The Good Traitor, de Christina Rosendahl

NUESTRO HOMBRE EN AMÉRICA.

“La diplomacia es el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que uno desea que hagan”

Richard Wathely

En Diplomacia (2014), de Wolker Schlöndorff, nos encerraban en las cuatro paredes del gobierno de París, en el que el cónsul sueco trataba de impedir que el gobernador nazi hiciera explotar por orden de Hitler edificios emblemáticos de la ciudad. En muchas ocasiones, la diplomacia ayuda a que tantos unos como otros, lleguen a acuerdos en los conflictos políticos que permiten que muchas vidas se salven. The Good Traitor (El embajador Kauffmann), con el título original de Vores Mand I Amerika (Nuestro hombre en América), que hace referencia a la película Nuestro hombre en la Habana (1959), de Carol Reed, comedia de espías basada en la novela de Graham Greene. La película dirigida por Christina Rosendahl (Nykobing Falster, Dinamarca, 1971), con una extensa carrera, tanto en cine como en televisión, donde hemos apreciado su mano con películas como The Idealist (2015), que se centraba en las tensiones que se producen en plena guerra fría cuando un bombardero con carga nuclear tiene un accidente en Groenlandia.

Con The Good Traitor, basada en hechos reales, es una película sobre lo que ocurre en la retaguardia de la guerra, en los despachos de los diplomáticos, aquellos que parecen pasar desapercibidos, pero tienen mucho que decidir y situarse.  La cineasta danesa deja los años sesenta y ochenta, para irse hacia la Segunda Guerra Mundial, en una historia que arranca en 1939, en Washington, en la mirada de henrik Hauffmann, el embajador danés, y su reacción cuando en 1940 los nazis invaden el país y su gobierno se convierte en colaborador. El embajador se declara independiente y emprende una causa para que los EE.UU, y su presidente, Roosevelt, con la ayuda de Charlotte, su mujer, que le une una estrecha amistad con el presidente estadounidense. El plan consiste en ceder Groenlandia a los EE. UU., para cuando entren en la guerra tener una base más cercana para sus operaciones en Europa. Mientras, el otro conflicto interesante que plantea la película es sumamente delicado y lleno de pasión, porque el embajador está secretamente enamorado de Zilla, su cuñada casada después de un antiguo affaire allá por China en los años treinta.

La directora danesa consigue una gran ambientación, situándonos entre despachos, fiestas nocturnas donde corre mucho champan, días de asueto entre juegos, bailes y demás distracciones, una elegante puesta en escena, como ese espejo que multiplica la imagen del principio, donde los protagonista se miran, y nos anuncia las capas que muestran y ocultan cada uno de ellos, y sobre todo, mucha palabra, porque la película juega su mejor baza en el diálogo, herramienta fundamente en la diplomacia, en una continua conversación, muchas reuniones, y algunos que otros acuerdos, las acostumbradas tensiones entre unos países y otros, entre empleados en la embajada danesa, y entre el gobierno colaboracionista danés y el embajador, y su fiel escudero. Aunque lo que más cuidado y esplendoroso de la película es su equipo artístico, en la cabeza el magnífico actor Ulrich Thomsen, toda una institución en Dinamarca, al que hemos visto en películas de Vinterberg y Susanne Bier, y en producciones internacionales, da vida con acierto y sobriedad las vicisitudes de un hombre humanista y leal a la libertad y la democracia que traiciona a su país por su acuerdo con los nazis, y mientras tiene el corazón dividido entre una mujer imprescindible en su causa y además le adora, pero él ama a su cuñada, que le corresponde a medias, ya que la cuestión resulta muy compleja.

Denise Goug interpreta al otro gran personaje de esta historia, la insigne y extraordinaria Charlotte, la esposa del embajador, una madre y esposa devota, que ve en su hermana una gran rival, pero ella conoce sus armas, y sobre todo, su gran inteligencia que le ayudarán tanto en la guerra mundial como la que dirime en su hogar. Zoë Tapper como Zilla, la mujer deseo del embajador, ese amor imposible, ese amor difícil, la guapa de la familia, que quiere a su hermana y también, anda con una tesitura complicada de tratar. Y finalmente, Mikkel Boe Folsgaard como el leal ayudante del embajador que irá con él hasta las últimas consecuencias. Rosendahl se ha mirado en el espejo de las películas-espía por antonomasia como Encadenados, El ministerio del miedo y Operación Cicerón, entre otras, donde la acción era emocional, donde apenas había tiros, o eran fuera de campo, donde todo giraba en torno a las emociones, los conflictos internos, los gestos y sobre todo, las miradas, esas miradas que nos delataban, que explicaban aspectos íntimos y secretos a los demás, todo aquello que nos e decía, pero estaba ahí, al acecho, esperando su oportunidad para ganar la partida. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

The Bay, de Daragh Carville y Richard Clark

DE ADENTRO HACIA AFUERA.

“Todos llevamos nuestra posible perdición pegada a los talones”

Rosa Montero

Lo primero que llama la atención de The Bay  es que huye descaradamente de los dramas criminales al uso, es decir, lo principal no recae en la trama principal. La resolución del caso y desvelar la identidad del culpable son importantes, claro está, pero el conflicto radica en todo aquello que hay a su alrededor, empezando por la complejidad y la oscuridad en que la que se ocultan todos los personajes en cuestión, las relaciones que iremos descubriendo y otras que se irán sucediendo, y sobre todo, el lugar donde se desarrolla la acción, la pequeña ciudad costera de Morecambe, en el condado de Lancashire, en el noreste de Inglaterra. Uno de esos lugares fríos y grisáceos, como la arena de su playa y sus edificios, que vive de la pesca y se mueven entre la cercanía y el alejamiento de todo. También, llama la atención la raíz de la trama, que se apoya en Lisa Armstrong, una madre soltera de dos hijos adolescentes rebeldes y conflictivos, que será la detective encargada de enlace familiar con la familia de los gemelos desparecidos. Una figura que quizás en otras producciones pasa más desapercibida, aquí se convierte en el centro del conflicto.

Los creadores Daragh Carville (Armargh, Reino Unido, 1969) dramaturgo y guionista de amplia experiencia y Richard Clark (Reino Unido, 1947) director experimentado en televisión dirigiendo series como Outlander o Innocent, entre muchas otras. Carville como guionista en jefe, y Clark han creado una serie que abarca 270 minutos repartidos en 6 episodios, en la que seguimos las pesquisas de Lisa Armstrong en su incesante búsqueda de los gemelos desaparecidos, añadiendo que la noche de los hechos, ella, de fiesta con las amigas, tuvo una aventura con Sean, el padre de los gemelos. La veremos lidiar con la familia, que oculta mucho más de lo que cuenta o aparenta, los tiras y aflojas con su jefe, y además, la relación con su nuevo compañero, sin olvidar los continuos problemas en los se meten sus atribulados hijos. La trama es pausada y densa, centrándose en todos los personajes y detalles, en ese tiempo presente que cae sobre las diferentes almas en liza, apenas se recurre al flashback, ya desde su narración formal, en un exquisito trabajo del cinematógrafo Ryan Kernaghan, donde los encuadres tienen mucho que ver en esa dualidad, tanto interior y exterior que tienen todos los personajes, donde se filma los rostros en un ángulo dejando la otra mitad desnuda, como la localización de la ciudad, en que tierra firme y bahía se componen creando ese espacio entre realidad y mentira, entre apariencia e interior, entre todo aquello que mostramos y lo que ocultamos.

Los directores Lee Haven Jones y Robert Quinn, experimentados realizadores de series, manejan con sensibilidad y realismo el tempo cinematográfico de la serie, generando las diferentes tramas que se van urdiendo a lo largo de los capítulos, masificando con orden y criterio todo lo que se va sucediendo, manteniendo ese clima de suciedad y densidad que tanto demanda una historia de estas características. Carville y Clark nos llevan por esa trama principal centrándose en la familia de los desparecidos, y todos los tejes manejes de drogas e infidelidades que saldrán a la luz, y todos los entresijos entre esa otra bahía, aquella que existe bajo las sombras, en el calor de la noche, donde parecen que esa otra ciudad alberga misterios demasiado oscuros. Bien llevadas las tramas secundarias que protagonizan los hijos adolescentes de la protagonista, que intercederán, como no podía ser de otra manera, en la trama principal, descargando su intensidad e introduciendo nuevos elementos en las diferentes situaciones.

La brillante e intensa composición de Morven Christie, que da vida a Lisa Armstrong, con su maravillosa capacidad para interpretar un personaje fuerte, de carácter, pero también vulnerable y torpe, dotándolo de esa humanidad que tanto se echa en falta en producciones del estilo. Excelentemente acompañada por Jonas Armstrong como Sean Meredith, el padre de los gemelos desaparecidos, un pobre diablo que anda perdido en una situación que le supera, Chanel Cresswell es Jess Meredith, la madre abnegada de los gemelos, que arrastra una vida dura, con escasos recursos y lidiando con un problema enorme, Matthew McNulty es Nick Mooney, el joven con discapacidad psíquica que tendrá mucho que ver con los desaparecidos, Daniel Ryan esTony Manning, el “boss” de Lisa, eficiente y líder, capitaneadno una investigación compleja e inquietante, y Tahenn Modak como Med Kharim, el nuevo compañero de Lisa que deberá aprender a marchas forzadas. The Bay es una serie magnífica y bien elaborada, en la que no deja cabos sueltos y urde una trama oscura y terrorífica, pero muy bien llevada, y no solo es un grandísimo drama criminal, sino que también es un certero retrato sobre muchos adolescentes perdidos y desorientados que acaban metidos en oscuros negocios, y una admirable y profunda estampa sobre  las durísimas condiciones de muchas familias de esa otra Inglaterra rural, que debe subsistir con muy escasos recursos, y no tienen otro remedio que buscar el sustento que les falta en otros menesteres ilegales y terribles. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La verdad, de Hirokazu Kore-eda

SECRETOS Y MENTIRAS.

“Se miente más de la cuenta por falta de fantasía; también la verdad se inventa.”

Antonio Machado

Después de 13 películas filmadas y habladas en Japón, Hirokazu Kore-eda (Tokio, Japón, 1962) da el salto a la cinematografía francesa para rodar su primera película en el extranjero, en otro idioma y un equipo enteramente francés. Aunque aquí acaban los cambios, porque la decimocuarta película de cineasta nipón sigue la senda de su cinematografía, ese camino iniciado hace más de dos décadas en las que se ha sumergido en la realidad social, económica y política de su país a través de las intimidades familiares, a partir de una realidad intimista y sincera, explorando las dificultades que atraviesan muchos ciudadanos japoneses en su devenir cotidiano. Cine sobre familias sin perder de vista la situación social del país, un país de contrastes brutales, donde unos nadan en la abundancia, y otros, el universo de Kore-eda, existen con tremendas dificultades, echándole imaginación para ir tirando cada día. Un cine de verdad, inquieto, profundo y magnífico, que escarba en las miserias de una sociedad cada vez más deshumanizada y solitaria.

Kore-eda emprende su primera aventura lejos de su entorno para encerrarnos literalmente en una casa familiar en el centro de París, habitada por una actriz veterana llamada Fabianne que vive rodeada de hombres, su nuevo compañero, su agente y las visitas esporádicas de tanto en tanto de su ex marido. La publicación de sus memorias hace que su única hija Lumir la visite, una hija que no pudo seguir los pasos de su madre y se ocultó en la escritura para el cine, le acompañan su marido Hank, un actor estadounidense más dado a empinar el codo que a su carrera, y Charlotte, la hija pequeña de ambos. La “realidad” o no que cuenta el libro de memorias desatará un cisma entre madre e hija, porque entre madre e hija, como en todas las madres e hijas se esconden secretos ocultos y mentiras para adornar el pasado y hacer flexible el presente. Fabienne es egocéntrica, esquiva y soberbia, y una mujer dedicada a su trabajo, solo a su trabajo como actriz, rodeada de premios y recuerdos, muchos de ellos falsos o medias verdades, en apariencia nos recuerda a la Norma Desmond de Sunset Boulevard, aunque en el caso de Fabienne los productores y el público no la han olvidado y con sus más de setenta años sigue en la brecha.

Kore-eda nos plantea una película con varias capas y múltiples verdades, empezando por la relación distante y difícil entre madre e hija, entre una madre obsesionada por su trabajo que apartó a su hija, y una hija que reclama su derecho a conocer el pasado sombrío que acecha en su vida y tiene mucho que ver con una actriz del pasado, una actriz que vuelve al presente en forma de película que ahora en un remake hace Manon, una actriz que se le parece mucho, película en la que Fabienne hace el papel de su madre. Realidad, o podríamos decir, realidad inventada o falseada, según se mire, y ficción, la que desarrolla el rodaje de la película, que sirve de espejo del tiempo para madre e hija que sacará a relucir la oscura relación con aquella actriz joven desaparecida y la relación turbia que mantienen. La película tiene ese aroma de relación terrorífica entre la madre artista y la hija aspirante que no pudo ser, y el reencuentro para saldar cuentas pasadas y desenterrar secretos y verdades, como ocurría en obras como Secretos y mentiras, de Mike Leigh, donde una hija se reencontraba con su madre para buscar verdades, o la magnífica Sonata de otoño, de Bergman.

Kore-eda también ambienta su relato en otoño, en esa estación donde el verano ha quedado atrás y el invierno se va cerniendo sobre esa casa inundándolo todo, como si el otoño fuese el tiempo de tránsito capaz de hacer caer la piel o el disfraz que tantos años se ha impuesto, donde esa luz apagada y sombría obra de Eric Gautier (cinematógrafo que colabora entre otros con Zhang-Ke, Costa-Gavras, Assayas, o el desparecido Chéreau). Quizás la película del director japonés más afín a La verdad sea Still Walking (2008) en la que homenajeaba a la extraordinaria Cuentos de Tokio, de Ozu, pero a la inversa, donde el hijo y su nueva mujer visitaban a los ancianos, tanto en aquella como en esta todo se relaciona a través de una cotidianidad ligera y suave, marca de la casa del cineasta japonés, aunque ese tono encierra un pasado de armas tomar, un pasado inconcluso, fragmentado, con demasiados agujeros y secretos, reflejado en el tiempo presente de la película que servirá para mirarse al rostro y enfrentarse a todo aquello que inquieta a la hija, todo aquello que ha revelado el libro de Fabienne, contando a su manera la verdad, falseándola para que sea más amable, más cómoda, aunque éste llena de mentiras.

El inmenso plantel de intérpretes encabezados por las magníficas Catherine Deneuve y Juliette Binoche, que protagonizan este tour de forcé inmenso y brutal que tanto demanda la película, bien acompañadas por un Ethan Hawke, en ese rol de tipo despistado e infantiloide, pero también amable y amigo, la capacidad innata de la jovencísima actriz Clémentine Grenier haciendo de la hija y nieta respectivamente, Manon Clavel haciendo de Manon, esa nueva actriz tan parecida a aquella actriz del pasado que despareció, y el trío de actores mayores que tan bien saben interpretar esos personajes de reparto que agrandan la película con detalles y gestos. Kore-eda ha construido un relato bien armado y honesto, que conmueve y hace reflexionar, sin estridencias ni nada que se le parezca, intenso y estupendo, una película que se mueve entre el drama más intimista y cercano, con la comedia más ligera y desinhibida, contándonos el conflicto sin caer en sentimentalismos ni salidas de tono, todo va sucediendo como cuando caen las hojas en otoño, casi sin llamar la atención, imperceptible, sin escándalos, sin peleas, aunque todo está ahí, en el interior de esa madre y esa hija, lo que las une y separa sigue ahí, en lo más profundo del alma, esperando a desatarse y encontrar ese espacio donde la verdad sea verdad, y la mentira deje de alimentar esa verdad que no es cierta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La quietud, de Pablo Trapero

HERMANAS PARA TODO.

Las primeras imágenes que nos dan la bienvenida a la película 9 ½ de Pablo Trapero (San Justo, Argentina, 1971) nos van descubriendo un entorno espectacular, un espacio a las afueras de Buenos Aires, un lugar rodeado de naturaleza, animales y vida, donde se alza, majestuosamente, una casa señorial de estructura elegante, y bellísima en todos los sentidos. La iremos descubriendo a través de la mirada de Mia, una de las hermanas, a través de un plano subjetivo, que nos la va mostrando, recreándose en cada detalle, avanzando ceremoniosamente por sus largos pasillos y sus estancias exquisitamente decoradas, donde no falta nada, y cada detalle asombra por su belleza. La casa señorial recibe el nombre de “La quietud”, un lugar que alberga toda la historia familiar, tanto sus alegrías como sus tristezas, y aún más, su pasado tortuoso que será desvelado a medida que avanza el metraje. La enfermedad del padre provocará el cisma que reunirá de nuevo a la familia, y más concretamente, a la hermana mayor Eugenia, que reside en París, lugar del exilio familiar durante la dictadura. Trapero es uno de esos cineastas que apoya toda su filmografía en aquello que conoce, en esos lugares comunes que forman parte de su vida y su mirada, en aquellas personas que se manejan en ambientes cotidianos, en sitios de trabajo y en esos barrios donde vivir cada día se hace más difícil.

Trapero hace un cine de cariz social no resuelve dudas ni mucho menos cuestiones, sólo mira a aquello que afecta de manera injusta y cruel a los más necesitados, a esos de abajo que cada se levantan batallando por su vida, en una sociedad cada vez más injusta e insolidaria, como lo demostró en su interesante debut, Mundo grúa (1999) y siguió en El bonaerense (2002), en Familia rodante (2004) y Nacido y criado (2006) introducía a la familia y como los vínculos se tambaleaban sobremanera por la agresión exterior, ya fuese física o emocional, en Leonera (2008) se centraba en las dificultades de una madre que tiene que parir en prisión, en Carancho (2010) exploraba las vicisitudes de un abogado lanzado a la ilegalidad para subsistir, en Elefante blanco (2012) nos hablaba de un barrio social capitaneado por dos sacerdotes que tienen que enfrentarse a la injusticia social, gubernamental y eclesiástica. En El clan (2015) en su primera incursión en la reconstrucción histórica, retrataba la vida criminal de la familia Puccio, durante la dictadura argentina.

En La quietud, vuelve a echar su mirada atrás, a la dictadura, pero desde el presente, desde una actualidad contada a través de las dos hermanas, que parecen idénticas, tanto físicamente como emocionalmente, aunque a medida que avanza la película, nos daremos cuenta de todas las cosas que las separa y unen. El cineasta argentino es un experto en confundir a sus personajes con el paisaje que retrata, en una especie de metamorfosis emocional, en el que unos y otros acaban perteneciendo a ese lugar de manera natural, como si  pudiesen invisibilizarse con ese espacio, como si cada parte de ellos quedará impregnada en los objetos y la naturaleza que los rodea, sabiendo sacar de manera narrativa todos los elementos que transmiten los lugares, como una prolongación de sus personajes, en que la película explica de manera sencilla y natural todo lo que allí se está cociendo, como ese espejo físico que existe entre los diferentes seres que habitan en ese espacio, como esas mañanas tranquilas y apacibles donde todo parece seguir un orden armónico, entre personas, naturaleza y animales, en cambio, cuando llega la noche, y se ha hace el silencio, la casa se transforma en otro lugar, donde las sombras acechan y perturban a cada uno de sus habitantes, desenterrando el paso oscuro y terrorífico que encierran esas paredes, donde todo se confunde, y donde las cosas adquieren una textura extraña, malévola y sangrante.

Trapero focaliza su película en las dos hermanas, en su relación actual, en su pasado, y en todo aquello que parece conducirlas por caminos tortuosos, donde la mentira ha dirigido sus vidas, donde parece que todo ha valido para mantenerse unidas, en el que las cosas nunca son lo que parecen, donde los engaños se han confundido con vivir y amarse. La aparición de Esteban, íntimo amigo de la familia e hijo del antiguo socio del padre, que mantiene una relación de cama hace años con Eugenia, que está casada con Vincent, que también hará su presencia en la casa con la muerte del padre, que es a su vez amante de Mia. Para colmo de males, Graciela, la madre, lanza una confesión que tiene que ver con el pasado familiar durante la dictadura, que trastocará las emociones de todos, y ya nada será igual en esas cuatro paredes, y la quietud que hace referencia el título, y el nombre de la casa, se convertirá en una dolorosa metáfora en los vínculos familiares.

Trapero maneja todos los elementos que tanto utilizan los seriales de sobremesa, pero desde una mirada diferente, a través de la intimidad y la relación de sus personajes, sin ahondar en las heridas de manera evidente, sino que la revelación del pasado, a través de las víctimas y verdugos familiares, adquieren un sentido más amplio, donde le sirve para profundizar en las verdaderas casusas y motivos de esos vínculos emocionales, que han atado a los diferentes integrantes de la familia, donde la mentira, sea histórica o familiar, fue y es el verdadero pilar de esa familia, donde la apariencia es sólo una muestra de la hipocresía y la desesperación de unos y otros. Un reparto magnífico encabezado por Martina Gusman (musa de Trapero que ha participado en 5 de sus películas) y Berenice Bejo, que dan vida a esas hermanas todo corazón, envidia, amor y mentira, bien acompañadas por Graciela Borges, esa madre de corazón roto, de vida en la sombra, que sabrá intervenir y arrojar toda la luz a ese pasado de mierda que habita en su familia y la casa, y bien resueltos los intérpretes masculinos, en una película muy femenina, con Edgar Ramírez y Joaquín Furriel, que mantienen la sobriedad y la contención en una cinta que vuelve a hacernos reflexionar sobre los males del pasado (como ocurría en Los perros, de Marcela Said, que también hablaba de esa burguesía chilena aupada gracias a la dictadura) y sobre la verdad que tan necesaria es, y sobre todo, sobre los tejidos familiares, esos vínculos que a veces se sostienen por finos hilos de mentiras, oscuros secretos y demás fantasmas.

Entrevista a Julio Medem

Entrevista a Julio Medem, director de la película “El árbol de la sangre”. El encuentro tuvo lugar el martes 30 de octubre de 2018 en el Cine Phenomena en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Julio Medem, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Ainhoa Pernaute y Sandra Ejarque de Vasaver, por su tiempo, cariño, generosidad y paciencia.

El pacto, de David Victori

EL INFIERNO QUE LLEVAMOS DENTRO.

“Un día descubrirás que la muerte no es morir, sino que muera alguien que amas”.

Miquel Martí i Pol

La melena rojiza oscura que luce Mónica, interpretada por Belén Rueda, se convierte en una muestra significativa en la película, ya que nos encontramos en una película de terror diferente, donde la actriz cambia de registro, alejándose de sus personajes-víctimas de melena rubia que ha protagonizado en algunas películas del género dirigidas por Bayona, Morales o Paulo. Ahora, se convierte en una madre coraje que hará todo lo posible para salvar la vida de su hija Clara. La trama arranca de una manera clásica, siguiendo algunos de los patrones del terror, donde Clara, afectada de diabetes, desaparece durante un día entero. Cuando es localizada, se encuentra en muy mal estado, entre la vida y la muerte, las circunstancias llevan a Mónica hacia un vieja fábrica abandonada donde encuentra un extraño viejo que le ofrece ayuda para salvar a su hija. Mónica accede y será en ese instante donde la película se convertirá en una pesadilla, un brutal descenso a los infiernos donde tanto Mónica, Clara y Álex, ex marido de Mónica y padre de Clara, se verán envueltos en una espiral de violencia y extraños sucesos.

El director David Victori (Manresa, Barcelona, 1982) tiene una trayectoria muy variada: ha sido ayudante de Bigas Luna, ha dirigido unos cuántos cortos, uno de ellos, La culpa, que le permitió ganar un concurso internacional de youtube, llevándolo a dirigir un cortometraje para Ridley Scott y dirigir la serie Pulsaciones, una experiencia muy heterogénea y preparatoria para enfrentarse a su opera prima, un cuento de terror cotidiano, ambientado en nuestros días, en el que una familia se convertirá en el centro del conflicto, en que el pasado y las decisiones que tomamos guiarán los pasos hacia aquello oscuro que anida en nuestro interior. Victori consigue someternos en una historia sencilla, directa, alejada de esa Barcelona conocida, y apoyándose en el extrarradio, en esos espacios industriales envejecidos y oscuros para ambientar su trama, en un gran trabajo del cinematógrafo Elías M. Félix, donde todo gira en torno a una familia, en el que conviven conflictos entre ellos, conflictos que pasarán a un segundo plano, ya que la enfermedad de su hija los alertará y los llevará a mantenerse unidos, o al menos, más cerca.

Victori acude a algunas reglas del género para sostener una trama convincente y bien desarrollada, sin caer en la tentación de liar una trama con situaciones inverosímiles y demás, la película nada en aguas conocidas, se muestra cercana y transparente, contándonos un relato donde aquello oscuro y maligno que ocultamos en nuestro interior, se desatará sin remedio, con el fin de ayudar al ser que más amamos, aunque las consecuencias sean terribles, y el maligno, tarde o temprano, quiera cobrarnos la deuda contraída. Sí, estamos ante una película con diablo de por medio, donde captamos algunas huellas reconocibles como la literatura de Stephen King (con los universos de El resplandor, Misery, La zona muerta, Carrie o el cementerio viviente, con la que tendría más de una parte hermanada) o los ambientes del novelista británico Ramsey Campbell (del que se han adaptado títulos como Los sin nombre o El segundo nombre) con esas localizaciones urbanas y cotidianas de esa Inglaterra de cielo nublado en el que encontraríamos ejemplos en El rapto de Bunny Lake, de Preminger o Frenesí, de Hitchcock.

La dirección de David Victori nos guía por este laberinto de sombras e infiernos cotidianos, donde los personajes se enfrentarán a sus propios miedos e inseguridades, exponiendo sus límites constantemente, asfixiados por los acontecimientos emocionales, dejándose llevar, muy a su pesar, por esos caminos oscuros donde sus vidas están expuestas a los más oscuros designios del maligno. El enérgico y valiente montaje de Guillermo de la Cal (colaborador de Balagueró) ayuda a mantener la tensión e incertidumbre, creando situaciones verdaderamente terribles, donde todo pende de un hilo, aunque la película abusa en ocasiones de una música demasiado estridente que rasga en demasiado algunos momentos de la cinta, sin devaluar el contenido de la película, que acaba sumergiéndonos en una trama sencilla y bien estructurada, donde nos hablan de los límites de la maternidad, de que somos capaces para salvar a los nuestros, aunque sea introducirse por caminos muy oscuros y malvados.

El buen trabajo de una magnífica Belén Rueda, convertida en una de las actrices más capacitadas para el drama y el primer plano, convirtiendo a su Mónica en un personaje de carácter, capaz de enfrentarse a quién sea por amor a su hija, bien acompañada por la sobriedad de Darío Grandinetti, como el ex marido y padre, policía de oficio, con su conflicto a cuestas, y la revelación de Mireia Oriol, que debuta con esta película, interpretando a esa hija enferma, mezclando esa fragilidad física con esa mirada inquieta y perturbadora, y finalmente, la presencia de algunos secundarios de altura como Josean Bengoetxea o antonio Durán “Morris”, convincentes y resolutivos. Victori sale airoso con su primer largo, tanto en su forma como en el fondo, si exceptuamos algunos tics propios de los primeros trabajos del género, elementos que dejarán paso al talento para la atmósfera, los personajes y las situaciones de un cineasta a tener muy en cuenta en el panorama del terror de aquí, que tan buenas sensaciones deja cada temporada.

El sacrificio de un ciervo sagrado, de Yorgos Lanthimos

LA SANGRE DE LOS TUYOS.

Una ciudad como otra cualquiera en un país occidental, y una de esas familias burguesas, formada por Steven Murphy, reputado cirujano cardiológico, y su esposa, Anna, oftalmóloga de prestigio, y sus dos hijos, Kim, de 14 años y el pequeño, Bob de 12. Forman ese tipo de familias tradicionales, de grandes casas residenciales con jardín y piscina, donde el orden y la tolerancia reinan en su hogar y sobre todo, en sus vidas, muy planificadas, correctas y perfectas. Aunque todo ese orden aparente e inmaculado, se verá afectado por la entrada en ese hogar de Martin, un adolescente de 16 años que ha entablado amistad con el doctor. Yorgos Lanthimos (Atenas, Grecia, 1973) vuelve a la carga con uno de esos relatos donde todo parece funcionar con armonía y amor, pero más lejos de las apariencias, todo ese mundo oculta otro, como sucedía en “Al otro lado del espejo”, de Carroll, donde Alicia descubría un reverso de su vida que la interpelaba completamente. Lanthimos arrancó su filmografía con Kinetta (2005) donde relataba un thriller plagada de asesinatos, pero será con su segundo trabajo Canino (2009) en el que construía un drama doméstico en el que un padre educada a sus hijas alejándolas del exterior, dentro de un paisaje perverso y desgarrador. Continuó con Alps (2011) con una trama siniestra en el que un departamento de un hospital disponía de personas que ocupaban el lugar de los fallecidos, y siguió con Langosta (2015) con Colin Farrell, en el que en un mundo distópico los individuos sin pareja debían encontrarla en un plazo acotado en un centro disponible para ello.

Universos perversos, situaciones incómodas y personajes que ocultan esas experiencias vitales que les romperían tanto su propia armonía como la de su entorno. Lanthimos con su habitual equipo, Efthimis Filippou en la escritura, Thimios Bakatakis en la fotografía y Yorgos Mavropsaridis en el montaje, logra un thriller psicológico de grandísima altura, en el que nos atrapa con una sencillez extraña, en unos planos secuencias larguísimos y filmadas con gran angular, que consigue producirnos esa extrañez rara, que se agarra a nuestras entrañas, en las que logra situaciones de una perversidad, tanto psíquica como física, sumergiéndonos en ese otro lado del espejo, donde nos convertimos en almas sucias, terroríficas y despiadadas, donde sacaremos nuestros más bajos instintos macabros, sexuales y sociales, convertidos en entes que se mueven sin más, donde nuestras vidas racionalmente construidas se destrozan con la fragilidad de un castillo de naipes.

Lanthimos despedaza este mundo de materialismo y falsedad, y juega con nosotros a un extraño y terrorífico juego en el que la culpa, la mentira y la hipocresía dominan a sus personajes, despojándolos de toda esa apariencia, y convirtiéndolos en seres que se mueven por instintos, miedos e inseguridades. Lo que empieza como la llegada amable y simpática de Martin a ese hogar de limpieza y armonía, se convertirá en una pesadilla que parece no tener fin, y destapará la suciedad que se esconde bajo la alfombra, en un thriller de una gran factura visual, y rompedor en su trama, sometiéndonos en un degradante laberinto que sacará lo peor de cada uno de los personajes, en este malévolo descenso a los infiernos, donde Lanthimos, apoyado en su peculiar destreza argumental, nos sumergirá por el thriller psicológico, el drama íntimo y familiar, y lo sobrenatural, en un extraño y doloroso virus que primero atacará físicamente a los personajes, para luego arrastrarlos por inexplicables dolores emocionales que no tienen fin ni parangón. El director heleno construye una fascinante home movie en el seno de una familia que esconde una tragedia del pasado, un suceso que volverá a sus vidas en la figura de Martin, un chico aparentemente reservado y tímido que, buscará venganza, un marido para su madre y un padre, aquel que murió en la sala de operaciones del Dr. Murphy.

En el cine de Lanthimos hasta la situación más cotidiana se presenta como una especie de pesadilla, que hace daño y nos ataca a nuestros prejuicios y convenciones, en un viaje emocional que ataca allí donde más duele, a donde somos más vulnerables, a nuestras entrañas, en un cine que podríamos encontrar sus más directos referentes en el cine de Buñuel, Lynch, en el cine de terror, por sólo citar algunas de las inspiraciones del cineasta griego. Un cine que a través de la sencillez formal, nos atrapa con lo más mínimo, seduciéndonos suavemente, como si una serpiente nos subiera por las piernas, y cuando quisiéramos darnos cuenta ya la tenemos estrangulándonos lentamente el cuello hasta morir. Un reparto encabezado por Colin Farrell, que repite después de Langosta, interpretando a ese padre que intenta inútilmente escapar de su responsabilidad y deberá tomar una decisión que afectará a su familia, Nicole Kidman como la madre y esposa protectora que no conseguirá alejar a ese maligno que ataca y destroza su hogar y a los suyos, y la terna de interpretes jóvenes empezando con Barry Keoghan que compone un Martin siniestro y perverso que no cejará en su idea aunque le vaya a costar mucho más de lo que creía, y finalmente, los dos hijos de los Murphy, víctimas propicias elegidas del mal que los azota y no parará hasta que se consuma su objetivo.