San Simón, de Miguel Ángel Delgado

LA MEMORIA SILENCIADA. 

“Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia”.

José Saramago 

Resulta muy paradójico la ausencia en el cine de ficción de nuestro país películas que hayan interesado en plasmar la vida cotidiana de alguno de los más de 300 campos de concentración franquistas que se dedicaron a encerrar, someter y asesinar a los vencidos. Por otro lado, hay una gran cantidad de documentación en forma de libros y cómo no, películas de no ficción como por ejemplo, Aillados (2001), de Antonio Caeiro, que recordaba la colonia penitenciaria de la isla de San Simón, un centro de detención y represión que funcionó durante 7 años desde julio de 1936 hasta el año 1943 por donde pasaron 6000 personas. La primera obra de ficción con tono documental del artista visual y cineasta Miguel Ángel Delgado bajo el título San Simón, recoge la cotidianidad del citado lugar, uno de los islotes de la ría de Vigo, en las Rías Baixas, un lugar de una sobrecogedora belleza que tristemente, albergó la impunidad, la venganza y el terror hacía aquellos republicanos que defendieron la libertad, la democracia y el futuro de una diferente forma de vivir, sentir y pensar. 

El cineasta manchego afincado en Galicia, autor, entre otras, de Alberto García-Alix. La línea de sombra (2017), trabajó durante cuatro años recopilando información sobre el siniestro lugar, y ha levantado una película que huye de lo convencional y lo estridente para construir un relato muy austero, sobrio y conciso que a través de uno de los presos, el que nos va introduciendo con su voz en off en los diferentes instantes en los que vemos el horror de la cotidianidad, esos momentos donde forman cabizbajos en silencio, van apuntando los nombres de los recién llegados, y se van mirando fijamente los dos hombres encargados a tal desagradable asunto, u otros del hacinamiento de sus habitaciones, y los diferentes quehaceres como descargar comida desde los muelles y las tareas duras de trabajo físico. Todo se cuenta desde el que observa en silencio, el que mira sin intervenir, retratando un espacio, una mirada y sobre todo, un estado de ánimo en el que prima la derrota, la resistencia pasiva y un presente continuo donde nada parece tener sentido, en que el tiempo se ha detenido, no avanza ni hacia ningún lugar, porque se ha parado como una metáfora de la derrota, de la violencia y de la muerte. Un horror que existe pero que no vemos, porque la película quiere centrarse en los rostros de aquellos que sufrieron prisión, miedo, dolor y muerte y la ausencia de los que ya no están. 

Una película que ha contado con un gran equipo de técnicos como Andrea Vázquez, coproductora de O que arde y Sica, que contiene una cinematografía de primer nivel con ese primoroso y crudo blanco y negro que traspasa la mirada y se te mete dentro como un peso que se arrastra que firma Lucía C. Pan, que conocemos por sus trabajos con Xacio Baño, Álvaro Gago, Andrés Goteira, Liliana Torres y Andrea Méndez, por citar algunos de sus reconocidos trabajos. La música de Fernando Buide ayuda a reflejar toda esa tensión constante y doméstica que condensa una atmósfera triste, irreal y dolorosa. El brillante montaje de Marcos Flórez que, en sus 108 minutos de metraje, construye un tiempo reposado en el que cada mirada, gesto y detalle tiene presencia, carácter y adquiere una importancia capital. El gran trabajo de sonido, donde cada paso y movimiento resuena en nuestro interior obra del dúo portugués Elsa Ferreira y Pedro Góis, dos brillantes técnicos con más de veinticinco años de carrera en las que han participado en más de 100 títulos. Y otros excelentes técnicos como Aleix Castellón y Analía G. Alonso como directores de producción, Inés Rodríguez en dirección de arte y Uxia Vaello como diseñadora de vestuario, entre otros. 

Un magnífico reparto que, al igual que el equipo técnico tiene descendientes de algunos de los presos de San Simón, encabezado por un impresionante Flako Estévez, al que hemos visto en películas tan importantes como Eles transportan a morte, Matria y O corno, entre muchas otras, es el guía, la voz y la desesperanza del relato. Un actor de pocas palabras que lo dice y siente todo. Le acompañan Javier Varela y Tatán con experiencia profesional, y otros como Alexandro Bouzó, Guillermo Queiro, Ana Fontenia, Mª del Carmen Jorge, Manuel F. Landeiro, y muchos más que conforman un álbum de la derrota, la desilusión y el no futuro. No dejen de ver una película como San Simón, de Miguel Ángel Delgado, por su mirada, audacia, inteligencia y por rescatar la memoria silenciada de tantos y tantas que sufrieron el terror del franquismo. Además, lo hace con la conciencia política, la concisión y la sobriedad de grandes obras como La pasajera (1963), de Munk, quizás la ficción que mejor ha retrato la realidad de un campo de exterminio, y otras como Un condenado a muerte se ha escapado (1956), de Bresson, Le Trou (1960), de Becker, y Fuga de Alcatraz (1979), de Siegel, entre otras, donde la vida penitenciaria se crea a través de una terrible cotidianidad, en que las miradas se fijan en la memoria, y donde cada detalle y movimiento reflexionan en silencio en el que prima la violencia y un horror en off pero que inunda todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El rugir de las llamas, de Robin Petré

LA TIERRA Y EL FUEGO. 

“La Tierra no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Tierra”. 

Proverbio indígena 

Desde el primer encuadre, con ese paisaje en llamas, igual de bello como aterrador, El rugir de las llamas (en el original, Only on Earth), de Robin Petré (Dinamarca 1985), deja clara sus intenciones, la de hablarnos con honestidad y profundidad de de una forma de vida rural, tan ancestral y en consonancia con la naturaleza, que va desapareciendo para dar lugar a una invasión de lo natural en favor a la codicia económica que está desintegrando los bosques y las zonas de pasto en objetos que expulsan lo rural y sus animales y sus gentes. La película nos sitúa en los ambientes rurales del sur de Galicia, una zona sensible en la proliferación de los incendios, y nos habla desde lo más íntimo y transparente para sumergirnos en una realidad, la de un verano que sufre los efectos de las altísimas temperaturas y la devastación de los incendios cada vez más virulentos y catastróficos que, como indica uno de los protagonistas, San, un bombero especializado en análisis de incendios, unos incendios que ya no suenan, sino que rugen como un monstruo con sed de sangre y destrucción. 

De Petré conocíamos sus documentales Pulse (2016), cortometraje de 25 minutos que nos mostraba la realidad de una granja de ciervos, y From the Wild Sea (2021), su ópera prima que nos sumergía en las relaciones humanas y los animales salvajes de las profundidades del océano. Con El rugir de las llamas se traslada a la tierra, donde humanos y caballos han convivido desde tiempos inmemoriales. Una compañía que ayudaba a que los bosques se mantengan secos de arbustos y demás matojos y así mantener un equilibrio importante que controlaba mejor los fuegos. La película se mueve entre lo bello y natural y lo triste y desolador, entre las relaciones de hombres y caballos, una actividad que está desapareciendo y dejando los bosques vacíos. La directora danesa invita a reposar, mirar y reflexionar situando su cámara y dando tiempo en una realidad que muestra la naturaleza, y sobre todo, los efectos de la mano humana que, por un lado, vive en entornos rurales y con animales, y por el otro, usa la naturaleza para sus beneficios económicos sin importarle sus devastadores efectos de esa forma de uso tan feroz. No es una película de buenos ni malos, ni mucho menos, la propuesta huye de ese maniqueísmo, porque muestra y no juzga, sí hay denuncia, pero sin señalar a nadie, sino colocando el encuadre en un entorno muy invadido que olvida su idiosincrasia, que recuerda a otras miradas “gallegas” a su rural como las de Xacio Baño, Oliver Laxe, Jaione Camborda y Lois Patiño, entre otros.  

La película tiene una grandiosa factura técnica, en la que los elementos visuales y sonoros son capitales para capturar ya adentrarse en cada uno de los detalles y miradas que existen, por eso la cineasta danesa se ha acompañado de algunos de sus técnicos cómplices que ya le acompañaron en From the Wild Sea, como al cinematógrafo María Goya Barquet, en la que cada plano emana lo visual y lo sonoro, penetrando en ese paisaje tan bello como triste, tan maravilloso como duro, tan todo y nada. El gran diseño de sonido de un grande como Thomas Perez-Pape, con más de 60 títulos en su filmografía, donde cada forma, cada textura y cada gesto se introduce en nuestro interior creando un magnífico campo donde todo se escucha de verdad y se desliza en las imágenes. La montadora Charlotte Munch Bengtsen, que estuvo en la extraordinaria The Act of Killing, construye en sus intensos y reposados 93 minutos de metraje un bello retrato donde coexisten todos los conflictos y alegrías del territorio. La música de Roger Goula, un fichaje fantástico, que se muta con las imágenes y sonidos, formando una nueva lectura en la que humanos, bestias y naturaleza cohabitan a pesar de sus alejados intereses.

Como toda buena película, del género que sea, debe tener un gran reparto y esta lo tiene. Tenemos al citado San, un especialista en el tema de los incendios, que escuchamos sus reflexiones, planes y demás frente al fuego, tan bello como destructor. Pedro, un chaval de 10 años, que vive con caballos, de los que sabe todo, y sobre todo, sueña con ser algún día un vaquero como los que le precedieron de su familia, que pone esas notas de humor. Cristina, agricultora y bombera, sabe muy bien los colores de su tierra, y conoce de primera mano lo difícil que es tratar con la tierra y sacar provecho, y cómo no, lo frágil de esa existencia porque el fuego puede acabar con todo en un abrir y cerrar de ojos. Y finalmente, Eva, veterinaria y jinete, que conoce las prioridades de la zona y sus habitantes, en contra de esas empresas invisibles que lo inundan todo. Cuatro miradas que se complementan y a la vez, son muy diferentes, que ayudan a mostrar las peculiaridades y texturas del entorno, un paisaje que sufre y está perdiéndose, quizás esos cuatro y los más que allí habitan serán los últimos náufragos de un tiempo que se va, o quizás, se convierten en los verdaderos humanos que resisten en su tierra y sobre todo, la protegen de tantas amenazas, ya sean malhechores de lo material, visitantes-domingueros que ensucian y no respetan, y cómo no, los incendios que es la terrible consecuencia de tantos desmanes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ángel Santos

Entrevista a Ángel Santos, director de la película «Alicia fai cousas», y otros cortometrajes, en el marco de «Dies Curts», en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 5 de julio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ángel Santos, por su tiempo, sabiduría, generosidad, a , y a Jordi Martínez de comunicación de Filmoteca, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Pablo Lago Dantas

Entrevista a Pablo Lago Dantas, director de la película «O auto das ánimas», en su alojamiento en Barcelona, el miércoles 15 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Pablo Lago Dantas, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan maravillosa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ángel Filgueira

Entrevista a Ángel Filgueira, director de la película «Cuando toco un animal», en el marco del D’A Film Festival en el Hotel Regina en Barcelona, el lunes 27 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ángel Filgueira, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jaione Camborda

Entrevista a Jaione Camborda, directora de la película «O corno», en el Hotel Sunotel Aston en Barcelona, el jueves 19 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jaione Camborda, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Janet Novás

Entrevista a Janet Novás, actriz de la película «O corno», de Jaione Camborda, en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 18 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Janet Novás, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

O corno, de Jaione Camborda

MUJERES BAJO EL YUGO. 

“El niño mirará al mundo, la niña mirará al hogar”.

Del artículo La doble represión de Franco sobre la mujer, de Marta Borraz

Durante los primeros minutos de O corno ya advertimos el tono en el que se moverá la película. Un tono sobrio, íntimo y en silencio se desarrolla el transcurrir de la vida en la Illa de Arousa allá por 1971, en plena dictadura franquista. Conocemos la cotidianidad de María, mariscadora y partera, en ese brutal instante con el que se abre el relato. Un parto lleno de dolor, rabia y gritos. Toda una declaración de la propia película, porque desde su apertura deja claro la cárcel y el sometimiento en el que viven las mujeres que conoceremos a lo largo de la película. Podríamos decir que O corno es una fábula sobre la represión de la mujer durante el franquismo, o también, un cuento sobre tres mujeres que deben paliar con astucia, inteligencia y resistencia la tiranía de los hombres con sus limitados recursos, en un tiempo donde huir, esconderse y ocultarse estaba a la orden del día, en un tiempo que se caminaba entre las sombras, un tiempo en el que la verdad y la libertad estaban sometidas a los designios de un poder arbitrario, machista e injusto. 

Después de apreciar su talento como cineasta de Jaione Camborda (Donosti, 1983), en cortometrajes documentales como Proba de axiliade (2015), y A rapa das bestas (2019), entre otros, nos conmovimos con su ópera prima Arima (2019), protagonizada por una extraordinaria Melania Cruz, en la que se contaba la existencia de cuatro mujeres en un pueblo gallego que se veían alteradas por la aparición de dos hombres, uno que huía y el que otro que perseguía. Su intimismo, sensibilidad, silencios y miradas se asentaban en una historia sencilla y honesta que alumbraba la narradora que ya se veía en sus anteriores trabajos. Con O corno, la vasca adoptada gallega, vuelve a tejer a fuego lento una trama de verdad, es decir, que emana transparencia y cercanía, a partir de un guion que se posa en la mirada y el cuerpo de María, que debido a un suceso, ha de marchar de la Illa y emprender un viaje por los bosques hasta el río que separa España y Portugal. Una mujer solitaria, independiente, y sobre todo, una mujer diferente, de pocas palabras e integra, y una ayuda para muchas otras en dificultades. Como sucedía en Arima, Camborda cuenta a través del alma de sus personajes, a través de los actos que las definen, a partir de miradas y silencios, deteniéndose en sus trabajos y quehaceres diarios, como mencionaba el gran Fritz Lang, y lo hace posando su encuadre que los filma y su entorno, tan importante en su cine, porque el espacio define lo que somos y lo que pensamos, explica en las situaciones sociales y políticas en las que vivimos o lo intentamos. 

La parte técnica de la película es sublime, porque capta el tono, el espacio y las composiciones de forma natural, cercana y nada complaciente, sin estridencias ni trucos, retratando la dureza de aquellos tiempos sin evidenciar casi nada, construyendo una atmósfera nada maniquea, que emana verdad, rodeado de un silencio atronador. Tiene especial elección el trabajo de Rui Poças, el cinematógrafo portugués, del que conocemos sus grandes trabajos para Miguel Gomes y Joâo Pedro Rodrigues, amén de su para Lucrecia Martel en Zama, entre otros. Su capacidad y sencillez para lograr esa luz que recorre la película, desde esa inicial en la que la realidad se palpa y esa otra realidad, la política y social, hasta esa otra, esa luz nocturna, más poética y onírica, con ese río que está maravillosamente iluminado, con sus espectros y sus sombras, que recuerda a ese otro río de La noche del cazador, de Laughton. Es también sumamente importante la música de la película, tensa y áspera, que va marcando el tono y la emoción por la que atraviesa el personaje de María, en un formidable trabajo del colombiano Camilo Sanabria, del que hemos visto trabajos para sus compatriotas Luis Ospina, Simón Hernández, Clare Weiskopf y César Heredia Cruz, y en Eles transportan a morte, de Helena Girón y Samuel M. Delgado, etc…). 

Una película en la  que predomina el miedo atenazante en la existencia de estas mujeres de pueblo, tranquilas de vidas sencillas y anónimas. Donde lo fronterizo persigue a su protagonista como un fantasma. Compuesta por la idea idea de traspase al otro lado, tanto físico como emocional, en qué el río divide muchas cosas, en una de las secuencias más brutales que recuerdo, acercándose aquella maravilla de La vida de Oharu, de Mizoguchi (cuando vean la película sabrán de qué les hablo). Una trama partida por la mitad. Un relato  Dos partes o podríamos decir, dos vidas, la oculta y la más oculta. La primera en la Illa de Arousa, con sus costumbres, sus formas de hacer y el peligro constante de no ser vista.  La segunda en ese mundo oscuro, de clandestinidad, de los invisibles, tiene especial cuidado el montaje de un grande como Cristóbal Fernández, que ha trabajado con autores como José María de Orbe, Oliver Laxe, Hélèna Klotz, Christophe Farnarier, León Siminiani y Santiago Fillol, por citar algunos de sus más de 30 títulos, porque aparte de dotar de un ritmo cadencioso y sin prisas a una historia que se va a los 103 minutos de metraje, tiene ese tono y esa textura que da tiempo a las secuencias, a esos encuadres que se dejan mirar, rodeados de noche y sombras, de miradas y silencios, de gestos y actos que hablan de todo sin decir nada. 

Si la parte técnica de O corno es de primer nivel, la parte interpretativa no podía quedarse atrás, y el grupo de actrices y actores que ha convocado la cineasta vasca-galega brilla con gran intensidad empezando por Janet Novas, bailarina de danza, que aquí da vida a María, el hilo conductor de la trama. Una mujer que mira que traspasa, y como se mueve en el cuadro, con pausa y en silencio, con esa presencia tan hipnotizadora y enigmática, esas mujeres que vivían libremente en tiempos atroces, con su sabiduría y ciencia más allá de la razón. Mujeres libres y espirituales que debe huir y esconderse, convertirse en una alimaña clandestina y empezar de nuevo, en ese bucle infinito donde ocultarse de los otros, de los malos, de los que se niegan al progreso de verdad, aquel que tiene que ver con las necesidades de la vida. Le acompañan Siobban Fernandes, Carla Rivas, Daniela Hernández Marchán, María Lado, Julia Gómez, Nuria Lestegas, todas ellas actrices desconocidas para el que suscribe, que se cruzarán por el camino de María, convertidas en cómplices y amigas que se ayudarán y se acercarán unas a otras para pasar al otro lado, aquel que la vida se convierte en una continua huida y desesperación. Nos detenemos en la breve pero intensa presencia de un magnífico actor como Diego Anido, del que nos deslumbró tanto en Trote, de Xacio Baño y As bestas, de Rodrigo Sorogoyen. 

No me gusta hablar de premios, pero ahora tengo que hacerlo porque O corno, de Jaione Camborda se ha alzado con el primer premio del reciente Festival San Sebastián finalizado hace unos días. La primera vez que la Concha de Oro recae en una directora de aquí, y deseamos que continúe, y nos alegramos por la película y por su equipo, en el que encontramos a las productoras Andrea Vázquez, que ha producido O que arde, del mencionado Laxe y la reciente sica, de Carla Subirana, y María Zamora, que vaya carrerón está construyendo, esencial en producir a directoras como Carla Simón, Nely Reguera, Clara Roquet, Liliana Torres y Elena Martín, amén de directorescomo León Siminiani, Carlos Marques-Marcet y Álvaro Gago. Celebramos el premio y deseamos que sea el primero de otros reconocimientos al cine de aquí, un cine que habla sobre lo oculto, sobre tiempos atroces que las mujeres tuvieron que sufrir y sobrevivir, que encontraron la mirada cómplice para resistir, donde la película aboga por la fraternidad, ese valor humano que parece muy en desuso en estos tiempos, que nos retrotrae al cine de Rossellini, Kiarostami y Kaurismäki, entre otros, un cine que habla de nosotros, y todos los demás, los que nos miran y tienden una mano para levantarnos y seguir caminando. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Matria, de Álvaro Gago

RAMONA EN EL ESPEJO. 

“Hacia dónde debería mirar es hacia dentro de mí”.

Haruki Murakami 

Conocíamos al personaje de Ramona a través de Matria (2017), un corto de 21 minutos que contaba el relato de una mujer en ebullición, trabajando de aquí para allá, con un marido poco marido y una vida a rastras, una vida luchada cada día, cada sudor y cada instante. Ramona era Francisca Iglesias Bouzón, la mujer que cuidó del abuelo del director Álvaro Gago (Vigo, 1986). El cortometraje viajó muchísimo y agradó tanto a crítica como público, aunque el director vigués sabía que la historia de Ramona todavía quedaba mucho por contar y así ha sido, porque ahora llega Matria convertido en su primer largometraje que profundiza aún más en el intenso y breve espacio de la vida de su protagonista. Un relato que se abre de forma contundente y brutal con Ramona dirigiendo la limpieza a destajo de la fábrica de conservas. Se mueve en todas direcciones, aquí y allá, con mucha energía y vociferando a una y a otra, en ese estado de alerta y tensión constante, pura energía, en un estado constante de nerviosismo, de tremenda agitación, donde siempre hay que estar en movimiento, porque detenerse es pararse y mirarse, y eso sería el fin. 

Gago vuelve a contar con parte del equipo que le ha acompañado en cortos tan significativos como Curricán (2013), el mencionado Matria y 16 de decembro (2019), como la cinematógrafa Lucía C. Pan, que hemos visto en algunas de las películas más interesantes del cine gallego más reciente como Dhogs (2017), de Andrés Goteira, Trote (2018), de Xacio Baño, montada por el propio Álvaro Gago, y otras cintas como ¿Qué hicimos mal? (2022), de Liliana Torres, en un trabajo de pura carne, piel y sudor, en que la cámara retrata la existencia de Ramona, esa vida a cuestas, de velocidad de crucero, sin ningún alivio, en que se filma la verdad, la tristeza, la dureza y la inquietud de una vida a toda prisa, de trabajo en trabajo, de un marido que no quiere y exige, y una hija que quiere pero no a ella. Otro colaboradores son el montador Ricardo Saraiva, que sabe condensar y dotar de un ritmo de afuera a adentro, en sus vertiginosos minutos del inicio para ir poco cayendo en ese otro ritmo donde Ramona empieza a no saber adónde ir ni tampoco qué hacer, a ir más despacio, en unos intensos y emocionantes noventa y nueve minutos de metraje que dejan poso en cada espectador que se acerque no sólo a mirar sino también, a sentir a Ramon y a sentir su vida o lo que queda de ella. 

El concienzudo trabajo de sonido de Xavi Souto, que ha estado en películas tan importantes como A esmorga (2014), de Ignacio Vilar, A estación violenta (2017), de Anxos Fazáns y O que arde (2019), de Oliver Laxe, entre otras, y también el mezclador de sonido Diego Staub, que tiene una filmografía junto a directores de renombre como Isaki lacuesta, Amenábar, Bollaín, Martín Cuenca, Paco Plaza y Luis López Carrasco, entre otros. Matria nos devuelve a las tramas de la gente sencilla, esa gente invisible, esa gente que trabaja y trabaja y vuelve a trabajar, una clase obrera, que todavía existe aunque no lo parezca, porque ha perdido su lucha, su reivindicación y sobre todo, su coraje de plantarse en la calle y pedir derechos y mejoras salariales y de lo demás. Unas obreras que ha sido muchas veces retratadas en el cine como aquel Toni (1934), del gran Renoir, pasando por los trabajadores del neorrealismo italiano, o aquellos otros del Free Cinema, deudores de los currelas de las películas sociales y humanas de Leigh, Loach y demás, sin olvidarnos de los trabajadores de Numax presenta… (1980), de Joaquím Jordá, o los recientes de Seis días corrientes, de Neus Ballús. 

La Ramona de Matria, no estaría muy lejos de aquella luchadora a rabiar que protagonizó la portentosa Sally Field en Norma Rae (1979), de Martin Ritt, ni de aquellas otras que retrató de forma magistral Margarita Ledo en su estupenda Nación (2020), obreras gallegas también como Ramona que explicaban una vida de trabajo, de luchas y compañerismo. Matria, de Álvaro Gago es una película sobre una mujer, pero también, es una película sobre un lugar, sobre la tierra difícil y dura de Pontevedra, del Vigo de pescadores, de fábricas de conservas y olor a salitre y sudor, de una forma de ser y de hablar, de también, una forma de estar y hablarse, de esas amistades que van y vienen, y que vuelven, que se alejan y se acercan, de tiempo que va y viene, del maldito trabajo que es un alivio y una maldición tenerlo, al igual que cuando no se tiene. Matria  nos habla de esos días que cambian y parecen el mismo, de paisajes que parecen anclados en el tiempo, o quizás, el tiempo pasó por encima de ellos, quién sabe, o tal vez, ya no se sabe si el paisaje y el tiempo se transmutó en otra cosa y sus habitantes lo habitan sin más, en continuo movimiento, atrapados sin más, sin saber porque no pueden detenerse, o sí que lo saben, y por eso no cesan de moverse, de ir y venir. 

Matria es también el magnífico y potentísimo trabajo de una actriz como María Vázquez, que descubrimos como mujer de guardía civil en Silencio roto (2001), de Montxo Armendáriz, y las miradas penetrantes que se tenía con Lucía Jiménez. Una actriz que nos ha seguido maravillando en películas como en Mataharis (2007), de la citada Bollaín, o en la más reciente y mencionada Trote, sea como fuere su personaje de Ramona es toda vida, toda alma, toda fisicidad y emociones que irrumpen con fuerza y avasallan. Su personaje sumergido en esa inquietud y fuerza arrolladora es un no parar y también, es una mujer frágil y vulnerable, también, fuerte y rabiosa, llena de vida y de amargura, de risas y tristeza, de vida y no vida. A su lado, le acompañan Santi Prego, Soraya Luaces, E.R. Cunha “Tatán”, Susana Sampedro, entre otros, componiendo unos personajes con los cuales Ramona se relacionará, se peleará y amará. No se pierdan Matria, de Álvaro Gago, porque les podría seguir explicando más razones, aunque creo que las aquí expuestas resultan más que suficientes, por eso, no lo haré, sólo les diré a ustedes, respetado público, como se decía antes, que Matria no es sólo la ópera prima de Gago, es sino una de las mejores películas sobre las mujeres y el trabajo, qué buena falta nos hace mirar y reflexionar sobre la actividad que condiciona completamente nuestras vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

As bestas, de Rodrigo Sorogoyen

LOS OTROS. 

“El hombre es el inventor de la crueldad. Sé que tengo que gobernar la bestia que llevo dentro; algo así hacemos con la razón; pero la crueldad es fruto de la razón. La misma razón que crea.“

José Saramago

Después de cinco películas y media, podemos decir sin ánimo de aventurarnos demasiado que, el cine de Rodrigo Sorogoyen (Madrid, 1981), tiene una mirada de aquí y ahora, un cine que se centra en nuestro alrededor más próximo, en relatos donde sus individuos están metidos en encrucijadas de difícil tesitura, personajes totalmente emparentados con la figura clásica del antihéroe trágico del western, esos tipos, nobles y transparentes, que deben lidiar con fuerzas del mal, ya sean caciques de pueblo de turno, o sheriffs corruptos y demás tipejos, porque cuando el western alcanzó su mayoría de edad, o sea que se dejó los alardes nacionalistas donde los indios eran el foco de enemistad y demás, se centró en la corrupción imperante y la violencia desatada con la que se edificaron muchas ciudades, en que el miedo y la muerte era el pan de cada día. 

No podría entender el cine del madrileño sin el grandísimo trabajo de la guionista Isabel Peña (Zaragoza, 1983), en el universo de Sorogoyen, porque le viene acompañando en la elaboración de los guiones desde casi el principio. Tanto el madrileño como la maña han construido una solidísima filmografía que abarca cinco largometrajes y alguna que otra serie, en que a partir de un conflicto dramático, visten sus obras de thrillers agobiantes y laberínticos, donde las emociones complejas tienen una parte muy importante en su desarrollo. La magnífica apertura de As bestas, con ese hipnótico y revelador prólogo, del que ya tuvimos buena cuenta en A rapa das bestas (2017), de Jaione Camborda, y en Trote (2018), de Xacio Baño, en las que también escenificaban la lucha del hombre y el animal. Sorogoyen, después de ese arranque, nos sitúa en una de esas aldeas galegas, aunque podría ser cualquiera del ancho y largo territorio del país, esos lugares fantasmales que la falta de trabajo y la dejadez gubernamental ha vaciado, y se basa en un hecho real, para contarnos la existencia de un matrimonio francés alrededor de la cincuentena, los Antoine y Olga, que quieren hacer su proyecto de vida cultivando la tierra y restaurando las casas abandonadas para que otros como ellos vengan a disfrutar de la naturaleza. 

Antoine y Olga se encontrarán o mejor dicho, se tropezarán con los “otros”, las pocas gentes de la aldea que todavía resisten a pesar de tantas hostias, y en especial, los hermanos Xan y Loren que están en conflicto con los franceses, porque una empresa eólica quiere instalar sus molinos y todos votaron que sí, menos el francés y algún otro. El cineasta madrileño nos mete en faena desde el primer instante, manteniendo las brasas de este irremediable estallido de llamas, porque como buen western que es, la tensión está presente en cada instante, en cada mirada y en cada gesto, son impagables todos los momentos del bar del pueblo, esos diálogos tan llenos de rabia y furia, y el estupendo uso del miedo instalado tanto en unos como en otros, con esas grabaciones caseras de Antoine, que ayudan a hacer correr el tiempo y a situarnos en el continuo conflicto malsano que tienen entre los franceses y los hermanos gallegos. Un elemento fundamental de la película es la excelente música de Oliver Arson, del que hemos escuchado hace poco su trabajo en Cerdita, y un habitual de Sorogoyen, con esos ritmos afilados y de lija que nos sacuden a cada momento, con esos tambores de esa guerra inminente entre unos y otros.

El gran trabajo de luz del cinematógrafo Alex de Pablo, otro cómplice del director, del que hemos visto no hace mucho su maestría en El sustituto, de Óscar Aibar, que acoge esa luz mortecina, de monte, de niebla, de humedad y de frío, que tan bien penetra en cada espacio, tanto interior como exterior, donde los contrastes evidencian la tensión y el miedo que se palpa, y finalmente, el exquisito trabajo de montaje de Alberto del Campo, que también estaba en Competencia oficial, que unifica una historia que tiene dos partes bien diferencias, y también, dos tonos muy diferentes, pero que son una unidad, donde el miedo y la tensión van cambiando, pero no desaparecen, donde todo fluye en un metraje que se va a los ciento treinta y siete minutos. Resulta alentador y magnífico que la última temporada de cine español haya vuelto su mirada a lo rural, con relatos muy diferentes entre sí, que aglutina todas las complejidades existentes y las diferentes luchas de sus habitantes por mantener una forma de vida y de relación con la naturaleza como son Alcarràs, de Carla Simón, Cerdita, de Carlota Pereda, y la de Sorogoyen, deseamos que esto no sea flor de un día, y los cineastas sigan acercándose a lo rural que siempre había sido espacio intrínseco del cine de nuestro país. 

Una película como As bestas que tanta importancia le da a todo lo invisible, en un gran equilibrio entre lo físico, ya sea el entorno y el movimiento de los personajes, como lo emocional, tenía que reclutar a un buen grupo de intérpretes capaces para mostrar todo ese interior salvaje y malsano que ocultan y el que no, y lo ha conseguido con dos star del cine francés como Denis Ménochet, que le hemos visto en mil y una, y hace poco en Peter von Kant, de Ozon, haciendo de Fasbinder, casi nada, con ese físico tan imponente y esa mirada alijada, hace un Antoine con ternura y también, una animal herido que luchará por “su casa”, junto a él, su esposa en la película, una Marina Foïs, que nos enamoró en Una íntima convicción, en el rol de la esposa enamorada, que vive el sueño de su marido, una mujer en la sombra que más tarde, también tendrá su protagonismo y demostrará una entereza, valentía y arrojo envidiables. Y luego están los otros, los hermanos machados y desgraciados, como espeta en algún momento de la película, unos enormes Luis Zahera, su tercera película con Sorogoyen, aquí dando vida al malcarado y dolido Xan, bruto y salvaje, y el otro hermano, Diego Anido, que nos encantó en la citada Trote, el hermano más tranquilo o quizás, podríamos decir, el menos violento, aunque tiene lo suyo. Dos hermanos que no estarían muy lejos de aquellos de Puerto Hurraco que se liaron a tiros con todos un maldito domingo de finales de agosto de 1990. 

También tenemos a los de fuera, aquellos que orbitan alrededor y funcionan como testigos, como hacía el joven Enrique en la inolvidable La caza, entre los que están Marie Colomb, la hija del matrimonio francés, que mira y observa e interviene y no entiende a sus padres ni nada de lo que hacen, y el actor no profesional José Manuel Fernández Blanco como Pepiño, el “amigo” de los franceses. As bestas es una película que recoge lo ancestral con esa lucha entre lo propio y lo extraño, entre lo de aquí contra lo extranjero, entre la animalidad y lo racional, un choque entre formas de mirar, entender y relacionarse con la naturaleza y los animales, entre lo mío, lo de toda la vida, y lo otro, lo que viene de fuera, el que me quiere arrebatar, un conflicto eterno de difícil solución, y lo muestra a través de una complejidad apabullante y con el tempo de los grandes, con una película que nos habla de muchas cosas, de la sociedad rural, de una de ellas, porque tampoco pretende ser ejemplo de nada, de capitalismo salvaje, de agricultura, de formas de vida ya desaparecidas y otras, a punto de desaparecer, como la que encarna el señoritingo que hereda y nunca va al pueblo, o lo ve como una oportunidad de negocio sin más, de drama cotidiana y extraordinario, y de thriller del bueno, del que se te mete en las entrañas y no te suelta, y todo contado con la precisión del que sabe hacia dónde va. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA