EL LEGADO DE LA YIHAD.
“Cuando era pequeño, mi padre me enseño a escribir mis pesadillas para impedir que volviesen. Me fui muy lejos para escapar de la injusticia y de la muerte. Desde que empezamos a construir nuevos hogares en el exilio, el yihadismo salafista ha vivido una era dorada en el hogar que dejamos. La guerra sembró semillas de odio entre vecinos y hermanos, y ahora el yihadismo salafista está recogiendo los frutos. Intentando ocultar mi inmenso miedo, me despedí de mi mujer y de mi hijo y partí hacia la tierra de los hombres que anhelan la guerra. Al norte de Siria, a la provincia de Idlib, controlada por al Qaeda, también llamada Frente al Nusra. Me presenté como fotógrafo de guerra”.
Talal Derki.
De todas las imágenes terribles de la Guerra Civil Española hay una que me aterroriza entre todas, la de unos niños jugando en una colina simulando un fusilamiento, un juego que se convierte en el fiel reflejo del contexto en el que viven, un contexto de guerra, muerte y destrucción. Aunque hayan pasado más de 80 años de esa imagen, esas imágenes se siguen produciendo, niños que viven el horror de la guerra, el horror de la muerte, que crecen en realidades horribles, donde asesinar es lo cotidiano, donde sus juegos infantiles acaban siendo un reflejo de esa realidad miserable que viven diariamente.
El arranque de la película resulta demoledor y bestial, donde observamos a unos niños jugando al fútbol en mitad de la desolación y la destrucción del paisaje, en el que ese incio nos viene a decir que hasta en los lugares más crueles de la tierra, la vida se abrirá camino y siempre habrá unos inocentes que jugarán. Talal Derki (Damasco, Siria, 1977) ha trabajado para la televisión árabe y para agencias de información tan importantes como la CNN, y ha vivido la desmembración de su tierra desde la proximidad, unos hechos que empezaron con la movilización social para acabar con el régimen de Bashar Al Asad, que después originó la guerra que todavía continúa, hechos que ya plasmó en su documental Return to Homs (2013) donde seguía durante tres años a un futbolista que era activista de todos estos movimientos políticos y sociales. Ahora, en su nueva película va más allá, y se mete en la cotidianidad del otro, de los que están en la otra línea de fuego, en la vida de Abu Osama, miembro del grupo Al-Nusra, la rama de Al-Qaeda en Siria, que lucha contra las tropas del gobierno del Al Asad, y la compañía de sus ocho hijos, cruzando el difícil frente del Norte del país, para convivir durante dos años y medio en este ambiente familiar y de guerra.
Derki se convierte en un testimonio único y brutal en el que muestra con su cámara esa cotidianidad que duele y horroriza, porque los momentos tiernos y sensibles del padre a sus hijos, se mezclan con los disparos, las incursiones bélicas y la desactivación de minas y bombas, tarea en la que el padre es un especialista. Esa cotidianidad que vemos sin artificios ni efectos, es una cotidianidad asumida dentro del ambiente de guerra, en el que los niños siguen con sus juegos a pesar de todo, juegos bélicos, juegos donde se pelean, fabrican artefactos caseros y se mueven entre las ruinas de un país que lleva más de 7 años de guerra y destrucción. El cineasta sirio filma desde la más absoluta cercanía y proximidad, sin trampa ni cartón, desde esa realidad miserable, donde la vida y la guerra se mezclan y se funden, con dos partes divididas: en la primera, somos testigos de las incursiones bélicas del padre y sus compañeros combatientes, mientras los hijos quedan más al margen, unos hijos que adoran a su padre, que se muestra tierno y sensible con ellos. En la segunda mitad, los niños cogen más protagonismo, sobre todo, dos de ellos, Osama, el mayor de 12 años, y Ayman, el que sigue, el mayor quiere seguir los pasos del padre y le vemos asistir a los entrenamientos para convertirse en un futuro soldado de la yihad (son escalofriantes el adoctrinamiento por parte de los adultos y todas las pruebas que les hacen pasar) en cambio, Ayman, desea volver a la escuela cuando la guerra se lo permita.
Derki nos habla de guerra, violencia, deshumanización y educación, sobre un padre que cree profundamente en una sociedad que vive bajo las leyes de la sharía, y educa a sus hijos bajo esa doctrina religiosa, donde su fe y sus armas son las únicas y válidas herramientas contra los infieles y enemigos que luchan contra ellos, en una guerra cruenta, compleja y demoledora, que está acabando con el país y sus habitantes. Derki ha construido una película necesaria y valiente, una cinta terrible sobre la intimidad de los radicales, sobre la guerra desde lo más profundo, y sobre todo, una película sobre la educación, ese adoctrinamiento de los padres a los hijos, al terrible legado que les dejarán en sus vidas, esas semillas de odio a los demás, a esos supuestos enemigos, pesadas huellas violentas que deberán arrastrar durante todas sus vidas, unas existencias condenadas por un destino atroz y salvaje, en el que tendrán que convivir con la muerte diariamente, en unos niños que no han conocido otra cosa que no sea la muerte, la destrucción y las armas como compañeras de juegos, unos inocentes que han crecido a través de la ignominia y el odio hacia el otro, convirtiéndose en seres abyectos y miserables donde matar es lo normal, donde matar forma parte de sus vidas, como comer, jugar o amar.