La isla de las mentiras, de Paula Cons

LAS HEROÍNAS DE SÁLVORA.

“Las mentiras más crueles son dichas en silencio”

Robert Louis Stevenson

La primera imagen de La isla de las mentiras nos muestra un recorrido por un mar agitado rompiendo contra las rocas afiladas y duras de la isla de Sálvora, en la ría de Arosa (Galicia), a 3 km de tierra firme. Una isla que en 1921, la poblaban aldeanos analfabetos que trabajaban duramente la tierra, y sobre todo, el mar, siervos del noble del turno, que los esclavizaba a su antojo. Aunque, la noche del 2 de enero de 1921, todo cambió para ellos, y sobre todo, para tres mujeres que, al ver el naufragio frente a sus costas del Santa Isabel, un vapor cargado de inmigrantes con rumbo a la Argentina. Las tres mujeres, a pesar de la espesa niebla, se lanzaron al mar, y lograron rescatar 53 personas de las 213 que perecieron en el accidente. La noticia voló como la pólvora, y las tres heroínas de Sálvora, como las llamó la prensa de entonces, fueron agasajadas por las autoridades gallegas. Luego, las acusaron de robar a los fallecidos, y el tiempo borró su heroicidad y las condenó al silencio.

La isla de las mentiras, de la gallega Paula Cons, las rescata del tiempo y las devuelve al lugar que nunca debieron perder. Cons se ha fogueado como productora en televisión y cine, tanto en ficción con títulos como Lobos sucios, en la que además era coguionista, o en no ficción, dirigiendo La batalla desconocida, en la que se exploraba la participación de España durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, debuta en la ficción con una cinta enclavada en el después del naufragio, en las terribles consecuencias de aquella noche aciaga del 2 de enero de 1921, a través de las tres mujeres, y concretamente, en una de ellas, en María, una mujer de carácter, dura y valiente, que deberá enfrentarse a la isla, a todos aquellos que hacen y se callan a favor al marqués. El relato, oscuro e inquietante, con un guión que firman la propia directora y un veterano como Luis Marías (escritor de Urbizu, Barroso, Eva Lesmes o Gracias Querejeta, entre muchos otros), nos va contando de forma sobria y pausada, la cotidianidad de la isla, y sobre todo, la idiosincrasia de sus habitantes, a través del personaje de León, un periodista argentino que recoge el suceso y sospecha que la isla encierra demasiados silencios.

La elegante y cuidadísima composición de los encuadres y la luz, obra de Aitor Mantxola (autor de películas como Alas de mariposa, Aunque tú no lo sepas o  Bajo la piel del lobo), que recuerda a la pintura romántica del XIX, en obras como “El caminante sobre el mar de las nubes”, de Friedrich, o la expresividad y los encuadres de Zurbarán, donde el espacio acorrala y somete al personaje. Una luz que  baña en forma de misterio, tanto la isla, convertida en un personaje esencial más. Un paisaje romántico, y a la vez, terrorífico, que guarda demasiadas historias y verdades, verdades como personajes aparecen en la película. La sutileza y la profundidad del magnífico montaje de una grande como Julia Juaniz, ayuda a esa idea de tenebrosidad y mentira que se extiende por el lugar, donde todos los personas hablan poco y callan más, hablan aquello que les conviene y sobre todo, callan lo que es mejor ocultar y que las cosas sigan como están, con esos días grises, ese trabajo rutinario, y esa isla convertida en prisión y silencio.

Una obra que sugiere más en imágenes que en palabras, en que el silencio impone su ley, necesitaba un plantel de intérpretes a la altura de sus composiciones y relato como la inconmensurable capacidad de una estupenda actriz como Nerea Barros como María, el alma mater de la historia, bruta en sus formas pero decidida en su voluntad férrea, bien acompañada por Darío Grandinetti como el periodista convertido en la búsqueda de la verdad, en ese extraño que hace estallar la armonía aparente de la isla y hará lo imposible para desenterrar lo que allí se esconde, Aitor Luna, el intelectual del lugar, alguien que está fuera de sitio o tal vez, no, y una plantilla de intérpretes gallegos entre los que destacan la mirada y el porte de Victoria Teijeiro como Josefa, la compañera de fatigas de María, o la enorme capacidad de Milo Taboada como Pepe, que compone un magnífico “retrasao” que sabe demasiado, una actuación que coloca al actor en primera plana, Ana Oca como Cipriana, la otra heroína, más joven e inexperta, Leyre Berrocal como la madre náufraga convertida en un espectro, y las presencias de María Costas y Celso Bullago, y otros intérpretes, excelentemente caracterizados, con esa gestualidad ruda y bruta, que escenifican sabiamente como se vivía y sobre todo, como se relacionan unos con otros, bajo el amparo del caciquismo del explotador de turno.

La isla de las mentiras es un excelente debut de Cons, que cuenta un hecho histórico, que lo rescata del olvido y coloca a las verdaderas heroínas del relato en su contexto y en su lugar en la historia, a María, Josefa y Cipriana,  que no solo nos habla de cómo se cocían las cosas en aquella España analfabeta y caciquil de los años veinte, y su telaraña de poder, en la que nos muestra la imagen de la mujer y de su sometimiento y desencanto, sino que también, es un relato que aborda las mentiras y las verdades que se cuentan, se dicen o se ocultan, bajo el manto de un thriller oscuro y lleno de sombras, con esos ropajes negros que rompen contra la luz tenebrosa y tenue de la isla y ese mar embravecido que los encierra, que recuerda al expresionismo alemán o la novela gótica de la época victoriana, o a películas como El secreto de la isla de las focas, de John Sayles, en su halo de misterio con una isla de por medio, o Visionarios, de Manuel Gutiérrez Aragón, en que unas visiones de la Virgen en la España republicana, convertía a los aldeanos privilegiados en objetivo de las autoridades para silenciarlo. Un cine bien contado y mejor consumado, que nos transporta a la oscuridad del comportamiento humano, a las entrañas de lo más aterrador del alma humana, y al cúmulo de intereses que nos empujan a los seres humanos a ser y actuar de una manera u otra, siempre con el convencimiento que es lo mejor que podemos hacer o lo que más nos conviene. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Rojo, de Benjamín Naishtat

UNA NOCHE, UN MUERTO.

“Cuando todos callan, no hay inocentes”.

Un incidente en un restaurante por la noche. Quizás, un incidente más. Un incidente protagonizado por Claudio, un abogado reconocido y un desconocido, en uno de esos pueblos perdidos de la provincia en la Argentina en 1975. Todo hubiera acabado ahí, pero no, porque el abogado humilla al extraño y es expulsado de malas maneras del local. A la salida, volviendo a casa, el desconocido asalta a Claudio y a Susana, su mujer, y después de una pelea, el extraño, al que nadie conoce, se dispara y queda gravemente herido. El abogado se hace cargo y lo lleva en su automóvil con la intención de salvarle la vida, pero no lo hace, en cambio, lo hace desaparecer en un desierto de la zona. ¿Por qué motivo un abogado reconocido y de vida acomodada hace semejante acto de crueldad abandonando a alguien a una muerte segura? El director Benjamín Naishtat (Buenos Aires, Argentina, 1986) vuelve a indagar en la condición humana como ya lo había hecho en sus dos anteriores trabajos. En Historia del tiempo (2015) nos situaba en la psicosis y temores actuales de buena parte de la ciudadanía, y en El movimiento (2016) se trasladaba al rural del siglo XIX para sumergirnos en un relato sobre el abuso de poder que unos ejercían sobre los campesinos.

Ahora, y nuevamente en una película de corte histórico y ambientada en la zona rural, nos sumerge en esa Argentina en los albores de la dictadura, mostrándonos la impunidad y la violencia que ejercen unos contra otros para continuar siendo “buenos ciudadanos” a los ojos de todos, retratando esa violencia oculta y soterrada que convive con naturalidad, con una élite dispuesta a todo para mantener sus privilegios y sus ejemplares vidas. El director argentino nos guía por su relato a través de la mirada de Claudio, un abogado de buenas intenciones y familia, aunque de moral oscura, como veremos a lo largo de la película, porque cuando ha de elegir acerca de hacer el bien o su conveniencia no tendrá dudas y siempre opta por su beneficio personal, una idea que se impondrá meses después con el estallido de la dictadura militar donde una parte poderosa del país someterá a todo aquel que piensa diferente. La película ahonda en las contradicciones y miserias humanas, explorando todos esos tejes manejes del abogado y sus amigotes, como ese instante que define a las maneras oscuras de los personajes, cuando apoyándose en triquiñuelas legales se apropian de un inmueble que nadie reclama.

El relato se enmarca en aspecto de thriller setentero donde predominan los rojos, ocres y verdes, con esa característica atmósfera del cine negro que también supo retratar cineastas como Coppola, Friedkin, Lumet o Peckinpah, dónde el género era una mera excusa para sacar a la luz todos los males sociales y políticos que anidaban en lo más profundo de la sociedad. La exquisita ambientación, cargada de detalles y elementos que nos llevan a la textura y colores que tan de moda estaban en los setenta, y a través de esa forma tan contrastada con zooms, fundidos encadenados o esas cámaras lentas, nos colocan de manera sencilla y ejemplar en esa época, en todo aquello que se respiraba y esa violencia oculta y a punto de estallar que ya daba cuenta de sus inexistentes principios morales y de más, en una idea espeluznante en que la sociedad se divide entre unos que ejercen poder sobre otros, cueste lo que cueste y no existan escrúpulos de ninguna clase para llevarla a cabo.

Una composición de altura y sobria del siempre magnífico Darío Grandinetti dando vida a esa abogado que parece una cosa y en realidad es otra, como tantos en aquel momento, como demostrará el trato que ejerce cuando está con aquellos más desfavorecidos y cuando trata con sus amigotes de clase, un ser miserable, si, pero también, un profesional ejemplar, dentro de sus principios, y esposo y padre en su sitio, cariñoso y bondadoso, con esos trajes inmaculados, ese bigotito que le da pulcritud, y esa mirada serena y bien pensante. Frente a él, el detective Sinclair, extraordinariamente interpretado por el chileno Alfredo Castro, con esas gafotas, su gabardina y su peinado inmaculado, con esos aires de policía de Scotland Yard, inteligente, observador e impertérrito, que fue policía, pero ahora se gana la vida buscando a desaparecidos para gente acomodada, que investiga con ojo avizor y astucia brillantes. Y Susana, la mujer del abogado, interpretada por Andrea Frigeiro, la esposa comprometida y buena compañera, que seguirá fiel a su esposa y su hogar, aunque viva en otra situación real muy diferente.

Naishtat ha construido una película valiente, inteligente y necesaria que explora la maldad desde la condición humana más miserable, devolviéndonos tiempos atroces que en muchos instantes parece que siguen ahí, de otra forma y a través de otros hilos invisibles y más enmascarados, desenterrando el pasado que tanto nos interpela en estos tiempos confusos, contradictorios y oscuros,  explorando con acierto y sobriedad todos los aspectos más oscuros de lo humano, aquellos que a primera vista no se ven, y mucho menos se reconocen, aquellos que hay que sumergirse en las profundidades del alma para toparse con ellos, definirlos moralmente, y sobre todo, conocerlos para conocernos más, y así descubrir ciertas actitudes de muchas personas en la actualidad, porque la historia siempre se acomoda a sus tiempos, porque las cosas del pasado siempre vuelven con otras caras y cosas, pero lo más intrínseco vuelve a nosotros, porque el tiempo pasa, pero hay cosas que permanecen en nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Mireia Oriol

Entrevista a Mireia Oriol, actriz de la película “El pacto”. El encuentro tuvo lugar el jueves 26 de julio de 2018 en el hall del Cine Phenomena en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mireia Oriol, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su tiempo, generosidad, paciencia y cariño.

El pacto, de David Victori

EL INFIERNO QUE LLEVAMOS DENTRO.

“Un día descubrirás que la muerte no es morir, sino que muera alguien que amas”.

Miquel Martí i Pol

La melena rojiza oscura que luce Mónica, interpretada por Belén Rueda, se convierte en una muestra significativa en la película, ya que nos encontramos en una película de terror diferente, donde la actriz cambia de registro, alejándose de sus personajes-víctimas de melena rubia que ha protagonizado en algunas películas del género dirigidas por Bayona, Morales o Paulo. Ahora, se convierte en una madre coraje que hará todo lo posible para salvar la vida de su hija Clara. La trama arranca de una manera clásica, siguiendo algunos de los patrones del terror, donde Clara, afectada de diabetes, desaparece durante un día entero. Cuando es localizada, se encuentra en muy mal estado, entre la vida y la muerte, las circunstancias llevan a Mónica hacia un vieja fábrica abandonada donde encuentra un extraño viejo que le ofrece ayuda para salvar a su hija. Mónica accede y será en ese instante donde la película se convertirá en una pesadilla, un brutal descenso a los infiernos donde tanto Mónica, Clara y Álex, ex marido de Mónica y padre de Clara, se verán envueltos en una espiral de violencia y extraños sucesos.

El director David Victori (Manresa, Barcelona, 1982) tiene una trayectoria muy variada: ha sido ayudante de Bigas Luna, ha dirigido unos cuántos cortos, uno de ellos, La culpa, que le permitió ganar un concurso internacional de youtube, llevándolo a dirigir un cortometraje para Ridley Scott y dirigir la serie Pulsaciones, una experiencia muy heterogénea y preparatoria para enfrentarse a su opera prima, un cuento de terror cotidiano, ambientado en nuestros días, en el que una familia se convertirá en el centro del conflicto, en que el pasado y las decisiones que tomamos guiarán los pasos hacia aquello oscuro que anida en nuestro interior. Victori consigue someternos en una historia sencilla, directa, alejada de esa Barcelona conocida, y apoyándose en el extrarradio, en esos espacios industriales envejecidos y oscuros para ambientar su trama, en un gran trabajo del cinematógrafo Elías M. Félix, donde todo gira en torno a una familia, en el que conviven conflictos entre ellos, conflictos que pasarán a un segundo plano, ya que la enfermedad de su hija los alertará y los llevará a mantenerse unidos, o al menos, más cerca.

Victori acude a algunas reglas del género para sostener una trama convincente y bien desarrollada, sin caer en la tentación de liar una trama con situaciones inverosímiles y demás, la película nada en aguas conocidas, se muestra cercana y transparente, contándonos un relato donde aquello oscuro y maligno que ocultamos en nuestro interior, se desatará sin remedio, con el fin de ayudar al ser que más amamos, aunque las consecuencias sean terribles, y el maligno, tarde o temprano, quiera cobrarnos la deuda contraída. Sí, estamos ante una película con diablo de por medio, donde captamos algunas huellas reconocibles como la literatura de Stephen King (con los universos de El resplandor, Misery, La zona muerta, Carrie o el cementerio viviente, con la que tendría más de una parte hermanada) o los ambientes del novelista británico Ramsey Campbell (del que se han adaptado títulos como Los sin nombre o El segundo nombre) con esas localizaciones urbanas y cotidianas de esa Inglaterra de cielo nublado en el que encontraríamos ejemplos en El rapto de Bunny Lake, de Preminger o Frenesí, de Hitchcock.

La dirección de David Victori nos guía por este laberinto de sombras e infiernos cotidianos, donde los personajes se enfrentarán a sus propios miedos e inseguridades, exponiendo sus límites constantemente, asfixiados por los acontecimientos emocionales, dejándose llevar, muy a su pesar, por esos caminos oscuros donde sus vidas están expuestas a los más oscuros designios del maligno. El enérgico y valiente montaje de Guillermo de la Cal (colaborador de Balagueró) ayuda a mantener la tensión e incertidumbre, creando situaciones verdaderamente terribles, donde todo pende de un hilo, aunque la película abusa en ocasiones de una música demasiado estridente que rasga en demasiado algunos momentos de la cinta, sin devaluar el contenido de la película, que acaba sumergiéndonos en una trama sencilla y bien estructurada, donde nos hablan de los límites de la maternidad, de que somos capaces para salvar a los nuestros, aunque sea introducirse por caminos muy oscuros y malvados.

El buen trabajo de una magnífica Belén Rueda, convertida en una de las actrices más capacitadas para el drama y el primer plano, convirtiendo a su Mónica en un personaje de carácter, capaz de enfrentarse a quién sea por amor a su hija, bien acompañada por la sobriedad de Darío Grandinetti, como el ex marido y padre, policía de oficio, con su conflicto a cuestas, y la revelación de Mireia Oriol, que debuta con esta película, interpretando a esa hija enferma, mezclando esa fragilidad física con esa mirada inquieta y perturbadora, y finalmente, la presencia de algunos secundarios de altura como Josean Bengoetxea o antonio Durán “Morris”, convincentes y resolutivos. Victori sale airoso con su primer largo, tanto en su forma como en el fondo, si exceptuamos algunos tics propios de los primeros trabajos del género, elementos que dejarán paso al talento para la atmósfera, los personajes y las situaciones de un cineasta a tener muy en cuenta en el panorama del terror de aquí, que tan buenas sensaciones deja cada temporada.

El lado oscuro del corazón, de Eliseo Subiela

LA MUJER QUE SABÍA VOLAR.

“Me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo, un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportar una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias, pero eso sí, y en esto soy irreductible, no les permito, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo.”

Oliveiro vive en Buenos Aires y dice ser poeta, aunque apenas ha publicado un libro que nadie compra, y no escribe versos, sobrevive haciendo trabajos esporádicos en publicidad, cosa que odia, y también, gana unos cuántos pesos recitando poemas a los transeúntes. En medio de esa existencia bohemia (que recuerda al Marcel Marx de Kaurismaki) que pasa del abatimiento más oscuro al optimismo más arrebatado, anda tras esa mujer que sepa volar, aunque aparte de amantes efímeras y algún que otro escarceo, digamos amoroso, no logra tropezarse con esa mujer que tanto ansía. Oliveiro, mientras, se relaciona con un artista plástico obsesionado con el sexo y la muerte, y un americano enamorado del sentir argentino. Y por si fuera poco, recibe la visita de “La muerte”, que es una mujer, faltaría más, que le insta a dejar esa vida vacía, inmadura e infantil, y hacerse un hombre de provecho, cosa que Oliveiro odia y huye como de la peste. Pero, todo cambiará, cuando por razones laborales Oliveiro acaba en Montevideo, y una noche se deja caer por un cabaret donde conoce a María, una bella prostituta independiente que provocará en el poeta quizás ese deseo que anda buscando.

El quinto título en la carrera de Eliseo Subiela (1944 – 2006) insigne realizador bonaerense, creador de un particular universo que nace desde lo más profundo del alma, convirtiéndose en uno de los cineastas argentinos más deslumbrantes desde sus inicios a finales de los 60, aunque no volvería a realizar un largo hasta el 81, pero fue en 1986 con Hombre mirando al sudeste, cuando su carrera despegó y tuvo la continuidad deseada. Subiela habla de los grandes temas de la existencia humana, la vida y la muerte, y todo aquello que preocupa al homo sapiens, pero lo hace desde lo poético, construyendo relatos actuales, donde sus personajes deambulan por los lugares más oscuros y precarios de la ciudad, debatiéndose entre unas existencias aburridas y vacías, pero Subiela, no construye tramas sociales, sino que va más allá, dotando a sus historias de carácter, en el que mezcla géneros antagónicos, como el surrealismo, la fantasía, envolviéndolo todo en espacios cotidianos, sucios, absurdos y decadentes. Los personajes de Subiela suelen ser poetas frustrados, hombres perdidos y solitarios, mujeres solas sin lugar donde cobijarse, y tipos y fulanas, vapuleados por la vida, que andan en busca de esa oportunidad que quizás jamás llegué. Su repentina muerte en el 2006, que lo sorprendió en plena producción de una película y una obra de teatro, segó una de las carreras cinematográficas más interesantes y personales que ha dado el cine latinoamericano de las últimas décadas.

La recuperación de El lado oscuro del corazón (que tuvo casi una década después, una secuela filmada en Barcelona donde Oliveiro seguía las huellas de Ana) quizás su película más emblemática, que lo convirtió en uno de los directores más internacionales, es una obra contundente, intensa, liberadora y audaz. Filmada en 1992, nos conduce por la vida de Oliveiro, el poeta en busca de la ilusión, el que quiere ser todas las vidas soñadas y ninguna, aquel que no quiere crecer (como le ocurría a Peter Pan) aquel que mira a las mujeres, únicos motores en su vida, en esa búsqueda imposible, nostálgica, de aquellos amores que no tuvo y aquellas mujeres que nunca conoció. Un hombre de otro tiempo, quizá de otro planeta, que todavía cree en el alma, en la poesía, como herramienta crucial para entender las preocupaciones y temores del alma. Un poeta que recita a Mario Benedetti (1920 – 2009) que se reserva un breve papel como marino en el cabaret que recita en alemán, también a Juan Gelmán (1930 – 2014) y Oliveiro Girondo (1891 – 1967) poesía para entender un mundo que Oliveiro se resiste a pertenecer, como aquellas pistoleros que huían de lo establecido, un mundo demasiado insustancial o superficial donde el poeta se mueve casi por inercia, escapando de todo aquello que no logra entender, como esas mujeres que no saben volar, tantas mujeres que se recuestan con él para hacer el amor, o desearse unos instantes, porque a Oliveiro solo lo veremos copular con Ana, esa bella sirena anclada en ese cabaret de puerto, como las heroínas invisibles, a las que nadie hacía caso de las películas de Carné con Gabin en los años 30.

Subiela conduce con maestría una película que a veces rezuma lirismo, otras ensoñación, como llevándonos hacía un lugar de pura fantasía, donde hay momentos para el humor más cínico, o el surrealismo más salvaje con esa vaca pastando que es su madre que le reprocha su vida triste, o las diferentes personalidades que se le aparecen a Oliveiro y le molestan con sus lloriqueos y pataletas, o esa muerte, una mujer y completamente de negro, que parece la madrastra buena que viene a reconducir la vida opaca de Oliveiro sin éxito, porque como bien le insta el propio poeta que idea tiene de la vida. Una película generosa y llena de detalles, desde la envolvente música, esencial en la trama, para transportarnos a ese mundo personal de Subiela, donde escuchamos temas clásicos de Mozart, Straus o Vivaldi, acompañados de boleros como “Algo contigo” o “Verdad amarga”, dentro de la score mágica y sutil de Osvaldo Montes, creando esa melodía vital, melancólica, triste y nostálgica que ayuda a los pasos del poeta por tugurios de asado en la capital, o por cabarets de Montevideo donde encontrar algo de vida o razones para vivir y creer en los sueños, o en los poetas, o cuartuchos de idas y venidas, de amantes sinceros o mentirosos, de amantes sin alma, y otros amantes que no saben donde perder una vida que ni si quiera les pertenece o al menos eso creen.

La sublime interpretación de Darío Grandinetti como el poeta herido, ayuda a este viaje al alma, al interior de cada uno de nosotros, a los que Subiela nos invita con los ojos cerrados, aquellos que sólo son capaces de ver (como nos recordaba Saint-Exupéry) los sueños del alma, aquellos que son capaces de amar a lo prohibido, a una prostituta herida, sin vida como Ana, maravillosamente encarnada por Sandra Ballesteros, con esa sensualidad y temor ante tantas vidas prometidas tiradas al río, y finalmente, “La muerte”, esa mujer de negro que viene a trastocar la conciencia del poeta, con esas conversaciones filosóficas sobre nosotros, elegantemente interpretada por la cantante y actriz Nacha Guevara. Subiela nos hace viajar, soñar, sentir, enamorarnos, en un amor fou, amores imposibles, pero que nos llenan de vida y nos arrebatan el alma, conocer unas vidas que deambulan sin destino, sin vida, con maletas hechas de improviso, que solo sirven para llevar cuatro cosas que sirven para poco o nada, en un viaje sin fin, entre mares, barcos que van y vienen, y amores que matan, aunque no queramos admitirlos, porque los que más nos hacen latir el corazón, quizás sean aquellos que logran penetrar en lo más profundo de nuestra alma.


<p><a href=”https://vimeo.com/231906196″>EL LADO OSCURO DEL CORAZ&Oacute;N – TRAILER</a> from <a href=”https://vimeo.com/filmburo”>Film Bur&oacute;</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>


<p><a href=”https://vimeo.com/232066122″>EL LADO OSCURO DEL CORAZ&Oacute;N – TRAILER 2</a> from <a href=”https://vimeo.com/filmburo”>Film Bur&oacute;</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>