Hada, de Àlex Mañas

LOS TIEMPOS PASADOS, LOS TIEMPOS PRESENTES.  

“Si pudiéramos saber dónde y cuándo nos volveremos a reencontrar, seríamos más tiernos con nuestros amigos al despedirnos”

Marie Louise Ramé “Ouida”

Si hay una película que reflexiona sobre la juventud pasada y donde fueran a parar aquellos tiempos pasados es sin lugar a dudas Reencuentro (The Big Chill, 1983), de Lawrence Kasdan, donde un grupo de amigos, quince años después, se reencuentran para asistir al funeral de uno de los miembros del grupo. Unos amigos que volvían a verse y se enfrentan al paso del tiempo y a todo aquello que los unió y ahora, ya no existe. Hada, la ópera prima de Àlex Mañas podría ser una película hermanada con la de Kasdan, porque también habla de un reencuentro, y también, son unos amigos que acuden al funeral de uno de ellos. A esos elementos se añaden el suicidio y el equipo de basket como nexo de unión. Partiendo del trabajo final de carrera de unos alumnos de interpretación de la escuela Eòlia, Mañas ha reclutado a ocho jóvenes de 23 años que son los amigos y ex compañeros de baloncesto de Hada, la joven que se ha quitado la vida. Estaremos unos días con ellos, unos días donde se hablará del pasado, de las oscuridades y otros temas. 

A Mañas lo conocemos por su trayectoria de dos décadas en las tablas en las que ha trabajado como dramaturgo y director en obras tan potentes como  Béla Bartók: Exili en Nova York (2013) o Amanda T (2016/18/19), sus trabajos como guionista para tv-movies y la dirección del corto Mejor amigo (2015). La idea de Hada surgió a partir del montaje de Amanda T, una obra sobre el suicido de una joven canadiense a raíz del ciberacoso que sufrió que, al año después, recibió la llamada del suicido de una ex compañera de su antiguo equipo de basket que fue a ver su obra. A partir de esta experiencia real, la película se centra en esos días previos al funeral y el día de autos, donde un grupo de jóvenes, después de años sin verse, se reencuentran y vamos conociendo sus realidades y lo que compartían o no con la fallecida. Hay dos voces cantantes, Maria y Sara que nos van guiando por la historia, en el que la fragmentación se impone tanto en la forma como en el fondo evidenciando las fronteras y los espacios personales de cada uno de ellos. Todo lo vemos en partes, como un puzzle que en el pasado se compartía y ahora, en el presente, se ha difuminado en diferentes piezas que poco o nada tienen en común. 

El cineasta barcelonés captura la agitación y las inestabilidades de una generación que no acaba de sentirse bien consigo misma y mucho menos, encontrar aquel trabajo, amor u otra cosa con la que soñaban y que el tiempo no ha terminado de concretar. La cámara de Kiku Piñol recoge con audacia y reposo todo ese microcosmos de unas personas que, ahora parecen extraños de sí mismos y con los demás, con una cámara muy cercana, que construye esa asfixia del momento y de las vidas por hacer o simplemente, olvidadas porque dieron a otras inesperadas. La música de Savi Lloses, que ha trabajado en los equipos de películas como Yo y Laia, y en las galas de Premis Gaudí, ayuda a acentuar esa no vida que sigue pendiente y argumenta los muros que separan a este grupo de amigos que ya no lo es tanto, y luego un par de temas que mejor no desvelaré. El montaje de Juan Gabriel García, que tiene en su haber experiencia en documental que, en sus 83 minutos de metraje nos lleva de aquí para allá, sin descanso y mucho corte limpio, en el que las oportunas pausas entre los reencuentros generan ese abismo y a la vez, esa cercanía que existe entre ellos, y entre la ausencia/presencia de Hada. 

Si la técnica brilla con altura en Hada, Mañas muy conocedor de los intérpretes, por sus años en el teatro, ha reclutado un equipo de ocho actrices y actores excelente que demuestran una gran naturalidad y transparencia en unos personajes de aquí y ahora, que se parecen mucho a lo que hemos sido o somos, donde exponen sus dudas, miedos, contradicciones y demás aspectos y emociones en un sinfín de altibajos que se producen después de la “noticia”. Sus nombres son: Maria Sanz y Sara Espías, las protagonistas, y las compañías Júlia Ferré, Irene Quirós, Sofía Cortés, Héctor Vidondo, Adrián Portillo y Néstor Circolone que comparten el mismo nombre con sus personajes. Mañas ha debutado a lo grande con un proyecto pequeño, hablando de suicidio, de jóvenes, de amigos, o ex-amigos, y también, sobre la vida, sobre lo que fuimos, sobre lo que somos, sobre lo que nunca seremos, y sobre todas esas cosas que suceden cuando la vida se rompe, y la muerte cae sobre nosotros como un señor despiadado y poderoso que nos devuelve a la fragilidad de nuestras existencias, a lo pequeño que somos realmente, y todas esas cosas que deberíamos haber hecho y no hicimos, y ahora, ya es demasiado tarde. Una película que abre muchas puertas y ventanas a reflexionar sobre todas esas cosas que parecen importantes y que, en realidad, lo son y mucho, y lo tarde que nos damos cuenta de todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Entrevista a Àlex Monner

Entrevista a Àlex Monner, actor de la película «Los bárbaros», de Javier Barbero y Martín Guerra, en una de las salas de los Cinemes Girona en Barcelona, el jueves 5 de junio de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Àlex Monner, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación y Pere Vall de Cinemes Girona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Martín Guerra

Entrevista a Martín Guerra, codirector de la película «Los bárbaros», en una de las salas de los Cinemes Girona en Barcelona, el jueves 5 de junio de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Martín Guerra, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación y Pere Vall de Cinemes Girona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Chloé Barreau

Entrevista a Chloé Barreau, directora de la película «Fragmentos de una biografía amorosa», en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en la terraza del Instituto Francés en Barcelona, el martes 1 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Chloé Barreau, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Sam Wallis, por su gran labor como intérprete, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fragmentos de una biografía amorosa, de Chloé Barreau

LA JOVEN QUE AMABA EL AMOR. 

“Tú crees que amas el amor, pero lo que amas en realidad es la idea del amor”. 

Frase escuchada en el film “El hombre que amaba las mujeres” (1977), de François Truffaut

El hecho de vivir, indispensablemente, va en consonancia con todas las personas que han transitado por nuestras vidas, y sobre todo, aquellas personas que han significado alguna cosa en nuestras existencias, personas que dejaron alguna huella, algún efecto que nos ha hecho ser de una u otra forma. Amistades y sobre todo, amores, ya sean correspondidos o no, y todas esas experiencias que siguen almacenadas en nuestro alma. Recuerdos y memoria de nuestra propia vida. Amores que parecían irrompibles, para toda la vida, pero que quedaron en historias de amor o no recordadas y la mayoría olvidadas. En la película Fragmentos de una biografía amorosa, de Chloé Barreau (París, Francia, 1976), se vuelven a las historias de amor de la directora, pero no desde el “Yo”, sino desde el contraplano, es decir, desde el recuerdo de sus ex, de aquellos personas que transitaron por su vida sentimental. Un recorrido profundo y sincero, y de ficción, ya que las personas recuerdan el pasado, y lo inventan, porque así es la memoria, mucho de invento y algo de verdad.

Barreau es licenciada en Literatura Moderna por la Soborna, también ha hecho cortometrajes, especiales para televisión, docuseries para especializarse como productora creativa en la pequeña pantalla, amén de debutar con la película La Faute à Mon Père, the scandal of Father Barreua (2012), sobre la historia de amor prohibido de sus padres: un sacerdote católico y una enfermera que fue un escándalo en la Francia puritana de los sesenta. Con su segundo trabajo, primero documental, repasa sus amores a partir de los testimonios de sus ex parejas, a través de sus voces e imágenes de vídeo, y el contenido de las cartas de amor y desamor, ya que la directora filma compulsivamente desde los 16 años, grabando su vida, sus amistades, sus experiencias y sus amores. Siguiendo una estructura lineal, con algún que otro salto, tanto atrás como adelante, rompiendo ese esquema lineal. Escuchamos a los otros/as y nos dan una visión abierta, profunda e interesante de los amores de la directora, recogiendo buena parte de la década de los noventa entre París y Roma, volviendo al tiempo de la juventud, al tiempo del amor, al tiempo donde todo era posible, donde la vida y el amor y la juventud todavía vivía sin móviles y demás pantallas que nos han encerrado aún más. 

Todas las historias de amor tienen dos formas de mirarlas, pensarlas y sentirlas, y rara vez podemos conocer al otro/a y sobre todo, la visión que tuvieron o tienen, porque la película se adentra en el pasado desde el presente, o lo que es lo mismo, desde la memoria, desde el ejercicio de recordar, de todo aquello que recordamos o lo que creemos recordar que, acompañadas de las escogidas imágenes domésticas van dando una honesta exploración de todo lo que ocurrió, donde la película no juzga ni condiciona la visión de los espectadores, todo lo contrario, se sumerge con total libertad en todo lo que generan los testimonios y las citadas imágenes, creando esa idea de memoria fabulada, en que el cine ayuda a encontrar esos limbos necesarios y parecidos a lo que intuimos como aquella realidad, en un brutal ejercicio de memoria, documento, ficción donde el amor adquiere las mismas características, en ese intento de acercarse a lo que sentimos, a las huellas que nos dejaron aquellas historias, y sobre todo, lo que ha quedado de aquellas experiencias, si es que quedó algo, y cómo lo recordamos, como lo hablamos y cómo nos vemos entonces a través de nuestros recuerdos y las imágenes. 

En realidad, la película Fragmentos de una biografía amorosa también nos habla de la imposibilidad de extraer algo contundente del pasado y lo que éramos, porque siempre nos vemos como extraños de nuestra propia vida, y por ende de nuestra memoria, y por mucho que pensemos en ello y analizamos nuestros recuerdos y las imágenes, como ocurre en el caso de la obra, siempre estamos bordeando nuestra propia historia en un vano intento de racionalizar lo que fuimos y lo que somos. Quizás todo es una ficción y a la postre, nosotros somos unos pobres diablos que intentamos acercarnos a la memoria con las armas equivocadas, y más bien deberíamos ver nuestra vida como una película, inventándola constantemente, y siendo esclavos de nuestra propia memoria o lo que creemos que es eso de recordar. Celebramos la película de Chloé Barreau por querer contarnos el amor o lo que creemos que es el amor a partir de los otros y otras, a través de lo que dejamos en ellos y ellas, y sobre todo, cómo nos ven, nos recuerdan y si es igual o parecido a cómo los recordamos nosotros/as, en un sugerente ejercicio de idas y venidas, de pasado y presente y sin tiempo, porque al fin y al cabo, la vida avanza hacia adelante de forma oficial, y en el fondo, avanza como quiere a merced de nosotros mismos, que acabamos siendo espectadores de nuestra memoria y sentimientos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jaime Rosales

Entrevista a Jaime Rosales, director de la película «Morlaix», en los Cines Verdi en Barcelona, el jueves 13 de marzo de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jaime Rosales, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan maravillosa, y a Ana Sánchez de Trafalgar Comunicació, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

No hay amor perdido, de Erwan Le Duc

HAY AMORES… Y AMORES. 

“Por si alguna vez haces la tontería de olvidarlo: nunca estoy no pensando en ti”. 

Virginia Woolf

Los casi diez primeros minutos de No hay amor perdido (en el original, “Le fille de son père”), de Erwan Le Duc (Les lIlas, Francia, 1977) (nos explican, de forma breve y concisa, los antecedentes del apasionado y efímero amor de Étienne y Valérie a los 20 años. Un amor del que nació Rosa. Un amor que acabó el día que Valérie desapareció sin dejar rastro. Otro amor empezó con Étienne y Rosa. Padre e hija han vivido juntos 17 años. El relato arranca en verano, cuando Rosa ha sido admitida en Metz para estudiar Bellas Artes y convertirse en la pintora que sueña. Así que estamos ante una película de tránsito, en la que padre e hija deben despedirse, o lo que es lo mismo, deben separarse por primera vez. Un padre que ha olvidado aquel amor de juventud dando todo el amor y la protección del mundo a su hija Rosa, a su trabajo y a su pasión como entrenador de fútbol, y a su amor Hélène. Y la hija, siempre bajo el amparo de su padre. Tanto uno como otra deberán empezar a vivir sus propias vidas, alejados de la persona que más quieren y sobre todo, emprender nuevos retos y una vida diferente. 

Segunda película de Erwan Le Duc, después de la interesante Perdrix (2019), una historia de amor a primera vista con toques de humor protagonizada por Swann Arlaud y Maud Wyler. En No hay amor perdido, el amor vuelve a estar en el centro de la trama, pero en este caso, está el amor entre padre e hija, y ese otro amor, el que pasó y está olvidado. Dos seres vuelven a ser el leit motiv de la historia, si en aquella eran dos solitarios, en esta, la cosa va de un padre muy protector y en el fondo, un hombre que ha dejado el trauma de un lado y se ha centrado en su hija. ¿Qué pasará ahora que la hija se va del nido?. El director francés construye una película ligera y muy cotidiana, tan cercana como naturalista, donde en la ecuación de padre e hija se les añade las figuras de Hélène, la novia del padre, tan dulce, tan enamorada y tan transparente, y Youssef, el novio de la hija, con su amor romántico, con su poema épico y sus tardes anaranjadas. Tiene ese aroma del cine de Rohmer, donde la vida y el amor van pasando, casi sin sobresaltos, pero con cercanía y abordando los grandes misterios de los sentimientos y la naturaleza de nuestras relaciones y cómo nos van definiendo. 

El director francés vuelve a contar con su equipo habitual que ya eran parte del equipo de su ópera prima, como el cinematógrafo Alexis Kavyrchine, que tiene en su haber a cineastas como Olivier Peyon, Cédric Klapisch y Alberto Dupontel, entre otros, que consigue una luz cálida y acogedora, en una película muy exterior, dond prima la luz natural,  que ayuda a indagar en el interior de los diferentes personajes y ese tratamiento tan íntimo como invisible. La música de Julie Roué consigue darle ese toque de complejidad de los diferentes personajes, sobre todo, a medida que avanza la película, después de algo que ocurre que trasbalsa a la pareja protagonista, y finalmente, el montaje de Julie Dupré, de la que hemos visto 2 otoños, 3 inviernos (2013), de Sébastien Betbeder, y Las cartas de amor no existen (2021), de Jérôme Bonnell, entre otras, donde ejerce un buen ritmo y estupenda concisión en sus 91 minutos de metraje, en el que la cosa va in crescendo de forma sencilla, sin darnos cuenta, pero que un impacto lo cambiará todo, o mejor dicho, lo precipita todo, y romperá esa armonía aparente en la que estaban instalados los personajes en cuestión. 

Una película que habla de diferentes tipos de amor, con sensibilidad y tacto, huyendo de la estridencia y de la desmesura, como si nos contase una cuento en susurros, debía tener un reparto tan cercano como natural, con intérpretes que nos sitúen en lo doméstico y lo más tangible. Tenemos a un extraordinario Nahuel Pérez Biscayart, que siempre da un toque humano y cercanísimo a todo lo que compone, metiéndose en la piel de un personaje nada fácil, que siempre se ha guiado por las necesidades de su hija, y dejando que el amor de juventud se vaya evaporando, si eso es posible cuando es tan intenso y sobre todo, tan rompedor. A su lado, la magnífica Céleste Brunnquell, que nos encantó en las estupendas Un verano con Fifí y la reciente Esperando la noche, en el rol de Rosa, la hija querida, la hija que debe seguir su propio camino, la hija que nunca conoce a su madre. Maud Wyler que repite con Le Duce hace de la mencionada Hélène, mostrando dulzura, encanto y belleza, tanto física como emocional. Una actriz que nos fascinó en las películas de Pablo García Canga tanto en La nuit d’avant (2019) y Tu tembleras pour moi (2023), y la presencia del debutante Mohammed Louridi como Youssef, tan amoroso como joven.

Los espectadores que se dejen llevar por las imágenes y las circunstancias de una película como No hay amor perdido van a experimentar muchas emociones y sentimientos contradictorios, quizás se acuerden de aquel amor lejano que creían haber olvidado, o simplemente, dejaron que los años pasasen por encima de lo que sentían, y el tiempo lo ha dejado de lado, y un día, de casualidad, vuelven a verlo y tal vez, todo aquello que pensaban olvidado o más bien superado, no lo es tanto, y sus sentimientos despiertan y les plantean cuestiones, o quizás no, pero si fue un amor de aquellos que no se olvidan, un amor intenso y sobre todo, que se acabó abruptamente, sin que ninguno de los dos participantes pudiera experimentar de verdad ni lo que sintió ni lo que vino después. ¿Qué sucedería si nos reencontramos con ese amor que creíamos olvidado? No lo sabemos, pero les digo una cosa, estén alerta porque de seguro les va a tambalear, o quizás no, quién sabe, o puede ser que sí, que no saben qué hacer y mucho menos decir. La vida tiene estas cosas, que por mucho que sientas que se haya acabado, hay amores que siguen con uno, sin saber el motivo, que van y vienen como los recuerdos que no puedes borrar, aunque no queramos admitirlo a los demás, y menos a nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

How to Have Sex, de Molly Mannig Walker

LA ÚLTIMA VIRGEN. 

“ (…) Que esas conversaciones nos ayuden a reaprender cómo tener relaciones sexuales, enfatizando y explorando el placer femenino y asegurándonos de que el sexo es para ambas personas involucradas. El consentimiento es lo mínimo que hay que esperar”.

Molly Manning Walker

En la película corta La última virgen (2017), de Bàrbara Farré (la tenéis en la imperdible Filmin), Sara, una niña de 13 años, agobiada por la presión de su virginidad y con el fin de encajar en su grupo de amigas, se ve obligada a mantener relaciones sexuales nada satisfactorias y vacías. En el mismo caso se encuentra Tara, la joven adolescente inglesa que se ha ido de vacaciones a Malia, en la isla de Creta, en Grecia, junto a sus dos amigas con el propósito de fiesta, alcohol y sexo salvaje en la magnífica How to Have Sex, la ópera prima de Molly Manning Walker (London, UK, 1993), de la que conocíamos su trabajo como cinematógrafa en la miniserie Mood (2021), y en la película Scrapper (2013), de Charlotte Regan. Un retrato de las actitudes nefastas y consecuencias oscuras de la obsesión por el sexo de la juventud actual, donde no hay reglas ni empatía ni ternura, sólo meterla y cuánto más mejor. 

Bajo un tono directo, en el que encontramos muchas referencias al cinema verité y el documental, el relato-retrato nos sumerge en una ciudad y en sus largas y oscuras noches donde sólo hay un objetivo para las tres amigas y los demás sin alma que por allí pululan: reventar de alcohol y sexo. Un lugar que parece más un territorio post apocalíptico, cómo podrían ser Magaluf, Benidorm y Lloret, por citar algunos de nuestro país. Un espacio destroyer donde los/las jóvenes mueren cada noche para resucitar al día siguiente, y así sucesivamente, mientras duren sus vacaciones desenfrenadas y estúpidas. La cinematografía, que firma Nicolas Cannicioni, que ha trabajado con nombres de prestigio como Xavier Dolan, Bruce La Bruce y Philippe Lesage, mueve la cámara entre los personajes, pegada a ellos, traspasándolos y siendo uno más, documentando sin juzgarlos, otro de los grandes aciertos de la película, porque no estamos ante una obra que planteé conflictos morales ni nada que se le parezca, la cinta presenta una serie de situaciones, donde la sexualidad se vive de forma salvaje y sin consentimiento, dejándose llevar por la situación y con el fin de pasarlo bien, sin preguntarse si eso que estás haciendo te gusta o no. 

El ágil y tenso montaje de fin Oates también ayuda y de qué manera a mostrar sin juicios, en una película que a veces más parece una de terror, con esos jóvenes imbuidos en sus obsesiones y sus locuras, sin nada de empatía, amor y sensibilidad en el otro. No es una película plana ni superficial, porque vemos diferentes formas de carácter entre los personajes, que hace evidente la complejidad y la dificultad de cómo afrontar las consecuencias de nuestros actos y cómo respondemos ante ellos. La falta de comunicación, los silencios y los gestos que llenan la pantalla cuando no salen las palabras. No es ni mucho menos una película que critique la fiesta y la idea de pasarlo bien. Eso sí, advierte que la forma usada no es la más adecuada, porque puede llevar a situaciones de abuso y degradantes. Tantos ellos como mucho menos, ellas, no lo pasan bien en el sexo, sino que lo practican de forma egoísta, abusiva y nada placentera, y lo que es más grave, no son conscientes del daño que han hecho, y además, mienten haciendo creer a los demás que todo ha sido genial. La presión sexual en una sociedad donde el sexo se ha convertido en una obsesión oscura, más que en una necesidad placentera, nos lleva a plantearnos muchas reflexiones sobre cómo actuamos los unos con los otros, lo lejos que estamos y la confusión entre el placer y el abuso. 

Uno de los grandes aciertos de una película como How to Have Sex radica en su fabuloso, natural e íntimo elenco. Arrancando por la impresionante Mia Mackenna Bruce que da vida a Tara, la protagonista total, porque aparece en casi todos los planos. Una actriz que conocíamos por su labor en series británicas de gran éxito. Con Tara consigue uno de esos personajes inolvidables, porque es una adolescente obsesionada por tener sexo y no ser la “jovencita inocente” que es en el grupo de sus amigas. Una obsesión que la llevará a hacerlo sin que le guste, y sobre todo, de forma brusca, abusiva y fría. Una actriz que tiene el aspecto de juvenil al comienzo de la película y la iremos viendo cómo va cambiando, seremos testigos de su proceso duro y sucio de dejar de ser para ser lo que no quiere. Casi como una transformación en alguien que odia y sobre todo, una experiencia que le resulta traumática y la deja sin palabras. En silencio y culpabilizante. Le acompañan otros intérpretes jóvenes, tan cercanos y excelentes como ella, como “sus amigas de fiesta”, con Lara Peake que hace de Skye, Enva Lewis es Em, y los chicos, Samuel Bottomley es Paddy y Shaun Thomas es Badger, y Laura Ambler es Paige, una joven que echará un cable a Tara después del abuso. 

La película How to Have Sex, de Molly Manning Walker, una obra que pone los temas que trata sobre la mesa, sin rodeos ni prejuicios ni nada que se le parezca, en crudo y sin sutilezas, de frente, porque no se anda con metáforas, y va a lo que va, muestra muchas actitudes y consecuencias de lo mal que nos divertimos, y sobre todo, de lo mal que nos comportamos los unos con los otros, y lo más grave, que no somos conscientes del daño que estamos provocando en los demás. Y no lo hace aleccionando a nadie, sino que usa el cine para provocar la reflexión, para que nos detengamos y sepamos que somos y cómo nos ven los demás. Y lo hace con ese tono festivo, de verbena sin fin, de una transparencia alucinante y bien ejecutada, que recuerda a películas como Spring Breakers (2012), de Harmony Korine, Magaluf Ghost Town (2021), de Miguel Ángel Blanca, y la primera mitad de Beach House (2013), de Héctor Hernández Vicens, entre otras, retratos de verdad sobre como ha desembocado ese turismo alucinógeno y estúpido que sólo busca divertirse y follar cueste lo cueste y se lleve por delante quién se lleve. Sociedad de mierda donde todo se consume a lo bestia, de usar y tirar: cosas, lugares y personas. Reflejo de estos tiempos y de cualquier tiempo donde nada tiene sentido y nadie vale nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Priscilla, de Sofia Coppola

LA JOVEN ENAMORADA DE ELVIS.  

“Me gustaría explicar… no me malinterpreten: Elvis fue el amor de mi vida. Fue el estilo de vida lo que me resultó demasiado difícil. Nos mantuvimos unidos incluso después, tuvimos a nuestra hija y me aseguré de que siempre la viera. Es como si nunca nos hubiéramos dejado, me gustaría dejarlo claro”.

Priscilla Presley en sus memorias “Elvis y yo”.

De las 7 películas que conforman la filmografía de Sofia Coppola (New York, EE.UU., 1971), la mayoría están protagonizadas por jóvenes, adolescentes y primera juventud, chicas con deseos, ilusiones y esperanza que conocerán las oscuridades de la vida, y todo lo que conlleva para su interior. Las jóvenes de Coppola, basadas en historias reales, son mujeres fieles a su tiempo, encadenadas en una existencia llena de insatisfacción como sucedía en Las vírgenes suicidas (1999), la joven perdida en Lost in Translation (2003), la valiente y rebelde incomprendida en Maria Antonieta (2006), las enfermas de lujo en The Bling Ring (2013), y las jóvenes sedientas de lujuria en La seducción (2017). Con Priscilla vuelve a ese espacio donde la vida parece grande, llena de expectativas y donde nada ni nadie la puede derrumbar por toda la energía, la vida y los sueños que la llenan. 

Tenemos a una adolescente Priscilla Beaulieu que vive con su familia tradicional de padre militar en Alemania Occidental. Allí, con tan sólo 14 años conoce a Elvis Presley, diez años más mayor, que ya apuntaba a la estrella en la que se convertiría. Un amor puro, de respeto, de cariño y de cuento de hadas. Con muchos vaivenes, finalmente se trasladaron a Graceland, la mansión de Elvis y su familia. Y es ahí, donde arranca la película de Coppola, basada en las memorias “Elvis y yo”, de la mencionada Priscilla Presley. No estamos ante una película fácil, ni mucho menos, porque tenemos a una adolescente encerrada en una gran mansión, sola y muy desencantada, ya que sus demás habitantes le resultan unos desconocidos, si exceptuamos a alguna mujer del servicio con la que construirá algo de intimidad. Elvis es menos que una sombra, siempre de viaje, siempre ausente. La directora neoyorquina no se había enfrentado hasta ahora a un relato tan hacia adentro, porque lo que ocurre, la vida y el amor están en off, siempre están alejados por intervalos, entre soledades y presencias, por eso, resulta más que importante que la actriz que interpretase a Priscilla debía ser una desconocida y sobre todo, una actriz que compusiese su personaje desde la intimidad, a través de la mirada, los gestos, leves y certeros, y desde el silencio, todo ese silencio que rodea su existencia. 

La joven Cailee Spaeny, a la que habíamos visto en papeles de reparto en Una cuestión de género (2018), de Mimi Leder y Malos tiempos en el Royale (2018), de Drew Goddard, entre otras, se convierte en la auténtica alma mater de la película, en una actuación memorable y fascinante, asumiendo el rol de Priscilla y consigue lo más difícil, que sintamos como ella, sin ningún alarde ni gesto asombroso, sino desde lo más sencillo, con esos paseos sonámbulos por Graceland, en silencio, con miedo a tocar algo, como un especie de fantasma, que refleja la falta de vida que tiene, en contraposición a cuando está con Elvis, toda vida, todo amor, y toda alegría. El protagonismo absoluto se lo lleva Priscilla, que curiosamente, en la película Elvis (2022), de Baz Luhrmann, es un personaje apenas visible. Aquí, es todo lo contrario, quizás la película de Coppola es la respuesta a aquella ausencia, porque vemos, sentimos y acariciamos la vida y la oscuridad de Priscilla, una joven que se enamora de una estrella del rock, y su vida no acaba de ser el cuento de hadas que imaginaba o que creía ingenuamente. Tiene una luz y un tono parecido como el que había en La seducción (2017), con la que comparte el mismo cinematógrafo Philippe Le Sourd, creando esa sensación de aura magnética donde la luz es acogedora, pero también, algo inquietante, como si estuviéramos en una película de terror sutil y nada evidente, porque, en muchos instantes, tenemos la sensación que Priscilla está en una cárcel y ella se ha convertido en una autómata sin vida, sin amor y sin nada. 

La música del grupo indie rock francés Phoenix vuelve a trabajar en una película de Coppola, en su cuarto trabajo con la directora, en la que consiguen una música excelente, una score que ayuda a ese deambular vacío y triste de la protagonista, aportando esa idea de fantasmagoría, de irrealidad y de inquietud en el que está la protagonista. El montaje de Sarah Flack que, a parte de trabajar con Soderberg y Mendes, ha editado todas las películas de la cineasta neoyorquina, hace toda una exquisita composición del tempo y la pausa para envolvernos en ese aura de terror y angustia, sin evidenciarlo, sino a través de la sutileza y lo cotidiano, en una película que llega casi a las dos horas de metraje, que, en ningún momento, existe la sensación de sopor y estancamiento. La idea de reclutar a un grupo de intérpretes poco conocidos para dar más verosimilitud los personajes y a todo lo que acontece, también se hace notar en el rol de Elvis que hace el actor Jacob Elordi, interpretando desde lo íntimo a una rockstar como fue Elvis, quizás la más grande que hubo y habrá, una interpretación desde lo más profundo, sin caer en la estridencia ni en la caricatura, así como los demás actores y actrices que pululan por la película siendo los músicos y amigos del Rey del Rock. 

Si alguien busca en Priscilla una película al uso, es decir, el biopic hollywoodense para llevarse un buen puñado de Oscars y reconocimientos de la crítica más enrollada con el sistema/fábrica de sueños estadounidenses, se equivoca de largo, porque Sofia Coppola vuelve a construir una trama que más tiene de película de terror y desamor que de otra cosa, volviendo a trazar una radiografía profunda y muy crítica sobre los estamentos de Hollywood y esa obsesión por la fama y el éxito y el dinero, como ya hiciese en la magnífica Somewhere (2010), donde nos situaba en los intervalos y los espacios límbicos de una Hollywood Star o lo que quedaba de ella, con minuciosidad, templanza y sin caricaturizar, como hace en Priscilla, una película muy incómoda, muy aniquilante, muy de verdad, que cose con pausa y buena cocción, todo lo que no vemos de los cuentos de hadas o los cuentos de terror y pesadilla, lo que no vemos detrás de la cortina, o lo que es lo mismo, lo que queda después que se cierre la gran valla de Graceland, esa casa de los sueños o pesadillas, sino que le pregunten a Priscilla, en los 14 años que compartió con Elvis, el hombre, el rockstar y la sombra tan oscura que rodea el éxito que puede acabar en pesadilla. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Óscar Montón

Entrevista a Óscar Montón, director de la película «Quan no acaba la nit», en los Cines Yelmo Westfield La Maquinista en Barcelona, el jueves 9 de noviembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Óscar Montón, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Calleja de Prismaideas, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

NOTA: Por problemas técnicos ajenos a mi voluntad, a partir del minuto 9:12, la imagen queda congelada. Disculpen las molestias.