Ayka, de Sergey Dvortsevoy

LA MUJER ILEGAL.

“Amo a la humanidad, pero, para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular”.

Fiodor Dostoievski

La película se abre en la maternidad de un hospital, las recién madres acostadas dan el pecho a sus hijos. La cámara se fija en una de ellas, es Ayka, tiene unos veintitantos años y se reincorpora poco a poco. Se levanta y se dirige al aseso, donde desoyendo las voces de las enfermeras, decide abrir la ventana helada y huir a toda prisa del lugar. Corte abrupto a la calle, una de tantas calles de Moscú, en plena tormenta de invierno, la nieve cae incesantemente, mientras Ayka, respirando agitadamente, camina deprisa, intentando no pensar en lo que acaba de hacer, abandonar a su hijo recién nacido en un hospital. Lo que acabamos de ver es el prólogo de la película, o la apertura que se diría en el teatro, en la que hemos sido testigos de un hecho, un hecho inhumano e inmoral. A continuación, la película empieza con el propósito de enfrentarnos a que otros hechos ha llevado a Ayka a cometer esa barbaridad, donde vamos a conocer su realidad, una realidad triste, oculta, ya que es una mujer de Kirguistán ilegal en Rusia, conoceremos de primera mano, las terribles circunstancias que han llevado a Ayka a abandonar a su hijo.

Segundo largometraje de Sergey Dvortsevoy (Chimkent, Kazajistán, 1962), después de una filmografía apoyada en el vehículo documental para retratar la realidad de su país, con Paradise (1996), donde seguía a un pastor nómada y su familia, en El día del pan (1998), registraba a los trabajadores de la “turba”, una zona a 80 kilómetros de San Petersburgo, en Highway (1999), descubríamos el país a través de un circo ambulante, con En la oscuridad (20014), seguía la intimidad de un anciano ciego y su gato. Su largometraje debut fue Tulpan (2008), en la que se centraba en un joven pastor de la agreste estepa de Kazajistán, que deseaba contraer matrimonio con una joven deseosa de marcharse para estudiar, a medio camino entre la ficción y el documental, en un hermoso y sincero cuento sobre la vida, el amor, la tradición y una forma de vivir arcaica y en desaparición. En Ayka, el cineasta kazajo deja las frías y vastas estepas de su país, para centrarse en el subsuelo de la realidad de Moscú para muchos inmigrantes ilegales, que malviven y sobreviven hacinados en pisos donde todo pende de un hilo, en la que nos situamos a la altura de la mirada nerviosa y angustiada de Ayka, una mujer de Kirguistán, que debido a su miserable existencia, decide abandonar a su hijo recién nacido en el hospital.

Dvortsevoy filma las entrañas de esa deshumanización sin juzgar ni resultar tremendista, intentando siempre mantener la dignidad de su personaje y las imágenes que ha capturado, manteniéndose a la distancia prudente, muestra una realidad crudísima y violenta, la misma que sufren cientos de miles de inmigrantes en las grandes ciudades del llamado primer mundo, donde apenas existe la compasión, como vemos en este viaje urbano y emocional por las calles frías y nevadas de Moscú, protagonizado por una mujer agobiada de deudas, que no le pagan por su trabajo, que arrastra secuelas en forma de hemorragia, en su periplo por las entrañas más duras y desoladoras de la ciudad, con la cabeza agachada y arrastrando su realidad triste, como muchos de los personajes que retrataba Chéjov, que tiene algo de empatía, pero en su mayoría, es una especie de alimaña agazapada, oculta, llena de miedo que huye despavorida de esos cazadores en forma de acreedores o demás que, desgraciadamente, se aprovechan de su situación de indocumentada.

La cámara de la polaca Jolanta Dylewska (intensa colaboradora de Dvortsevoy) opta por la filmación en mano y pegada a la hiel de Ayka, persiguiendo sin descanso el caminar dificultoso de la joven kirguisa, a partir de esa naturalidad honesta y granulada que tan bien le vienen a retratar con exactitud y crudeza la existencia de Ayka, el dinámico y abrupto montaje firmado por el propio director y otro estrecho colaborador como el esloveno Petar Markovic, y el excelente trabajo de sonido de Maksim Belovolov, Martin Frühmorgen, Joanna Napieralska y Holger Lehmann, que consiguen esa asfixia incesante y constante ruido que sigue a la joven, convirtiendo el off en otro personaje más, con esos sonidos urbanos de una ciudad quitando nieve y ruidosa, como esos interiores repletos de gente y el trabajo como en el clandestino taller de pelar pollos.

Aunque una película de estas características, necesitaba una actriz con la capacidad de expresar lo máximo sin apenas hablar, y el director kazajo la ha encontrado en Samal Yeslyamova, que debutó en Tulpan, y repite con el director kazajo, con una interpretación inconmensurable, que le valió el premio en el prestigioso Festival de Cannes, llena de matices, de gran expresividad, muy natural, intensísima y brutal, que nos sujeta desde el primer instante y no nos suelta en todo el metraje, conduciéndonos por su existencia oscura, mísera y solitaria, donde solo se tiene a ella, en continua huida, escondiéndose, como hacían los trabajadores polacos en la maravillosa Trabajo clandestino, de Jerzy Skolimowski, o la Rosetta, de los Dardenne, otra mujer en mitad de esa miseria de Europa llena de odio y violencia, donde unos explotan a otros, con la imagen caminando bajo la nieve y el frío, mientras sangra, de la joven Ayka, en ese durísimo puñetazo a las conciencias, en sus 109 minutos desgarradores y contundentes, donde quizás la única salvación para Ayka, sea encontrar un lugar tranquilo y con paz. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los informes sobre Sarah y Saleem, de Muayad Alayan

LA CONVIVENCIA IMPOSIBLE.

La puesta de largo de Muayad Alayan (Palestina, 1985) fue Love, Theft and Other Entanglements (2015) un thriller apasionante donde un vulgar ladrón de coches palestino se veía envuelto en un lío de mil demonios cuando descubría que el vehículo que había robado contenía en el maletero un militar judío secuestrado. El conflicto palestino-israelí, como no podía ser de otra manera, vuelve a centrar su segundo trabajo Los informes sobre Sarah y Saleem, en la que vuelve a jugar con los caprichos del destino, situándonos en la ciudad de Jerusalén, dividida entre el oeste, espacio judío, y el este, espacio palestino pero militarmente ocupado por el ejército israelí. En esa atmósfera represiva y asfixiantes Saleem, un palestino casado a punto de ser padre que reparte pan, mantiene una relación extraconyugal con Sarah, dueña de una cafetería y esposa de un militar israelí. Los encuentros clandestinos de los amantes mantienen su cotidianidad sin que las respectivas parejas tengan constancia de tales hechos. Pero, todo cambia, cuando una noche en la zona palestina Saleem se pelea con un tipo que acosa a Sarah.

A partir de esos instantes, las existencias de Sarah y Saleem se convertirán en una lucha ciega e intensa para salvar sus vidas y sobre todo, salir airosos del incidente que cuando entra el ejército israelí en materia comienza a aumentar su alcance y peligrosidad, sobre todo para Saleem, que es acusado de terrorista. Alayan, que creció en la zona que retrata, se apoya en un excelente guión escrito por su hermano Rami Alayan, para mezclar con intensidad y agilidad los momentos de terror cotidiano a los que deberán enfrentarse sus personajes, convirtiendo esa atmósfera inquietante y naturalista que recorre todo el metraje, en una de sus mejores armas, tanto formales como argumentales, situando al espectador en el centro de la cuestión, sin tomar partido por el cuarteto de personajes que dirime en los hechos. Los ya mencionados Sarah y Saleem, y sus respectivas parejas, Bisan, esposa de Saleem, embarazadísima que busca incansablemente alguna pista que permita la libertad de su marido, y David, el honorable y patriota militar que antepondrá su carrera a su vida y sobre todo, a la traición de su mujer.

El relato va cambiando de punto de vista según va sucediendo los hechos en cuestión, observando con minuciosidad las estrategias y perspectivas morales de cada uno de los implicados, unos anteponiendo sus razones contra las de los otros, en ese clima prebélico en el que vive una ciudad como Jerusalén, un espacio donde las divisiones entre judíos y palestinos no son solo ideológicas, sino sociales, políticas, económicas y casi en todo. Dos formas de verse, de vivir y de compartir una ciudad donde la convivencia resulta imposible, donde unos dominan y otros, los dominados se quitan esa presión como pueden, en la que la vida y la muerte están demasiado cercanas, incluso mezcladas, donde todos intentan salir adelante en un lugar oscuro y terrorífico, donde la cotidianidad de las personas se funde en esa tensión constante y brutal entre unos y otros, donde nadie se fía de nadie y donde las cosas nunca son lo que parecen.

La película con ese aroma de drama psicológico bien construido y sumergiéndonos en ese ambiente político oscuro y tenebroso se suma a títulos como El Cairo confidencial, de Tarik Saleh, y El insulto, de Zarid Doueiri, dos sendos thrillers donde describen con exactitud y brillantez todas las tensiones habidas y por haber que se manifiestan en los países árabes atenazados por los climas y conflictos políticos de difícil resolución por los múltiples intereses económicos, sociales y demás. Un excelente y brillante cuarteto protagonista que de forma naturalista e íntima, elevan el conflicto de la película a través de esas miradas y gestos tensos y profundos que describen con minuciosidad todo lo que va ocurriendo en este drama psicológico en el que nos revelan un cuento moral donde se dirimirá las cuestiones emocionales de unos y otros.

Una película que en lo narrativo y descripción de personajes se asemeja a Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem, donde a raíz de un suceso sin más, hacía un retrato prufundo y sincero de todas las cuestiones emocionales y sociales que se vivían en aquella España franquista, gris y represiva, como ocurre en ese Jerusalén invadido y convertido en cárcel para unos e invasor para otros, con la peculiaridad de toda la carga emocional de unos personajes complejos y algo sombríos, dejando a tras luz todo aquello que anteponemos en la vida en relación a unas personas con otras cuando la situación se torna peligrosa, cuando debemos decidir hacia adonde nos encaminamos, poniendo en cuestión nuestra vida, nuestros valores personales, y sobre todo, nuestros ideales, entrando en tromba a la naturaleza de las personas y aquello que bulle en su interior, sin trampa ni cartón. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una íntima convicción, de Antoine Raimbault

LA OBSESIÓN POR LA VERDAD.

“Conocemos la verdad no solo por la razón, sino por el corazón”.

Blaise Pascal

“La justicia es un error milenario que quiere que atribuyamos a una administración el nombre de una virtud”

Tolosano Alain Furbury

En la película El juez, el magistrado interpretado por Fabrice Luchini, arrancaba el juicio con la siguiente aseveración: “Nos encontramos aquí no para conocer la verdad de los hechos, sino para aplicar la ley a través de las siguientes pruebas presentadas”. Semejante afirmación constituye en el fondo una tarea harto complicado para aquellos profesionales de la “justicia”, hombres y mujeres que se visten con toga y dirimen entre aquellos que defienden y acusan al acusado o acusado, trabajando para encontrar aquellas posiciones que lo declaren inocente o culpable de los hechos por el que es juzgado o juzgada. La llamada “justicia” siempre se mueve entre conjeturas, hipótesis y en sus verdades que convenzan al juez o jueza de turno o al jurado popular, en la que la maestría de unos y otros decantará la balanza para un lado u el otro.

El director francés Antoine Raimbault que tiene experiencia como montador y coguionista con Karim Dridi, con él que firma el guión de la película, conoció al letrado Eric Dupond-Moretti y se interesó por el caso de Jacques Viguier, amén de estudiar los juicios a través de su creciente interés en los tribunales de su país. Raimbault ha hecho una película basado en hechos reales, ciñéndose a los hechos acaecidos sobre el famoso caso, en el que un hombre es acusado del asesinato de su mujer desaparecida, absuelto una primera vez, el relato cinematográfico se centra en el segundo juicio que se celebró nuevamente después del recurso presentado. Pero, el cineasta francés opta por un punto de vista ficticio inventándose el personaje de Nora, el único rol de ficción de la película. Nora, cocinera de profesión y madre de un hijo, y amiga íntima de la hija del acusado emprende su propia cruzada personal trabajando en la contra-investigación contratando a un abogado defensor Dupond y proveyéndole de datos y hechos que ayuden en la defensa de Viguier, como las interminables escuchas de los implicados en el caso, haciendo hincapié en el amante de la mujer.

Raimbault debuta en la gran pantalla a lo grande, con un thriller judicial de primera categoría, una de esas historias inteligentes, magníficas y llenas de complejidad, recovecos argumentales y personajes llenos de intuición, humanos y difíciles, siguiendo a Nora, una mujer en busca de la verdad, en busca de un imposible, abducida por una obsesión que la lleva a desafiar sus propias creencias y su propia vida, poniendo en peligro todo aquello que forma parte de su vida. En frente, el letrado Dupond, un hombre justo y honorable, con una amplísima experiencia en los tribunales, batallando a brazo partido por devolver su vida a sus defendidos, como clamará el acusado Jacques Viguier, después de más de diez años con el caso. La cinta no se dirige a un solo camino, se mueve en muchas y variadas direcciones, donde en su primera mitad se mueve entre la pausa y la racionalidad, para más tarde, el reposo y la pausa del inicio dejan paso al ritmo trepidante y fragmentado del exquisito montaje obra de Jean-Baptiste Beaudoin.

La película se mueve entre aquello que sentimos, donde la verdad se convierte en algo secundario, donde las fuerzas del juicio van a la par, donde ya no se trabaja para conocer la verdad sino simplemente en salvar al acusado de un homicidio en primer grado, en que la historia de la heroína en pos de la verdad y la justicia deja paso a alguien que conoce las limitaciones propias del sistema judicial y también, de ella misma, de alguien que cambia de estrategia y trabaja en igualdad de fuerzas para conseguir sus objetivos. Raimbault nos habla del poder de la convicción sobre la razón, de ese proceso que vive Nora, una mujer como cualquiera de nosotros que emprende una búsqueda invisible y desconocida hacia algún objeto o hecho al que agarrarse para fortalecer la inocencia en la que cree, como sus enemigos, aquellos que acusan, que también se mueven en hipótesis y conjeturas para acusar, valiéndose del informe oficial policial que acusa sin pruebas constituyentes. Con una excelente y maravillosa pareja protagonista con la imponente interpretación de Marina Foïs bien acompañado del siempre convincente Olivier Gourmet.

El realizador francés cuestiona el sistema judicial desde dentro, desde lo más profundo de sus entrañas, mostrándonos toda la falta de veracidad y justicia que impera en los casos, donde ambas partes trabajan para acusar o defender sin pruebas reales, siguiendo unos el modelo oficial, en este caso dar fuerza y solidez al informe policial, aunque éste lleno de agujeros, y los otros, aquellos que defienden la inocencia, basándose en certezas inventadas o ficticios en las que apoyar su defensa y convencer al tribunal y al jurado de la inocencia de su defendido. Una íntima convicción nos devuelve el aroma de los grandes dramas judiciales que tan buenos títulos ha dado el cine estadounidense como el acusado humanista que se defendía de los nazis en Esta tierra es mía, o el recto juez que era manipulado en Testigo de cargo, o el audaz letrado defensor en Anatomía de un asesinato, o el inteligente abogado antirracista en Matar a un ruiseñor, o el decadente abogado que quemaba su última bala en pos de la inocencia en Veredicto final, o por afinidad argumental sobre el acusado el thriller judicial de El misterio Von Bülow. Títulos encomiables y magníficos a los que se le añade desde ya la película de Raimbault, por su identidad, por su poderosa trama, por unos personajes inolvidables y tenaces, humanos por su coraje y debilidades, y por un relato que nos convierte en testigos, defensores, acusadores y jueces del devenir de Jacques Viguier. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Blaze, de Ethan Hawke

ESA BALADA TRISTE Y SOLITARIA.

“Blaze era un artista americano antes de que existiera el género”.

Thom Jurek (Músico-escritor)

La película arranca al atardecer en el porche de una pequeña cabaña en algún lugar de Texas, a pocos metros, en la carretera, los automóviles pasan continuando su dirección. Nos encontramos con Blaze Foley, un músico country algo borracho, mientras toca su guitarra va canturreando alguna de sus canciones, a su lado, algunos amigos ríen y le siguen en los coros. La noche va cayendo, las canciones continúan, como en un duerme vela, las risas van aumentando, es una reunión entre colegas, sentados en un porche, alejados del mundanal ruido, sintiendo que la vida va y viene y todo parece continuar igual. De Ethan Hawke (Austin, Texas, EE.UU., 1970) conocíamos de sobra su faceta como actor, con sus grandes interpretaciones en El club de los poetas muertos,  Gattaca, Training Day o sus películas con Richard Linklater. Desde el 2001 viene realizando trabajos como director en títulos como Chelsea Walls, The Hottest State (2006) el documental Seymour: An Introduction (2014) cine intimista, próximo y desnudo, cine sobre artistas outsiders, fuera del neón y el oropel, gentes sencillas con pasiones arrebatadoras y llenas de fe, artistas que buscan y rebuscan para alcanzar su cima.

Ahora, el cineasta texano nos envuelve en la vida de Blaze Foley (Malvern, Arkansas, 1949-Travis Heights, Austin, 1989) un músico estadounidense country, uno de esos artistas solitarios y tristes, que componen canciones y cantan a la vida, a la desesperación, al amor, a lo imposible, y a la desazón de la existencia entre sus innumerables rostros y texturas, alguien que camina a paso lento (ya que de niño la polio lo dejó así) por carreteras secundarias, que toca medio borracho en bares vacíos o locales apartados en que ni cristo le hace caso, seres anónimos, individuos que sin quererlo ni pretenderlo, dejarán un legado inmenso como fue en el caso de Blaze, con su movimiento musical country, el “Texas Outlaw Music”, que inspiró a músicos de la talla de Merle Haggard y Willie Nelson, entre otros. Aunque, Hawke nos hace un biopic al uso, ni mucho menos, Hawke se va a los márgenes, donde parece sentirse en su salsa, y filma la existencia anodina, vital y tranquila de Blaze, y lo hace basándose en el libro de Sybil Rosen, “Living in the Woods in a Tree: Remembering Blaze Foley”, compañera de Blaze, y coautora del guión junto a Hawke, construyen una película estructurada en tres tiempos, el mencionado en el inicio, donde Blaze con sus canciones y sus amigos vivirá su última noche con vida, después de su desgraciada última actuación en el “The Outhouse”, en Austin.

Luego, en el segundo tiempo, viviremos y sentiremos su love story junto a Sybil en una cabaña en mitad del bosque, entre canciones, amor y sexo, y el posterior viaje a Austin y aún más el de Chicago, donde las cosas en la pareja ya no eran tan idílicas ni cálidas. Y finalmente, un último tiempo, años después, cuando Townes Van Zandt y Zee, sus dos más allegados amigos le cuentan a un periodista radiofónico la vida y milagros de Blaze. Hawke va de un tiempo a otro de forma aleatoria y desestructurada, componiendo un retrato íntimo y profundo sobre un músico outsider, un “fuera de la ley” en toda regla, un tipo sencillo, que a veces bebía demasiado, o en ocasiones no trataba demasiado bien a su mujer y sus colegas, y en otras, parecía querer autodestruirse, no avanzar y estancarse en sus canciones y en su existencia amarga, pero, eso sí, en otros instantes, era un ser encantador, alguien especial, un tipo como pocos y alguien capaz de componer la mejor de las canciones, con sinceridad y verdad.

El cineasta estadounidense recorre un periodo de unos quince años en la vida de Blaze, desde el año 1974 hasta su muerte en 1989, capturando con detenimiento y reposo todos esos momentos en su vida, esas noches que nunca se acababan, esos temas tristes y sinceros que rompían el alma de quién los escuchaba, esas caminatas sin fin donde no había un puto dólar, o tantos locales donde el público lo ignoraba y acaba tirado a patadas, o su momento de gloria con esos tres magnates que lo quieren lanzar como una star del country (interpretados por Linklater, Sam Rockwell y Steve Zahn) aunque las cosas no suceden como se esperan, quizás nunca suceden como las esperas, simplemente suceden y poco o nada tienen que ver con lo planeado. Un reparto ajustado y lleno de almas encabezado por el músico y actor Benjamin Dickey que da vida a Blaze, bien acompañado por Ali Shawkat como Sybil, la musa, el amor y la luz del músico, el músico Charlie Sexton como Townes Van Zandt, Josh Hamilton como Zee, Kris Kristofferson, actor y leyenda de la música country haciendo un corto papel como padre de Blaze, y finlamente, el propio Hawke un papelito en la sombra.

Hawke mira a esos cineastas alejados de lo convencional que filmaban a tipos rotos, quebrados, sin aliento y tremendamente cansados como Fuller, Ray, Cassavetes o Altman, o esos músicos desconocidos con guitarra en mano y caminando llenos de polvo tocando en tugurios de mala muerte como en El aventurero de medianoche, de Eastwood, Tender Mercies, de Beresford o Inside Llewyn Davis, de los Coen, retratos demoledores sobre artistas solitarios, incomprendidos y románticos, que no encajan de ninguna de las maneras en un mundo demasiado sórdido, superficial y mercantilizado, una especie de extraterrestres en su propio entorno y existencia, seres que caminan y caminan hasta caer rendidos sin fuerzas, como aquel cowboy anónimo que cantaba Johnny Cash, y sobre todo, por todos aquellos que soñaron una vida diferente a través de sus canciones y se sintieron demasiado solos y apartados. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tres idénticos desconocidos, de Tim Wardle

LOS HERMANOS REENCONTRADOS.

“La genética nos proporciona una tendencia a movernos en ciertas direcciones y comportarnos de ciertas maneras y es el entorno quien determina la forma en que se expresan esos impulsos biológicos”.

Lawrence Wright

La película arranca allá por el año 1980 durante el primer día de universidad, cuando Robert Shafran es recibido y saludado calurosamente por todos los demás estudiantes, ante su propia estupefacción, ya que se trata de la primera vez que pisa ese campus. Todos lo llaman Eddie. Uno de los jóvenes se percata que no se trata de Eddie, pero que su aspecto es exactamente igual que el citado. Así, que llama al tal Edward Galland y los dos jóvenes se dan cuenta que son gemelos, idénticos uno del otro. La noticia corre como la pólvora y se emite en televisión, y casualidades del destino, David Kellman, desde su casa frente al televisor, descubre que los dos gemelos son idénticos a él, y los gemelos pasan a ser trillizos, y desde ese momento, los tres se convierten en uno, amigos inseparables, convirtiéndose en un gran fenómeno, que los lleva a ser la sensación del momento: apareciendo en los programas televisivos más famosos, en una película con Madonna, siendo las estrellas de las sesiones de la famosa discoteca Studio 54 de New York, incluso irse a vivir juntos a un apartamento en la Gran Manzana, y convirtiéndose en socios cuando abren su restaurante “Trillizos”, que será el local de moda para mucha gente.

El cineasta Tim Wardle (Reino Unido, 1975) dedicado exclusivamente a realizar documentales para televisión, encontró esta historia y después de innumerables carambolas del destino, consiguió levantar este proyecto y contar la odisea de tres bebés nacidos en 1961 y separados al nacer, y posteriormente, adoptados por tres familias diferentes que no se conocían entre sí. Tres hermanos que nacieron sin conocer la existencia de los otros. Y todo tiene un porqué, los tres hermanos, junto con otros gemelos y trillizos, participaban en un experimento científico del equipo del psiquiatra Peter Neubauer, un estudio que exploraba las conductas de la personalidad de una serie de individuos separados al nacer, hijos de padres con problemas mentales, el estudio se basaba en la observación de estos individuos y su conductas, si estas alteraciones emocionales se heredaban o eran proporcionadas por el entorno en cuestión, un entorno, eso sí, que en el caso de los trillizos, eran de diferentes clases sociales.

La película de Wardle se mueve en dos espacios, primero de todo, las imágenes de archivo, donde se reconstruye la vida de los tres mellizos y su reencuentro, así como la reconstrucción de ciertos momentos de ese pasado, y un segundo espacio que sería el presente, donde a través de entrevistas, en las que se recogen de primera mano los testimonios de los hermanos, y también, el relato de algunas de las personas que participaron de manera periférica en el experimento, y el testimonio crucial y esclarecedor del periodista Lawrence Wright, que investigó profundamente el caso hasta donde le dejaron, porque los archivos referentes al experimento siguen estando en custodia, alejados de todos los ojos, con la excusa que algunos participantes del experimento desconocen completamente todo. Wardle se mueve entre varias películas, porque tenemos una alegre, divertida y muy emocionante, cuando los trillizos se reencuentran, sus vidas, su éxito y compañerismo, y por otro lado, la película se adentra en el thriller oscuro y terrorífico, en la conspiración científica, muy propia del cine político de los cincuenta y sesenta, donde se cuestiona la ética y moral del experimento y de ciertas conductas de la ciencia en pos de la verdad, o de la naturaleza de los experimentos, una época donde la Guerra Fría ayudaba a llevar a cabo ciertos estudios que en muchos casos atentaban contra la identidad y las vidas de las personas.

Wardle cuenta de manera eficaz y trepidante todo el relato, centrándose en la parte humanista de los trillizos, que tuvieron que pagar un precio demasiado alto muy a su pesar, a partir de sus testimonios y las imágenes de archivos, dotando a la película de un vaivén de informaciones pero bien estructuradas y organizadas para que el espectador conozca, pero también, se adentre en este documento agridulce sobre la condición humana, donde hay alegrías y risas, pero también, hay tristezas y dolor, donde la película no juzga, sino muestra, explicando todos sus detalles y lugares, llevándonos con firmeza e inteligencia por todos los protagonistas involucrados en el caso, todos aquellos que callaron, porque les convenía, todos aquellos que querían saber, a pesar de todo aquello malo que iban a encontrarse, como los trillizos y otros gemelos que, muy a su pesar, participaron en el estudio secreto, y todos aquellos, como el periodista, que trabajaron para desenterrar todos los detalles del experimento, derribando todos los muros que le dejaron derrocar, porque hay otros, los más profundos, que habrá muchos intereses, tanto humanos como poderosos, que prefieren seguir ocultando.


<p><a href=”https://vimeo.com/310090258″>Trailer TRES ID&Eacute;NTICOS DESCONOCIDOS</a> from <a href=”https://vimeo.com/festivalfilms”>FESTIVAL FILMS</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Gauguin, viaje a Tahití, de Édouard Deluc

EL ARTISTA LIBRE.

“No  puedo  ser  ridículo porque soy dos cosas que nunca lo son: un niño y un salvaje”.

  “Regresaré al bosque para vivir la calma, el éxtasis y arte.”

Paul Gauguin

Lo primero que llama la atención de Gauguin, viaje a Tahití  es su naturaleza peculiar y diferente al resto de los biopic al uso, porque su director Édouard Deluc se fija en un par de años, entre 1891 y 1893, el período que describe la estancia en la Polinesia del artista francés, y concretamente en Noa Noa, el diario que el pintor escribió de aquel viaje, del que Deluc adapta libremente, documentándose en otros libros. El cineasta francés describe a un artista atormentado y sólo, que aborrece la superficialidad de su obra, que no logra vender. Un hombre hastiado por los convencionalismos morales y sociales de Europa, su ensimismamiento y su declive burgués, vive casi en la indigencia ganando unos cuántos francos como estibador en los muelles, un alma triste, aburrida y desolada por el cariz de una sociedad convencional y muerta en vida, sin argumentos para convencer a sus allegados artistas que lo acompañen, decide emprender su propia aventura y dejar el mundo oscuro y capitalizado de Francia, y conocer esas lejanas tierras y sobre todo, conocerse como persona y cómo artista.

Deluc despoja su película de toda caparazón sentimental o preciosista, el Tahití que nos retrata huye de cualquier imagen de postal y empática, porque describe la odisea humana de Paul Gauguin (1848-1903) desde la precariedad y el descubrimiento, contándonos su experiencia de un modo íntimo y personal, hay aventura, pero no épica, más cerca de los western crepusculares de Peckinpah, que de las hazañas de los conquistadores o cosas así. Gauguin es un hombre obsesionado con la pureza del alma, de su viaje como vuelta a los orígenes, a ese paisaje salvaje, natural y primitivo con el que sueña, ambientes despojados de la burguesía más hipócrita y sucia de Francia. Su idea es encontrar esas personas ancladas en otro tiempo y en otro mundo para pintarlos, con colores y detalle, llenos de vida y alegría. Aunque, el pintor francés se encuentra un mundo en descomposición, un universo que los misioneros y el colonialismo francés está haciendo desaparecer para sus beneficios económicos.

Gauguin trabaja compulsivamente, su pasión no tiene límites, se mueve de un lugar a otro, su energía es brutal, no tiene descanso, y su encuentro casi fantasmal y onírico con Tehura, la nativa que se convierte en esa Eva primitiva con la que sueña encontrarse, le cambiará profundamente, llevándolo a su etapa más prolífica como artista, y la más genial, Tehura será su musa, la modelo de sus pinturas, y su amor. Aunque, lo demás seguirá igual, las penurias económicas y esa vida despojada casi de cualquier comodidad, seguirán haciendo mella en la salud del pintor y sus problemas de convivencia con Tehura. Deluc construye una película sensorial, en algunos momentos de terror, siguiendo el alma de Gauguin, un ser en ocasiones genio, y en otras, atormentado, un hombre que se buscaba a sí mismo, que no encajaba en una sociedad en descomposición, una sociedad capitalista que arrasaba con lo salvaje y diferente, en pos de su codicia y avaricia.

El Gauguin que nos retrata Deluc es un pintor magnífico, obsesionado con encontrar la pureza de su arte, de pintar aquello más íntimo y sensual, descubrir lo más primitivo de las personas, y el gesto más personal, pero también, alguien encerrado en su soledad, en su abatimiento, y su inadaptabilidad en un mundo superficial y ambicioso económicamente, un mundo contaminante que cambia las formas y la vida de los nativos convirtiéndolos en armas propagandísticas y comerciales según su antojo (como las ventas de tallas que rememoran a los ídolos maoríes). La cinta de Deluc se acerca a la mirada de Malick o Herzog, donde animalidad, locura y salvajismo se cruzan en la figura de Gauguin, en una película que retrata el alma del gran artista, pero también sus sombras y tortura, en una película que ahonda con naturalidad y extrema rigurosidad los temas políticos sobre el colonialismo francés, la religión como arma de aniquilación y deshumanización, y una sociedad, la nativa, en vías de extinción por la fuerza y la muerte del hombre blanco, en la que Gauguin convertido en el último romántico que quiere plasmar todo ese mundo complejo, bello, de colores y primitivo que está desapareciendo irremediablemente.

La inmensa y bestial interpretación de un actor de sangre y fuego como Vincent Cassel, llena de extremos, con esa barba poblada canosa y esa delgadez, de mirada inquieta y curiosa, lleno de vida y amargura, con esas túnicas como el nuevo mesías de conservación de lo primitivo y la libertad de ser quién quieres ser, aunque para ello tengas que desplazarte a la otra parte del mundo. Bien acompañado por la adolescente TuheÏ Adams de 17 años que da vida a Tehura, el amor de Gauguin, que se erige como la niña primitiva que representa la pureza y la humanidad contra un mundo en continua decadencia, que aboga por la avaricia y las falsa moral. Deluc ha hecho una película humanista, honesta y anímica que nos traslada al universo de Gauguin, a su mirada y su pintura, desde lo más íntimo y personal, huyendo de sentimentalismos y convenciones formales, su película es libre, cruda y bella, donde el amor se presenta desde lo más profundo y bello a lo más crudo y tenebroso.

Entrevista a Patrick Mille

Entrevista a Patrick Mille, director de la película “Bienvenidas a Brasil”. El encuentro tuvo lugar el miércoles 11 de julio de 2018, en la oficina de la distribuidora Segarra Films en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Patrick Mille, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Xènia Puiggrós de Segarra Films y a Sonia Uría de Suria Comuniación, por su simpatía, generosidad, paciencia y cariño.

Bienvenidas a Brasil, de Patrick Mille

UNA PARA TODAS.

Los primeros veinte minutos de la película pasan por delante de nosotros a velocidad de crucero. El ritmo es trepidante, brutal y sin descanso. La cámara al hombro se mueve de forma vertiginosa, siguiendo a sus criaturas allá donde estas vayan. Agathe, su hermana pequeña Lily, y Cloé, viven juntas y hace un año que no saben nada de Katia, que las dejó tiradas. Un día, reciben noticias suyas, informándoles que se casa en Brasil con un rico heredero, y además, está embarazada. Las tres viajan al país tropical y se van a una fiesta pija y alocada. Allí, después de varias copas, algunas rayas, y algún polvo fast en el lavabo, una de ellas, Lily, violenta y de carácter, mata accidentalmente a un tipo que pretende violarla. Después de este hecho, las tres mujeres quieren huir del país, aun más cuando se enteran que el muerto es el prometido de Katia. La segunda película de Patrick Mille (Lisboa, Portugal, 1970) es un cambio de rumbo con respecto a su opera prima, Mauvaise fille (2012) un drama donde una joven se quedaba embarazada casi al mismo tiempo que le informaban que su madre padecía una grave enfermedad.

Ahora, Mille (actor con una amplia carrera en Francia donde lleva más de un cuarto de siglo trabajando) nos sumerge en una aventura en toda regla, llevándonos por ese Brasil rural, alejadísimo de la postal, para adentrarnos en una comedia feminista, disparatada y muy gamberra,  mezclada con intriga policial, ya que las mujeres deberán huir del padre del muerto, Augusto, quizás el personaje más cómic de la película, es el gran empresario, en este caso de la carne, metido a político, lleno de corruptela y malísimas artes para conseguir capturar al asesino de su hijo. La caza ha empezado, el Sr. Augusto y sus secuaces harán todo lo imposible para cazar a las mujeres, que tendrán la ayuda de un agente consular excéntrico y muy oscuro. Mille quiere divertirnos, pasar un rato agradable y disfrutar con la película, mostrándonos a unas mujeres que pasarán por todos los estados de ánimo habidos y por haber, que deberán superar sus conflictos internos para ir todas a una para seguir con vida con la que tienen encima, en esta road movie que no da tregua, que pasa de la risa al llanto en cuestión de segundos, en un relato sobre la amistad, el compañerismo y sobre todo, el cooperativismo, como la mejor arma para hacer frente a las adversidades de la existencia.

Mille nos lleva en mil y un sitios diferentes, desde las discotecas chic a cinco minutos de la pobreza, las playas de Ipanema o Copacabana asestadas de turistas, mansiones lujosas con adornos horteras o naif, las laberínticas y peligrosas callejuelas de las favelas, arsenales clandestinos de armas, bares de pueblo donde se odian a los políticos, y demás lugares, tan sorprendentes como miserables, a través de la pesadilla que vivirán las cuatro amigas huyendo del malvado Augusto, una escapada en la que se toparán con individuos de naturaleza peculiar y extravagante, como policías corruptos, trabajadores ambiguos, amazonas armadas hasta los dientes, y sobre todo, mucha corrupción, en un país lleno de contrastes, desde la belleza de sus playas y lugares, mezclado con la miseria más absoluta, de ricos terratenientes a pobres diablos, que tienen la violencia como recurso para sobrevivir en una sociedad alocada, donde prima la fiesta a la vida.

Bienvenidas a Brasil recoge con fuerza y energía ese tipo de comedia disparatadísima, alocada y extravagante, que también tiene tiempo para darnos alguna hostia que otra, esa comedia al uso de Lío en Río, la última obra dirigida por Stanley Donen, en la que dos maduros se enrollaban con sus respectivas hijas, y el embrollo estaba servido, pero ninguna quería mencionarlo, donde las casualidades, las mentiras y los miedos salían a relucir para que todo continuara igual, por miedo a enemistarse con los amigos queridos, sí, pero engañados, en otro tono más bestia, tendríamos a Airbag, de Juanma Bajo Ulloa, en la que seguía a tres palurdos en busca del anillo de prometido que se había olvidado en el trasero de una prostituta, en un viaje lleno de puticlubs, mafiosos y amor, o Very Bad Things, de Peter Berg, que hacía una versión oscurísima de aquella otra Despedida de soltero, nos adentraba en unos colegas en las que una despedida les acababa saliendo demasiada cara y altamente peligrosa.

Mille que, se reserva el personaje excéntrico y clown del agente consular francés, compone un reparto interesante con sus cuatro actrices, jóvenes y muy talentosas, en una pesadilla que pasan del miedo a la valentía, tenemos a Alison Wheeler que es Agatha, la profesora recta y teledirigida que se desmelenará un poco bastante, y se relacionará de forma compleja con Lily, que interpreta Philippine Stindel,  esa hermana pequeña difícil y malcarada, en plena guerra consigo misma, la tercera en discordia, la enamoradiza Chloé, que da vida Margot Bancilhon, dejada por enésima vez, que acabará por demostrar que bajo esa capa de superficialidad, se esconde una mujer fuerte, y finalmente, Katia que interpreta Vanessa Guide, la embarazada que tendrá que hacer frente a como ese mundo de fantasía y falso que se había montado, se cae de bruces con la realidad más inmediata. Y Chico Díaz, actor brasileño de gran prestigio como el Sr. Augusto, el malo de la función. Mille nos divierte y apabulla con su retrato del Brasil lujoso y pobre, en el que seguiremos a cuatro mujeres jóvenes, que a a medida que avanza la película, nos van recordando ese tipo de hembras propias del cine de Tarantino, en las que sus vacaciones maravillosas de desfase en Brasil, se convertirán en otro tipo de aventura, mucho más adrenalínica y peligrosa, en ocasiones triste o violenta, o ambas cosas, pero también, en un viaje hacia sí mismas, a conocerse, y sobre todo, a cuidarse y ayudarse entre ellas, y reencontrarse en medio de la nada.


<p><a href=”https://vimeo.com/241166912″>Bienvenidas a Brasil – Tr&aacute;iler Oficial HQ (VOSE)</a> from <a href=”https://vimeo.com/segarrafilms”>Segarra Films</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

El Cairo Confidencial, de Tarik Saleh

AL BORDE DEL ABISMO.

Una ciudad, El Cairo. Un tiempo, 15 de enero del 2011. Un Instante, los diez días previos al estadillo del pueblo contra el régimen autoritario de Mubarak, que darán paso a la denominada “Primavera Árabe”, en el que en varios países árabes se originaron revueltas que acabaron con el gobierno corrupto de turno. Y un hecho, el asesinato de una famosa cantante, en la que hay implicado un importante constructor que se relaciona con altas esferas del gobierno. Un personaje, el comandante Noredin, encargado del caso se persona en el escenario del crimen. El director Tarik Saleh (Etocolmo, Suecia, 1972) de origen egipcio, conjuntamente con Kristina Aberg, productora de todos sus trabajos, se inspiró en el caso real del asesinato de la cantante libanesa Suzanne Tamim en el año 2008 en Dubai, donde era sospechoso un alto cargo del gobierno. Un hecho, que conjuntamente con su idea de filmar en El Cairo (que debido a una prohibición estatal tuvo que reconstruir El Cairo en la ciudad de Casablanca, en Marruecos) ha construido una película de corte negro, con sus intensos 11 6 minutos de metraje, en el que se respira esa atmósfera decadente y revolucionaria que bulle en cada rincón de la ciudad, donde como es habitual en este tipo de tramas, cuando hay policía de por medio, la política está muy presente, y como no podía ser menos, la corrupción latente que contamina cada espacio del país.

Noredin (extraordinariamente interpretado por el actor Fares Fares) nos guía por todo tipo de lugares, desde las calles oscuras donde se realiza contrabando a plena luz del día, por los pisos y callejones lúgubres en los que malviven inmigrantes sudaneses (como la joven Salwa, testigo accidental del crimen que se investiga) o los espacios que contraponen los otros, como la casa señorial del constructor investigado, o el puticlub de lujo o los hoteles donde se chantajea a los poderosos, o esos espacios intermedios, como el apartamento triste del policía con el retrato de su boda, o la comisaría, donde se encarcela y tortura sin más, lugares por los que pululan, jefes de policía como Kammal, que sabiendo mucho calla a cambio de tajada, Shafiq, ese tipo de personajes que construye por un lado, y por otro, hace del engaño y el seño su modus operandi, y los otros, los explotados, como Salwa, la inmigrante sudanesa o las jóvenes que sueñan con hacer carrera como cantantes y acaban explotando su belleza prostituyéndose a las élites corruptas del país, supervivientes al amparo de un mundo sórdido, deprimente y deshumanizado.

Saleh mide con excelente ritmo,  agilidad y sobriedad la investigación criminal, junto con el respiradero político y social que arde en la ciudad (dando buena cuenta su labor en el campo documental en sus primeros trabajos)  una metrópolis pintada de altos contrastes en amarillo y negro, donde el tiempo cinematográfico, acotado en 10 días, irá contaminando el interior y los conflictos que van sucediendo en la película. Una trama en el que convergen personajes de distinta procedencia, en el que todos intentarán salir airosos del entuerto, donde asistimos a ese tiempo de monstruos (ese tiempo que abarca el mundo que se rompe con el que todavía no ha aparecido) tiempo de muertes en contenedores de basuras o tirados en la calle, fantasmas que pululan por una ciudad que se golpea y dispara en la calle, donde unos no quieren perder el estatus de corruptela que también les ha ido, y otros, los de abajo, luchan y a veces, hasta con su vida, para tener una vida mejor. Saleh plantea una película que nos interpela constantemente, a unos espectadores, también ciudadanos de países donde una clase dirigente ha hecho de la corrupción su modo de vida, como si se tratase de una organización criminal y mafiosa, donde la llamada ley los ampara y también recibe sus correspondientes beneficios económicos.

Noredin es ese policía solitario, triste, honesto y enamorado que pretende seguir haciendo justicia, si alguna vez existió o algo queda de ella, en un mundo a punto de caer o ya caído, del que solo quedan unos restos carcomidos, el agente de la ley idealista que se topará con la oscuridad de un mundo malsano y podrido que aparenta legalidad y honestidad, aunque sólo sea apariencia, porque en el fondo, todo se quede en un fajo de billetes llenos de sangre, mentiras y falsedades. Saleh recoge el aroma de los grandes títulos clásicos como El sueño eterno, La ciudad desnuda o Los sobornados, y los más modernos, aquellos que devolvieron al género el esplendor perdido con protagonistas más humanizados y loosers como en La noche se mueve, El príncipe de la ciudad, o los de aquí como El arreglo o La caja 507, títulos donde la investigación policial recogía el atmósfera de corrupción política y social de unos países abocados a la injustica y la desigualdad, como bien describe la película de Saleh, que además de medir la realidad social de un país, una ciudad y unas gentes, en la que todo está a punto de estallar y ya nada volvería a ser igual, o tal vez, sí.