UNA GRAN FAMILIA.
“A veces, hay que trucar la báscula para que sea la medida exacta”
Recuerdan Familia (1996), la primera película que rodó Fernando León de Aranoa, (Madrid, 1968), en la que nos contaba la existencia de Santiago, un tipo como otro cualquiera, o quizás, con alguna peculiaridad, que festejaba su 55 cumpleaños rodeados de los suyos, que no eran otros que un grupo de teatro que hacían de su familia. Una familia ficticia, una familia de mentira, posiblemente esa familia no está muy lejos de esta “otra” familia, la que forman Blanco y sus empleados de “Básculas Blanco”, que fabrican básculas industriales, en ese discurso del patrón con el que se abre la película, hablando de las excelencias de la empresa, y como no, de la comunidad que forma con sus trabajadores. Esa unión perfecta entre jefe y empleados. Aunque, la realidad siempre es caprichosa, y difiere muchísimo de lo que en apariencia pueda deducirse, porque una cosa es lo que el jefe cree, y otra bien distinta, la “puta realidad” con la que nos encontraremos. Ocho películas forman la trayectoria del director madrileño, amén de sus cinco trabajos en el campo documental. Su cine de ficción se ha centrado principalmente en la periferia, tanto física como emocional, individuos apartados de todo, desubicados de lugar y tiempo, con mucho tiempo con poco o nada que hacer, expulsados de ese paraíso consumista y superficial, y perdidos a la deriva, como náufragos de un mundo que los ha dejado olvidados en algún rincón oscuro de vete tú saber dónde. Nos acordamos de los tres chavales sin dinero y con un verano por delante en Barrio (1998), los parados de Los lunes al sol (2002), las putas de Princesas (2005), el abuelo y su cuidadora de Amador (2010), los cooperantes de A Perfect Day (2015), y Virginia Vallejo, Pablo Escobar y los suyos acosados por la ley en Loving Pablo (2017).
El buen patrón, ya desde su irónico título, presenta a un jefe, el tal Blanco, como un tipo cercano y preocupado por sus trabajadores. Todo apariencia, porque la realidad es otra bien distinta, todo es una maniobra para que una de las semanas más cruciales para el devenir de la empresa, concursa aun premio importante, todo salga como Dios manda. La película de estructura férrea y sibilina, acotada a una semana que, arrancará con el domingo, y nos llevará hasta el lunes de la siguiente semana, donde en apenas ocho días, la vida en Básculas Blanco pasará por muchos vaivenes, empezando por Miralles, el jefe de producción, amargado y enloquecido porque su mujer se la pega con alguien, José, un despedido, que acampa delante de la empresa reclamando sus derechos y su vuelta a la empresa, Liliana, la nueva becaria, al que Blanco no le quita ojo, generará más de un quebradero de cabeza al susodicho. Tres frentes a los que se unirán otros, menos angustiosos pero también de armas tomar, para un Blanco que lidiará con ellos de forma amable en principio, pero poco a poco, irá cruzando todas las líneas habidas y por haber, y se mostrará implacable con todos y todo para que su empresa presente la mejor imagen el día de la visita de la comisión que da el premio a la excelencia empresarial.
La película tiene el mismo tono que las anteriores de León de Aranoa. Dramas intensos e íntimos en los que la comedia ácida, corrosiva y muy negra, ayuda a paliar tanta tragedia, porque su cine siempre se mueve entre una extraña ligereza en el que se van sucediendo las situaciones y en la que vamos observando todas las actitudes de sus personajes, donde la mirada del director insiste en la coralidad, acercándose a un grupo de individuos, muy diferentes entre sí, que por circunstancias, deben compartir tiempo, trabajo u otra cosa entre sí. El buen patrón tiene ese aroma de las comedias de la Factory Ealling, donde la comedia crítica ayudaba a desenterrar las miserias y negruras de aquella Inglaterra de posguerra, y cómo no, tiene también mucho del universo Berlanga-Azcona, con todos esos conflictos que van derivando hacia lo impredecible, y unos personajes muy cercanos pero con grandes problemas, que finalmente no solo no resolverán, sino que se irán engrandeciendo. Si bien la película, apoyada en el devenir de Blanco, nos irá mostrando las miserias cotidianas del trabajo, donde cada uno va a la suya y esa “gran familia” del principio, es una especie de falsedad en la que todos creen y nadie practica. El “principio de incertidumbre”, de Heisenberg, del que la trama da buena cuenta, es un pilar fundamental en la sucesión de los hechos y las acciones de cada uno de los personajes en cuestión, porque todo parece indicar una cosa y en realidad, nunca sabremos que conocen o no los otros, en esta espiral que arranca como una comedia ligera y hasta divertida, para ir proponiendo un argumento cada vez más oscuro, siniestro y mordaz, donde se tornará a drama y finalmente, en tragedia, eso sí, sin nunca perder el humor, un humor negro, que a veces duele y molesta, pero siempre eficaz para hablar de todas las barbaridades que asumimos en el trabajo y entre nosotros mismos.
La cámara plantada que luego derivará en cámara en mano, a medida que los problemas de Blanco vayan en aumento y él se vea incapaz de sujetarlos, y tienda a las viles canalladas, es una gran trabajo de Pau Esteve Birba, que debuta con Aranoa, y el eficaz y pausado montaje del inicio para ese más veloz de la segunda parte que firma Vanessa Marimbert, el excelente trabajo de dos que repiten con el cineasta madrileño, como César Macarrón en arte, convirtiendo en calidez toda esa frialdad de la periferia donde se instala la factoría Blanco, e Iván Marín en sonido, capital en una película donde son tan importantes los diálogos como esos silencios que llenan la pantalla, y finalmente, la magnífica banda sonora de Zeltia Montes, que sigue in crescendo, después de los excelentes trabajos en Adiós y Uno para todos, firma una composición que recuerda a aquellas comedias negras como El pisito y Atraco a las tres. El grandísimo reparto de la película encabezado por un enorme Javier Bardem (en su tercera película con León de Aranoa, siempre en roles mucho más mayores de su edad), con esa faceta de comicidad que poco le habíamos visto, si exceptuamos en la lejana Boca a boca, pero aquí en un rol mucho más retorcido, dando vida a Blanco, ese patrón paternalista, mediocre, bobo, que empieza con buenas palabras y acaba sacando el látigo sin piedad, por el bien de la empresa y el suyo, sobre todo, el suyo, en un personaje que recuerda a esos empresarios, en apariencia listos, pero en el fondo unos idiotas de mucho cuidado, que acaban metiéndose en mil líos porque no saben más, y cada problema que pretenden resolver, aún lo hacen mayor, tantos tipejos con dinero que han poblado tanto este país, que no hace falta decir sus nombres, porque todos sabemos de quiénes se trata.
Acompañando a Bardem, todo un lujo de reparto con algunos que repiten con el director como Manolo Solo en la piel de Miralles, un pobre diablo, cínico y estúpido, que se pierde sin tener fondo, también, Sonia Almarcha (que al igual que Solo estuvieron en Amador), es la mujer de Blanco, una señora de los pies a la cabeza, olvidadiza, y una esposa ejemplar, quizás demasiado ensimismada en su rol, o quizás, haciendo el papel que se le espera. Celso Bugallo, que fue Amador tanto en Los lunes al sol, como en Amador, aquí da vida a Fortuna, soldador en la empresa, y también, el que le mete la mierda bajo la alfombra a Blanco, la presencia de una estupenda Almudena Amor, debutante en el largo, en la piel de Liliana, bellísima, de aspecto frágil, pero que sabe manejarse en ese mundo de hombres depredadores y trepas, en la piel de una becaria que tendrá mucho protagonismo en la vida de Blanco, y le generará muchos problemas, más de lo que le gustarían al patrón, lo mismo que el personaje de José que hace Óscar de la Fuente, el despedido que montará la de Dios al frente de su campamento de lucha que ha instalado frente a la empresa. Y por último, Román que hace Fernando Albizu, el de seguridad, que quiere querer a todos pero olvida de quién le paga, Rubio, el mano derecha de Blanco que hace Rafa Castejón, y finalmente, Tarik Rmili, el de transportes, y alguien con mucho peso en los problemas de Blanco.
León de Aranoa se mueve de forma inteligente y brillante en ese tono de tragicomedia crítica y agridulce, como demuestra el tema con la balanza que hay en la entrada, todo un símbolo de la perfección y la idiotez del personaje principal, conduciendo con maestría a todos sus personajes, y explicando con brevedad e intensidad sus existencias y sus conflictos, a veces, solo con un inteligente diálogo, otras con una mirada, y también, con esos silencios tan densos que dicen tanto. El director madrileño ha construido una película no solo sobre las miserias y tragedias del empleo actualmente, sino sobre la estupidez y mediocridad humana, sobre todos esos jefes miserables que creen ayudar, que explotan, martillean y amenazan a sus empleados, aunque también, la película no deja títere con cabeza, y atiza con dureza a todos y todo, a toda la condición humana, a los viles, canallas, idiotas y torpes que llegamos a ser, a la vulnerabilidad que nos vapulea cuando menos lo esperamos, al poco coraje que tenemos para enfrentarnos a la vida, y los problemas diarios, a lo fácil que es perderlo todo, el trabajo, la dignidad y la humanidad, si es todavía algo de todo eso queda en esta sociedad tan vacía y superficial, y sobre todo, si algo de todo eso queda en nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA