Adiós, queridos haters, de Hanka Nobis

EL PESO DEL ODIO. 

“El odio es muy fácil. El amor requiere de valentía”. 

Hannah Harrington

La primera imagen que vemos de la película es la de Antek, su protagonista, un joven polaco de sólo 20 años, tallando con un hacha una cruz en un árbol con mucho esfuerzo y sudando la gota gorda, rodeado de un grupo de amigos. Inmediatamente después, el grupo rodea la citada cruz y siguiendo a Antek, que ejerce de líder, comienzan a rezar de forma intensa y apasionada. La naturaleza y el grupo definen mucho la vida de Antek, que ha crecido en una familia de extrema derecha y muy religiosa. La existencia de Antek es eso y nada más, un círculo cerrado y vicioso, en la que también se incluyen actividades como pertenecer a “La Fraternidad”, donde celebran su cristianismo, su celibato, su homofobia y su Polonia blanca. La película Adiós, queridos haters, con el título original de Polish Prayers (traducido como “Oraciones polacas”), habla de la creciente religiosidad del país presidido por Andrzej Duda con su partido “Ley y Justicia”, que aboga por un país de derechas, conservador y tremendamente religioso, en el que no cabe otra forma de actividad e idea. 

La directora Hanka Nobis (Bialystok, Polonia, 1990), que ha trabajado tanto en cine como en teatro, al lado de nombres como los de Jacek Poniedziatek, Anna Smolar, Pawel Lozinski, Markus Ohrn, entre otros, debuta en el largometraje con el documental Adiós, queridos haters, que no es un retrato al uso, sino que va más allá, porque habla de Antek, alguien atrapado en su familia y la fraternidad de amigos, explica la existencia de alguien que nunca ha juzgado a los suyos, ni se ha planteado otra cosa que seguir el camino marcado sin cuestionarlo. Pero, he aquí la cuestión, Antek conoce a una chica de la que se enamora, una mujer que es diferente a él, alguien que respeta a los demás y se plantea las cosas desde la reflexión profunda, intentando ser la persona que quiere ser y no dejándose influenciar por las ideas reaccionarias. La cineasta polaca demuestra una madurez y síntesis asombrosas, porque explica su película de forma sutil, sencilla y muy honesta, sin caer en las superficialidades, ni en los torpes juicios de otros y otras, en su relato hay verdad e intimidad, nada es baladí, todo se cuenta desde la firmeza de tener un material potente y muy incómodo, situando al espectador en el centro de la trama, mostrando lo que ocurre y no interviniendo más que lo necesario, sin guiar ni conducir al público, dejando que la audiencia mire, juzgue y sienta. 

La cinematografía de Milosz Kasiura ayuda a crear esa atmósfera intensa y cargada por la que se mueve el joven protagonista, y sobre todo, cuando le asalta las dudas, las contradicciones y empieza a mearse en ese espejo donde ya no se reconoce, o también podríamos decir, en el espejo donde ve las oscuridades que todavía no se había atrevido a ver. Un montaje preciso y rítmico que firma el dúo Bigna Tomschin y Olivia Frey,  lleva el relato por un universo donde abundan las sombras y los (des) encuentros nada complacientes en una película que se va a unos estupendos y poderosos 83 minutos de metraje. Nobis traza un retrato certero y lleno de fuerza de la Polonia actual, pero no lo hace desde el lado de la complacencia, sino desde el otro lado, desde el espacio de la maldad, el odio y el poder. Y no lo hace desde ese poder oculto de señores de traje que manejan el dinero y todo lo demás, sino lo que hace desde un joven soldado, un chaval de 20 años, que está posicionado y relaciones con ese odio atroz, pero tampoco se queda ahí, porque la película está concebida desde la verdad y la transparencia de un personaje que tiene dudas, que se plantea lo que nunca se había planteado, y desde la pausa y la tranquilidad.

La cineasta polaca sitúa la cámara y el encuadre desde la distancia perfecta en el que muestra sin juzgar, en la que enseña respetando la intimidad de la persona, con cercanía pero sin demasiado lejanía que distorsione para un lado o el otro la historia que quiere contarnos con veracidad y honestidad. Adiós, queridos haters, de Hanka Nobis, debería ser de obligada visión en todos los institutos del mundo consumista, para que los jóvenes pudiesen ser testigos y reflexionar sobre los valores de muchas personas de este continente llamado Europa, que en su teoría tiene buenas intenciones, pero en la práctica se mueve a partir de valores demasiado tradicionales y conservadores, que atentan contra la libertad de colectivos como los de LGTBIQ+ e inmigrantes y demás que abogan por un mundo más libre, democrático, y sobre todo, de verdad, todo aquellos valores con los que Europa soñó una vez y que a medida que ha ido avanzando el tiempo, poco a poco se han ido reduciendo en pos a la riqueza económica y el individualismo depredador, que acuñó hace poco David Trueba. En fin, vean la película y sobre todo, la recomienden, porque así su mensaje de amor y respeto llegará más lejos y con más fuerza, que ese es la idea de este cine, un cine que nos hable de lo que pasa y lo haga con seriedad, desde la verdad y con muchos puntos de vista y miradas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Insensatos, de Tomasz Wasilewski

EL AMOR TAMBIÉN DUELE.

“Nunca amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien. Lo que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos”.

Fernando Pessoa

De los cuatro largometrajes de Tomasz Wasilewski (Torun, Polonia, 1980), In a Bedroom (2013), la dura existencia de una prostituta que droga y roba a sus clientes, Rascacielos flotantes (2013), sobre la homosexualidad reprimida de una atleta que vive con su novia, y Estados Unidos del amor (2016), sobre cuatro mujeres que lidian con la represión sexual y los amores insatisfechos en la Polonia poscomunista de 1990, que estrenó Golem por estos lares. De la mano de Reverso Films volvemos a tener por nuestras pantallas un nuevo trabajo del cineasta polaco, Insensatos (Glupcy, del original polaco), que nuevamente sigue rastreando la psique humana a través de sus pasiones y deseos más ocultos, aquellos que anidan en su interior en silencio. Ya sea en el pasado o en la actualidad, los espacios de sus cuatro películas siguen respirando suciedad y asfixia moral, lugares feos y hostiles, grises y de extrema palidez, hurgando en esos tonos marrones, oscurecidos y nocturnos. 

Con Insensatos, el cineasta polaco sigue explorando la condición humana a través de sus peculiares y certeros retratos femeninos en el ámbito doméstico, retratando situaciones familiares y domésticas complejas y muy difíciles, donde las relaciones son complicadas y sometidas a un pasado demasiado pesado, un pasado que en algún momento estallará como les ocurre a los dos protagonistas. Una pareja atípica y nada convencional como Marlena  de 62 años y Tomasz, veinte años menos, con ese descriptivo arranque cuando los vemos practicando sexo en la cama y escuchando sus sonoros gemidos. Una pareja que vive su amor en un lugar desolado y alejado de todos y todo, en una casa en la costa encima de unas dunas, con el rugido constante del Mar Báltico. Esa vida apacible, monótona y tranquila, se verá fuertemente sacudida con la llegada a la casa de Nikolaj, el hijo moribundo de Marlena, que erosiona y de qué manera la convivencia de la pareja. Además, ese nuevo “huésped”, llega con la visita de Magda, también hija de la mujer, que evidenciará ese pasado que los ha distanciado. 

A partir de una excelente cinematografía de un grande como el rumano Oleg Mutu, que ya trabajó con Wasilewski en Estados Unidos del amor, que tiene en su haber grandes títulos de la cinematografía rumana con nombres como los de Cristian Pugiu, Cristi Puiu, y el ucraniano Sergei Loznitsa, entre otros. A través de un inhabitual formato panorámico, la película cuece una luz que duele, que atraviesa a los personajes, entre esos claroscuros, en que el espacio los somete y agobia, contaminando cada lugar, cada mirada y cada gesto, en un relato en el que hay pocos diálogos, porque estos personajes, estos cuatros personajes hablan poco, porque todo lo que tienen en su interior es sumamente difícil expresarlo en palabras. Un estupendo y detallado montaje de Beata Walentowska, que estuvo en Estados Unidos del amor, y tiene en su amor a directores polacos tan prestigiosos como Piotr Dumala, mantiene de forma formidable la tensión y la violencia que existe entre estos cuatro personajes en una trama que se va casi a las dos horas de metraje a través de unos seres atravesados por un pasado traumático del que huyen y no tienen fuerzas para enfrentarse a él. Sin olvidar la producción de una clase como Ewa Puszczynska, que tiene en su haber las películas Ida Cold War, ambas de Pawel Pawlikowki, El capitán, de Robert Schwentke y Quo Vadis, Aida?, de la bosnia Jasmila Zbanic. 

Un magnífico cuarteto protagonista que imprime toda esa dureza y brutalidad que manifiestan en cada mirada, cada plano y cada encuadre. Encabezados por una sobresaliente Dorota Kolak en el papel de Marlena, una mujer que ama, que vive su amor con intensidad, tendrá que lidiar con todo lo que dejó en el pasado, y debatirse entre su amor y su hijo, y todo lo que ello comporta. Muchos la recordaréis por ser Renata, que se sentía fascinada por su vecina en la mencionada Estados Unidos del amor. Ahora, en Insensatos, el director polaco le ha brindado uno de esos personajes maduros y de verdad, un personaje que avanza y retrocede con mucha dignidad, sin querer ser aceptada, sólo amada. A su lado, nos encontramos con Lukasz Simlat como Tomasz, que mantiene un amor alejado de todos, un amor de verdad, íntimo y muy visceral. Un actor que hemos visto en películas de Malgorzata Szumowska y en la conocida Corpus Christi, de Jan Komasa, entre otros. El hijo moribundo, inmóvil y que no cesa de gritar, ya estuvo en In a Bedroom, al igual que Katarzyna Herman, también en Rascacielos flotantes, amén de trabajar con maestros como Zanussi y Agnieszka Holland, entre otras. Su Magda es una especie de fantasma, una mujer amargada, perdida y llena de ira. Y la presencia de Marta NieradKiewicz que hade de Iza, vecina y amiga, que fue actriz en Rascacielos flotantesEstados Unidos del amor

Insensatos es una película difícil en su complejidad emocional, porque nos habla de temas y elementos de los que no cuesta hablar, de los que duelen y nos alejan de los demás, por ese miedo de no enfrentarnos a lo que sentimos y al dolor que arrastramos. Su gran ventaja es que no deambula y construye una forma complicada ni mucho menos, porque la película se aposenta en una drama íntimo y sencillo, sin complicaciones y directo, con el mejor aroma de las películas del este que siempre nos han encantado, por su extrema sobriedad, su dureza en sus personajes, y en esas atmósferas tan inquietantes, más próximas a los cuentos de terror bien construidos, en que la diferencia con ese género que recurre a lo convencional y al susto fácil, en la película de Tomasz Wasilewski el terror sí que da miedo, porque lo cotidiano se torna una prisión agobiante de resentimiento e insatisfacción, donde sus personajes callan pero cargan con sus traumas, con sus silencios pesados y unas cargas emocionales que arrastran como pueden en ese devenir cotidiano e inquietante en el que transitan diariamente. Vayan a ver Insensatos porque no se van a encontrar la típica película de tensiones familiares, sino una de tensiones familiares de verdad, de las que quizás hayan vivido o conocen de cerca o por amigos o por otros, porque si una cosa tiene la familia es que muchas se parecen, y lo que ocurre en su seno, es el reflejo de lo que nos pasa a muchos o nos pasará. Decidan ustedes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Amat Vallmajor del Pozo

Entrevista a Amat Vallmajor del Pozo, director de la película «Misión a Marte», en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el miércoles 29 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Amat Vallmajor del Pozo, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Íñigo Cintas y Andrés García de la Riva de Nueve Cartas comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Misión a Marte, de Amat Vallmajor del Pozo

DOS HERMANOS Y UN DESTINO. 

“Vivir satisfecho de uno mismo ha de ser muy aburrido, por eso no hay mejor cosa que meterse en aventuras”.

Juan Benet

Conocí a Amat Vallmajor del Pozo (Verges, Girona, 1996), como protagonista del largometraje Cineclub  (2020), de Mireia Schröder y Carles Torres, una rareza y guerrillera película filmada sin medios por estudiantes de Comunicación Audiovisual de la UPF. Dos años antes habían rodado el cortometraje Cendres, con Amat como cinematógrafo. Recuperando ese espíritu de hacer cine con amigos, que mencionaba los cahieristas, con escasos medios pero con una ilusión desbordante, nos encontramos con Misión a Marte, la ópera prima del mencionado Amat, surgida del máster de la Elías Querejeta Zine Eskola, apoyada por la distribuidora Vitrine Filmes España en su primera producción y Muxica Cinema, ambas de Donosti, en una cinta que escapa de cualquier clasificación convencional, porque Vallmajor del Pozo coescribe un guion junto a Carles Txorres, el mismo Torres que ahora se llama así, con ese espíritu libre y salvaje, que se apoya en la relación de dos hermanos: Txomin y Gerardo “Gene”, que son sus tíos maternos. Un par de tíos muy diferentes entre sí, pero con la misma sed de aventura, porque el primero es arqueólogo en paro, libre, activista y revolucionario, que lee El Quijote y huye de un sistema desigual e injusto, el segundo, enfermo de cáncer, más cerebral y menos activista. 

La película nos introduce en Eibar, en un País Vasco postindustrial, con los ecos del rock radical vasco que hizo furor en los ochenta, en una misión que lleva a los dos hermanos surcando el norte de España hasta Marte, cerca de Verges, la localidad natal del director. A la mitad de la misión, la salud de Gene se debilita y son “rescatados” por Mila, la hermana, que actúa como madre protectora. El relato se mueve por muchos espacios y texturas, de forma libre y un tono crepuscular, capturando una vida que fué y ya no es, o quizás, una vida que pasó y nunca pudo ser. Encontramos ecos de la pandemia que vivimos, con esas llamadas a lo “Gran Hermano”, de protección con esas máscaras anti gas, que nos remite a la ciencia-ficción estadounidense que nos apabulló en los años cincuenta apuntando amenazas alienígenas como Ultimátum a la tierra, El enigma de otro mundo o Invasores de Marte. Un cine que remite a la infancia de los protagonistas, así como el universo Corman, donde lo importante es más todo lo que provoca que lo que vemos. 

Encontramos el aroma de los westerns de viajes de vuelta, de aquellos tipos ya en retirada que hacían esa última travesía a modo de despedida de un tiempo y un sentimiento como las de Peckinpah, las últimas de Ford, y todas las setenteras del género como las que hizo Pollack, Roy Hill, Penn, Cimino y muchos más. Ese cine de género con profundidad y humanismo recorre la película, a partir de una película-documento que no es, porque se habla de familia, de hermanos y hermana, sí, pero siempre desde un prisma de película de ficción. Hay realidad pero también irrealidad, hay drama pero hay más humor, y sobre todo, hay vocación de retratar a dos seres la mar de peculiares y diferentes, pero con algo en común, ese deseo de aventura salvaje y libre lejos del mundanal ruido tan convencional y rígido en leyes y demás disparates. Esa textura y grueso del 16mm con una cámara de la Elías Querejeta Zine Eskola que firma el tándem Jorge Castrillo y Alba Bresolí, ayuda a situarnos en ese espacio postapocalíptico que acompaña a los dos hermanos deambulando por esos parajes vacíos y aislados en busca de su tesoro particular, o lo que es lo mismo, la excusa para encontrar y peritar ese meteorito caído vete tú a saber dónde. 

El montaje del citado Carles Txorres, Shira Hochman y del cineasta Michael Wharmann, del que vimos por aquí su interesante Avanti Popolo (2012), fundamentado en un ejercicio breve y conciso con sus escasos e intensos 71 minutos de metraje. La música que nos acompaña es el rock vasco ochentero como hemos citado, y la banda punk vasca Hertzainak, que dan ese toque de gamberrismo, inconformismo y espiritual que sigue la estela y el espíritu de estos dos hermanos. Amat Vallmajor del Pozo quiere hacer disfrutar al espectador, pero no con algo facilón y de fast food, que tanto se lleva en estos tiempos, sino que le guía ese espíritu libre y salvaje, donde hay tiempo para mirarse hacia adentro, reírse de uno mismo, como hace la película constantemente, y en general, de casi todo, del propio cine y de su estructura. Misión a Marte  alimenta esa idea que el cine puede ser muchísimas cosas, incluso la más delirante imposible, aunque, en realidad o no, lo que siempre debe dar el cine es una historia sobre nosotros y sobre los demás, y por ende, del catastrófico planeta que destrozamos diariamente, porque todo gira en lo mismo, y si no que lo digan a esta interesante y gamberra pareja de hermanos, disfruten y rían con ellos, y también reflexionen. Recuerden sus nombres: Txomin y Gene del Pozo. Para servirles a ustedes. ¡¡Hasta la próxima misión!!! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Marco Polo, de Pablo Riesgo

EL GOLPE QUE MÁS DUELE. 

“Los grandes golpes de la vida no son para joderte, sino para enseñarte una verdad que no percibías…”

(Anónimo)

Se cuenta que había un chaval llamado Marco ensimismado en sus no cosas, y perdía los tediosos días fumando chinos y esnifando coca. Su actitud con su familia, con la que vivía, padres y hermano mayor, era encerrarse en sí mismo y seguir con esa existencia anclada y sin futuro. Un día, todo cambió. Porque, una noche, mientras su hermano mayor, Ángel, lo intentaba localizar porque Marco había huido de la fiesta, Ángel sufre un atropello y fallece. A partir de ahí, la vida de Marco da un cambio brusco, y su única idea es conocer la identidad de quién conducía el coche del atropello que se dió a la fuga. Una tarea difícil y ardua en la que contará con la ayuda de Daniela, la hermana ausente que vuelve, y unos amigos de Ángel. Entre tanto, el pasado irrumpirá de nuevo en las vidas de Marco, Daniela y demás, un pasado al que deberán enfrentarse y rendir cuentas, donde cada uno de ellos deberá exponer sus sentimientos y mirarlos con el de enfrente. 

Pablo Riesgo, un cineasta afincado en Los Ángeles, con diferentes trabajos como en tareas de producción para la productora Anonymous Content, responsable de éxitos como Birdman, Spotlight y la serie True detective, entre otras), es el director del llamativo título Marco Polo, donde vuelve a La Manga del Mar Menor, en Murcia, donde sitúa su historia, y lo hace a través de un joven antisocial, alguien presente pero muy ausente, con una carga demasiado pesada en su vida, que lidia fatal con los conflictos, como casi todos, que la vida lo desbarata de tal manera y lo despierta de un golpe demasiado fuerte. Una película sencilla, mínima y llena de detalles, ambientada en una zona muy turística pero fuera de temporada, convertida en un desierto extraño e inquietante, como casi todos esos espacios cuando no hay turistas. Un lugar raro que ayuda a entender ese vacío y soledad que tiene el personaje principal, una no persona en un proceso de autodestrucción y nada muy tremendo. La cámara de Marko Alonso, que repite con Riesgo después de la experiencia en el cortometraje Tiro dominical (2020), baña con esa luz que contrasta mucho con el día, muy luminoso y mediterráneo, con esa otra de noche, donde van a suceder todas las distensiones que sufren los personajes. 

La película también se alza a través de un montaje de Rubén Navarro, otro cineasta afincado en L. A., que se divide en dos grandes tempos de la historia. Antes de la pérdida de Ángel, y después de ese momento que cruzará la existencia del protagonista. Una película que se nutre de un pedazo de protagonista, como ha demostrado en la serie Veneno y más recientemente, en la película Te estoy amando locamente, un actor que es capaz de meterse en la piel de los individuos más extraños, más oscuros y más luminosos, como evidencian los personajes citados y éste, Marco, alguien que sale de la oscuridad para encontrar a los que atropellaron a su hermano, y de paso, hacer las paces con los demás, y sobre todo, consigo mismo. Le acompañan otros intérpretes, desconocidos en su mayoría, pero que componen unos personajes que transmiten cercanía y transparencia, como el músico Jorge Zuloaga, que da vida a Ángel, y también, ejecuta una agradable canción, que tiene que ver con esa vida de luz que transmitía a los demás, en especial a su hermano pequeño Marco. Carolina Riesgo es Daniela, la hermana que vuelve, la hermana que tiene más de una brecha abierta con el mencionado Marco. Jesús Lloveras, que ya estaba en el citado cortometraje del director, León Molina, Rebecca Badia y Alba Barbero, entre otros. 

Riesgo no ha hecho una película acomodaticia ni cómoda para el espectador, sino todo lo contrario, una historia que escarba en todo aquello que nos hace sufrir y nos distancia de los demás, situaciones con las que debemos de lidiar en nuestras vidas. Pero, alguien podría pensar que estamos hablando de una película dura y llena de negritud, pero no es el caso, porque aunque haya dureza y mucha, también hay ganas de levantarse, de hacer las cosas de otra manera, de seguir y luchar, de no quedarse quieto, de arreglar y de reparar, de esos valores de los que la mayoría suele huir en estos tiempos. Los personajes de Marco Polo tienen miedo, sufren una pérdida irreparable, han de vivir con una ausencia difícil y llena de obstáculos, pero eso no les impide hacer algo, investigar a ese coche huido, a intentarlo cuántas veces sea posible, a no detenerse ante la adversidad, a experimentar el viaje de la oscuridad a la luz que hace el protagonista Marco, alguien que se ha cansado de estar mal, y ha despertado y ha encontrado algo que le va a hacer querer ser mejor y sobre todo, ser la persona que quería su hermano fallecido. Una película pequeña, pero muy grande en emociones, porque nos obliga a ver aquello que duele, aquello que no gusta, y nos abre la puerta para que salgamos de nuestro encierro, para que lidiamos con los demás todos los conflictos que hay que lidiar, y sobre todo, nos hace mejores personas, que en este mundo buena falta nos hace. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

No se admiten perros ni italianos, de Alain Ughetto

LUIGI Y CESIRA, MIS ABUELOS. 

“(…) Mis únicos amigos eran la plastilina, el pegamento, las tijeras y el lápiz. Hoy, siento la magia de esas formas en las manos contando una historia, una historia que viene de lejos, muy lejos. Mi padre contaba que en Italia había un pueblo llamado Ughettera. Allí todos tenían el mismo nombre que nosotros. Ughettera, la tierra de Ughetto. Todo empezó aquí, a la sombra del Monte Viso. Mi abuelo y mi abuela vivían en una casa como esta…”

Durante la presentación de su última novela Volver a dónde, el escritor Antonio Muñoz Molina mencionó la frase: “Todo lo que somos lo debemos a otros”. Una frase que casa totalmente con la película No se admiten perros ni italianos, de Alain Ughetto (Francia, 1950), el cineasta especializado en animación, del que conocíamos títulos como los cortometrajes La fleur (1981), L’échelle (1981), La boule (1984), y el largometraje Jasmine (2013), una historia de amor y revolución en la Francia de finales de los setenta. Con su nuevo largometraje, Ughetto echa la vista atrás y establece un ríquisimo y vital recorrido por la historia de sus abuelos, Luigi y Cesira, que abarca unos cuarenta años de vida. 

Hay muchísimos elementos que hacen de la película una verdadera maravilla, empezando por su visualidad, con estos muñequitos animados con la técnica de stop motion, sus leves movimientos, todos los detalles que llenan cada plano y encuadre, y sobre todo, la mezcla finísima entre historia e intimidad, entre dureza y sensibilidad, entre realidad y magia, entre los que encontramos toques de poesía, belleza y crueldad. También, tiene especial singularidad la forma que nos cuenta el cineasta su película, porque establece un maravilloso diálogo ficticio entre su abuela Cesira (que hace la actriz Ariane Ascaride) y él mismo Alain, un diálogo de todas aquellas lagunas, secretos y olvidos que hay en todas las familias. Un diálogo en el que van interviniendo los demás personajes, y en el que además, existe una interacción mutua en el que se pasan objetos unos a otros, y viceversa. No se admiten perros ni italianos, brillante título para está fábula y vital que recorre los primeros cuarenta años de Italia y Francia y sobre todo, la de la inmigración italiana, con sus durísimos trabajos labrando la tierra, picando piedra para abrir nuevos caminos, torpedeando y escarbando la montaña para abrir túneles y extraer carbón, y demás, las nefastas guerras como la del 1911 de la Italia colonizadora en Libia, pasando por las dos guerras mundiales, el aumento de la familia, y los años que van pasando. 

Un relato escrito por Alexis Galmot (que ha trabajado en películas de Cédric Klapisch y Anne Alix, entre otras), Ane Paschetta (que se ha especializado en documentales tan interesantes como A cielo abierto), y el propio director, donde construyen una película cercana y muy íntima, de las que se clavan en el alma, por su asombrosa sencillez y capacidad de concisión y brevedad para albergar toda una amalgama de historias y personajes y situaciones y circunstancias para una duración de apenas 70 minutos en un grandísimo trabajo de montaje de Denis Leborgne, así como el ejemplar empleo de la cinematografía por parte del dúo consumado en animación del país vecino como Fabien Drouet (que estuvo en el equipo de La vida de calabacín) y Sara Sponga (que hizo las mismas funciones en el film Nieve, entre otros). Toda la belleza y tristeza que contienen las imágenes de la película no se verían de la misma forma sin la excelente y sencilla música de un maestro como Nicola Piovani, cada mirada y gesto de la película, en una película en la que abundan, junto a la música del músico italiano adquiere una sonoridad y majestuosidad sublime, dotando a la historia de una capacidad maravillosa para universalizar un relato íntimo de gentes sencillas y del campo, en uno de los mejores trabajos de composición y ritmo de uno de los grandes de la cinematografía italiana con una trayectoria que abarca más de medio siglo con más de 150 títulos, con los más grandes del cine italiano como Antonioni, Fellini, los Taviani, Bertolucci, Monicelli, Bellocchio, Amelio, Moretti, y muchos más. 

No se admiten perros ni italianos está a la altura de grandes obras sobre la familia y la inmigración como Rocco y sus hermanos, de Visconti, América, América, de Kazan, Los inmigrantes, de Troell, los primeros momentos de El padrino II, de Coppola, Lamerica, de Amelio, entre otras, en las que se habla de las personas como nosotros, personas que recorren medio mundo para encontrar ese lugar que les dé tierra para trabajar, comer y crecer. La película de Ughetto también se puede ver como una película de viajes, porque acompañamos la desventura de Luigi y sus dos hermanos por su Ughettera natal, pasando por tierras francesas como Ubaye, Valais, el valle del Ródano, Ariège y Drôme, etc… Idas y venidas por cuarenta años de vida, de ilusiones, de esperanzas, de tristezas, de trabajo duro, de guerras, de pérdidas, de despedidas, de amores y desamores, de hijos, de partidas y regresos, de fascismo, de nazis y cambios, de un tiempo que pasó, que el director francés de origen italiano recupera en forma de fábula sin huir de la dureza de los tiempos, de los cambios inevitables de la vida, de todo lo que deseamos y todo lo que somos al fin y al cabo. 

Sólo nos queda decir, si ya no están convencidos, que no deberían perderse una película como No se admiten perros ni italianos, porque entra de lleno en el olimpo de las mejores películas de animación y del cine en general y en particular, porque les hará soñar con ese cine que ha hecho grande el cine, que sin dejar de fabular puede ser brillante, rigurosamente visual, y también, contarnos una historia profunda y reflexiva, recorriendo la historia, la que pasa delante de nosotros y la nuestra, aquella que empieza cuando se cierra la puerta del hogar, y tanto como una otra nos afecta, nos interpela, en ambas somos protagonistas y testigos. La película de Alain Uguetto no sólo es una obra sobre la memoria y la melancolía de un tiempo, devolviendo a sus abuelos un protagonismo, una vida que él apenas vivió, y el cine con su magia y su camino de regresar fantasmas, que también lo es, hace posible lo imposible, y volvemos a aquella vida y conocemos a Luigi, sus hermanos y su familia, a Cesira, la francesa, y la familia que forman, todos los lugares que recorren y los hogares que forman, con los hijos que van llegando y otros que van marchando, en fin, la vida, eso que pasa mientras nosotros estamos aquí, porque otros antes lo hicieron posible, no lo olvidemos, recordémoslo, antes que sea demasiado tarde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Arnau Vilaró

Entrevista a Arnau Vilaró, coguionista de la película «Alcarràs», de Carla Simón, en la Cantina Restobar en Barcelona, el miércoles 9 de septiembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Arnau Vilaró, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El origen del mal, de Sébastien Marnier

STEPHANE Y LA EXTRAÑA FAMILIA. 

“Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre”.

Enrique Jardiel Poncela 

Había una vez una mujer llamada Stephane. Una mujer que apenas sabía de su padre, un padre dedicado a los negocios y a las mujeres. Pero, un día Stephane conoce a su septuagenario padre en su rica mansión en mitad de una pequeña isla,  y su opulenta vida. Allí conoce su vida. Una vida en la que están una mujer sesentona, caprichosa y estúpida, una hija fría y calculadora que se ha puesto al frente de los múltiples negocios después del ictus del padre, una nieta que odia a su familia y quiere huir, y finalmente, una criada inquietante y oscura que sabe demasiado de todos y todas ellas. La realidad con la que se encuentra Stephane es muy inesperada, una situación que invitaría a huir y no volver jamás, aunque en el caso de la mujer e hija resucitada, todo será diferente, porque estará entre un padre que necesita a una aliada frente a sus “enemigas”, y las mujeres, necesitan otra mujer a su lado, alguien en confiar y derrotar al padre débil. 

La tercera película del director francés Sébastien Marnier, después de las interesantes Irréprochable (2016), y L’heure de la sortie (2018), sendos dramas ambientados en el trabajo y en la educación, se erige a través de un guion del propio director y la colaboración de Fanny Burdino, que tiene en su haber películas tan estupendas como Después de nosotros (2016), de Joachim Lafosse, El creyente (2018), de Cédric Kahn y Arthur Rambo (2021), de Laurent Cantet, entre otros. Un relato que, en su primera mitad, nos habla de una familia disfuncional, no son todas un poco o mucho, una familia enfrentada por la herencia de un padre débil de salud, en la que vemos sus relaciones y los diferentes roles de los personajes, tan excéntricos como cercanos. En su segunda parte, la película vira hacia el thriller hitchockiano, donde todo se torna aún más oscuro si cabe, y donde la historia se adentra en aspectos mucho más inquietantes y sorprendentes. El director francés nos sitúa en otro lugar muy Hitchcock, que recuerda a aquella mansión de Rebeca (1940), aunque está muy peculiar, llena de cajas y cajas llenas de artículos y productos que compra compulsivamente Louis, la mujer de George, el padre. 

Al igual que la siniestra familia, el lugar no podía ser diferente a tanta apariencia y lujo, como esa casa sobrecargada de elementos, a cuál más siniestro, como esos animales disecados, plantas y toda clase de objetos muy horteras que ofrecen un aspecto frágil y vulnerable a todo lo que allí acontece. Marnier vuelve a trabajar con el cinematógrafo Romain Carcanade, que ya estuvo en L’heure de sortie, que consigue esa luz etérea, donde enmarca a unos personajes que ocultan muchas cosas, con esos largos planos secuencia, como el que abre la película en el vestuario de la empresa de conservas, y las interesantes divisiones de la pantalla, tan significativas en el desarrollo emocional de los individuos. El preciso y brillante montaje de Valentin Féron, del que hemos visto Tan lejos, tan cerca y Black Vox, y Jean-Baptiste Beaudoin, del que conocemos Una íntima convicción y Promesas en París, que dota de ritmo y un in crescendo brutal a una película que se va a las dos horas de metraje. Una excelente música que va puntualizando los altibajos de unos personajes cercanísimos y misteriosos, firmada por el dúo Pierre Lapointe y Philippe Brault, que repiten después de la experiencia en El vendedor (2011), de Sebastien Pilot. 

Si el guion funciona como un mecanismo funcional lleno de capas complejas, y la técnica se pone a su servicio, el reparto debía estar a la altura de la exigencia. Tenemos a una Laure Calamy, que hace poco la vimos como la alocada Magalie en Las cícladas, de Marc Fitoussi, ahora su personaje está en las antípodas, porque su Stephane es una mujer que trabaja como operaria de conservas de pescado, vive en una habitación de alquiler y mantiene una relación tóxica con una reclusa. La llegada de su padre perdido dará un vuelco a su miserable vida. Le acompañan Doria Tillier en el papel de George, una mujer de armas tomar, siniestra y arribista, que hemos visto en películas de Quentin Dupieux y Nicolas Debos, entre otros. La joven Céleste Brunnquell como Jeanne, la pequeña menos contaminada de esta familia de locas, Verónique Ruggia Saura, que ha estado en las tres películas de Marnier, como Agnes, la criada que no está muy lejos de la Señora Danvers, y muchas saben de lo que hablo, Suzanne Clément como una detenida, amante de Stephane, que nos encandiló en las películas de Xavier Dolan, entre otros, y para terminar, dos grandes y veteranos de la cinematografía francesa como Dominique Blanc y Jacques Weber, en los roles de Louise y Serge, tal para cuál o un matrimonio que se odia más fuerte que el amor que quizás sintieron alguna vez en sus vidas. 

El origen del mal, de Sébastien Marnier, no es una película de esas que agradan a todos los públicos, porque no sólo habla de la familia, sino de una familia en particular, una familia que, salvando las distancias, se parece a las nuestras, aunque sea un poco, que ya es mucho, porque la familia y en este caso, esta familia no es diferente a la nuestra y la de nadie, porque en ella hay de todo, hay personas que se odian a sí mismas y a los demás, hay tensiones, mentiras, secretos, violencia, amor no lo sabemos, o quizás, el amor, en su complejidad, tiene demasiadas caras o quizás, el amor puede ser también eso, querer sin importar las consecuencias, o tal vez, el amor es querer sí, pero no querer a los demás demasiado, como hacen en esta familia, que usan el amor para querer, pero no a los que tienen más cerca, si no a lo que tienen, al maldito parné, que cantaba Miguel de Molina, o al vil metal, que decía Pérez Galdós, el dinero, esa cosa que mezclada con el amor da resultados muy sorprendentes e inquietantes, sino que le pregunten a Stephane y su nueva familia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Félix Viscarret

Entrevista a Félix Viscarret, director de la película «Una vida no tan simple», en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 15 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Félix Viscarret, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marién Piniés de Prensa de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Álex García y Miki Esparbé

Entrevista a Álex García y Miki Esparbé, intérpretes de la película «Una vida no tan simple», de Félix Viscarret, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el jueves 15 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Álex García y Miki Esparbé, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Marién Piniés de Prensa de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA