La ola verde (Que sea ley), de Juan Solanas

LA FUERZA IMPARABLE.

“Una no nace mujer, una se hace mujer”

Simone de Beauvoir

Los pañuelos blancos que cubrían las cabezas de las abuelas de la Plaza de mayo nacieron durante la dictadura de Argentina, para protestar contra la desaparición forzada de muchos familiares o amigos.  Más de cuatro décadas después, a esos pañuelos blancos se les han unido otros de color verde, los que reivindican el derecho al aborto libre, legal y gratuito. Una marea de cientos de miles de mujeres argentinas, se lanzaron a la calle a protestar durante el 2018, cuando la ley fue aprobada por el congreso, y tres días después tenía que ser ratificada por el senado. Juan Solanas (Buenos Aires, Argentina, 1966) después de algunos trabajos en la ficción, y el documental Jack Waltzer: On the Craft of Acting (2011) sobre uno de los más famosos profesores del emblemático “Actor’s Studio”, vuelve a la realidad más directa y reivindicativa con La ola verde (Que sea ley), una película que recoge las multitudinarias manifestaciones apoyando el aborto, y además, recoge testimonios de activistas feministas legendarias, jóvenes de ahora, familiares de víctimas de abortos clandestinos, y también, la otra cara, aquellos en contra del aborto.

Un documento necesario y valiente pone rostro y cuerpo a todas aquellas mujeres que han sufrido la falta de una ley que permita el aborto, mujeres en situación de pobreza, mujeres que mueren una a la semana por este motivo, mujeres olvidadas, mujeres que se jugaron la vida, y en muchos casos la perdieron. Mujeres que son recordadas en la película, hablando de sus diferentes circunstancias, reivindicando esa memoria para seguir en pie y en la lucha, para que no cesen las protestas y finalmente, se consiga la ley. Solanas, hijo del legendario Pino Solanas (grandísimo documentalista, autor entre otras de La hora de los hornos o Memorias del saqueo, entre otras, que aparece en la película en su función de diputado defendiendo el derecho al aborto) realiza una película extraordinario y cruda, mostrando realidades que encogen el alma, ejecutando un magnífico documento político sobre una situación inhumana que lleva a la muerte a tantas mujeres, escuchándolas a través de ese cine directo, espontáneo y de guerrilla, un cine militante que pone el foco y la voz a todas aquellas mujeres que luchan con lo que tienen para hacerse notar, armando jaleo en la calle, y gritando las injusticias de un país tan vilipendiado por tantos gobernantes sin escrúpulos.

Un documento azotado por una energía maravillosa y poderosa, se detiene en todos los frentes abiertos, sin dejarse nada en el tintero, contagiada por esa fuerza de las mujeres en pie, abriendo en carnes la cuestión, dando testimonio a las dos caras, con los argumentos de unos y otros, escuchando las dos posiciones antagónicas, y va mucho más allá, porque en realidad no se trata una cuestión de vida sí o vida no, sino que en realidad estamos ante una lucha social, en el que los más privilegiados no quieren perder su status, y los de abajo, se han levantado, cansados de tanta injusticia, y han dicho basta y se han lanzado a las calles a protestar contra la desigualdad y el desamparo legal. La película tiene ritmo y una energía brutal, atrapándonos con su fuerza social, emocionándonos esa marea de mujeres imparable que quizás pierdan muchas batallas, pero finalmente, su empuje y decisión derribará el muro de la hipocresía, la indiferencia y se será ley, contribuyendo con su lucha a que el mundo sea un poco más justo e igualitario.

Solanas ha construido un documento contundente y extraordinario, sus 82 minutos se ven con entusiasmo y amargura, porque por un lado vibramos con la lucha de tantas mujeres en pie y su alegría reivindicativa, peor por el otro, asistimos a tantos casos de mujeres fallecidas en abortos clandestinos y luego, la indiferencia de profesionales médicos u otros ante esa falta de humanidad que provoca que el aborto este penado por la ley. El director argentino se alza como un heredero digno de su apellido con esta película que recoge el sentir humano de las calles, esas protestas y luchas incesantes que no solo dejan claro que el mundo ha cambiado, que el mundo patriarcal tiene los días contados, que las mujeres que luchan por una sociedad más justa se han levantado para no someterse jamás, que los privilegios de unos pocos dejarán paso a los derechos reales, de muchos que han sido pisoteados durante tantos siglos, esos olvidados que necesitan una serie de condiciones legales para que sus existencias sean un poco menos sombrías e invisibles, para que la democracia sea verdadera y no sea una máscara para que los de arriba sigan manteniendo los privilegios de hace siglos sea el sistema gubernamental que sea. Porque como dice la película, por humanidad y empatía. ¡QUE SEA LEY! JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Joker, de Todd Phillips

EL HOMBRE QUE RÍE.

“No hay persona más triste que el hombre que ríe demasiado”

Jean-Paul

La película arranca de forma magistral y contundente, con una cámara que avanza por el interior de un pasillo hasta llegar a un camerino compartido. De espaldas, sin camisa, extremadamente flaco, vemos el rostro de Arthur Fleck reflejado en el espejo. Su rostro impertérrito y apagado se mira fijamente, observándose detenidamente, con sus manos se dibuja en la cara una mueca de tristeza, y a continuación, una sonrisa, como hiciesen Lillian Gish en Broken Blossoms o Buster Keaton en Steamboat Bill, Jr. Una sonrisa interpretada, fingida, falsa. Una sonrisa, al fin y al cabo, de alguien que nunca sonríe. Arthur Fleck tiene una psicopatía que le provoca una risa incontrolable, es alguien invisible e ignorado por la sociedad, alguien que vive con su madre enferma, alguien que quiere ser cómico, que quiere hacer la vida agradable a los demás, aunque no lo consigue por mucho que se esfuerce. Un personaje que nació en 1940 de la mano de Bill Finger, Bob Kane y Jerry Robinson para el cómic de Batman en DC comics, convirtiéndose en el criminal más famoso y querido por los lectores de Gotham City. A lo largo de sus casi 80 años ha sufrido muchos cambios, tanto en su aspecto físico como psíquico, y se ha visto en más de 250 producciones bajo distintas apariencias.

Muchos recordamos la apariencia de Jack Nicholson como Joker en el Batman de 1989 dirigido por Tim Burton, aunque en muchos instantes era un ser despreciable y terrorífico, en otros, casaba dentro del tono comercial y caricaturesco de la película, en el que parecía un personaje demasiado anclado al cómic del que venía. Antes, en televisión, en la mítica serie de Batman de los 60, César Romero interpretó por primera vez a Joker, un tipo que ya vestía los trajes púrpuras y se maquilla excéntricamente. Un Joker, al igual que el de Nicholson, del que se nutre bastante el que interpreta Joaquin Phoenix, aunque hay que añadir que ese tono oscuro y realista del personaje sea uno de los elementos que más nos seducen de esta nueva incursión en tan mítico personaje. El director Todd Phillips (Brooklyn, New York, EE.UU.,  1970) había destacado en comedias más o menos inteligentes, como la trilogía de Resacón en Las Vegas, o cintas como Escuela de pringaos, la versión cinematográfica kitsch de Starsky & Hutch, la película o Juego de armas, entre otras, muy alejadas en tono y forma de la típica comedieta hollywodiense para reventar taquillas de aspecto juvenil y superficial.

Con Joker, el trabajo de Phillips entra en otra liga, consiguiendo una de las mejores películas de personajes de cómics, si bien el personaje de Batman y todo su universo ya se enmarcaba en ese ambiente oscuro y terrorífico de las clásicas películas de monstruos de los treinta de la Universal, con el permiso de otros monumentos como el Batman Returns, de Tim Burton, con ese aspecto de expresionismo alemán y crudeza que perseguía toda la película, donde aparecían una Catwoman especial en la piel de una exultante Michelle Pfeiffer, y el Pingüino protagonizado por un inconmensurable Danny DeVito, un presencia brutal y oscura en la que el Joker, de Phillips se reflejaría y bebería bastante. Phillips sitúa su película en un Gotham muy parecido a aquel Nueva York de finales de los 70 y principios de los 80, con esos carteles de películas eróticas, con una crisis económica de caballo y mucha suciedad y delincuencia por las calles, en una atmósfera opresiva y muy oscura, siguiendo a un tipo como Arthur Fleck, alguien solitario, que es vapuleado y defenestrado por todos y todo, que se mueve como un espectro, rechazado por su enfermedad mental, que aún lo invisibiliza aún más si cabe, alguien sin suerte, que no ha conocido a su padre y vive engañado por su identidad, carne de cañón para el olvido, la calle y el delito, por una sociedad que ignora a los enfermos mentales.

Arthur Fleck/Joker es un perdedor en toda regla, que no estaría muy lejos de la atmósfera violenta y oscura que recorría mucho del cine estadounidense de los setenta, donde pululaban gentes como los Sonny Wortzik que interpretaba Al Pacino en Tarde de perros, de Lumet, o el Travis Bickle que hacía Robert De Niro en Taxi Driver, de Scorsese, a los que habría que sumar el último personaje interpretado por Joaquin Phoenix, el Joe de En realidad, nunca estuviste aquí, todos ellos fieles reflejos de ese Joker que anda solitario, hastiado de una sociedad corrupta, deshumanizada y violenta que nada tiene que ofrecer a personas diferentes, inadaptadas y tremendamente críticas con su entorno. Arthur Fleck se esfuerza en ser alguien normal, uno más, pero el estigma que supone para el resto su enfermedad mental lo convierte en alguien sin ayudas y abandonado, como hará el estado con su terapia por recortes de fondos, una idea que ya plasmaba Paul Leni en El hombre que ríe, en 1928, basándose en una novela de Vítor Hugo, fuente de inspiración para el personaje de Joker,  donde Gwynplaine que hacía el actor Conrad Veidt, se veía estigmatizado y castigado por tener una cicatriz provocada que le dibujaba una sonrisa en el rostro convirtiéndolo en un ser señalado y machacado por esa deformación.

Phillips construye una película social, valiente, política, durísima, violenta y necesaria para contarnos la existencia de todos esos seres invisibles y fantasmales que pululan diariamente por las ciudades, ocultos de todas esas miradas intransigentes, cínicas y crueles que desprecian lo diferente, aquellos que no encajan en esa normalidad impuesta por los poderes, contribuyendo a encender una mecha de consecuencias imprevisibles como en el caso de Arthur Fleck, alguien que quizás con un poco de cariño, amor y respeto, y alguna que otra palabra amable, no le llevaría a ese pozo oscuro de soledad y miedo que provoca esa furia descontrolada que saca a la luz después de tanto tiempo de hostigamiento y golpes. La enigmática, oscura, velada y expresionista luz obra de Lawrence Sher, habitual de Phillips, o el sobrio y reposado montaje de Jeff Groth, otro habitual en el cine del director, juntamente a  esa banda sonora que rescata temas que mucho tienen que ver con esa alma enferma y solitaria de Joker, en el que nos encontramos grandes temas como That’s Life de Sinatra, el Smile  de Jimmy Durante, el White Room de los Cream, entre otros, o la excelente banda sonora atmosférica y bestial, con ese sonido afilado y de lija de chelo, obra de la islandesa Hildur Gudnadóttir, habitual de Villeneuve.

Joaquin Phoenix en la piel de Joker vuelve a deleitarnos en un personaje de una fuerza abrumadora, creíble y con una naturalidad asombrosa, ya desde su forma de caminar, en que el actor es todo un maestro en ese aspecto, y del gesto, con ese cuerpo delgadísimo, desgarrado y espectral, llevándonos por ese submundo al que pertenece, del que lucha encarnizadamente por salir pero no encuentra la salida, con esa idea inocente de convertirse en un cómico e ir al programa televisivo de moda como soñaba Rupert Pupkin, el tipo de ropa excéntrica y bigotito ridículo, que también vivía con su madre y contaba chistes malos, que hacía Robert De Niro en El rey de la comedia, de Scorsese, película que se homenajea en Joker con el mismo De Niro heredando el personaje de Jerry Lewis, el maestro de ceremonias del citado programa televisivo. Phillips retrata la crónica de los hechos que llevan a cómo alguien invisible e ignorado por la sociedad se convierte en un estandarte para esa parte de la sociedad, la gran mayoría, que se siente despreciada y olvidada por los poderes económicos.

Joker, con ese traje púrpura, su maquillaje que le sirve para enmascarar y ocultar esa alma herida que le persigue desde su infancia, una forma de ser otro, muy diferente a quién es, alguien capaz de despertar de esa pesadilla que es su vida, alguien que emergerá de lo oculto y se convierte en una especie de líder para los más desfavorecidos, los pisoteados y los invisibles, despertándolos y teniendo un motivo para seguir en la lucha diaria, levantándose y protestando contra esos tipejos de traje como Thomas Wayne, fantástico guiño al padre de Bruce Wayne, que se convertirá en Batman, como ese momento extraordinario cuando la clase dirigente de Gotham se ríe a carcajadas viendo Tiempos Modernos, de Chaplin, una alegoría del mundo en el que vivimos, una película que critica ferozmente feroz al capitalismo y a todos esos hombres déspotas y malvados que empobrecen y ensucian la sociedad. Fleck fantasea con una vida que jamás tendrá, como una relación con su vecina negra como ocurría en El rey de la comedia, o ser uno más con sus compañeros de trabajo, pero le resulta imposible, porque el mundo que le ha tocado vivir hace mucho tiempo que dejó de ser humano y feliz, porque ahora se ha convertido en un mundo lleno de consumidores, individualistas, tristes y solitarios que andan como pollos sin cabeza huyendo de no sabe qué y corriendo hacia no se sabe donde. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La mujer que sabía leer, de Marine Francen

VIOLETTE SE HA ENAMORADO.

Nos encontramos en la Francia de mediados del siglo XIX, cuando Napoleón III eliminó cualquier atisbo de revolución deteniendo y eliminando sistemáticamente a todos aquellos que se opusieron a su dictadura. Semejante represión la sufrieron muchos pueblos y lugares de todo el país, como el puelbo del que nos habla la película, un pequeño pueblo entre montañas, que un día, a primeras horas de la mañana, los soldados irrumpieron en el lugar y detuvieron a todos los hombres, llevándoselos a la fuerza, dejando a las mujeres huérfanas de esposos, hijos y hermanos. Después de este arranque desgarrador y siniestro, la película se sitúa en la mirada de las mujeres, de aquellas que esperan, de aquellas que tienen esperanza que sus hombres vuelvan, aquellas que deberán vivir sin ellos, ocupadas en sus quehaceres cotidianos, y en su propia resistencia, en seguir trabajando por su pueblo, y por sus vidas. La directora francesa Marine Francen que tiene en su experiencia haber trabajado como ayudante de dirección para autores tan importantes como Haneke o Assayas, encontró la inspiración para su primera película en un cuento L’homme semence, donde Violette Ailhaud explica su propia experiencia de cómo una serie de acontecimientos afectaba a sus aldeanos.

Francen ha cambiado su título en la original, bautizando su película como Le semeur (que se podría traducir como El sembador, adquiriendo el doble sentido con el que juega la película). Aunque estamos ante una película que podríamos decir coral, la directora francesa adopta la mirada de Violette, en un momento crucial en su vida, ya que en edad de casarse, los hombres no están en el pueblo, pero pasado un tiempo, un hombre, Jean, aparecerá pro el pueblo, pide trabajo y alojamiento. La llegada del forastero hará renacer la vida y la existencia de las mujeres más jóvenes, que ante la espera sin hombres, alcanzaron un acuerdo que consistía en que todas ellas compartirían el hombre si apareciera alguno. Francen convierte esa historia intimista y femenina en una película bellísima en todos los sentidos, empezando por su exquisita y delicada forma, en la que se emplea el formato de 35 mm panavisión y el formato 4:3, para dotar a la película del cuadro y la luz de la época, obra de Alain Duplantier (autor entre otras de Reencontrar el amor) inspirada en las pinturas de “Las espigadoras”, de Millet, y otras obras de Renoir, Pissarro o Breton, obras esenciales del impresionismo en el que captaban la luz quemada por el sol de los trigales o la sombría del invierno de las zonas rurales, cuando retrataban las vidas cotidianas de los aldeanos.

Violette es esa doncella todavía virgen que descubre el amor con el recién llegado, que se hace llamar Jean, en el que Francen adopta el descubrimiento a la vida y al amor de forma sencilla y extremada sensible, sin nunca caer en lo sensiblero, captando con gran naturalidad y honestidad los encuentros sexuales de los dos protagonistas. Aunque el conflicto estalla, cuando las demás reclaman su parte, y la película que hasta ese momento nos estaba contando una hermosísima historia de amor de descubrimiento y placeres íntimos (que nace mediante la lectura donde Balzac adquiere un gran protagonismo) se adentra en un relato sombrío donde unas y otras luchan por su espacio, y en el que las necesidades personales, los conflictos internos y la sexualidad como liberación de emociones rasgan y posicionan al grupo de jóvenes amigas. Francen mueve con detalle y paciencia a sus mujeres, sus cuerpos y filma con gran belleza su cotidianidad, desde los duros trabajos en el campo, y el cooperativismo que han construido para hacer frente a los imprevistos y desarrollar los diferentes trabajos, en una comunidad femenina de gran fuerza y energía, quizás la aparición del extranjero les vuelca el alma y empiezan realmente los conflictos entre ellas.

La mirada y la carnalidad que desprende Violette encarnada por la actriz Pauline Burlet es uno de los momentos del relato, bien acompañada por Géraldine Pailhas como esa madre demasiado protectora e inflexible, y las otras jóvenes como Joséphine que interpreta Anamaria Vartolemi y Rose que compone Iliana Zabeth, y por último, Jean, que hace Alban Lenoir, todos ellos personajes que hablan poco, trabajan mucho y se muestran reticentes en mostrar sus emociones frente a los otros. Francen ha construido una película magnífica y de enorme sensibilidad, especialmente sobria y contenida, en una mise en scene casi sin movimientos de cámara, que en algunos momentos tiene ese marco que tanto gustaba a Renoir o a Rohmer (en la que nos hablaban casi en susurros de los conflictos sentimentales de sus protagonistas, situándolos en entornos bucólicos y sombríos a la vez) en la que nos habla de mujeres, de amor, de sexo, de trabajo en común, de emociones soterradas, de vidas en conflicto, y sobre todo, de amor en todas sus facetas, en esa fuerza poderosa y compleja para descubrir a los otros y descubrirnos a nosotros mismos.