NOSOTROS ÍBAMOS A ENVEJECER JUNTOS.
“En casa todo parecía tan perfecto, pero ahora que estamos lejos, solos, me he dado cuenta por primera vez que somos como extraños”.
Katherine Joyce en “Viaggio in Italia” (1954), de Roberto Rossellini
Los primero que vemos de Nosotros, de Helena Taberna, son los últimos planos de la emblemática película Viaggio in Italia (1954), de Roberto Rossellini, que está viendo en un cine Ángela, la mujer de la película. El espejo-reflejo que se produce capta el instante emocional que experimenta el personaje en cuestión, como aquel otro de la Karina cuando veía la de Dreyer en Vivre sa vie (1962), de Godard. El cine dentro del cine o dicho de otra forma, la vida y el cine relacionados y mirándose el uno al otro sin saber quién estudia a quién. El octavo trabajo de la navarresa gira en torno al final del amor, pero desde un lado psicológico, sin empatizar con el espectador, la película huye del juicio a sus protagonistas, y se adentra en otros menesteres, en todo ese tiempo muerto ya no sólo en la vida de alguien, sino en el amor, todo ese universo cuando aquello que tuviste ya no es, simplemente se ha ido, y ninguno de los dos se ha dado cuenta o lo que suele pasar, que ambos lo ignoran por comodidad, por egoísmo o por miedo.

Basada en la novela “Feliz final”, de Isaac Rosa, cuarta adaptación al cine del escritor sevillano, en el que han cambiado varias cosas como no podía ser de otra manera. El título es otro, y la estructura también, aunque mantiene la forma desordenada del libro, en la que hay continuos saltos en el tiempo, un rico de vaivenes que atrapa desde el primer momento, en un juego mental de ir ordenando todo lo que ocurre. Las dos voces del libro pasan a los silencios y miradas que se profesan esta pareja. Una pareja o lo que queda de ella que son la citada Ángela y Antonio, dos almas que se quisieron pero ya no, que se amaron y adelantaba su vida con planes y posibles futuros que a la postre no llegarán. La película se nutre de un guion de Virginia Yagüe (de la que vimos hace poco la serie Las abogadas, y conocíamos sus trabajos para la desaparecida Patricia Ferreira), y la propia directora, en la que van construyendo una historia de desamor en la que hubo amor o quizás, una historia de amor en la que no faltó el desamor. Sea como fuere, la historia se mueve entre dos personas en su piso, en su cotidianidad, en sus mentiras, en sus alegrías y tristezas, en sus te quiero y sus traiciones, en una aplastante cotidianidad donde asistimos a los conflictos sobre el trabajo, la precariedad económica y los devaneos emocionales.

Taberna cose su película con una luz norteña tan mortecina y grisácea, como la de Querer, la serie de Alauda Ruiz de Azúa, en la que se evidencia los pliegues de cualquier relación, los abismos que nos separan y los pocos momentos de amor, de lucidez y cariño, y los continuos momentos de rabia, desamor y soledad. Una luz que hace hincapié en todos los espejos y reflejos físicos que contrastan con las emociones de los protagonistas, en un buen trabajo de Txarli Arguiñano que debuta en el largometraje de ficción después de años en el corto y el documental. El montaje que firman la propia directora con la compañía de Clara Martínez Malagelada, habitual de Gerardo Herrero, consigue sumergirnos en esa transparencia y cercanía que transmiten cada secuencia y cada encuadre, donde reina el desconcierto y la inquietud de querer y no saber cómo y de estar sin estar en sus reposados y profundos 94 minutos de metraje. Mención aparte tiene la extraordinaria música de uno de los grandes maestros del cine español como Pascal Gaigne, con más de 100 títulos en su filmografía, entre los que destacan El sol del membrillo, de Erice y las películas con los Moriarti, en una composición llena de los claroscuros por los que transita la película, sino recuerden la secuencia de la playa y de esos paseos cerca de casa, toda una delicia de cómo contar el interior de los personajes con música y la forma.

Esta Kammerspiele a lo Brecht que se ha trabajado con tesón y talento la directora de Alsasua, se nutre y de qué manera de dos grandes intérpretes que lo dan todo en un drama íntimo y muy personal donde tenían por delante un reto mayúsculo, porque sus Ángela y Antonio no son personajes locuaces, porque llevan su condena en silencio, porque no saben amar, porque tampoco saben comunicarse, porque no saben, y todo lo expresan mal y a destiempo y el miedo los tiene atrapados y en vía muerta. Dos personajes que no están muy lejos de Jean y Catheirne, la no pareja de Nosotros no envejeceremos juntos (1972), de Pialat, otro monumento a rastrear los detalles del desamor. Tenemos a María Vázquez que nos encandiló en dos grandes interpretaciones como hizo en Trote (2018), de Xacio Baño y Matria (2023), de Álvaro Gago, se mete en la piel de ella, una mujer que estuvo enamorada pero como todas y todos amó como supo y no lo hizo bien, y él, Pablo Molinero, que en la serie de La Peste demostró sus buenas dotes para engancharse a cualquier situación, es como su mujer, un hombre que ama a su manera o sea mal, incapaz de enfrentarse a sus sentimientos y saber comunicarse. Un espejo-reflejo del que hablamos más arriba, que es también lo que sentimos los espectadores, presos de una relación que hemos vivido y nos vemos como ellos, almas más deseosas de ser queridas que de querernos, arrastrando todas nuestras inseguridades, miedos y vías muertas.

Nosotros, de Helena Taberna, uno de sus mejores títulos, sin duda, no es una película cómoda de ver, aunque su apariencia pueda hacer presagiar lo contrario. En su luz natural y cercana, oculta un entramado narrativo bien elaborado y conciso, así como una forma sencilla que impone un juego de tiempos muy enriquecedor y nada convencional, que exige concentración a los espectadores, porque se centra en los matices y sutilezas que hay en cada relación, esos elementos muy importantes que, con las prisas y la ligereza de los tiempos que vivimos, nadie les hace caso y resultan cruciales en el devenir de las relaciones, porque al fin y al cabo, son los detonantes que las hace estallar o por lo menos a pararse y ver a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos y darnos cuenta de todo el daño que hacemos y nos estamos haciendo. Si enamorarse resulta francamente complicado y difícil, su reverso, el de desenamorarse es igual de oscuro, porque tanto una cosa como la otra suceden sin darnos cuenta, cuando la vida va y nosotros vamos hacia otro lado o vete tú a saber qué conflicto como el trabajo, la falta de dinero o del estilo. El amor tiene esas cosas, que sucede cuando quiere y a su manera, a pesar de nosotros, a pesar de la vida, a pesar de uno mismo, y a pesar del amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


CONSTRUIR UNA MENTIRA. 




LOS COLORES DIFERENTES. 



LAS MUJERES DE FUEGO. 




LAS MUJERES DE VERMIGLIO. 





CANCIONERO ANTIFRANQUISTA 1961/2022. 




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