Entrevista a María Vázquez y Helena Taberna

Entrevista a María Vázquez y Helena Taberna, actriz y directora de la película «Nosotros», en el hall del Hotel Catalonia Paseo Gracia en Barcelona, el Miércoles 26 de febrero de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a María Vázquez y Helena Taberna, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan maravillosa, y a María Berisa de Nueve Cartas comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Alumbramiento, de Pau Teixidor

NIÑAS ROBADAS. 

“A veces es más peligroso el silencio que los disparos del enemigo. (…) Ese poder tan fuerte que parece que nadie ejerce, el silencio, pero que te hace caer”

María Teresa León Goyri

La apertura de Alumbramiento, la segunda película de Pau Teixidor (Madrid, 1982), es digna del mejor policíaco, el que habla de esas cosas tan reales y ocultas que duelen tanto. Una noche oscura. Dos mujeres asustadas, una madre y su hija de 16 años esperan a las afueras de un pueblo. Un coche llega y las lleva a la capital.  Su destino es Peñagrande, un centro para adolescentes embarazadas. Un lugar apartado para ocultar y silenciar la desgracia que significaba quedar embarazada tan joven en aquella España del 82, y más concretamente, la noche del jueves 28 de octubre, cuando el PSOE ganó las elecciones. Un comienzo digno de una película muy oscura, una cinta que habla de uno de los asuntos más terribles de la dictadura franquista que continúo impunemente durante la llamada democracia, donde el país cambió el sistema político sólo en apariencia, porque las instituciones seguían haciendo de las suyas, amparadas por los mismos de siempre, que estos no cambiaron, como explicaba la estupenda película El arreglo (1983), de José Antonio Zorrilla, donde un policía seguía usando los métodos represivos a pesar de los supuestos cambios que no eran tales. 

A partir de un guion de Lorena Iglesias (actriz de Canódromo abandonado, y vista en películas de Cabestany, Vermut, Hernando y Alberto Parra, entre otros), y del propio director, nos sitúan en la mirada de Lucía de 16 años que será la que nos muestre y nos guié por este drama social revestido de policíaco y de sus dosis de terror en ese lugar aislado y siniestro como Peñagrande, toda una casa de los horrores donde se recluía a las adolescentes embarazadas para robarles sus bebés con total impunidad. La película no juega al tremendismo ni nada que se le parezca, sino que de forma natural como si fuese un modus operandi totalmente institucionalizado va mostrando las diferentes realidades de las niñas que llegan: las hay que vienen de situaciones muy desestructuradas y miserables, las engañadas por un novio demasiado joven, y las que no sabemos nada de su pasado. Muchas historias que convergen en un lugar muy alejado de un hogar, pero que las diferentes niñas hacen suyo e intentan hacerse compañía unas a otras. Una obra instalada en las miradas, los gestos y sobre todo, los silencios de las diferentes protagonistas, que viven en una cárcel completamente ilegal, expulsadas de sus vidas y de un estado que las trata como criminales y las silencia de por vida. 

La estupenda cinematografía de Pepe Gay de Liébana, del que esta semana se estrenará Casa en flames, de Dani de la Orden, se sitúa en el marco poderoso y detallista, donde cada encuadre explica desde lo cercano y lo transparente, sin ningún alarde ni estridencia formal, con una cámara a la misma altura que los personajes, posicionándose junto a ellas, y siendo una más, sin juzgarlas ni sobre todo juzgar la historia que nos cuenta, manteniendo la postura compleja de mostrar interviniendo lo esencial. La música de Petre Bog también se sitúa en el mismo lugar que el plano, donde cada detalle sirve para profundizar con lo que pasa en el interior de las niñas y alejándose de esa música tan convencional que nos alinea sin pudor. El formidable y conciso montaje del dúo Mamen Díaz, de la que se ha estrenado hace poco la serie La mano en el fuego, y Pedro Collantes (del que vimos su ópera prima El arte de volver, y ha editado películas tan interesantes como Oscuro y lucientes y La última noche de Sandra M.), que tiene un ritmo pausado y nada invasivo para explicar todas las existencias de estas niñas en sus inquietantes 101 minutos de metraje. 

El magnífico reparto encabezado por Sofía Milán como Lucía, que recuerda a las desdichadas supervivientes como la Rosetta, de los Dardenne, y sus compañeras de celda, alegría y supervivencia como Carmen Escudero es Lola, Celia Lopera es Inma, Paula Agulló es Candela/Cuqui, Alba Munuera es Maica y Victoria Oliver es Rosa. Un grupo de jóvenes actrices, con poca experiencia en su mayoría, que dan vida a todas las adolescentes que vivieron este vía crucis que, algunas de ellas han ayudado con sus testimonios reales a crear todos los personajes. Y luego, encontramos a las adultas con María Vázquez como la madre de la protagonista, y el último papel de la tristemente desaparecida Laura Gómez-Lacueva como la señorita Pura, y Malena Gutiérrez como Sor María, entre otras. Un reparto bien escogido, que es la mitad de la película como mencionaba el gran Chabrol, porque no sólo resulta de una credibilidad alucinante sino que además, cada uno se muestra de forma muy natural, y eso hace que la historia contada sea aún más terrorífica, porque las historias más horribles siempre son las que más reales parecen, y está lo es, y además está muy bien contada, porque aunque haya mucha dureza también hay un poco de luz con esa solidaridad y camaradería entre las niñas. 

Sobre el tema de los bebés robados en la dictadura y la democracia, se calcula que entre 1950 y 1990 se robaron unos 300000 en España, ya se habían hecho varios reportajes para televisión y series como Niños robados y películas que lo tocaban como la reciente Sobre todo de noche, de Víctor Iriarte, entre otras, aunque faltaba una película sobre el tema desde la mirada de las niñas que lo sufrieron, desde ese tránsito todavía entre la infancia y la edad adulta, durante ese limbo, con la imposición de estar solas, alejadas de la familia y de su entorno, y sometidas a una cárcel y a unas normas como si fuesen delincuentes, en una sociedad fascista y autoritaria que había cambiado de puertas hacía afuera, pero que para adentro seguía con sus métodos represivos, crueles y silenciando todo aquel y aquello que consideraba inmoral, o que usaba para enriquecerse y nutrir de hijos e hijas a las familias adineradas que no lo conseguían por métodos naturales. Una película que no debería pasar desapercibida, porque nos cuenta uno más de los oscuros y horribles casos que sucedían en España con el estado y la iglesia y el poder implicados, como pasa siempre, mientras otros creían que ya gozaban de libertad, como decía aquel de: “La libertad que gozan unos, la sufren otros”, en fin, habrá que seguir escarbando y haciendo películas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los pequeños amores, de Celia Rico Clavellino

LOS AFECTOS COTIDIANOS.   

“Los sentimientos son sólo experiencias que nos informan acerca de cómo se están comportando nuestros proyectos o deseos en su enfrentamiento con la realidad”.

José Antonio Marina

La última película que rodó la gran Chantal Akerman (1950-2015) fue No Home Movie (2015), un documento-retrato de la cineasta belga a través de su madre. A partir de conversaciones presenciales y on line, madre e hija repasaban su vida, su relación, sus pliegues, afectos y fragilidades. Akerman no sólo se sumerge en su progenitora sino que también lo hace en ella misma, en una radiografía emocional directa y profunda para rastrear la mirada interior que todos llevamos y ocultamos a los demás y a nosotros mismos. El cine doméstico y cotidiano de los sentimientos de Akerman impregna el par de películas de la cineasta Celia Rico Clavellino (Constantina, Sevilla, 1982), un cine sobre madres e hijas, un cine sobre los afectos y las fragilidades interiores de las que estamos hechos. En su impecable debut, Viaje al cuarto de una madre (2018), la cosa iba de Leonor, una hija que, harta de la falta de oportunidades en su pueblo, quería escapar a Londres para abrirse camino, y le costaba enfrentarlo a Estrella, su madre con la que convive. 

Estrella y Leonor, madre e hija, no están muy lejos de Teresa y Ani, la hija y madre de Los pequeños amores, su segundo largo, donde vuelve a hablarnos de forma tranquila y reposada de las grietas emocionales entre las dos mujeres. Podríamos ver esta segunda película como la continuación de la primera, o como el contraplano, unos años después, porque hay muchos elementos que se repiten en las dos películas. Volvemos a situarnos en un pueblo, ahora hay más exteriores, y si en aquella el invierno era la estación escogida, ahora, es el verano, la estación predilecta para parar, para hablar y sobre todo, no hacer nada, aunque a veces se convierte en un tiempo de reflexión en que nos resignifica y nos obliga a mirarnos al espejo y mirar el reflejo. A Teresa, profesora en Madrid y con novio lejos, volver al pueblo y a la casa de su madre (en esta, como en la anterior, la ausencia del padre vuelve a estar presente), es también abrir su personal “Caja de Pandora”, entre ellas dos. Teresa vuelve porque su madre se ha caído y necesita ayuda. Una situación que le incomoda y no le gusta, pero las cosas son así, y la película con trama tranquila y sin estridencias ni aspavientos emocionales ni argumentales, va tejiendo con intensidad pausada y transparencia, con desnudez y sensibilidad. 

La sombra de Akerman vuelve a estar en cada elemento de la película, con ese cine doméstico que parece tan cercano y en realidad, es tan lejano, porque siempre huimos de nosotros y de los demás a la hora de enfrentar nuestras emociones y aquello que no nos gusta de nosotros. Ani es una madre difícil, crítica y reprocha demasiadas cosas a su hija, quizás la soledad (sólo camuflada por la compañía de un perro), y cierta amargura la han convertido en alguien así. No obstante, Teresa intenta capear los temporales como puede, no es una mujer feliz, se siente frustrada por un trabajo que no ama, y un amor que no acaba de encontrar y además, está en esos 40 y algo en que la vida se vuelve demasiado reflexiva y se empeña o nos empeñamos a pasar cuentas con nuestra vida hasta entonces, y con todo lo que vendrá, que ya no parece tan lejano como a los veintitantos. Rico Clavellino huy de la trama convencional y a este dúo alejado, le introduce un vértice, un joven pintor llamado Jonás que sueña con ser actor, alguien que devolverá a Teresa a tiempos pasados o quizás, a aquellos años donde todo parecía posible, en los que las cosas no eran tan complicadas o tal vez, no las veíamos de esa forma. La cineasta sevillana se vuelve a rodear de mucha parte del equipo que le ayudó a que Viaje al cuarto de una madre se convirtiese en una película, porque encontramos a la terna de productores Sandra Tapia, Ibon Gormenzana e Ignasi Estapé, la cinematografía de Santiago Racaj, que acogedora, sutil y especial es su luz, que no está muy lejos de aquella que hizo para La virgen de agosto (2019), de Jonás Trueba, y el montaje de Fernando Franco, que acoge con serenidad, tacto y brillantez sus sensibles y naturales 93 minutos de metraje, donde va ocurriendo la cotidianidad rodeada de miradas y gestos y en realidad, lo que ocurre es la vida aunque desearíamos esquivarla inútilmente. 

Las dos mujeres parecen dos islas que se irán acercando, cada una a su manera, entre reproches de la madre, soledades de la hija, entre las ficciones de la literatura, que divertidos resultan los diálogos en relación a los libros, las canciones que nos remiten tiempos y personas, entre (des) encuentros del pasado de la hija, esos cines de verano en la plaza, el insoportable calor de las noches veraniegas, los baños en el estanque y demás días, tardes y noches de verano en soledad y compañía. Como sucedía en su ópera prima, Rico Clavellino vuelve a contar con un par de magníficas actrices, la Lola Dueñas y Ana Castillo dejan paso a Adriana Ozores como Ani y María Vázquez como Teresa. Una madre muy suya en la piel de una actriz que con poco dice mucho, en otro buen personaje como el que tenía en Invisibles, metiéndose en la piel de una mujer tan acostumbrada a la soledad y las indecisiones de su hija que constantemente le recuerda, pero también, una mujer que se deja cuidar a regañadientes, que tiene su corazoncito porque recuerda tiempos lejanos donde costaba poco ser feliz. Una hija con la mirada triste y perdida de María Vázquez, que vuelve a emocionarnos con otro peazo de personaje como el que hizo en la asombrosa Matria, siendo esa mujer limbo porque está en Madrid y en el pueblo, porque tiene un amor y a la vez, no lo tiene, y que cuida de una madre que no se deja cuidar, y de paso se cuida poco ella. Con esa idea de huir sin saber dónde. Y Aimar Vega, el testigo pintor, que aporta frescura, que no está muy lejos del personaje de Leonor, que habíamos visto en películas como Amor eterno, de Marçal Forés, y en Modelo 77, de Alberto Rodríguez, entre otras. 

No dejen pasar una película como Los pequeños amores (gran título como el de Viaje al cuarto de una madre), porque sin explicar demasiado, aunque esta es una película que no se puede explicar, porque todos sus espacios y elementos invisibles tienen mucha presencia y se van construyendo un diálogo muy honesto entre ficción y realidad, al igual que entre lo que estamos viendo los espectadores y lo que vamos sintiendo. Una cinta que deja una ventana entreabierta a descubrir esos “pequeños amores” que hemos olvidado o practicamos nada, porque la vida y esas cosas que nos pasan, casi siempre tienen un sentimiento de tristeza y frustración, y debemos detenernos y mirar y mirarnos y sentir que esos amores a los que no dedicamos ninguna atención son tan importantes como los otros que, en muchos casos, van y vienen y no acaban de quedarse, por eso, es tan fundamental, prestarnos más la atención y sumergirnos en nosotros y lo que sentimos, y no olvidarnos de los amores cotidianos, tan cercanos y tan íntimos como los que sentimos hacía una madre, porque esos no durarán siempre y un día, quizás, nos despertemos y no podremos tenerlos. La película de Celia Rico Clavellino nos invita a vernos en esos espejos que descuidamos, en esos amores que nos hacen estar tan bien con muy poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Matria, de Álvaro Gago

RAMONA EN EL ESPEJO. 

“Hacia dónde debería mirar es hacia dentro de mí”.

Haruki Murakami 

Conocíamos al personaje de Ramona a través de Matria (2017), un corto de 21 minutos que contaba el relato de una mujer en ebullición, trabajando de aquí para allá, con un marido poco marido y una vida a rastras, una vida luchada cada día, cada sudor y cada instante. Ramona era Francisca Iglesias Bouzón, la mujer que cuidó del abuelo del director Álvaro Gago (Vigo, 1986). El cortometraje viajó muchísimo y agradó tanto a crítica como público, aunque el director vigués sabía que la historia de Ramona todavía quedaba mucho por contar y así ha sido, porque ahora llega Matria convertido en su primer largometraje que profundiza aún más en el intenso y breve espacio de la vida de su protagonista. Un relato que se abre de forma contundente y brutal con Ramona dirigiendo la limpieza a destajo de la fábrica de conservas. Se mueve en todas direcciones, aquí y allá, con mucha energía y vociferando a una y a otra, en ese estado de alerta y tensión constante, pura energía, en un estado constante de nerviosismo, de tremenda agitación, donde siempre hay que estar en movimiento, porque detenerse es pararse y mirarse, y eso sería el fin. 

Gago vuelve a contar con parte del equipo que le ha acompañado en cortos tan significativos como Curricán (2013), el mencionado Matria y 16 de decembro (2019), como la cinematógrafa Lucía C. Pan, que hemos visto en algunas de las películas más interesantes del cine gallego más reciente como Dhogs (2017), de Andrés Goteira, Trote (2018), de Xacio Baño, montada por el propio Álvaro Gago, y otras cintas como ¿Qué hicimos mal? (2022), de Liliana Torres, en un trabajo de pura carne, piel y sudor, en que la cámara retrata la existencia de Ramona, esa vida a cuestas, de velocidad de crucero, sin ningún alivio, en que se filma la verdad, la tristeza, la dureza y la inquietud de una vida a toda prisa, de trabajo en trabajo, de un marido que no quiere y exige, y una hija que quiere pero no a ella. Otro colaboradores son el montador Ricardo Saraiva, que sabe condensar y dotar de un ritmo de afuera a adentro, en sus vertiginosos minutos del inicio para ir poco cayendo en ese otro ritmo donde Ramona empieza a no saber adónde ir ni tampoco qué hacer, a ir más despacio, en unos intensos y emocionantes noventa y nueve minutos de metraje que dejan poso en cada espectador que se acerque no sólo a mirar sino también, a sentir a Ramon y a sentir su vida o lo que queda de ella. 

El concienzudo trabajo de sonido de Xavi Souto, que ha estado en películas tan importantes como A esmorga (2014), de Ignacio Vilar, A estación violenta (2017), de Anxos Fazáns y O que arde (2019), de Oliver Laxe, entre otras, y también el mezclador de sonido Diego Staub, que tiene una filmografía junto a directores de renombre como Isaki lacuesta, Amenábar, Bollaín, Martín Cuenca, Paco Plaza y Luis López Carrasco, entre otros. Matria nos devuelve a las tramas de la gente sencilla, esa gente invisible, esa gente que trabaja y trabaja y vuelve a trabajar, una clase obrera, que todavía existe aunque no lo parezca, porque ha perdido su lucha, su reivindicación y sobre todo, su coraje de plantarse en la calle y pedir derechos y mejoras salariales y de lo demás. Unas obreras que ha sido muchas veces retratadas en el cine como aquel Toni (1934), del gran Renoir, pasando por los trabajadores del neorrealismo italiano, o aquellos otros del Free Cinema, deudores de los currelas de las películas sociales y humanas de Leigh, Loach y demás, sin olvidarnos de los trabajadores de Numax presenta… (1980), de Joaquím Jordá, o los recientes de Seis días corrientes, de Neus Ballús. 

La Ramona de Matria, no estaría muy lejos de aquella luchadora a rabiar que protagonizó la portentosa Sally Field en Norma Rae (1979), de Martin Ritt, ni de aquellas otras que retrató de forma magistral Margarita Ledo en su estupenda Nación (2020), obreras gallegas también como Ramona que explicaban una vida de trabajo, de luchas y compañerismo. Matria, de Álvaro Gago es una película sobre una mujer, pero también, es una película sobre un lugar, sobre la tierra difícil y dura de Pontevedra, del Vigo de pescadores, de fábricas de conservas y olor a salitre y sudor, de una forma de ser y de hablar, de también, una forma de estar y hablarse, de esas amistades que van y vienen, y que vuelven, que se alejan y se acercan, de tiempo que va y viene, del maldito trabajo que es un alivio y una maldición tenerlo, al igual que cuando no se tiene. Matria  nos habla de esos días que cambian y parecen el mismo, de paisajes que parecen anclados en el tiempo, o quizás, el tiempo pasó por encima de ellos, quién sabe, o tal vez, ya no se sabe si el paisaje y el tiempo se transmutó en otra cosa y sus habitantes lo habitan sin más, en continuo movimiento, atrapados sin más, sin saber porque no pueden detenerse, o sí que lo saben, y por eso no cesan de moverse, de ir y venir. 

Matria es también el magnífico y potentísimo trabajo de una actriz como María Vázquez, que descubrimos como mujer de guardía civil en Silencio roto (2001), de Montxo Armendáriz, y las miradas penetrantes que se tenía con Lucía Jiménez. Una actriz que nos ha seguido maravillando en películas como en Mataharis (2007), de la citada Bollaín, o en la más reciente y mencionada Trote, sea como fuere su personaje de Ramona es toda vida, toda alma, toda fisicidad y emociones que irrumpen con fuerza y avasallan. Su personaje sumergido en esa inquietud y fuerza arrolladora es un no parar y también, es una mujer frágil y vulnerable, también, fuerte y rabiosa, llena de vida y de amargura, de risas y tristeza, de vida y no vida. A su lado, le acompañan Santi Prego, Soraya Luaces, E.R. Cunha “Tatán”, Susana Sampedro, entre otros, componiendo unos personajes con los cuales Ramona se relacionará, se peleará y amará. No se pierdan Matria, de Álvaro Gago, porque les podría seguir explicando más razones, aunque creo que las aquí expuestas resultan más que suficientes, por eso, no lo haré, sólo les diré a ustedes, respetado público, como se decía antes, que Matria no es sólo la ópera prima de Gago, es sino una de las mejores películas sobre las mujeres y el trabajo, qué buena falta nos hace mirar y reflexionar sobre la actividad que condiciona completamente nuestras vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Luis Tosar

Entrevista a Luis Tosar, actor en la película «Quién a hierro mata», de Paco Plaza. El encuentro tuvo lugar el lunes 26 de agosto de 2019 en la terraza del Bar Sideral en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luis Tosar, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Entrevista a Paco Plaza

Entrevista a Paco Plaza, director de la película «Quién a hierro mata». El encuentro tuvo lugar el lunes 26 de agosto de 2019 en la terraza del Bar Sideral en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Paco Plaza, por su tiempo, amistad, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, paciencia, generosidad y trabajo.

Quién a hierro mata, de Paco Plaza

VENGAR LAS HERIDAS.         

Los primeros minutos de la película evidencian tanto una forma como un fondo de exquisita sobriedad en la que sobresale una imagen estilizada, de planos cortos y elegantes, y de una autenticidad sobrecogedora, en la que la dosificación de la información marcará la película en cada detalle, objeto y mirada de sus personajes y los hechos que nos contarán. El séptimo trabajo de Paco Plaza (Valencia, 1973) se desvía algo de su rumbo trazado porque deja el terror puro y clásico que había formado su carrera con títulos tan renombrados como El segundo nombre, con el que debutó en el 2002, la tetralogía de REC, en la que codirigió con Balagueró algunos títulos, y otros en solitario, y la más reciente Verónica, de hace un par de años, donde ahondaba en el terror de posesiones en el interior de una familia de barrio. Ahora, con A quién hierro mata, basándose en una historia de Juan Galiñanes (editor de Dhogs, ente otras) en un guión escrito por el propio Galiñanes y un tótem como Jorge Guerricaechevarría en un relato muy noir ambientada en la costa gallega, donde conoceremos a Mario, un tipo ejemplar, humilde y excelente profesional como enfermero, que espera junto a Julia, su mujer, su primer hijo. Todo parece andar como de costumbre, cuando Antonio Padín, un famoso narco aquejado de una enfermedad degenerativa ingresa en la residencia donde trabaja Mario.

A partir de ese instante, todo cambiará, y la vida de Mario virará en 180 grados, donde el antiguo capo se convertirá en la diana de sus heridas del pasado. Entre tanto, Toño y Kike, los hijos del narco urden un plan de narcotráfico en el que necesitan la ayuda del padre residente que los rehúye. Plaza toma prestado el paisaje nublado e hierático de las Rias Baixas para situarnos en lo más profundo de una venganza, urdida desde lo invisible por alguien cotidiano, alguien que creía haber resuelto su pasado, alguien que creía vivir en paz, pero con la entrada en su vida del narco, todo su empeño se dirige a vengar su pasado, desde su profesión, desde la oscuridad, sin que nadie se percate, de alguien que se debate entre lo correcto y sus deseos internos y enfermizos de llevar a cabo su plan, una ambigüedad en la que se posa la película y convierte al personaje de Mario en un ser atrayente por su vida, personalidad y trabajo, pero a la vez, alguien que es capaz de algo horrible, la misma ambigüedad en la que se interna el relato en la que la vida y la muerte siempre rondan a los personajes, unos individuos en que constantemente se debaten entre esos dos estados, entre esas dos decisiones, entre el bien y el mal, y en bastantes ocasiones, confunden los dos términos y convierten sus vidas en una lucha interna y constante entre aquello que está bien y aquello otro que desean hacer, donde su moral siempre está en juego y dividida.

El director valenciano se acompaña de este viaje noir a lo más oscuro y profundo del alma humana con algunos de sus cómplices habituales como Pablo Rosso en la cinematografía, Pablo Gallart en el montaje, Gabriel Gutiérrez en el sonido y una colaboradora inédita como Maika Makovski en la música, con esos toques de percusión suave y golpeada, muy tono de duelo, de lucha fratricida muy del western, muy de esa espera tensa y agobiante que se vivía en Sólo ante el peligro o El último tren de Gun Hill, en un thriller tensísimo, sobrio y reflexivo a través de esa complejidad emocional muy de los personajes de Lumet en Serpico o Tarde de perros, o las huellas del hombre traicionado de A quemarropa, de Boorman, o el hombre tranquilo que usa la violencia para defenderse en Perros de paja, de Peckinpah. Plaza ha construido un durísimo y descarnado relato oscuro y lleno de fantasmas que a base de golpes secos y abruptos va llevando a sus personajes a esas zonas que ya no tienen vuelta atrás, lugares a los que es mejor no entrar, quedarse en la puerta.

Otro de los grandes logros de la película es su plantel extraordinario de intérpretes entre los que destaca la inagotable capacidad camaleónica de un grandísimo Luis Tosar, en uno de sus personajes más complejos y difíciles, consiguiendo atraparnos a través de esas miradas y gestos estudiados y detallados, como esa brutal mirada cuando mira por primera vez a Padín en la residencia, bien acompañado por el desaparecido Xan Cejudo (a quién está dedicada la película) mentor de Tosar, que realiza una soberbia interpretación del narco Padín, ese patriarca severo, insensible y bestial, sus dos hijos interpretados por Ismael Martínez como Toño, ese heredero que no está a la altura, y el hermano pequeño Kike, que hace Enric Auquer, puro nervio, inmaduro y salvaje, los dos hijos que nunca desearía un narco como Padín. Y María Vázquez, que después de Trote, vuelve a demostrar que menos es más cuando se interpreta. Los 108 minutos de la película nos envuelven en una montaña rusa emocional de consecuencias imprevisibles para todos sus personajes, en una tragedia familiar, donde padres, hermanos e hijos se envuelven en un halo de destrucción y venganza sin fin, donde alguien sin más, un hombre bueno se mete en la boca del lobo aunque sepa que quizás nunca debería haber entrado en un universo donde nadie sale indemne. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Xacio Baño

Entrevista a Xacio Baño, director de la película «Trote», en el marco de L’Alternativa 25. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del CCCB en Barcelona, el miércoles 14 de noviembre de 2018.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Xacio Baño, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, al equipo de La Costa Comunicació, y a Eva Herrero de Madavenue, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

Trote, de Xacio Baño

ENTRE LA RAZÓN Y EL INSTINTO.

“El ser humano, tanto como el alimento y el sueño profundo, necesita escapar”.

W.H. Auden

La película se abre de forma aséptica y lúgubre, dejando clara su posicionamiento en su manera de abordar este relato familiar lleno de aristas, de silencios, y gestos a medio hacer o simplemente pensados, y no materializados, apoyados en las miradas y detalles de unos personajes callados, en que el silencio deviene una confrontación con los demás, con aquellos que se convierten en sus espejos fronterizos, como una forma de huida interior, de no enfrentarse a los demás, y sobre todo, a sí mismos, porque hay cosas que ya duelen sólo de pensarlas, por eso es mejor callárselas, no decirlas, guardarlas en ese interior que pelea incansablemente contra nosotros, contra nuestras ideas y decisiones, un interior que es salvaje y libre, todo lo contrario que ese mundo exterior, en el que todo y todos deben caminar por el sendero trazado, señalizado y normalizado. Xacio Baño (Xove, Lugo, 1983) ya había dado muestras de su talento como realizador desde el 2011 en los que viene construyendo una mirada muy personal y formalista, a través de cortometrajes aplaudidos a nivel internacional en lugares tan prestigiosos como Locarno, Bafici, Clermont Ferrand o Mar del Plata.

En su primer largometraje, el cineasta galego ha querido ir más allá, y salir de su caparazón narrativo, y aventurarse al exterior, observando el espacio interior, que ya había explorado en sus anterior trabajos, en contraposición contra el exterior, o lo que es lo mismo, la lucha interna del ser humano entre la razón y el instinto, entre el animal salvaje que anida en nuestra alma en constante y eterna lucha contra nuestra razón, con aquello que se espera de nosotros, con aquella que debemos hacer aunque no creamos ni sintamos, con ser uno más del rebaño y seguir las tradiciones o las imposiciones sociales, atados de por vida, a nuestra vida que no queremos, a esa casa rodeada de los nuestros, y a ese trabajo que se ha vuelto mecánica y aburrido. Baño y su coguionista Diego Ameixeiras (coautor entre otras de las interesantes La mujer del eternauta o María (y los demás)) enmarcan la película en esos 83 minutos tremendos y directos, enfrascados en un par de días, un fin de semana donde se celebra la “Rapa das Bestas”, una de tantas que se celebran a lo largo de Galicia, donde caballos salvajes se enfrentan en una dura batalla contra los hombres, para medir sus fuerzas, sus instintos y su pureza.

El lugar elegido es un pueblo del interior rodeado de montañas, donde estos personajes se mueven casi por inercia, guiados por sus razones, enfrascados en sus tareas cotidianas, imbuidos en sus caracteres, y en sus mentes, afinados en esas fronteras emocionales que han creado a su alrededor, infranqueables para el resto. Una forma dura, áspera y fría, completamente encima de los personajes, obra de Lucía C. Pan (que ya la conocíamos de su gran trabajo en Dhogs) en la que los encuadres radiografían desde lo más íntimo y personal a los personajes, capturando al detalle todas esas miradas y silencios que se van entretejiendo entre ellos, donde cada plano duele y nos somete a esa prisión interior que sus “incapacidades emocionales”, aquellas de las hablaba Bergman en su cine, han ido generando a lo largo de los años. Una familia en duelo, ya que la madre acaba de fallecer, una familia rota y aislada, en la que el tiempo y al distancia ha hecho mella en sus frágiles relaciones ya deterioradas desde mucho antes, con ese montaje de Álvaro Gago (colaborador de Marcos M. Merino, y director del celebrado cortometraje Matria) que ahonda en esa película troceada, no lineal, que profundiza aún más si cabe la distancia y falta de cariño y empatía que hay entre los componentes familiares.

Un reparto de pocos personajes y muy medido, que desprenden verdad por los cuatro costados, desde Carme, hilo conductor en la que se asienta todo el conflicto (estupenda la composición de María Vázquez, actriz menuda y dotada de una gran mirada que ensombrece a cualquiera) la hija que siempre ha estado a la sombra de todos, encerrada en ese espacio y herida en todos los sentidos, con unas ganas tremendas de huir, de escapar, de ser ella misma por una vez, a su lado, Ramón (el siempre conciso y sobrio Celso Bugallo) su padre, el hombre de la tierra, de los caballos, de tradiciones ancestrales y callado, con la visita de Luís (interpretado por Diego Anido que sabe sacar partido a alguien complejo y antipático) el hermano mayor que viene acompañado de María, su pareja (Tamara Canosa construye una mujer en medio de todo que intenta reconducir las no relaciones de ese entorno en el que ha caído sin quererlo. Un tipo igual de callado, ausente, que hace años dejó el pueblo y se ha mantenido en la distancia, dejándose llevar por su vida y aislado de su familia y el pueblo. Y por último, Fran, el panadero y jefe de Carme (Federico Pérez hace de ese hombre rudo, de pocas palabras y algo animal) que mantiene una relación de idas y venidas con la citada, en la que las emociones se amasan y se cuecen de manera mecánica. Y Marta, amiga de Carme (que interpreta Melania Cruz, una presencia sensible, veraz y amable que ya nos deslumbró en Dhogs) que se muestra cariñosa y cercana con esta mujer libre pero atada.

Baño nos sumerge en ese ambiente opresivo y opresor, en esos espacios construidos desde lo más cercano, desde la tierra y esa naturaleza indómita y salvaje que anida en esos ambientes, creando una atmósfera impenetrable emocionalmente hablando, donde todo se racionaliza, y se entiende, donde las cosas ya tienen su curso desde tiempos inmemoriales, en el que no se escucha el cuerpo y la carne, donde las relaciones son secas, abruptas, y brutales, totalmente faltas de empatía con el otro, convertido en un saco oscuro de carne y hueso donde golpear y castigar todo lo que se pueda, donde las heridas emocionales nunca se ven, pero son tan visibles para cualquier mirada que quiera detenerse y mirar a los ojos del otro, y de paso, a los suyos también, porque siempre hay tiempo de rectificar, de mirar hacia atrás, de mirarse en el interior y dar media vuelta, pararse y empezar de nuevo en otro lugar, con otra manera de mirar, y sobre todo, de relacionarse con los demás.


<p><a href=»https://vimeo.com/304335947″>Trailer TROTE</a> from <a href=»https://vimeo.com/aterafilms»>ATERA FILMS</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>