Entrevista a Alejo Moguillansky

Entrevista a Alejo Moguillansky, codirector de la película “La edad media”, en el Turó Park en Barcelona, el martes 5 de julio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Alejo Moguillansky, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Helena Wittmann

Entrevista a Helena Wittmann, directora de la película “Human Flowers of Flesh”, en el marco del D’A Film Festival, en el Teatre CCCB en Barcelona, el lunes 27 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Helena Wittmann, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Víctor Paz de Lost & Found Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y al equipo de comunicación del D’A Film Festival. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tengo sueños eléctricos, de Valentina Maurel

EL LABERINTO DE EVA. 

“Tengo sueños eléctricos. Una horda de animales salvajes se aman a gritos, a veces a golpes”.

Ese ese período de la adolescencia en ese tránsito de la niñez a la edad adulto, un espacio tan delicado, y a la vez, tan cambiante y lleno de incertidumbre ha sido retratado por un cine sudamericano personal y profundo, analizando los cambios físicos y fisiológicos, la construcción de la identidad propia, el despertar al amor y la sexualidad, el divorcio de los padres y demás. Películas como La niña santa (2004), de Lucrecia Martel, Después de Lucía (2012), de Michel Franco, Las plantas (2015), de Roberto Doveris, Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, Tarde para morir joven (2018), de Dominga Sotomayor y Las mil y una (2020), de Clarisa Navas. Todas ellas podrían ser espejos donde se miraria Tengo sueños eléctricos, la ópera prima de Valentina Maurel (San José, Costa Rica, 1988), en la que focaliza todo su conflicto en la mirada de Eva, una adolescente de dieciséis años, que no lleva bien la separación de sus padres, y está empezando a descubrir las necesidades y cambios sexuales de su cuerpo, y se debate en vivir con un padre violento o una madre demasiado susceptible.

Las primeras imágenes de una película siempre resultan importantes, pero en el caso de Tengo sueños eléctricos lo son aún más, porque su increíble e impactante arranque resulta muy revelador a lo que luego veremos, con la cámara se sitúa en la parte trasera del automóvil, donde se encuentra el punto de vista de Eva, y vemos la violencia que se va desatando in crescendo hasta explotar en un ataque de ira del padre golpeándolo todo objeto que se encuentra, y luego, en la casa, cuando la madre reforma la casa y quiera lanzar todo lo antiguo. Veremos la relación de Eva con su madre y su padre, llena de contrastes, entre una madre que quiere paz imperiosamente y huir del pasado, y un padre, que busca lo contrario, volver a su escritura, salir de fiesta y conocer mujeres. con una imagen tremendamente cotidiana y muy cercana, que firma Nicolás Wong Díaz, que trabajó en La llorona (2019), de Jayro Bustamante, con una textura gruesa que traspasa la pantalla, en la que podemos ser testigos al instante de esa relación padre e hija llena de altibajos donde la línea que separa del amor al odio es demasiado fina, tan frágil que amenaza tormenta constantemente. El preciso montaje obra de Bertrand Conard, que nos lleva sin descanso ni tregua por los diferentes ambientes de la capital, lugar de nacimiento de la directora, donde se desarrolla la película que son un espejo revelador de la relación cambiante entre los dos principales protagonistas. 

La fuerza de las imágenes y la sencillez y calidez de la propuesta, consiguen un relato profundo y sensible no solo de la adolescencia o mejor dicho, de ese tránsito complejo y lleno de incertidumbre por el que hemos pasado todos los adultos, y en el que nunca se sabe a ciencia cierta si todo aquello que te está ocurriendo tiene mucho que ver contigo o la imperiosa necesidad de abandonar la infancia y ser uno más del mundo de los adultos, aunque no comprendas la mayoría de cosas que viven y mucho menos, sienten. La grandísima labor de Maurel en su dirección de intérpretes consigue que cada uno de ellos brille con luz propia, sin nada de estridencias ni aspavientos que no vienen al caso, aquí todo se construye desde dentro, desde el alma, con sencillez y honestidad más cercanas e íntimas, mostrando todo aquello invisible a partir de la mirada, el gesto y el detalle más ínfimo. La pareja protagonista es magnífica con Reinaldo Amien Gutiérrez en el papel de Martín, ese padre que, después de la separación, quiere volver a ser adolescente, recuperar sus sueños de artista e irse de fiesta, y andar con muchas mujeres, una vida que seduce a Eva, su hija, pero a la vez, esos ataques violentos de su padre la devuelven a cuando la vida era muy oscura. 

Pero si algo resulta grandiosa la película Tengo sueños eléctricos es la elección para el personaje de Eva de una actriz debutante como Daniela Marín Navarro, porque cada mirada, detalle y gesto que tiene en la película es sumamente portentoso, con una fuerza y una sensualidad fuera de lo común, de las que se recuerdan, en una de las llegadas al cine más deslumbrantes que se recuerdan, porque la actriz debutante posee una inteligencia natural y alejada de la pose que es toda una lección de interpretación de composición de personaje sin necesidad de caer el sentimentalismo ni la condescendencia. Celebramos la llegada al cine de una cineasta como Valentina Maurel, porque no seduce con brillo y sobre todo, sin caer en errores de mucho cine de esta índole, en el que hay que empatizar por decreto con los personajes, aquí no hay nada de eso, porque la cineasta franco-costarricense muestra y retrata una relación en la que los espectadores la vemos, la vivimos y nos dejan que saquemos nuestras propias conclusiones de forma libre y honesta, y eso es ya mucho en un cine cada vez más cómplice de lo establecido y lo políticamente correcto, en fin, la película de Maurel huye de lo complaciente y cómodo, para mostrarnos muchas situaciones que nos generan tensión, muchísima incomodidad y sobre todo, nos lanzan gran cantidades de preguntas, que esa y no otra debería ser la función de cualquier expresión artística, y también, del cine que es el que ahora nos ocupa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA