El poder del perro, de Jane Campion

UN PERRO QUE LADRA.

“Libra mi alma de la espada; mi amor del poder del perro”

Salmo 22:20 de La Biblia.

La película Bright Star (2009), sobre el poeta John Keats y su amor con Fanny Bawne en la Inglaterra del XIX, era hasta la fecha la última película de Jane Campion (Wellington, Nueva Zelanda, 1954). Una cineasta que ya había demostrado con crecer su grandísimo talento para esto de contar historias con imágenes y sonido, como lo demuestran Sweetie (1989), y Un ángel en mi mesa (1990), antes de cosechar un excelente éxito internacional con El piano (1993), que la aupó a los laureles del cine de autor a escala mundial. Le siguieron otras películas como Retrato de una dama (1996), basada en la novela de Henry James, Holy Smoke (1999), En carne viva (2003), y la citada Bright Star, amén de algunas series y películas colectivas. Con El poder del perro, Campion vuelve a asombrarnos con un sensible y profundo western, basado en la novela de un especialista del género como el estadounidense Thomas Savage (1915-2003), ambientado en la Montana de 1925, en la que dos hermanos antagónicos y dueñas de una prospera ganadería.

Dos hermanos. Por un lado, tenemos a Phil Burbank, rudo, malcarado y hostil, el hombre de la tierra, del sudor, del barro, de cabalgar y ensuciarse, y uno más de la cuadrilla, que representa los valores más ancestrales y viejunos de lo masculino. En el otro lado, nos encontramos con George, amable, de buenas maneras, elegante en el vestir y la cabeza pensante, además del hombre que conduce, con esa idea de hombre moderno, con un trato diferente con la sensibilidad y la dulzura. Los dos hermanos viven en una armonía extraña, una relación que se distancia con la aparición de Rose Gordon, una atractiva viuda muy sola, que empieza una relación sentimental con George. Un pack que también viene con Peter, el hijo de Rose, un joven sensible y muy inteligente que estudia medicina. El grueso de la trama se desarrolla un verano en la hacienda de los Burbank. La película muestra dos conflictos bien diferenciados: en uno, tenemos el cisma que provoca la llegada de Rose en los dominios de Phil, que lo rechazará haciendo la vida imposible a la forastera que él considera. Por el otro, la película muestra un modo de vida, casi de forma antropológica, en un trabajo de hombres, con los caballos, el ganado, el trabajo físico, una masculinidad que nace y muere en la tierra y en esa época de cowboys.

La película no solo se queda la apariencia sin más, sino que profundiza en la intimidad y la soledad de cada uno de los personajes principales, y ahí radica uno de esos grandes aciertos, porque no lo hace de forma explícita, sino que nos lo relata desde lo íntimo, mostrando esa vida pública en el que ofrece un rostro esperado, común en su naturaleza, el que se espera, y luego, en la retaguardia, cuando nadie los ve, descubrimos de qué pasta están hechos, y difiere completamente del que hemos visto. La directora neozelandesa construye el alma de sus personajes desde la sutileza, desde lo más profundo e íntimo de su ser, en esos espacios ocultos e invisibles al resto, donde ellos y ellas se sienten de verdad consigo mismos, alejados de ojos inquisidores, y salen a relucir sus anhelos, sus secretos más ocultos, lo que en realidad son y las formas en que sienten, que chocan con esa idea conservadora y grupal en la que se edifica la sociedad y los prejuicios de entonces.

El poder del perro es un western atípico en muchos sentidos, si que tiene la épica del género, pero no esa de las batallas y el heroísmo, sino aquella otra del paisaje, la memoria de los ancestros y la tierra como bien común, que es salvaje y bella, la misma que atesoraba Horizontes de grandeza (1958), de William Wyler, con la que guarda muchos puntos en común, así como con Días del cielo (1978), de Terrence Malick, donde la historia pasa de largo, y las situaciones se centran en la cotidianidad del anónimo, aquel que trabaja la tierra para hacerse una vida, que no es poco. Campion cuida cada detalla y encuadre de la película, como hace en su filmografía, en la que la parte técnica es una asombrosa majestuosidad que nos deja hipnotizados, como la cinematografía que firma Ari Wegner, del que habíamos visto sus trabajos en Lady Macbeth (2016), de William Oldroyd, y en In Fabric (2018), de Peter Strickland, con esos espectaculares encuadres, donde abundan los planos desde el interior al exterior, entre los quicios de la puerta y las ventanas, que recuerdan a los westerns de John Ford, el exquisito y rítmico montaje de Peter Sciberras, habitual del cine de David Michôd, que hace un grandísimo trabajo de concisión en sus ciento veintiocho minutos de metraje.

Qué decir del brutal trabajo de música de Jonny Greenwood, del que cada vez que lo escuchamos nos transporta a esos mundos de forma magistral y bellísima, destilando poesía y sencillez, que recuerda a su trabajo en la película Pozos de ambición, uno de sus tantas colaboraciones para Paul Thomas Anderson, y los otros departamentos que también destacan por su sobriedad y detalle como el arte de Grant Major, y la caracterización de Noriko Watanabe, dos viejos conocidos de la directora. Pero la película no sería lo que es sin el inmenso trabajo de interpretación del cuarteto protagonista, que no solo brillan por su sencillez y cercanía, sino que hacen todo un alarde de la no interpretación, aquella que se sustenta en las miradas y gestos, esa que no necesita el diálogo, como hacían en los orígenes, cuando el sonido no existía, toda una marca de la casa en el cine de la neozelandesa que, en El poder del perro, significa la película, con el inconmensurable Benedict Cumberbatch, quizás el mejor actor de su edad, porque es capaz de hacer lo difícil tan sencillo, como esos momentos en soledad bañándose en el lago, donde conocemos la verdad del personaje. Un trabajo que debería enmarcarse, para mostrarlo a todos aquellos que algún día soñaron con ser actores, por el londinense es todo un virtuoso en el oficio de interpretar.

También brillan la calidez y sensibilidad de Kirsten Dunst, que decir de una mujer que lleva tantos años trabajando en tantas buenas películas. Aquí en la piel de una mujer compleja, una mujer que se siente extraña y acosada por su mal cuñado, una mujer que se refugia en el dolor y la tristeza, alguien estigmatizada, alguien que necesita ayuda y sobre todo, mucho cariño. Jesse Plemons es George, el “hermano”, la cara amable y sensible de la trama, un actor que hace de la intimidad y la sencillez su mejor arma, alguien que habíamos visto en los repartos de películas de Spielberg, Frears, Scorsese, Charlie Kaufman, y finalmente, Kodi Smith-McPhee en la piel de Peter, que fue el niño que acompañaba a Viggo Mortensen en La carretera, y es un asiduo de los blockbusters, aquí en un personaje introvertido pero muy sorprendente, amén de un reparto que destaca por su verosimilitud y naturalidad. El poder del perro de Jane Campion es una de las mejores películas de los últimos años, porque recupera la grandeza del género, con sus paisajes indómitos, sus personajes complejos y atrevidos, por su aguda y rica indagación en los diferentes roles y juegos de poder e identidades como la homosexualidad, y sobre todo, por la reflexión de todas esas personalidades mostradas, ocultadas y encerradas en las que nos encontramos a nosotros mismos y a los demás. Una bellísima y brutal película que no deja a nadie indiferente y celebramos con inmensa alegría la vuelta al largometraje de Campion y deseamos volver a reencontrarnos con su grandísimo cine, ese que no necesita explicarse, solo sentirse. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a David Casademunt

Entrevista a David Casademunt, director de la película “El páramo”, en los Jardines de Piscinas y Deportes en Barcelona, el miércoles 12 de enero de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a David Casademunt, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Alfonso Cano de Equipo Singular, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dos, de Mar Targarona

CARNE CON CARNE.

“Es imposible ir por la vida sin confiar en nadie; es como estar preso en la peor de las celdas: uno mismo”.

Graham Greene

Series como The Twilight Zone y La hora de Alfred Hitchcock, plagaron de relatos inquietantes y muy oscuros las noches de la televisión estadounidense de los cincuenta y sesenta. La premisa era clara: historias sobre lo natural, sumergidas en lo más profundo del alma, y muy cotidianas, con una duración de alrededor de una hora. Dos, bebe mucho de ese punto de partida y atmósfera. Mar Targarona (Barcelona, 1953), se ha prodigado más en la producción, con una larguísima trayectoria con títulos muy exitosos como El orfanato, Los ojos de Julia y El cuerpo, entre otros, thrillers sofisticados, a la manera anglosajona, convencionales y muy efectivos. Como directora ha ido haciendo un par de series, y películas de varios estilos y géneros, como su debut, la comedia negra en Muere, mi vida (1996), el thriller elegante de Secuestro (2016), y el drama histórico de El fotógrafo de Mauthausen (2018), y ahora, Dos, que tiene el marco del thriller psicológico, pero visto desde otro ángulo, ya que parte de una premisa sorprendente que engancha de manera súbita. Dos desconocidos se despiertan y descubren que están enganchados de manera salvaje por el abdomen, cosidos carne con carne. Los dos extraños están en una habitación desconocida, no saben nada del uno del otro, y deben confiar el uno en el otro para intentar salir de tamaño entuerto.

Estamos ante una película que recoge el aroma de esas películas con persona atrapada que tienen que resolver un enigma, con respuestas en el interior de los personajes, como ocurría en Buried, de Rodrigo Cortés, en que la historia se basa en todas las operaciones por las que tienen que pasar los protagonistas para deshacerse del nudo, tanto físico como emocional, y de esa manera poder salir con vida del brete en el que se encuentran. Targarona tiene a dos intérpretes como Pablo Derqui y Marina Gatell, que brillan de manera extraordinaria en un relato muy basado en sus interpretaciones, transmitir ese agobio, tensión, miedo, desesperación, paciencia, calma por el que pasan sus atribulados personajes, una montaña rusa de emociones que transmiten con oficio y naturalidad a los espectadores. La duración de 70 minutos también ayuda a crear ese marco y atmósfera inquietante y oscura que tanto demanda el relato, con un guión de hierro y bien conducido, que firman una legendaria como Cuca Canals, guionista de Bigas Luna desde Jamón, Jamón, junto a Christian Molina, que ha dirigido las interesantes Rojo sangre y Diario de una ninfómana, entre otras, y Miquel Hostenech, guionista de las terroríficas Asmodexia y Bajo aguas tranquilas.

La parte técnica de la película es otro de los apartados que sorprende de manera grata y magnífica. Arrancando con el estupendo trabajo de cinematografía de Rafa Lluch, que ha trabajado con gente como Ventura Pons y Eduard Cortés, y el poderoso montaje de José Luis Romeu, que ya había trabajado en El fotógrafo de Mauthausen, y en grandes obras como Los cronocrímenes, de Nacho Vigalondo, y el grandioso trabajo de sonido de Ferran Mengod, esencial para meternos de lleno en todo aquello que debemos escuchar para hacer creíble todo lo que vemos. Targarona ha dejado de lado los títulos con clara vocación comercial, de facturas impecables, pero de desarrollos efectistas, para meterse de lleno en una historia íntima, directa, y rodada en una sola localización, erigiéndose como uno de esos títulos que se hacen de culto al instante, porque su modestia y naturalidad juegan a su favor todo el metraje, construyendo una película grande con lo mínimo, donde destaca su sutil y exquisito estudio de la condición humana de nuestros tiempos, donde mirar y confiar en el otro son la base, muy alejado de ese mundo atroz, individualista y superficial en el que nos movemos diariamente.

La directora barcelonesa nos obliga a mirar al otro, a confiar, a ser dos, a ayudarse ante la adversidad por obligación no por elección, y eso lo cambia todo, porque ahí nos descubrimos, conocemos nuestros verdaderos límites, miedos e inseguridades, nos conocemos realmente, porque como decía Pessoa: “Bienvenidos sean los problemas porque así sabré de qué piel estás hecho”. Dos que no estaría muy lejos de esos thrillers de la carne que tanto le gustan a David Cronenberg, donde lo orgánico y lo psicológico se cruzan dando resultados muy oscuros. La película de Targarona es una de esas películas sorpresa que cada año aparecen por las pantallas, llegan sin hacer ruido, con una historia sencilla, que cautiva al instante, con unos personajes como tú  como yo, personas con las que nos cruzamos cada día mientras caminamos, y que acostumbramos a no darles importancia, porque en realidad, lo que son en realidad, su verdadera personalidad, lo que tienen en su interior es un elemento completamente desconocido, imposible de descifrar para los transeúntes con los que se cruzan, pero he aquí la cuestión, en situaciones extremas, adversas e inesperadas sale todo, sale quienes somos de verdad, y que tememos y donde queremos llegar, aunque a veces la existencia se ponga dura y tengamos que destapar todo lo que ocultamos a los demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Lluís Quílez

Entrevista a Lluís Quílez, director de la película “Bajocero”, en la ECIB – Escola de Cinema de Barcelona, el miércoles 3 de febrero de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lluís Quílez, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sandra Ejarque y Ainhoa Pernaute de Vasaver, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Bajocero, de Lluís Quílez

ASALTO AL FURGÓN DE PRESOS.

“Hay que ser buenos no para los demás, sino para estar en paz con nosotros mismos”.

Achile Tournier

El cineasta Lluís Quílez (Barcelona, 1978), ya había demostrado su grandísimo talento en el mundo de las películas cortas, con títulos tan reconocidos como Avatar (2005), Graffiti (2015) o 72%  (2017), relatos de fuerte carga psicológica, en la que sus personajes implicados deben afrontar sus propios miedos, en un mundo totalmente inhóspito y muy oscuro, con acciones que revelarán consecuencias muy inesperadas. Su opera prima, Bajocero, como no podía ser de otra manera, se ancla en los mismos parámetros que seguían sus anteriores trabajos, y nos envuelve en una atmósfera muy inquietante y llena de tensión y violencia, en una película, escrita por Fernando Navarro (especialista en el asunto trabajando con nombres como Paco Plaza, Balagueró o Kike Maíllo), y el propio director, en la que nos someten a una noche muy negra y gélida, una atmósfera de mil demonios y con un tipo solo (como ocurría en el citado Graffiti, uno de sus trabajos más celebrados), en mitad de una de esas carreteras nacionales perdidas a lo largo y ancho del país, rodeada por un bosque muy siniestro.

Una noche en la que un furgón policial traslada a un grupo de presos, y a mitad de camino, en mitad de la nada, alguien los detiene, y a partir de ese instante, los sucesos, cada vez más angustiosos se sucederán. El relato está compuesto a partir de tres escenarios bien distintos. En el primero, vemos todo lo que sucede en el interior del furgón, cargado de tensión y conflictos, y también, vemos lo de fuera, donde alguien amenaza la integridad de los de dentro. En el segundo tramo, pasamos a otra situación donde la supervivencia se convierte en el único sentido de los personajes del interior del furgón. Y el tramo que cierra la película, habrá un enfrentamiento a tumba abierta para discernir las causas de los implicados en la trama. Quílez se vuelve a reencontrar con el cinematógrafo Isaac Vila, que ya había trabajo anteriormente en un par de cortos suyos, pieza clave en una película donde la noche acapara casi todo el metraje, bien iluminada, con esas sombras más propias del cine de terror, y esa amenaza, casi un espectro, que deambula entre los demonios de la noche, esperando su momento.

El buen hacer de la edición que firma Antonio Frutos (colaborador del cine de Calparsoro), fundamental para generar todos esos instantes de tensión, conflictos y violencia que se van desatando en la película, donde existen pocos momentos donde la calma se imponga, casi en todo el metraje los personajes son continuamente azotados por las circunstancias y alguno revelará la cuestión que atraviesan, tanto la del interior del furgón como en el exterior con esa sombra justiciera. Elementos a los que se añade la música de Zacarías M. de la Riva, que ayuda a envolvernos en esa aura de carga endemoniada de thriller psicológico que nos atrapa desde su primer conflicto. El director barcelonés se arropa con un reparto de primerísima altura encabezado por un atribulado y héroe a su pesar Javier Gutiérrez, que vuelve a demostrar que vale para un roto y un descosido, componiendo uno de esos personajes más grandes que la vida, uno de esos tipos que durante la noche verá demasiadas cosas y deberá comprender que su trabajo como policía está por debajo de ciertas, pero importantes tesituras morales. El resto del elenco lo componen Karra Elejalde, sobrio y elegante como es su costumbre, en un personaje vital para la trama, y un ramillete de intérpretes como Luis Callejo, Andrés Gertrúdrix, Isak Férriz, Miquel Gelabert, Édgar Vittorino, Patrik Criado y Florin Opritescu (que repite con el director después de su rol en 72%).

Bajocero guarda más de un elemento parental con aquel cine policíaco estadounidense que en los setenta sirvió para retratar una sociedad corrupta y violenta, con grandes directores como Peckinpah, Carpenter, Pakula, Coppola, Pollack, Siegel o los “Blaxploitation”, entre otros, o los thrillers rurales de la misma época, tan salvajes y oscuros como Perros de paja, de Peckinpah, Defensa, de Boorman y Malas tierras, de Malick, o los patrios como Furtivos, de Borau, o El aire de un crimen, de Isasmendi, o los más recientes, Todo por la pasta, de Urbizu, y La noche de los girasoles, de Sánchez-Cabezudo, todos ellos trabajos que no solo cargan la pantalla de miseria moral y violencia salvaje, sino que se muestran como un real y triste reflejo de una sociedad, donde la corrupción ha devenido el pan de cada día, y todo huele a podrido, y las personas se ven indefensas ante tanta impunidad. Bajocero nos atrapa con su ritmo febril, su pulsión desgarradora, y su frenética huida a ninguna parte, con alguna que otra licencia narrativa perdonable, llena de personajes perdidos y vacíos que esperan su resquicio de luz para escapar de todo y sobre todo, de ellos mismos, en una aventura autodestructiva hacia el abismo en la que todos y cada uno de ellos tendrá su momento, aunque lo más seguro, deba de enfrentarse a sus propios miedos e inseguridades. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Laura Rubirola Sala

Entrevista a Laura Rubirola Sala, directora de la película “Vera”, en Moonlight en Barcelona, el lunes 2 de noviembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Rubirola Sala, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

Entrevista a Carles Torras

Entrevista a Carles Torras, director de la película “El practicante”, en su domicilio en Barcelona, el martes 22 de septiembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Carles Torras, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su tiempo, amabilidad, generosidad y cariño.

La red avispa, de Olivier Assayas

LA GUERRA FRÍA.

“Durante la guerra fría, vivimos en tiempos codificados cuando no era fácil y había tonos de gris y de la ambigüedad”

John le Carré

Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, empezó otra guerra, la “Guerra Fría”, un conflicto lidiado en todo el mundo, una guerra que enfrentaba a la URSS y a los EE.UU., las dos grandes potencias, tanto económicamente como militarmente, por el control mundial, un enfrentamiento encubierto y no declarado entre espías que se investigaba unos a otros, una guerra que duró casi medio siglo. A principios de los noventa, con la caída de la Unión Soviética, muchos pensaron que todos los países al amparo soviético, como Cuba, también caerían, pero las cosas se encaminaron por otros derroteros. El director Olivier Assayas (París, 1955), con más de tres décadas en el cine, un cine que se mueve entre los conflictos sentimentales y familiares entre  grupos de personas de diferente índole que les une algo en común como la amistad o los lazos sanguíneos, en los que ha conseguido certeros títulos como Finales de agosto, principios de septiembre (1998), Las horas del verano (2008), Después de mayo (2012) o Dobles vidas (2018), entre otras, y el thriller sofisticado y profundo como Demonlover (2002) o Boarding Gate (2007).

También, se ha adentrado en el thriller político con Carlos (2010) miniserie dedicada a Ilich Ramírez Sánchez, uno de los terroristas, mercenarios y espías más importantes de la “Guerra Fría”, activo del 1973 hasta bien entrada la década de los noventa cuando fue capturado. Edgar Ramírez, el actor que interpretaba a “Chacal”, vuelve a ponerse bajo las órdenes de Assayas, que basándose en la novela The Last Soldiers of the Cold War, de Fernando Morais, para contarnos un entramado político que abarca todos los años noventa, entre Cuba, Miami y Centro América. Ramírez da vida a René González, un piloto cubano, casado y con una hija pequeña, que deserta rumbo a EE.UU. Allí, se pondrá en contra con los cubanos anticastristas que con la excusa de salvar a balseros, tienen una red donde trafican con droga y dinamitan el estado cubano. Conoceremos a otros como González, que han optado por el mismo camino, como Gerardo Hernández (interpretado por Gael García Bernal), o Juan Pablo Roque (Wagner Moura), aunque en realidad todos ellos juegan a un doble juego en el que es muy difícil descifrar quién trabaja con quién, y quienes ayudan a Cuba o la dinamitan con sus operaciones secretas.

Assayas consigue un buen thriller político, en el que se mezclan con astucia y seriedad el conflicto patrio con el personal, donde la familia juega un papel fundamental, como en el caso del personaje de Ramírez, con su esposa Olga Salvanueva (interpretada por Penélope Cruz) castrista convencida, o Ana Margarita Martínez (que hace Ana de Armas) la cubana enamorada de EE.UU., que tiene que lidiar con la ambigüedad de su marido, el personaje que interpreta Moura. O un personaje como José Basulto (al que da vida Leonardo Sbaraglia), una especie de reclutador de anticastristas en Miami, con todo lo que parece y no es. Quizás puedan liar algo las idas y venidas de la película, en la que a modo de pequeños episodios van mostrándonos las diferentes capas que oculta la película, muy al estilo de Scorsese, y la verdadera naturaleza de cada uno de los personajes y todo aquello que muestra y también, lo que oculta al resto. La red avispa  tiene ese aroma intrínseco de grandes títulos del género como El ministerio del miedo, El espía que surgió del frío, Nuestro hombre en la Habana, o muchos de los trabajos de Costa-Gavras, un especialista en el género político, y las más recientes como Syriana o El topo, donde nada es lo que parece y todos parecen engañarse unos a otros, donde el espectador debe estar muy atento para ir descifrando las pistas y secretos que se irán desvelando.

El cineasta francés maneja con pulso firme y nervio las tramas que rodean el relato, los diferentes espacios donde se juega, capturando esa atmósfera crucial para una cinta de estas características, para crear esa ambigüedad ya no solo en las miradas, gestos y movimientos de los personajes, sino en los lugares donde se desarrollan la trama compleja y humana. Assayas ha formado un grupo de intérpretes bien conjuntados que saben captar las esencias que encierran cada personaje. Además, entre los intérpretes encontramos nacionalidades sud y centroamericanas, incluso española, que mantienen los diferentes idiomas de la película, desde el castellano, inglés o ruso, dotando a la obra de una verosimilitud magnífica, ofreciendo esa veracidad esencial que tanto necesita una película de estas características. Cine de personajes, donde los espías son cercanos y llenos de miedos, inseguridades y de contradicciones, que a veces actúan por instinto, emocionalmente y otras, siguen a pies juntillas las órdenes aunque no se muestren muy de acuerdo, el eterno conflicto entre patria o familia, entre lo que uno piensa y lo que siente o debe de hacer, esa dicotomía que con inteligencia explica la película. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Hogar, de Àlex y David Pastor

LA VIDA QUE TE MERECES.

“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”

Voltaire

La película arranca de forma imaginativa y arrolladora, con ese anuncio que evidencia los valores materialistas del protagonista. Empezando por su lujoso automóvil, la casa enorme con piscina, la esposa encantadora y el hijo obediente. Una vida perfecta, una vida basada en lo material. Una vida de pura apariencia. Una vida ficticia que la publicidad se encarga de imponer como norma, a través de ese ansiado tesoro que nos hará a todos bellos y felices. Una vida soñada para muchos y al alcance de muy pocos. Ante este prólogo donde conocemos el interior de la personalidad de Javier, un tipo que ha perdido su empleo y no logra colocarse de nuevo en la publicidad. Javier tendrá que dejar su lujoso piso en una de las zonas más exclusivas de la ciudad, y trasladarse junto a su mujer, Marga, que se dedicará al servicio de limpieza, y su hijo, un niño acosado en el colegio. Ante este panorama, la vida de Javier se desmorona y tiene que empezar de cero. Pero, por azar, consigue la llave de su antiguo hogar y entra en él a escondidas y sueña con esa vida que ya no tiene.

La tercera película de los hermanos Àlex (Barcelona, 1981) y David Pastor (Barcelona, 1978) después de años dedicados al entretenimiento estadounidense, es un salto adelante en su filmografía, dejando de lado las aventuras de ciencia-ficción que poblaron sus dos primeras películas, Infectados (2009) filmada en EE.UU., nos hablaba de una pandemia que dejaba a los habitantes del planeta sumidos en el caos y en la supervivencia, y Los últimos días (2013) rodada en España, imaginaban una extraña enfermedad que confinaba bajo tierra a la población, mezclada con la misión de un joven que quiere reencontrarse con su novia desparecida. Dos muestras interesantes y desiguales en los que los hermanos Pastor ya trataban muchos de sus temas preferidos: el deseo, la ambición y la locura, a través de las relaciones humanas y la compleja convivencia en situaciones extremas. Javier, el protagonista de Hogar, no anda muy desencaminado de aquellos otros personajes de los Pastor, ya que debe enfrentarse a una situación hostil, ya que ha perdido todo lo que tenía y hará lo imposible por recuperarlo, utilizando todas las energías que tenga a su alcance.

Los directores barceloneses enmarcan su relato en un profundo e intenso thriller psicológico, que tiene mucho que ver con los que hace Oriol Paulo, en el que Javier vuelve al lugar que él considera que pertenece y empezará a urdir un plan diabólico para arrebatar esa vida que desea. Conocerá y entablará una relación con los nuevos inquilinos de su ex casa, el matrimonio formado por Tomás y Lara, y su pequeña hija. Javier indagará en sus puntos débiles, como la rehabilitación de Tomás para superar sus problemas con el alcohol. Javier es ese “Intruso destructor”, término que empleaban Jordi Balló y Xavier Pérez, en la La semilla inmortal, su magnífico libro sobre los temas universales del cine. Ese intruso que parece amigo y buen tipo, pero en el fondo desea lo tuyo, expulsarte de tu vida para colocarse él. Hogar tiene esa textura de thriller para también hablarnos de forma intensa y honesta sobre los inexistentes valores que emanan en la sociedad actual, donde lo material ha expulsado a lo humano, que la felicidad se ha vestido de lujo y dinero.

El guión de los Pastor avanza linealmente, como los buenos thrillers siempre desde la mirada de Javier, ese malvado protagonista, que como solía decir Hitchcock, los Pastor dejan bien claro su maldad desde el primer momento, y la película anda en la tesitura de lo conseguirá o no. Pero no solo se queda ahí, Javier encontrará piedras en el camino, bien urgidas y filmadas, como la aparición de ese jardinero que le traerá alguna que otra sorpresa al protagonista. Los Pastor enmarcan su película con una imagen sofisticada y oscura, muy inquietante, obra de Pau Castejón, filmando en esa Barcelona alejada de los lugares comunes, revistiendo de cuento de terror urbano, social y doméstico. Bien acompaña por la partitura sutil y sobria de Lucas Vidal (que al igual que hizo en otro cuento de terror íntimo como Mientras duermes, de Balagueró, atrapa desde el detalle y el horror más cercano) y el montaje suave e incisivo de Martí Roca, que vuelve a ponerse a las órdenes de los Pastor después de Los últimos días.

Una película de espejos deformantes y vidas dobles, basada en continuos reflejos de apariencias y bienestar neoliberal no debe de faltar un buen plantel de intérpretes que consigan dar vida a toda esa complejidad emocional que irradia durante la película. Hogar descansa en la extraordinaria composición de Javier Gutiérrez, un actor con una inmensa capacidad para enfundarse en los tipos más intensos y humanos, como ya demostró, entre otras, en El autor, donde su Álvaro, el escritor a la caza de un tema para su novela, podría ser un sosías muy cercano de este Javier maquiavélico, ya que, al igual que el otro, también utiliza a los demás para sus propósitos personales. A su lado, en roles más secundarios, encontramos a un correcto e interesante Mario Casas, como el tipo intentando redimirse de su adicción que encuentra un amigo en Javier que resulta que no lo es tal, y las dos magníficas mujeres de la función, Bruna Cusí, que vuelve a demostrar que necesita muy poco para enfundarse en la piel de Lara, esa mujer que tiene muchas batallas delante y quizás, no atenderá a la más importante, y Ruth Díaz, que a base de detalles y suspicacia, logra transmitir verdad en su personaje de Marga, la esposa de Javier en la sombra. Los Pastor han vuelto al largometraje con una película bien planteada y profunda, un excelente ejercicio de thriller psicológico que ahonda en el vacío de los valores de una sociedad sumida en la decadencia, totalmente desorientada y obsesionada con lo fútil y lo material. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El Irlandés, de Martin Scorsese

EL ÚLTIMO GÁNSTER.

El pipiolo Charlie de Mean Streets. El joven Henry Hill de Goodfellas. El avispado Sam Rothstein de Casino. El vengativo Amsterdam Vallon de Gangs of New York. Y el duro Frank Sheeran de El irlandés. Todos ellos fueron hombres jóvenes con el sueño de prosperar en la vida. Todos ellos se cruzaron en el camino de alguien con pinta de ser dueño de algo. Todos ellos dejaron de ser quiénes eran para ser otros. Todos ellos dejaron la vida corriente y anodina para convertirse en brazos ejecutores de poderosos gánsteres. Todos ellos forman parte del universo gansteril de Martin Scorsese (New York, EE.UU., 1942) que a lo largo de sus veinticinco títulos como director ha dedicado bastantes obras a explorar el mundo del hampa, de los negocios oscuros, la corrupción, y las personas y gentuza que pululan por esos lugares de mucha pasta, traiciones y asesinatos. Scorsese se ha sentido cómodo explorando esos  ambientes agobiantes y oscuros, en los que nos sumergía en las vidas de tipos corrientes empujados por convicciones personales, a los que contra viento y marea se empeñaban en introducirse en tempestades que en muchos casos les sobrepasaban. La mirada del director de Queens es profunda y concisa, retrata con dureza y amargura el mundo del hampa de manera que no deja lugar a dudas de la miseria y el horror de ese universo, capturando con honestidad todo ese mundo familiar y sentimental en contraposición con ese otro mundo donde la violencia está tan presente.

El cine de Scorsese ha recorrido la historia de la mafia de Estados Unidos durante el siglo XX, convirtiéndose en un cronista certero y brillante de esas familias y actividades, desde finales del XIX en Gangs of New York, los años veinte con la ley seca en el capítulo piloto de la serie en Broadwalk Empire, los ambientes gansteriles de New Yersey en Goodfellas,  pasando por los oscuros y violentos años setenta del Nueva York de poca monta en Mean Streets, o las triquiñuelas y violencia que se cocía en Las Vegas durante los setenta y ochenta en Casino, o la mafia irlandesa de The Departed, donde los gánsteres compartían protagonismo con los policías. Scorsese se ha basado en personajes reales o los ha rebautizado basándose en personajes que existieron. Tipos duros, faltos de escrúpulos, asesinos, capaces de todo, ajenos a cualquier ley y metidos en esos mundos donde la lealtad y el respeto se pagan con dinero, con mucho dinero.

El irlandés es una especie de compendio de todas sus películas, empezando porque es la obra que abarca más años, ya que arranca a mediados de los cincuenta cuando su protagonista Frank Sheeran es un camionero sin más, y llega hasta principios del nuevo siglo, cuando Sheeran apura sus últimos días retirado en una residencia, enfermo y deteriorado. La película se estructura mediante un flashback, en la que el propio Sheeran nos va contando su vida (muy habitual en el cine de gánsteres de Scorsese) su entrada, evolución y final en la familia de Russell Bufalino, y sus relaciones con el sindicalista Jimmy Hoffa (que ya había tenido una película en 1992 interpretado por Jack Nicholson y dirigida por Danny DeVito). La película se basa en la novela I Heard You Painting Houses, de Charles Brandt, como hiciera con las novelas de Nicholas Pileggi en sus celebradas Goodfellas y Casino, en un guión que escribe Steven Zaillan, con el que ya colaboró en Gangs of New York. Scorsese desestructura su relato a través de una road movie, aprovechando un largo viaje por el que Buffalino y Sheeran pasaran por lugares de su historia, en el que se mezclan pasado y presente, en los que la película se irá deteniendo y recordando los pasajes allí vividos, quizás en ese sentido si que tiene la película estructura de último viaje, del final de un tiempo, de adiós, describiendo con minuciosidad una forma de vida del hampa que se extingue, que se acaba, donde Sheeran encarna al último superviviente, y por ende, el encargado de contarnos a nosotros los espectadores esa historia que desaparece con él, un relato que solo comparte con nosotros, como evidenciará su momento con los federales donde no cuenta nada sobre Hoffa.

El relato va de un lugar a otro, de una mirada a otra, pero sin dejar la mirada de Sheeran y su historia, la de un corriente camionero de Pennsylvania convertido en un matón de la mafia. Scorsese se mueve dentro de ese clasicismo que encontramos en otras de sus películas, mezclándolo con una forma más  posmoderna en el momento de contar las situaciones, consiguiendo envolvernos en una película magnífica y arrolladora en todos los sentidos, atrapándonos con sus 210 minutos que llenan pero, como suele pasar en el cine de Scorsese, podríamos estar más rato viendo las historias de Sheeran y los demás. La estupenda y concisa luz de Rodrigo Prieto que vuelve a colaborar con el director, después de Silencio y El lobo de Wall Street, casa perfectamente con ese mundo, submundo y espacio donde se mueven estos tipos, porque es a través de sus personajes que Scorsese nos va contando el sinfín de historias que se van desarrollando, teniendo en la relación de Frank Sheeran y Jimmy Hoffa el grueso de la película, aunque también veremos a los Kennedy, Nixon y los demás, tejiendo las sucias y oscuras relaciones entre política y mafia, en que esa estructura de retratos e historias funciona a las mil maravillas gracias al estudiado y sobrio montaje de Thelma Schoonmaker, que lleva editando las películas de Scorsese hace más de cincuenta años, donde no dejan ningún cabo suelto y aprietan con el ritmo según el momento, creando la tensión y el misterio necesarios, sin olvidar la banda sonora, que Scorsese vuelve a demostrarnos su precisión haciendo un gran recorrido por la música popular estadounidense.

La cámara se desenvuelve de manera natural, utilizando con mucho orden y concisión todo aquello que debemos ver y todo aquello que deja fuera pero que intuimos que sucederá, así como hacia donde derivarán las diferentes acciones, después de los encuentros y los posteriores enfados de los personajes. Qué decir de la interpretación de los diferentes roles que vemos en la película, encabezados por un Robert De Niro, en su novena película con Scorsese, dando vida a Frank Sheeran, con su característica mirada, gestualidad y esa forma tan inquietante que tiene a la hora de asesinar y moverse por ese universo gansteril, Al Pacino, que junto a De Niro se repartieron buena parte de los mejores trabajos de la década de los setenta, debuta en el cine de Scorsese, y vuelve a compartir pantalla con De Niro después de los breves planos en Heat, dando vida a Hoffa, el líder sindical que todo Dios conocía durante los setenta y ochenta, época donde los camioneros dominaban el cotarro de la economía, y el hampa hacía lo imposible por mantenerlos a su lado, ya que eran quiénes transportaban la mercancía que les hacía ganar grandes sumas de dinero. Hoffa despareció misteriosamente en 1975 sin dejar el más mínimo rastro.

Pacino da vida a un tipo que se creyó más listo que nadie, alguien que nunca tuvo en cuenta con quiénes trataba, un ser que traicionó a aquellos que lo subieron. Joe Pesci, que vuelve con Scorsese, alejado de aquellos matones que acaban en el fango de Goodfellas o Casino, dando vida a Russell Buffalino, el jefe de la mafia siciliana, con ese porte reposado de los que saben vestir, mandar y cuidar a quién se lo merece y hacer desaparecer a quién se pasa de la raya. Harvey Keitel, que también vuelve al universo Scorsese, en la piel de Angelo Bruno, otro capo, en un rol breve pero muy intenso. También vemos a Stephen Graham en la piel de Tony Pro, otro líder sindical con aires de mafioso, y Anna Paquin siendo Peggy, la hija menor de Sheeran que tendrá una relación distante y compleja con su padre y sus “amigos” por sus innumerables delitos y crímenes. Y después, como es habitual en el cine de Scorsese, toda una retahíla de intérpretes entre los que hay profesionales y otros que no lo son, pero dan ese aspecto duro, con esos rostros de tiempo, con aires de mafioso, serio y sucio que tanto busca el director.

Scorsese maneja la fuerza expresiva de sus intérpretes y las acciones que les somete de forma magistral, cociendo a fuego lento todo el magma de relaciones, conflictos y miradas, donde destacan sobremanera el realismo y la brutalidad con la que están filmados los actos violentos y los asesinatos, marca del estilo de un Scorsese en plena forma, volviendo al universo gansteril como los grandes, donde la historia y los personajes están por encima de todo, hecho que lo convierte en un cineasta atípico en su país, donde todo se envuelve en pirotecnia muy ruidosa. Scorsese consigue ese aroma de ocaso y sombrío que tiene el Sunset Boulevard y Fedora, ambas de Wilder, Grupo salvaje, de Peckinpah, Barry Lyndon, de Kubrick o El último magnate, de Kazan, retratando la vida y su ocaso, su trago final, donde abundan los personajes complejos y ambiciosos, seres de muchas piezas, seres que hacen pensar, que nos revuelven moralmente, tipos sin escrúpulos, gentes que deambulan por mundos donde todo vale, donde la gente está ahí para satisfacerles en sus ideas ambiciosas y en sus formas de vivir. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA