Algún día nos lo contaremos todo, de Emily Atef

LA PASIÓN OCULTA DE MARÍA. 

“Durante la noche, él la codiciaba y ella se entregó”.

La semana pasada llegó a nuestros cines la película Más que nunca, de Emily Atef (Alemania Occidental, 1973). Un durísimo drama de una mujer enferma rodado de forma sensible y cercana, alejada de sentimentalismos y crudeza innecesaria. Una semana después se estrena otra película de Atef, Algún día nos lo contaremos todo (del original, Igendwann werden wir uns alles erzählen), basada en la exitosa novela homónima de Daniela Krien, que firma el guion junto a la directora, en la que también se apoya en una mujer, María de 19 años de edad, apasionada y soñadora, que prefiere leer libros como Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, que acudir a clase. Vive en la Alemania Oriental a punto del colapso del verano de 1990, en una granja con su novio Johannes y la familia de éste. Al igual que Hélène, la protagonista de Más que nunca, María también se siente sola, vacía y perdida, como los habitantes de esa RDA poscomunista que se vieron consumidos por la Alemania Occidental, se ve trastocada con en el encuentro con Henner, un granjero solitario y huraño que vive en la granja de al lado. Un deseo y pasión desbordantes se apoderan de María que no puede sucumbir a una relación con un hombre de 40 años, rudo, salvaje, oculto y prohibido, que también ama la lectura. 

La directora franco-iraní mezcla con astucia y sabiduría dos frentes, el personal y el político. María que tiene una relación con Johannes, tranquila, acomodada y convencional, con la otra con Henner, pura pasión, violenta, cruda e inesperada. Y también, tenemos la coyuntura política, esa Alemania Oriental absorbida por la otra Alemania, con problemas económicos, y llena de incertidumbre e inquietud a unos ciudadanos que no saben que será de sus trabajos, algunos sin empleo y otros, sudando mucho para ganar poco y mal. Dos frentes que escenifica muy bien la vida de María, con esas dos casas, la de su novio, y la de su madre, sin empleo y depresiva, a la que suma otra, la de Henner, que pertenece a un pasado que ya no volverá, un pasado que ese verano borrará para siempre. Lo íntimo y lo personal mezclado con lo social y lo político, de una forma brillante, sin caer en demasiadas explicaciones. Una situación caótica y desesperante que se manifiesta con ese hijo que pasó al otro lado y resquebrajó la familia en dos, esos dos mundos entre los que se cimenta la película, en que María, absoluta protagonista, representa con cercanía, temor y locura, en esa existencia de Robinson Crusoe en la que está, sin saber qué hacer, perdida en sus emociones, en ese no futuro que les espera a millones de habitantes de la Alemania Oriental que se vieron obligados a vivir de otra manera, a ser y sentir diferente. 

El inmenso paisaje de Turingia sirve como implacable escenario y se erige como otro de los personajes de la película, una belleza deslumbrante y trágica, que recuerda a la de las películas de Malick como Días del cielo y Vida oculta, sendos dramas rurales en los que se mira Algún día nos lo lo contaremos todo, donde abundan los silencios y los gestos, esos espacios que cortan el aliento entre la soledad y la quietud de los personajes mientras leen o se pierden en sus contradictorias emociones, apoyada en sus miradas, que siempre dicen mucho más que cualquier diálogo. Una gran cinematografía de Armin Dierlof, que debuta en el cine de Atef, y es un habitual de la cinematografía alemana, construye un mundo rural lleno de sensaciones, de complejidad y sobre todo, de un exterior lleno de vida y silencio, y un exterior donde se desata la tormenta de la pasión y el deseo, un sexo que se siente y se huele, pero sin caer en lo burdo y en lo representativo sin más. El gran trabajo de montaje de Anne Fabini, que ha trabajado con Hannes Stöhr y en películas tan interesantes como Of Fathers and Sons (2017), Talal Derki y la reciente Alis, de Nicolas van Hemelryck y Clare Weiskopf, sin olvidarnos de la precisa y conmovedora música del tándem Christoph Kaiser y Julian Maas, que ya trabajaron con Atef en 3 días en Quiberón (2018), amén del director Lars Kraume y Edward Berger, entre otros. 

En su reparto, en el que sobresalen las certeras y detalladas interpretaciones de los diferentes actores y actrices, destaca la maravillosa, profunda y sensible mirada de Marlene Burow, que está impresionante con su María, en su segundo protagónico deslumbra de forma magnífica, todo lo que dice esa mirada y esos gestos, siendo esa mujer que lo transgrede todo y a todos por vivir una pasión arrolladora, peligrosa y fuera de lo común, de esas que tienes un pie fuera y otro dentro, o dicho de otro modo, esas pasiones que se recuerdan para siempre. Una mujer que es la película, porque la película va de ella, y sobre todo, va de todas esas mujeres que se dejaron llevar por lo que sentían, traspasando todos los límites personales y morales. A su lado, tenemos a Felix Kramer como Henner, otro ser solitario y vilipendiado por ese pueblo y sus habitantes, que hemos visto en series televisivas y películas con Christian Alvart, entre otras. Cedric Eich es Johannes, el apasionado de la fotografía que se aleja de su novia María, y sobre todo, de ese mundo rural del que es totalmente ajeno, un tipo que, al contrario que su chica, tiene muy claro su futuro. También destacan Silde Bodenbender y Florian Panzner como los padres de Johannes, y Jördis Triebel como la madre de María, que nos encantó en películas como La suerte de Emma, Al otro lado del muro y La revolución silenciosa, entre otras. 

No se pierdan Algún día nos lo contaremos todo, sexto largometraje de Emily Atef, porque no les va a defraudar en absoluto, porque les ayudará a regresar a cuando eran jóvenes, a cuando todo estaba por descubrir y por hacer en sus vidas, donde las pasiones y las emociones eran el motor de sus decisiones, donde todavía no estaban absorbidas por la sociedad, por lo correcto y por lo que conviene, sino por lo que sienten. Un viaje a ese tiempo, a esas sensaciones, a ese otro yo, a descubrir a María y su amor fou, un amor que mata pero también y que da vida. Y no se dejen llevar por su aparentemente drama romántico rural, que está lleno de complejidad y belleza, también oculta muchas otras cosas más, el destino de muchos alemanes orientales que vivieron un verano el de 1990 muy extraño, tremendamente inquietante ante un futuro de lo más incierto, como dejan con detalle las secuencias en la Alemania Occidental, donde ese otro país se impondrá y los dejará en una especie de limbo difícil de gestionar, tal y como le ocurre a María, la antiheroína que no se detendrá ante sus sentimientos a pesar de ese mundo que se derrumba a su alrededor, pese a quién pese. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Les amistats perilloses, de Pierre Choderlos de Laclos/Carol López. Teatre Lliure.

LA PERVERSIDAD DEL AMOR. 

“La fidelidad es de todas las virtudes la menos constante”.

Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos

Que el teatro y el cine tienen su común denominador en el artificio para contar historias es de sobras conocido, por eso no hay que caer en la trampa en defender que son dos medios similares, porque a parte de su propuesta fabuladora, sus mecanismos para conseguirlo son sumamente diferentes. Digo todo esto, porque cuando nos enfrentamos a una nueva versión teatral de Las amistats perilloses, la inmortal obra de Pierre Choderlos de Laclos publicada en 1782, que ha adaptado y dirigido Carol López (Barcelona, 1969), para el Teatre Lliure, hay que olvidarse de cualquier adaptación anterior, ya sea teatral o cinematográfica, y debemos hacer el ejercicio de ir lo más vírgenes posible, es decir, no volviendo a ver ninguna de las películas, ni leyendo nada que tenga que ver con análisis de la obra o de su autor, y mucho menos leerse el programa de mano de la obra en cuestión. Eso sí, si tenemos tiempo, sería preferible leer la obra literaria en la que se basa, para ir muy empapados sobre aquello que vamos a ver. 

La novela tiene miga, como se decía antes, porque ya en su prólogo nos ponen sobre aviso que aunque está publicada en el siglo XVIII, en los albores de la Revolución Francesa, lo que allí ocurre nada tiene que ver con su época, porque sus personajes visten y se relacionan con formas y costumbres que no son de la época y sí de otras, mezcladas e inventadas como muy bien acoge López en su montaje, con ese vestuario y caracterización, que abandona las pelucas y los excesivos maquillajes, y mantiene una ropa que combina diferentes épocas y deja ver los soportes de las faldas que se colocan por encima de la citada prenda, con un aire muy moderno, con los pantalones de la Marquesa de Merteuil, y esa vistosidad de colores y formas. Quizás, la historia que nos cuenta es que la que conocemos más de antemano, con ese pacto-estrategia al que llegan los dos protagonistas principales, la mencionada Marquesa y el Vizconde de Valmont, vaya dos, la fama les precede, de libertinaje y amantes efímeros, y de jugar con los sentimientos y vete tú a saber. Su trato perverso consiste, por si hay alguien que no lo recuerda; en que, si Valmont seduce a Madame de Tourvel, una mujer casada que destaca por su virtud, podrá tener una noche de placer con Merteuil. El juego ha empezado, y también, entran en liza la joven e ingenua Cécile, hija de Volanges, prima de la Marquesa, que será usada por Valmont para conseguir su objetivo. Habrá dos más almas en esta situación, Rosemunde, tía del Vizconde, y Danceny, el joven y apuesto profesor de inglés de Cécile, del que se enamorará perdidamente. 

Si recordamos algunos montajes que hemos visto de López sabremos que sus escenografías están muy pensadas y provocan un sentimiento espejo-reflejo en el espectador, porque destacan por su sencillez y así mismo, en una elaboración muy impactante, como recordamos en Germanes (2008), que vimos en La Villarroel, o en Bonus Track, de hace tres temporadas que también se representó en el Lliure, con esas siete sillas que esperan a sus respectivos personajes, o esas paredes que suben y bajan según el momento, con esa sofá y cama tan oportuno, y esos letreros neón que hacen presencia en Les amistats perilloses, esa bilingüidad tan natural en el transcurso de la obra, para marcar los diferentes tiempos y espacios de la obra, y esas incursiones a través de temas musicales modernos, que no citaremos para no desvelar ninguna sorpresa a los futuros espectadores, que nos ayuda a dejar claro la universalidad de todos los aspectos que se dan cita en la obra. La hora y cuarenta minutos de duración del montaje mantienen un ritmo brutal, en el no que paran de suceder cosas, planteada como acción y reacción, es decir, vemos las acciones de los diferentes personajes, y luego, los escuchamos relatando lo que ha sucedido, en una implacable resolución en el espacio escénico, en el que se van sucediendo casi al instante, al unísono, pasando de un espacio y tiempo, de uno a otro, sólo con un gesto y un movimiento de los intérpretes, como si estuviéramos viendo una película, imaginándonos los diferentes planos y demás. 

Aunque si tenemos que rendirnos al montaje que se ha marcado la dramaturga y directora barcelonesa, sólo tenemos que profundizar en su reparto, uno de sus elementos más importantes, porque a todas nos viene a la memoria sus excelentes y extensos repartos de las obras que hemos mencionado anteriormente. en esta destacan, como no podía ser de otra manera, la Marquesa de Merteuil en la piel de una brutal Mónica López, con esa capa por encima, esos pantalones y ese abanico y pelo corto, en un personaje cabrón como ella sola, en un ser rígido, de metal, pero con alma, y también, con corazón, aunque siempre nos lo esté burlando y burlándose de él. Frente a ella, y nunca mejor dicho, El Vizconde de Valmont con el rostro, el cuerpo, esa barba poblada, y esa melena recogida de Gonzalo Cunill, qué bueno es este actorazo, cómo habla, cómo se mueve, y encima como se comporta, como si con él no fuese la cosa. Va a costar mucho no imaginarse estos personajes con otros rostros que no sean estos. Mima Riera en el papel de Tourvel, su candidez, su belleza, su fragilidad, frente a los lobos de Valmont y Merteuil, una actriz poderosa, brillante y llena de energía en este viaje a los infiernos, o mejor dicho, este viaje al placer y a los sentidos más carnales. Elena Tarrats es Cécile, que la hace con brillo y armonía, en otro viaje, esta vez a descubrir la primera vez, y qué primera vez, como para olvidarla, sintiendo a los hombres y el sexo, y no olvidemos al actor inglés Tom Sturguess, que es un ángel metido en la jaula de la depravación y terreno pantanoso y cruel, haciendo de Danceny, y luego están, las señoras, la Volanges, que hace una siempre excelente Marta Pérez, con esos momentos de humor tan irresistibles y madre muy madre con la pequeña Cécile, que pronto veremos que no le hace falta ninguna madre protectora y estúpida, y finalmente, Eli Iranzo como Rosemunde, una mujer madura que pasa por ahí y tiene algunas frases de esas que vienen al caso y nos hacen reflexionar y mucho. 

Celebramos y aplaudimos con pasión el nuevo montaje de Les amistats perilloses, de Carol López, porque el sábado pasado, el 20 de mayo de 2023, fue una gran idea acudir a la sesión de las cinco de la tarde al Teatre Lliure de Montjuïc, porque disfrutamos, nos emocionamos y vibramos con la obra, y pensamos que después de esto, podemos afirmar que Carol López, lo volvemos a repetir porque lo ha hecho muy grande, puede con lo que le echen, antes ya lo sabíamos, porque sigue manteniendo esa audacia, esa mirada y ese arrojo necesario para meterse con una novela de casi 250 años de vida que habla mucho de mujeres, de la fuerza de las mujeres, de su pasión, de su arrojo, de sus miedos y sus amores, porque la pluma de Choderlos de Laclos nos enfrenta al deseo, la seducción, la perversidad, la maldad, la mentira y la oscuridad de la condición humana, sino también, a nuestras más nobles pasiones como los sentimientos, el amor y la dulzura con el otro u otra, y también, nuestras más bajas pasiones, el sexo y la carnalidad, desde muchos aspectos y condiciones y advirtiéndonos que si queremos jugar, debemos estar dispuestos a perder, y no sólo eso, también a perder a aquello que no sabíamos que amábamos o quizás, lo fingíamos. Tengan cuidado y no tienten a la suerte, porque lo que pueden perder. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fuego fatuo, de Joâo Pedro Rodrigues

EL ROMANCE DEL PRÍNCIPE Y EL BOMBERO. 

¿Por qué volvéis a la memoria mía,

tristes recuerdos del placer perdido…?

José de Espronceda 

El universo cinematográfico de Joâo Pedro Rodrigues (Lisboa, Portugal, 1966), es un cine libre, diferente y muy revolucionario, porque se atreve con todo, a mostrar un mundo mutante y lleno de imaginación y tremendamente inventivo, donde predomina una libertad absoluta para retratar e indagar en la sexualidad que muestra sin tapujos y de forma explícita, en que los géneros desaparecen para fluir y mezclarse de formas y texturas asombrosas. Un cine que viaja por lo más sofísticado a lo más burdo, por la elegancia a lo basto, de lo sucio a lo más pulcro, contradicciones y complejidades que hacen del cine del director portugues una experiencia muy intensa y de descubrimiento constante. Tenemos ejemplos en sus más de veinte años de experiencia en corto y largometrajes como como El fantasma (2000), Odette (2005), Morir como un hombre (2009), La última vez que vi Macau (2012), y El ornitólogo (2016), entre otros títulos. Un cine en continúa búsqueda, que no cesa de preguntarse sobre sí mismo, un cine que experimenta, que muestra sin cortapisas y sobre todo, un cine sensitivo, muy corpóreo y un inmenso agitador en todos los sentidos. 

Con Fuego fatuo el cineasta lisboeta construye un híbrido impresionante y repleto de una gran inventiva para contarnos una fantasía musical, como la misma película advierte a su inicio, en la que fusiona de forma admirable y fabulosa la comedia, género que explora por primera vez de forma contundente, el musical, el romanticismo, el sexo, la biografía, la memoria, el ecologismo, la coreografía y sobre todo, una película-sensación que nos transporta a una fábula que tiene el aroma de aquellas de Perceval el galés (1978), y El romance de Astrea y Celadon (2007), ambas de Rohmer, en que la realidad transmuta en uncuento fantástico con resonancias directas a los problemas de la actualidad. Rodrigues construye un guion con su más ferviente cómplice que no es otro que Joâo Rui Guerra de Mata, con el que ha codirigido alguna que otra película, y Paulo Lopes Graça, en el que nos cuenta los recuerdos de Alfredo, un rey sin reino en su lecho de muerte, y sobre todo, cuando siendo príncipe tuvo una relación muy profunda con un bombero llamado Alfonso. 

La película tiene una duración breve, apenas llega a los setenta y siete minutos de metraje, pero nunca tenemos esa sensación, ya que su limpieza visual y la intimidad y la pulcritud que desprende es asombrosa, con esa luz tan cercana y natural que firma Rui Poças, que firma muchas películas del director, amén de haber trabajado con nombres tan significativos como los de Margarita Ledo, Miguel Gomes y Lucrecia Martel, entre otros. El exquisito y conciso montaje de otra cómplice del cineasta luso como Mariana Galvâo, contribuye a manejar con estilo y gracia esa fusión brutal entre realidad y ficción, entre lo real y el sueño, entre lo físico y lo espiritual, entre lo vivido y lo soñado, entre las emociones y la carne, entre aquello que vemos y lo que intuimos. Una película diferente, extraña y cercana, un cine que se descubre a cada encuadre, a cada secuencia, en una aventura que nunca acaba, en el que nunca sabemos qué ocurrirá y sobre todo, como ocurrirá, donde la música también juega esa mezcla de lo sublime con lo más cercano, en la que escuchamos a Mozart, y cantamos y bailamos al son de Joel Branco en una canción naif ecologista, o de Paulo Bragança en un fado intenso y conmovedor. 

Tenemos una pareja extraordinaria que componen unos personajes libres y totalmente abiertos a experimentar por los placeres sexuales, donde hay deseo y carne, y pollas erectas, como Mauro Costa como el príncipe que quiere experimentar, que quiere vivir de verdad, alejado de la rectitud y la superficialidad de su casa real sin reino, que decide ser bombero para salvar a los bosques, elemento esencial en el cine de Rodrigues, y que encuentra a Alfonso, que interpreta el bailarín André Cabral, un bombero que tendrá un tórrido romance con el príncipe, experimentando los placeres de la carne y demás. Fuego fatuo, de Joâo Pedro Rodrigues es una película que invita a dejarse llevar en todos los sentidos, a mirar la vida sin prisas ni prejuicios, solo dejarse llevar, que aunque parezca fácil y extraordinariamente muy placentero, muy poca gente lo practica, porque la película invita a mirarla, a descubrirla, a verla como si fuéramos niños otra vez, a recuperar unas imágenes que nos traspasan, que son una fiesta del cuerpo y el sexo, a detenerse, a mirar cada detalle, cada situación y cada follada, y sobre todo, descubrir para él que no lo haya hecho todavía, el cine del cineasta lisboeta, porque es un cine que se descubre y descubre a cada instante, que nos remueve y nos hace disfrutar a lo grande, porque es tremendamente imaginativo, lleno de incréibles hallazgos tanto de forma como de fondo, y huye de las estúpidas etiquetas y de la servidumbre comercial de tanta película sin vida y vacías, aquí es todo lo contrario porque es un cine que abre muchísimas puertas para el disfrute y para sorprenderse con cada personaje, cada situación, cone se humor irónico, perverso y disparatado, porque la vida y lo que ocurre con ella, es más llevadera si le ponemos humor, si nos reímos a carcajadas de ella y sobre todo, de nosotros mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tengo sueños eléctricos, de Valentina Maurel

EL LABERINTO DE EVA. 

“Tengo sueños eléctricos. Una horda de animales salvajes se aman a gritos, a veces a golpes”.

Ese ese período de la adolescencia en ese tránsito de la niñez a la edad adulto, un espacio tan delicado, y a la vez, tan cambiante y lleno de incertidumbre ha sido retratado por un cine sudamericano personal y profundo, analizando los cambios físicos y fisiológicos, la construcción de la identidad propia, el despertar al amor y la sexualidad, el divorcio de los padres y demás. Películas como La niña santa (2004), de Lucrecia Martel, Después de Lucía (2012), de Michel Franco, Las plantas (2015), de Roberto Doveris, Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor y Las mil y una (2020), de Clarisa Navas. Todas ellas podrían ser espejos donde se miraria Tengo sueños eléctricos, la ópera prima de Valentina Maurel (San José, Costa Rica, 1988), en la que focaliza todo su conflicto en la mirada de Eva, una adolescente de dieciséis años, que no lleva bien la separación de sus padres, y está empezando a descubrir las necesidades y cambios sexuales de su cuerpo, y se debate en vivir con un padre violento o una madre demasiado susceptible.

Las primeras imágenes de una película siempre resultan importantes, pero en el caso de Tengo sueños eléctricos lo son aún más, porque su increíble e impactante arranque resulta muy revelador a lo que luego veremos, con la cámara se sitúa en la parte trasera del automóvil, donde se encuentra el punto de vista de Eva, y vemos la violencia que se va desatando in crescendo hasta explotar en un ataque de ira del padre golpeándolo todo objeto que se encuentra, y luego, en la casa, cuando la madre reforma la casa y quiera lanzar todo lo antiguo. Veremos la relación de Eva con su madre y su padre, llena de contrastes, entre una madre que quiere paz imperiosamente y huir del pasado, y un padre, que busca lo contrario, volver a su escritura, salir de fiesta y conocer mujeres. con una imagen tremendamente cotidiana y muy cercana, que firma Nicolás Wong Díaz, que trabajó en La llorona (2019), de Jayro Bustamante, con una textura gruesa que traspasa la pantalla, en la que podemos ser testigos al instante de esa relación padre e hija llena de altibajos donde la línea que separa del amor al odio es demasiado fina, tan frágil que amenaza tormenta constantemente. El preciso montaje obra de Bertrand Conard, que nos lleva sin descanso ni tregua por los diferentes ambientes de la capital, lugar de nacimiento de la directora, donde se desarrolla la película que son un espejo revelador de la relación cambiante entre los dos principales protagonistas. 

La fuerza de las imágenes y la sencillez y calidez de la propuesta, consiguen un relato profundo y sensible no solo de la adolescencia o mejor dicho, de ese tránsito complejo y lleno de incertidumbre por el que hemos pasado todos los adultos, y en el que nunca se sabe a ciencia cierta si todo aquello que te está ocurriendo tiene mucho que ver contigo o la imperiosa necesidad de abandonar la infancia y ser uno más del mundo de los adultos, aunque no comprendas la mayoría de cosas que viven y mucho menos, sienten. La grandísima labor de Maurel en su dirección de intérpretes consigue que cada uno de ellos brille con luz propia, sin nada de estridencias ni aspavientos que no vienen al caso, aquí todo se construye desde dentro, desde el alma, con sencillez y honestidad más cercanas e íntimas, mostrando todo aquello invisible a partir de la mirada, el gesto y el detalle más ínfimo. La pareja protagonista es magnífica con Reinaldo Amien Gutiérrez en el papel de Martín, ese padre que, después de la separación, quiere volver a ser adolescente, recuperar sus sueños de artista e irse de fiesta, y andar con muchas mujeres, una vida que seduce a Eva, su hija, pero a la vez, esos ataques violentos de su padre la devuelven a cuando la vida era muy oscura. 

Pero si algo resulta grandiosa la película Tengo sueños eléctricos es la elección para el personaje de Eva de una actriz debutante como Daniela Marín Navarro, porque cada mirada, detalle y gesto que tiene en la película es sumamente portentoso, con una fuerza y una sensualidad fuera de lo común, de las que se recuerdan, en una de las llegadas al cine más deslumbrantes que se recuerdan, porque la actriz debutante posee una inteligencia natural y alejada de la pose que es toda una lección de interpretación de composición de personaje sin necesidad de caer el sentimentalismo ni la condescendencia. Celebramos la llegada al cine de una cineasta como Valentina Maurel, porque no seduce con brillo y sobre todo, sin caer en errores de mucho cine de esta índole, en el que hay que empatizar por decreto con los personajes, aquí no hay nada de eso, porque la cineasta franco-costarricense muestra y retrata una relación en la que los espectadores la vemos, la vivimos y nos dejan que saquemos nuestras propias conclusiones de forma libre y honesta, y eso es ya mucho en un cine cada vez más cómplice de lo establecido y lo políticamente correcto, en fin, la película de Maurel huye de lo complaciente y cómodo, para mostrarnos muchas situaciones que nos generan tensión, muchísima incomodidad y sobre todo, nos lanzan gran cantidades de preguntas, que esa y no otra debería ser la función de cualquier expresión artística, y también, del cine que es el que ahora nos ocupa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La consagración de la primavera, de Fernando Franco

LAURA CONTRA SÍ MISMA.

“Tu mirada se aclarará solo cuando puedas ver dentro de tu corazón. Aquel que mira hacia afuera, sueña; aquel que mira hacia adentro, despierta”.

Carl Jung

La tercera película de Fernando Franco (Sevilla, 1976), vuelve a transitar por las cotidianidades incómodas y oscuras que ya estructuraban sus dos anteriores trabajos. En La herida (2013), conocíamos a una mujer muy trabajadora pero con un grave déficit para relacionarse con los demás, y tendencias depresivas y de autolesión. En Morir (2017), una pareja se veía sumamente resquebrajada por la enfermedad de uno de ellos. En La consagración de la primavera, que acoge su título de la famosa composición de Ígor Stravinski, en un guion escrito por el propio director y Begoña Arostegui, con la que ha codirigido un par de cortometrajes de animación, nos lleva al rostro, a la piel y el cuerpo de Laura, un joven de Manacor, que ha llegado a Madrid para estudiar Químicas y está alojada en un Colegio Mayor de Monjas. Laura está sola, no conoce a nadie, deambula por la ciudad, por la Universidad, y una noche, de casualidad, conoce a David, un joven con parálisis cerebral, al que hará de asistente sexual.

Franco construye relatos muy cercanos y cotidianos, con muy pocos personajes, donde abunda la profundización de los aspectos psicológicos de los personajes. El director sevillano consigue sin aspavientos ni piruetas argumentales, sumergirnos en su microcosmos y enfrentarnos a situaciones difíciles y diferentes, accediendo a esos universos tremendamente incómodos, de los que huimos, a los que nos cuesta enfrentarnos, ya sea por educación, por moral, por miedo o simplemente, por desconocimiento. Laura está en un período de descubrimientos y experiencias nuevas, ya no está al amparo de una familia conservadora y cerrada, sino que ahora deberá enfrentarse a todo aquello que rechaza, a todo aquello que le atemoriza, enfrentarse a su entorno y sobre todo, así misma, una tarea que no le resultará nada fácil, una tarea donde se sorprenderá de todo lo que descubrirá de su interior. Un gran trabajo técnico empezando por esa luz mortecina y otoñal que firma el cinematógrafo Santiago Racaj, que ha estado en las tres películas de Franco, amén de trabajar con nombres tan importantes como los de Javier Rebollo, Jonás Trueba, Carlos Vermut y Carla Simón, entre otros.

El detallista y preciso trabajo de montaje de Miguel Doblado, fogueado en mil y una serie de televisión como las de Gran Reserva, Víctor Ros y Antidisturbios, entre otras, que consigue imprimir un ritmo pausado y cadencioso al relato, en el que no pasan de suceder cosas en sus ciento nueve minutos de metraje. Uno de los aspectos muy trabajados en el cine de Franco es la música, siempre diegética y tremendamente variada: música actual como techno y disco, y rock antiguo o el tema de Stravinski, un mosaico de piezas que pertenecen a ese mundo interior y complejo de los personajes, de as diferentes sensaciones, pensamientos y reflexiones de cada uno de los individuos que presenta la película. La consagración de la primavera guarda muchos paralelismos con Vivir y otras ficciones (2016), de Jo Sol, en su tratamiento de abordar aquello diferente, no normativo, en enfrentarse a los propios miedos y prejuicios y salir de tanto juicio moral y lanzarse a experimentar, a buscarse y sobre todo, a crecer sin miedo.

No estaríamos analizando con justicia la película de Franco, si solo nos quedásemos en el drama íntimo que en apariencia propone, porque la película va mucho más allá, y profundiza en muchos aspectos, usando diversas texturas y aspectos, como ese humor negro que tanto tiene, donde le da la vuelta a algunas situaciones y generando esa mirada donde todo tiene su lado cómico, o el revestimiento de comedia romántica, pero no al uso trillado de ciertos productos, sino con la maestría y la elegancia que las hacía Rohmer, en esas idas y venidas entre fiestas en pisos, cruzándose por los pasillos de la facultad y demás, y sobre todo, en el aspecto moral, donde la tolerancia y la apertura en todos los sentidos que se encuentra Laura con Isabel, la madre de David y el propio David, tan alejados al conservadurismo que trae de su familia. Laura encuentra su lugar en el mundo descubriendo que hay muchos mundos en este, que solo hace falta abrirse, atreverse y sobre todo, experimentar en libertad, abandonarse a esos universos de experimentación, de objetos sexuales y de pieles y cuerpos tocándose y sintiendo más allá de todo, de los prejuicios, miedos, inseguridades y mierdas.

Como ocurrían en sus anteriores películas, el grandísimo trabajo del equipo artístico es enorme, dotando a cada personaje de una magnífica naturalidad, a los que alguna vez no les hace falta ni tan siquiera hablar para expresar todo aquello que ocultan. Una Emma Suárez maravillosa y cercanísima, dando vida a Isabel, esa mujer que ha tenido que abrirse a los deseos de su hijo con parálisis cerebral y ser una madre tolerante y muy abierta, como deberían ser todas. Telmo Irureta un versátil intérprete, tanto en cine como en teatro, que ha dirigido varios cortometrajes, es el mejor David posible, con ese humor, esa música, y esos momentazos que nos regla a lo largo y ancho de la película, que consigue una comunicación espiritual y muy emocional con el personaje de Laura, que hace una fabulosa Valèria Sorolla, su primera vez en el cine, después de haberse curtido en el teatro y en televisión. Su Laura es uno de esos personajes de pocas palabras, todo lo expresa con esa mirada que nos atrapa, que nos hechiza, que encierra demasiadas oscuridades, y la seguiremos por su periplo emocional, por su travesía por todo aquello que debe dejar en el pasado para crecer de forma libre y sin ataduras en el futuro. No dejen de ver La consagración de la primavera, porque se alegrarán y mucho de conocer su historia y sus personajes, y sobre todo, les ayudará a cuestionarse muchas estupideces que todavía piensan y ya es tarde para abandonarlas y empezar a mirar las cosas desde otros ángulos y perspectivas, porque se están perdiendo un mundo asombroso y está muy cerca de todos nosotros. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Libélulas, de Luc Knowles

LA JUVENTUD PERDIDA.

“Todo el mundo quiere largarse de este barrio. Lo oyes cada día. La verdad es que lo llevo oyendo toda mi vida. Planes de mierda y sueños rotos que no se llegan a cumplir. Pensando en cómo irse para no volver”

La secuencia, a modo de prólogo, que abre Libélulas, muestra a las dos protagonistas Alex y Cata en ese estado de estar sin estar, deambulando por aquí por allá, sin nada que hacer ni rumbo que tomar, haciendo como si se divirtiesen o quizás, una propia representación de esa vida que les gustaría tener y que para nada tienen. Sumergidas en una existencia detenida, malviviendo en esos barrios de la periferia donde no ocurre nada que valga la pena, perdiéndose en las noches donde se drogan, juegan a divertirse y también, se pelean. Son dos jóvenes, amigas de toda la vida, que sueñan con huir de su realidad, pero su realidad hace mucho que las dejó tiradas o tal vez, todavía lo de escapar se ha convertido en un sueño, no en una realidad real.

El director Luc Knowles, que se fraguado en el videoclip y la publicidad, opta por un marco reconocible y atemporal, es decir, su aspecto y su imagen son muy próximas a ese cine del extrarradio, al cine de Larry Clark, Greg Araki, Harmony Korine y Sean Baker, entre otros, sin olvidar a películas como Rosetta (1999), de los Dardenne o Winter’s Bone (2010), de Debra Granik,  donde abundan las casas baratas prefabricadas o esas caravanas, gentes sin trabajo o trabajos precarios, gentes sin alma que trapichean, se drogan y pierden su poca vida en noches tan largas que hacen del día un tiempo insoportable. La cámara de Iván Sánchez Boró (que ha trabajado en películas de Ramón Luque), es una cámara pegada al cuerpo y la piel de los protagonistas, metiéndose entre ellos, sumergiéndose en su irrealidad y en su intimidad, sin juzgarlos solo retratando su cotidianidad, sus conversaciones y esa soledad compartida que duele y que entristece. La música de Iván Espejo (aka John Vermont) resulta fundamental en este retrato de aquí y ahora, que sabe escrutar y describir los diferentes estados de ánimo de los diferentes individuos, sus montañas rusas emocionales y ese ir y venir intenso y muy loco.

Una banda sonora que incluye un temazo como los que se marcaba el gran Bambino, porque escuchar “Culpable”, mientras vemos el rostro desencajado de Milena Smit es oro puro, uno de esos momentos del cine español de esta temporada. La trama es sumamente sencilla, vemos las jornadas de estos jóvenes y sobre todo, sus noches de drogadicción y fiestas locas y sexuales, mientras seguimos a un par de polis, uno de ellos corrupto, que investigan quién o quiénes están moviendo por el barrio medio kilo de perico, donde el director usa para ver ese barrio o lo que queda de él, sumido en su depresión enfermiza, con tiendas cerradas y abandonadas, lugares convertidos en basureros, y una desolación que tiene que ver con ese aire fantasmal de los lugares donde la vida pasó de largo. Estos jóvenes podrían ser los hermanos mayores de Javi, Manu y Rai, los tres chavales que pululaban por Barrio (1998), de Fernando Léon de Aranoa, porque si uno de los grandes puntazos de la película es su increíble reparto, que destila alma y fisicidad.

Un extraordinario casting en el que mezcla algún que otro veterano con un reparto lleno de caras desconocidas y muchos debutantes o con poquísima trayectoria en esto del cine, si exceptuamos a Milena Smit  como Cata, que nos flipa cada vez que la vemos en sus inquietos y sinceros personajes, con ese aire de fragilidad e inocencia, pero con un alma fortísima en su interior, como la chica oscura de No matarás o la madre-niña de Madres paralelas. Bien acompañada por Olivia Baglivi como Alex, con la que hace una pareja rompedora, que se comen la pantalla, traspasándola y conmoviéndonos a través de una pureza y cercanía maravillosas. Son dos grandes agitadoras ye inquietas y agitando cada secuencia en la que están presente, que no estarían muy lejos de las chicas de la reciente Las gentiles, de Santi Amodeo. Alex es la chica que planea pirarse con su chico Jota que hace Gonzalo Herrero, Pol Hermoso es el rubio, el que se lo hace con Cata, con sus rollos y demás, Lei Lei Wu es el chino, un cocinero al que le va Alex, y trabaja con Marina Esteve, la hermana de Alex. También encontramos a Javier Collado como Nico, el poli de armas tomar, yonqui y putero, toda una joya en la cinta, al que le acompaña Raquel Brel.

Libélulas, gran título que hace referencia a esa fragilidad fusionado con el continuado aleteo, un no parar en unas vidas que pueden deshacerse en cualquier instante. Una película atípica dentro del panorama del cine español, por su transgresora propuesta, su forma y fondo, en continua búsqueda como sus protagonistas, dos mujeres al borde todo y en la nada perenne. Un filme  que recoge el aroma de ese cine indie estadounidense que tanto ha brillado a nivel internacional, mostrando las miserias humanas y sociales de aquellos que son expulsados del paraíso que nos hablaba el gran Jarmusch, o aquellos otros, más alejados que tanto le gustaban a Waters, en todo caso, celebramos el estreno de una película como esta, y nos alegramos de la llegada a nuestro cine de un tipo como Luc Knowles, y deseamos que su talento siga trabajando en el cine y sigamos conociendo su forma de hacer y deshacer, y sobre todo, esa intuitiva y humana mirada a los de abajo, a los excluidos y a los que nada tienen y sienten mucho, nos deje algunas obras interesantes, honestas y humanas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Fantasías de un escritor, de Arnaud Desplechin

EL ESCRITOR QUE AMA A LAS MUJERES.

“No puedes hacer que alguien diga la verdad más de lo que puedes obligar a alguien a amarte”

Philip Roth

En el cine de Arnaud Desplechin (Roubaix, Francia, 1961), encontramos individuos que aman y desaman, nunca en un orden establecido, siempre con dudas, con miedo a perder al amado/a y con miedo a seguir en la relación. Sus personajes son un sinfín de dudas, de idas y venidas, de seres fuera de lugar, que son incapaces de encontrar su lugar en el mundo, y mucho menos, de encontrarse a sí mismos. Un cine que lo ha catapultado al panorama internacional con un cine muy reflexivo, que profundizaba como ningún otro en las relaciones sentimentales, y sobre todo, mira sus historias desde el retratador sin juzgar, solo acompañando, pero con audaz crítica a la sociedad y las personas o no que la juzgan. El director francés ha construido una interesante filmografía con títulos tan recordados como los de Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle) (1996), Reyes y reina (2004), Un cuento de navidad (2008), Recuerdos de mi juventud (2015), Jimmy P. (2013), y Los fantasmas de Ismael (2017), entre otros. Doce películas, o lo que es lo mismo, doce instantes sobre las existencias de un grupo de personas o lo que queda de ellas.

”Engaño”, de Philip Roth (1933-2018), se ha convertido en la obsesión de Desplechin, y ha tenido varios intentos de adaptación a lo largo de su carrera. La pandemia desbloqueó la forma de encarar un relato estructurado a través de las conversaciones entre un maduro escritor y su joven amante en el estudio de trabajo del primero. El realizador francés ha adaptado la novela, junto a la guionista Julie Peyr, que ha trabajado en las cuatro últimas películas del director, en una historia que no solo nos sitúa en los encuentros del escritor con su amante inglesa, sino que tiene algunas salidas a otros lugares, tanto en el tiempo como en sus espacios. Asistimos a la cotidianidad de la vida conyugal del escritor junto a su esposa, a las llamadas de teléfono del escritor a una antigua amante que está tratándose de un cáncer, a un encuentro con una exiliada checa que le explica su historia, otra cita con una antigua alumna del escritor cuando era profesor en la universidad, y algunas llamadas telefónicas y otros tantas citas en cafés con la amante inglesa.

Estamos en el Londres de 1987, en la piel de un casi sesentón escritor estadounidense exiliado en la capital británica, conviviendo junto a él en su estudio de trabajo, austero, lleno de notas, documentos y libros esparcidos, con su amante inglesa, en el que los vemos entregándose al sexo, manteniendo conversaciones sobre las dificultades matrimoniales de la amante, sus tristezas y sus desilusiones, en una relación sexual y emocional que tendrá euforia, parones y sobre todo, muchas idas y venidas. Desplechin es un director que construye sus historias a través de personajes complejos, inquietos y sumamente emocionales, donde los vemos en sus quehaceres diarios y también, en sus deseos ocultos y muy personales, los que solo comparten con ellos mismos y personas muy cercanas, en una total discreción. La película está ambientada a finales del ochenta y siete, con el bloque comunista todavía en pie, y como es inevitable, nos habla de exiliados: en el caso del escritor totalmente decidido y convencido, peor en el caso de las otras, las mujeres, todas son condenadas al exilio: la amante inglesa a uno solitario y oculto y triste, Rosalie, la enferma, al de una habitación fría de hospital, la checa, al forzoso por las autoridades de su país, la estudiante, a la oscuridad de una enfermedad mental.

Fantasías de un escritor (“Tromperie”, engaño, en el original), no es una película sobre la bondad y la belleza femenina, no se habla de las mujeres, sino de la mujer en particular, a través de la visión del escritor, y sus visiones propias, en la se crea esa intimidad de ir más allá de lo mera superficialidad, con esa maravillosa y cercana luz del cinematógrafo Yorick Le Saux, toda una institución en el país vecino, con una filmografía excelente con nombres tan importantes como los de Resnais, Ozon, Denis, y otros, como Jarmusch, Guadagnino y Gerwig, entre otros. Un montaje que firma Laurence Briaud, que ha montado todas las películas de Desplechin,  que brilla por su sencillez y concisión para condensar esos ciento cinco minutos de metraje, con agilidad e interés, en una película en la que el movimiento se traspasa a la palabra, a la escucha, al contenido de las conversaciones y los saltos en el tiempo y en el espacio que la hacen muy interesante todo lo que se cuenta y también, lo que se calla.

La dirección de actores es un elemento importantísimo en el cine de Desplechin, y en Fantasías de un escritor, vuelve a hacer gala de esa maestría que tiene a la hora de elegir a sus intérpretes y sobre todo, dotarlos de vida, humanidad, complejidad e inquietud, como vemos en su elenco, que repiten con el cineasta francés, como Denis Podalydès en la piel de Philip, el maduro escritor y judío, que habla y sobre todo, escucha y toma notas para sus futuras novelas, sobre los judíos, sobre la familia, que siente la cercanía de la muerte, que recuerda su juventud, sus experiencias y sus amantes, a las que llama, o simplemente añora. Emmanuelle Devos, otra de la factory Desplechin desde la primera película, se mete en el cuerpo y el rostro de Rosalie, la amante enferma, en una de las secuencias más sobrecogedoras y divertidas de la película. Anouk Grinberg es la esposa del escritor, una mujer en la sombra o no tanto, Madalina Constantin es la mujer checa exiliada, y Rebecca Marder, la estudiante con problemas mentales. Y finalmente, una cómplice del universo del director como Léa Seydoux, dando vida a la triste, fascinante y reveladora amante inglesa, una mujer sin nombre pero con una vida insulsa, que los encuentros con el escritor le resultan placenteros, pero también, son una especie de huida al abismo, a la nada, a no sabe qué. Desplechin consigue seducirnos con su relato de la palabra y la escucha, con su sencillez y honestidad, envolviéndonos en todo ese pequeño y grandioso universo del mundo del escritor y todas las mujeres que lo componen, las de ahora, las de ayer y sobre todo, toda su imaginación, sus ensoñaciones y sus vidas y no vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

París, Distrito 13, de Jacques Audiard

¿QUÉ FUE DEL AMOR?.

“Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”

Zygmunt Bauman

De los nueve títulos que componen la filmografía de Jacques Audiard (París, Francia, 1952), muchos están estructurados a partir de la diferencia y opuesto en sus personajes principales. Personas que, por circunstancias propias y ajenas, se ven abocados a relacionarse con otros, y que deben unir fuerzas para enfrentarse a unos terceros, rodeados de un atmósfera ajena a ellos que resulta difícil e inquietante. Recordamos a la secretaria sorda y tímida que conoce al ex convicto y malcarado en Lee mis labios (2001), el vocacional pianista que se niega a seguir la herencia familiar y su profesora china que no entiende una palabra en francés en De latir, mi corazón se ha parado (2005), el joven que ingresa en prisión y acaba haciéndose el capo en un ambiente hostil en Un profeta (2009), el rudo portero de discoteca y la accidentada entrenadora de orcas en De óxido a hueso (2012), los inmigrantes de Sri Lanka en la Francia actual en Dheepan (2015), y los hermanos buscadores de oro en el salvaje oeste de Los hermanos Sisters (2018).

En París, Distrito 13 (“Les Olympiades”, en el original, referido a un rascacielos del centro del barrio del citado distrito), basada en tres novelas gráficas del estadounidense Adrian Tomine, en un magnífico guion que firman el propio director, Léa Mysius, de la que hemos visto Los fantasmas de Ismael, de Desplechin, y La familia Samuni, de Stefano Savona, y Céline Sciamma, la maravillosa directora de grandes títulos como Retrato de mujer en llamas y la reciente, Petite Maman, amén de guiones para Téchine o esa maravilla que es La vida de calabacín. En el relato nos encontramos con cuatro personajes, tan distintos y tan cercanos a la vez. Tenemos a Émilie Wong, una licenciada que se gana la vida con trabajos auxiliares y de pelea con su familia, que conocerá a Camille, un profesor hastiado y cansado de su trabajo, con el que mantendrá una relación sexual muy intensa y efímera. Camille trabajará en una inmobiliaria con Nora, una mujer que ha llegado a París huyendo de una relación sentimental muy tóxica con su tío e intimaran, y aún más, porque Nora conocerá a Amber Sweet, una cam girl que se desnuda y practica sexo a través de internet.

La sombra de Rohmer está en cada encuadre y cada espacio de la película, a través de sus cuentos morales como MI noche con Maud, de la que Audiard se declara como fuente de inspiración, y también, Les rendez-vous de París (1994), estructurada a partir de tres relatos sobre las citas perseguidas o encontradas de unos cuántos individuos por la ciudad francesa. El impacto visual y plástico del blanco y negro, si exceptuamos los momentos de la cam girl que, al ser por ordenador son en color, un color pixelado y rugoso,  que firma el cinematógrafo Paul Gilhaume, dotando esa cadencia y suavidad que impregna cada plano de la película, con ese tono actual y atemporal, como el conciso y soberbio trabajo de montaje de Juliette Welfling, que ha trabajado en toda la filmografía de Audiard, y con otros tótems como Farhadi, Gondry y Schnabel,entre otros, y la excelente música de Rone, y los temas actuales que le dan esa textura de existencias que viven al día, con sus trabajos precarios, su continua incertidumbre tanto en el respirar como en el amor, o esa cosa que llamamos amor en estos tiempos de primero sexo y luego, ya veremos.

La película nos lleva de forma tranquila y sencilla por estos cuatro personajes y sus aventuras sentimentales, sus dificultades para relacionarse y saber que desean y a quién. Sus continuos devaneos en lo sexual, que lo cogen de forma intensa, vertiginosa y más parecido a una droga de la que son adictos, en una forma inútil y desilusionante de encontrar a quién amor o tropezarse de casualidad con el amor o algo que se le parezca. Ya en su magistral prólogo, con Émilie y Camille, desnudos y follando como descosidos, como si no hubiera un mañana, y el salto que da para contarnos como empezó todo, y las continuas elipsis, tan descriptivas y apabullantes que le imprimen agilidad y ritmo en una historia con constantes subidas y bajadas y atajos sexuales y sentimentales de los protagonistas, en la que las pertinentes subtramas que viven los personajes, nos ayudan a conocerlos mejor, a profundizar en sus vidas, y darnos cuenta de sus miedos, (des) ilusiones, pasados, frustraciones y demás aspectos emocionales que evidencian unas vidas en continuo tránsito, unas existencias que no saben ni pueden encontrar una estabilidad económica y emocional.

Un estupendo reparto que consiguen encontrar  esos personajes perdidos, a la deriva, en un perpetuo presente que parece no tener fin. Tenemos a Lucie Zhang, con poca experiencia, pero que transmite una naturalidad y cercanía brutales, dando vida a Émilie, en pleno desenfreno sexual que oculta carencias emocionales graves como no saber romper con una familia demasiada castradora. Makita Samba es Camille, al que vimos en Amante pro un día, de Philippe Garel, es el tipo que va de aquí para allá, sin encontrar su lugar y menos, el amor, aparentemente seguro en sus emociones pero solo una fachada que esconde otros conflictos personales. Noémie Merlant es Nora, la fascinante protagonista de Retrato de mujer en llamas o Curiosa, condenada a la eterna huida siempre escapando de todos y sobre todo, de ella misma, incapaz de mirarse en su interior y descubrir que le da miedo, encontrará en Amber Sweet, que interpreta Jehnny Beth, ese contrapunto, esa otra manera de mirar a los demás, una mujer sin complejos, en apariencia, una mujer que iremos descubriendo a través de Nora.

Audiard ha construido una película de ahora y de siempre, con este grupo de personas que se mueven mucho pero no van a ninguna parte, que disfrutan del sexo pero no del amor, que se pierden en sus vidas, que se autoengañan demasiado, que viven unas vidas que no son las suyas, que malgastan sus existencias por no saber qué hacer ni adónde ir, que deambulan como zombies en laberintos sin salida que ellos mismos se han construido, presos de sus no amores, llenos de miedos, en una sociedad estúpidamente productiva que todo lo valora en metálico, en una excelente radiografía del amor o lo que queda de él, en estos tiempos de sexo por sexo, donde las apps de internet han revolucionado nuestras relaciones sentimentales, haciéndolas más superficiales, pero solo un fiel reflejo de la velocidad y el usar y tirar de nuestra sociedad mercantilista que todo y todos estamos en venta, eso “Tiempos líquidos”, que tan sabiamente nos habla Bauman, con toda esa evaporación en todo, esos amores líquidos, esas relaciones sin consistencia, sin peso, sin solidez, que se mueven en los cuerpos, en la piel, en el sexo, en la nada, porque lo más importante, las emociones, y el pánico a mostrar las emociones, y por ende a mostrarse ante el otro, quedan relegadas al espacio vacío, a la ocultación, a la nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Pleasure, de Ninja Thyberg

QUIERO SER UNA PORN STAR.

“Prometieron que los sueños pueden hacerse realidad, pero olvidaron mencionar que las pesadillas también son sueños”.

Oscar Wilde

Habíamos muchas películas que hablan del mundo del porno desde diferentes ámbitos, formas y géneros, adentrándose en el interior de una de las industrias más millonarias del planeta. Pero, quizás, nunca habíamos visto sus entrañas de forma tan cruda, explicita y demoledora como lo hace Pleasure, opera prima de Ninja Thyberg (Gotemburgo, Suecia, 1984), que no es solo una película sobre el mundo del porno, sino que nos sumerge en un universo donde encontramos de todo: neones, éxito, fantasía, miseria, violencia, sexo, y sobre todo, nos tropezamos con una crudísima realidad que se oculta detrás de los focos, detrás de todo ese oropel que vende y vende. Pleasure ya había sido el título de un cortometraje filmado en el 2013, de tan solo 15 minutos, donde Thyberg ya se adentraba en la industria pornográfica, a través de una chica que quería hacer una escena difícil para hacerse un hueco en el sistema.

Ahora se convierte en un largometraje, protagonizado por la debutante Sofia Kappel, de la que luego hablaremos más detenidamente, en la piel de Jessica,  una joven de 19 años que, deja su Suecia natal, para llegar a Los Ángeles convertida en Bella Cherry, y con la firme intención de ser una porn star. El guion escrito por la propia directora y Peter Modestij (que ya estaba en el cortometraje Pleasure), sigue a Bella Cherry por su periplo por la “Big City”, peor muy alejada de los lugares turísticos que tanto se venden, andamos por esas casas en las colinas, donde chicas como ella, veteranas y debutantes, esperan su oportunidad, entrando en ese negocio de exponerse, mostrando carne, acudiendo a fiestas e intentar conectarse con la gente importante. Acompañamos a Bella Cherry a sus pruebas, que siempre van de menos a más, porque no solo hay que demostrar la valía, sino también ser capaz de todo, de participar en escenas duras, donde la joven es humillada, azotada y practicar sexo duro de todas las formas desagradables y dolorosas.

La película se mueve entre un realismo salvaje, son una naturalidad que duele, sin dejarse nada fuera, mostrándolo todo, sin caer en el morbo, sino en captar todos los sentimientos contradictorios de la Bella, que ambiciona un lugar en el porno, pero desconocía por completo todas las pruebas durísimas que tiene que pasar, pero ella sigue adelante, sometida a un grupo de hombres, que dominan el negocio, y dan carnaza y suciedad porque saben que es lo que más vende. La fría y naturalista luz de la cinematógrafa Sophie Winqvist (que también trabajó en el cortometraje Pleasure), capta de manera creíble y sincera todo el interior de la joven protagonista, que se mueve entre la luz mortecina de la casa donde vive, con esa otra luz falsa y artificial de los rodajes, donde todo el resultado final envuelve una realidad muy dolorosa, angustiosa y miserable por la que deben pasar todas las chicas que quieren ser la nueva porn star. El ágil y rítmico montaje que firman Olivia Neerrgaard-Holm (responsable de títulos tan interesantes como Victoria, Holiday y Border, entre otros), y Amalie Westerlin Tjellesen, hacen que el retrato se vea con una gran fuerza, donde las esperas de la casa, y demás, se ven cruzados con todas esas escenas tan viles por las que pasa Bella.

Pleasure sería otra película sin la presencia de Sofia Kappel, auténtica revelación del film, metiéndose en la piel y el cuerpo de Bella Cherry, ambiciosa e ingenua, que transmite todo el esplendor y las pesadillas de su personaje, con esa grandísima fuerza y naturalidad, en continuo debate consigo misma, entre aquel placer que la seduce, y a la vea, todo el dolor y sufrimiento por el que debe pasar para conseguirlo. Kappel muestra toda la vulnerabilidad de un personaje inolvidable, con toda ese ímpetu, su valentía y también, sus miedos, su dolor y sobre todo, su posición de soledad y vacío en ese mundo de sombras, pesadillas y mentira, como les sucedía a otras mujeres que vieron en Los Ángeles y el mundo del cine, una forma de ser felices o no, hablamos de las Betty y Rita de Mulholland Drive (2001), de David Lynch, las mujeres de Maps to the Stars (2014), de David Cronenberg, y la Jesse de The Neon Demon (2016), de Nicolas Winding Refn, entre otras muchas incursiones cinematográficas al mundo de la fábrica de sueños, o pesadillas, porque según se mire y quién lo cuente, porque hay muchas historias, retratos y personajes.

Otro gran acierto de la película es mostrar la industria pornográfica desde dentro y a través de sus personas reales, ya que vemos muchos de ellos interpretándose a sí mismos, como Mark Spiegler, fundador de “Spiegler Girls”, una de las agencias más importantes, o las actrices porno Evelyn Claire, Dana Dearmond y Kendra Spade, entre otras. Ninja Thyberg, auspiciada por el director sueco Ruben Östlund, responsable de grandes títulos como Fuerza mayor y The Square¸ se convierte con Pleasure en una de las directoras más interesantes del actual panorama europeo, porque no solo ha hecho uno de los retratos más profundos, incisivos y brutales del mundo del porno, sino que lo ha construido de forma crudísima y reveladora, con una transparencia que a ratos parece un documento del aquí y ahora, y en otros, una fábula de toda la negritud que encierra ese universo de placer y dolor, con uno de esos personajes que lo tiene todo y le falta todo, alguien capaz de todo y de nada, alguien que se lanza al vacío sin nada que perder, aunque no ha reflexionado en todas esas partes oscurísimas que existen, pero hay que entrar para verlas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Benedetta, de Paul Verhoeven

LO MíSTICO Y LA CARNE.

“Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo”.

Franz Grillparzer

El cine de Paul Verhoeven (Ámsterdam, Holanda, 1938), se ha cimentado a través de relatos íntimos, extremadamente psicológicos, sexualmente liberadores y muy oscuros, a través de personajes encerrados en mundos hostiles, sórdidos y tenebrosos, individuos que harán todo lo posible para ser quiénes desean ser y sobre todo, romper unas cadenas demasiado pesadas. Una primera etapa en su país natal con títulos tan reveladores como Delicias holandesas (1971), Delicias turcas (1973), Katty Tippel (1975), Eric, oficial de la reina (1977) y El cuarto hombre  (1993), entre otros, donde la forma y la historia formaban parte de un todo para hablarnos de un modo descarnado y explicito de la condición humana. A partir de 1985 hasta el año 2000, su cine se internacionaliza dirigiendo producciones estadounidenses entre las que destacan Los señores del acero (1985), Desafío total (1990), e Instinto básico (1992). En el 2006 vuelve a su tierra para hacer El libro negro, sobre una espía judía en la Holanda invadida por los nazis. Diez años después realiza Elle, un sofisticado thriller psicológico y sexual sobre malos tratos.

En la filmografía de Verhoeven abundan las mujeres atrapadas en historias turbias y negrísimas, donde las circunstancias las llevan a luchar enérgicamente para sentirse libres, donde siempre se impone la dualidad entre verdad o mentira, entre aquello que nos muestran y aquello que creemos, entre lo psicológico y lo carnal, mujeres que sienten el sexo y lo practican de forma salvaje, sin prejuicios y de forma liberal, y es de esa forma tan natural y descarnada que la muestra el director holandés. En Benedetta, construye su relato basándose en el libro “Afectos vergonzosos”, de Judth C. Brown, un guion escrito con David Birke, su guionista en Elle, para hablarnos de Sor Benedetta Carlini, una monja teatina en la ciudad de Pescia, en la Toscana, durante el siglo XVII; en una atmósfera donde rige el poder sobrenatural de la iglesia, su corrupción e hipocresía, y el catastrófico avance de la peste que asoló Italia. En ese contexto, conocemos a una mujer que dice hablar con el Señor, una mujer al que le brotan estigmas, y parece poseída por el mismísimo Jesucristo. Además, la llegada de Bartolomea, una joven que escapa de los abusos de su padre, aún trastocará la vida de Benedetta, ya que mantendrá relaciones sexuales con la recién llegada.

La férrea vida espiritual y física impuesta por la dictatorial abadesa llevarán a las amantes a rendir cuentas frente al nuncio, en la que Benedetta será juzgada por herejía y relaciones sexuales prohibidas. Verhoeven opta por una estructura clásica, donde vamos conociendo la existencia de Benedetta de primera mano, hurgando en su vida cotidiana, y en sus supuestos milagros, que como era de esperar, dividen a la comunidad, con la oposición de la abadesa y el beneplácito del párroco mayor, aunque el director holandés nunca se decantará por ninguna de las dos opciones, si estamos frente a una farsante y manipuladora, o todo lo que vemos está en manos divinas, en esa cuestión reside la verdadera virtud de la película, dejando esa duda en manos de los espectadores. El contexto social, económico y cultura impuesto por el clero es otro de los elementos más interesantes de la historia, centrándose en todos los tejemanejes de los poderes eclesiásticos ante los estigmas de Benedetta, la reacción de cada uno de ellos, y la supuesta imposición de la que todos hacen gala, en que la película va dejando caer algunas situaciones que nos hacen reflexionar sobre la manipulación construida frente todas aquellas cosas relativas al sexo que rigen en la madre católica apostólica iglesia romana.

El tono naturalista y cercano que usa Verhoeven ayuda a sumergirnos en un relato sobre la fisicidad y psique humana, con una grandísima ambientación de recreación histórica, con la excelente cinematografía de Jeanne Poirier, que ha trabajado con nombres tan importantes del cine francés como Techiné, Ozon, Corsini y Bruni Tedeschi, entre otros, dotando a la historia de esos oportunos claroscuros y ese maravilloso juego con las cortinas, y todo lo relacionado con el interior/exterior, es decir, convento/ciudad. El exquisito y rítmico montaje de Job Ter Burg, que ya estuvo en El libro negro y Elle, que sabe dotar de agilidad y pausa a una historia llena de personajes, intrigas y silencios, y la excelente partitura de Anne Dudley, otra conocida de Verhoeven, ayuda a envolvernos en ese mundo de espiritualidad, hipocresía, manipulación y sexo que anida en toda la película. Benedetta se engloba en todas esas películas que han abordado de manera honesta y realista el mundo de las comunidades de monjas como Los ángeles del pecado, Narciso Negro, La religiosa, Los demonios, Thérèse y Extramuros, entre otras, películas que abordan el universo cerrado de la vida de las monjas desde la naturalidad, desde los deseos reprimidos, las ilusiones no contadas, y toda esa cotidianidad llena de crueldad, sufrimientos y misticismo.

Un reparto asombroso y sobrio interpretan unos personajes que miran y sienten más de lo que hablan, donde sus silencios están llenos de ruido, de rabia y de incomprensión, encabezados por una fascinante y magnética Virginie Efira como Sor Benedetta, llena de vida, mística y sexo, una actriz llena de sabiduría que hipnotiza con su mirada profunda y su cuerpo dolorido y sexual, bien acompañada por la joven Daphné Patakia como Bartolomea, ese cuerpo lujurioso y libre que será clave para la espiritualidad y sexualidad de Benedetta, una llama llena de vida, de amor y de sexo. La grandísima Charlotte Rampling se pone el hábito de la abadesa, recta, rigurosa y atormentada que se impondrá a los supuestos milagros de la protagonista, y hará lo imposible por exterminarlos. Lambert Wilson, con su poderío y elegancia es el Nuncio, que representa toda esa hipocresía y maldad de la iglesia, que debe anteponer el orden a la libertad, y finalmente, Olivier Rabourdin, un actor de gran prestigio en la cinematografía francesa, da vida al cura que defiende los milagros de Benedetta. Verhoeven ha construido una película llena de misterio y enérgica, muy física y espiritual, donde hay tiempo para todo, para conocer los estigmas de Benedetta, su sexualidad de forma natural e íntima, y sobre todo, para conocer el funcionamiento del poder de la iglesia, que se regía por el orden establecido y anulaba de forma tajante cualquier revuelo que tuviese que ver con sentir de forma diferente, hablar fuera de los códigos establecidos, y sobre todo, eliminar cualquier atisbo de pensamiento que condujese a una vida libre y más, si venían de una mujer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA