El profesor de Persa, de Vadim Perelman

LA MEMORIA Y LA PALABRA.

“¿Pero era posible adaptarse a todo en los campos de concentración? Su pregunta es extraña. El que se adapta a todo es el que sobrevive; pero la mayoría no se adaptaba a todo y moría”

Primo Levi

El cine como reflejo de la historia y su tiempo, se ha acercado al holocausto nazi de múltiples formas, miradas e intenciones. No resulta nada sencillo mostrar y contar todo lo que allí sucedió, en muchas ocasiones, se cae en la simpleza y el sentimentalismo, en otras, utilizan el trasfondo para emplazarnos a historias que nada tienen que ver. Pero, en algunas ocasiones, pocas desgraciadamente, en películas como Noche y niebla, de Resnais, La pasajera, de Munk, Shoah, de Lanzmann, La vida es bella, de Benigni o El hijo de Saúl, de Nemes, entre otras. Las historias nos sumergen de manera ejemplar y sobria a un reflejo de una parte de lo que acontecía en esos lugares de la muerte, excelentemente bien contadas, con una mirada profunda y sincera, y sobre todo, alejándose de cualquier sentimentalismo, en películas como Noche y niebla, de Resnais, La pasajera, de Munk, Shoah, de Lanzmann, La vida es bella, de Benigni o El hijo de Saúl, de Nemes, entre otras.

El profesor de persa, de Vadim Perelman (Kiev, Ucrania, 1957), podría formar parte de esta lista con todo merecimiento, porque no solo muestra el horror nazi en los campos, sino que nos brinda un relato sobrio, fascinante y magnífico de supervivencia, pero sobre todo, de la importancia capital de la memoria como única vía, no solo para seguir con vida en el infierno, sino para contar lo que ha sucedido, y que los hechos no se olviden y así, recordar a las víctimas y preservar la memoria para que futuras generaciones conozcan y no repitan los mismos errores. De Perelman, emigrado a Canadá, conocíamos, su extraordinario debut con Casa de arena y niebla (2003), relato de corte social con dos vecinos en la disputa de una casa, en La vida ante sus ojos (2007), nos contaba los traumas de sobrevivir a una tragedia, ambas películas filmadas en EE.UU., y en Buy me (2018), rodada en Rusia, sobre una joven modelo encandilada con el lujo qatarí en un relato de autodestrucción, entre alguna que otra miniserie y película.

Con El profesor de persa, basado en el relato breve “Invención de un lenguaje”, de Wolfgang Kholhaase, el cineasta ucraniano nos traslada a un campo de concentración nazi allá por el año 1942, para contarnos las vicisitudes de Gilles, un joven francés de origen judío, que detenido por las SS, y llevado a un campo de tránsito, se hace pasar por persa para salvar la vida, ya que el capitán Klaus Koch, uno de los oficiales al mano, quiere aprender el idioma para abrir un restaurante alemán en Teherán cuando acabe la guerra. Perelman se toma su tiempo, la película alcanza los 127 minutos de duración, para hablarnos de esta peculiar relación que se irá humanizando entre los dos hombres, entre el carcelero y el preso, pero no solo somos testigos de este encuentro, en el que alguien para sobrevivir inventa un lenguaje a través de su ingenio y astucia, sino también, de la cotidianidad del campo, no solo con los presos y sus constantes humillaciones, estupendamente filmadas, con la distancia y la luz idóneas, además, las relaciones cotidianas de los soldados nazis al cargo del campo, como esa terrorífica jornada en el campo con los nazis comiendo, cantando y confraternizando entre ellos, en una inmensa labor de la película por no mostrar a los nazis como monstruos, sino como seres humanos complejos y oscuros, capaces de humanidad y actos deleznables. Si el sorprendente y elegante guion que firma Ilya Zofin, nos sumerge en un relato lleno de belleza y horror.

 El maravilloso y bien elegido dúo protagonista es otro de los elementos sensacionales de la película. Con Nauel Pérez Biscayart, dando vida al desdichado y listo Gilles, un grandísimo intérprete que nos lleva enamorando en roles como el de Todos están muertos o 120 pulsaciones por minuto, un cuerpo menudo, pero capitalizado por esa mirada que traspasa, en un proceso que irá de menos a más, de objeto a hombre, de sentir que su inteligencia pude salvar no solo su vida, sino recordar la de aquellos que perecieron. Junto a él, otra bestia de la composición, como el actor Lars Eidinger como el capitán Koch, que habíamos visto en películas de Assayas o Claire Denis. Dos intérpretes diferentes de cuerpo, en una especie de lucha muy desigual, que recuerda a la de David y Goliat, que a medida que avanza la película, se irán intercambiando los roles en varias ocasiones, e iremos comprobando que detrás de los papeles que el destino les ha asignado, detrás hay mucho más, y descubriremos a dos seres que tienen en común más de lo que imaginan.

Perelman ha contado con un trabajo de producción fantástico, desde la precisa y atmosférica luz de Vladislav Opelyants (que tiene en su haber grandes trabajos como en 12, de Nikita Mikhalkov o en Leto, de Kirill Serebrennikov, entre otros), o la excelente música absorbente y limpia del tándem de hermanos Evgueni y Sacha Galperine (que han trabajado con nombres tan ilustres como François Ozon, Andréi Zviáguintsev o Kantemir Balagov, etc…), el conciso y rítmico montaje de Vessela Martschewski y Thibaut Hague. Perelman vuelve a conseguir un relato brutal y excelso, lleno de belleza y horror, que se mueve de manera hipnótica y sinuosa, mostrando todo lo que se respiraba en un lugar siniestro y deshumanizado como un campo nazi, con la memoria como punta de lanza en una historia donde alguien ha de inventar y memorizar un lenguaje inventado, su particular pseudofarsi, no solo para seguir con vida, sino para alimentar la esperanza de salir con vida de ese lugar. Frente a él, a un oficial nazi convencido e idealista de la causa que, crecerá como persona y empezará a ver a su “profesor particular” con otros ojos, quizás viéndose en él reflejado o tal vez, recordando a aquello que era o que perdió. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

No matarás, de David Victori

UNA PUTA PESADILLA.

“No puedes cambiar todo en una noche pero una noche puede cambiar todo”.

John Updike

Dani es un treintañero con una vida dedicada exclusivamente a cuidar de su padre enfermo. Cuando su padre muere, Dani vuelve a su trabajo como vendedor de viajes, y su quehacer cotidiano, sombrío, y sin sobresaltos de ningún tipo. Pero, una noche todo cambia, porque conoce a la inquietante Mila, una joven atractiva y enigmática, con la que Dani se deja enredar y la acompaña, hasta llegar a su apartamento donde se lían. En ese momento, aparece un invitado inesperado que cambiará todo el panorama, sobre todo, la existencia de Dani. Segundo largometraje de David Victori (Barcelona, 1982), después de El pacto, de hace un par de años, en la que nos conducía por un acuerdo con el maligno de una mujer, la siempre interesante Belén Rueda, para salvar la vida de su hija enferma. En No matarás, Victori se aleja del efectismo de su primera película, para adentrarse por otros derroteros, centrándose en una noche, la noche que Dani vivirá una auténtica pesadilla, en la que se irá metiendo en la boca del lobo, y deberá esforzarse mucho para salir con vida.

Filmada con cámara en mano y largos planos secuencias, para transmitir el nerviosismo y el agobio que sufre Dani durante la noche, en la que seguimos sin descanso al personaje por su travesía por el infierno, en esa Barcelona nocturna, una Barcelona de sombras inquietantes, oscuros apartamentos, callejones sucios y malolientes, y calles llenas de problemas para Dani, una Barcelona muy alejada del turismo, del escaparate, capturada por la cámara de forma intensa y llena de energía. Siguiendo una estructura parecida a After Hours, de Scorsese, donde el protagonista se ve inmerso en una pesadilla, donde va conociendo personajes extraños en una noche que parece no tener fin, ni salvación, algo parecido le ocurre al personaje de Dani, con esas llamadas SOS a su hermana, con esa especie de huida hacia no se sabe dónde, como cuando se topa con la policía, o sus idas y venidas recorriendo algunos lugares de esa noche infernal, donde un hombre bueno y sencillo se ve inmerso en una noche de locura, miedo y muerte, donde su oscura existencia, se pone en el ojo del huracán, como si el mal lo siguiera y lo hubiera puesto en liza, sin pretenderlo, ni buscarlo.

Victori vuelve a contar en la escritura con Jordi Vallejo (que ya estuvo en El pacto), y Clara Viola (que coescribió Zero, cortometraje con la que el director ganó el concurso internacional de Ridley Scott), en la cinematografía encontramos a Elías M. Félix, que hizo lo propio en El pacto, ahora envuelto en un trabajo más inmersivo, brutal y lleno de dificultades, y finalmente, un nuevo fichaje, el de Alberto Gutiérrez en la edición (colaborador de Dani de la Orden, o los Javis), en un estupendo trabajo para conseguir el ritmo que tanto le obsesiona a Victori, en un thriller psicológico de aquí y ahora, que podría desatarse en cualquier noche, en una de esas noches que parece que va a ser tranquila, como tantas otras, sin nada que hacer, comiéndose otra hamburguesa en el bar de siempre, pero, quizás, no, y esa chica que se acerca pidiendo que se le pague la comida porque ha olvidado su dinero, pueda ser el detonante para que todo cambie, algo tan sencillo como una mujer que se nos acerca, una mujer rara pero atractiva, alguien desconocido al que seguimos sin más, solo para pasar un buen rato, o no.

El director barcelonés consigue una película excelente, llena de tensión y terror, que no decae en ningún instante, que nos va devorando, y sumergiéndonos en esa puta pesadilla sin descanso, sin tregua, hundidos en esa hipérbole del demonio, en el que sobrevivir es solo cuestión de suerte, y sobre todo, de astucia y no tener miedo, porque las amenazas son constantes y muy peligrosas, donde la vida pende de un hilo, donde no hay más ayuda que la de tu voluntad y no tener miedo. Una película basada en el texto, condicionada por el aquí y ahora, y centrada en la noche, necesitaba un reparto bien engrasado y que brillará, para conseguir esa naturalidad, intensidad y sobriedad que necesitan los personajes, con un Mario Casas desatado y muy creíble, dando vida a Dani, ese tipo apocado, de vida rutinaria, que se verá inmerso en una noche llena de peligros y angustiosa, recordándonos en cada nuevo trabajo, que aquel chico que enamoraba a las chicas pasó a mejor vida, y de unos años ahora, su carrera se ha convertido en un nuevo reto a cada película que interpreta, consiguiendo roles auténticos, potentes y complejos.

El resto del reparto también luce con seriedad y convicción, arrancando con la debutante Milena Smit que interpreta a Mila, esa chica fascinante y peligrosa a la vez, que conducirá a Dani a lo más oscuro, demostrando una naturalidad y magnetismo sorprendentes, convirtiéndose en otro acierto en la película, caminando por esa línea tan delgada entre la vida y la muerte. En roles más pequeños, pero también, interesantes, destacan las presencias de Elisabeth Larena como la hermana de Dani, ese vínculo que le ayuda a dejar lo de atrás y atreverse a vivir, y la de Ray, que hace Fernando Valdivielso, en un rol muy inquietante. Victori consigue lo que se propone, en un relato directo, sin concesiones y de frente, sin titubeos ni atajos, solo de cara, en un viaje a lo más oscuro e inquietante de la noche, sus figuras y sus sombras, en un film de grandísima altura, que no dejará a nadie indiferente, que te atará a la butaca, y sufrirás de lo lindo, siguiendo a un personaje metido en un pozo de maldad y sangre sin buscarlo, o quizás sí, quizás un no a tiempo siempre es importante, y sobre todo, vital. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cachada, de Marlén Viñayo

SANAR LAS HERIDAS.

“Pues como dice usted no pensábamos que iba a salir todo lo que ha salido. Han salido muchas cosas… que yo pienso que si no sirven para la obra, van a servir para quien las ha dicho y las ha hablado, y se ha descargado de esto”

Cachada, en El Salvador, se relaciona a una oportunidad única, a algo que no volverá a pasar. Cinco mujeres Magaly, Magda, Ruth, Chileno y Wendy, con pasados traumáticos debido a violaciones y violencia de género, después de pasar por un taller de teatro, reunieron fuerzas y valentía y guiadas por la actriz y profesora Egly  Larreynaga, se convierten en un grupo de teatro en el que interpretan sus propias experiencias en un proceso catártico, liberador y sanador. La directora Marlén Viñayo (León, 1987) residente en el país latinoamericano desde el 2013, conoció a este grupo de mujeres y empezó a filmarlas, el resultado es Cachada, un viaje donde conoceremos las vidas de estas cinco mujeres, a través de su quehacer diario con sus empleos como vendedoras ambulantes, la relación con sus hijos, y su trabajo como actrices explicando a la cámara sus horribles pasados y aprovechando todas esas experiencias para interpretarlas en la escena y convertir su dolor y trauma en material de ficción para el teatro.

Viñayo hace su puesta de largo con una película valiente y necesaria, mirando de manera honesta una realidad sucia y dolorosa, sumergiéndose en la intimidad y la cercanía de unas mujeres que abren su vida y su corazón a los demás, ayudando y ayudándose para paliar su sufrimiento a través del teatro. La cámara las sigue por dentro y por fuera, mediante capítulos en los que se les da voz y rostro a cada una de ellas, siguiendo el proceso teatral y sobre todo, el proceso interior de cada una de ellas para mostrar su dolor y sanarlo mediante el arte y la compañía de las demás. Un retrato profundo y sincero desde lo más cotidiano, desde el alma que nos abren estas cinco mujeres, víctimas del machismo imperante en El Salvador, uno de los países con las tasas más altas de homicidios donde el aborto esta castigo con grandes penas por ley, situación que obliga a muchas mujeres a parir hijos en condiciones laborales pésimas y graves problemas de subsistencia.

La película no solo se detiene en la pobreza y las dificultades para salir delante de estas mujeres solas con sus hijos, sino que abre más ventanas, mostrándonos el trabajo diario de estas cinco valientes para seguir en pie, enfrentarse a sus miedos y dolores, y sobre todo, sanarlos y liberarse de tanto dolor, experimentando un proceso extremadamente doloroso y difícil, pero completamente necesario para ellas para mirarse al espejo y romper el círculo vicioso de violencia, aprendiendo diariamente en sus empleos, en el complejo rol de la maternidad y darles una educación muy diferente a sus hijos de la que recibieron ellas. Cachada recoge el aroma de el arte como forma de liberación y terapia para sanar el dolor de nuestro interior, insistiendo en la necesidad vital de las artes como forma de relacionarse con uno mismo y los demás, en la que Teatro de guerra, de Lola Arias,  otra película sudamericana, en concreto de Argentina, sería una especie de espejo en la que mirarse, en la que a través del teatro se escenifican los recuerdos y los traumas de algunos soldados veteranos que participaron en la guerra de las Malvinas.

Viñayo nos sumerge de forma natural y tranquila en la realidad de estas cinco mujeres, componiendo un retrato lleno de vida, humanidad y esperanza para estas cinco almas que han dado un puñetazo en la conciencia y se han propuesto mirar al dolor para sanar, para reconstruirse una vez más y tantas veces hagan falta. La cineasta residente en El Salvador ha construido una película muy emocionante, llena de energía y magnífica, colocando su mirada a aquellas mujeres invisibles que nadie mira, mujeres azotadas por la violencia sistemática de países olvidados y con múltiples problemas sociales, económicos y culturales, profundizando en cinco vidas que seguirán vivas en nuestra memoria, las Magaly, Magda, Ruth, Chileno y Wendy, respiran, sienten, ríen, lloran, juegan y sufren durante los 82 minutos de la película, mostrándolo todo su interior y abriendo sus emociones en canal, sin estridencias ni sentimentalismos, de manera sincera y profunda, sin máscaras ni imposiciones, dejándose llevar por la mirada y la cámara de Viñayo.

La directora leonesa debuta de forma magnífica en el cine, ejecutando una película con alma y vital, que emocionará a todos aquellos espectadores que no solo quieran descubrir una realidad social oscura y violenta, sino que hay otras formas de vida en esos países, que hay otras formas de enfrentarse a esa oscuridad traumática y violenta, que existen mujeres que cada día se levantan al amanecer, levantan y visten a su hijos, y los llevan al colegio, los cuidan y protegen, y luego acuden a la calle a vender sus productos para sacarse unos dólares para sobrevivir, y además, aún les queda tiempo para acudir a una sala a ensayar una obra de teatro que habla sobre ellas y sus miedos y dolores, aquello que no las deja vivir, pero que mediante el arte y la fraternidad de sus compañeras, ya han dejado el suelo, se han levantado y se han puesto de pie para seguir combatiendo, y si vuelven a caerse, volverán a ponerse de pie y otra vez en la lucha. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA