El cautivo, de Alejandro Amenábar

DE LO QUE LE SUCEDIÓ A CERVANTES CAUTIVO EN ARGEL.  

“La lectura es el único medio a través del cual nos deslizamos, involuntariamente, a menudo sin poder hacer nada, a la piel del otro, a la voz del otro, al alma del otro”. 

Joyce Carol Oates

Después de tres películas como Tesis (1996), Abre los ojos (1997) y Los otros (2001), que encumbraron a Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972), como uno de los grandes valores del género del terror psicológico, cosechando buenas críticas y excelentes resultados en taquilla. Un período que viró con Mar adentro (2004), donde dejaba la ficción pura y dura para adentrarse en las ficciones sobre personajes reales. A Ramón Sampedro le siguieron la filósofa y atea Hypatia en Ágora (2009), la excepción de Regresión (2015), que volvía a sus orígenes, y la vuelta a los personajes con Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra (2019), para finalizar, de momento, con Miguel de Cervantes (1547-1616) en El cautivo, sobre los cinco años que estuvo preso en Argel. A partir de una historia junto a Alejandro Hernández, que ya lo acompañó en la citada de Unamuno y en la serie La fortuna (2021), el director madrileño imagina al joven Cervantes que, contaba con 28 años cuando fue apresado, y su período y sobre todo, su relación con su captor Hásan, el Bajá de Argel.  

Amenábar construye una eficaz y entretenida fusión de película de aventuras y carcelaria, donde se profundiza sobre las relaciones personales, de poder y necesidad, así como de liberación sexual, en el que la ficción cuenta con un peso enorme en la trama, convirtiéndola en vehículo capital para sobrevivir tanto física como mentalmente. La trama es reposada y nada estridente, no juega con el espectador mediante giros inverosímiles y demás argucias, sino que cimenta un buen ejercicio de miradas y gestos en su primera mitad para después, en su segundo tramo, acentuar lo físico y los deseos y anhelos de los personajes principales y los satélites que los acompañan. Nos encontramos a un Cervantes todavía muy joven, que lee vorazmente y también escribe, junto a su mentor en prisión el fraile Antonio de Sosa, que es quién nos cuenta la película. A su lado, también tenemos la antítesis, Blanco de Paz, otro fraile del Santo Oficio, que se convertirá en el lado oscuro de la trama. A través de un reducido grupo nos van contando las peripecias de Cervantes que, gracias a su ingenio como contador de historias se ganará muchos privilegios del Bajá, levantado muchas ampollas entre sus compañeros de cautiverio. 

Amenábar, como es costumbre, presenta una película que ha contado con una gran producción para trasladarnos al siglo XVI, y más concretamente al Argel de 1575, donde brillan sus apartados técnicos como la cinematografía de Alex Catalán, que ya estuvo en la mencionaba Mientras dura la guerra, con una luz natural y nada estridente que, caza toda la multiculturalidad que reinaba en el lugar, así como la abundancia de colores y texturas que se respiraba en el ambiente. El diseño de producción que firma Juan Pedro de Gaspar, otro habitual en las últimas producciones de Amenábar, y el director de arte Hedvig Király, al que conocemos por sus trabajos en El hijo de Saúl, de Nemes, y La reina de España, de Trueba, y el vestuario de la italiana Nicoletta Taranta, responsable de Romanzo criminale y A ciambra, brillando cada uno/a en sus respectivos apartados. La música del propio Amenábar consigue ese acercamiento a las singularidades y complejidades que se palpan tanto en prisión como en esos “escapes”. El montaje de Carolina Martínez Urbina, conocida por su trabajo en la mítica serie Crematorio, y el cine de Cobeaga, y su segunda experiencia con el director después de la citada Regresión. Un empleo magnífico de realidad-ficción en la que cada secuencia y encuadre nos atrapa hasta el final en sus rítmicos 133 minutos de metraje. 

Otra característica del cine del madrileño es su gran capacidad para componer personajes complejos para los que elige intérpretes que se enfundan con naturalidad consiguiendo que nos olvidemos de la máscara y nos quedemos con el personaje. Como hizo con Nicole Kidman en Los otros, Javier Bardem en Mar adentro, Rachel Weisz en Ágora y con Karra Elejalde y Eduard Fernández en Mientras dure la guerra. El sorprendente Julio Peña, habituado a vehículos comerciales muy poco atractivos, se destaca dando vida al joven Cervantes, en un personaje que va creciendo a lo largo del metraje, mostrando su capacidad inventiva, inteligencia y coraje para salir airoso de varios entuertos. Frente a él, el actor italiano Alessandro Borghi como el Bajá, con más de 30 títulos a sus espaldas,  como el recordado en Las ocho montañas, siendo el señor que todo lo ve y decide desde las alturas que, mantendrá una relación nada convencional entre lo que podría ser captor y reo. Y luego están los “otros”, empezando por un Miguel Rellán, tan grande, tan cálido y un actor que hace de todo y muy bien, Fernando Tejero está muy bien como un fraile altivo. Están Luis Callejo, Roberto Álamo, José Manuel Poga, Albert Salazar, César Sarachu y Mohamed Said, entre muchos otros. 

Polémicas aparte, que además apenas son 10 minutos de película, El cautivo es una excelente película porque aborda un tema que todavía no se había tocado en el cine, la vida del joven Cervantes, quizás el escritor más célebre de la historia por su libro que no necesita presentación alguna. La película lo aborda como un joven en eterna lucha y huida, devorador de libros, escritor empedernido y contador de historias fabuloso, que se las ingenia para entretener a los demás presos, y además, despierta el deseo del Bajá, que también lo pretende como contador de relatos. Además, la película se enfunda el traje de fabulador de su protagonista, y ejerce una trama que va y viene a través de lo real y lo ficticio, de lo que se sabe y lo que se inventa, porque no hay verdad que este cargada de mentira, y viceversa, porque necesitamos la mentira-ficción para soportar tanta verdad, o quizás, lo que inventamos es la verdad para que no parezca tan dura, o tal vez, la mentira es todo lo que vemos y hemos inventado la verdad para vivir con algunas verdades que sabiendo mentiras, las creemos como verdad. Lo que está claro es que, Cervantes y sus cinco años de cautiverio, que para la resolución de la película es un dato que no molesta, ni mucho menos, es la historia de alguien que quería sobrevivir y, al igual que otros, se inventaron una historia, una identidad o lo que fuese. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Faruk, de Asli Özge

EL INGENIOSO HIDALGO DON FARUK ÖZGE. 

“El deseo de controlar el flujo natural de la vida. El anhelo de alcanzar la realidad dentro de la ficción. Quizás la aspiración de lograr un efecto similar navegando entre perspectivas opuestas. Dar un paso más allá difuminando intencionadamente los límites entre la realidad y la ficción; un esfuerzo por cambiar sutilmente la percepción del público. Pero hacerlo desde un lugar profundamente personal e íntimo. Colocando la cámara “dentro”, en un espacio “vulnerable”. ¡En el propio hogar! Y luego, a veces inspirándome en la vida real y otras documentando cómo la vida real imita a la ficción”.

Asli Özge

Después de haber visto Faruk, de Asli Özge, me he acordado de las palabras: “Mirar la realidad a través de una cámara es inventarla”, que decía la gran Chantal Akerman (1950-2015), porque la realidad en sí, o lo que llamamos realidad, es un universo en sí mismo, una complejidad caleidoscópica e infinita de seres, miradas, gestos, situaciones y circunstancias totalmente imposibles de retratar, por eso, hay que inventarla, o lo que es lo mismo, acercarse a una ínfima parte de eso que llamamos realidad. Quizás la propia realidad sea una mezcla de lo que llamamos realidad, y ficción, otro invento para diferenciar una cosa de la otra. 

La directora Asli Özge (Estambul, Turquía, 1975), arrancó su filmografía en su ciudad natal con Men on the Bridge (2009), un documento que profundiza sobre los obreros del puente de Bósforo, le siguió una ficción Para toda la vida (2013), para trasladarse a Alemania y seguir con All of a Sudden (2016), sendos dramas sobre la dificultad de relacionarse, con Black Box (2013), estrenada aquí con el título La caja de cristal, abordaba la gentrificación que sufrían unos inquilinos por parte de la inmobiliaria en pleno centro berlinés que fusiona con dosis de thriller. En su quinto trabajo, Faruk, recupera los problemas de vivienda, pero ahora de vuelta a su Estambul natal, y filmando a su padre, el Faruk del título, un tipo de noventa y pico años, viudo, de buena salud, tranquilo y lleno de vida. Un hombre que se ve envuelto en la transformación de la ciudad que afecta al bloque donde vive, que será demolido con lo cuál el anciano deberá buscar una vivienda mientras se edifica el nuevo inmueble. Un primer tercio que parece que la cosa va de denuncia ante los planes del ayuntamiento, la historia va derivando hacia otro costal, el de un hombre lleno de recuerdos, inquieto sobre su futuro, y temeroso de perder su vida, su memoria y todas las cosas que ha visto a través de las paredes de su piso. 

La directora turca se acompaña del cinematógrafo Emre Erkmen, que ha trabajado en todas sus películas, amén de films interesantes como Un cuento de tres hermanas (2019), de Emin Alper, y cineastas reconocidos como Hany Abu-Assad, construyendo una obra que coge de la realidad y la ficción y viceversa para ir creando un universo donde vida e invento se mezclan y van tejiendo una sólida historia donde el propio rodaje forma parte de la trama, como evidencia sus magníficos créditos iniciales, recuperando aquel espíritu de los “Nouvelle Vague”, donde el cine era un todo que fusiona realidad y ficción constantemente. Una cámara que sigue sin descanso a Faruk y sus circunstancias, siempre con respeto y sin ser invasiva, sino mostrándose como testigo de una vida. La música de Karim Sebastian Elias, con más de 40 títulos, sobre todo en televisión junto a Ulli Baumann, ayuda a ver sin necesidad de recurrir a sensiblerías que estropeen un relato sobre lo humano, el paso del tiempo y las ideas mercantilistas devoradoras de las grandes urbes. El montaje de Andreas Samland crea esa atmósfera doméstica, reposada y transparente, con algunas dosis de humor crítico e irónico en sus brillantes 97 minutos de metraje. 

No sólo he pasado un gran rato viendo las andanzas y desventuras de este Quijote turco, sino que he disfrutado con su mirada tranquila y nada catastrofista, eso sí, me emocionado viendo el miedo por su futuro, por su ciudad que tanto quieren cambiar, y por ende, su vida, su vivienda, sus recuerdos, qué momento cuando la película abre el baúl de los recuerdos y nos muestra partes de la vida de Faruk junto a su mujer, y esos mensajes vía móvil de la hija-directora manifestando sus innumerables problemas para conseguir dinero para terminar la película que estamos viendo. Faruk, de Asli Özge es de esas películas pequeñas de apariencia pero muy grandes en su ejecución porque son capaces de reflexionar sobre los graves problemas a los que nos enfrentamos los ciudadanos ante los continuos planes cambiantes de los que gobiernan que pocas veces van en consonancia con las necesidades del ciudadano. En fin, volvamos a la realidad inventada, sí, esa que ayuda a ver la complejidad de esa otra realidad que sufrimos cada día, y que se empeña en borrarnos, empezando por nuestra historia, nuestras fotografías y todo lo que nos ha llevado hasta hoy, aunque algunos parezca que eso de hacer memoria lo vean como un problema, la codicia infinita si que es un problema, porque el pasado y el futuro están llenos de presente, que escuché alguna vez, y Faruk lo sabe muy bien. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Tierra baja, de Miguel Santesmases

RECUERDO QUE TE HABÍA OLVIDADO.  

“Yo nunca te olvidé. No me olvides tú a mi”. 

Los primeros instantes de Tierra baja, de Miguel Santesmases (Madrid, 1961), están concebidos para situarnos en el contexto de su protagonista, Carmen, una mujer que ha huido de Madrid, agobiada por un trabajo, el de guionista, que no la llenaba, o quizás, huyó por otras razón. Todavía no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que ella se ha recluido en el mas de su familia, ubicado en uno de sus pueblos de la provincia de Teruel, en el Bajo Aragón. Un lugar apartado de todos y todo, exceptuando algún encuentro fortuito con sus allegados: Damián, el hombre que le ayuda al mantenimiento, María Rosa, una prima, que le insta a volver a escribir. Entre quehaceres cotidianos y ratos de mirar y otros, en una búsqueda profesional, porque los olivos, antaño muy productivos, ahora no hay negocio. Así encontramos al comienzo del relato a Carmen, que no sabe por dónde tirar, más en un tiempo de espera a su pesar. Un día recibe una postal de un tal Eduardo, un hombre que en el pasado significó algo para ella. Un algo que todavía no sabemos. En poco tiempo, la película se presenta llena de incógnitas, secretos que se irán desvelando o no. 

Del cineasta madrileño que tuvo su momento en la industria con La fuente amarilla (1999), Amor, curiosidad, prozak y dudas (2001), y Días azules (20016), escritas junto a Antón y Martín Casariego, y Lucía Etxebarría, que se movían entre el thriller y el drama sobre jóvenes. En 2016 hace Madrid, Avobe The Moon, cine de guerrilla que construye una comedia romántica nada convencional. Ahora nos llega Tierra baja, que coescribe junto a Ángeles González-Sinde, amén de dirigir tres largos, ha escrito para cineastas tan importantes como Ricardo Franco, Manuel Gutiérrez Aragón y Gerardo Herrero, entre otros. Mantiene el mismo espíritu que la anterior, donde un buen guion y estupendos intérpretes hacen el resto. Aquí se añade el impresionante paisaje que escenifica la realidad interior de la protagonista y las consecuencias de lo que se llama como la España vaciada, donde las formas de trabajo mutan y los jóvenes huyen a las grandes urbes. La historia se mueve por varias travesías. Por un lado, tenemos a la mujer que vuelve a su pueblo con la idea de instalarse, están las nuevas formas de subsistencia ante los cambios en la agricultura, bien condimentado con el drama personal, lo romántico como leit motiv, pero muy alejado de los estándares convencionales, y por último, la ficción como espacio para imaginar la realidad o simplemente, como un lugar para refugiarse para abordar las dificultades de lo que se llama realidad. 

Tiene la película de Santesmases esa atmósfera ligera y transparente de las películas de Alexander Payne, pero muy profundas en sus planteamientos emocionales, donde convergen unos personajes con ideas que chocan con los demás, pero firmes en sus decisiones quijotescas. Una película cuidada en el aspecto técnico con una cinematografía que firma Alberto Pareja, del que hemos visto la semana pasada Miocardio, de José Manuel Carrasco, y ya estaba en la citada Madrid, Avobe The Moon, en el que prima la luz natural y captar la grandiosidad del paisaje pero sin embellecerlo. La música de Alejandro Román, habitual del cineasta balear Toni Bestard, y películas como Estándar y La pasajera, consigue con un pocos temas sumergirnos en una historia muy sutil y con pocos personajes, que atrapa con muy poco. El montaje que firman Germán Roda, autor de una extensa filmografía de documentales como Marcelino, el mejor payaso del mundo y Vila y sus dobles, y el propio director, maneja con soltura y ritmo los 96 minutos de un metraje que se ve con interés y no recurre a los lugares comunes, sino que al igual que la película sobre Madrid que hemos mencionado, busca en el paisaje y su forma de encuadrarlo una mirada más personal e íntima. 

Una película como esta tan llena de matices, detalles y mucha alma necesitaba una actriz tan extraordinaria como Aitana Sánchez-Gijón, que se guarda mucho sus sentimientos y cómo los expresa cuando es totalmente imprescindible. Una intérprete con sus miradas y sutilezas alimenta de misterio y belleza un personaje como Carmen, tan cercana como esquiva, tan seria como vulnerable, que parece una versión femenina de Crusoe en su pequeña isla, unos días a la deriva y otros, no se sabe dónde y por qué. A su lado, otro tótem como Pere Arquillué, una bestia en el teatro que no se prodiga tanto en el cine como me gustaría. Su personaje Eduardo Llanos es un productor de cine algo cansado y desencantado de su oficio, o quizás, por eso, llega al reino desterrado de Carmen en busca de engancharse a la vida, o al menos, reencontrar algo que recordó que había perdido. La presencia de Itziar Miranda, un personaje clave en la trama y ahí lo dejamos. Los autóctonos como Javier Gúzman que hace de Damián, el chico para todo, Lydia Vera es María Rosa la prima que está y Sonia Bel Faci como Cristina, la otra amiga que lleva el bar, y otras almas del pueblo, dan la profundidad necesaria para no quedarse sólo en la anécdota. 

Me ha convencido la propuesta de Tierra baja, de Miguel Santesmases, por su sencillez y honestidad, por contarnos una película que habla sobre el cine o sobre los que hacen el cine, sobre los oscuros y difíciles mecanismos de la creación y la tortura y complejidad de un oficio tan enriquecedor como masoquista, que mencionaba Truman Capote, como el de la escritura, y en este caso, el de guionista. Su absorbente naturalidad y calidez que desprende la hace tan cercana que los espectadores nos vemos moviéndonos como un personaje más, donde se juega mucho en los límites de lo que entendemos como realidad y ficción. Una película que invita a aventurarnos en los espacios de la creación y la fabulación, tan necesarios en un planeta cada vez más superficial e inmediato, que olvida muy a menudo la calma y la serenidad para adentrarse en esos otros aspectos de nuestro interior, escarbando en nuestras emociones, en nuestros miedos, en los que nos hace fuertes y vulnerables, en lo que somos realmente cuando se acaba el ruido. Tierra baja es una película sobre el hecho de escucharse, rodeado de silencio, de paz y tranquilidad, espacios tan importantes para la existencia, huyendo del ruido ensordecedor de las grandes ciudades, lugares destinados para la prisa y el estrés. Quédense un rato en las imágenes que propone Santesmases y comprobarán que necesitan otra vida y porque no, algo de ficción nunca está de más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Berta García Lacht

Entrevista a Berta García Lacht, directora de la película «Maruja», en la oficina de la productora Playlab Films en Barcelona, martes 31 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Berta García Lacht, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Teresa Pascual de Good Movies, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Animal/Humano, de Alessandro Pugno

UN TORO Y UN HOMBRE. 

“Animal: 1) Bestia. 2) Ser que siente. 3) Con alma.

Humano: 1) Animal racional. 2) Dotado de empatía. 3) De naturaleza imperfecta”.

El universo cinematográfico de Alessandro Pugno (Casale Monferrato, Italia, 1983), se ha caracterizado a través de tres elementos muy definidos: lo más tradicional de la cultura española, la infancia y la relación entre humanos y animales. En A la sombra de la cruz (2013), se detenía en un grupo de escolares en el mismo Valle de los Caídos que recibían una educación conservadora. Con Jardines de plomo (2017), unos niños de una comunidad indigena peruana de los Andes en conflicto con el plomo de la mina de la que vive su pueblo. En Jamón, a Story of Essence (2019), exploraba la crianza y el comercio del cerdo ibérico. Con Animal/Humano, a partir de un guion de Natacha Kucic y el propio director, el documental, que había sido su principal foco, se fusiona con la ficción, en la que sigue profundizando en otra tradición muy de aquí como el mundo de  los toros y un joven italiano que desea convertirse en torero. 

Pudiera parecer que, debido a la temática tratada, la película es una oda al mundo de los toros, pero ni mucho menos, porque el que aquí suscribe no tiene ninguna simpatía al tema en cuestión, y la película no sólo me ha interesado mucho, sino que usa ese mundo para hablar de temas ancestrales de la condición humana: como la pasión, el destino, la eterna relación entre personas y animales, y sobre todo, se pregunta sobre la definición de lo humano y lo animal, como anuncia las frases con las que arranca la película (que encabezan este texto), y traza una magnífica muestra de ficción y documento, en el que tanto una parte como otra, quedan perfectamente ensambladas de forma natural y transparente. Ayuda enormemente su cuidada atmósfera, rodada en su mayor parte en localizaciones reales, y la excelente cinematografía en formato 4:3, apoyado en exteriores principalmente, que firma Alberto D. Centeno, con experiencia en diferentes géneros como el drama personal de El árbol magnético, el drama social de Diamantes negros, el thriller de 321 días en Michigan, el biográfico de La isla del viento, entre otras. El cuidadoso trabajo de sonido de Carlos De la Madrid, con casi medio centenar de películas, que ayuda a sumergirnos en un mundo donde prima lo animal, lo humano y la naturaleza.

La soberbia música con influencia del noir del dúo Giorgio Ferrero y Rodolfo Mongitore, de los que vimos la estupenda Bosco (2021), de Alicia Cano Menoni, aportan esos complejos cruces por los que transita la trama: la alegría y la oscuridad, lo racional y lo emocional, lo artificial y lo natural, la tradición y lo moderno, y lo humano y lo animal. El italiano Enrico Giovannone, con más de 40 títulos, entre los que están las citadas A la sombra de la cruz y Jardines de plomo, firma un excelente montaje estructurado a partir de los momentos de la dehesa con los animales y el trabajo cotidiano de los mayorales y sus ayudantes, con esos otros, donde la cámara se posa y nos sumerge en su interior: las inquietudes, sueños, frustraciones y miedos de los personajes. Una película construida a partir de dos almas, las de Matteo un joven italiano que sueña con ser torero, y la de Fandango, un joven becerro que se convertirá en toro de lidia, amén de otra breve historia que sucede en Italia, y hasta aquí puedo leer. Otro tanto que se marca el director italiano es su exquisito y elaborado reparto, en el que destacan Guillermo Bedward como el impaciente e inquieto Matteo, conocido por la serie The Outlaws (2021), compone un gran personaje, un joven deseoso de enfrentarse al toro, que cuestiona a su profesor, y se muestra como un carácter indomable y demasiado solitario.

Acompañan al rebelde Matteo, su único amigo César, interpretado por el debutante Donovan Raham, en el otro lado del espejo, porque es hijo del famoso matador de toros Eduardo Tejera, que interpreta Brontis Jodorowsky, y casi siempre está solo y perdido. El gran Antonio Dechent, que actor, que fortaleza, que señor, interpreta al ganadero y propietario de Fandango, Antonio Estrada, que hemos visto en series como Los herederos de la tierra y Bosé, y películas como Jaulas, es el profesor tranquilo y sobrio, entre otros, como los que se interpretan a sí mismos. Animal/Humano es otra buena muestra que, el mundo de los toros y toreros, no está reñido con el cine más personal, profundo y reflexivo, y a parte de hacer cine popular, también puede ofrecer grandes títulos como antes lo habían demostrado obras como Sangre y arena (1922), de Niblo, basada en la famosa novela homónima de Blasco Ibáñez, que tuvo otras versiones como la de Mamoulian de 1941, Toros bravos (1951), de Rossen, Tarde de toros (1956), de Vadja, El espontáneo (1964), de Grau, Matador (1986), y Habla con ella (2002), ambas de Almodóvar, y El brau blau (2008), de Daniel V. Villamediana, Arena (2010), de Günter Schwaiger, y Blancanieves (2011), de Pablo Berger, entre otras. 

No se dejen llevar por sus prejuicios al mundo de los toros y los toreros, y denle una oportunidad a Animal/Humano, porque es una película muy sorprendente, en su mirada nada complaciente y crítica del comportamiento humano en relación al animal, en las líneas que nos separan y las que nos unen, y demuestra un dominio absoluto en las secuencias documentales, tal y como explican los títulos de crédito de la cinta, en las que se especifica su carácter documental, tanto por su destreza en su aproximación, tan natural y de verdad, y su energía y aplomo en su forma de rodar, llena de intensidad, paciencia e intimidad. Tampoco se queda atrás en su ficción, que rueda por primera vez con intérpretes profesionales, porque maneja con soltura unos personajes complejos y contradictorios, como somos todos, y bucea con claridad por sus mundos interiores, por sus verdades y mentiras. Finalmente, debemos felicitar la propuesta de una distribuidora como Márgenes en aproximarnos a este tipo de cine, un cine que explica historias, que nos cuestiona prejuicios y sobre todo, nos alimenta una mirada crítica, tan deteriorada con tantas imágenes entretenidas, vacías y superfluas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge

FUI VIOLADA A LOS 16 AÑOS POR UN COMPAÑERO DE CLASE.   

“Esta película está basada en incidentes de la vida de la directora. La actriz que interpreta a Martha también fue violada cuando estaba en el instituto. Se han cambiado nombres y lugares”.

El cine tiene una inmensa capacidad para inventar con el propósito de enfrentarse a las historias que quiere contar para transmitir a los futuros espectadores. Cada historia necesita su propia mirada y sobre todo, su propia forma. Dicho esto, cuando la cineasta Martha Coolidge (New Haven, Connecticut, EE.UU., 1946), contaba con tan sólo 16 años y estudiaba secundaria fue violada por un joven de 21 años. A la hora de afrontar su primera película, Coolidge tenía la necesidad de hacer una película sobre el hecho traumático que supuso la violación 12 años atrás. La directora se aleja de la ficción convencional y construye un dispositivo magnífico, que consiste en un relato que tiene secuencias ficcionadas, que ocurren en el instituto y sobre todo, en el interior de un coche, camino a la fiesta donde se producirá la mencionada violación. A estas ficciones, les acompaña unas extraordinarias secuencias documentales, situadas en un destartalado loft en New York, en las que escenifican el momento de la violación, así como indicaciones y diálogos que mantienen la propia directora con amigos alumnos de la Universidad de la citada ciudad que interpretan a los personajes. 

De Martha Coolidge conocíamos sus películas posteriores a ésta, como La chica del valle (1983), Escuela de genios (1985), El precio de la ambición (1991), Angie (1994), y series de televisión como Sexo en New York (1998), C.S.I. Las Vegas (2000), y Cult (2013), entre otras. Una extensa carrera que abarca casi medio siglo de vida y más de 40 títulos. La pregunta es: ¿Por qué no conocíamos una película como Not a Pretty Picture?. Ya conocemos la respuesta. Por eso, por lo que cuenta y cómo lo aborda. Hasta ahora, porque gracias a la iniciativa de la restauración y el acierto de Atalante Cinema de distribuirla por estos lares, podemos verla y sobre todo, reflexionar en su fondo y forma. Lo que más sorprende de una película de esta naturaleza es la valentía y la mirada de su directora, Martha Coolidge de afrontar su propio dolor y el de muchas adolescentes que también fueron víctimas de la cultura de la violación tan naturalizada en los institutos. Estamos ante una película que es muchísimas cosas: desde el documento, de rememorar unos recuerdos dolores y difíciles de expresar, desde el ensayo, donde hay espacio para dialogar sobre lo que se está filmando y la forma de hacerlo, la ficción, como vehículo para desmembrar con más profundidad la complejidad de la realidad, y los componentes que la rodean. y desde lo humano y lo político, porque es tan importante lo que se muestra y el cómo se hace, donde en ese sentido.

La película es todo un ejemplo, ya lo era en su momento, en los pases que tuvo, porque no tuvo una carrera en cines comerciales, y lo es ahora, porque el problema sigue tan vigente como lo era entonces, donde el abuso y la violación siguen tan actuales, por desgracia. Not a Pretty Picture tiene el espíritu de los cineastas independientes de New York, los que se acogen en el Anthology Film Archives, como los Jonas Mekas y Peter Kubelka, entre otros, las películas de John Cassavetes, porque con una cámara de 16mm se acercan a las realidades más inmediatas pasadas por la ficción del cine y sus elementos más naturales y transparentes. Coolidge que tenía 28 años cuando hizo Not a Pretty Picture, se desdobla en dos miradas, la de la cineasta y la persona que mira su película y vuelve a aquel día fatídico donde fue violada, haciendo y haciéndose las preguntas y entablando diálogos con sus personas/personajes, donde su protagonista Michele Manenti, que hace de ella misma, también fue violada en el instituto, y las aportaciones de Jim Carrington, que es el violador, que habla desde el personaje y de él mismo, como los demás intérpretes, y la presencia de Anne Mundstuk, que fue compañera de la directora, interpretándose a sí misma.  

Una película denuncia y política, porque no sólo se queda en los hechos sino que va más allá, interpelando a esa cultura del abuso tan arraigada en los institutos y en los adolescentes que la ven como algo normal y consentido, cuando es al contrario. Desde su aparente sencillez, el aparato cinematográfico que cimenta Coolidge es, ante todo, una película que aborda un tema durísimo, pero sin ningún atisbo de revancha ni nada que se le parezca, sino desde la profundidad y la reflexión para comprender porque el abuso y la violación están tan naturalizados por los hombres y porqué se producen con tanta impunidad, creando el espacio para la conversación y el diálogo compartiendo experiencias, pensamientos y miradas. Por favor, hagan lo imposible por ver la película Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge porque es toda una lección magnífica de cómo abordar un tema como la violación, el abuso, la intimidación y sobre todo, el miedo que rodea a la víctima ante un hecho tan doloroso, la dificultad de compartirlo con los demás y el asqueroso sentimiento de culpa que tienen las mujeres que han pasado por un trance tan horrible como este. Estamos ante una película de obligada visión por todos y todas, con sus maravillosos 83 minutos de metraje. 

Quiero agradecer enormemente a la directora estadounidense Martha Coolidge que hiciese esta película, por su audacia, por su talento y su forma de hacerla con ese espíritu indomable de la independencia y de la amistad, de compartir con los demás su violación y su dolor, y ser tan sencilla y tan transparente en su forma de mirar y reflexionar, en una película infinita, es decir, que usa las herramientas del cine para encarar el tema, y lo hace desde la profundidad más libre, natural y transparente, sin caer en tremendismos ni posiciones de un lado u otro, sino desde lo humano, desde lo político, pero en el sentido de reflexionar sobre el problema del abuso a las mujeres desde múltiples puntos de vista para mostrarlo sin edulcorantes ni nada de esa índole, sino desde la “verdad”, desde esa verdad de mirarnos de frente, sin tapujos ni sombras, sino con toda la claridad y transparencia posibles, y la directora lo consigue, porque habla desde lo personal y lo sencillo. Una película extraordinaria, abrumadora y sorprendente por lo que cuenta y cómo lo hace, tan moderna que no tiene tiempo ni está sujeta a nada ni nadie, sino al problema que retrata. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mientras seas tú, de Claudia Pinto Emperador

COMPARTIR LA VIDA Y LA ENFERMEDAD.  

“A mi amigo Al no se le nota. No es ruidoso y no duele, no te parte el corazón y no te deja el cuerpo dolorido ni la autoestima en la basura. Es muy discreto. Simplemente te va abandonando de puntillas: un día se lleva una muda, otro día algún abrigo, otro día calcetines y así hasta que el armario se quede vacío. Solo con la estructura”.

Carme Elias sobre el Alzheimer en su libro “Cuando ya no sea yo”.

En un instante de la magnífica Relámpago sobre el agua (1980), de Wim Wenders, vemos al director Nicholas Ray en el vestíbulo de un cine sentado y quejoso. Dentro, en la sala, se proyecta una de sus películas. La cámara está fuera, en la intimidad de un hombre enfermo, alejado de todo, de lo que fue, de su cine, en un espacio que nunca vemos que ahora se hace presente, un lugar que, podríamos decir, que estamos en el otro lado del espejo, el que se queda ausente de los espectadores. La misma mirada y textura la encontramos en la película Mientras seas tú, de Claudia Pinto Emperador (Caracas, Venezuela, 1977), que ha ido rodando junto a su amiga y actriz Carme Elias (Barcelona, 1951), un relato oculto a la mirada ajena, un relato que sigue el presente de la mencionada actriz después de ser diagnosticada con Alzheimer. 

La relación entre directora y actriz nació cuando rodaban en Venezuela la película La distancia más larga (2013), en que la actriz hacía de Martina, una mujer que deseaba hacer un viaje final a la montaña Roraima para despedirse porque tiene una enfermedad incurable. La amistad siguió con Las distancias (2021), en que la actriz hacía de Teresa, la abuela de una familia compleja, donde en una secuencia en cuestión la desmemoria de la actriz provocó la visita al doctor y el fatídico diagnóstico. Lo que empezó como una forma de filmar el presente, filmar la amistad, la vida, y la enfermedad, se ha convertido en una cinta que explora esos ratos íntimos y alejados de alguien como Carme Elias, una actriz que ya no puede ser actriz, una mujer que debe vivir con una enfermedad, alguien que acepta su dolencia, y quiere tener una muerte digna cuando ya no sea yo, como citaba en su libro. La mirada de Pinto nace desde la verdad y la honestidad, se acerca como una amiga, como una persona que quiere filmar aquello que no se ve, una intimidad cotidiana, un espacio donde se repasa la extensísima carrera de la actriz, con más de medio siglo como intérprete, que empezó allá por 1969 en el teatro, en el cine y la televisión, saltando de un medio a otro, convirtiéndola en una de las actriz más valoradas de nuestro país. 

Todo se cuenta desde lo sensible y la caricia, sin caer nunca en el manido tremendismo, la estúpida sensiblería o demasiado edulcorado, aquí no hay nada de eso, hay verdad y dolor, pero desde lo humano y lo complejo, como esos momentos donde la actriz y el maestro y director de actores Juan Carlos Corazza dialogan en un intenso ejercicio de teatro, que recuerda a muchos pasajes de Tras el ensayo (1984), de Bergman, en la que repasan sus personajes teatrales, donde las emociones de aquellos y de la actriz se confunden, se emparentan y resignifican el presente de forma certera y demoledora. La excelente cinematografía que construye un lugar transparente y exquisitamente natural que firma Agnès Piqué Corbera, de la que hemos visto Canto cósmico. Niño de Elche (2021), y la reciente La imatge permanent. La dulce y acogedora música de Vanessa Garde, con más de 25 títulos con gente como Álvaro Fernández Armero, Icíar Bollaín, entre otros. El sencillo y pausado montaje de Vicente Navarro, que cimenta sin darnos cuenta una película profunda y llena de instantes de una emoción intensísima, en una película breve de apenas 73 minutos de metraje. El diseño de sonido de Fernando Novillo también ayuda a acercarnos a la sutileza de todo lo que se cuenta, sin ningún tipo de alarde ni virguería, que tiene en su haber trabajos con Agustí Villaronga, Isaki Lacuesta y Carla Subirana, entre otras. 

En menos de un año, se han estrenado tres cintas que tienen el alzheimer como tema central, visto desde miradas diferentes como la cineasta que mira sus abuelos en Toda una vida, de Marta Romero Coll, la cineasta que mira a una pareja, y finalmente, Mientras seas tú, tres formas de acercarse a la enfermedad, desde lo humano, la sensibilidad, y la sencillez, explorando las dificultades, las alegrías y la complejidad, y los recuerdos de las personas afectadas, y sobre todo, las tres obras lo hacen desde la verdad, donde no hay espacio para la grandilocuencia, sino todo lo contrario, desde lo natural, lo cotidiano y la transparencia de lo que se cuenta y con quién se está contando, en este caso, desde la mirada de una directora a su actriz y amiga, y dejar en forma de película todos esos momentos donde la vida y la enfermedad se funden, se mezclan y comparten todo. Si el cine debe mirar la vida y filmarla, aunque no la entienda, en la película Mientras seas tú, se consigue una película que se hace mientras la vemos, un ensayo sobre la vida, la memoria, son impagables las imágenes de archivo, desde las domésticas, las de los trabajos de Carme en el teatro, el cine y la televisión, y en alguna que otra entrevista, y en las zonas de backstage, donde vemos a la actriz, siendo testimonios de aquello que filma la película, esos momentos donde la persona se queda sola y a solas, sin nadie, con ella misma, con su enfermedad, sentimientos, miedos y existencia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las cuatro hijas, de Kaouther Ben Hania

LAS QUE NO ESTÁN. 

“El arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”.

Bertolt Brecht

Recuerdo uno de los primeros seminarios sobre cine documental al que asistí, impartido por la cineasta Mercedes Álvarez, donde se habló de la importancia de la historia que se quería contar, y los mecanismos para descubrirla y trabajar en ella, y luego, y en esta parte se hizo especial hincapié, la construcción de la forma para contarla, centrándose en el dispositivo, herramienta básica para encontrar la mejor forma de penetrar en el alma de la historia, de sus personajes y cómo se transmitía al espectador. Hasta ahora el cine de Kaouther Ben Hania (Sidi Bouzid, Túnez, 1977), se ha movido entre el documental puro con películas como Les imams von à l’école (2010), Challat of Tunis (2014), Zaineb Hates the Snow (2016), y la ficción con títulos como Beauty and Dogs (2017), y El hombre que vendió su piel (2020), en los que profundiza en temas sobre el sometimiento y la emancipación de la mujer, la sociedad árabe, las clases sociales, con géneros que van desde el drama al thriller, desde un prisma íntimo, sencillo y humanista. 

Con Las cuatro hijas (Les Filles d’Olfa, en el original), vuelve a su tierra a Túnez, y se centra en Olfa, una madre de cuatro hijas: Rahma y Ghofrane, las mayores y ausentes, y Eya y Tayssir, las pequeñas y presentes. El relato nos cuenta su historia, desde su boda con un marido al que no quería, con el que tuvo las cuatro hijas, después, un amor con un hombre que resultó ser un abusador, y finalmente, la desaparición de sus hijas mayores. Toda una vida centrada en tres momentos esenciales en la vida de Olfa. Ben Hania se aleja del documental y ficción convencionales, y va mucho más allá en su propuesta. Su dispositivo es una fusión entre el documento y la ficción, porque la propia protagonista nos cuenta su existencia, y una actriz, que hace de ella, se reserva  para escenificar los momentos más tensos y violentos, y dos actrices hacen presentes a las hermanas que no están. El dispositivo se complementa con un sólo actor que interpreta a los hombres de la película. Una cinta que habla de la triste realidad de muchas mujeres árabes, casadas a la fuerza, abusadas y violentadas por los hombres, y luego, la propaganda de los más radicales que arrastran con sus falsas proclamas de libertad a jóvenes rebeldes. 

La historia se construye en base a la palabra y algunas secuencias ficcionadas, en una cinta ensayo-error, que no se envuelve en el dramatismo ni en la desesperanza, porque la vitalidad y la esperanza de estas mujeres es de admirar, porque Olfa y sus dos hijas, con una actitud envidiable y sobre todo, reflejan una entereza y fortaleza dignas para enfrentarse al dolor y al recuerdo de las ausentes. Estamos ante una película doméstica y extremadamente íntima, porque su casa actúa de escenario para escucharlas y ficcionar todos los momentos relevantes de una vida difícil y oscura, en un país convulso políticamente, y mucho más para las mujeres. Con una cinematografía natural y transparente, nada artificial, que firma Farouk Laâridh, donde priman los primeros planos, los encuadres cerrados y los ambientes densos y recogidos de la casa, con apenas exteriores. Un gran trabajo de montaje que firman Jean-Christophe Hym (que tiene en su haber grandes nombres como Raoul Ruiz, Hou Hsiao-Hsien y Alain Guiraudie), Qutaiba Barhamji, especializado en documental, y la propia directora, en el que no hay ostentación ni virguerías argumentales, sino una limpieza en el corte y de ritmo pausado en el que dejan que los testimonios y las ficciones se vayan mezclando en un trabajo sólido y vital, en sus 107 minutos de metraje. 

Del reparto puedo decir que la gran aportación es la que hace Olfa Hamrouni que explica a cámara su experiencia vital, los abusos y las violaciones a los que fue sometida, y sobre todo, la tragedia de su vida, la de perder a sus dos hijas mayores. Acompañada en este brete por sus dos hijas Eya y Tayssir, en una película que es toda una catarsis, escenificando en este viaje a su memoria y la de sus hijas, a los avatares y oscuridades de la vida, y sobre todo, a todo ese camino de seguir firme en la vida, a pesar de todo, seguir hacia delante en contra de todo y de todos. Les acompañan las actrices Hend Sabri que hace de Olfa, y Nour Karoui y Ichraq Matar son las actrices que dan vida a las ausentes Raham y Ghofrane, respectivamente, y el actor Majd Mastoura que cómo hemos comentado antes, hace de todos los hombres que aparecen. Resultan magníficos todos esos momentos en que la película se detiene a contarnos su propio documento, es decir, el film-ensayo en el que asistimos como testigos privilegiados al proceso de la película, a las conversaciones de cómo afrontar cada plano y secuencia, toda la parte emocional. 

La propia directora hace referencia a Primer plano (Close-Up)(1990), de Abbas Kiarostami, y F. for Fake (1973), de Orson Welles, como fuentes de inspiración a las que añadiría Yo, el Vaquilla (1985), de José Antonio de la Loma, tres ejemplos en los que se juega con el documento y la ficción para elaborar una obra en que la representación adquiere un fascinante trabajo de espejos y reflejos. Si eligen una película como Las cuatro hijas  para ser testigos de un viaje fascinante que les llevará a lo más profundo del alma de sus protagonistas, en un interesante juego de verdad y mentira, de oscuridad y terror, y también, de esperanza y vitalidad, de presente y pasado, y quizás, futuro, de unas mujeres que tuvieron que lidiar con el dolor, la ausencia y el no futuro, en una película excelente en su forma y terrorífica en su contenido, pero que no practica la “porno miseria”, que nos enseñó nuestro querido Luis Ospina, regodeándose en el tremendismo, sino que nos sitúa de frente ante esta mujer Olfa y sus dos hijas, las que son y las que las interpretan, donde la verdad de los hechos queda refleja en el proceso de ficción que la atrapa. Una película que debería servir de ejemplo para muchos que quieren hacer cine y quieren hacerlo bien. No se pierdan esta película, por todo lo que cuenta y sobre todo, como lo cuenta, esencial en el dispositivo cinematográfico. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Velasco Broca

Entrevista a Velasco Broca, director de la película «Alegrías riojanas», en el marco del Sitges International Film Festival, en el Hotel Melià Sitges, el martes 11 de octubre de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Velasco Broca, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a mi querido amigo David del Fresno, por retratarnos de forma tan especial, y a Andrés García de la Riva de Nueve Cartas, por por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Helena de Llanos

Entrevista a Helena de Llanos, directora de la película «Viaje a alguna parte», en la Filmoteca de Catalunya en Barcelona, el viernes 29 de septiembre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Helena de Llanos, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a Jordi Martínez de comunicación de la Filmoteca, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA