Entrevista a Luàna Bajrami, directora de la película «Phantom Youth», en el marco del BCN Film Fest, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el domingo 21 de abril de 2024.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Luàna Bajrami, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La injusticia, allí donde se halle, es una amenaza para la justicia en su conjunto”.
Martin Luther King
La Alemania nazi estuvo doce años en el poder imponiendo el terror y la violencia como jamás se había implantado. Un período funesto imposible de olvidar. Eso ha provocado una infinitud de material escarbando todo lo que significó en la historia de la humanidad. El cine, cómo no podía ser menos, encontramos tal cantidad de películas relacionadas que se podría categorizar el nazismo como un género en sí mismo. Hay muchas historias contadas y otras que todavía esperan su oportunidad. El relato que cuenta Never Alone(Nunca más), de Klaus Härö (Porvoo, Finlandia, 1971), es una historia real y olvidada de tantas que todavía quedan por contar. Se sitúa en el Helsinki de 1942, en un contexto muy peculiar, cuando el gobierno finés se alió con los nazis, hecho que provoca que judíos que llegaron al país huyendo del horror se topan nuevamente con los mismos conflictos. Ahí aparece la figura de Abraham Stiller, un comerciante que ante tamaña injusticia, alzará no sólo su voz sino que hará lo imposible para que no sean deportados.
El director finlandés, autor de obras sencillas y honestas, protagonizadas por personajes cotidianos en las que prevalece un retrato muy profundo sobre la condición humana, en el que queda reflejada su complejidad, sus miedos y demás aspectos que suelen quedar ocultos en el cine más popular. La historia se centra en Stiller, los más cinéfilos recordarán el apellido del gran cineasta sueco Mauritz, del que era hermano. El mencionado hombre se enfrenta ante la polícia política que, hermanada con la Gestapo, quiere sacar del país a los judíos. La película no adorna ni se muestra condescendiente con lo que cuenta, sino que aborda de forma ejemplar todas las oscuridades de nuestras decisiones, si son correctas o no lo son. Una deriva que Stiller debe lidiar constantemente, alguien que, a pesar del miedo, se muestra firme ante el horror y hace lo imposible para ayudar a los más necesitados. Un personaje que guarda alguna similitud con Albert Lory, el profesor de escuela que interpreta Charles Laughton en la excelente Esta tierra es mía (1943), de Jean Renoir que, en un gran acto de miedo y valentía, se enfrenta a los nazis.
El director de películas tan valiosas como Mother of Mine, se ha rodeado de grandes técnicos con los que ya había trabajado a lo largo de sus nueve películas como el coguionista Jimmy Carlsson, con el que ha escrito cinco de sus títulos, el cinematógrafo Robert Nordstrom, con tres cintas juntos, que consigue una luz etérea que describe con exactitud, no sólo la época difícil que vivieron los diferentes personajes, sino que construye ese tono, ni sobrepasado ni demasiado academicista que ayuda a bucear por el complejo interior de Stiller y todo lo que ha de vivir. La música de Mattie Bye, que arrancó su carrera con un el telefilme El último suspiro (1991), dirigido por el gran Ingmar Bergman, y ha trabajado también en tres películas con Härö, impregna las imágenes con una composición que nos acerca la convulsa historia y además, lo hace desde un fono humano e íntimo. El editor Tambet Taylor, con el que hizo la magnífica La clase de esgrima, impone un ritmo reposado con los altibajos correspondientes, en una edición convencional pero no exenta de sorpresas en sus intensos 85 minutos de metraje, con memorables secuencias donde la película se transforma en un espías de suspense al mejor estilo de Hitchcock.
En una película donde la historia es mínima y en la que el valor se le concede a los intérpretes era de recibo que Abraham Stiller fuera interpretado por un actor de corte poderoso con una mirada que atraviesa la pantalla como Ville Virtanen, cara conocida en el país escandinavo con más de 40 títulos. Su Stiller es de esos personajes que calan en el alma, por su coraje, por su humanidad y sobre todo, por su deseo de justicia cuando no la había. Le acompañan el antagonista, el recto/nazi jefe de la policía política finesa que hace Kari Hietalahti, también popular en su país. El tercero en discordia es uno de los judíos que es Rony Herman, que lo hemos visto con Winterbottom y hace poco en Septiembre 5, Nina Hukkinen es Vera Stiller, la esposa de Abraham, que tranquiliza los aires de ira del citado protagonista. Muchos pensarán que ahora mismo, con el genocidio en Gaza, no es el mejor momento de ver una película como Never Alone(Nunca más), de Klaus Härö, donde un judío se planta ante el horror, pero en este momento hay muchas voces críticas y con poder en Israel que critican lo que está sucediendo. Eso hace la película muy oportuna, porque ante la barbarie siempre hay que protestar y hacer, aunque nos equivoquemos y tengamos que arrastrar la culpa de no poder haberlo hecho mejor, porque de lo contrario, si no hacemos nada si que nos dolerá eternamente, porque eso significa haber sido cómplice ante la barbarie, y eso, no se puede tolerar ahora ni nunca. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Después de deambular por tu ciudad natal todo el día sin ninguna esperanza de encontrarte, el joven solo podía mirar el mar, y sintió que… la vista que tenía delante era como tú”.
La película se abre con un prólogo muy significativo. Vemos al protagonista, Takashi, un actor ensayando una obra de Ionesco. La ficción nos introduce en la historia, una ficción que vertebra la frágil memoria de Yohji, el padre de Takeshi, con el que ha tenido una nula relación cuando 20 años atrás se divorció de su madre. Transcurrido ese tiempo, Takeshi visita a su padre que ahora vive con Naomi, donde el abismo que les separa es muy evidente. Son dos extraños, la misma sensación cuando una llamada de teléfono informa al joven actor de la enfermedad de su padre, ahora volverá con la compañía de su mujer. La ficción sirve para llenar tantos espacios vacíos de la memoria de Yohji, y Takeshi, por su cuenta, investigará la verdad de toda esa “mentira”, averiguando lo ocurrido durante todos esos años de ausencia y sin saber la vida de su padre y su entorno, en un deambular entre pasado y presente en el que sabiamente se instala el relato.
El director Kei Chika-Ura (Japón, 1977), que ya había debutado en el largometraje con Complicity (2018), en la que seguía la vida de un trabajador chino en Japón comprando una identidad para mejorar las condiciones de su vida. En cierta forma, su segundo largo también habla de identidad, de inventarse una cuando la memoria falla, a partir de un guion que firman Keita Kumano y el propio director, que tiene cierto aroma del magnífico cómic El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi, porque también habla de la relación de un hijo con su padre que hace años que no ve, y la reconstrucción de su vida en su ausencia. La historia se mueve entre el pasado y el presente, pero de forma sutil sin esas transiciones tan efectistas, sino con elegancia y sensibilidad, con ese tempo japonés, donde no hay enfatizaciones ni nada que se le parezca, con ese ritmo muy pausado en que la cámara apenas se mueve o permanece quieta, atenta y observando en silencio el no movimiento de los respectivos personajes y sus diálogos tranquilos y en calma, como si estuvieran susurrando. La memoria sirve como contrapunto en la relación de padre e hijo, en la no relación de tantos años alejados, y ahora, en este tiempo presente, el hijo tiene la necesidad de saber para quedarse tranquilo.
La elegante y sofisticada cinematografía que firma un grande como Yutaka Yamasaki, habitual de inmejorables cineastas como Hirokazu Koreeda y Naomi Kawase, basada en la ejemplaridad del encuadre y una luz tenue, que parece acariciar cada rostro y cuerpo y cada espacio que vemos en la película, donde la cámara en 35 mm parece estar y no estar, con esa habilidad de mostrar situándose en una invisibilidad extraña, como si no estuviera. Un prodigio de la luz y el plano. Bien acompañada por la excelente composición del músico Koji Itoyama, que tenía un reto duro por delante, porque no debía acompañar demasiado tantas miradas, gestos y silencios que hay entre los personajes. El montaje que firma el director, seduce con lo mínimo, en una película de 133 minutos que, algunos espectadores les resultará difícil de seguir, porque el conflicto es mínimo, casi inexistente, porque la película se detiene en contarnos esos interiores ocultos de los personajes, y cómo gestionan el deterioro mental del padre y esa otra vida pasada y las circunstancias que la produjeron. En Drive My Car, de Ryûsuke Hamaguchi, en que la película guarda similitudes, también proponía un viaje emocional al pasado, las emociones y la identidad.
El cuarteto protagonista compone unos personajes nada sencillos, llenos de complejidad, con demasiadas heridas emocionales todavía sin curar. Tenemos a Takeshi, el hijo ausente de vuelta, que interpreta Mirai Moriyama, que le hemos visto en alguna de Naomi Kawase, que hilvana toda la historia con sus idas y venidas y su profunda investigación del pasado para entender, bien acompañado por Yoko Maki que hace de su mujer, que tiene en su haber películas con Shimizu, Koreeda y Miike, Hideko Hara es Naomi, la segunda mujer de Yohji, una mujer muy humana y silenciosa, que también tiene muchas respuestas para Takeshi, y finalmente, la presencia de Tatsuya Fuji en el papel de Yohji, un legendario intérprete japonés con más de 60 películas en más de 60 años de carrera, siendo el inolvidable protagonista de El imperio de los sentidos (1976) y El imperio de la pasión (1978), ambas de Nagisa Ôshima, amén de otras producciones, siendo el anciano profesor jubilado que ya no tiene memoria y se va inventando ficciones para todavía pertenecer a su mundo, que ya no es este. Quizás Great Absence no es una película fácil, pero si tienen la paciencia necesaria la podrán ver sin desinterés, porque explica emociones y conflictos sobre relaciones paternofiliales en un contexto como los problemas de memoria y lo más interesante, cómo gestionarlos de manera tranquila y en compañía y mucha comprensión. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“No creas que puedes salvar a las personas simplemente tomándolas de la mano. Pero, aún así, toma su mano”.
Las primeras imágenes de Luz del 86 (“Valoa Valoa Valoa”, en el original, traducido como “Luz Luz Luz”), de Inari Niemi (Helsinki, Finlandia, 1978), son especialmente hipnóticas y absorbentes, mientras una voz, la de Mariia de 15 años, nos informa del accidente nuclear de la central nuclear de Chernobyl, al norte de Ucrania, por aquel entonces la URSS, ocurrido el sábado 26 de abril de 1986. La voz nos comunica de los efectos de la radiación mientras cae una lluvia incesante. Unos primeros minutos del relato que ya nos pone completamente en situación emocional, donde prevalecerán las imágenes poéticas y oníricas, como refugio o vía de escape de la dura realidad que viven las dos protagonistas. La citada Mariia con una madre enferma y Mimi, la recién llegada al pequeño pueblo, aislada y solitaria, con una familia muy disfuncional y llena de problemas y alcoholismo. Entre las dos adolescentes, muy diferentes entre sí, nacerá una bonita amistad que derivará en algo más, el primer amor o quizás, dicho de otra forma, la primera mano que nos tendrán para descubrir que no estamos tan solos como imaginamos.
La directora finlandesa que antes había hecho Kesakaverit (2014), Joulumaa (2017) y la serie Mieheni vaimo (2022), donde optaba por la comedia y el drama, se enfrenta en su tercer largometraje a una historia donde la realidad se va transformando en una sensible historia de amor entre dos adolescentes y el universo que van creando en un verano nórdico, donde hay zambullidas en lagos alejados del pueblo, bailes a todo trapo en mitad del bosque, escapadas para ver el mar y sexo en la habitación de Mimi, entre otras cosas más. Con una atmósfera que se mueve entre la realidad cruda y sin futuro en la que sobrevive como puede la citada Mimi, y luego, ese otro mundo onírico y de fantasía y amor donde la vida y la existencia pueden ser más amables y quizás, felices. El guion de Juuli Niemi, que ya había trabajado con la directora, basado en la novela homónima de 2011 de Vilja-Tuulia Huotarinen, se sitúa en una atmósfera y tono envolventes, como de cuento, donde se mueve entre el verano del 86 y veinte años después, cuando el personaje de Mariia vuelve a casa porque está pasando una crisis y su madre vuelve a tener cáncer. La mayor parte del argumento se centra entre los días de verano que se tornan una aventura entre las dos chicas, unas personas que encuentran la una a la otra una razón más que suficiente para levantarse cada día y descubrirse en la otra, sin más futuro que el verano que están viviendo con intensidad y emoción.
El gran trabajo técnico de la película para conseguir esa fusión de realidad más heavy y la fábula de descubrimiento y amor, donde la directora se ha rodeado de cómplices como el cinematógrafo Sari Aaltonen, del que vimos su trabajo en la película Tiempos difíciles: Cantos por los cuidados (2022), de Susana Helke, que se vio por L’Alternativa, con ese aroma de cuento de dos niñas encerradas en el castillo de la madrastra que quieren saborear la libertad y el amor, así como el conciso y sobrio montaje de Hanna Kuirinlahti, en sus reposados e intensos 91 minutos de metraje, en el que todo se cuenta con una cercanía y una honestidad asombrosas, como el estupendo trabajo de la música de Joel Melasniemi, que capta con elegancia todo el desbarajuste emocional de las dos protagonistas, y sus relaciones tensas con los demás, sin olvidar los grandes hits de la música que se escuchaba entonces como el “Maria Magdalena”, de Sandra, que fue un boom en todo el continente, o no menos el “Smalltown”, de los Bronski Beat, todo un himno, el “Love hurts”, de Nazareth, otro temazo, o “Poskivalssi”, el clásico de los cincuenta finlandés que cantaba Olavi Virta, que acompañan con tacto cada diálogo y silencio de las dos protagonistas.
El gran acierto de la película es su magnífica pareja protagonista porque son capaces de sumergirnos en esa maraña de sentimientos, tristezas y conflictos por los que transita, sobre todo, la vida de Mimi. Dos grandes actuaciones de dos casi debutantes en el cine como Rebekka Baer en el papel de Mariia, dulce y amable, generosa y valiente, que seguramente, vivirá el mejor verano de su vida, y todavía no lo sabe, y frente a ella, Mimi, que hace Anni Iikkanen, un personaje roto, alguien que quiere huir pero no sabe dónde, desamparada y muy sola, que encuentra en Mariia una tabla de salvación, alguien a qué agarrarse, alguien que le dé un sentido a su vida, o lo que queda de ella. Tenemos a la Mariia veinte años después en el rostro de Laura Birn, que vuelve al pueblo con heridas y allí deberá enfrentarse al pasado y perdonar y perdonarse, y Pirjo Lonka, que ya trabajó con la directora en la mencionada serie, aquí como madre de Mariia, uno de esos personajes que hablan muy poco, preguntan menos, pero se dan cuenta de todo lo que ocurre a su hija. Después tenemos a una serie de intérpretes, todos muy bien escogidos en sus roles, que parecen no actuar de lo bien que actúan, como la familia de Mimi, o lo que es lo mismo la familia de la casa de los horrores, por la falta de amor, empatía y cariño reinantes.
Si tuviésemos que encontrar una película-reflejo para Luz del 86, de Inari Niemi, podríamos encontrarla en Verano del 85 (2020), de François Ozon, en que el director francés nos contaba el amor de dos jóvenes en el citado verano en la costa de Normandía, donde sonaba aquel monumento que era el “Sailing”, de Rod Stewart. Una película que también hablaba del despertar a la vida, al amor, al sexo, al dolor, a la tristeza, a ese sentimiento consciente de la efimeridad de la vida, donde todo es fugar, todo es un sueño, y todo es tan vulnerable, incluso todo lo que vemos y sentimos, porque la vida va pasando y nosotros nos quedamos allí. si se acercan a mirar la vida de Mariia y Mimi seguro que no se arrepentirán, porque les aseguro que les va encantar su historia, su amor, su juventud y sus ganas de vivir, 0 de bien seguro volverán con aquel adoelscente que fueron, o que algunos días, sin venir a cuento, recuerdan con cariño, con temor, con severidad, o quizás, la película los lleva a aquel verano, sí, aquel verano donde descubrieron el amor, la vida y su oscuridad, y querían escapar y escaparse de todo y volar o vete tú a saber. La película es también una interesante reflexión sobre el hecho de amar, de esa idea del amor como refugio para soportar las tristezas de la vida, o al menos, olvidarse de ellas por un momento. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no durarán, en personas que no nos importan”.
Emile Henry Gauvreay
Erase una vez una pareja formada por André y Eva que, a parte de quererse, sueñan con montar una app que ayude la salud de las mujeres en los países empobrecidos. Su objetivo es acudir a uno de estos hoteles de lujo donde se va a celebrar una sesión formativa “los famosos pitching” en el que recibirán ideas y claves para triunfar, o lo que es lo mismo, vender su idea y ganar dinero con ella. Todo parece ir viento en popa. Se muestran motivados y van a la par, con sus bromas sobre perros y demás. Eva quiere dejar de fumar y se somete a una sesión de hipnoterapia. Parece que la cosa no ha ido más allá. Aunque, en un momento dado, ya en el hotelazo, Eva comienza a comportarse de forma natural, es decir, actúa sin filtros, totalmente desinhibida y rompiendo todos los esquemas de comportamiento y muchas cosas más, causando una gran estupefacción a todos los presentes.
La ópera prima de Ernst De Geer (Estocolmo, Suecia, 1989), coescrita por su fiel guionista Mads Stegger, es una bomba incendiaria a la estúpida mercantilización de nuestros tiempos y sobre todo, a toda esa amalgama de nombres anglosajones que se han impuesto en el mundo de los “bussines”, tales como el citado pitching, los nuevos charlatanes que ahora se denominan “coach”, y las odiosas startups, donde hay que estar vendiéndose constantemente hablando de las maravillosas virtudes de tú producto para convencer a inversores que quieren apostar por la nueva, una más, gallina de los huevos de oro. Unos ambientes sofisticados llenos de gurús del diseño y el negocio más rentable, que actúan para los demás y “venden” sus formas de venta, un sin dios, donde Hipnosis encuentra el lugar para acuchillar sin remedio, y sobre todo, poner patas arriba esta nueva forma de negocio que es tan vieja que cualquier otra, porque el objetivo es el mismo, crear productos que generen necesidad para el consumidor aunque no le haga falta para nada, que lo compre y punto. La película no se corta, atiza con energía y con muchísimo humor negro, donde la sátira es el medio donde mejor se encuentra, porque, ante tal panorama de estupidez, caraduras, convencionalismos sociales y la obsesión por agradar, sólo hay que reírse de todo y sobre todo, de uno mismo.
Estamos ante una producción de Suecia, Noruega y Francia, donde prima la pulcritud y el detalle en la parte técnica, en ese tono entre lo cotidiano y lo surreal, con unos personajes muy cercanos y a la vez, totalmente complejos e inquietantes, donde encontramos a colaboradores del director desde sus cortometrajes, como Jonathan Bjerstedt, en un gran trabajo de composición y la sobriedad de cada encuadre y plano, donde se resalta ese laberinto-prisión donde cada palabra, cada diálogo y cada mirada cuenta para vender tu idea. El conciso y rítmico montaje de Robert Krantz donde en sus interesantes y ajustados 98 minutos de metraje estamos metidos en una historia que va in crescendo, donde la incomodidad y el meneo emocional y los momentos desagradables se van acumulando, en el que cada vez nos vemos más agobiados y con ganas de gritar sin parar, al igual que la música de Peder Kjellsby, que acentúa esos momentos de risa congelada, donde las cosas se van desmoronando de forma cada vez más surrealista y divertidísima, donde el terrible juego de máscaras parece no tener fin con continuas vueltas de tuerca muy sorprendentes.
Una pareja protagonista fantástica y memorable que pasan por su particular montaña rusa llena de altibajos y experiencias de todo tipo, donde se pondrá a prueba lo que sienten y su app. Son Asta Kamma August, hija del director Bille August y la actriz Pernilla August, a la que hemos visto en películas como El pacto, y en series como Sex, The Kingdom: Exodus, de Lars Von Trier y Ocurrió a orillas del río (que se puede ver en Filmin). Su Eva es inolvidable, una mujer que, después de la mencionada hipnosis, se convertirá en su particular Sra. Hyde, donde todo vale, en la que la máscara se cae y vuelve la realidad, la desinhibición sin medida, a hablar, a hacer y a comportarse de forma compulsiva y sin complejos ni nada que le contenga. Junto a ella, aunque en momentos se encuentre frente a ella, tenemos a André que hace Herbert Nordrum, al que hemos visto en películas como La peor persona del mundo, de Joachim Trier y Hotel Royal, de Kitty Green, entre otras, con un personaje que aguante el tipo ante el comportamiento de su chica, intentando salvar las posibilidades de su app y el objetivo económico. Él sigue creyéndose el esperpento y la mercantilización banal de sus existencias.
Una película como Hipnosis juega desde la misma mirada crítica y satírica que lo hacían films como Toni Erdmann (2016), de Maren Ade, The Square (2017) y El triángulo de la tristeza (2022), ambas de Ruben Östlund, la mencionada La peor persona del mundo, y Sick of Myself (2022), de Kristoffer Borgli, entre otras, donde se lanzan cuchillos muy afilados contra la perversión y la superficialidad del mundo actual y de todo lo que rodea, en que todo está en venta, donde todo el mundo se vende y donde las apariencias lo son todo, en que cada uno lucha encarnizadamente por demostrar su valía en pos al contrario o rival, da igual, en una sociedad de falsedad y de elitismo idiota, en que el “yo” se ha vuelto el no va más, y la primer persona es el medio para destacar en cualquier ámbito de la vida o lo que sea ahora mismo. Quédense con el nombre de Ernst De Geer porque seguramente, al menos lo espero, siga indagando en los numerosos males de nuestro tiempo y nos siga deleitando con películas como Hipnosis, con su mordacidad, su irreverencia, su crítica y su sátira, y convoque a la reflexión y sea como un espejo donde mirar nuestro patetismo, ridiculez y vacío en unas vidas que ya no son tal, sino meros reflejos expuestos a vender y venderse, en fin. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Me gusta como empieza Tatami, y no lo digo por sus razones estéticas, que las tiene, y que más tarde nos detendremos en ellas, sino por su hipnótico arranque en el interior de un autobús en marcha, la cámara de forma pausada, va buscando a alguien, vamos viendo a judokas iraníes y, de repente, la música surgida de unos auriculares, nos lleva a una de ellas, y ya el cuadro no buscará más, se detendrá en ella, y la seguirá incansablemente. La judoka en cuestión es Leila Hosseini de Irán, una heroína nacional, que viaja al campeonato del mundo de 2019 que se celebra en Tiflis (Georgia), donde tiene muchas expectativas en la competición en la que puede llevarse el oro, o quizás, su gobierno tiene otros planes y no desea, por nada del mundo, un enfrentamiento contra la representante de Israel. La película se mueve entre dos universos, o quizás, entre uno, el público y el otro, el que se oculta, el de los empleados del gobierno que llevan a cabo a pies juntillas sus órdenes, sea cuáles sean, que harán todo lo imposible para que Hosseini siga las instrucciones de arriba, sin rechistar.
Si recuerdan la excelente película Snake Eyes (1998), de Brian de Palma, sus extraordinarias tensión y agobio en mitad de un combate de los pesados, donde la cámara se deslizaba entre el público y sus inquietantes personajes, pues mucho de ésta podemos encontrar en Tatami, dirigida por Guy Nattiv (Tel Aviv-Yafo, Israel, 1973), y Zar Amir (Teherán, Irán, 1981). De él conocíamos películas como Strangers (2007), Skin (2019) y Golda (2013), y de ella, su trabajo como actriz en películas tan importantes como Shririn (2008), de Abbas Kiarostami, y la reciente Holy Spider, de Ali Abbasi, que le valió el premio en el prestigioso Festival de Cannes. Con el regusto de grandes títulos del boxeo como Más dura será la caída, Nadie puede vencerme, Cuerpo y alma y Toro Salvaje, entre otras, con todo el juego sucio y oculto que hay en el deporte, y ese primoroso y magnífico blanco y negro, que firma el cinematógrafo Todd Martin, del que vimos La aspirante (2021), de Lauren Hadaway, otra sobre el deporte y sus obsesiones, y una cámara convertida en otra extremidad de la protagonista, que observa y que viaje por los pasillos y diferentes espacios de la competición.
Un estupendo guion que firma Elham Erfani y el propio codirector, en el que se inspiran en hechos reales para contarnos la encrucijada de dos mujeres, la citada Leila Hosseini, y su entrenadora Maryam Ghanbari, que se vieron presionadas por su gobierno que las obligaba a retirarse de la competición ya que no querían un enfrentamiento con la judoka israelí. Construyen una excelente tensión que involucran al espectador, llevándolo por su asfixiante dilema, convirtiendo el cuadrilátero y los aledaños del espacio, en un laberinto sin salida, llena de miedos y prisas, con continuas llamadas de ida y vuelta, enfrentamientos y sobre todo, mucha inquietud e incertidumbre entre lo que va a suceder. Papel importante el que juegan la formidable música de Dascha Davenhauer, que ha trabajado con Kornel Mundruczó, y en la citada Golda, que no sólo va más allá de las imágenes que nos propone la película, sino que les imprime un carácter y un agobio que no dan tregua, así como el gran trabajo de montaje de Yuval Orr, que consigue gran realismo y convicción a través del ritmo con una historia que se va a los 105 minutos sin descanso y en muchos tramos contada en tiempo real y cercanísimo con leves viajes al pasado para desvelar acontecimientos importantes para el desarrollo de la trama.
Si la parte técnica brilla, la interpretativa no se queda atrás, porque tiene a una dupla inolvidable, una pareja que pasarán por todas las fases emocionales y en un período breve de tiempo, que también vive su propio combate, con unas espectaculares Arienne Handi Leila, actriz estadounidense conocida por la serie The L Word: Generation Q, en la piel de una convincente y brutal Leila Hosseini, que pasa por su montaña rusa particular por diferentes estados de ánimo, arrastrando su miedo, su fuerza y su lucha constante, en una interpretación llena de sobriedad e ira, junto a ella, o podríamos decir contra ella, tenemos a la codirectora Zar Amir, que se mete en el difícil dilema de la entrenadora, que se debate entre cumplir las órdenes del gobierno iraní, o apoyar a su discípula para seguir en la competición e intentar que gane el campeonato. Compleja la tesitura cuando tu vida y la de los tuyos corre serio peligro. La película recibió los aplausos de un Festival de Venecia tan importante y riguroso, y no nos extraña por su bella e inquietante imagen a través de un blanco y negro que deslumbra y amarga a partes iguales, y la historia tan brutal que cuenta, situando a sus personajes al borde del abismo, sin tiempo para pensar, en una encrucijada terrible.
Tiene la película de Nattiv y Amir un añadido, como todas las buenas películas, que es su narrativa o lo que es lo mismo, cómo se cuenta, con esas dosis de cine negro, cine político (aquí abrimos un paréntesis, y citamos a Aristóteles: “.. El estado (Pólis) es algo natural y el hombre es por naturaleza un animal político (Zoon Politikón)”), cine social, y sobre todo, cine en mayúsculas, un cine que hable de lo que pasa y que lo haga con negrura y complejidad, centrándose en las emociones y sentimientos contradictorios de unos personajes que tengan múltiples capas y espejos, porque la vida nunca es tan sencilla, y además, la existencia humana siempre está llena de situaciones que nos sobrepasa, y sobre todo, nos hace situarnos en callejones sin salida, o quizás, no. No dejen escapar una película como Tatami, ya saben las urgencias mercantilistas de este planeta en el que vivimos, porque es una película excelente que, desgraciadamente, nunca pasará nada, porque el deporte de alta competición nunca será un deporte, sino una extensión de la guerra, de quién es el más fuerte, sino que le pregunten a Mussolini y Hitler, que usaron el deporte y lo popularizaron como arma de estado, no andaban equivocados, porque seguimos en esas y lo que nos queda. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
El cine en general, y el documental en particular, es un medio eficaz y asombroso para plantearse preguntas, nunca para resolver enigmas, el creador emprende un viaje de búsqueda en los que aparecerán esos conflictos que tanto le interesan y para los que no encuentra respuesta, la película será ese vehículo propicio para adentrarse en esos enigmas, actuando de guía para adentrarse en campos de difícil acceso a los que sin ese medio sería imposible acceder. Las chicas de Amanecer Dorado nace con una pregunta: ¿Qué ha pasado en Grecia? ¿Qué ha ocurrido en un país, para que la tercera fuerza política del país sea un partido de extrema derecha? Havard Bustnes, documentalista de amplia experiencia en el documental en Noruega viajó hasta Grecia adentrándose en las entrañas de Amanecer Dorado para estudiar las raíces de una realidad triste y amarga. La película, a partir de un dispositivo naturalista y sencillo, accede a la sede del partido, las viviendas de sus seguidores y locales donde organizan sus mítines, y lo hace a través de tres mujeres, Ourania Michaloliakos (hija del fundador y líder del partido Nikolaus Michaloliakos) la madre y la esposa de otros cabecillas, en un momento donde la sección femenina ha de tomar las riendas del partido ya que su cúpula (padre, hijo y esposo) han sido encarcelada por presunta vinculación con el crimen de un rapero, a manos de algunos seguidores del partido.
Las tres mujeres emprenden la campaña electoral de 2013 y consiguen un gran respaldo en las elecciones. La cámara las filma en su intimidad, sus conversaciones y su estrategia política, todo sigue un orden pensado y establecido, aunque el cineasta le pregunta por sus vinculaciones con el nazismo y al violencia, ellas se desmarcan y siguen su guión, dentro de una inteligencia marcada, en la que cada una de ellas conoce la naturaleza y su orden en el partido. Bustnes ofrece un retrato de un partido fascista, que clama por su patria y quiere expulsar a los inmigrantes, un partido que nació en los 80 como asociación nazi y luego en los 90 se erigió como partido político que concurría a las elecciones, aunque su presencia era anecdótica, fue a partir de la devastadora crisis económica de principios del nuevo siglo, que Amanecer Dorado ha conseguido lo que es, un partido con gran respaldo por la población, una población vapuleada por el fuerte impacto del paro y demás problemas económicos que ha llevado al país a la ruina, caldo de cultivo esencial para que los partidos fascistas vendan humo y se sirvan de la desilusión de las gentes para prometerles un dorado a partir de viejas consignas nacionalistas ondeando banderas y símbolos ancestrales para devolverles ese espíritu de orgullo patrio a su favor.
Amanecer Dorado lanza a los cuatro vientos un discurso popular y democrático, para convencer a sus votantes más ingenuos, ya que acumula un sinfín de altercados violentos con la policía, los periodistas y detractores. El cineasta noruego escarba y filma todo lo que le dejan, e intenta extraerles información y que respondan a sus múltiples contradicciones, aunque no lo consigue por el propio testimonio de las implicadas, si lo consigue con su película, planteando un retrato que desde las tripas del partido, junto a material de archivo que nos ayudan a completar sus orígenes y las diferentes situaciones que han protagonizado, dejando ver su verdadera ideología racista, xenófoba y nacionalista a ultranza. Esta Sección Femenina (que recuerda a aquella de Falange que moralizó y reprimió a las mujeres durante cuarenta años de franquismo) defienden a muerte su discurso basado en el miedo del otro, en un estado falsamente democrático (que permite partidos como el suyo, por cierto) y en unas ideas políticas que han llevado al país a la ruina y a una Unión Europea basada en las leyes fascistas de mercado que empobrecen a la mayoría por el bien de unos pocos.
A través de ese discurso, populista que arenga a la parte de la población más machacada por la crisis, consiguen convencer y devolverles la ilusión perdida, aunque sea de una manera facilona e hipócrita, en el que lanzan muchas verdades (aunque esas mismas situaciones se viven o se continúan viviendo en otros países del mediterráneo como España, por ejemplo) esconden un trasfondo de odio, violencia y extremismo que ayuda a crear una división irreversible en la sociedad griega. Bustnes ha construido una película sobre la política, sus desmanes y corrupción, que en algunos instantes recuerda al cine de Ulrich Seidl y partes de su documental En el sótano, pero también, sobre el miedo de una sociedad que ya no cree en la democracia, que ha sido y sigue siendo mutilada y falseada, y esa misma sociedad, se dispone a lanzarse al abismo siguiendo las banderas de una Grecia imperial que si bien les hará sonreír y ayudar para adoctrinarlos, poco a poco, sin darse cuenta, se estarán metiendo en la boca del lobo, del que desgraciadamente, no podrán salir indemnes.