Fantasías de un escritor, de Arnaud Desplechin

EL ESCRITOR QUE AMA A LAS MUJERES.

“No puedes hacer que alguien diga la verdad más de lo que puedes obligar a alguien a amarte”

Philip Roth

En el cine de Arnaud Desplechin (Roubaix, Francia, 1961), encontramos individuos que aman y desaman, nunca en un orden establecido, siempre con dudas, con miedo a perder al amado/a y con miedo a seguir en la relación. Sus personajes son un sinfín de dudas, de idas y venidas, de seres fuera de lugar, que son incapaces de encontrar su lugar en el mundo, y mucho menos, de encontrarse a sí mismos. Un cine que lo ha catapultado al panorama internacional con un cine muy reflexivo, que profundizaba como ningún otro en las relaciones sentimentales, y sobre todo, mira sus historias desde el retratador sin juzgar, solo acompañando, pero con audaz crítica a la sociedad y las personas o no que la juzgan. El director francés ha construido una interesante filmografía con títulos tan recordados como los de Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle) (1996), Reyes y reina (2004), Un cuento de navidad (2008), Recuerdos de mi juventud (2015), Jimmy P. (2013), y Los fantasmas de Ismael (2017), entre otros. Doce películas, o lo que es lo mismo, doce instantes sobre las existencias de un grupo de personas o lo que queda de ellas.

”Engaño”, de Philip Roth (1933-2018), se ha convertido en la obsesión de Desplechin, y ha tenido varios intentos de adaptación a lo largo de su carrera. La pandemia desbloqueó la forma de encarar un relato estructurado a través de las conversaciones entre un maduro escritor y su joven amante en el estudio de trabajo del primero. El realizador francés ha adaptado la novela, junto a la guionista Julie Peyr, que ha trabajado en las cuatro últimas películas del director, en una historia que no solo nos sitúa en los encuentros del escritor con su amante inglesa, sino que tiene algunas salidas a otros lugares, tanto en el tiempo como en sus espacios. Asistimos a la cotidianidad de la vida conyugal del escritor junto a su esposa, a las llamadas de teléfono del escritor a una antigua amante que está tratándose de un cáncer, a un encuentro con una exiliada checa que le explica su historia, otra cita con una antigua alumna del escritor cuando era profesor en la universidad, y algunas llamadas telefónicas y otros tantas citas en cafés con la amante inglesa.

Estamos en el Londres de 1987, en la piel de un casi sesentón escritor estadounidense exiliado en la capital británica, conviviendo junto a él en su estudio de trabajo, austero, lleno de notas, documentos y libros esparcidos, con su amante inglesa, en el que los vemos entregándose al sexo, manteniendo conversaciones sobre las dificultades matrimoniales de la amante, sus tristezas y sus desilusiones, en una relación sexual y emocional que tendrá euforia, parones y sobre todo, muchas idas y venidas. Desplechin es un director que construye sus historias a través de personajes complejos, inquietos y sumamente emocionales, donde los vemos en sus quehaceres diarios y también, en sus deseos ocultos y muy personales, los que solo comparten con ellos mismos y personas muy cercanas, en una total discreción. La película está ambientada a finales del ochenta y siete, con el bloque comunista todavía en pie, y como es inevitable, nos habla de exiliados: en el caso del escritor totalmente decidido y convencido, peor en el caso de las otras, las mujeres, todas son condenadas al exilio: la amante inglesa a uno solitario y oculto y triste, Rosalie, la enferma, al de una habitación fría de hospital, la checa, al forzoso por las autoridades de su país, la estudiante, a la oscuridad de una enfermedad mental.

Fantasías de un escritor (“Tromperie”, engaño, en el original), no es una película sobre la bondad y la belleza femenina, no se habla de las mujeres, sino de la mujer en particular, a través de la visión del escritor, y sus visiones propias, en la se crea esa intimidad de ir más allá de lo mera superficialidad, con esa maravillosa y cercana luz del cinematógrafo Yorick Le Saux, toda una institución en el país vecino, con una filmografía excelente con nombres tan importantes como los de Resnais, Ozon, Denis, y otros, como Jarmusch, Guadagnino y Gerwig, entre otros. Un montaje que firma Laurence Briaud, que ha montado todas las películas de Desplechin,  que brilla por su sencillez y concisión para condensar esos ciento cinco minutos de metraje, con agilidad e interés, en una película en la que el movimiento se traspasa a la palabra, a la escucha, al contenido de las conversaciones y los saltos en el tiempo y en el espacio que la hacen muy interesante todo lo que se cuenta y también, lo que se calla.

La dirección de actores es un elemento importantísimo en el cine de Desplechin, y en Fantasías de un escritor, vuelve a hacer gala de esa maestría que tiene a la hora de elegir a sus intérpretes y sobre todo, dotarlos de vida, humanidad, complejidad e inquietud, como vemos en su elenco, que repiten con el cineasta francés, como Denis Podalydès en la piel de Philip, el maduro escritor y judío, que habla y sobre todo, escucha y toma notas para sus futuras novelas, sobre los judíos, sobre la familia, que siente la cercanía de la muerte, que recuerda su juventud, sus experiencias y sus amantes, a las que llama, o simplemente añora. Emmanuelle Devos, otra de la factory Desplechin desde la primera película, se mete en el cuerpo y el rostro de Rosalie, la amante enferma, en una de las secuencias más sobrecogedoras y divertidas de la película. Anouk Grinberg es la esposa del escritor, una mujer en la sombra o no tanto, Madalina Constantin es la mujer checa exiliada, y Rebecca Marder, la estudiante con problemas mentales. Y finalmente, una cómplice del universo del director como Léa Seydoux, dando vida a la triste, fascinante y reveladora amante inglesa, una mujer sin nombre pero con una vida insulsa, que los encuentros con el escritor le resultan placenteros, pero también, son una especie de huida al abismo, a la nada, a no sabe qué. Desplechin consigue seducirnos con su relato de la palabra y la escucha, con su sencillez y honestidad, envolviéndonos en todo ese pequeño y grandioso universo del mundo del escritor y todas las mujeres que lo componen, las de ahora, las de ayer y sobre todo, toda su imaginación, sus ensoñaciones y sus vidas y no vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los amores de Anaïs, de Charline Bourgeois-Tacquet

ANAÏS SE ATREVE A VIVIR.

“Lo realmente bueno es luchar con determinación, abrazar la vida y vivirla con pasión, perder con clase y atreverse a ganar, porque el mundo pertenece a quienes se atreven a vivir, la vida vale demasiado como para ser insignificante”

Charles Chaplin

Anaïs tiene treinta años, va de un lado a otro, no se detiene, es inconstante y extremadamente despreocupada, se deja llevar por lo que siente, por lo que desea, no tiene punto medio, conoce la incertidumbre y la fragilidad de la vida y la fugacidad de los sentimientos. Su vida es pura agitación, inquietud, se deja llevar por la vida, por la pasión de vivir, en el aquí y ahora, se entrega al sexo, y quizás, al amor, sin pensar en lo pasado y mucho menos en lo que vendrá. Anaïs habla sin parar, es arrolladora, no escucha, solo habla, y siempre está en movimiento, porque si se detiene se pondrá a pensar, y Anaïs quiere vivir la vida. La directora francesa Charline Bourgeois-Tacquet debuta en el largometraje con una película escrita por ella misma que se mueve entre la comedia ligera y el drama más intenso, pero que, al igual que su protagonista, no se detiene en lamer sus heridas, porque la vida continúa.

El relato se posa completamente en su criatura, la citada Anaïs, que tiene a una arrolladora y fascinante Anaïs Demoustier como la piel, el cuerpo y la mirada de un actriz en estado de gracia, el timón de mando de una película que habla mucho de los tiempos actuales, de los jóvenes actuales, de las mujeres que cumplidos los treinta, empiezan a darse cuenta que la vida era esto, o quizás, nunca habían pensado que sería de sus vidas y se la encuentran de bruces al otro lado de la esquina. Anaïs cree que está enamorada de su novio, pero no lo sabe con certeza. ¿Hay alguien que lo sepa?. Conoce de casualidad a Daniel y se enrolla con él. Daniel es un hombre maduro, ¿felizmente casado?, con una vida aburguesada sin más. Aunque todo cambiará para Anaïs cuando se tropieza con Émilie, la mujer de Daniel, y además una escritora a la que admira, porque, entre otras cosas, Anaïs quiere o no, nunca se sabe con ella, dedicarse a escribir o quizás eso era antes. La joven se queda fascinada por la escritora madura y se pega a ella, olvidándose de su trabajo y de todo lo que no tenga que ver con este nuevo y maravilloso encuentro y amistad.

La vida agitada e inquieta y apasionada y apasionante de Anaïs tendría un precedente en la película corta Pauline asservie (2008), que Bourgeois-Tacquet, en un personaje con muchos parecidos a Anaïs, que también interpretaba la propia Anaïs Demoustier, y tenía al cinematógrafo Noé Bach en la luz, esta luz soleada y libre, que baña con claridad y cercanía esos lugares, sobre todo, rurales y costeros. Una vida agitada e inquieta y apasionada con la compañía de la maravillosa música de Nicola Piovani, un compositor con más de 200 bandas sonoras realizadas, entre los que destacan Fellini, los Taviani, Moretti, Benigni, entre muchos otros, y el montaje de Chantal Hymans (la editora habitual de Christophé Honoré), un trabajo que respira y se mueve a la misma velocidad de crucero que la protagonista, eso sí, con algunos momentos, pocos, de detenerse y mirarse, como la magnífica secuencia de la playa. Anaïs Demoustier, con su apariencia juvenil, sensual y arrolladora, compone una fascinante e increíble Anaïs, en un personaje que le va como anillo al dedo, con toda esa fragilidad del mundo, con todo su encanto, con toda su locura, con todo su no parar, toda su despreocupación, toda su complejidad, que cae bien pero con matices, que se enfrenta al drama, con movimiento, sin pensar, sino haciendo, aunque tenga sus indecisiones y deseos frustrados y demás.

Le acompañan una magnífica Valeria Bruni Tedeschi, una actriz enorme que nos sigue asombrando con sus personajes tan diferentes y humanos. Su rol es el espejo contrario de Anaïs, la madura escritora, con aparentemente vida burguesa y tranquila, con esa mirada en paz y una vida apasionante con la literatura como deseo inquebrantable y profundo. En una película tan femenina, la presencia de un personaje como Daniel, interpretado fabulosamente bien por Denis Podalydès, que ejerce como ese hombre maduro y machito que no quiere perder su estatus aunque no lo valore en su profundidad. Los amores de Anaïs es una comedia romántica bien ejecutada, y perfectamente contada y llena de vida, amor, pasión y deseo, con ese aroma que tenían las películas morales de Rohmer, con sus paisajes veraniegos, rurales y llenos de encanto y tristeza, donde ocurrían las cosas y las circunstancias más inesperadas, y también algunas películas de woody Allen y Desplechin, con esos personajes inseguros, vitales y llenos de dolor y humor, porque la vida, al fin y al cabo, tiene todo de eso, depende de uno de cómo le afecten las cosas que nos suceden y cómo las enfrentamos a los demás, y las consecuencias que tienen todas esas acciones, cosa que Anaïs lo sabe o no, pero sí que es cierto, que la joven lo vivirá y luego, ya veremos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vivir deprisa, amar despacio, de Christophe Honoré

EL CORAJE PARA AMAR.

“A las cuatro de la mañana en verano, el sueño de amor aún persiste”

Arthur Rimbaud

En el universo cinematográfico de Christophe Honoré (Carbaix, Finisterre, Francia, 1970) solemos encontrar jóvenes y adultos que han de sobreponerse después de difíciles rupturas sentimentales, también encontramos amores apasionados, de los que parecen que serán los últimos, y tríos imperfectos en los que se sufre bastante, y sobre todo, jóvenes y adultos inexpertos en el amor, vulnerables y torpes en el hecho de amar y sentirse amados, individuos a la deriva, incapaces de afrontar sus sentimientos y amar sin reservas, libres y siendo ellos mismos. La capacidad artística de Honoré es inagotable, ha publicado novelas que después ha llevado al teatro como director, ha dirigido óperas y ha construido una filmografía muy interesante de 12 títulos desde el año 2002, con películas libres, transgresoras y de su tiempo, componiendo una radiografía vital y crítica con estos tiempos convulsos, veloces y llenos de desilusiones, indagando en temas considerados tabúes como el Sida, la homosexualidad, el incesto y demás elementos incómodos.

En Todos contra Leo (2002) ya había tratado el tema de la enfermedad del Sida en el seno de una familia, en Hombre en el baño (2010) el tema de la homosexualidad, y en Métamorphoses (2014) las relaciones sentimentales de una adolescente con un hombre, todos estos elementos vuelven a aparecer en Vivir deprisa, amar despacio, donde nos tropezaremos con Jacques, un hombre en la treintena, escritor poco conocido, padre soltero, enfermo de Sida, y gay de vida muy promiscua, que apura sus últimos años de forma desenfrenada y muy acelerada, como el último trago, psicótico, sin casi saborear nada del ímpetu que tiene por todo y por nada. Una noche, en Rennes, en una visita breve, ya que representan una de sus obras, conoce a Arthur, de veintipocos años, el chaval de provincias deseoso de salir de su agujero, y que sueña con dirigir cine y convertirse en artista. Entre los dos se desata la pasión y quizás, el amor, aunque Jacques no quiere ese amor, ya no tiene tiempo, su vida se finiquita y pasa de una relación duradera, porque sabe que no lo será, en cambio, Arthur se queda flipado del hombre más maduro, del tiempo más vivido, del hombre que le habla de poetas y autores que desconoce, de alguien con quién aprender, a despertar a la vida, y sobre todo, de alguien que le mostrará una realidad muy distinta a la que él ve a diario.

Honoré instala su película en el año 1993, cuando apareció el Sida, casi siempre en París, en el París nocturno, de besos en la oscuridad, de coitos salvajes, de (des) encuentros sexuales en la noche, de amantes improvisados y relaciones que se acaban antes de que empiecen, del mundo libertino y despreocupado de Jacques, en el que las referencias artísticas son innumerables como los carteles de cine de Querelle, de Fassbinder o el de Chico conoce chica, de Carax, o ese cine de Rennes donde proyectan El piano, de Champion, o esa preciosa y sentida visita de Arthur al cementerio de Montmartre donde acaricia con suavidad las tumbas de Bernard-Marie Koltès o François Truffaut, entre otros, y la música que escuchamos con algún baile improvisado, como en casa de Mathieu, el vecino y fiel amigo gay de Jacques, o aquel que se pegan Arthur y sus colegas en mitad de un parque por la noche en plan capela. Un trío de actores en estado de gracia bien dirigidos por la batuta de Honoré que transmiten intimidad, detalles y miradas de esas que nos e olvidan encabezados por Pierre Deladonchamps como Jacques, con esa vida agitada y en el fondo, muy perdida y desconsolada, Vincente Lacoste como Arthur, la juventud y todo por hacer, con su belleza particular de Adonis, de chico rebelde con causa o sin ella, y finalmente, Denis Podalydès como el maduro amigo inseparable de Jacques, que lo cuida, lo apoya y sobre todo, lo quiere.

Honoré nos sitúa en verano, esa estación tan proclive para los amores, sumergiéndonos en un universo de amores pasajeros, de amores perpetuos, de todos los amores posibles y ninguno, de la vida que empieza en la figura de Arthur, de la despreocupación del que todavía cree que le queda mucho tiempo, que todo está por descubrir, por experimentar, por vivir, en contraposición con la madurez de Jacques y esa vida que se acaba, que ya no queda tiempo para nada, y mucho menos para amar, para volver a sentir, un primer amor adulto en frente del último amor, en un narración libre, sin ataduras e íntima que nos habla entre susurros de amor, de la pérdida, de la juventud y del envejecimiento sin tapujos, a flor de piel, sin florituras ni sentimentalismos, como las escenas sexuales, bellas y sensuales, muy eróticas, con un ritmo trepidante, como atestiguan la rapidez en la que pasan sus 132 minutos de metraje, y una estructura en primera persona donde vamos viendo la vida cotidiana y las circunstancias tanto de Jacques y su implacable deterioro por culpa de la enfermedad, y Arthur, y sus deseos y ansías de estar con su amor y sobre todo, de salir de su agujero y enfrentarse a la vida adulta. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA