Ernest Cole: Lost and Found, de Raoul Peck

EL FOTÓGRAFO EXILIADO. 

“Sí, Sudáfrica es mi país, pero también es mi infierno”. 

Ernest Cole

La trayectoria de Raoul Peck (Puerto Príncipe, Haití, 1953), ha pasado por el periodismo, la fotografía y el Ministerio de Cultura de su país hasta el cine con el que arrancó a finales de los ochenta con Haitian Corner (1988), sobre un exiliado que cree tropezarse con su torturador. Los expulsados, exiliados y apátridas enfrentados a las injusticias sociales ya sean en su país natal, África o Estados Unidos son los activistas y luchadores que pululan en una filmografía que se centra en rescatar del olvido a personas que se pusieron de pie ante la injusticia de los pdoerosos en una carrera que ronda la veintena de títulos entre la ficción, el documental y las series, con títulos como los que ha dedicado al líder anticolonialista congoleño en Lumumba, la muerte de un profeta (1990), L`homme sur les quais (1993), El camino de Silver Dollar  (2023), y los estrenados por estos lares como El joven Karl Marx (2017), y I Am Not Your Negro (2016), sobre el activismo del escritor afroamericano James Baldwin. 

Si pensamos en Sudáfrica nos vienen a la mente los nombres de Nelson Mandela (1918-2013), que se pasó 27 años de su vida en prisión por luchar por los derechos de su gente, o el de Steve Biko (1946-1977), otro líder contra el apartheid que fue asesinado por el gobierno. De la figura de Ernest Levi Tsoloane Kole, conocido por el nombre de Ernest Cole (Eersterust, Pretoria, Sudáfrica, 1940 – New York, EE. UU., 1990) no sabíamos nada, así que la película Ernet Cole: Lost and Found se torna fundamental porque viene a rescatar la importancia de su figura y legado, ya que fue el primer fotógrafo que documentó los horrores del apartheid sudafricano a través de unas bellísimas y poderosas fotografías publicadas en el libro “House of Bondage” (Casa de esclavitud), publicado en 1967 con sólo 27 años que le obligó a exiliarse a Estados Unidos, donde siguió capturando la vida: “Para mí la fotografía es parte de la vida y cualquier fotografía que valga la pena mirar dos veces es un reflejo de la realidad, de la naturaleza, de las personas, del trabajo de los hombres, desde el arte hasta la guerra”, y sobre todo, esperando que su país cambiase y los negros tuviesen el derecho de ser personas de pleno derecho y no súbditos de segunda, pisoteados y vilipendiados diariamente por la minoría blanca encabezada por De Klerk. 

El dispositivo de Peck es muy sencillo y a la vez, brillante, porque nos convoca a un viaje maravilloso en el que nos cuenta la vida de Cole a través de dos pilares: sus magníficas fotografías, tanto las que hizo en Sudáfrica como en EE. UU., mostrando la realidad más cruda de muchas personas que vivían sometidas al gobierno y la injusticia social. Acompañando todas esas imágenes escuchamos la voz del actor afroamericano Laketih Stanfield, en inglés, (el propio director hace la versión francesa), como si fuese el propio Ernest Cole que nos contase su propia historia, recuperando textos y documentos que dejó el fotógrafo. También, vemos otras imágenes del propio Cole y otras que documentan la vida y la muerte en los dos países, así como el descubrimiento de sus fotografías. Un estupendo trabajo de cinematografía del trío Moses Tau, Wolfgang Held, del que conocemos su trabajo en Joan Baez: I Am A Noise, y el propio director, así como la excelente música que firma Alexei Aigui, que ha trabajado con Peck en 9 ocasiones, además de nombres comos los de Todorovsky, Serebrennikov y Bonitzer, que ayuda a paliar la triste historia de Cole, que nunca pudo volver a su país, y el interesante montaje de Alexandra Strauss, seis películas con el director que, logra darle constancia y solidez a la amalgama de imágenes y narración en los estupendos 106 minutos de metraje.  

El trabajo de Cole quedó en el olvido y él siguió malviviendo por New York hasta que un cáncer de páncreas acabó con su vida. Fue en 2017 cuando se encontraron en un banco de Suecia más de 60.000 negativos que se creían perdidos y su nombre volvió a recuperarse como uno de los combatientes más relevantes contra el apartheid, cómo refleja con sobriedad la película de Peck que, vuelve a asombrarnos con sus relatos contundentes y políticos sobre personas que han quedado relegadas a un olvido injusto y triste, aunque su cine se niega y lucha contra esa ausencia y quiere dejar constancia del legado de tantos fantasmas que vagan por las cavernas de la historia en este planeta que corre demasiado y se para muy poco, siempre pensando en un futuro que nunca llegará y olvidando el pasado, ese lugar real porque ha existido y es de dónde venimos todos. Todos los espectadores ávidos de conocer las tantísimas historias olvidadas que existen, no deberían dejar pasar una película como Ernest Cole: Lost and Found, del director Raoul Peck, y no sólo eso, sino que nos encontramos con uno de los más grandes fotógrafos que, impulsado por la fotografía de Henri Cartier-Bresson, cogió una cámara y empezó a disparar a diestro y siniestro ante la realidad social en la que vivía, un horror que era olvidado por los países enriquecidos, como sucede ahora con Palestina. En fin, siempre nos quedará el arte. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los restos del pasar, de Luis (Soto) Muñoz y Alfredo Picazo

EL PAISAJE Y SU REPRESENTACIÓN. 

“La representación de la vida y de la muerte es infinitamente más desgarradora que la vida y la muerte mismas. Ello sucede porque las imágenes nos dan las cosas, pero nos las dan en tanto que perdida. Ahí radica la verdadera patética verdad de la imagen. La imagen está siempre por algo que fue, pero que ya no es”. 

Ricardo Menéndez Salmón en la novela “Medusa” (2012)

En el universo cinematográfico de Luis (Soto) Muñoz (Baena, Córdoba, 2000) predomina lo oscuro y lo oculto, lo que no vemos, las grietas de la vida o quizás, la muerte, donde la periferia, noche y el paisaje filmado juegan un protagonismo primordial, siempre jugando con las estructuras propias de lo representado y su representación. En El cuento del limonero (2021), película de 50 minutos filmada durante la pandemia y en Baena,  mostraba a su abuela en un interesante dispositivo en el que había texturas y mezclas muy diferentes. En Sueños y pan (2023), partiendo de Los golfos (1960), de Carlos Saura, retrataba a dos marginados envueltos en un robo y en sus ilusiones que iban marchitándose a medida que avanzan sus circunstancias en un fascinante blanco y negro. 

En Los restos del pasar vuelve a Baena, junto a la codirección de Alfredo Picazo, también del 2000 y de Baena, que hizo el montaje del citado El cuento del limonero, por supuesto, para volver a experimentar con las infinitas posibilidades de la imagen y su formas de representación, porque nos sitúa en un lugar reconocible pero en un tiempo indeterminado, en el que rueda la semana santa del pueblo, con sus ritos, su tradición y sus gentes, como si estuviéramos frente a un documental etnográfico, fusionado con la historia de Antonio adulto que recuerda en off su infancia y su encuentro trascendental con Paco, un pintor que le hablará de la vida, la muerte y la forma de mirar el entorno y aprender de él. El paisaje de Baena actúa como santo y seña, en una mirada que transforma su idiosincrasia y su no tiempo, donde hace un profundo análisis y reflexión sobre el tiempo, nuestro paso por la vida y por todas las presencias y ausencias que nos rodean. La película fusiona con acierto la liturgia religiosa, la excepcional comunión de los habitantes del pueblo y la trama de la infancia perdida, rodeada de olivos, de tradiciones y de observar la vida y entender la muerte a través de lo terrenal, representado por el pintor, y la místico, que representa la religión en las conversaciones con el párroco. 

El blanco y negro, que recuerda a aquel cine español de los “Nuevos Cines” de los sesenta, del que los autores se consdieran deudores, no sólo por afinidad cinéfila sino también por su creatividad, y algunos momentos en color, en un gran trabajo del cinematógrafo Joaquín García-Riestra Guhl, con el formato 1:1:66, tan característico de aquella época del Cine Español, que ya hizo la imagen de la mencionada Sueños y pan, en el que crea una atmósfera de tiempo no tiempo, de una infancia envuelta en la bruma del recuerdo y la fábula. El montaje de Rafael Cano, que ha trabajado con (Soto) Muñoz en sus películas y en Cuando se hundieron las formas puras (2021), cortometraje de Alfredo Picazo sobre el asesinato de Lorca, genera esa idea de gazpacho que reina en toda la película, donde la naturalidad se impone proque se va creando un documento sobre el tiempo, la vida, la muerte y la infancia en sus 83 minutos de metraje. La fuerza de la música procesional que casa a las mil maravillas con la música del dúo Pedro Catalán y Juan Marpe nos van sumergiendo en una Baena real e inventada, donde todo es posible. El magnífico trabajo de sonido de Laura Gantes, que consigue convertirnos en un baenense más, o incluso, nos conduce por sus tiempos y sus fantasmas, los presentes y ausentes. 

Las tres películas que hemos visto de Luis (Soto) Muñoz, al que hay que añadir a Alfredo Picazo en esta última, emergen como tres cintas donde existe una idea muy profunda de la representación tanto de la imagen como los diferentes elementos cinematográficas, tanto en su búsqueda como en su experimentación, en la que no hay límites ni caminos trillados, sino todo lo contrario, una travesía de descubrimiento, muy sorpresivo y de ir encontrándose con los paisajes y escenarios a filmar, y sobre todo, las formas en que serán representados, en una eterna fusión de formas y texturas a priori muy alejadas, pero en su materialización casan de forma muy expresiva, intensa y espectacular, en una cadena de imágenes reveladoras y tremendamente significativas, no sólo en su exterior sino socavando todos los matices y detalles que se van manifestando, componiendo una sinfonía de almas, intimidades y revelaciones, donde las diferentes procesiones de Semana Santa de Baena consiguen una fuerza brutal acompañadas de la voz en off de Antonio adulto que recuerda a las películas de Val del Omar. No dejen de ver Los restos del pasar y sobre todo, dejense llevar por su historia, su verdad y su viaje por el tiempo y el no tiempo, por la muerte y los fantasmas que habitan en los paisajes de nuestra memoria y nuestra infancia, aquel tiempo que siempre pasa y siempre se recuerda. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Raúl Capdevila

Entrevista a Raúl Capdevila, director de la película «Los saldos», en el marco de LAlternativa. Festival de Cinema Independent de Barcelona, en el hall del Teatre CCCB en Barcelona, el miércoles 23 de noviembre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Raúl Capdevila, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Mariona Borrull de Comunicación de L’Alternativa, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un cielo impasible, de David Varela

NUESTRA GUERRA CONTADA A LOS ADOLESCENTES.

“El pasado es siempre lo que dictaminan los presentes; en el futuro el pasado será el presente. Así se escribe siempre la historia”.

“Campo del Moro”, de Max Aub

En el verano de 2007, el Palau de la Virreina en Barcelona organizó la exposición “Cartografías Silenciadas”, de la fotógrafa Ana Teresa Ortega, compuesta por cincuenta instantáneas actuales de los lugares donde se alzaron campos de exterminio franquistas durante el período entre 1938 y 1962. Mi sorpresa fue mayúscula al conocer como esos sitios del horror habían sido silenciados y sepultados de la historia, en un trabajo de desmemoria de los gobernantes para borrar las tragedias de la dictadura. El cineasta David Varela (Madrid, 1972), que lleva desde hace más de una década en el cine documental formulando preguntas investigando nuestro pasado desde el presente, de forma audaz y reflexiva, como ya lo hizo acercándose a los vestigios y huellas de la Guerra Civil Española en Blockhaus 13 (2020), retratando el búnker de Colmenar del Arroyo (Madrid).

Con su nuevo trabajo Un cielo impasible, de título sumamente revelador en su propuesta, porque el director nos propone un viaje muy profundo y personal a nuestra guerra, a la guerra de nuestros antepasados, que diría Delibes, peor lo hace de forma muy interesante, ya que va mucho más allá que otras propuestas de revisión de memoria histórica, porque nos propone un trabajo a pie de campo, a visitar los lugares donde se desarrolló la Batalla de Brunete (Madrid), allá por julio de 1937, y lo hace de forma muy potente, convirtiendo su película-documento en una travesía que nos conecta con el pasado-presente en un solo espacio, donde se mezclan y fusionan en forma de caleidoscopio muchos elementos: las grabaciones de testimonios de combatientes y familiares, el ensayo-rodaje que tiene la película en varios instantes, los espectaculares planos secuencia con drones que nos permiten una visualización general del lugar y lugares más concretos, conociendo y valorando in situ los espacios, sus objetos y demás huellas de ese pasado que no se borra aunque algunos así lo pretendan.

Aunque la parte más interesante de de la película son los compañeros de viaje de Varela, porque se hace acompañar por un grupo de cuatro adolescentes que descubren, aprenden y miran lo que fue la Guerra en Brunete, y sobre todo, se preguntan, se cuestionan y reflexionan sobre nuestro pasado, sobre cómo este pasado se ha planteado en las aulas, y aún más, dialogan con historiadores y expertos sobre cómo se estudia el pasado y se transmite a los adolescentes de hoy en día. Varela se acompaña de buenos profesionales como la cinematógrafa Raquel Fernández Núñez, que ha trabajado con Mariano Barroso, Miguel del arco y María Ripoll, entre otros, para conseguir esas imágenes que tienen fuerza, que adquieren un nuevo sentido, porque ya no solo miran las huellas del pasado, sino que lo retratan, como el inmenso trabajo de sonido de Sergio López-Eraña, que tiene en su haber películas tan interesantes como Los veraneantes, True Love y Oscuro y lucientes, y muchas más, y la composición de Jonay Armas, que ha trabajado en films importantes como Europa y La estrella errante.

El extraordinario trabajo del propio director que escribe, produce, diseña el laborioso trabajo de sonido de la película, y además dirige, en colaboración con los cuatro adolescentes: Jimena Gómez de Diego, Paula Gordils Carrillo, Andrea Lázaro Pacios y Jacobo Llavona Pastor, en una experiencia que nos remite a la realizada por Jonás Trueba en su magnífico Quién lo impide (2021), en un relato sobre todos nosotros, sobre ese pasado que nuestros gobernantes demócratas han mirada de reojo, sin profundizar y sobre todo, dejando que el tiempo borre sus testimonios y sus lugares, pero películas como Un cielo impasible, heredera de otras como La guerrilla de la memoria (2000), de Javier Corcuera, Equí y n’otru tiempu (2014), de Ramón Lluís Bande, Elefantes (2017), de Carlos Balbuena, y Esa fugaz esencia que dejaron los sucesos (2022), de Carolina Astudillo, entre otras obras que se han acercado a la memoria de la Guerra Civil Española a través de todos sus lugares en su tiempo presente, retratando una historia contada por los vencedores y silenciando a los otros, a los vencidos, a los que nadie recuerda, a los que se perdieron en el olvido de la historia.

Un cielo impasible de David Varela, no solo es un retrato de lo mal que lo ha hecho este país con la historia de la guerra, que ha provocado nuestra desmemoria y atontamiento como sociedad que han provocado muchos de los problemas de los últimos tiempos, sino que también, y esto lo hace muy importante, la película se trata de un análisis certero y brutal sobre el mal funcionamiento de los centros de enseñanza públicos del país en materia de memoria, porque los más jóvenes están interesados en estos temas si se hacen con criterio, cercanía y sobre todo, con amor por nuestra historia, que no nos gustará, pero es la que es, y lo peor de todo, no solo es enseñarla mal, es no recordarla, es dejar que sus huellas desaparezcan y sean meros trozos de piedra y objetos sin significado, y es sería una tragedia como lo fue la guerra, porque los herederos de todo aquello somos los que debemos conocer la historia no solo para volverla a repetir, que eso es muy difícil, pero si para ser más humanos y seres que recuerden, que sepan y críticos con nuestro presente porque conocemos nuestro pasado. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Nuria Giménez Lorang

Entrevista a Nuria Giménez Lorang, directora de la película «My Mexican Bretzel», en la Plaza de la Vila de Gràcia en Barcelona, el jueves 10 de diciembre de 2020.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Nuria Giménez Lorang, por su tiempo, generosidad y cariño, y a Paula Álvarez de Avalon, por su amabilidad, paciencia y cariño.

El Cuarto Reino, de Adán Aliaga y Àlex Lora

UN LUGAR PARA LA ESPERANZA.

“Los humanos vivimos generalmente bajo la ilusión de seguridad y de encontrarnos en nuestro hogar en un entorno físico y humano elegante y confiado. No obstante, cuando se interrumpe el ritmo diario, nos damos cuenta de que somos como náufragos que intentamos mantener el equilibrio sobre unas planchas rotas den medio del mar, olvidando de dónde venimos y sin conocer cómo marcar el rumbo”

Albert Einstein

Hace un par de años Adán Aliaga, director entre otras de La casa de mi abuela, La mujer del Eternauta o El arca de Noé, y Àlex Lora, director de Thy Father’s Chair y un buen puñado de películas breves, unieron sus fuerzas para dirigir la película breve The Fourth Kingdom, en el que nos contaban en 15 minutos las vicisitudes de un grupo de personas, desplazados e inmigrantes ilegales, que se ganaban la vida mediante una cooperativa de reciclaje situada en Brooklyn, en Nueva York. Partiendo de esa primera experiencia y con un extenso material filmado de más de 300 horas, ha nacido El Cuarto Reino, al que añaden el subtítulo de El reino de los plásticos, como lo llaman muchos de sus empleados.

Aliaga y Lora vuelven a El Cuarto Reino para explicarnos en 83 minutos cómo siguen las vidas de aquellos que conocimos, sitúandonos en el corazón de ese lugar, rodeados de montañas de bolsas con plásticos, latas y vidrio, a través de pasillos y espacios donde se almacena todo el material de desecho y se manipula para que siga su curso de reciclaje, nunca lo veremos en su totalidad, siempre fragmentado, al igual que las vidas de las personas, en su mayoría hombres, que por una cuestión u otra, han acabado trabajando y viviendo de la planta cooperativa Sure We Can, fundada hace diez años por Ana, una misionera española. Allí conoceremos a René, un mexicano que todavía arrastra problemas de alcoholismo, a Walter, un guatemalteca audaz que fabrica gafas especiales para ver una realidad diferente, a Pier, estadounidense, ex pianista de jazz que una depresión le hizo empezar de nuevo, o Eugene, también americano, que su adicción a las drogas lo llevó a la mala vida e intenta recuperarse en el centro, y otras almas que han encontrada en la cooperativa una forma de agarrarse a la vida, todos ellos han sido víctimas de ese sueño americano que arrastra a tantas personas cada año a intentar mejorar sus vidas atraídos por esas barras y estrellas tan brillantes que acaban cegando a la mayoría.

Los directores españoles nos cuentan una crónica diaria que abarca varios meses, vemos nieve, calor y las diferentes circunstancias, tanto físicas, psicológicas como laborales en las que se ven inmersos los que allí se emplean, así como sus habituales y sorprendentes relaciones y diálogos, donde hablan de sus vidas anteriores, toda la familia que dejaron en sus países de origen, de nostalgia, de esa existencia que les llevó a la oscuridad, de reencontrarse, y también, de su posible futuro, sin olvidarnos de las estrellas y los seres del más allá, de esas otras vidas que tanto tienen que ver con sus experiencias y sus realidades. Una película narrada con pausa y sobriedad, sin caer en el sentimentalismo ni en nada que se le parezca, sino explicando con lo mínimo ni subrayados innecesarios, todas esas vidas en ese limbo maravilloso que es el centro de reciclaje, y la vida que se desata constantemente, como esos momentos divertidos con los chinos a través de la dificultad originada por la comunicación, o los diferentes artistas que asan por allí para representar obras de teatro diferentes y enigmáticas, u otros artistas como pintores que buscan inspiración en ese lugar especial y lleno de energía.

Una obra que nos habla de injusticia y desigualdades, de pasados durísimos y existencias difíciles, pero también, de realidades llenas de esperanza y vitalidad, de forma inteligente y sencilla, capturando no sólo la cotidianidad de unos seres que están en procesos vitales de reconstrucción, sino que también va más allá, como esas estrellas y seres de otros planetas que tienen tan ensimismados a muchos de los que vemos, sumergiéndonos en el alma humana de esas personas, con el preciso y natural montaje que firman los dos directores junto a Sergi Dies (que ha editado para Isaki lacuesta, Lisandro Alonso, o el propio Aliaga, entre otros) evidenciando todo aquello que se nos escapa, lo que queda bajo la superficie de lo que hablan y lo que hacen, todo aquello que los sigue, todo aquello que sienten, o simplemente, todo aquello que fueron, y sobre todo, les gustaría ser, convirtiéndose en todo un ejemplo de autocrítica y trabajo personal para concienciarse de sus problemas y la forma de resolverlos para tener una vida más digna, justa y humana, muy alejada de ese sueño americano tan falso, vacío y mercantilizado, que nada ayuda a tantos aventureros que acaban siendo náufragos de sus propias vidas y sueños frustrados. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=»https://vimeo.com/335672756″>El Cuarto Reino – Directed by Ad&aacute;n Aliaga &amp; &Agrave;lex Lora – Trailer</a> from <a href=»https://vimeo.com/jaibofilms»>Jaibo Films</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Ainhoa, yo no soy esa, de Carolina Astudillo

RETRATO DE UN DESENCANTO.

“El significado de una imagen no subyace en su origen sino en su destino”

Sherrie Levine

Las primeras impresiones que me vienen a la mente después de ver la película Ainhoa, yo no soy esa, de Carolina Astudillo (Santiago de Chile, 1975) tienen mucho que ver con la figura de Chris Marker (1921-2012) el cineasta ensayista de la memoria por excelencia, cuando refiriéndose a la naturaleza de las imágenes, mencionó: “Si las imágenes del presente no cambian, cambiemos las del pasado”, en relación a una frase de George Steiner que venía a decirnos que “No es el pasado el que nos domina, sino las imágenes del pasado”. Dicho esto, el concepto de la memoria es la base del trabajo de la cineasta chilena, afincada en Barcelona, ya desde sus primeras piezas, De monstruos y faldas (2008) o Lo indecible (2012) en los cuáles trazaba un profundo y sobrio trabajo sobre sendos casos de carcelación y tortura de las dictaduras españolas y chilenas, protagonizadas por personas anónimas, donde exploraba la memoria personal de aquellos invisibles, de los que nunca protagonizaban portadas de diarios, de tantos ausentes de la historia oficial.

Ya en su primer largometraje El gran vuelo (2014) retomaba lo investigado en el citado De monstruos y faldas, para retomar una de esas historias que pululaban por su pieza para centrarse en la figura de Clara Pueyo Jornet, militante del Partido Comunista que, después de huir de la cárcel de Les Corts en Barcelona, se perdió su pista. Astudillo tejía de manera extraordinaria un brillante y profundo retrato de la desaparecida a través de imágenes ajenas de la época de cuando vivió, ya que no existía material archivo de ninguna naturaleza, creando un mosaico magnífico en el que  indagaba en aspectos ocultos y oscuros de su biografía y dejaba abiertos todos los posibles caminos de su destino, a más, de realizar un ensayo sobre la naturaleza de las imágenes utilizadas, en la que realizaba un exhaustivo análisis de las imágenes, deteniéndose en cómo eran filmadas las mujeres, en su mayoría pertenecientes al servicio.

En su segunda película, la directora chilena va mucho más allá, porque vuelve a centrarse en una persona anónima, la citada Ainhoa Mata Juanicotena (1971-2016) una ciudadana más, una desconocida más, aunque el proceso creativo de la película anduvo por otros lares a los empleados en El gran vuelo, porque si en aquella la ausencia de imágenes provocó la búsqueda de otras de la época, en esta ocasión, la abundancia de material significó otro reto, elegir una idea entre tantas posibles, ya que había tantos caminos abiertos como diferentes. Patxi, hermano de Ainhoa, puso en manos de la cineasta material fílmico realizado en Súper 8, registrado por el padre, material en video, filmado por la propia Ainhoa, grabaciones telefónicas, cientos de fotografías familiares y los diarios de la joven citada. Un material inédito y familiar que abarcaba casi 40 años de vida, una vida llena de momentos alegres y divertidos sobre la infancia y la aventura de crecer, y también, esa adolescencia inquieta y esa juventud desencantada de la protagonista.

Astudillo construye una fascinante y maravillosa película fragmentada, grande en su sencillez e inabarcable en su reflexión, llena de idas y venidas por la biografía de Ainhoa, desde su infancia, pasando por la adolescencia y llegando a la edad adulta. Un viaje sin fin, un recorrido por su vida, por la fragmentación de su vida, a través de las películas de Súper 8 del padre, las fotografías y las grabaciones, donde Astudillo reflexiona sobre la naturaleza de las imágenes, su textura, sus imperfecciones producidas por el paso del tiempo y conservación, donde vemos a una familia feliz que disfrutan en vacaciones, con los padres de Ainhoa, sus dos hermanos mayores y ella misma, tanto en el País Vasco y su emigración a Barcelona. Momentos de otro tiempo, de un pasado lejano que jamás volverá, en el que las imágenes familiares dejan paso a una reflexión magnífica sobre la familia y la biografía propia, a la que la directora chilena añade lecturas del diario de Ainhoa, leídos por Isabel Cadenas Cañón, autora de También eso era el verano, un álbum familiar sin fotografías, una estupenda metáfora del viaje que propone Astudillo, en relación a la naturaleza de las imágenes, su destino, nuestra relación con ellas desde el presente, unas imágenes que explican unas vidas, algunas de ellas ausentes, cómo se detalla en la película.

Astudillo plantea una película de múltiples capas, a las que va añadiendo elementos que van añadiendo más piezas al caleidoscopio complejo de la existencia de Ainhoa y su familia,  como añadir su propia presencia, donde la directora, filmada en Súper 8, con el mismo formato cuadrado que acompaña a esas imágenes encontradas de la familia, en las que la directora se convierte en interlocutora con la propia Ainhoa, a la que escribe una carta que sabe que jamás leerá, en la que reflexiona en primera persona sobre acciones y decisiones comunes con la propia Ainhoa,  también leerá diferentes textos procedentes de diarios de artistas insignes como Frida Kahlo, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Sylvia Plath, Alejandra Pizarnik o Anne Sexton, algunas de ellas suicidas, como el fatal destino de Ainhoa, textos que, al igual que el de Ainhoa, se convierten en textos muy íntimos, donde descubrimos pensamientos, reflexiones y sensaciones sobre la maternidad obligada, la menstruación o el aborto, explicado de manera natural y sincera. También, escucharemos diferentes testimonios que nos hablan de otros aspectos y elementos de la propia Ainhoa, como los de su hermano Patxi, Esther, Lluís o Dave, personas que en algún momento u otro de sus existencias se cruzaron en la vida de Ainhoa.

Astudillo vuelve a contar con su equipo cómplice y habitual que raya a una altura inconmensurable, con el montaje de Ana Pfaff que realiza un trabajo memorable que entrañaba muchas dificultades, llevándonos de un tiempo a otro de manera sencilla y bella, haciéndonos reflexionar, a través de la naturaleza de las imágenes y su diálogo con el pasado y el presente, y Alejandra Molina en la edición de sonido, otro apartado esencial en el universo caleidoscopio y laberíntico de Astudillo, y la aportación en el Súper 8 de Paola Lagos, así como la suave y delicada música de La Musa, que añade otra lectura más si cabe en la vida de Ainhoa. Así como sus objetos más íntimos, como discos de grupos de rock radical vasco, fotografías, sus pinturas, pipas, y su cartera, objetos de alguien que vivió a su ritmo, que mostraba dos caras, la del exterior, donde era alguien duro y frívolo, y la del interior, que conocemos a través de sus diarios, donde se mostraba solitaria, sensible, angustiada y torturada, una persona que no encontraba el amor, que se sentía insatisfecha con su vida, con su trabajo, y quería escapar de todo y acabó con malas compañías, drogas y demás pozos oscuros, que quiso vivir demasiado deprisa, lanzándose al vacío, como le ocurrió a tantos de su generación, unos seres con inquietudes artísticas, curiosos pero perdidos en sí mismos y a la deriva en una sociedad que prometía tanto y finalmente ofreció tan poco y acabó desaparecida en su abismo, en aquellos años de finales de los 80, cuando Ainhoa se va aislando de todo y todos, marginándose en un bucle peligroso que la llevó a tomar una decisión irreversible y mortal. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Lo que dirán, de Nila Núñez

QUIÉNES SOMOS.

“Lo más importante es que nosotras tenemos algo que decir y ellos necesitan escuchar eso”.

En los últimos tiempos, el cine español más arriesgado y personal, aquel que huye de los convencionalismos, el que más mira a su entorno y la sociedad que lo rodea, se ha destapado de forma sincera y realista, hablándonos sobre la adolescencia, pero no una adolescencia arquetipo y llena de territorios transitados, la que todos esperan, sino todo lo contrario, aproximaciones al universo adolescente desde una perspectiva interior, desde sus miradas más personales, sus conversaciones más íntimas y sus reflexiones más internas, películas ancladas en un marco documental, obras como Quién lo impide, de Jonás Trueba, que agrupa varios largometrajes en torno a mirar la adolescencia, sus protagonistas y escuchar sus diálogos, sus pensamientos y su mundo, igual que < 3, de María Antón Cabot, en la que siguiendo unos caminos parecidos al proyecto de Jonás Trueba, se lanza a investigar en el parque del Retiro de Madrid, como unos adolescentes pasan las tardes de verano, enrollados con las nuevas tecnologías, sus (des) amores y demás situaciones típicas de su edad.

Lo que dirán vendría ser el vértice de este triángulo, ya que vuelve su mirada al mundo de los adolescentes, en su caso, a dos chicas, Aisha y Ahlam, dos alumnas de Barcelona que emprenden su trabajo final sobre el hiyab, el velo islámico, y sobre como dos adolescentes educadas en un entorno musulmán, viven sus propias contradicciones, reflexiones y demás conflictos personales como externos derivados a la prenda de vestir, dos amigas, musulmanas, pero con formas de entender la religión y al vida desde puntos de vista muy distintos, porque Aisha lleva el velo, es familiar, reservada y obediente, en cambio, Ahlam, es todo lo contrario, no lleva el velo, se muestra extrovertida y rebelde. La directora Nila Núñez (Barcelona, 1993) se cruzó con Aisha y Ahlam y encontró su corto de final del Máster en Teoría y Práctica del Documental Creativo de la UAB, aunque la historia creció y se ha convertido en su primer largometraje, en el que filma las conversaciones de las dos chicas, sus ideas, reflexiones, conflictos, su relación familiar, sus relaciones con los demás compañeros o esas miradas inquisitorias de la calle y la sociedad, en unos diálogos que nacen desde el alma, desde lo más profundo de cada una de ellas, mientras Núñez las filma y sobre todo, las escucha, en un retrato sincero y profundo, donde lo más íntimo y cotidiano acaba trascendiendo en una mirada crítica sobre la sociedad y sus prejuicios sociales.

La directora barcelonesa filma a sus protagonistas tanto en un espacio íntimo y doméstico, mientras se maquillan, se visten y juegan, como dirá una de ellas, y en ese otro espacio, el exterior, cuando asisten a clase mientras tienen un debate sobre su condición de adolescentes, sus sueños, sus (des) ilusiones y sus relaciones con sus progenitores, no siempre bien avenidas. También, las vemos relacionándose con sus otros compañeros, en conversaciones sobre el hiyab y él porque lo llevan o no, y los conflictos que esa decisión conlleva, o mientras practican deporte a las miradas de los demás. Núñez ha construido una película sencilla y muy cercana, que bulle como si la pudiéramos tocar, como si fuese un cuerpo orgánico, porque nos habla con total desnudez y sin tapujos sobre adolescencia, identidades, religión y educación sin ser una película ideada para ello, sino desde lo más alejo posible de esa intención, capturando con su cámara de manera observacional todo aquello que acontece frente a ella, desde la cineasta humilde y sobre todo, inquieta.

Núñez destaca por su forma sensible y directa de capturar a sus adolescentes, como una especie de diario filmado en que se va construyendo la verdad o la realidad, como quieran llamarla, que una vez filmada y editada, adquiere connotaciones que van más allá de aquello que estamos viendo, produciendo un efecto revelador en el que las conversaciones íntimas de dos adolescentes musulmanas en un país extranjero y sus relaciones con esa sociedad y entorno, acaban convirtiendo la película en un claro ejemplo de la complejidad que provoca las diferentes culturas en nuestras sociedades, y las formas que tenemos de afrontar esas realidades tan distintas y ajenas a nosotros, y no solo eso, sino también, la película es un retrato profundo y sincero sobre las propias contradicciones del ser humano, como aclarará una de las chicas, de nuestros deseos, ilusiones, miedos propios de la adolescencia, cuando nos estamos descubriendo a nosotros mismos y estamos en pleno proceso de convertirnos en adultos, en ese tiempo de transición, donde todavía todo está por definirse, donde todo se está haciendo, quizás el mejor período para emprender nuestro propio camino en la que iremos formándonos como personas y descubriéndonos como somos, como queremos ser y qué hacemos para llegar a ello. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=»https://vimeo.com/227462263″>LO QUE DIR&Aacute;N (Trailer Esp)</a> from <a href=»https://vimeo.com/uabmasterdoc»>UAB M&aacute;ster Documental Creativo</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Entrevista a Víctor Moreno

Entrevista a Víctor Moreno, director de la película «La ciudad oculta, en el marco del D’A Film Festival, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 30 de abril de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Víctor Moreno, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a sonia Uría de Suria Comunicación, y al equipo del D’A Film Festival, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Of Fathers and Sons, de Talal Derki

EL LEGADO DE LA YIHAD.

“Cuando era pequeño, mi padre me enseño a escribir mis pesadillas para impedir que volviesen. Me fui muy lejos para escapar de la injusticia y de la muerte. Desde que empezamos a construir nuevos hogares en el exilio, el yihadismo salafista ha vivido una era dorada en el hogar que dejamos. La guerra sembró semillas de odio entre vecinos y hermanos, y ahora el yihadismo salafista está recogiendo los frutos. Intentando ocultar mi inmenso miedo, me despedí de mi mujer y de mi hijo y partí hacia la tierra de los hombres que anhelan la guerra. Al norte de Siria, a la provincia de Idlib, controlada por al Qaeda, también llamada Frente al Nusra. Me presenté como fotógrafo de guerra”.

Talal Derki.

De todas las imágenes terribles de la Guerra Civil Española hay una que me aterroriza entre todas, la de unos niños jugando en una colina simulando un fusilamiento, un juego que se convierte en el fiel reflejo del contexto en el que viven, un contexto de guerra, muerte y destrucción. Aunque hayan pasado más de 80 años de esa imagen, esas imágenes se siguen produciendo, niños que viven el horror de la guerra, el horror de la muerte, que crecen en realidades horribles, donde asesinar es lo cotidiano, donde sus juegos infantiles acaban siendo un reflejo de esa realidad miserable que viven diariamente.

El arranque de la película resulta demoledor y bestial, donde observamos a unos niños jugando al fútbol en mitad de la desolación y la destrucción del paisaje, en el que ese incio nos viene a decir que hasta en los lugares más crueles de la tierra, la vida se abrirá camino y siempre habrá unos inocentes que jugarán. Talal Derki (Damasco, Siria, 1977) ha trabajado para la televisión árabe y para agencias de información tan importantes como la CNN, y ha vivido la desmembración de su tierra desde la proximidad, unos hechos que empezaron con la movilización social para acabar con el régimen de Bashar Al Asad, que después originó la guerra que todavía continúa, hechos que ya plasmó en su documental Return to Homs (2013) donde seguía durante tres años a un futbolista que era activista de todos estos movimientos políticos y sociales. Ahora, en su nueva película va más allá, y se mete en la cotidianidad del otro, de los que están en la otra línea de fuego, en la vida de Abu Osama, miembro del grupo Al-Nusra, la rama de Al-Qaeda en Siria, que lucha contra las tropas del gobierno del Al Asad, y la compañía de sus ocho hijos, cruzando el difícil frente del Norte del país, para convivir durante dos años y medio en este ambiente familiar y de guerra.

Derki se convierte en un testimonio único y brutal en el que muestra con su cámara esa cotidianidad que duele y horroriza, porque los momentos tiernos y sensibles del padre a sus hijos, se mezclan con los disparos, las incursiones bélicas y la desactivación de minas y bombas, tarea en la que el padre es un especialista. Esa cotidianidad que vemos sin artificios ni efectos, es una cotidianidad asumida dentro del ambiente de guerra, en el que los niños siguen con sus juegos a pesar de todo, juegos bélicos, juegos donde se pelean, fabrican artefactos caseros y se mueven entre las ruinas de un país que lleva más de 7 años de guerra y destrucción. El cineasta sirio filma desde la más absoluta cercanía y proximidad, sin trampa ni cartón, desde esa realidad miserable, donde la vida y la guerra se mezclan y se funden, con dos partes divididas: en la primera, somos testigos de las incursiones bélicas del padre y sus compañeros combatientes, mientras los hijos quedan más al margen, unos hijos que adoran a su padre, que se muestra tierno y sensible con ellos. En la segunda mitad, los niños cogen más protagonismo, sobre todo, dos de ellos, Osama, el mayor de 12 años, y Ayman, el que sigue, el mayor quiere seguir los pasos del padre y le vemos asistir a los entrenamientos para convertirse en un futuro soldado de la yihad (son escalofriantes el adoctrinamiento por parte de los adultos y todas las pruebas que les hacen pasar) en cambio, Ayman, desea volver a la escuela cuando la guerra se lo permita.

Derki nos habla de guerra, violencia, deshumanización y educación, sobre un padre que cree profundamente en una sociedad que vive bajo las leyes de la sharía, y educa a sus hijos bajo esa doctrina religiosa, donde su fe y sus armas son las únicas y válidas herramientas contra los infieles y enemigos que luchan contra ellos, en una guerra cruenta, compleja y demoledora, que está acabando con el país y sus habitantes. Derki ha construido una película necesaria y valiente, una cinta terrible sobre la intimidad de los radicales, sobre la guerra desde lo más profundo, y sobre todo, una película sobre la educación, ese adoctrinamiento de los padres a los hijos, al terrible legado que les dejarán en sus vidas, esas semillas de odio a los demás, a esos supuestos enemigos, pesadas huellas violentas que deberán arrastrar durante todas sus vidas, unas existencias condenadas por un destino atroz y salvaje, en el que tendrán que convivir con la muerte diariamente, en unos niños que no han conocido otra cosa que no sea la muerte, la destrucción y las armas como compañeras de juegos, unos inocentes que han crecido a través de la ignominia y el odio hacia el otro, convirtiéndose en seres abyectos y miserables donde matar es lo normal, donde matar forma parte de sus vidas, como comer, jugar o amar.