Nieva en Benidorm, de Isabel Coixet

EXTRAÑOS EN EL PARAÍSO.

“Una extraña mezcolanza de pobreza, limpia y llena de colorido, y hoteles color pastel, todo aparentemente como si lo acabasen de construir… Novísimo, con los más modernos estilos amalgamados a la sencilla arquitectura del lugar”

Sylvia Plath sobre Benidorm en 1956

En el universo cinematográfico de Isabel Coixet (Sant Adrià de Besòs, 1960), transitan muchas almas solitarias, no por elección o necesidad, sino por la sociedad, una sociedad que antepone lo material, la apariencia, y la conveniencia como sus formas de relación, frente a unos personajes que, ante ese conservadurismo, eligen no pertenecer a él, eligen ser ellos mismos, y no rendirse jamás ante el acoso social impuesto. Unas almas de carácter, que no se arrugan ante nada, valientes y decididas, y sobre todo, humanas, en esos mundos donde todo se mercantiliza, donde los sentimientos y ser uno mismo, se persigue, se juzga y se encarcela. La directora barcelonesa lleva más de tres décadas haciendo cine, donde ha acumulado una impresionante filmografía en la que podemos encontrar ficción, documental y televisión, trabajos que no solo la han convertido en una cineasta de primer nivel, sino en una creadora que, al igual que sus personajes femeninos, no se detiene ante nada, sigue empecinada en ir tejiendo poco a poco, sin prisas, una carrera que la ha convertido en una cineasta internacional, que filma indistintamente en inglés o español, según el contexto que la historia requiere.

Desde la Librería (2017), una de sus películas más celebradas, Coixet ha dirigido una serie, Foodie Love, y el largometraje Elisa y Marcela, hasta llegar a Nieva en Benidorm, donde conocemos a Peter Riordan, uno de esos tipos tristes y solitarios, con esas existencias anodinas y con poco que hacer, que malgastan su vida en trabajos insulsos, en este caso, como empleado en un banco en la gris Manchester. Aunque no todos son males para Peter, porque un día lo prejubilan y decide ir a Benidorm, donde vive su hermano Daniel. Una vez allí, se instala en la vivienda de su hermano, el ático más alto de la ciudad, y emprende una búsqueda para encontrarlo, ya que ha desaparecido sin dejar rastro. Peter, como un alma a la deriva, extraño en una ciudad tan diferente y compleja como Benidorm, irá introduciéndose en el universo de Daniel, conociendo a su entorno, como Alex, una bailarina de mediana edad de su Club Burlesque, Marta, una extraña policía y admiradora de Sylvia Plath, que recuerda la estancia de la poeta en Benidorm allá por los años 50, Lucy, una mujer de la limpieza enigmática, y un carnicero con muy malas pulgas, socio de Daniel en un pelotazo inmobiliario.

Unos personajes, muy diferentes entre sí, como si hubiesen naufragado de un barco sin rumbo, que solo se pueden encontrar en una ciudad como Benidorm, donde coexisten múltiples contradicciones, que va de lo bello a lo monstruoso, como una especie de decorado artificial y natural a la vez, un espacio por el que pululan turistas desenfrenados, rascacielos apabullantes, muchos cochecitos eléctricos, residencias abandonadas por falta de liquidez, un coro cantando en la playa, una luz y una brisa dulces, y sobre todo, una sensación de un lugar que podría haber sido un espacio de felicidad pura y natural, y en realidad, se ha convertido en un estado de ánimo de felicidad artificial, en el que todo está en venta, incluso las relaciones. Tanto Peter como Alex son dos antihéroes, dos extraños, dos desconocidos, completamente fuera de lugar, en una ciudad irreconocible, extraña y demasiado perfecta en su tristeza y vacío (desde Sueñan los androides, de Ion de Sosa, no veíamos Benidorm como ese escaparate falso e íntimo a la vez), dos de esas almas que tanto le gusta a Coixet retratar, en sus idas y venidas, en sus conversaciones, en sus miradas y gestos, como ese momentazo cuando ella besa el cristal que los separa y Peter la observa detenidamente, escenificando todo aquello que los une y los separa. El elemento noir que utiliza la directora catalana para mover a sus personajes, recuerda a la forma y arquitectura emocional de David Lynch y a sus universos enfermizos y oscuros, o la más reciente, Lo que esconde Silver Lake, de David Robert Mitchell, donde la parte más invisible de Los Ángeles, se convertía en el escenario ideal donde abundaban las pesadillas, solo un mero pretexto para hablarnos de personajes solitarios, de vueltas de todo, o no, que ya no esperan nada de la vida, y menos de ellos mismos, anclados a una existencia demasiado cotidiana, sin nada que hacer, ni adónde ir, esperando la muerte.

Pero, Coixet, que sabe mucho de indagar en esas soledades, retratando sus texturas y sensibilidades emocionales, nos lleva de la mano, mostrándonos una relación sencilla y muy especial, entre sus personajes, en que la ciudad, se muestra con su brillo y mugre, como esos capítulos que nos van abriendo cada segmento de la trama, relativa a los fenómenos meteorológicos, afición de Peter. Coixet vuelve a acompañarse de cómplices muy estrechos, como la sensible y estupenda música de Alfonso de Vilallonga, la apacible y sobria edición de Jordi Azategui, y la brillante y oscura luz del cinematógrafo Jean-Claude Larrieu. El reparto de la película, heterogéneo y sorprendente, brilla con excelencia y aplomo, en el que sobresalen los impresionantes Timothy Spall, un intérprete que todo lo que se diga de su excelencia y elegancia es poco, con una partenaire maravillosa como Sarita Choudhury (que repite con Coixet después de Aprendiendo a conducir), una Carmen Machi, como una policía amante de la poesía de Plath, que no está muy lejos de la Frances McDormand de Fargo, versión Benidorm, Ana Torrent como una mujer de la limpieza, un rostro y una mirada con mucha historia detrás, y finalmente, Pedro Casablanc poniendo la nota inquietante con su cuchilla y su delantal ensangrentado.

Nieva en Benidorm tiene ese aire de western crepuscular, de personajes cansados y sin nada, moviéndose como almas en pena, desorientados, en un entorno que no es el suyo, que van conociéndose e intimando, en una historia de amor delicada y humanista, elegante y conmovedora, que no ñoña, huyendo de tanto sentimentalismo oportunista de otras producciones, como hacía tiempo que no se veía en la gran pantalla, con todos los matices y peculiaridades de la mirada de Coixet, que no solo nos va conmoviendo con sus sutilezas y calidez, sino que nos sumerge en un entorno limbo, donde la ciudad de Benidorm y sus personajes, adquieren esa aura de misterio, magnetismo y humanidad, en un mundo cada vez más pequeño, vulgar y vacío, que ya no solo ha oscurecido las relaciones humanas en pos al mercantilismo, sino que además, nos ha convertido en meros consumidores que todo lo compramos y lo fundimos, como si no hubiera un mañana, resultan relevantes las secuencia nocturnas con toda esa fiesta descontrolada de despedidas de solteras y gentes que lo venden todo, mientras Peter, con rostro acontecido y deambulando como alguien que le cuesta creerse esa idea de paraíso terrenal, pero que todo lo que ve, y esa idea de paraíso, le resulta triste y desoladora. Quizás, Peter y Alex, no solo tienen una oportunidad, sin esperarla, y mucho menos pedirla, sino que han encontrado a alguien, a alguien a quién mirarse sin acritud, un reflejo que no sabían que existía, y mucho menos en una ciudad como Benidorm. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Cartas mojadas, de Paula Palacios

LOS INVISIBLES DEL MEDITERRÁNEO.

“Huimos de una guerra, y nos encontramos con otra en el mar”

Desde que en 2015 estallará la crisis descontrolada de inmigrantes que se lanzaban al mediterráneo, intentando llegar a Europa, utilizando travesías difíciles, y llenas de peligros que costaban la vida de muchos, muchas cámaras se fueron a documentarlo, generando una gran cantidad de trabajos sobre la tragedia de los inmigrantes muertos en el mediterráneo, desde miradas, ángulos y puntos de vista diferentes, quizás faltaba uno que introdujera el elemento humano, el que se sube a bordo de los barcos, y registra la cotidianidad, lo que sucede en su interior de forma sincera y veraz. En Cartas mojadas, de la española Paula Palacios, cumple esa función, de mirar de frente, de filmar los rostros y los cuerpos del mediterráneo, hablando de todo, del inicio del viaje, de todo lo que dejan, las travesías, y los destinos. Un relato que va desde lo más íntimo, a lo más general, deteniéndose en todos las miradas y sentimientos, y no solo muestra lo que sucede en el mar, sino va más allá, dirigiéndose a esos lugares donde van a parar los inmigrantes cuando supera la barrera del mar, mostrándonos las diferentes realidades con las que se encuentran, y todo nos lo cuentan, de forma humanista, rigurosa y sensible. Palacios ha producido y dirigido más de veinticinco documentales para televisión, donde prevalecen los temas sobre migración y mujer, haciendo hincapié en esa parte humana que se oculta con tantas cifras de fallecidos.

En Cartas mojadas, su primera película para cine, nos convoca en tres espacios. En el primero, iremos a bordo del barco humanitario “Open Arms”, en el que rescatarán del mar a más de medio millar de personas, personas que conoceremos y miraremos a sus rostros cansados, mientras la tripulación, intenta por todos los medios un puerto donde recalar. En el segundo espacio, nos llevarán a las calles de París, donde inmigrantes viven al raso, sin nada, en el que son expulsados por la policía. Y en el tercer espacio, nos subimos a bordo de una patrullera de guardacostas libio que, localiza embarcaciones y las devuelve a sitios como Libia, donde los inmigrantes son torturados y esclavizados. Tres miradas de la tragedia que se vive a diario en el mediterráneo, de todos los que sobreviven. Y todo ello, Palacios nos lo cuenta a través de una voz en off, de una niña ficticia que lee una carta de la madre, esas cartas mojadas que elude el título, todas esas cartas que no llegan a su destino, que se pierden bajo las aguas del mar, reivindicando a todos aquellos que mueren, víctimas invisibles de una política europea que ahoga a los países pobres e impide que sus habitantes lleguen a Europa, un continente demasiado ensimismado en su ombligo y en hacer dinero, que salvar vidas.

La película tiene una factura impecable, con esa luz que capta todos los elementos humanos y físicos de la película, una cinematografía que firman Taha Jawashi, Amine Belhouchat y Mikel Landa, que capta con mucho criterio y sobriedad la vida y la muerte del mediterráneo, bien acompañado de un montaje enérgico y brillante, obra de Virginie Véricourt, que sabe contarnos las diferentes realidades sin perder un ápice del contenido de la obra, y la excelente música de Mariano Marín (que muchos recordamos por las score de Tesis y Abre los ojos, entre muchas otras), una música afilada y oscura que describe el terror que muchos viven en su trágico viaje. Palacios ha construido una película de frente, sin recovecos ni sentimentalismos, muestra unas realidades tremendas, las que viven miles de personas que se lanzan al mar para huir de la guerra, la miseria, la violencia y la injusticia que se viven en sus países de origen, huyen de una guerra y se encuentran con otra, la que sufren en el mar, la de aquellos que los rechazan y les impiden llegar a un lugar mejor del que huyen.

Un relato triste y lleno de rabia, desesperanzador y durísimo, que la película consigue mostrar con el equilibrio adecuado, entre esa cercanía para que podamos empatizar con sus imágenes, pero también, la suficiente distancia para la reflexión necesaria, que nos conmovamos con unas imágenes terribles, pero sin caer en la lágrima, sino explorando unas realidades que no acostumbran a mostrarse en los informativos occidentales, siempre tapadas con cifras que no describen el inmenso drama para tantas personas. La película se lanza al vacío, muestra y provoca la reflexión y el pensamiento en los espectadores, sin caer en la superficialidad de otras producciones, aquí no hay épica ni heroísmo, solo unas personas que intentan salvar a otras, personas que actúan con conciencia ante la tragedia del otro, ante la impasibilidad de sus países, y no miran hacia otro lado como hace la mayoría, materializan su ayuda, subiéndose a un barco, enfrentándose a todas las autoridades y trabajando por salvar vidas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA


<p><a href=”https://vimeo.com/392949016″>CARTAS MOJADAS – TRAILER stereo VOST</a> from <a href=”https://vimeo.com/moradafilms”>MORADA FILMS</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Elisa y Marcela, de Isabel Coixet

HE SOÑADO CONTIGO.

“No busques por qué, en el amor no hay por qué, no hay razón, no hay explicación, no hay solución”.

Anaïs Nin

Las mujeres que pueblan el universo cinematográfico de Isabel Coixet (Barcelona, 1960) son mujeres decididas, fuertes y con coraje, no se amilanan frente a la adversidad, frente a los prejuicios sociales, frente a aquellos que harán lo imposible para impedir sus deseos, ilusiones y sueños. Mujeres que se ponen en pie y luchan encarnizadamente contra el poder establecido, contra la injusticia, para hacer valer aquello en lo creen, en lo que consideran justo, en lo que se sienten. Muchos recordaréis a la Ann de Mi vida sin mí, que hizo lo indecible para dejar bien a su familia cuando ella no estuviera, o la mujer solitaria que se enfrentaba a su pasado y a su dolor en La vida secreta de las palabras, o Consuelo Castillo que luchaba contra su amor y su enfermedad en Elegy, o Wendy, la neoyorquina que empezaba de nuevo a vivir después de su divorcio en Aprendiendo a conducir, o Josephine Peary, la aventurera que se enfrentaba al frío esquimal y todo en su contra para reunirse con su marido, y finalmente, Florence Green, la solitaria y decidida emprendedora que luchaba contra todos para abrir su librería en el ambiente más hostil en La librería. Coixet lleva más de tres décadas contándonos historias, en sus trece películas de ficción, amén de un buen puñado de documentales de contenido social y político.

En sus ficciones, sus historias giran en torno a mujeres de toda clase social, tiempo, carácter y deseo, como lo son sus nuevas heroínas, Elisa y Marcela, las primeras mujeres que contrajeron matrimonio en España, Elisa vive en un colegio de monjas que dirige su tía, en cambio, Marcela, junto a sus padres, en la Galicia de finales del XIX, más concretamente la de 1898, esa Galicia de gran devoción religiosa, prejuicios sociales, e implacable contra todo aquello que sea diferente, libre o alejado de lo establecido o convencional, también, la otra Galicia, la de Emilia Pardo Bazán, como su libro La cuestión palpitante, que le regalará Elisa a Marcela. Ya desde el plano inicial, en el que vemos la imagen de Elisa de espaldas a nosotros, en el que se va superponiendo la imagen, también de espaldas, de Marcela, mientras escuchamos la voz de Elisa explicando lo que siente y todo aquello que se interpone entre sus sentimientos y aquello que se impone, esa sociedad religiosa, oscura e inquisitoria.

La primera parte, Coixet nos habla del nacimiento del amor entre las dos mujeres, entre los corredores de la escuela, entre la lluvia incesante que moja las calles empedradas, entre atardeceres bañándose en los riachuelos cerca de la playa, mirándose, tocándose, jugando, riendo, y sobre todo, empezando a sentir la una por la otra, sintiéndose libres en un mundo tan ajeno a ellas, tan hostil, como nos irá recordando la magnífica forma de Coixet, con esos barrotes constantes que aparecen entre ellas, incluso los tentáculos del pulpo, que se cuelan en el encuadre escenificando esa cárcel en la que viven las dos jóvenes y a la que deberán enfrentarse más adelante cuando su amor se consuma. Cuando escenifican su amor y se casan, haciéndose Elisa pasar por hombre, tres años más tarde, en la Galicia rural de 1901, empezarán sus problemas cuando ley religiosa destapa el engaño, las mujeres huirán y serán apresadas en la localidad de Oporto, en la vecina Portugal, allí son encarceladas y descubriremos el embarazo de Marcela.

La cineasta catalana envuelve su relato en un primoroso y apabullante blanco y negro cinematografiado por Jennifer Cox (que ya había trabajado con la cineasta en el documental El espíritu del tiempo, sobre el trabajo del artista chino Cai Guo-Quiang en el Museo del Prado) con ese juego de sombras, propio del expresionismo alemán, o esas luces mortecinas para dar calidez y negrura a esos interiores, con el exquisito montaje de Bernat Aragonés, que ya estuvo en La librería, ayuda a contarnos con ritmo y pasión un relato que se va a los 124 minutos, quizás el ritmo se resienta durante la segunda parte cuando las mujeres viven en la cárcel, aunque la aparición de la subtrama del alcaide de la prisión y su mujer, alienta convincentemente el relato, cuando la cárcel de Portugal escenifica la libertad de la que no tienen en el exterior. Coixet nos habla de un amor puro, libre a pesar de los pesares, y muy sentido, protagonizado por dos mujeres, dos almas libres, dos mujeres cultas, que ejercen la docencia, que sienten el amor que se procesan como un compromiso tanto personal como íntimo, como las maravillosas secuencias eróticas, elegantemente bien filmadas, con ese toque de surrealismo como el instante con el pulpo, ahora ya no representa la cárcel, sino el erotismo libre y sin ataduras, o ese otro momento con las algas, donde los cuerpos de las mujeres desnudos se aman, se entrecruzan y sienten la libertad de amarse y experimentar sus deseos alejadas del alcance de esas miradas inquisitorias y malvadas de ese pueblo ignorante, rudo y sometido por los poderes fácticos como el gobierno de turno conservador y la iglesia.

Un reparto que brilla a la altura del relato como Natalia de Molina que da vida a Elisa, creciendo mucho en cada película y demostrando toda su valía, junto a Greta Fernández que interpreta a Marcela, cum laude que después de algunos breves papeles aquí se despega como una de las grandes actrices jóvenes del momento, y esos secundarios como Francesc Orella y María Pujalte, como los padres de Marcela, dejando claro el machismo y la intransigencia del padre y el sometimiento y servilismo de la madre, aunque hay momentos de respiro leyendo a escondidas, Tamar Novas como el joven pretendiente de Marcela, hombre rural de gran hombría, rudo y de carácter. Manolo Solo como Alcaide de la prisión de Oporto, que se sensibiliza con la causa de las mujeres y les comprende, junto a su mujer negra, y finalmente, Lluís Homar como gobernador en una breve secuencia, que deja claro la animadversión hacia sus vecinos. Coixet ha hecho una película necesaria, valiente y comprometida, que gustará más o menos, pero es indudable su generosidad y aplomo para contarnos con astucia y sensibilidad esta historia de amor libre, que desafió los cánones conservadores de la época para ser libres, para amarse sin reservas, para sentirse todo, disfrutando de sus cuerpos, su deseo y su erotismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La librería, de Isabel Coixet

EL CORAJE DE UNA MUJER.

“Un buen libro es la preciosa sangre que da vida al espíritu maestro, embalsamado y atesorado para preservarse más allá de la vida, y como tal, es sin duda un bien necesario.”

Penelope Fitzgerald

Después de la experiencia que supuso la dirección de Spain in a day, donde Isabel Coixet (Barcelona, 1960) se enfrentó a más de 2000 videos enviados por gente anónima, que finalmente quedaron en 564 pequeñas historias que daban buena cuenta de las reflexiones y experiencias de la gente de este país. La directora catalana vuelve a su cine, y lo hace con uno de sus personajes femeninos más enteros, audaces y maravillosos, filmando la aventura de Florence Green, una viuda que vive en un pequeño pueblo de pescadores que, tiene la intención de abrir una librería, nacida de la novela “The bookshop”, de Penelope Fitzgerald.  Florence es idealista, perseverante, resistente y dulce, es una mujer valiente y tenaz, que cree en su empresa y tirará hacia delante a pesar de la oposición de los “señores del lugar”. Primero su banquero, uno de esos tipos impertinentes y estúpidos, que mantienen su negocio en base al miedo y una idea conservadora e inamovible ante las nuevas propuestas. También, encontrará una terrible respuesta en la Mrs. Gamart, la rica del lugar, que debido a la envidia que le corroe, y esa falsa moral que la corrompe, hará lo imposible para naufragar la idea de Florence, moviendo tierra, mar y aire, y algún que otro pariente politicucho de tres al cuarto que se moverá raudo para entorpecer legalmente los planes de Florence.

Aunque, entre tanta oposición saldrá un poco de luz en la figura de Mr. Brundisch, un hidalgo oculto en su mansión, de singular existencia, que alimentará las fantasías sobre su existencia entre los lugareños, y no dudará en aliarse con Florence debido a su voraz lectura de libros, y sobre todo, la admiración y coraje que le seducen de la librera. Coixet nos sitúa a finales de los 50, en ese mundo de posguerra, en un paisaje cerrado y conservador, y poco amigo de la innovación y los cambios. Un pueblo anclado en las viejas tradiciones y en esa malsana envidia y moralidad que pasean cada vez que alguien profana su mundo, o aquello que sienten como suyo, como el viejo edificio, que lleva siglos cerrado y olvidado, pero que los alerta, porque alguien, alguien como Florence, decide darle vida, limpiar su polvo, quitar su moho, y abrir una tienda de libros, de ventanas abiertas al mundo, de viajes hacia otros lugares, acompañados de otras gentes, gracias a otras miradas, y a otras ideas y experiencias (como ese instante cuando el quijotesco Mr. Brundisch descubre la literatura de Ray Bradbury y demanda sus libros, al igual que ese niño que acaba de saborear por primera vez sus caramelos que se convertirán en sus favoritos).

Coixet construye una mujer inquieta y luchadora, pero también, solitaria, fiel amante de la vida, de la naturaleza, y los libros, que aquí, se convierten, no sólo en el objeto de disputa, sino en aquello que supone cambios y renovaciones en la anticuada y falsedad del ambiente burgués del pueblo. Coixet realiza una película bellísima, conmovedora y elegante (la mirada de su cinematógrafo Jean-Claude Larrieu, tiene mucho que ver, habitual de la directora desde Mi vida sin mí, exceptuando alguna película) con esos encuadres y secuencias de gran factura técnica que, nos agarran sutilmente envolviéndonos en este relato sobre los sueños frustrados, las ilusiones perdidas, y la tenacidad que nos ayuda a salvarnos y a derribar esos muros que se abren a nuestro paso. Florence es una heroína cotidiana, convertida en una enemiga del poder establecido, a su pesar, que no busca guerra aunque se la declaren, sólo quiere abrir una librería para vender historias que hagan soñar y vivir a los demás, que alivien esas existencias tan rutinarias y aburridas en las que se encuentran.

La realizadora catalana nos vuelve a fascinar con su innegable astucia e intuición, y nos regala otro personaje femenino maravilloso que, se mueve entre dudas y desilusiones, pero que agarra con fuerza su sueño y lo sigue con perseverancia, a pesar de todos los obstáculos sociales, físicos y emocionales con los que se encuentra, como la Josephine Peary de Nadie quiere la noche, que se adentra en lo desconocido y sigue en pie, o la Wendy de Aprendiendo a conducir que, emprende una aventura difícil para ella con el propósito de reinventarse a sí misma, o la Consuelo Castillo de Elegy que, afronta su enfermedad y el amor que siente a pesar de su entorno, y finalmente, la Ann de Mi vida sin mí que, se enfrenta a su despedida a través de una entereza encomiable. Mujeres valientes, fuertes e idealistas que, no sólo se enfrentan a un escenario hostil que lucha contra ellas, sino que deben profundizar en su interior para conocerse a sí mismas y sentir la energía que desconocen y sacarla a relucir como medio de supervivencia.

Coixet cimenta su aventura cotidiana desde la esmerada y detallista construcción de personajes empezando por la sorprendente y sutil Emily Mortimer que da vida a Florence, logrando esos matices y gestos que hacen de la librera un personaje desubicado en un ambiente extraño y complejo, pero que no cejará en su empeño, frente a ella, su “enemiga”, una Patricia Clarkson (cómplice de la directora) que hace una interpretación poderosa y ejemplar de la desagradable e hipócrita Mr. Gamart, y finalmente, y como contrapunto a la trama, aparece la figura de Mr. Brundish, al que da vida el siempre eficaz y elegante Bill Nighy, en un personaje quijotesco, solitario y fantasmal, pero que oculta una conmovedora humanidad. Coixet ha hecho una película maravillosa, con ese ritmo cadente que nos va atrapando suavemente, como las tardes de lluvia, o esa brizna de aire que mueve la hierba a finales de otoño, o los frescos amaneceres después de las noches de tormenta, o los paseos al atardeceer por la playa, o aquellas mañanas que acudes a tu librería porque esperas las cajas del repartidor que traen los ejemplares frescos de “Lolita”, de Nabokov. Momentos e instantes filmados con elegancia y suavidad, sin caer en el sentimentalismo, sino todo lo contrario, logrando conmover con la sutileza y el detalle concreto, en una película bandera que reivindica el poder inmenso de los libros, de la palabra escrita, del legado de la sabiduría, de interesar a los niños en descubrir las páginas de un libro, perderse en ese baúl inmenso que nunca encuentras su fondo, con múltiples capas, ventanas, mundos y universos.

 

Entrevista a Belén Funes

Entrevista a Belén Funes, directora de “Sara a la fuga”. El encuentro tuvo lugar el jueves 22 de septiembre de 2016 en la sede de Miss Wasabi Films en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Belén Fundes, por su tiempo, generosidad, y cariño, a Pablo Menéndez de Marvin&Wayne Short Film Distribution, por su amabilidad, paciencia y cariño, y a Carla Sospedra (Productora de la película), por su generosidad y cariño, y tener el detalle de tomar la fotografía que ilustra esta publicación.

Sara a la fuga, de Belén Funes

sara_a_la_fuga_s-834281595-largeNADIE ME QUIERE.

La película se abre de forma sencilla y de manera esclarecedora de todo el sentimiento que recorre a la protagonista. Al atardecer, vemos a una niña saltando por una ventana y adentrarse por un camino rodeado de árboles, llega a un edificio y toca al interfono, luego entra en un bar y pregunta por su padre, no hay rastro de él, luego la vemos corriendo seguido de dos vigilantes y es atrapada. La vida de Sara es ésta, una huida constante e inútil, una huida de sí misma, de su vida o lo que queda de ella, volviendo a lo que fue su casa, pero ya no lo es, volviendo a una vida que echa de menos, pero que ya no es, no existe, ahora su vida, en ese tránsito sin fondo que asfixia y agobia no tiene lugar, no tiene un sitio, le falta un hogar, el centro de acogida en el que vive no es su casa, ella no lo ve así. Una vida errante, en la que siente una profunda soledad, que la ahoga, porque no tiene a nadie, ni a ese padre ausente, al que solo escuchamos, al que le dice que tiene muchas ganas de verla, pero que nunca llega ese momento, a tantos momentos rotos antes de empezar a vivirlos, a tantas promesas inútiles, a tantas palabras vacías, a tantos puntos suspensivos… Así es la vida de Sara, una más entre mil, pero no como las demás.

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La primera película corta de Belén Funes (Barcelona, 1984) viene después de graduarse en la ESCAC en dirección, de haber estudiado guión en la prestigiosa escuela de San Antonio de Los Baños (Cuba) y haber participado como script y departamentos de dirección en un buen puñado de películas interesantes como Tres dies amb la familia, Blog, Animals o la reciente María (y los demás), todos ellos talentos surgidos de la ESCAC. Su película está construida a través de la mirada de Sara, de su desaliento, de su manera de moverse, que se desplaza, casi por inercia, una niña adolescente que parece que nada le afecta, que parece que se ha acostumbrado a esa vida, o a esa huida en la que se convertido su existencia, no siente que sea de nada ni nadie, está cansada de todo, de lamentar una vida que tuvo y ya no tiene, de seguir hacia los lados, porque ya hace tiempo que dejó de creer en ir hacia delante, de sentir que está sola y sin nadie.

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Funes plantea una película honesta y directa, casi no nos movemos de las cuatro paredes del centro, la música que escuchamos es diegética (un par de temas bailables que escupe el ordenador) y algún tema que acompaña a Sara o la sombra de ella, un guión incisivo (coescrito con Marçal Cebrian, que también estará en su próximo proyecto) creado a partir de los vacíos y la desnudez del espacio de Sara, un lugar de tránsito, de espera, de estar sin querer estar, de querer estar en otro lugar, con la familia o aquellos que te quieren o al menos es en lo que desean o sueñan las que allí se encuentran. La luz tenue y de penumbra, esas horas de transición en las que se va el día y todavía no ha aparecido la oscuridad, con la que está dibujada la película, obra de Neus Ollé (habitual de Mar Coll) construyen una atmósfera densa, cerrada de difícil escapatoria, con la producción de Carla Sospedra (colaboradora de Isabel Coixet) en una película que necesitó la aportación desinteresada de un nutrido grupo de mecenas para finalizar el proyecto, y las interesantes aportaciones en arte de Marta Bacazo (que ha trabajo con Icíar Bollaín o Roger Gual) y la directora Nely Reguera en labores de script.

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El montaje de Bernat Aragonés (con experiencia con Coixet, que actúa como productora ejecutiva del corto, y en series) cortante y ágil contribuyen a crear esa vida sin vida, ese momento de Sara que vive en silencio la pérdida, el dolor que le produce su vida, o su no vida. Una película de 18 minutos intensos y brutales, que nos desnuda emocionalmente, sin maniqueos y sensiblerías, sino de frente, mirándonos a la cara, sin adornos ni florituras, emocionándonos sin pretenderlo, mostrando una realidad social tan cercana que duele, acercándose a ese realismo del cine neorrealista que dejó paso al cine de los sesenta que creció con Truffaut, y Pialat y sus obras sobre menores en huida, o el Free Cinema, que mostraba una realidad sobria y sin concesiones, un cine que heredan los Dardenne y cierto cine actual próximo a la realidad más cercana y dolorosa. Otro de los grandes aciertos de la película corta es la protagonista Dunia Mourad que, apenas sin palabras, construye un personaje complejo y seco, alguien roto y despedazado emocionalmente, alguien que le han prometido demasiadas cosas que no han cumplido, una niña que ya ha vivido demasiado dolor pese a su corta edad, alguien que escucha una voz, la de su padre (interpetada por Eduard Fernández)  que ya no parece real, que parece una ilusión, un espejismo, porque Sara ya no se la cree, Sara se encuentra en el difícil proceso de asumir su soledad, su huida hacia donde, hacia ese lugar donde estar mejor, un lugar que ahora ya no existe, solo en recuerdos.


<p><a href=”https://vimeo.com/147713388″>Sara a la Fuga (Trailer)</a> from <a href=”https://vimeo.com/user7312231″>belen funes</a> on <a href=”https://vimeo.com”>Vimeo</a&gt;.</p>

Encuentro con Isabel Coixet

Encuentro con la cineasta Isabel Coixet, con motivo de la programación en la Filmoteca de Catalunya de la retrospectiva íntegra de su obra, y el ciclo Dones (Bastant) perdudes, elegido por ella. El evento tuvo lugar el lunes 11 de enero de 2016, en la cafetería de la Filmoteca de Cataluña.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Isabel Coixet, por su tiempo, conocimiento y sabiduría, y a Pilar García de Comunicación de la Filmoteca, y a Sandra Ejarque de Vasaver, por su paciencia, amabilidad y cariño.

Aprendiendo a conducir, de Isabel Coixet

7zryOagCOGER LAS RIENDAS

La directora barcelonesa Isabel Coixet, nacida en 1960, ya ha pasado de la decena de títulos en su filmografía, a parte de alguna que otra incursión en el cine documental, su cine se ha posado en relatos que se originan a partir de una situación dramática, que acarrean duramente dos personajes, un hombre y una mujer. A pesar de haber debutado con Demasiado viejo para morir joven  (1989), de resultados poco satisfactorios, será con su segunda película Cosas que nunca te dije (1996), rodada en inglés y con actores norteamericanos, y con un presupuesto independiente, que la revelará como una cineasta sumamente interesante con una voz propia que escarbaba en las emociones más profundas a partir de historias melodramáticas. En la misma línea rueda A los que aman (1998), ésta rodada en España y en castellano, le siguen Mi vida sin mí (2003), La vida secreta de las palabras (2005), la fallida Mapa de los sonidos de Tokio  (2009), en el 2013 vuelve a España y con dos actores filma la durísima  Ayer no termina nunca, luego se acerca al género de terror en Mi otro yo (2014).

En el año 2008, y basada en la novela de Philip Roth, Coixet rueda Elegy, con Penélope Cruz y Ben Kingsley, sobre la relación sentimental de un sesentón y su alumna. Rescatando a dos intérpretes de aquel filme, el citado Kingsley y Patricia Clarkson, y con Manhattan de escenario, la directora se mete de lleno en un guión firmado por Sarah Kernochan, un texto basado en la historia real de la escritora del New Yorker Katha Pollit, que vivió un suceso parecido al que relata la cinta. A saber, Wendy, una escritora de New York acaba de ser abandonada por su marido que se ha ido con otra más joven, a partir de ese instante, y con el agravante de no disponer de vehículo propio para visitar a su única hija que se ha trasladado a las fueras, decide sacarse el carnet de conducir, su profesor es Darwan, un refugiado político hindú de la casta sij, que además trabaja de taxista. Si bien la película parte de una situación dramática, como nos tenía acostumbrados el cine de Coixet, aquí la historia se desarrolla por otros derroteros, el tono es de comedia romántica, nos cuecen la relación de dos supervivientes, dos almas perdidas que tienen que afrontar los duros golpes de la existencia y tirar pa’lante.

Coixet no cae en la lágrima fácil ni en el parternalismo, consigue en buena parte de la película crear un ambiente de comedia ligera con esos toques de negrura que le vienen como anillo al dedo, introduce los momentos de tensión, y también los gags humorísticos de forma brillante, quizás el único pero de la trama, es no haber sacado más provecho de los dos personajes, se echa en falta algo de más complejidad e incorrección, aunque el excelente trabajo de la pareja protagonista, auténticos talentos de la actuación, mantienen con dignidad y humanidad sus dos personajes. A destacar la presencia de Thelma Schoonmaker en labores de montaje, colaboradora habitual de Scorsese. Una cinta de segundas oportunidades, sobre la amistad que nace desde el corazón, desde la diferencia que nos acerca más de lo que pensamos, de lo iguales y diferentes que somos los unos y los otros, de sentir que la vida es una carrera de obstáculos y problemas, y en tratar con estos alcanzamos lo que somos, y sobre todo, sentirnos bien con nosotros mismos.