leve resquicio, como esa luz en la oscuridad que sabia y honestamente reivindica la película, manteniendo esa esperanza por un mundo mejor, más humano, más justo y más cercano. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/426695141″>Una Luz en la Oscuridad TRAILER</a> from <a href=”https://vimeo.com/gondolafilms”>Gondola Films</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Entrevista a Salvador Calvo

Entrevista a Salvador Calvo, director de la película “Adú”, en el hall del Hotel Exe Mitre en Barcelona, el jueves 30 de enero de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Salvador Calvo, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute y Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Adú, de Salvador Calvo

RETRATOS DE ÁFRICA.

“La cosa más oscura sobre África ha sido siempre nuestra ignorancia sobre ella”

George Kimble

Después de toda una vida dedicado al medio televisivo, Salvador Calvo (Madrid, 1970) debutó como director con 1898: Los últimos de Filipinas (2016) diario histórico del último destacamento militar que siguió defendiendo la colonia después que España la perdiera. Una película donde se incidía en las miradas personales, la resistencia, y sobre todo, el drama humano de unos hombres dejados de la mano de Dios, donde brillaban un capitán obstinado en la piel de Luis Tosar, o un joven soldado idealista que hacía Álvaro Cervantes. Dos actores que vuelven a repetir en Adú, el segundo trabajo de Calvo, más personal y arriesgado, donde nos sitúa en el corazón de África a través de tres relatos que irán cruzando sus destinos. El segmento más potente y brutal sigue a dos hermanos, Adú, de solo seis años y su hermana mayor Alika, que después de presenciar un terrible crimen tienen que huir de su poblado en Camerún, y emprenderán un peligroso viaje con destino a España, un periplo en el que cobrará la presencia de Massar, un chaval que también desea llegar a la península, donde vivirán las tramas oscuras de tratas de personas, la prostitución como medio de subsistencia, los arriesgados viajes en bajos de vehículos y demás situaciones de riesgo, pero también conocerán la amistad, la fraternidad y el amor de tenerse el uno al otro.

El segundo relato, la película se instala en el viaje a la inversa, el que hace Sandra, una hija rebelde y con problemas de drogas, para encontrarse con su padre, Gonzalo un activista medioambiental de difícil carácter que protege a los elefantes peor mantiene una relación distante con sus colegas africanos. Una relación paterno-filial de idas y venidas, y muchos desencuentros que deberán lidiar y sobre todo, hacer lo posible para entenderse sin juzgarse, una tarea que no les resulta nada fácil a dos personas acostumbradas a hacer la suya. La tercera historia que nos cuenta la película, al igual que la de Adú, está atada a la realidad más triste y oscura, la de los subsaharianos que masivamente asaltan la valla fronteriza de Melilla para entrar en España, y se encuentran a los guardias civiles que la custodian. Un desgraciado accidente mortal en una de esos asaltos, convierte en el centro de la acción a Mateo, un guardia civil que se debate entre la ley del cuerpo o la conciencia personal, con ese cuerpo a cuerpo con Miquel Fernández, dos caras tan diferentes de la misma realidad vivida.

Calvo rescata algunos de sus colaboradores de su anterior película como Alejandro Hernández en tareas de escritura, Roque Baños en la música, y Jaime Colis en el montaje, y recluta a Sergi Vilanova en la cinematografía (que ha trabajado en thrillers como Plan de fuga o El aviso, o en Diecisiete, la última de Sánchez Arévalo) para realizar una cinta que se adentra en la realidad y la complejidad africana, esa que aparece en forma de cifras en los medios occidentales, una realidad con rostro y piel, la de Adú, su hermana o su compañero de viaje, una realidad menor, desprotegida y sola, que vive miles de calamidades como el hambre, la inseguridad y el abandono para llegar a Europa, esa Europa, que al igual que una zona pudiente, alza sus vallas para impedirles la entrada, una realidad triste que contrasta con esa otra realidad de Gonzalo y su hija Sandra, donde los problemas devienen, no de la falta y la carencia, sino de todo lo contrario, el abuso y la despreocupación de tenerlo todo y no saber adónde ir, bien acompañada por esa otra realidad del guardia civil como representante de una ley que no obedece al humanismo sino a la condena y la persecución del inmigrante hambriento que busca un futuro mejor como haría cualquiera en su situación.

Calvo ha construido una película complejo, una historia de detalle, miradas y rostros, donde sufrimos y reflexionamos sobre África y sus infinitas realidades, cotidianidades y contextos, un continente sacudido por siglos de colonización que además, debe subsistir con las migajas que les dejan las grandes multinacionales neoliberales que siguen vaciándoles sus recursos naturales. Una realidad difícil de tratar y de atajar, ya que los estados blancos permiten esa ignominia, y por otro lado, lanzan campañas de concienciación sobre África, esas dos caras cínicas que también muestra la película. Amén de las interesantes y profundas interpretaciones de Luis Tosar, impecable en su registro ambivalente como profesional y padre, bien una Anna Castillo como su hija, una joven desatada y desafiante que todavía anda buscando su lugar en la tierra, o la mirada de Álvaro Cervantes como guardia civil entre la espada y la pared, y las breves pero agradables presencias de actrices de la talla de Nora Navas y Ana Wagener.

Donde la película vuela y se muestra más poderosa es en la fuerza y la intensidad que demuestran los intérpretes africanos debutantes como Moustapha Oumarou como el niño Adú, Zayidiyya Dissou como Alika, y Adam Nourou como Massar, reclutados en un intenso casting, convertidos en el alma de la película y en la esencia que queda en el recuerdo de los espectadores, llevando a cabo unos roles muy difíciles y complejos, en los que se apoya la película en un buen tramo, mezclando con acierto y sobriedad los tres relatos que irán reencontrándose de forma emocional y física por cinco países africanos, mostrándonos de forma directa y personal las diferentes realidades y retratos de un continente vasto, profundo, bello y triste a la vez, donde todo se mezcla, todo se vive de forma intensísima y sobre todo, todo pende de un hilo, en que la vida se abre camino a duras penas, donde toda existencia está a punto de desparecer, donde la realidad que se vive y experimenta obedece a códigos muy distantes de los occidentales, quizás esa sea la mayor tragedia que sufren los africanos, el desconocimiento por parte de Europa de su realidad, su historia y sobre todo, de ese pasado oscuro y violento del que todos somos responsables. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ouaga Girls, de Theresa Traore Dahlberg

ÁFRICA CON NOMBRE DE MUJER.

“Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”

Provervio Chino

La  ciudad  de  Uagadugú,  la  capital  de  Burkina  Faso (literalmente,  “tierra  de  hombres  íntegros”) es un lugar donde ser mujer se convierte en un problema, ya que el futuro se encamina a ser madre y esposa, y estar al cuidado del hombre. Aunque, eso no siempre es así, porque un grupo de mujeres ha roto esa cadena y tiene claro que su futuro no pasa por ser una más junto a su hombre, sino todo lo contrario, poder vivir con su trabajo y ser independiente, hacerse una vida con trabajo y esfuerzo, por eso van cada día a CFIAM, un centro educativo para la iniciación  y  el  aprendizaje  de  oficios  a  mujeres, y aprenden mecánica del automóvil. Bintou, Cantale, Mouniratou, Catherine, Dina, Marthe, Rose, Adissa y Nathalie son nueve mujeres jóvenes que estudian para construirse una vida, nueve mujeres que seguiremos en su cotidianidad más íntima y personal, mientras estudian, se divierten y le cuentan a la psicóloga quiénes son, de dónde vienen, sus dificultades personales de ayer y hoy, y los problemas ante sus parejas para reivindicar su identidad como mujer y dar rienda suelta a sus ilusiones y sueños.

La cineasta Theresa Traore Dahlberg, nacida en 1983 y criada entre la isla sueca de Öland y Burkina Faso, nos cuenta una película directa y cotidiana, sin caer en sentimentalismos ni nada por el estilo, sino en construir una marco sincero y honesto, donde sus inquietas y valientes heroínas han tomado un camino muy diferente en un país azotado por un paro juvenil del 52%, aunque también hay que decirlo, un país en movimiento y lucha que en 2014 consiguió derrocar el régimen autoritario de Blaise Camparé, en el poder desde el año 1987, después de fuertes movilizaciones sociales de una población desencantada y hambrienta. Seguimos a estas mujeres durante los cuatros años que duran sus estudios de mecánica, desde sus clases, tanto teóricas como prácticas, sus momentos de diversión y asueto, sus bromas y conversaciones sobre sus relaciones, su trabajo, su futuro laboral, sus prácticas en empresas, sus salidas nocturnas, y demás.

Unas vidas que la película observa sin juzgar, muy cerca de ellas peor sin agobiarlas, en esa distancia justa en que el relato nos emociona desde lo más mínimo, sin pretenderlo, ni tampoco construyendo la emotividad, sino filmando a estas mujeres desde su cotidianidad, desde su interior, escuchándolas y mirándolas con detenimiento, mostrando sus vidas, sus sueños e ilusiones, en la que la narración nos hace una descripción íntima y compleja no sólo de la situación de cada una de ellas, sino también de la situación social, política, económica y cultural de Burkina Faso, en las que las existencias de estas nueve mujeres ejemplifican de manera sincera y brutal todo lo que bulle en un país que está sufriendo los cambios sociales más importantes en sus últimos treinta años de historia desde la independencia. Traore Dahlberg va mucho más allá con su retrato a estas nueve mujeres, porque con una serie de detalles significativos de sus vidas, traza un magnífico y emocionante retrato de las vidas de esas mujeres que representan el futuro de Burkina Faso, y los nuevos tiempos que se avecinan en un país demasiado azotado por la pobreza y la falta de oportunidades, donde estas nueve mujeres, a pesar de los prejuicios y el machismo existente, han decidido cambiar las reglas del juego, al menos poner las primeras piedras y labrarse su futuro laboral entrando en un empleo, casi exclusivamente destinado para hombres, aunque ellas saben que si las cosas tienen que cambiar para mejor, ellas, las mujeres tienen mucho que decidir y hacer por esos cambios.

La directora mitad sueca y mitad burkinense imprime a su película muchos elementos, desde la cotidianidad de la escuela, donde las nueve mujeres aprenden y socializan entre ellas, creando una hermandad fantástica y sensible, donde la película se convierte en un retrato social humanista y personal, donde ellas hablan con sinceridad sobre su futuro laboral, sus amores, sus hijos, hasta las partes de ocio, donde la diversión y la alegría invade a cada una de ellas, una alegría y compañerismo que nunca las abandona, un grupo que se convierte en una sola mujer, una sola voz, una mirada y un cuerpo lleno de energía, tenacidad, resistencia y compromiso con ellas mismas, con la compañera que tiene al lado, y con trabajarse un futuro que las lleve a vivir una vida alejada del patriarcado existente en su sociedad, una vida elegida, propia y sobre todo, una vida diferente y sincera con ellas mismas, una existencia que las lleve a cumplir sus sueños e ilusiones.

El cuaderno de Sara, de Norberto López Amado

EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS.

Laura, una madura abogada de Madrid, emprende un viaje a lo desconocido y salvaje por el corazón de África, más concretamente por el Congo, con el propósito de localizar a Sara, su hermana pequeña, que ha desaparecido mientras ejercía la medicina como cooperante. Allí, en esa zona hostil y peligrosa, sobrevivirá a las mil y una, con la ayuda de un ex niño soldado, y diversas personas que encontrará por el camino. El cuarto largo de Norberto López Amado (Orense, 1965) es un retrato de una mujer que arriesga su vida y todo lo que tiene, para encontrar a su hermana, casi de manera inconsciente, venciendo sus miedos e inseguridades, y rodeada de un ambiente tremendo, al que tendrá que enfrentarse en este viaje caótico, lleno de peligros y terrorífico. López Amado arrancó con Nos miran (2002) con guión de Jorge Guerricaechevarría, que también escribe la presente, combinando un relato de desapariciones con el thriller psicológico, después su carrera se ha centrado en la televisión, donde ha dirigido series como El internado, Tierra de lobos, El tiempo entre costuras, El príncipe o Mar de plástico, entre muchas otras. Volvió al largometraje con el documental ¿Cuánto pesa su edificio, Sr. Foster (2010), y más recientemente con la pieza de cámara La decisión de Julia (2015) en el que una mujer volvía a rendir cuentas del pasado al que fue su amante, protagonizada por Marta Belaustegui, que aquí se reserva un breve papel.

Laura se planta en mitad del Congo, entre el bullicio y el movimiento sin fin de un país azotado por la guerra y el maldito coltán, uno de los elementos esenciales para fabricar nuevas tecnologías, en el que tendrá que lidiar con todo tipo de individuos, algunos ambiguos como el buscavidas que interpreta Manolo Cardona, uno de esos mercaderes que aprovechan cualquier negocio oscuro para hacer caja, o también, el ex de su hermana, que le prestará un cable cuando más lo necesita, o el chaval ex soldado que le ayudará a sobrevivir en el corazón de la jungla (magnífica la interpretación del debutante Iván Mendes) o la mujer del poblado en mitad de la selva. Gentes diversas, diferentes, que cada uno a su manera, intenta sobrevivir en el reino de la miseria, el hambre y  el terror. Quizás la parte documento que muestra sin enjuiciar, y la relación que mantiene Laura con el chico, y todo lo que viven, resultan los puntos más fuertes del relato, que en momentos, se pierde en situaciones que derivan hacia otros elementos que desvían la atención de la búsqueda de Laura.

Se agradece el esfuerzo de producción de la película, filmada en localizaciones de Uganda y Tenerife, en una película de viaje, un viaje a las entrañas de deshumanización del negocio del coltán, donde todo se desarrolla a un ritmo increíble, en algunas ocasiones, consiguiendo mostrar una realidad compleja, en el que la tensión y la supervivencia se palpan a cada instante, sin descanso. La magnífica interpretación de Belén Rueda es otro de sus grandes alicientes, en el que desarrolla un trabajo de grandísima altura, componiendo la realidad de una mujer sola, pero entera, sin más vida que esta aventura peligrosa e inconsciente, en el que no cejará en su empeño para conseguir rescatar a su hermana. Belén Rueda posee esa actitud, compostura y elegancia que consigue transmitir, casi sin palabras, toda la dureza interior que vive su personaje, arrastrándonos a su empeño, cueste lo que cueste, y pase lo que pase, mezclando una fortaleza a prueba de bombas, y una convicción que nos seduce y transmite todo ese miedo al que hay que vencer para seguir hacia delante.

La humanidad y valentía que desprende el personaje de Belén Rueda es encomiable y poderosa, en este viaje al infierno en el que se cruzará con sacerdotes en mitad de una guerra imposible (maravilloso el instante con Enrico Lo Verso) a gentes de mal comer que ayudan a desconocidos y sobreviven a duras penas en medio del horror, niños arrastrados al psicótico universo de la guerra, a occidentales que se aprovechan del caos para engrandar sus cuentas, y señores de la guerra, que con el beneplácito de las empresas capitalistas de turno y los gobernantes corruptos campan a sus anchas explotando a pobres miserables que arriesgan su vida extrayendo el maldito coltán. Una película desigual pero interesante, en el que sobresale la hermosa, sucia y cálida fotografía del reputado David Omedes, que logra captar la belleza y el horror africanos, en el que la sensacional labor de Belén Rueda, consigue sumergirnos en el fuerza de su personaje y mantenernos en la trama de la película, en el que nos acordamos de aquellos aventureros conscientes o no, que se embarcaban en viajes peligrosos, de los que quizás no había retorno, para adentrarse en el corazón de África, un mundo desconodio, inhóspito, peligroso y lleno de terror.

Safari, de Ulrich Seidl

CAZADOR BLANCO EN EL ÁFRICA NEGRA.

El universo cinematográfico del cineasta Ulrich Seidl (Viena, 1952) se compone de dos elementos muy característicos, por un lado, tenemos su materia prima, el objeto retratado, sus conciudadanos austriacos que son filmados mientras llevan a cabo sus actividades domésticas e íntimas. Y por otro lado, la naturaleza de esas actividades que vemos en pantalla filmadas desde la más absoluta impunidad y proximidad. Seidl ha construido una filmografía punzante y crítica con el sistema de vida, no sólo de sus paisanos, sino de una Europa deshumanizada, un continente ensimismado en su imagen e identidad, que utiliza y explota a su antojo, cualquier lugar o espacio del mundo que le venga en gana, además de practicar todo tipo de actividades, a cuál más miserable, para soportar una sociedad abocada al materialismo, la individualidad y el éxito.

Su cine arrancó a principios de los noventa con títulos tan significativos como Love animal (1996) donde retrataba a una serie de personas que llevaban hasta la locura su amor por los animales, o Models (1999) que exploraba el mundo artificial y vacío del mundo de la moda y la imagen, con Import/Export (2007) se adentraba en la absurdidad de la Europa comunitaria que dejaba sin oportunidades laborables tanto a los de aquí como les de los países colindantes, con su trilogía Paraíso: Amor, Fe y Esperanza (2012) estudiaba, a través de tres películas, las distintas formas de afrontar la vida y sus consecuencias con una turista cincuentona que encontraba cariños en los brazos de los jóvenes nigerianos a la caza del blanco (trasunto reverso de Safari, donde, tantos unos como otros, andaban a la caza para paliar sus miserias), en la segunda, las consecuencias de una fe llevada hasta el extremo, y por último, una niña obesa intentaba adelgazar en un campamento para tal asunto. En su última película, En el sótano (2014) filmaba las distintas actividades que practicaban los austriacos en sus sótanos, donde daban rienda suelta a sus instintos más primarios.

En Safari, al contrario que sucedía en Love animal, aquí los austriacos viajan a África para matar animales, también los aman, según explican, pero de otra forma, un amor que los lleva a querer matarlos, por todo lo que ello les provoca como una forma de poseerlos. Seidl filma a sus criaturas caminando sigilosamente por la sábana en busca y caza los animales que quieren abatir, mientras escuchamos sus diálogos, entre susurros. También, captura a sus cazadores (en sus característicos “Tableaux Vivants”) rodeados de los animales disecados, mientras hablan sobre las características de sus armas, la excitación que les produce matar a un animal u otro y los motivos de su cacería, justificándola y aceptándola como algo natural en sus vidas y en la sociedad en la que viven, secuencias que Seidl mezcla con planos fijos de los empelados negros que trabajan para el disfrute de los turistas blancos, aunque a estos no los escuchamos, y finalmente, el cineasta austríaco nos muestra el traslado del animal muerto (que suele tratarse de caza mayor como impalas, cebras, ñus… ) y posterior descuartizamientos de los animales por parte de los negros, sin música, sin diálogos, sólo el ruido de los diferentes utensilios que son empleados para realizar la actividad, recuperando, en cierta medida, el espíritu de Le sang des bêtes, de Georges Franju.

Seidl se mantiene en esa distancia de observador, no toma partido, filma a sus personas/personaje de manera sencilla, retratando sus vacaciones y escuchándolos, sin caer en ninguna posición moral, función que deja a gusto del espectador, que sea él quién los juzgue. Seidl construye relatos incisivos, críticos y provocadores, sobre una sociedad que todo lo vale si tienes dinero, que el colonialismo sigue tan vivo como lo fue, pero transformando en otra cosa, explotando al que no tiene porque el que puede no lo permite. El cineasta austriaco investiga las miserias humanas y su tremenda complejidad, y lo hace de forma incisiva, mostrando aquello que nadie quiere ver, aquello que duele, que te provoca un posicionamiento moral, lo que se esconde bajo la alfombra, lo que todos saben que está mal que exista, pero nadie hace nada y mira hacia otro lado, un lado más amable, aunque sea falso.