Blue Jean, de Georgia Oakley

ENTRE DOS AGUAS. 

“Nada más intenso que el terror de perder la identidad”.

Alejandra Pizarnik 

Hay secuencias que, por sí mismas, explican cada detalle y cada gesto de lo que siente el personaje en cuestión, sin necesidad de subrayados en los diálogos y la explicación reiterativa. En Blue Jean, la ópera prima de Georgia Oakley (Oxfordshire, Reino Unido, 1988), existe esa secuencia, y no es otra que esos momentos, creo que son un par en la película, en el que vemos a Jean, la protagonista, tiñéndose el cabello y luego, sentada en el sofá, en el silencio de la noche, ensimismada en sus pensamientos. Filmar no sólo su intimidad, sino también la soledad que la rodea, y su interior, debatido en lo que es y siente, y la presión social que estigmatiza su condición LGTBQ+. Una secuencia que sin emplear la palabra, explica el complejo estado de ánimo de una profesora de educación física en el norte de Inglaterra conservadora de Thatcher de 1988, y su maldita ley, la conocida Sección 28 que impedía que los maestros y los que trabajan para las autoridades locales reconocieran la existencia de la homosexualidad. Toda una barbaridad que Jean no lleva nada bien, porque debe guardar las formas y esconder su lesbianismo, y llevar una doble vida con su novia Viv y las demás lesbianas que tienen una cooperativa para ayudarse y defender sus derechos que, en contraposición, viven su condición de forma libre y sin ataduras. Aunque, esa aparente y difícil realidad se romperá con la llegada de Siobhan, una alumna lesbiana que sacará a relucir demasiadas cosas que afectarán a Jean. 

La directora británica construye una película potente y muy compleja, alejándose del esquematismo y el mensaje, y filmando una película muy íntima y sensible, donde hay verdad, miedo, y estigmatización a una forma de ser y sentir que es perseguida y machacada. El aspecto 1,66:1 y la película de 16mm ayuda a crear esa atmósfera que traspasa la pantalla, muy cercana, y donde podemos tocar a los personajes y sentir su piel y emociones, la misma textura que encontrábamos en los primeros cines de Loach, Frears y Leigh, entre otros. Un cine que habla de la sociedad, de sus individuos y sobre todo, de sus problemas y sus inquietudes. La cinematografía de Victor Seguin, del que habíamos visto su trabajo en películas muy interesantes como Gagarine y A tiempo completo, entre otras, ayuda a creer en todo lo que se cuenta, y también, a implicarnos en el conflicto que sufre la protagonista, al igual que el conciso y revelador montaje de Izabella Curry, que consigue aglutinar con acierto todos los detalles, tanto físicos como emocionales, en unos intensos y conmovedores noventa y siete minutos de metraje. 

La película genera debate y controversia ante la actitud de la protagonista, una mujer que se debate entre su pasión por la docencia y la educación física, y la estigmatización de una sociedad muy conservadora, clasista y ensimismada en unos valores arcaicos y excluyentes para diferentes formas de vivir y de amar. Los espectadores somos Jean, la acompañamos en este particular vía crucis tanto vital como identitario en el que está diariamente, sin poder expresarse libremente y sobre todo, ocultando quién es y qué hace fuera del instituto. Oakley introduce varios frentes y todos muy convenientes, desde la relación con esa hermana, casada y madre, y ese cuñado, con esas vidas tan convencionales y en las antípodas de Jean, y qué decir, del hallazgo de guion, escrito por la propia directora, en el que existe el conflicto entre las dos alumnas: Lois que acosa a Siobhan por ser lesbiana y la guerra que se genera entre ellas, en la que Jean, como su profesora, deberá intervenir y ser partícipe de un conflicto en el que ella tiene mucho que ver porque lo sufre cada día. 

Una película que consigue con pocos elementos sumergirnos en la atmósfera de esa Inglaterra de los ochenta tan llena de contrastes, en el que vemos a unas lesbianas bailando música techno y sintiéndose libres en sus espacios y en contra, tenemos a un gobiernos aplicando leyes homófobas y racistas, que sufren mujeres como Jean, que deben ocultarse frente a la rectitud y el conservadurismo de sus compañeros y la dirección del instituto donde trabajo. Un relato conciso, de pocas palabras y llena de piel y sentimientos que se sienten y no hay palabras para expresarlos y que nos muestra la intimidad y la cotidianidad de alguien que sufre y se siente atrapada sin saber cómo hacer ante las imposiciones injustas de la vida, debía tener un reparto igual de potente y lleno de detalles, donde una mirada y un gesto dice mucho más que un diálogo. Tenemos a dos jóvenes actrices como Lucy Halliday y Lydia Page como Lois y Siobhan, respectivamente, que dan vida de forma muy convincente a las dos estudiantes en litigio, tanto en la cancha por ser la líder que no quiere perder su estatus, y en su sexualidad, porque Lois hará lo impensable para desterrar a su rival. 

Mención aparte tienen las dos actrices adultas principales, donde destacan por sus grandes composiciones a Kerrie Hayes, que hemos visto en series como The Mill, The Living and the Dead, entre otras, se mete en la piel de una sorprendente Viv, una mujer que vive su lesbianismo sin complejos, sin importarle nada y sobre todo, sin ocultarse, frente a ella, Rosy McEwen, que ha triunfado con la serie El alienista, junto a Daniel Brühl, tiene en el personaje de Jean su gran oportunidad de protagonizar un drama íntimo tan importante, y no defrauda en absoluto, sino todo lo contrario, porque su composición es sublime, lleno de detalles, y cómo mira, unas miradas en las que sentimos todo el desbarajuste emocional en el que transita un personaje que se siente en tierra de nadie, a la deriva, luchando con todas sus fuerzas en silencio, y sobre todo, afectada por un miedo aterrador, ocultándose por la estigmatización de su condición de lesbiana. Nos quedamos con el nombre de la cineasta Georgia Oakley a la que seguiremos su esperemos carrera cinematográfica, ya sea en el cine o la televisión, porque si en su primera película ha sido capaz de hacernos reflexionar y emocionarnos de esta forma, deseamos que en sus próximos trabajos conforme una línea tan brillante y potente como esta, porque hacen falta muchas historias que se detengan y expliquen de dónde venimos y analicemos las innumerables barbaridades que han impuesto tantos gobiernos llamados democráticos contra la libertad del individuo y sus diferentes formas de sentir y amar. En fin, la lucha continúa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Moneyboys, de C. B. Yi

JÓVENES Y AMANTES.

“Todos los hombres son iguales en al menos un aspecto: su deseo de ser diferentes”

William Randolph Hearst

La película se abre de forma concisa y muy transparente, dejando claro desde su primer fotograma por donde irán los tiros. Liang Fei, un joven que lleva un tiempo en la gran ciudad, que podría ser cualquiera de Taiwán, se gana la vida ofreciendo su cuerpo a señores ávidos de compañía y sexo. Todo cambia, cuando conoce al experimentado y celoso JC Lin, con el que vive un tórrido romance, pero las cosas no van como se esperan. La opera prima de C. B. Yi, un cineasta chino-austriaco, que se graduó en la prestigiosa Vienna Film Academy bajo el auspicio de nombres tan ilustres como los de Michael Haneke y Christian Berger, es una obra a contracorriente, y mucho más si vemos el país que describe, porque China para nosotros es un país gigantesco de donde vienen la mayoría de productos que consumimos, o como explica la película, es un mosaico de grandes complejidades, donde podemos encontrar a personas como nosotros, con otras particularidades, pero no muy alejadas de nuestras realidades más cotidianas.

El cineasta asiático-europeo construye en Moneboys una película que va más allá de la relación gay de sus dos protagonistas, que ya es todo una modernidad en un país que persigue a las personajes del colectivo LGTB, porque también profundiza sobre los problemas económicos que se enfrentan muchos jóvenes en el mundo occidental, en la deriva de continuar en su pueblo en condiciones miserables o por el contrario, emigrar a la ciudad y realizar trabajos incómodos, como los de prostitución, pero en el que se gana muchísimo más. Hay otros temas como los de la identidad, las relaciones sentimentales volubles, liberales o convencionales, el recuerdo de los ausentes, la familia que agradece el dinero pero rechaza la condición gay del protagonista, y la necesidad de dejar el pasado para construir un presente diferente, y el más importante que rodea y agita al trío protagonista, el deseo y el amor que los lleva en volandas por esta película que describe esa China más moderna y ultraliberal frente a esa otra, más rural y anclada en costumbres ancestrales.

La película del cineasta chino-austriaco revela una forma muy característica del cine asiático, una composición visual muy trabajada y detalla, en la que predomina la estilización de los colores neones, con esos restaurantes donde se reúnen amigos para comer, y esos espacios sofisticados e íntimos, donde la luz juega a ensombrecer unas vidas demasiado agitadas que constantemente se mueven entre dos universos, en un gran trabajo del cinematógrafo Jean-Louis Vialard, que conocemos por sus trabajos en Tropical Malady, de Apichatpong Weerasethakul y con Christophe Honoré, entre otros, y el espectacular ejercicio de montaje de Dieter Pichler, del que hemos visto El gran museo, de Johannes Holzhausen, y con la directora Ruth Beckermann, que dota de ritmo y agilidad sus dos horas de metraje. Como ocurre en el grueso de la cinematografía asiática, en Moneyboys nos tropezamos con grandes trabajos del trío protagonista del filme, con Kai Ko a la cabeza, el hilo conductor del relato, un actor muy expresivo, cercano y atractivo, que vivirá una historia de amor que lo marcará y donde el pasado le pesa demasiado. A su lado, Yufan Bai, el chico del pueblo que llegará a la ciudad con la idea de ser un Liang Fei más, emulando al personajes que interprete Kai Ko, y el vértice de este triángulo singular y lleno de sombras, JC Lin en la piel de Han Xiaolai, un tipo que parece tenerlo todo bajo control, pero con la llegada de Liang Fei todo cambia. Y finalmente, la presencia de la actriz Chloe Maayan, que interpreta varios roles, y que recordamos de su participación en la magnífica El lago del ganso salvaje, de Diao Yian.

Moneyboys tiene el aroma de las buenas películas de temática homosexual, que no solo se centran en hablar de la diferencia de forma abierta y natural, sino que abordan otros temas humanos e íntimos, como ocurría en La ley del más fuerte, de Fassbinder, El hombre herido, de Chéreau y La ley del deseo, de Almodóvar, entre otros. Un cine que huye de estereotipos y prejuicios y plantea películas con homosexuales para todos los públicos mayores de edad. C. B. Yi ha construido una película que habla de su país de origen desde una perspectiva diferente e inusual, sumergiéndonos en esas formas de vida clandestinas y alejadas de la oficialidad, en un país en continuo desarrollo económico a costa de una población esclava e invisible, y lo hace a través de una historia de amor que vertebra toda su película, una historia que abarca un tiempo largo, un tiempo en el que las cosas evolucionan y van cambiando, o quizás, simplemente hacemos muchas cosas, porque hay cosas, como los sentimientos, que se resisten a los cambios, o tal vez, lo que sentimos profundamente no cambia nunca y sigue dentro de nosotros, y en cada cosa que hagamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Camila saldrá esta noche, de Inés Barrionuevo

LA JOVEN REBELDE.

“Yo vine a este mundo para ser libre y no esclava. Vine para vivir, no para figurar como una mera existencia. Vivo para ser persona y no objeto. Con mis pies aparto toda etiqueta con la cual se pretende controlarme. Me tomo la atribución de cuestionar las verdades asumidas y de hacer profano lo que por siglos se ha tenido pro sagrado”

Alejandra Pizarnik

Las tres películas que había estrenado la cineasta Inés Barrionuevo (Córdoba, Argentina, 1980), profundizan sobre la adolescencia y el entorno familiar. Tanto en Atlántida (2014), como en Julia y el zorro (2018), un pueblo en los ochenta, y una casa aislada de la sierra, ambas situadas en la provincia de Córdoba. En Las motitos, ambientada en un barrio, al igual que Camila saldrá esta noche, en el que la adolescente-protagonista, a la separación de sus padres, se traslada a la ciudad de Buenos Aires, junto a su madre y hermana pequeña. Deja el instituto público y las luchas reivindicativas para sumergirse en un mundo completamente diferente. Vive en la casa de la abuela, que está moribunda en el hospital, y acude a un instituto religioso de uniforme, donde pronto entablará amistad con otros compañeros, y se introducirá en ese universo de pura apariencia, donde siempre hay espacio para ser libres y rebeldes.

La directora argentina coloca a su maravillosa e inolvidable protagonista en el centro de todo, porque veremos ese entorno hostil y ajeno siempre desde su mirada. Una mirada inquieta, rebelde y libre, una joven que lucha por un aborto libre y público, por su libertad sexual, contra el acoso machista y escolar, y demás, como comprobaremos a lo largo del metraje, y sobre todo, por ser libre y romper tantas ataduras que impiden ser y sentirse libre. La película coescrita por Andrés Aloi y la propia directora, es de aquí y ahora, tratando temas candentes de la actual sociedad argentina, pero no solo se queda ahí, va mucho más allá, y es donde radica toda su fuerza e inteligencia, porque también puede verse como una reflexión profunda y nada condescendiente del paso de la adolescencia a la edad adulta, situándonos en un año escolar, o casi, donde Camila y sus compañeros están cursando el último año de secundaria, en un tiempo de tránsito, de descubrimientos, de experiencias, de construir una identidad, o simplemente, descubrir y descubrirse, de forma libre y real, alejándose de tantos convencionalismo y etiquetas.

El ejemplar trabajo de cinematografía de Constanza Sandoval, construyendo una película donde hay momentos de agobio y muy asfixiante, con otros donde la joven y sus amigos salen de noche, bailan, beben y se drogan, dando rienda suelta a una libertad de la que carecen en su vida diaria, con esos planos cerrados, donde siempre vemos una parte de un todo, en el que es tan importante todo lo que vemos como lo de fuera, que nos llega en off. El magnífico montaje de Sebastián Schajer, también contribuye a esa atmosfera opresiva que se mueve entre dos mundos antagónicos, en que el exterior es ahogante y el interior es pura libertad y sobre todo, rebeldía, porque la película aboga por una rebeldía de inconformismo que mire los conflictos de frente, rompiendo muros que solo han servido para anular vidas y convertir a las personas en meros consumidores y autómatas. Camila representa todo lo contrario, una juventud que ha venido a cambiar las cosas, a vivir de forma libre y a enterrar tanta injusticia, insolidaridad e impunidad contra las mujeres libres.

Una película que sustenta mucho de su relato en la interpretación de los personajes, en todo aquello que dicen, pero también, callan, tiene un equilibrado y estupendo reparto en el que sobresale una maravillosa y sorprendente Nina Dziembrowski, en su primer papel protagonista, después de debutar con la película Emilia (2020), de César Sodero, se mete en el cuerpo y el alma de una Camila, que suavemente va introduciéndose en esa atmósfera del instituto, de primeras reacia, y luego, de forma total y experimentando con todo y todos, donde se relacionará con Pablo, homosexual y atrevido, interpretado por Federico Sack, y como no, con Clara, una maravillosa Maite Valero, siendo esa aventura, ese misterio, esa joven que esconde algo. Adriana Ferrer es una madre que le cuesta relacionarse con Camila, Carolina Rojas es la hermana pequeña que sigue los pasos firmes de Camila, y finalmente, la presencia de Guillermo Pfening, que ya estaba en Atlántida, y nos encantó en Nadie nos mira, de Julia Solomonoff.

Camila saldrá esta noche sigue el camino de situar la trama en el período complejo y confuso de la adolescencia, sobre todo, en mirar, profundizar y reflexionar sobre un tema convulso y difícil de forma magnífica y diferente a la mayoría de producciones, como han hecho otros cineastas de Argentina como Lucrecia Martel en La niña santa (2004), Lucía Puenzo en XXY (2007), Santiago Mitre, Clarisa Navas Celina murga, Milagros Mumenthaler, Martín Shanly en Juana a los 12 (2014), Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, y Mateo Bendeski en Los miembros de la familia (2019), entre otras. El significativo título de Camila saldrá esta noche también advierte el espíritu de una película que se aleja de formas y texturas cómodas, para componer un formato muy característico, que enfrenta a muchas incomodidades al espectador y lo lleva hacia otros lugares, espacios de reflexión, de mirar y comprender, o quizás, de cambiar ciertos aspectos firmes de sus ideas que, en realidad, forman parte de los múltiples miedos y  prejuicios impuestos por una sociedad que nos quiere sometidos y anulados, y no como reivindica la película, seres libres, rebeldes y valientes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El despertar de Nora, de Leonie Krippendorff

DE ORUGA A MARIPOSA.

“Siempre fui consciente de que la edad adulta no contaba: a partir de la pubertad, la existencia sólo es un epílogo”.

Amélie Nothom en “El sabotaje amoroso”

El registro de la grabación con una cámara de móvil nos da la bienvenida a la película, la misma que también nos despedirá. La cámara está grabando a dos chicas jóvenes de unos dieciséis años mientras pintan una polla en la cara a un tipo durmiendo en la calle. Estamos en Berlín, en el verano del 2018, que está siendo el más caluroso de muchos años. Las chicas que corren cuando el incauto se despierta son Jule y Aylin, aunque la historia la vamos a conocer desde la mirada y la inquietud de Nora, dos años más pequeña que su hermana Jule. La directora Leonie Krippendorff (Berlín, Alemania, 1985), ya debutó en el largometraje con Looping (2016), en la que retrataba a tres mujeres de edades distintas que confluían en la habitación de un psiquiátrico, y ahora vuelve con un trabajo que se detiene en la llegada de la pubertad para la citada Nora, esa fase de la existencia donde todo son cambios y nos sentimos perdidos y llenos de inquietudes con nosotros mismos y todo lo que nos sucede.

En su segundo trabajo para la gran pantalla, que tiene el título original de “Kokon”, traducido como “tamaño”, vuelve a centrarse en un universo femenino, situándose en Nora, una niña que en el verano citado, se convertirá en una mujer, donde comenzará a descubrir su identidad, y todas esas cosas que le encanta a hacer y todavía no sabe ni que le gustan. La aparición de una nueva alumna en el instituto, la tal Romy, una chica desinhibida, diferente a su hermana y su amiga, más centradas en la imagen y el cuerpo, despertará en Nora una atracción inmediata. La excelente cinematografía de Martin Neumeyer, con el formato 4:3 que evidencia ese mundo digital y asfixiante en el que viven los personajes, con esa cámara que convertida en una segunda piel de las protagonistas, las sigue a través de una inmediatez e impulsividad constantes, en un relato muy físico y muy cercano, donde el formidable trabajo de edición de Emma Graef, también ayuda a conseguir esa agitación en la que viven las protagonistas, y condensando con astucia los noventa y dos minutos de metraje, penetrando no solo en sus pequeñas cotidianidades, sino también en el interior de sus almas, donde la mirada de Nora escruta y reflexiona con todas esas cosas que están pasando en ella y en su alrededor, sintiéndose una náufraga en muchos momentos.

 La película funciona también puede verse como una radiografía actual de la juventud berlinesa, y por ende, de cualquier ciudad occidental del mundo, con una aplastante multiculturalidad, donde coexisten jóvenes de diferentes países, culturas y orígenes muy diversos, de familias desestructuradas, padres y madres ausentes, y totalmente abducidos por el universo digital donde todo pasa por ahí. Nora se mueve en dos mundos, el de su hermana y la amiga de esta, y los amigos, que se encuentran en esa adolescencia donde conviven las drogas, el amor y algo más. Y luego, el mundo de Romy, que está en un local cultural con gente mucho más mayor, y vive casi a solas porque su madre trabaja muy a menudo. Nora sometida a los cambios de su edad, tanto físicos como emocionales, va descubriendo el mundo más adulto de Romy, y también, se va descubriendo a sí misma, a su cuerpo, su primera regla, sus masturbaciones, y el amor, al igual que el deseo, el romántico, pero también, el desamor. La cineasta alemana ha construido una película de aquí y ahora, sin moralina ni sentimentalismo, hermosa, auténtica y libre, con ese espectacular momento con las performance tanto de Nora como de Romy, mientras escuchamos el “Space Oddity”, de Bowie con las imágenes de explosiones en el cuerpo de la joven, un momento que recuerda a otro muy cercano como el de Licorice Pizza, con otro tema relacionado como “Life on Mars?” del duque blanco. El despertar de Nora no está muy lejos de los trabajos de Primeras soledades (2018), de Claire Simon, Quién lo impide (2021), de Jonás Trueba y FREIZEIT oder: das Gegenteil von Nichtstun (2021), de Caroline Pitzen, películas que no solo juegan con la ficción y el documento para poner el foco en la juventud, y en todo lo que les envuelve.

 Krippendorff tiene en sus jóvenes actrices la fuerza y la frescura que necesitan sus imágenes y todos los conflictos que plantean. Tenemos a Lena Klenke como Jule y Elina Vildanova como Aylin, y sobre todo, a Jella Hanse como Romy, que ya era una de las protagonista de Looping, junto a la fantástica e hipnótica Lena Urzendowsky en la piel, el cuerpo y la mirada de Nora, auténtico descubrimiento de la directora, porque no solo consigue fascinarnos con sus miedos, dudas y torpezas, sino que nos sentimos identificamos con una niña-adolescente-mujer que en ningún caso quiere ser como las demás, obsesionadas con sus cuerpos, su alimentación, la ropa y los chicos, sino que Nora quiere y siente algo diferente, algo que rompe con lo establecido, algo que la situará en el camino de conocer y conocerse, descubrir y descubriendo a los demás, y de paso, hacer todas esas cosas que jamás hubiera pensado que podía hacer, o ni siquiera, sabía que las haría y conociendo a Romy, una chica tan diferente y tan cercana a ella, porque como decía el poeta solo se es joven una vez, y cuando nos damos cuenta de verdad, ya ha pasado y solo nos queda recordar como éramos y cómo hemos cambiado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Marc Ferrer y La Prohibida

Entrevista a Marc Ferrer y La Prohibida, director y actriz de la película “¡Corten!”, en el marco del D’A Film Festival, en el Hotel Regina en Barcelona, el viernes 7 de mayo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Marc Ferrer y La Prohibida, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Anna Prats y Gerard Cassadó de Filmin, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

¡Corten!, de Marc Ferrer

EL AMOR ES MÁS FRÍO QUE LA MUERTE.

“Todos nos utilizamos mutuamente. El amor es más frío que la muerte”.

El universo de Marc Ferrer (Sabadell, Barcelona, 1984), vive por y para el cine. Sus películas están llenas de referencias cinéfilas, desde las más profundas a las más populares, todo tiene cabida en el mundo de Ferrer, eso sí, posee una sensibilidad especial a todo aquello subgénero y oculto, a todos esos artistas en la sombra, a todo ese otro mundo, que muchas veces queda oculto. Su cine tiene infinitas ramas: el musical, con esas grandes actuaciones a ritmo de pop, sinvergonzonería y mucha pluma, esa comedia petarda y romántica, muy alocada y llena de humor irreverente, simpático y naif, esos toques de thriller, un noir de andar por casa, pero muy sugerente y con su atmósfera particular, y la gran visibilización que hace del mundo no normativo en todos sus aspectos, por donde pululan amores de todo tipo y formas, tanto gay como hetero, y demás, y finalmente, el cine, porque siempre son películas sobre el cine, tanto dentro como fuera, y donde sus personajes son amigos de Marc interpretando a otras personas muy parecidas a su propia realidad. Metrajes breves, apenas rondan la hora de duración. Un gazpacho muy de aquí, especialmente imaginativo, sorprendente y lleno de vitalidad y fiesta, y que se ríe constantemente de sí mismo, sin excepción. Un cine que te atrapa al instante o lo odias para siempre.

Desde el año 2016, Ferrer, licenciado en Comunicación Audiovisual por la UPF, no ha parado y ha despachado cada año su película de turno, ya sea largo o corto. Su opera prima Nos parecía importante (2016), a las que la han seguido La maldita primavera (2017), Puta y amada (2018), Mi odio en tu corazón (2019), Corazón rojo (2020), y ¡Corten!, que el propio Ferrer describe como un “giallo marica”, en la que su cine ha dado un gran paso, introduciendo por primera vez el género de terror, aumenta la duración de la película llegando a los 78 minutos, y pasa del digital al cine, rodando en 16 mm, que firma el cinematógrafo Nilo Zimmerman (que además de actor, ha firmado las películas de Tiger, de Aina Clotet, o Boi, de Jorge M. Fontana), consiguiendo esa textura ochentera que tanto demanda la película de Ferrer, con esa cercanía y esos primeros planos de los intérpretes, la indispensable música de Adrià Arbona, líder de los Papa Topo, que protagonizaban La maldita primavera, y autor de todas las bandas sonoras del cine de Ferrer, una score que va de los ritmos divertidos y desenfadados, a aquellos otros propios del cine giallo, con su suspense y sus lugares tenebrosos desde la cotidianidad. El arte de Erik Rodríguez Fernández, otro cómplice de Ferrer, que vuelve a hacer casi con los mínimos elementos lo máximo, llenando de colorido cada plano y encuadre de la película.

El director sabadellense no oculta sus referentes, sino todo lo contrario, los hace muy evidentes, y los muestra sin ningún tipo de pudor, como las películas de Corman, los universos de Fassbinder, y sus personajes melancólicos, tristes y perdidos, el cine giallo de Argento, en el que se menciona varias veces, incluso aparece un libro dedicado a su obra, el universo cutre de Waters y Divine, con ese aroma del cine trash, basura, y el desenfado de hacer lo que quieras con los medios escasos que tengas, el cine de Zulueta y todo lo cinéfilo que le rodea, como el vampirismo, los primeros Almodóvar y su mundo y submundo, con maricas, travestis y demás seres que pululan llenos de amor, desengaños y desilusión, con ese toque sucio, transgresor y lleno de incorrección y mucha risa y diversión. En ¡Corten!, Ferrer, que interpreta a un director de cine que hace películas de bajísimo presupuesto que no tienen nada de éxito, ha contado con un reparto nuevamente lleno de amigos como Marga Sardà, que interpreta a una deslumbrante secretaria de “Producciones Inmundas”, borde como ella sola, llena de tensión, agitadísima y sobre todo, un pedazo de descubrimiento para el cine de Ferrer, como antes lo habían sido Júlia Betrian y Zaida Carmona.

Acompañan a Sardà, los Gregorio Sanz, María Sola, Saya Solana, Paco Serrano y Álvaro Lucas, entre otros, más a La Prohibida, con la que ya había hecho videoclips, y Samantha Hudson, que se marca una de las grandes actuaciones de la película cuando interpreta el tema “Por España”. Marc Ferrer hace un cine popular, filmado con escaso presupuesto, de que más lejos de suponer un problema, él lo lleva su espacio y además de reírse de todas esas penurias económicas, saca el máximo rendimiento tanto artística como técnicamente, haciendo de sus carencias sus mejores virtudes, en el que la realidad y la ficción, o lo que es lo mismo, la vidas de Marc y sus amigos, no es más que un pretexto para mirarlas a través del cine, donde el reflejo es constante, donde cada espejo encadena las diferentes historias que pululan por sus películas, donde lo coral es una gran baza, donde cada encuadre está lleno de vida y misterio, en el que todo ocurre con una grandísima naturalidad y cercanía, sin sentimentalismos ni aspavientos, y sus defectos y errores están totalmente adaptados a la historia, y lo que pudiera parecer un obstáculo, la película lo acoge y lo adapta sin problemas, y aun más, les da una mirada diferente y muy honesta.

La omnipresente Barcelona, la ciudad-lugar de sus películas, convertida por la cámara de Marc Ferrer en un gran plató, donde visitamos esos pisos pequeños peor con glamur, esos bares de maricas, donde nacen y mueren amores y nos divertimos con esas actuaciones desenfadas de travestis y artistas de lo oculto, y las oficinas de la productora, que lugar y que cutrez, como alude uno de los personajes. Una ciudad que se la quiere y se la odia a partes iguales, porque como evidencia la frase que abre y cerrará la película, es una ciudad que atrae y repele, donde parece tranquila y también, está llena de peligros. Ojala podamos seguir viendo películas de Marc Ferrer, no solo por seguir desmenuzando esos mundos, submundos, y todo lo underground, cutre y bajo coste de su cine, como dice una de las actrices de su película: “Yo por el cine underground español hago lo que sea”, toda una sencilla y directa declaración de intenciones, porque eso sí tiene el cine de Ferrer, honestidad y diversión, y además, una equilibrada y profunda reflexión sobre las relaciones humanas y amores de ahora, con su locura, su naturaleza efímera, y sobre todo, sus caminos laberínticos, que sabes por dónde empiezan y nunca como acaban. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a David Moragas

Entrevista a David Moragas, director de la película “A Stormy Night”, en su domicilio en Barcelona, el lunes 1 de marzo de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Moragas, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Gerard Cassadó de Filmin, por su amabilidad, paciencia y cariño.