Benedetta, de Paul Verhoeven

LO MíSTICO Y LA CARNE.

“Las cadenas de la esclavitud solamente atan las manos: es la mente lo que hace al hombre libre o esclavo”.

Franz Grillparzer

El cine de Paul Verhoeven (Ámsterdam, Holanda, 1938), se ha cimentado a través de relatos íntimos, extremadamente psicológicos, sexualmente liberadores y muy oscuros, a través de personajes encerrados en mundos hostiles, sórdidos y tenebrosos, individuos que harán todo lo posible para ser quiénes desean ser y sobre todo, romper unas cadenas demasiado pesadas. Una primera etapa en su país natal con títulos tan reveladores como Delicias holandesas (1971), Delicias turcas (1973), Katty Tippel (1975), Eric, oficial de la reina (1977) y El cuarto hombre  (1993), entre otros, donde la forma y la historia formaban parte de un todo para hablarnos de un modo descarnado y explicito de la condición humana. A partir de 1985 hasta el año 2000, su cine se internacionaliza dirigiendo producciones estadounidenses entre las que destacan Los señores del acero (1985), Desafío total (1990), e Instinto básico (1992). En el 2006 vuelve a su tierra para hacer El libro negro, sobre una espía judía en la Holanda invadida por los nazis. Diez años después realiza Elle, un sofisticado thriller psicológico y sexual sobre malos tratos.

En la filmografía de Verhoeven abundan las mujeres atrapadas en historias turbias y negrísimas, donde las circunstancias las llevan a luchar enérgicamente para sentirse libres, donde siempre se impone la dualidad entre verdad o mentira, entre aquello que nos muestran y aquello que creemos, entre lo psicológico y lo carnal, mujeres que sienten el sexo y lo practican de forma salvaje, sin prejuicios y de forma liberal, y es de esa forma tan natural y descarnada que la muestra el director holandés. En Benedetta, construye su relato basándose en el libro “Afectos vergonzosos”, de Judth C. Brown, un guion escrito con David Birke, su guionista en Elle, para hablarnos de Sor Benedetta Carlini, una monja teatina en la ciudad de Pescia, en la Toscana, durante el siglo XVII; en una atmósfera donde rige el poder sobrenatural de la iglesia, su corrupción e hipocresía, y el catastrófico avance de la peste que asoló Italia. En ese contexto, conocemos a una mujer que dice hablar con el Señor, una mujer al que le brotan estigmas, y parece poseída por el mismísimo Jesucristo. Además, la llegada de Bartolomea, una joven que escapa de los abusos de su padre, aún trastocará la vida de Benedetta, ya que mantendrá relaciones sexuales con la recién llegada.

La férrea vida espiritual y física impuesta por la dictatorial abadesa llevarán a las amantes a rendir cuentas frente al nuncio, en la que Benedetta será juzgada por herejía y relaciones sexuales prohibidas. Verhoeven opta por una estructura clásica, donde vamos conociendo la existencia de Benedetta de primera mano, hurgando en su vida cotidiana, y en sus supuestos milagros, que como era de esperar, dividen a la comunidad, con la oposición de la abadesa y el beneplácito del párroco mayor, aunque el director holandés nunca se decantará por ninguna de las dos opciones, si estamos frente a una farsante y manipuladora, o todo lo que vemos está en manos divinas, en esa cuestión reside la verdadera virtud de la película, dejando esa duda en manos de los espectadores. El contexto social, económico y cultura impuesto por el clero es otro de los elementos más interesantes de la historia, centrándose en todos los tejemanejes de los poderes eclesiásticos ante los estigmas de Benedetta, la reacción de cada uno de ellos, y la supuesta imposición de la que todos hacen gala, en que la película va dejando caer algunas situaciones que nos hacen reflexionar sobre la manipulación construida frente todas aquellas cosas relativas al sexo que rigen en la madre católica apostólica iglesia romana.

El tono naturalista y cercano que usa Verhoeven ayuda a sumergirnos en un relato sobre la fisicidad y psique humana, con una grandísima ambientación de recreación histórica, con la excelente cinematografía de Jeanne Poirier, que ha trabajado con nombres tan importantes del cine francés como Techiné, Ozon, Corsini y Bruni Tedeschi, entre otros, dotando a la historia de esos oportunos claroscuros y ese maravilloso juego con las cortinas, y todo lo relacionado con el interior/exterior, es decir, convento/ciudad. El exquisito y rítmico montaje de Job Ter Burg, que ya estuvo en El libro negro y Elle, que sabe dotar de agilidad y pausa a una historia llena de personajes, intrigas y silencios, y la excelente partitura de Anne Dudley, otra conocida de Verhoeven, ayuda a envolvernos en ese mundo de espiritualidad, hipocresía, manipulación y sexo que anida en toda la película. Benedetta se engloba en todas esas películas que han abordado de manera honesta y realista el mundo de las comunidades de monjas como Los ángeles del pecado, Narciso Negro, La religiosa, Los demonios, Thérèse y Extramuros, entre otras, películas que abordan el universo cerrado de la vida de las monjas desde la naturalidad, desde los deseos reprimidos, las ilusiones no contadas, y toda esa cotidianidad llena de crueldad, sufrimientos y misticismo.

Un reparto asombroso y sobrio interpretan unos personajes que miran y sienten más de lo que hablan, donde sus silencios están llenos de ruido, de rabia y de incomprensión, encabezados por una fascinante y magnética Virginie Efira como Sor Benedetta, llena de vida, mística y sexo, una actriz llena de sabiduría que hipnotiza con su mirada profunda y su cuerpo dolorido y sexual, bien acompañada por la joven Daphné Patakia como Bartolomea, ese cuerpo lujurioso y libre que será clave para la espiritualidad y sexualidad de Benedetta, una llama llena de vida, de amor y de sexo. La grandísima Charlotte Rampling se pone el hábito de la abadesa, recta, rigurosa y atormentada que se impondrá a los supuestos milagros de la protagonista, y hará lo imposible por exterminarlos. Lambert Wilson, con su poderío y elegancia es el Nuncio, que representa toda esa hipocresía y maldad de la iglesia, que debe anteponer el orden a la libertad, y finalmente, Olivier Rabourdin, un actor de gran prestigio en la cinematografía francesa, da vida al cura que defiende los milagros de Benedetta. Verhoeven ha construido una película llena de misterio y enérgica, muy física y espiritual, donde hay tiempo para todo, para conocer los estigmas de Benedetta, su sexualidad de forma natural e íntima, y sobre todo, para conocer el funcionamiento del poder de la iglesia, que se regía por el orden establecido y anulaba de forma tajante cualquier revuelo que tuviese que ver con sentir de forma diferente, hablar fuera de los códigos establecidos, y sobre todo, eliminar cualquier atisbo de pensamiento que condujese a una vida libre y más, si venían de una mujer. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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