Marwa. Pequeña y valiente, de Dina Naser

LOS NIÑOS EXILIADOS.

“Aunque no viva en mi tierra, mi tierra vive en mí”

En Promises (2001), de Justine Shapiro, B. Z. Goldberg y Carlos Bolado, nos situaban en un campo de refugiados palestinos, un asentamiento israelí en Cisjordania, y Jerusalén, en el que un grupo de niños palestinos e israelíes testimoniaban su cruda cotidianidad, con una entereza, inteligencia y esperanza el eterno conflicto entre los dos países. La directora Diana Naser, jordana con raíces palestinas, emprende un camino parecido, dando voz a los niños, en encabezados por Marwa, siria y exiliada, que vive junto a su familia en el campo Zaatari, en Jordania. Naser, que ha trabajado en películas de Fatih Akin y Anais Barbeau-Lavalere, y ha enfocado su trabajo en los conflictos palestinos, a través de una mirada honesta e íntima, explicando el humanismo y la complejidad que encierran estos relatos. La mirada de la cineasta jordana se dirige a la vida y la de documentar la cotidianidad de unos refugiados lejos de su vida y tierra, y coloca la cámara, como hacía Ozu con sus personajes, a la altura de la mirada de Marwa, sus hermanos y los otros niños que pululan por el campo, siguiendo con una gran honestidad sus quehaceres diarios como los trabajos domésticos, la escuela, los juegos, los conflictos entre hermanos, o ese otro mundo, el de los adultos, que los más pequeños de la casa, entienden y ayudan en todo lo que pueden.

Asistimos a la vida en condiciones infrahumanas, donde la realidad del campo, amurallado y con barrotes, los exiliados son prisioneros de su condición de refugiado, como esos magníficos travellings, en el interior del automóvil, donde la directora deja clara esa vida aislada y encarcelada, o esos maravillosos y aterradores momentos, donde la familia, a través de una video llamada, hablan con el hermano que lucha por la liberación de Siria, y les muestra a su recién nacido. Naser filma la vida,  los Tiny Souls (esas “Almas pequeñas”, que ha referencia el título original), capturando todos esos momentos que se mezclan, pasando del horror a la esperanza en cuestión de segundos. La directora captura con gran criterio y fuerza, la situación de inestabilidad en la que viven Marwa y su familia, siguiendo su existencia durante cuatro años, los que van desde el año 2012 al 2016, filmándolos en el campo de refugiados, luego, en un piso de Ammán, la capital de Jordania, para más tarde, volverlos a filmar nuevamente en el campo de refugiados, y finalmente, perderles la pista después de su viaje forzoso a la frontera siria, cuando acusan al hermano mayor de pertenencia a los islamistas radicales.

La situación que nos muestra la película es dura, áspera y difícil, pero la mirada inocente y fresca de los niños, lo cambia todo, impregnando la película de ilusión y esperanza, donde no cabe desánimo y derrota, sino todo lo contrario, una bandera de libertad, de resistencia, de alegrías y juegos, centrándose en la figura de Marwa, con sus once años, en la que vemos in situ, su proceso de la infancia a la adolescencia, con sus primeros amores, sus aventuras que no serán del gusto materno, y todos esos cambios, tanto físicos como mentales, que sufrimos cualquier persona durante ese período, bajo el contexto de alguien que ha dejado su país en guerra, que ha presenciado demasiados horrores, y sueña con volver un día a su tierra en paz. La voz en off de la directora aparece en ciertos momentos, para ir articulando el film-diario de Marwa y su familia, y el suyo propio, el de la cineasta en busca de su personaje, y sobre todo, en filmar a una niña que vive en esa situación extrema, y añadiendo su propia experiencia, con su padre, que también fue un exiliado años atrás, cuando ella tenía la misma edad que Marwa.

Estamos frente a una crónica de los hechos, bajo la mirada de una niña de once años, que nos evoca, indudablemente, al Diario de Ana Frank, escrito por una niña con trece años, que evoca también, un exilio, este interior, en el que Ana y su familia se escondieron en el desván. Naser huye de cualquier atisbo de sentimentalismo, ni nada que se le parezca, por el contrario, opta por la verdad que destila cada plano de su película, mostrando la realidad del campo, el desanimo que produce vivir tan lejos de casa, con esa esperanza de algún día volver a casa, como la magnífica secuencia, en la que Marwa y un grupo de niños en corrillo, explican sus sueños, en los que la niña siria explica uno muy poética, en la que convertida en una paloma, se celebra un día de fiesta en su pueblo, en la que incide en ese estado de libertad y alegría que tanto caracteriza el carácter de Marwa, para después la cámara abandona el grupo y muestra la realidad triste y sucia del campo, donde Naser nos muestra como la mirada de una niña de once años puede romper cualquier barrera u obstáculo en el que viva, filmando todo ese proceso que abarca cuatro años, cuando Marwa, con quince años, mira a la cámara, convertida ya en una adolescente que sigue soñando, ahora con otras cosas, pero eso sí, sin olvidar ese regreso soñado, volviendo a ese pasado, a la Siria antes de la guerra, donde las cosas respiraban armonía y felicidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

El verano de May, de Cherien Dabis

el_verano_de_may_54841ENTRE DOS MUNDOS.

Después de foguearse en el mundo del cortometraje, con el que consiguió varios reconocimeintos internacionales, la cineasta Cherien Dabis (1976, Omaha, Nebraska, EE.UU.) debutó en el largo con Amerrika (2009), en la que se adentraba en los problemas de adaptación de una palestina y su hijo adolescente en un pueblo de Wisconsin. En su segundo trabajo, intercambia los papeles, para contarnos el viaje a la inversa, la “extranjera” que vuelve a la tierra de su infancia. El hilo conductor de la película es May Brennan, una neoyorquina que afamada excritora que regresa a su casa, en Amman (Jordania), con el objetivo de casarse con su prometido. Dabis construye un relato costumbrista, conocemos la forma de vida árabe, y pensamiento de su madre, Nadine, convertida al cristianismo que rechaza el matrimonio de su hija porque se casa con un musulmán, también encontrará a sus hermanas menores, que se comportan como unas adolescentes rebeldes, y finalmente, su padre, Edward, que se ha vuelto a casar con una mujer de su misma edad. El choque cultural y social que se encuentra May es brutal, ella es jordana, pero con mentalidad estadounidense, sus raíces son árabes, pero su modo de vida y pensamiento son completamente diferentes.

Stills of Cherien Dabis' movie "May In The Summer" with Displaced Pictures productions

Dabis no se centra en el conflicto político eterno de la zona, está ahí, nos lo explica con pequeños detalles los sucesos trágicos que forman parte de la cotidianidad en los países vecinos (como el avión que escuchamos que paraliza por un instante a todos cuando se encuentran en el hotel de lujo del mar muerto), su mirada se centra en el entorno familiar, en las heridas del pasado, y en las complejas relaciones entre May y su madre, y sobre todo, en la crisis emocional que lentamente irá invadiendo el interior de May, y llenará de dudas ante el paso de contraer matrimonio. La trama navega entre los momentos de gran complejidad emocional, en el que Dabis se acerca al drama de forma íntima y midiendo la distancia, sin caer en el sentimentalismo, mostrándose sensible y honesta con la materia que tiene entre manos, también deja espacio para la comicidad, hay momentos de comedia alocada, con carreras y risas entre las situaciones que se van generando entre un mundo cerrado y de fuertes lazos familiares, en contraposición con lo que representa May, la exiliada que vive en un entorno de libertad y capitalismo.

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La película se muestra fresca y valiente, con unos personajes bien construidos, en el que cada uno de ellos está construido por una profundidad que hace aún más rica la historia, todos se mueven en ese entorno familiar en el que se han guardado demasiadas cosas hacia dentro, que nada es lo que parece, que aún faltan palabras que no fueron dichas, o simplemente no era el momento, todos los personajes tienen esa profundidad emocional , y cada uno de ellos alberga su propio conflicto personal, con el que lucha y en algún momento, deberá enfrentarse, y a continuación, sacar a los demás integrantes familiares. Podría tratarse de un verano más, pero no será así, May y su familia pondrán sobre la mesa sus rencillas familiares y tratarán de manifestar sus miedos, inquietudes, y aquello que les hace daño y todavía no han sido capaces de tratar. Cherien Dabis además de actuar, dirige, escribe y coproduce una película que tiene a la estupenda Hiam Abbas (que ha trabajado con Jarmusch, Spielberg, y demás) como la madre recta y protectora, y la experiencia y sabiduría de Bill Pullman, como Edward, el padre extranjero que mantiene una dura pugna con sus hijas. Un obra en ocasiones dulce y compleja, divertida y dramática, que se sumerge en los conflictos familiares y los choques culturales y sociales de un modo atrevido, sencillo, y sensible.