Caja de resistencia, de Concha Barquero y Alejando Alvarado

EL LEGADO DE LA REBELDÍA.  

“La rebelión y sólo la rebelión es creadora de luz, y esa luz no puede tomar más que tres caminos: la poesía, la libertad y el amor”. 

André Breton

Si pensamos en las películas-homenajes, casi siempre nos vienen a la mente obras que han nacido para recordar a cineastas que tuvieron una carrera, más o menos, brillantes o por lo menos, gozaron del cine y de sus peculiaridades. Raras veces, este tipo de películas-tributo, se detienen a mirar, observar y profundizar en el cineasta que tuvo una obra que nunca llegó a convertirse en película. Por eso, una película como Caja de resistencia, del tándem Concha Barquero y Alejandro Alvarado (Málaga, 1975), no sólo es una obra que lucha contra el olvido y un ejercicio a favor de la memoria, sino que se convierte en un gran acontecimiento inusual en el panorama de la cinematografía española, y podríamos añadir de cualquier cinematografía. Porque la película nos invita a realizar una travesía por el legado que dejó el insigne y carismático cineasta Fernando Ruiz Vergara (1942-2011). Cajas llenas de películas soñadas, proyectos inacabados, esbozos de futuros guiones, fragmentos y cortes de películas que no se terminaron, y sobre todo, un universo de un cineasta rebelde, enigmático y lleno de vida, de luz y de amor.

La pareja creativa que forman Barquero y Alvarado es un binomio de cineastas que lleva más de un cuarto de siglo profundizando, a través del archivo ajeno y propio, en elementos que confrontan los grandes males del país: la memoria, y por ende, el olvido, la política y lo humano, ya no cómo un espejo de las oscuridades del país, sino como una eterna confrontación entre lo cinematográfico contra aquellos que se empeñan en ocultar la historia y contribuir a la desmemoria y la construcción de un relato falso que sólo mire a un lado y despoja a los “otros” de su propio relato. Con Pepe el andaluz (2012) rescataban la biografía de un desaparecido. Desde 2010 dedican su obra a la figura y el trabajo de Ruiz Vergara del que nace Descartes (2021), recuperación de los fragmentos desechables de Rocío (1980), la única película de Ruiz Vergara, y la única cinta mutilada por la justicia española por señalar a uno de los asesinos fascistas de Almonte. El cine del dúo malagueño nos enfrenta ante lo incómodo, ante nuestra propia historia, aquella que algunos nos negaron. Un cine que escarba en los huecos vacíos de la historia y los llena de historia, de memoria, de verdad, de dignidad y de nombres y apellidos, y no lo hace desde la distancia del tiempo, generando un mero artefacto memorístico, sino que lo hace desde un presente vivo, audaz, inteligente y lleno de fuerza y valentía.  

En Caja de resistencia, los dos cineastas en off nos van abriendo las cajas llenas de documentos, rollos de películas, y demás,  que provocan imágenes que nos trasladan al lugar de los hechos, y filman desde el presente, a partir de una posición crítica, las huellas que permanecen y las ocultas, imaginando y soñando las películas que no fueron, mediante capturas de encuadres y diferentes atmósferas, y rememoran e invocan el espíritu del cineasta sevillano que creció en Huelva, que aparece en diferentes momentos, donde se funde entre la vida, la enfermedad y el cine, en un viaje muy personal y profundo que nos lleva a Portugal, donde el cineasta se exilió después de la durísima sentencia en contra de Rocío, en aquellos tiempos en que la izquierda soñaba con otro mundo después de la Revolución de los Claveles, también visitamos los pueblos y las gentes andaluzas y sus luchas, transitamos las aguas del Guadalquivir, donde vemos fragmentos de Las dos orillas (1987), de Juan Sebastián Bollaín, íntimo amigo de Ruiz Vergara, y otros proyectos que no vieron la luz, a través del grupo de cine andaluz, volvemos a Rocío, y a los hijos de un fusilado, también, a los escenarios que iban a dar vida a una exposición sobre la memoria de los represaliados de la dictadura, y finalmente, nos adentramos en las profundidades de la mina más grande en Europa, otra vez en Portugal, donde el cineasta imaginó una película. 

Muchos de ustedes no se acordarán de Fernando Ruiz Vergara y tampoco de Rocío, seguramente para la mayoría será su primera vez, otro elemento importante que hace de Caja de resistencia, una obra mayor, porque no sólo reivindica la figura del cineasta militante, rebelde e incansable, sino que la rescata, volviendo a esa eterna lucha contra el tiempo, contra el olvido, del que tanto peca este país. Barquero y Alvarado son cineastas-investigadores-ensayísticas-documentalistas y sobre todo, cineastas inquietos, también rebeldes, que buscan y se tropiezan con las huellas del cineasta que se convierte en mentor, en guía y en un ser de luz para ellos y para todos. Un tipo que, a pesar de las hostias, que fueron muchas, siguió hasta su último aliento, pensando, trabajando y soñando con levantar sus películas, y como un hidalgo quijotesco siempre creyó en lo que hacía a pesar de los obstáculos, la indiferencia y los muros de aquellos que continuamente lo desterraban y trataban de invisibilizar. El cineasta Fernando Ruiz Vergara es un claro ejemplo de vehicular el cine como herramienta contra el poder, contra lo establecido, contra las mentes estúpidas y sobre todo, contra el olvido y a favor de la memoria, de lo humano. Sólo me queda dar las gracias a Concha y Alejandro por devolverlo al presente y alentar nuestras ganas de seguir resistiendo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Àlex Monner

Entrevista a Àlex Monner, actor de la película «Los bárbaros», de Javier Barbero y Martín Guerra, en una de las salas de los Cinemes Girona en Barcelona, el jueves 5 de junio de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Àlex Monner, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación y Pere Vall de Cinemes Girona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Martín Guerra

Entrevista a Martín Guerra, codirector de la película «Los bárbaros», en una de las salas de los Cinemes Girona en Barcelona, el jueves 5 de junio de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Martín Guerra, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sonia Uría de Suria Comunicación y Pere Vall de Cinemes Girona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los bárbaros, de Martín Guerra y Javier Barbero

JÓVENES SIN NADA QUE HACER.  

“Tal vez aprender a ser joven pueda llevarnos toda una vida. Pero, de esto se trata, ¿no? Vivir sin miedo, celebrar el presente, ganarle el pulso a la muerte”.

Martín Guerra y Javier Barbero

En los primeros instantes de Los lunes al sol (2002), de Fernando León de Aranoa, vemos a sus protagonistas Santa, José y Lino, los tres amigos sin trabajo, miran a su alrededor o lo que queda de él, se miran entre ellos, y preguntan por el día qué es. Es otro lunes más o menos. Es otro día. Es otro instante, en compañía, atrapados por una desidia de desesperanza, tristeza y sobre todo, de quedarse así, sin hacer nada. Los tres jóvenes protagonistas de Los bárbaros, de Martín Guerra (Perú, 1979), y Javier Barbero (España, 1980), les sucede algo parecido, se han quedado sin trabajo, y por ende, sin esperanza, sin nada y sin futuro, y pasan el rato en un edificio a medio construir que ha quedado detenido, al igual que sus existencias. Las dos películas, separadas por más de dos décadas, se mueven por los mismos no lugares, sumergidos en unos rostros, también separados por los años, pero parecidos, tan parecidos que parece que la estupidez de la economía del país no tiene fin. 

Guerra ha pasado por el teatro, la fotografía y la música, y Barbero por los departamentos de cámara de cinematógrafos como Diego Dussuel y Mauro Herce, y se encargó de la luz en Apuntes para una película de atracos (2018) León Siminiani, y ambos dirigieron Los invencibles (2014), un cortometraje sobre una familia que descubrirá junto a un lago algo inesperado. Con Los bárbaros se adentran en el espíritu que recorría 25 Watts (2001), de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, en el que tres jóvenes estaban ahí sentados, miran de aquí para allá, sin nada que hacer, y casi esperando algo que nunca llega, contemplando un mundo que no pillan y que tampoco los pilla a ellos, y absortos en una indiferencia que los hace invisibles. Los protagonistas “bárbaros” son Marcos, que vigila una obra mastodóntica que cuando deja de seguir, él se queda allí sin nada mejor que hacer, y compartiendo el esqueleto de estructuras metálicas con dos más, Celine, una inmigrante polaca que es su novia, tan perdida, tan apática y tan sin nada cómo él, y  Marco, un inmigrante peruano que salta entre las nadas, que tiene una novia sí o no, y hace trabajillos sin más futuro que el día de cada día, y finalmente. Tres almas en pena en mitad de una crisis inmobiliaria, la del 2008, que los ha dejado náufragos de todo. 

La detallista y concisa cinematografía de José Luis Solomón ayuda a encontrar esa luz etérea que tanto ayuda a rastrear las emociones de este trío, que habla muy poco, y mira mucho, a ellos y a lo que tienen delante. Un montón de estructuras que no sirven para nada, tan vacías y tan paradas como ellos. De Solomón conocemos sus cortos y documentales, entre los que destaca el reciente Mi hermano Alí, de Paula Palacios. Tenemos que destacar el grandioso trabajo de Cristóbal Fernández, habitual de Oliver Laxe, que aquí firma la música, unas composiciones que construyen toda esa aura entre cotidiana, inquietante y soledad que transita por toda la película, donde resulta tan importante ante la falta de información de estas tres almas, que viven en un presente continuo, sin más, un día más o menos. Los 102 minutos de metraje están muy bien contados y elaborados en la edición del citado Fernández, porque no se cuenta de más ni de menos, captando la desidia que los ha dejado varados en esta especie de isla de periferia y cemento, con ese aire frío que silva en un invierno más o menos, metidos en esa casucha-caravana de andar por casa, alrededor del fuego, como si fuesen unos nómadas esperando o no mejor suerte para la siguiente temporada si es que habrá. 

Un buen reparto entre los que destaca el gran Àlex Monner, en un personaje que le va como anillo al dedo, ya que desde su forma de mirar, qué bien mira este actor, con la mirada triste y esos andares como desandando sus pasos, inspeccionando lugares como una especie de zombie. Le acompañan Job Mansilla como Marco, en un rol de buscavidas muy alejado de su trabajo como humorista popular que ha aparecido en películas de su país al lado de Sergio Barrio y Gonzalo Ladines, entre otros. Eliza Rycembel es Celine, una joven en un limbo como sus compañeros de no fatigas y desesperanza, es una enorme actriz polaca muy internacional que hemos visto tan potentes como Las inocentes (2016), de Anne Fontaine, Corpus Christi (2019), de Jan Komasa, la serie Nasdrovia, rodada en España, y La promesa de Irene (2023), de Louise Archambault, entre otras. Y la presencia de Greta Fernández, una de las actrices jóvenes más potentes del panorama nacional, que hace poco la vemos, también en un rol breve pero importante, en la argentina La llegada del hijo. Ahora, se mueve entre la tristeza y sus lecturas, pero con algo de futuro en su precario empleo como cajera de súper de barrio.

Los jóvenes de Los bárbaros recuerdan mucho a los chavales de barrio que pululaban por Barrio (1998), del citado Aranoa. No obstante, muchos de los personajes del cineasta madrileño son así, almas en suspenso, atrapados en una vorágine que no va con ellos, absortos en sus deseos e ilusiones que constantemente chocan con una realidad deprimida y vacía. No esperen una película muy positiva y alegre en Los bárbaros, tampoco es una película negativa que abogue a los espectadores a lanzarse al vacío. Porque además de presentar la desesperanza de unos jóvenes que la crisis ha derrotado, no son almas que se hundan y vaguen por la ciudad, sino que se mantienen ahí, sin hacer nada, contándose algo y haciéndose compañía, o algo que se le parezca, esperando o no que la cosa cambie o simplemente, se torne de otra forma. Martín Guerra y Javier Barbero han construido una historia a la que no le falta algo de humor, al estilo Aranoa, no el de risa fácil, sino aquel que se ríe de uno mismo, sumergido en sus cosas y capturados en espejos que no existen, ahí sin más, quizás “Tomando el sol”, como cantaba Albert Pla con sus colegas. Ante la barbarie de esos secuaces sedientes de dinero con el pelotazo inmobiliario, levantémonos en su contra desde la más pura desidia, indiferencia y aburrimiento. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Ernest Cole: Lost and Found, de Raoul Peck

EL FOTÓGRAFO EXILIADO. 

“Sí, Sudáfrica es mi país, pero también es mi infierno”. 

Ernest Cole

La trayectoria de Raoul Peck (Puerto Príncipe, Haití, 1953), ha pasado por el periodismo, la fotografía y el Ministerio de Cultura de su país hasta el cine con el que arrancó a finales de los ochenta con Haitian Corner (1988), sobre un exiliado que cree tropezarse con su torturador. Los expulsados, exiliados y apátridas enfrentados a las injusticias sociales ya sean en su país natal, África o Estados Unidos son los activistas y luchadores que pululan en una filmografía que se centra en rescatar del olvido a personas que se pusieron de pie ante la injusticia de los pdoerosos en una carrera que ronda la veintena de títulos entre la ficción, el documental y las series, con títulos como los que ha dedicado al líder anticolonialista congoleño en Lumumba, la muerte de un profeta (1990), L`homme sur les quais (1993), El camino de Silver Dollar  (2023), y los estrenados por estos lares como El joven Karl Marx (2017), y I Am Not Your Negro (2016), sobre el activismo del escritor afroamericano James Baldwin. 

Si pensamos en Sudáfrica nos vienen a la mente los nombres de Nelson Mandela (1918-2013), que se pasó 27 años de su vida en prisión por luchar por los derechos de su gente, o el de Steve Biko (1946-1977), otro líder contra el apartheid que fue asesinado por el gobierno. De la figura de Ernest Levi Tsoloane Kole, conocido por el nombre de Ernest Cole (Eersterust, Pretoria, Sudáfrica, 1940 – New York, EE. UU., 1990) no sabíamos nada, así que la película Ernet Cole: Lost and Found se torna fundamental porque viene a rescatar la importancia de su figura y legado, ya que fue el primer fotógrafo que documentó los horrores del apartheid sudafricano a través de unas bellísimas y poderosas fotografías publicadas en el libro “House of Bondage” (Casa de esclavitud), publicado en 1967 con sólo 27 años que le obligó a exiliarse a Estados Unidos, donde siguió capturando la vida: “Para mí la fotografía es parte de la vida y cualquier fotografía que valga la pena mirar dos veces es un reflejo de la realidad, de la naturaleza, de las personas, del trabajo de los hombres, desde el arte hasta la guerra”, y sobre todo, esperando que su país cambiase y los negros tuviesen el derecho de ser personas de pleno derecho y no súbditos de segunda, pisoteados y vilipendiados diariamente por la minoría blanca encabezada por De Klerk. 

El dispositivo de Peck es muy sencillo y a la vez, brillante, porque nos convoca a un viaje maravilloso en el que nos cuenta la vida de Cole a través de dos pilares: sus magníficas fotografías, tanto las que hizo en Sudáfrica como en EE. UU., mostrando la realidad más cruda de muchas personas que vivían sometidas al gobierno y la injusticia social. Acompañando todas esas imágenes escuchamos la voz del actor afroamericano Laketih Stanfield, en inglés, (el propio director hace la versión francesa), como si fuese el propio Ernest Cole que nos contase su propia historia, recuperando textos y documentos que dejó el fotógrafo. También, vemos otras imágenes del propio Cole y otras que documentan la vida y la muerte en los dos países, así como el descubrimiento de sus fotografías. Un estupendo trabajo de cinematografía del trío Moses Tau, Wolfgang Held, del que conocemos su trabajo en Joan Baez: I Am A Noise, y el propio director, así como la excelente música que firma Alexei Aigui, que ha trabajado con Peck en 9 ocasiones, además de nombres comos los de Todorovsky, Serebrennikov y Bonitzer, que ayuda a paliar la triste historia de Cole, que nunca pudo volver a su país, y el interesante montaje de Alexandra Strauss, seis películas con el director que, logra darle constancia y solidez a la amalgama de imágenes y narración en los estupendos 106 minutos de metraje.  

El trabajo de Cole quedó en el olvido y él siguió malviviendo por New York hasta que un cáncer de páncreas acabó con su vida. Fue en 2017 cuando se encontraron en un banco de Suecia más de 60.000 negativos que se creían perdidos y su nombre volvió a recuperarse como uno de los combatientes más relevantes contra el apartheid, cómo refleja con sobriedad la película de Peck que, vuelve a asombrarnos con sus relatos contundentes y políticos sobre personas que han quedado relegadas a un olvido injusto y triste, aunque su cine se niega y lucha contra esa ausencia y quiere dejar constancia del legado de tantos fantasmas que vagan por las cavernas de la historia en este planeta que corre demasiado y se para muy poco, siempre pensando en un futuro que nunca llegará y olvidando el pasado, ese lugar real porque ha existido y es de dónde venimos todos. Todos los espectadores ávidos de conocer las tantísimas historias olvidadas que existen, no deberían dejar pasar una película como Ernest Cole: Lost and Found, del director Raoul Peck, y no sólo eso, sino que nos encontramos con uno de los más grandes fotógrafos que, impulsado por la fotografía de Henri Cartier-Bresson, cogió una cámara y empezó a disparar a diestro y siniestro ante la realidad social en la que vivía, un horror que era olvidado por los países enriquecidos, como sucede ahora con Palestina. En fin, siempre nos quedará el arte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vermiglio, de Maura Delpero

LAS MUJERES DE VERMIGLIO.   

Vermiglio es un paisaje del alma, un “Lexico familiar (Natalia Ginzburg) que vive dentro de mí, en el umbral del inconsciente, un acto de amor por mi padre, su familia y pequeño pueblo. Al atravesar un período personal, quiero rendir homenaje a una memoria colectiva”. 

Maura Delpero

Erase una vez… La existencia tranquila y anodina de un pueblo remoto escondido entre los Alpes Italianos a finales de la Segunda Guerra Mundial. Allí, entre montañas cubiertas de nieve y quehaceres agricultores y ganaderos se desenvuelven sus habitantes, entre ellos, la familia del maestro Cesare, su mujer Adele y sus diez hijos. Un lugar que huele a heno recién cortado y leche recién ordeñada como deja patente su cuidadoso prólogo que anuncia un nuevo día y vemos a toda la familia levantándose, cada uno con su tiempo y pesadez, e inmediatamente después, en primerísimo primer plano, las cazuelas van pasando frente a nosotros y llenándose de leche caliente. Un relato casi en primera persona porque la directora nos sitúa en el pueblo de su padre, en su memoria y en su tiempo y silencio. 

La directora que ha dirigido hasta la fecha tres documentales Signori professor (2008), de la cotidianidad de diferentes maestros, Nadea e Sveta (2012), sobre mujeres inmigrantes, y 7 salamancas (2013), sobre la mitología y lo sagrado, en los que abordaba las fronteras entre el documento y la ficción, y una de ficción Maternal (2019), sobre dos madres adolescentes. Mucho de esa textura contiene Vermiglio, su primera película de ficción, aunque con varios peros, porque en muchos momentos podríamos decir que la película se acerca al documento propiamente dicho donde vemos una mirada de las costumbres y oficios y quehaceres de los habitantes de mediados de los cuarenta del siglo pasado. En ese sentido, la película se mueve entre lo colectivo y lo individual a partir de las miradas de estas mujeres de diferentes edades, siguiendo la estela de las anteriores citas de Delpero, con sus nacimientos y muertes, amores, desamores y otros infortunios y alguna pequeña alegría en silencio, y en cómo estas mujeres se enfrentan a las adversidades de la existencia, en una sociedad patriarcal y altamente religiosa en la que ellas están completamente sometidas a la voluntad masculina, y deben hacer frente a los conflictos que estos les generan. Se habla de maternidad en compañía y soledad, en los dificultosos destinos que les esperan a las mujeres, y sobre todo, se habla de cómo el destino fatal se va imponiendo en un lugar donde hay nulas oportunidades de ser y hacer cosas diferentes. 

Delpero se ha acompañado de un gran equipo entre los que destacan el cinematógrafo como el ruso Mikhail Krichman, habitual del cineasta Andrey Zvyagintsev, amén de otros como Liv Ullmann y Jim Sheridan, donde se impone el cuadro bien cuidado que recoge cada detalle con minuciosidad y pausado, donde abundan los encuadres fijos, en el que el off se convierte en la estructura esencial de la película, porque los momentos de gran tensión se despachan en fuera de cuadro seguidas de magníficas elipsis, alejando a la historia de esos momentos de estridencia sensiblera y sumergiéndonos en un tono de dureza, dolor y tristeza sin caer en el tremendismo. La composición de Matteo Franceschini, ayuda a acercarnos a los altibajos emocionales y complejidades de los diferentes personajes de modo reflexivo y emocionante, así como el gran trabajo del arte y vestuario que son extraordinarios, al igual que la estupenda labor de sonido que firman, entre otros, Dana Farzamehpour, con más de 90 títulos entre los que destacan nombres como los de Asghar Farhadi, Jean-Gabriel Péirot y Alice Diop, entre otros. El conciso y trabajado montaje de Luca Mattei, que ya trabajó en la citada Maternal, consigue elaborar un ritmo que nos va atrapando desde lo cotidiano, la sencillez y la naturalidad del lugar y los personajes, en un ritmo pausado, sensible e íntimo. 

Si el apartado técnico es de primer nivel, el artístico no se queda atrás, con la maravillosa presencia de un actor como Tommaso Ragno como el maestro y padre de la familia numerosa, con una espléndida filmografía que le ha llevado a trabajar con Bertolucci, Vrizi, Rohrwacher, Moretti, entre otros, haciendo de ese maestro de pueblo, tan recto como poco padre y menos esposo. Roberta Rovelli es la madre, más acogedora, realista y cercana con su prole. La debutante Maria Scrinzi es la desdichada Lucia que, ante la fatalidad deberá sacar fuerzas y ser fuerte. orietta Notari hace de una tía que es una mano más que ayuda y alienta todo lo que puede. Sara Serraiocco, que hemos visto en No odiarás, El caso Braibanti y El primer día de mi vida, es otra hija que, en silencio y sin molestar, va haciendo y es una testigo esencial en el devenir de las mujeres de la familia, y Carlota Gamba, una de las protagonistas de la reciente ¡Gloria!,  la diferente del pueblo, y Giuseppe De Domenico es el soldado desertor que trastoca la tranquilidad del lugar, como Santiago Fondevila, otro soldado que vuelve de la guerra, familiar y perdido como el otro. 

El tono y la atmósfera que desprende una película de Vermiglio se hermana de forma muy cercana con la cotidianidad y la profundidad que tenían obras de Vittorio De Seta como sus maravillosos documentales, de Ermanno Olmi como El árbol de los zuecos (1978), y de los hermanos Taviani como La noche de San Lorenzo (1982), en sus formas de mirar el trabajo, a sus gentes, sus costumbres, sus sociedades, sus lugares y sus maneras de enfrentarse a la adversidad del tiempo, de los animales, de la tierra y del progreso y demás asuntos como el amor, la familia, etc… La cineasta Maura Delpero no sólo ha construido un retrato sensible, profundo y reflexivo sobre el pueblo de su padre y sus habitantes y ese momento de final de la guerra, sino que también, ha tejido a fuego lento un minucioso y extraordinario retrato sobre las mujeres, sobre todas las mujeres que debieron enfrentarse y cooperar en una sociedad machista y sobre todo, una sociedad que les dejaba pocas salidas en la vida, y que tuvieron que armarse de valor y coraje para ser ellas mismas y ayudarse entre ellas a pesar de los pesares. Vermiglio debería ser de obligada visión por todo lo explicado, además su historia y contexto circunstancial y emocional se cuentan de forma muy honesta y directa, donde se refleja el arduo camino que han tenido que recorrer tantas y tantas mujeres. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mary Superchef, de Enzo D’Alò

MARY DEBE APRENDER A DECIR ADIÓS. 

“La muerte deja un corazón roto que nadie puede sanar, pero el amor deja un recuerdo que nadie puede robar”

(Proverbio irlandés)

En la inolvidable Mi vecino Totoro (1998), de Hayao Miyazaki se profundiza de forma sencilla y honesta, en el proceso emocional de dos hermanas que, entablan amistad con un espíritu del bosque para enfrentarse al dolor de tener a su madre enferma en el hospital. Un cine de animación para todos los públicos. Por los mismos contornos se mueve Mary Superchef (A Greyhound of a Girl), de Enzo D’alò (Nápoles, Italia, 1953), basada en la novela “Como un galgo”, del irlandés Roddy Doyle, del que se han llevado a la gran pantalla excelentes títulos como The Commitments (1991), de Alan Parker, y Café Irlandés (1993), y La camioneta (1996), ambas de Stephen Frears, entre otras. Una cinta muy cercana, de dibujo sencillo y nada enrevesado, aquí lo que cuenta es tratar el tema de la pérdida y el duelo a través de la mirada inquieta de Mary O’Hara, una niña de 11 años que empieza su verano con dos frentes: la enfermedad de su abuela y la despedida de su mejor amiga, amén de prepararse para conseguir una plaza en la escuela de cocina más exquisita de la zona. 

Un guion escrito por Dave Ingham, que lleva casi tres décadas imaginando series para el público infantil, y el propio D’Alò, del que conocemos sus excelentes trabajos en el campo de la animación donde se ha convertido en un abanderado gracias a títulos como  La flecha azul  (1996), Historia de una gaviota (y del gato que le enseñó a volar) (1998), Opopomoz (20023), Pinocchio (2012), y Pipu, Pupu & Rosemary: the Mystery of the Stolen Notes, entre otras, recibiendo grandes elogios de la crítica especializada así como galardones en los festivales más prestigiosos. A partir de una estructura bajo la atenta y valiente actitud de su protagonista Mary que, ante las dificultades, saca su arrojo y su carácter para hacer la suya. Un cuento que se aleja de lo complaciente y lo cómodo para adentrarse en terrenos emocionales complejos y muy oscuros, pero no desde un lado triste y sensiblero, para nada, todo está enfocado desde una mirada sincera y real, o podríamos decir de verdad, donde se explican situaciones muy íntimas y sensibles, donde se sitúa al espectador en varias tesituras donde los personajes se enfrentan a la enfermedad, a las despedidas y sobre todo, a la muerte, a aprender a decir adiós y enfrentarse al duelo. 

Una fábula ambientada en las costas irlandesas, en lugares como Cork y Wesford, donde predomina el verde como no podía ser de otra manera, en la que los tremendos paisajes costeros sirven de escenario común a una historia que recorre cuatro generaciones de mujeres de la misma familia que se vuelven a reencontrar para procesar el adiós en compañía y experimentando cada uno todas las emociones que experimentan. Otro elemento fundamental de la película es la composición musical que firma un grande como David Rhodes, guitarra histórico del gran músico británico Peter Grabiel, que con gran sensibilidad y transparencia ayuda a paliar todo el entramado emocional al que se enfrentan los diversos personajes desde perspectivas muy diferentes porque van desde la infancia a través de Mary de 11 años, su madre Scarlett, la abuela Emer y la invitada especial, la bisabuela Tansey, en un relato donde la realidad, la fantasía, la imaginación se dan la mano de forma natural en la que las cuatro generaciones se reúnen para decir adiós donde hay drama y tristeza, pero también mucho humor y una fiesta de la vida, de compartir y una gran celebración de la vida y del amor. 

El napolitano Enzo D’Alò es un fiel seguidor de las estructuras y formas de Studio Ghibli, porque desde la sencillez y la honestidad de su dibujo y sus planteamientos formales es capaz de sumergirnos en una excelente y profunda historia sobre la vida y el amor a través de despedirse de los seres que más quieres y más aún, cuando todavía tienes 11 años como le ocurre a la protagonista. Una heroína de verdad, de las que te encuentras, sin saberlo, cada día cuando caminas por la calle. Una joven que juega en los mismos contornos que otras niñas Ghibli como las citadas de Totoro, o aquella que debía enfrentarse a lo inquietante en la maravillosa El viaje de Chihiro (2001). Si deciden ir a ver una película Mary Superchef pueden acompañarse de los más pequeños, si los tienen, porque uno de los grandes logros de la película, y no es nada sencillo lo que ha hecho, es mostrar la pérdida y el duelo de forma cercanísima, nada estridente ni plañidera, sino desde lo humano, desde lo natural, desde la vida, de las cosas que más cuestan afrontar como la muerte, el adiós y sobre todo, enfrentarse a todo eso, y ser capaz de continuar y seguir adelante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Flow, de Gints Zilbalodis

UN GATO, UN PERRO, UN LÉMUR, UNA CAPIBARA Y UN PÁJARO SECRETARIO.  

“No ha aprendido las lecciones de la vida quien diariamente no ha vencido algún temor”. 

Ralph Waldo Emerson 

La primera imagen que vemos de Flow, de Gints Zilbalodis (Riga, Letonia, 1994), es el reflejo en el agua del gato protagonista. Una imagen invertida, o lo que es lo mismo, una imagen del revés o quizás una premonición de lo que va a experimentar el gato en cuestión. También es una imagen que nos remite a nuestro interior, porque la segunda película del cineasta letón se mueve entre las oscuridades de lo invisible, removiendo todos los miedos personales que nos impiden vivir con plenitud y sobre todo, aceptar y aceptarnos. El gato, del que desconocemos su nombre, vivirá una aventura muy a su pesar, pero una travesía necesaria y sobreviviente, porque el mundo por el que se mueve, natural y vegetal, se verá sumergido bajo las aguas, y la única supervivencia será convivir en un barco a la deriva con otros cuatro animales: un perro, un lémur, una capibara y un pájaro secretario. 

La trayectoria de Zilbalodis está compuesta por 7 cortometrajes de animación dibujados a mano, amén de Away (2019), su ópera prima en el que contaba mediante la animación la peripecia de un chico y un pequeño pájaro que huían de un espíritu oscuro. Uno de esos cortos Aqua, que hablaba de un gato que tiene miedo al agua, le inspiró para Flow, traducido como “Fluir”, en el que mezcla animación también dibujada a mano en 2D y 3D, creando ese mundo onírico, de fantasía y de fábula, con el mejor espíritu de Esopo, un universo de una belleza deslumbrante y estéticamente alucinante que nos sumerge, y nunca mejor dicho, en ese universo donde el agua lo ha inundado todo y los cinco protagonistas deben convivir juntos para salvarse, aprendiendo a respetarse a pesar de sus diferencias y sobre todo, a vencer los miedos personales para seguir con vida a pesar de la catástrofe a la que se enfrentan. Una película que habla de cómo los humanos tratamos nuestro entorno y todos los demás seres vivos que nos rodean. Podemos ver la película como una llamada de atención a las horribles consecuencias que ya estamos sufriendo. 

Mucho del cine de ahora está construido a partir de los diálogos, que no siempre son ingeniosos ni inteligentes, ni ofrecen otra mirada. En Flow, se ha mirado al pasado, a cuando el cine no había diálogos y todo se construía a través de las imágenes y en ocasiones, la música, y es una película donde se han prescindido completamente de los diálogos, dando el valor a las imágenes y la excelente música de Rihards Zalupe y el propio director, y la gran labor de diseño de sonido de Gurwal Goïce-Gallas, un gran especialista en la materia con más de 60 títulos en su filmografía en la cinematografía francesa, para construir un mundo de pequeños gemidos, sonidos y una apabullante amalgama de sensaciones y emociones, donde la cámara en constante movimiento que sigue sin descanso cada acción de los diferentes personajes, en especial, las del gato, protagonista y vehículo conductor de este viaje a los confines o mejor dicho, a la supervivencia. El director letón nos sumerge en un mundo donde no hay humanos, pero si sus vestigios, que pueden remitirnos al sudesteasiático, aunque el relato no se decanta por un realismo palpable, vemos monumentos, templos y demás construcciones pero ni rastro humano.

La ilusión se impone en la historia, creando un mundo muy natural y transparente, donde la realidad, el sueño, la fantasía que se mueve entre lo real y lo que no lo es, entre un espacio límbico en el que todo se puede tocar y es intangible a la vez. Una producción que ha tenido el esfuerzo y el entusiasmo de compañías como Dream Well Studio desde donde Zilbalodis crea sus películas, acompañada por Sacrebleu Productions de Francia de la que han salido grandes obras de animación como 90 cortometrajes que han cosechado premios alrededor del mundo, y películas como El techo del mundo (2015), de Rémi Chayé, El extraordinario viaje de Marona (2019), de Anca Damian, y Ma famille afghane (20121), de Michaela Pavlátová, entre otras, y Take five de Bélgica, con cintas como The Island (2021), de la citada Damian, y Sirocco y el reino de los vientos (2023), de Benoît Chieux, entre otras muchas. Un cine de animación que, a diferencia de otras producciones, optan por crear mundos reales y fantásticos que tienen una relación directa con los problemas que nos acechan en la sociedad actual, generando ese espacio de pensamiento, de reflexión y de conciencia personal.

No deberían dejar pasar una película como la que propone Flow, de Gints Zilbalodis, que recoge características de todo tipo como el cine mudo, la gran animación europea de los cineastas checos o franceses que han hablado de lo natural y las consecuencias de su no respeto. La película letona-francesa-belga está teniendo un recorrido internacional realmente impresionante, engordando una lista larguísima de galardones, reconocimientos y sobre todo, de espectadores, que invitan a seguir rastreando una animación diferente y nada complaciente, que puede ser disfrutada tanto por adultos como de niños, sin ser sensiblera e infantil, que vaya más allá del mero entretenimiento y explore sus extraordinarias e infinitas capacidades como hacen con esta (des) ventura sobre un gato, un perro, un lemúr, una capibara y un pájaro secretario, que podrían ser como los músicos de Bremen, pero en su caso, una especie de supervivientes que deben de respetarse, convivir y sobre todo, aceptarse, y convivir con sus miedos personales y exteriores para enfrentarse a los avatares del cambio climático, que viene de esos sapiens que han sido los primeros en caer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Miocardio, de José Manuel Carrasco

EL AMOR DEL PASADO.

“El miocardio es el tejido muscular que rodea las paredes del corazón. Tiene la función de generar las contracciones necesarias para que la sangre llegue a todas las partes del cuerpo. Funciona involuntariamente y por esto no se puede regular. Se podría decir que aquello que se encarga de alimentar nuestro cuerpo lo hace de manera involuntaria. Por lo tanto, vivimos involuntariamente”. 

Hay mucho cine español, mucho más de lo que las instituciones oficiales pretenden. Un cine español más humilde, más sencillo y sobre todo, un cine español que apenas tiene visibilidad en los medios, y mucho menos,  presente en las salas, tan reticentes a aventurarse a un estreno que necesita mucha piedra, es decir, tiempo para que los espectadores la conozcan y se atrevan a descubrirlas. Eso sí, cuando lo hacen, este cine español, al que se le ha llamado de muchas formas diferentes, es un cine que conecta con el público y consigue unos logros, muy modestos, pero importantes. Miocardio, del cineasta murciano José Manuel Carrasco reúne todas las características de este cine, porque hace de su modestia y su dispositivo, sus mejores credenciales, porque es, ante todo, un cine que habla de tantas vulnerabilidades y miserias humanas.  

Carrasco que tiene una filmografía en la que abundan la friolera de 11 cortometrajes, amén de alguna serie y guiones junto a Luis E. Parés en su magnífica La primera mirada (2024), y debutó en el largometraje con El diario de Carlota (2010), donde retrataba a una adolescente en plena vorágine sentimental y sexual. Su segundo largo parece que rescata a aquellos adolescentes, ahora entrados en los cuarenta o rondando esa cifra. Tiempo donde se mira a atrás y se hace una especie de balance o tal vez, uno se da cuenta de todas las malas decisiones que se tomaron. La acción arranca con Pablo, un tipo de unos cuarenta y tantos, como decía Sabina, que publicó un libro hace ya mucho, que se ha separado de Pilar porque no aguanta su amargura y en fin, un tipo triste y lo peor de todo, sin ganas de seguir. Aunque, el teléfono suena y es Ana, su primer amor de hace quince años. Una ex que viene a ponerlo patas arriba, a mirar atrás, a tomar conciencia de lo que hicimos y lo que no. Un encuentro que es como mirarse al espejo y enfrentar los errores y los aciertos. Con un tono de comedia agridulce, muy de la atmósfera de Wilder, que recogieron muy bien aquí los Colomo y Trueba en los albores de los ochenta. Un género para hacer análisis de lo mucho que nos había costado y lo mucho que la habíamos cagado. 

El cineasta nacido en Grenoble (Francia), pero murciano de adopción, se ha reunido de un plantel magnífico para acometer su segunda película. Tiene a María del Puy Alvarado que, a través de Malavanda, ha producido a cineastas tan importantes como Carlos Saura, Rodrigo Sorogoyen y Maite Alberdi, a Alberto Pareja en la cinematografía que le ha acompañado en 4 cortometrajes, creando esa luz tan natural y tan real que genera esa atmósfera de cotidianidad y doméstica que tiene el cine de Truffaut con Doinel, en las que va retratando sus éxitos y fracasos sentimentales. La música de Claro Basterrechea, del que conocemos sus trabajos en El fin de ETA y en la serie El pionero, con una composición sutil nada molesta que ayuda a tomar pausa ante la explosión de emociones que se van sucediendo entre Pablo y Ana. El extraordinario montaje de Vanessa Marimbert, otra colaboradora de Malvanda, ya que la hemos visto en Las paredes hablan, del mencionado Saura, en films con Esteban Crespo, en El buen patrón, de Fernando León de Aranoa, y la mencionada La primera mirada, que consigue estructurar con acierto y concisión los 78 minutos de metraje, que se viven con reposo e intensidad, en una película encerrada en cuatro paredes que recoge casi dos décadas de los protagonistas. 

Estamos delante de una de las no parejas protagonistas más acertadas de los últimos años, que recuerdan a otra no pareja, la de Vito Sanz e Itsaso Arana en la inolvidable Volveréis, de Jonás Trueba. Vito repite, construyendo otro tipo al que se le quiere por su torpeza y sus nervios, que está demasiado cerca de todos nosotros. Un actor que parece que no interpreta y eso es lo mejor que se le puede decir a un actor. A su lado, tenemos a Marina Salas, que ha trabajado en varios cortos con Carrasco, que nos gustó mucho en películas como La mano invisible y El cover, es Ana, el fantasma del pasado dickensiano de Pablo, una mujer que no sabe muy bien a qué viene, o mejor dicho, a qué vuelve, peor ahí está, que ejercerá de espejo discordante para Pablo para que se vea y salga de ese pozo tan oscuro donde se ha metido, por miedo y por no enfrentar la realidad. Hay dos intérpretes más de los que no podemos dar detalles para no destrozar la sorpresa a los espectadores. Uno es Luis Callejo, otro de la Carrasco Factory, un intérprete tan natural, tan creíble y tan cercano que nos encanta. Y Pilar Bergés, otra cómplice del director, que estuvo muy bien en Los inocentes (2018), de Guillermo Benet. 

Me ha gustado mucho Miocardio, de José Manuel Carrasco, por hacer muy ambicioso narrativamente hablando, donde se juega con propuestas y elementos que nos interpelan directamente a los espectadores. Seguro que viendo la película vamos a pensar en aquel amor, en todo lo que hicimos y lo que no, y sobre todo, en todas esas cosas que podíamos haber hecho de otra manera, y lo fantástico que sería poder repetir aquel amor para hacerlo mejor, para descubrir los errores y tener la oportunidad de subsanarlos y como se plantea en la trama, repetir y repetir hasta que salga bien. O quizás, los errores cometidos no los repetimos, aunque cometeremos otros, no lo podemos saber. Pero si que estaría fenomenal repetir aquel amor o volver a reencontrarse con la mujer que nos rompió el corazón y poder hablar de lo que sucedió, pero de verdad, sin trampas, con sinceridad y dejando egos y rencillas pasadas, y enfrentarse a lo que fuimos, a las equivocaciones y a todo lo que dejamos. Me encantaría que me ocurriese como Scrooge, que vida tendríamos de haber tomado otras decisiones. Tal vez, estaríamos igual que Pablo o no, quizás habría que preguntar a aquel amor del pasado si volviese a llamarnos para saber de uno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Natalia de Molina

Entrevista a Natalia de Molina, actriz de la película «Desmontando un elefante», de Aitor Echevarría, en la terraza del Pol&Grace Hotel en Barcelona, el jueves 9 de enero de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Natalia de Molina, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA