Entrevista a Vincent Pérez

Entrevista a Vincent Pérez, coguionista, actor y director de la película «El profesor de esgrima», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el sábado 20 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vincent Pérez, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El profesor de esgrima, de Vincent Pérez

ÉRASE UNA VEZ EN FRANCIA EN 1887… 

“El honor de un hombre no está en mano de los demás; está en nosotros mismos y no en la opinión pública. No se defiende con la espada ni con el escudo, sino con una vida íntegra e intachable”. 

Jean-Jacques Rousseau

Al magnífico actor francés Vincent Pérez (Lausana, Suiza, 1964), lo conocíamos por su extensa filmografía con más de 80 títulos al lado de grandes cineastas como Scola, Antonioni, Wenders, Raoul Ruiz, Polanski, Beresford, entre muchos otros. En la década de los noventa alcanzó su cénit con tres monumentos al cine como Cyrano de Bergerac (1990), de Jean-Paul Rappeneau, Indochina (1993), de Régis Wargnier y La reina Margot (1994), de Patrice Chéreau. Tres grandes producciones históricas que cosecharon grandes críticas y premios y lo encumbraron al estrellato de la cinematografía francesa. Mucho del espíritu de las citadas se encuentra en su tercer largometraje como director El profesor de esgrima (en el original “Une affaire d’honneur”), por varios motivos: Es una película histórica, ambientada en el París de 1887, con la marca del cine francés en este tipo de cintas, donde cada detalle y elemento están muy bien cuidados. Cuenta una historia de personajes cercanos y complejos, y además, la trama es sencilla y directa, recogiendo muy bien los convulsos años de finales del siglo XIX. 

La historia nace a partir de un guion escrito por Karine Silla (que trabajó con el director en su primer trabajo Peau d’argo en 2002), nos cuenta una rivalidad que se genera a través del duelo fratricida entre el sobrino de Clément Lacaze, un venerado maestro de armas, y el arrogante coronel Louis Berchère, y por otro lado, tenemos a madame Marie-Rose Astié de Valsayre, feminista y activista por los inexistentes derechos de las mujeres, que se pone firme contra Ferdinand Massat, redactor jefe de un diario que calumnia constantemente a la citada dama. Dos historias en una. Dos tramas que convergen en una, en la estrecha relación de Lacaze y Astié de Valsayre, ya que uno prepara a la mujer en su duelo. Es la trama de cuatro duelos totalmente diferentes: con sable, con pistolas, con florete, y el último, con espada y a caballo. Pérez ha pasado como director por el drama a lo amour fou en su primera película, después en El secreto (2007), el thriller tomó el mando, y en su tercera cinta Cartas de Berlín (2016), ambientada en la mencionada alemana en 1940 se decantó por el drama. En El profesor de esgrima se aventura por un sólido drama histórico en el que reúne muchos de los temas y géneros de sus anteriores películas. 

Un gran plantel técnico empezando por la excelente cinematografía de Lucie Baudinaud, de la que vimos Olga (2021), de Elie Grappe, construyendo una película narrativamente extraordinaria, donde cada luz y cada textura está al servicio de la historia, dotando a la historia de todos las complejidades de una Francia traumatizada por las secuelas de la guerra y donde las mujeres carecían de derechos esenciales. La abrumadora música del dúo de hermanos Evgueni y Sacha Galperini, que son unos perfectos acompañantes para ir generando toda esa dualidad que se va creando entre los diferentes conflictos de los personajes, además de insuflar ese halo romántico e histórico que necesitaba una película de estas características. El gran trabajo de montaje de concisión y sobriedad de Sylvie Lager, que tiene en su filmografía nombres como los de Claude Berri, François Dupeyron y Dómik Moll, entre otros. Amén de los equipos de vestuario, arte y caracterización que vuelven a situar a una película como El maestro de esgrima  entre los grandes títulos franceses en lo que se refiere a recreación histórica, tan difícil porque se ha de recoger una atmósfera específica sin caer en la manida belleza y pulcritud. 

Como no podía ser menos el plantel artístico es de una excelencia alucinante capitaneado por el maravilloso Roschdy Zem, que gran actor, interpretando a Clément Lacaze, dándole todos los matices y detalles de un militar cansado de tanta guerra y tanta estupidez que se ve involucrado, muy a su pesar en un duelo peligroso. A su lado, la fantástica Doria Tillier, vista en películas de Nicolas Bedos, entre otros, es la encargada de construir a Marie-Rose Astié de Valsayre, un mujer de armas tomar, y nunca mejor dicho, que lucha por los derechos de las mujeres, incansable, con carácter y recta en un mundo dominado por hombres machistas y conservadores. Luego, tenemos a un reparto que brilla con intensidad empezando por Guillaume Galliene, un actor con más de 40 títulos en su carrera con diversos y estupendos cineastas, que hace del lugarteniente y hermano del citado Lacaze, tan sobrio y tan natural, el siempre elegante Damien Bonnard es Ferdinand Massat que se enfrenta a la madame, siendo esos tipos lameculos del poder a través de su diario, y por último, el propio Pérez que es el antipático Berchère, el militar condecorado que sigue creyendo que está en el campo de batalla. 

Si les gusta el cine histórico y más concretamente, el francés, y no lo digo porque sí, sino porque es un cine que reconstruye con rigor exquisito todos los contrastes y complejidades de épocas muy importantes de la historia de su país. En El maestro de esgrima nos trasladan al París de finales del XIX, en una Francia abocada a guerras inútiles que dejaban miles de muertos, y en el que todavía todas las personas no disponían de los mismos derechos, en especial, a las mujeres que se las trataba de personas supeditadas al hombre. Un país que prohibía terminantemente los duelos y aún así, como suele pasar en estos casos, se sucedían por cuestiones de honor, por asuntos de honor, como reza el título original de la película. Tiene mucho del aroma de ese gran monumento al cine que es Los duelistas (1977), de Ridley Scott, en el que en los albores del XIX, dos oficiales napoleónicos se batían en un duelo enloquecido e infinito. No he visto las anteriores películas como director de Vincent Pérez pero en esta, nos ha convencido su buen hacer con un relato que no era nada fácil, porque maneja muchos elementos complicados, aunque se sirve de una sencilla y estupenda trama, que va de frente, sin alardes ni pericias narrativas y formales, sino tomando el ejemplo de los maestros con los que él trabajó como actor, recurriendo al clasicismo y sobre todo, introduciendo las reivindicaciones feministas, que eso la hace diferente a las demás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Anselm, de Wim Wenders

ANSELM SOBRE KIEFER. 

“Ruinas, para mí, son el principio. Con los escombros, se pueden construir nuevas ideas. Son símbolos de un principio”. 

Anselm Kiefer 

Del más de medio siglo que Wim Wenders (Düsseldorf, Alemania, 1945), ha dedicado a su gran pasión del cine nos ha regalado grandes obras de ficción como Alicia en las ciudades (1974), El amigo americano (1977), París, Texas (1984), El cielo sobre Berlín (1987), Tierra de abundancia (2004), hasta llegar a su última maravilla Perfect Days (2023). En el campo del documental tampoco se ha quedado corto en su brillantez como lo atestiguan magníficas películas como Tokio-Ga (1985), sobre las huellas de Yasujiro Ozo en la ciudad de sus películas, Buena Vista Club Social (1999), que describe unos ancianos músicos cubanos y su relación con Ry Cooder, en Pina (2011), filmaba en 3D un homenaje a la gran coreógrafa a partir de un espectáculo y el testimonio de sus colaboradores, y en La sal de la tierra (2014), codirige una aproximación a la figura del fotógrafo Sebastiâo Salgado. Con Anselm vuelve al retrato fílmico construyendo una bellísima y profunda película sobre uno de los artistas más transgresores y brillantes del último medio siglo. 

Resulta revelador el arranque de la película con Kiefer subido a una bicicleta mientras pasea por los pasillos y espacios de su gran taller-almacén donde trabaja y deposita sus grandes obras: pinturas, esculturas y toda clase de objetos se amontonan en un orden preciso y muy detallado donde vemos las herramientas de trabajo e infinidad de objetos-materia prima y demás piezas de todo tipo, tamaño, textura y demás. El director alemán no se nutre esta vez de testimonios, todo lo contrario, aquí escuchamos a hablar al artista, en los que repasa sus comienzos, sus trabajos, sus almacenes y el impacto o no de sus obras, relacionándolas entre sí, contextualizando cada una de ellas, acompañadas de calculadas imágenes de archivo que ayudan a ilustrar todo el relato. La película se adapta al personaje, y no lo hace para embellecerlo sin más, sino que hay un recorrido de verdad, es decir, de forma muy íntima, alejada de los focos, y capturando lo humano por encima de todo, sin caer en la sensiblería ni en la película del fan. Wenders es el primer admirador de Kiefer, y acoge su cámara a la mirada del observador que está fascinado por una obra capital, una obra gigantesca en todos los sentidos, una obra política que ha querido ser testigo de su tiempo y también de ese oscuro pasado nazi del país en el que ha crecido. 

Para ello, se ha relacionado con cómplices como el cinematógrafo Franz Lustig, que ya hecho cinco películas con el cineasta alemán, que ha vuelto a rodar en 3D (aunque la versión que vi es la 2D), imprimiendo esa cámara que no sólo registra, sino que se convierte en un espectador inquieto, altamente curioso y reflexivo. La música de Leonard KüBner capta con atención y detalle toda la singular obra de Kiefer, así como sus tiempos, sus texturas, sus complejidades y sus posicionamientos políticos y sociales. El sonido de Régis Muller, que ya estuvo en la citada La sal de la tierra, ejemplar y fundamental para adentrarse en la obra de Kiefer y captar toda la fusión que existe en su trabajo. El montaje de Maxine Goedicke, también en La sal de la tierra, en sus intensos 93 minutos de metraje, y anda fáciles, por el hecho de recorrer toda la vida y obra de un artista tremendamente inquieto y consumado trabajador que ha tocado tantos palos no sólo la pintura, la escultura, la ilustración y las visuales, añadía una dificultad grande porque había que contar muchas cosas y hacerlo de forma singular, nada aburrida y encima generar interés a todos aquellos espectadores que no conocían la obra del artista (como es mi caso), y han construido una cinta espectacular, tanto en su forma como en su relato, sin embellecer ni adular en absoluto. 

Menudo año de Wenders  en el que se ha despachado con dos grandes obras como la mencionada Perfect Days, en el campo de la ficción, y con Anselm, no iba a ser menos en el terreno del documental. Dos bellísimas obras sobre la capacidad del ser humano de encontrar su lugar en el mundo siendo lo que quiere ser, es decir, siendo fiel así mismo, sin importar lo que el resto quiera o opine. Dos obras que nos hablan sobre la libertad, y el derecho que tenemos todos los seres humanos, eso sí, cuando nos dejan las leyes estúpidas y convencionalismos, de ser libres, de encontrar ese lugar en el mundo e instante en la existencia de estar bien con tu entorno y contigo mismo. Anselm nos devuelve al mejor Wenders, en un viaje extraordinario que retrata de forma íntima y profunda al hombre y al artista y a su obra, y sus circunstancias, en una película que se ve con muchísimo interés independiente que el espectador tenga o no interés en el trabajo de Kiefer, porque la película a modo de investigación y análisis propone un increíble viaje al alma de un hombre y artista haciendo un recorrido exhaustivo y nada convencional, con múltiples saltos en el tiempo y en la historia. No se la pierdan y podrán ver todo lo que les digo y no lo hagan con prisas, porque la película quiere que seamos observadores inquietos y muy curiosos, pero con pausa y en silencio. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Solo para mí, de Valérie Donzelli

LA TIRANÍA DEL AMOR. 

“Los celos no son corrientemente más que una inquieta tiranía aplicada a los asuntos del amor”. 

Marcel Proust

Si a todos los amantes del cine nos preguntan por una película que trate con mayor profundidad y complejidad el tema de los celos, nos viene a la cabeza instantáneamente Él (1953), de Luis Buñuel. Su protagonista Francisco Galván de Montemayor es un ser enfermizo, posesivo y violento. Un tipo que no está muy lejos de Grégoire Lamoureux, el marido celoso de Blanche Renard en Solo para mí (del original “L’amour et les forêts”, traducido como “Amor y bosques”), de Valérie Donzelli (Épinal, Francia, 1973), de la que nos entusiasmó Declaración de guerra (2011), coprotagonizada por ella misma, en la que nos contaba la difícil experiencia de una pareja de su niño con cáncer. Ahora y partiendo de la novela homónima de Eric Reinhardt, con un guion coescrito junto a Audrey Diwan, la directora de la extraordinaria El acontecimiento (2021), en su séptimo largo se mete de lleno en el tema de los celos, la historia de un amor entre Blanche y Grégoire en el que todo parece ir bien hasta que una vez casados y con dos hijos, él empieza a comportarse de forma enfermiza y violenta. 

La historia está contada a través de un estupendo flashback, en el que la protagonista le relata a una abogada toda su historia. Una historia de amor, sí, pero un amor malo, enfermizo y de puro sometimiento. Nos presentan el relato a través de dos partes bien diferenciadas, el ascenso y caída de un amor, o mejor dicho, de una falsa idea del amor, porque al comienzo Grégoire sí que parece enamorado y trata muy bien a Blanche, poco a poco, la va aislando, primero de su familia, de su trabajo y comienza un control de todo: dinero, salidas y entradas, y demás aspectos. La película no nos habla de algo extraordinario, tampoco pone énfasis en las situaciones, porque la idea que quieren transmitir al espectador es la de naturalidad, no explicando un caso excepcional, sino una situación que nos podría ocurrir a cualquiera, porque todos somos o podemos ser en algún momento de nuestras vidas tanto Blanche como Grégoire. Nos presentan unos hechos muy desagradables de un esposo sometiendo y maltratando a su mujer. Un enfermo que no tiene límites, un narcisista en toda regla, alguien que ni quiere ni se quiere, y lo hace desde la más absoluta cotidianidad. De alguien con una buena posición económica y aparentemente, alguien muy normal. 

La parte técnica brilla enormemente con una excelente cinematografía de Laurent Tangy, que tiene en su haber al director Cédric Jimenez, especializado en thrillers llenos de tensión y sólidos, amén de su trabajo en la citada El acontecimiento, en un gran trabajo donde ese no amor se cuenta en forma de thriller cotidiano y doméstico, llenándolo de negrura y muchas sombras, así como la magnífica música de una leyenda como el músico libanés Gabriel Yared, con más de 100 títulos en su filmografía con cineastas de la categoría de Godard, Altman, Costa-Gavras, Minghella, Schlesinger, entre muchos otros. Una música que detalla con terror todas las oscuras emociones que se experimentan en la película. Un montaje que firma Pauline Gallard, que ha trabajado en todas las películas de Donzelli, lleno de ritmo, tensión y detalle que capta esta historia de amor y desamor, de luz e infierno, con esos potentes 105 minutos de metraje. Mención especial tienen la pareja de productores formada por Alice Girard y Edouard Well, que tienen en su haber películas con Haneke, Jacquot, Bonello, Noé y Ladj Ly, entre otros, amén de la mencionada El acontecimiento

La espectacular pareja protagonista está integrada por Virginie Efira y Melvil Poupaud, dos grandes de la interpretación francesa, que componen dos personajes muy cercanos, tan diferentes entre sí. Ella es la mujer enamorada que descubrirá que está casada con un enfermo, un narcisista y un celoso controlador y violento. Él es un pobre tipo lleno de dudas, miedos y complejidades que actúa de forma mala y amarga a su mujer. Un reparto lleno de rostros conocidos con breves presencias de Romane Bohringer, Virginie Ledoyen, Dominique Reymond y Marie Rivière, la inolvidable protagonista de El rayo verde, de Rohmer, entre otras. El reciente trabajo de Donzelli no es una película agradable y complaciente, sino todo lo contrario, cuenta hechos muy duros y terribles, pero no por eso se escuda en la complacencia, sino que lo cuenta todo desde la intimidad del hogar, desde los rostros y los cuerpos de sus protagonistas, y lo hace de forma veraz y desde las entrañas, sin caer en la sensiblería. Todo es relatado desde la verdad, desde el relato de una mujer que tiene miedo, que se siente en una puta cárcel sin salida, que intenta escapar pero no puede, desde el alma que sufre y no sabe qué hacer, porque estas situaciones desde fuera parecen muy sencillas de resolver, pero cuando se está viviendo, es otro cantar. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El monje y el rifle, de Pawo Choyning Dorji

¿QUÉ ES ESO DE LA DEMOCRACIA?. 

“La vida hay que tomarla con amor y con humor. Con amor para comprenderla y con  humor para soportarla”. 

Anónimo 

Con Lunana, un jak en la escuela (2019), ópera prima de Pawo Choyning Dorji (Darjeeling, India, 1983), se acercaba a la existencia de Ugyen, un joven profesor que sueña con ser cantante, cosa que no gusta a sus superiores que, como castigo, le envían a una aldea glaciar del Himalaya donde, sin recursos, debe dar clases a unos alumnos pobres muy entusiastas. Una cinta que nos hablaba de la bondad y la humanidad, donde se alababan las vidas sencillas y humildes y los tesoros del encuentro y la relación entre humanos de diferente clase social. Con El monje y el rifle, Dorji se adentra en un tono muy diferente, aunque no elude el buen interior de las gentes que retrata ni la diferencia de clases, pero esta vez basándose en un hecho real, cuando en 2006 en Bután, un pequeño reino que no llega al millón de habitantes, se instauró la democracia. Un cambio drástico para sus ciudadanos que deben aprender qué significa la democracia y cómo se practica. Una nueva forma de política que divide a las familias y genera tensiones y conflictos entre los diferentes vecinos. 

El director butanés usa la fábula y la comedia satírica cargada de un tono ligero e íntimo, situándonos en la ciudad de Ura, en la que confluyen varios personajes: un joven monje que busca un rifle para un lama viejo que lo necesita para una ceremonia, unos funcionarios del gobierno que llegan para explicar la democracia y cómo se practica, un matrimonio y su hija que se han distanciado con la madre de ella porque pertenecen a partidos políticos rivales que rivalizan en las inminentes primeras elecciones, y finalmente, la llegada de un estadounidense, coleccionista de armas, que pretende adquirir el citado rifle que perteneció a la Guerra civil norteamerican. Dentro de su ligereza y cercanía, la cinta consigue credibilidad e ironía para tratar temas profundos de la realidad y la cotidianidad de unos habitantes que, con la llegada de la democracia han experimentado problemas y diferencias que antes no tenían cuando el Rey gobernaba el pequeño país. El relato huye de la empatía directa y va construyendo con lo mínimo y natural, como ya hacía en la mencionada Lunana, un jak en la escuela, recorriendo sus impresionantes paisajes, y siguiendo las diferentes historias para ver todos los puntos de vista en litigio. 

Una cinematografía basada en recoger tanto el paisaje físico del lugar, tan bello como aislado, y el interior de los personajes, que firma Jigme Tenzing, que ya trabajó en la mencionada Lunana, un jak en la escuela, y la especial y delicada música de Frederic Alvarez que va tejiendo las diferentes relaciones y tensiones de los diferentes personajes, así como su pausado y tranquilo montaje de Hsiao-Yun Ku, que a través de un tono ligero y reposado va describiendo los lugares y sus protagonistas sin añadir ni disfrazar nada, retratando a unos individuos que hablan poco y miran mucho, en sus reflexivos 107 minutos de metraje. Dorji es un gran observador de su país y sus gentes como evidencia la elección del reparto, todos en su mayoría intérpretes no profesionales, como ya sucedía en su primera película, que consiguen una gran credibilidad y sintonía con todo lo que se cuenta y cómo se cuenta. El reparto coral son Tandil Wangchuk como joven monje, Kelsang Choejey es el lama anciano, Deki Lhamo, una actriz butanesa con 18 films en su filmografía es la mujer dividida entre el marido y su madre, Pema Zangpo Sherpa es una de las enviadas del gobierno, Tandil Sonam es el contacto del comprador de armas americano, Harry Einhorn es el comprador, Choeyong Jatsho es el que cede el rifle, Tandil Phubz es otro funcionario, Urgyen Dorji es un agente y finalmente, Yuphel Lhendup es una joven del lugar.

Una película como El monje y el rifle bebe de la sátira política a lo Sopa de ganso (1933), de Leo McCarey, o las comedias de humor negro de Berlanga-Azcona como Bienvenido Míster Marshall (1953), Plácido (1961), y La escopeta nacional (1978), en otro tono, por supuesto, pero con la misma idea de reflexionar sobre los choques de la vida moderna de unos aldeanos que han vivido en paz y armonía toda su vida, y ahora, con el descubrimiento de la democracia, cosa que aparentemente viene para que estén mejor, se consigue el efecto contrario: el de la tristeza por las tensiones políticas entre partidos rivales. Además, la película se centra en las peculiaridades de los entornos y sus costumbres y tradiciones espirituales donde la religión actúa como conexión entre los diferentes ciudadanos del lugar. Dorji describe con acierto, minuciosidad y detalle cada rincón de este pueblo que, podría ser cualquier rincón de otro país y las diferentes relaciones con la democracia, su significado y su implantación como forma de gobierno para mejorar las condiciones de vida de la gente, y algunas veces no es así, y su efectos se tornan contrarios a los deseos de los que presumiblemente iban a recibir mejoras, una contradicción en toda regla, una más, cuando se quiere imponer cosas a una población que no lo había pedido. Cosas que por desgracia, continuarán pasando, como bien se recordaba en el memorable final de la mencionada La escopeta nacionalJOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Simple como Sylvain, de Monia Chokri

SOPHIA Y ESO QUE LLAMAMOS AMOR.  

“El amor vive más de lo que da que de lo que recibe”. 

Concepción Arenal

La historia de Sophia y Xavier es la historia de muchas parejas. Una historia cómoda, tranquila, sin apenas sobresaltos, de comidas familiares, algo de sexo de tanto en tanto y una existencia aburguesada, de viajes y casas en el campo, y poco más. A su modo se quieren o creen que sí, porque con el tiempo se han convertido en dos personas que comparten muchas cosas pero no lo esencial, es decir, el amor que alguna vez puede que sintieran. Las circunstancias, por mucho que nos empeñemos en hacernos infelices, siempre hacen lo imposible para conducirnos, o al menos, pegarnos una torta para que despertemos y cambiemos nuestra rutina aburrida. En el caso de Sophia es Sylvain, un tipo que hará la reforma de su casa rural, alguien muy alejado de ella, básico y elemental, pero irresistible para alguien como ella, en una vida en suspenso, esperando su puesto de profesora de filosofía que no llega y un novio que ya no le pone nada. Sylvain es la antítesis de Xavier, una bomba sexual, un tipo normal pero alguien para sentirse deseada como hace tiempo no sentía. 

A Monia Chokri (Quebec, Canadá, 1982), la conocíamos por su exitosa carrera como actriz que le ha llevado a trabajar con lo más top de la cinematografía canadiense como Denys Arcand, Xavier Dolan y en películas como Falcon Lake (2022), de Charlotte Le Bon, entre otras, que compagina con sus trabajos como directora en La femme de mon frère (2019), Babysitter (2022), sendas comedias donde aborda la familia y sus peculiares circunstancias. En su tercer trabajo Simple como Sylvain aborda el amor, o quizás, podríamos decir el deseo y la pasión desbordada a través de la mencionada Sophia, una mujer que encuentra en Sylvain la historia sexual que tanto necesita. El tono sigue en la comedia, con algunos toques dramáticos, y nuevamente, la familia de unos y otros y los de más allá, como reflejo distorsionado de nuestros orígenes, de quiénes somos y porqué actuamos como lo hacemos. También se reflexiona sobre la condena de la convivencia y la cotidianidad como enemiga del amor, de la pasión, el sexo y todo lo demás. Una idea sobre los tiempos actuales, donde prima el éxito individual en lo profesional en contra de lo personal y el otro. La película habla de temas que nos tocan mucho, pero de forma ligera y sin dramatizar, aunque hay momentos muy complejos. 

Un relato contado con un ritmo acorde con la pasión sexual que vive la protagonista, a partir de una cinematografía precisa y transparente de André Turpin, que aparte de director ha trabajado en más de la treintena de títulos con nombres tan importantes como Denis Villeneuve, Louise Archambault y Xavier Dolan. Un gran montaje en una película nada fácil que se va a casi las dos horas de metraje, en la que sigue el amor frenético de Sophia, que firma la francesa Pauline Gaillard, que tiene una filmografía con grandes como Raymond Depardon, Valérie Donzelli y Audrey Diwan. Sin olvidar la música de Emile Sornin, que ya trabajó con Chokri en Babysitter, compone una música que contribuye a la maraña de experiencias y sentimientos que vive Sophia, una mujer que quiere dejarse llevar por la vida y lo que siente, y dejar tanta vida insulsa y ya. La actriz Magalie Lépine-Blondeau, que ya estuvo en la citada La mare de mon frère, también con una destacada carrera al lado de los grandes del cine canadiense anteriormente mencionados, es el alma matter de la película, componiendo de forma ejemplar las alegrías y tristezas de una mujer que ha dejado su “zona” para experimentar. Su Sophie es adorable, inquieta, que se lanza al abismo para disfrutar del amor pero sobre todo, del sexo, de lo que siente sin importar que pasará y venciendo sus prejuicios de apariencias y demás. 

Un buen plantel de intérpretes acompañan a la actriz como Pierre Yves-Cardinal, un actor que a los Villeneuve y Dolan, añade Philippe Lioret, entre otros, es el Sylvain del título, el hombre sexo que satisface a Sophia, y vive con ella una historia de amor en libertad, de pura pasión y deseo, entre ella y el hombre simple. Francis-William Rhéaume es Xavier, el novio perfecto, quizás demasiado, con poca pasión y demás. La propia directora se reserva el rol de Françoise, una amiga agotada de su marido e hijos. Un marido que hace Steve Laplante, que ya aparecía en la citada Babysitter, entre otros. Simple como Sylvain se sitúa en el ambiente de las películas de John Cassavetes y Woody Allen, donde somos testigos de diferentes parejas y formas de amar, no entenderse e interpretar el amor y sus cosas, entre las que destacan nuestra manera de mentir y de mentirnos, y sobre todo, de equivocarnos constantemente, pero si por el camino somos algo felices ya estará bien, porque llevarlo todo a la razón será un error, o quizás no, no lo sé, nunca lo sabremos, pero una cosa sabe Sophia que si te apetece romper con todo y lanzarte al amor, o quizás, al sexo, debes hacerlo aunque sepas o no que te estás metiendo en la boca del lobo. El amor es un lío porque convergen demasiados aspectos y elementos, perdón, eso que llamamos amor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Casa en flames, de Dani de la Orden

LA FAMILIA BIEN, GRACIAS. 

“Los que no tienen familia ignoran muchos placeres, pero también se evitan muchos dolores”

Honoré de Balzac 

De la trilogía que arrancó con La gran familia (1962), y siguió con La familia y uno más (1965), ambas de Fernando Palacios, y terminó con la entrega más interesante, La familia bien, gracias (1979), de Pedro Masó, donde el padre y el padrino de 16 hijos vivían en soledad alejados de los hijos. El padre decide pasar una temporada en casa de uno de los hijos, pero la experiencia no resulta como esperaban los dos maduros. La película Casa en flames, onceava en la filmografía de Dani de la Orden (Barcelona, 1989), tiene mucho de aquella, pero un poco a la inversa. Ahora no es el padre quien acude a rescatarse con sus hijos, sino que la madre atrae a su familia a la casa de verano en Cadaqués, con el mismo propósito: el de ser rescatada. De la Orden vuelve a sus orígenes: rueda en catalán, con algunas puntillas en castellano, como hiciese en sus dos “Barcelonas”, Nit d’estiu (2013) y Nit d’hivern (2015), de las que coge uno de los guionistas, Eduard Sola, que la semana pasada estrenaba El bus de la vida, y una parte de sus productores: Sábado Películas y Playtime Movies, de la que el director es cofundador, junto a Bernat Saumell.  

El director barcelonés ha construido una filmografía con películas para todos los públicos, unas más interesantes que otras, pero siempre bajo una puesta en escena elegante y sofisticada, donde ha pasado por muchos tonos de comedia, desde la más ligera, la más de bofetada, incluso más profundas como Litus (2019), Loco por ella (2021) y Hasta que la boda nos separe (2020), algunos dramas como 42 segundos (2022), y luego está Casa en flames, donde construye con mucho acierto una interesantísima tragicomedia en la que disecciona con simpatía, arrojo y mala uva la familia burguesa catalana, a partir de un fin de semana en la Costa Brava, entre aeródromos, saltos en paracaídas, visitas inesperadas, jornadas en barco para alcanzar calas y demás experiencias, y sobre todo, mucho encuentro, desencuentro, conversaciones públicas y en privado, y 72 horas por delante de una familia que como todas, o como bastantes, fueron una familia y ahora, son otra cosa, quizás una Ex-familia, como les pasa a todas, en estos tiempos de individualismo, competencia y estupidez. De la Orden no ahonda en la tragedia familiar, o no mucho, porque nos lo presenta en su ridiculez, patetismo, mentiras y secretos, así somos, aunque no nos guste reconocerlo. 

La parte técnica vuelve a ser de primer nivel, como es marca de la casa en el cine de De la Orden, donde todo se cuenta desde los personajes, y donde como ocurría en El test, la casa vuelve a ser imprescindible, una casa de la infancia que ahora quiere vender la madre, como más o menos, ocurría en la reciente La casa, de Àlex Montoya. Esta vez cuenta en la cinematografía con Pepe Gay de Liébana, del que vimos recientemente su gran trabajo en la interesante Alumbramiento, de Pau Teixidor, en una historia llena de luz, de verano, de calidez, y también, de oscuridad, en las difíciles relaciones entre los personajes. La música de Maria Chiara Casà aporta ese desasosiego que necesita una película en la que, a veces, no hay tregua y no paran de tirarse a degüello, sin piedad y sin ningún tipo de miramiento. Y luego, está Alberto Gutiérrez, que ha editado 8 de las 11 películas del director, toda una unión que queda patente en un relato en el que la “guerra” está abierta, en sus intensos 105 minutos de metraje, en una obra en la que nos habla de una madre que necesita que la quieran un poquito, y su manera de reclamarlo no sea la más acertada, sí, pero no lo hace para hacer daño, sino para no sentirse tan sola. 

Ya hemos mencionado la importancia que De la Orden da a sus personajes, y por ende, a su equipo artístico. Tenemos a una magnífica Emma Vilarasau como Montse que, a sus 60 tacos, está ahí, reclamando su cariño, ya sea por las buenas o las malas. Una actriz que llena cualquier cuadro y lo que se proponga, más habitual en el teatro catalán que en el cine, una lástima para muchos espectadores de disfrutar de una de las grandes actrices del país. El hijo Enric Auquer y la novia, Macarena García, el eterno aspirante e intensísimo, y la joven que todavía no sabe en qué diantres se ha metido, y la hija María Rodríguez Soto, “felizmente” casada con José Pérez-Ocaña, el padre perfecto y por eso, tan aburrido, y sus dos hijas pequeñas, tan perdida y tan no sé qué como cualquiera de nosotros, el padre en la piel de Alberto San Juan, que ha hecho unas cuantas con De la Orden, un tipo demasiado ausente y demasiado él, que aparece con Clara Segura, su novia, una psicóloga que, a su manera, encenderá la mecha que dará a pie a abrir todas las cajas de Pandora de esta peculiar familia, con mucha pasta, y con tantas deficiencias, que se parece a todas o a tantas, y se quieren pero no se lo dicen, y se odian y no paran de decirse los unos a los otros. 

No estaría bien decir que Casa en flames es, con mucha diferencia, la mejor película de Dani de la Orden, aunque si deciden ir a verla, quizás en algún momento lo piensen, porque no sólo estarán interesados en pasar el finde con esta peculiar y retratada familia burguesa catalana que, guarda mucha similitud con otra familia de la misma clase pudiente, la de Tres dies amb la família (2009), aquella que filmó con tanta excelencia Mar Coll, la que vivía el funeral de l’avi, a partir de la mirada de Léa, la joven que volvía. Ahora, la mirada se sitúa en los ojos de la madre, la Montse, una mujer de 60 años que ya no es madre, y por ende, ya no es importante en su clan, y hará lo indecible para mantener a los suyos aunque sean sólo tres días, y en ese momento, por poco que sea, sentirse otra vez madre, o mejor dicho, mamá, que la siguen necesitando, aunque parezca raro, que lo es, pero para ella es sumamente importante, como demuestra en el sorprendente arranque de la película, donde dejará muy claro que nada ni nadie perturbará sus planes, los de estar en familia como antes, aunque el tiempo diga lo contrario, y ya sabemos cuando a alguien sólo se le mete algo en la cabeza. Prepárense y disfruten, o deberíamos decir, pasen y vean, y luego ya me dirán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Michel Franco

Entrevista a Michel Franco, director de la película «Memory», en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el viernes 14 de junio de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Michel Franco, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Miguel de Ribot de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Alumbramiento, de Pau Teixidor

NIÑAS ROBADAS. 

“A veces es más peligroso el silencio que los disparos del enemigo. (…) Ese poder tan fuerte que parece que nadie ejerce, el silencio, pero que te hace caer”

María Teresa León Goyri

La apertura de Alumbramiento, la segunda película de Pau Teixidor (Madrid, 1982), es digna del mejor policíaco, el que habla de esas cosas tan reales y ocultas que duelen tanto. Una noche oscura. Dos mujeres asustadas, una madre y su hija de 16 años esperan a las afueras de un pueblo. Un coche llega y las lleva a la capital.  Su destino es Peñagrande, un centro para adolescentes embarazadas. Un lugar apartado para ocultar y silenciar la desgracia que significaba quedar embarazada tan joven en aquella España del 82, y más concretamente, la noche del jueves 28 de octubre, cuando el PSOE ganó las elecciones. Un comienzo digno de una película muy oscura, una cinta que habla de uno de los asuntos más terribles de la dictadura franquista que continúo impunemente durante la llamada democracia, donde el país cambió el sistema político sólo en apariencia, porque las instituciones seguían haciendo de las suyas, amparadas por los mismos de siempre, que estos no cambiaron, como explicaba la estupenda película El arreglo (1983), de José Antonio Zorrilla, donde un policía seguía usando los métodos represivos a pesar de los supuestos cambios que no eran tales. 

A partir de un guion de Lorena Iglesias (actriz de Canódromo abandonado, y vista en películas de Cabestany, Vermut, Hernando y Alberto Parra, entre otros), y del propio director, nos sitúan en la mirada de Lucía de 16 años que será la que nos muestre y nos guié por este drama social revestido de policíaco y de sus dosis de terror en ese lugar aislado y siniestro como Peñagrande, toda una casa de los horrores donde se recluía a las adolescentes embarazadas para robarles sus bebés con total impunidad. La película no juega al tremendismo ni nada que se le parezca, sino que de forma natural como si fuese un modus operandi totalmente institucionalizado va mostrando las diferentes realidades de las niñas que llegan: las hay que vienen de situaciones muy desestructuradas y miserables, las engañadas por un novio demasiado joven, y las que no sabemos nada de su pasado. Muchas historias que convergen en un lugar muy alejado de un hogar, pero que las diferentes niñas hacen suyo e intentan hacerse compañía unas a otras. Una obra instalada en las miradas, los gestos y sobre todo, los silencios de las diferentes protagonistas, que viven en una cárcel completamente ilegal, expulsadas de sus vidas y de un estado que las trata como criminales y las silencia de por vida. 

La estupenda cinematografía de Pepe Gay de Liébana, del que esta semana se estrenará Casa en flames, de Dani de la Orden, se sitúa en el marco poderoso y detallista, donde cada encuadre explica desde lo cercano y lo transparente, sin ningún alarde ni estridencia formal, con una cámara a la misma altura que los personajes, posicionándose junto a ellas, y siendo una más, sin juzgarlas ni sobre todo juzgar la historia que nos cuenta, manteniendo la postura compleja de mostrar interviniendo lo esencial. La música de Petre Bog también se sitúa en el mismo lugar que el plano, donde cada detalle sirve para profundizar con lo que pasa en el interior de las niñas y alejándose de esa música tan convencional que nos alinea sin pudor. El formidable y conciso montaje del dúo Mamen Díaz, de la que se ha estrenado hace poco la serie La mano en el fuego, y Pedro Collantes (del que vimos su ópera prima El arte de volver, y ha editado películas tan interesantes como Oscuro y lucientes y La última noche de Sandra M.), que tiene un ritmo pausado y nada invasivo para explicar todas las existencias de estas niñas en sus inquietantes 101 minutos de metraje. 

El magnífico reparto encabezado por Sofía Milán como Lucía, que recuerda a las desdichadas supervivientes como la Rosetta, de los Dardenne, y sus compañeras de celda, alegría y supervivencia como Carmen Escudero es Lola, Celia Lopera es Inma, Paula Agulló es Candela/Cuqui, Alba Munuera es Maica y Victoria Oliver es Rosa. Un grupo de jóvenes actrices, con poca experiencia en su mayoría, que dan vida a todas las adolescentes que vivieron este vía crucis que, algunas de ellas han ayudado con sus testimonios reales a crear todos los personajes. Y luego, encontramos a las adultas con María Vázquez como la madre de la protagonista, y el último papel de la tristemente desaparecida Laura Gómez-Lacueva como la señorita Pura, y Malena Gutiérrez como Sor María, entre otras. Un reparto bien escogido, que es la mitad de la película como mencionaba el gran Chabrol, porque no sólo resulta de una credibilidad alucinante sino que además, cada uno se muestra de forma muy natural, y eso hace que la historia contada sea aún más terrorífica, porque las historias más horribles siempre son las que más reales parecen, y está lo es, y además está muy bien contada, porque aunque haya mucha dureza también hay un poco de luz con esa solidaridad y camaradería entre las niñas. 

Sobre el tema de los bebés robados en la dictadura y la democracia, se calcula que entre 1950 y 1990 se robaron unos 300000 en España, ya se habían hecho varios reportajes para televisión y series como Niños robados y películas que lo tocaban como la reciente Sobre todo de noche, de Víctor Iriarte, entre otras, aunque faltaba una película sobre el tema desde la mirada de las niñas que lo sufrieron, desde ese tránsito todavía entre la infancia y la edad adulta, durante ese limbo, con la imposición de estar solas, alejadas de la familia y de su entorno, y sometidas a una cárcel y a unas normas como si fuesen delincuentes, en una sociedad fascista y autoritaria que había cambiado de puertas hacía afuera, pero que para adentro seguía con sus métodos represivos, crueles y silenciando todo aquel y aquello que consideraba inmoral, o que usaba para enriquecerse y nutrir de hijos e hijas a las familias adineradas que no lo conseguían por métodos naturales. Una película que no debería pasar desapercibida, porque nos cuenta uno más de los oscuros y horribles casos que sucedían en España con el estado y la iglesia y el poder implicados, como pasa siempre, mientras otros creían que ya gozaban de libertad, como decía aquel de: “La libertad que gozan unos, la sufren otros”, en fin, habrá que seguir escarbando y haciendo películas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Memory, de Michel Franco

NÁUFRAGOS SIN ISLA.  

“La cualidad del amor no depende de la persona amada, sino de nuestro estado interior”. 

Frase de “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera

En Cerrar los ojos, de Víctor Erice, había una interesante y profunda reflexión: “No sólo somos memoria, también somos emociones”. La misma reflexión se puede adoptar para Sylvia y Saul, el par de personajes que protagonizan la octava película de Michel Franco (Ciudad de México, 1979). Dos almas de New York , dos seres que arrastran sus respectivos problemas: ella quiere olvidar un pasado en el que fue alcohólica, y seguir viviendo con su hija pequeña y trabajando en una residencia. Él, que sufre demencia, lo olvida todo. Una quiere olvidar y el otro, se esfuerza por recordar. El director mexicano vuelve a enfrentarse a sus dos elementos característicos en su filmografía. Las enfermedades mentales y los conflictos familiares, siempre contados bajo un prisma de una cotidianidad muy transparente, alejándose del sentimentalismo y situando a los espectadores en esa posición de testigo privilegiado, eso sí, instado a observar y sobre todo, reflexionar sobre las actitudes y posiciones que van asumiendo los diferentes personajes. 

De los ocho títulos con Memory, ya son tres rodados en inglés con intérpretes de allá, después de las dos cintas protagonizadas por Tim Roth, Chronic (2015) y Sundown (2021), la anterior a esta, se envuelve con una extraordinaria pareja como Jessica Chastain y Peter Sarsgaard en los papeles protagonistas. El relato, tan sencillo como natural, indaga en lo más íntimo y lo transparente de los días que se van acumulando en uno de esos barrios industriales de la gran ciudad, tan alejados del turismo y de ciertas películas tan prefabricadas, aquí no hay nada de eso, todo en el cine de Franco está construido a través de los personajes, a partir de su dolor, su oscuro pasado y ese presente dificultoso, un presente confuso en el que todavía hay que seguir luchando cada día, y aportando ese plus en las relaciones que se van generando entre los diferentes individuos. La relación de esta película, muy peculiar en su origen, como suele pasar en las películas del mexicano, encuentra o quizás (des) encuentra a dos personajes que parecen haberse llamado a gritos sin saberlo, dos almas que arrastran demasiado peso de atrás, dos almas que pertenecen a ese ámbito oculto e invisible del que nadie quiere oír hablar, y Franco lo hace visible y no sólo eso, lo hace cercano y natural, y nos obliga a estar presentes.

Hablar del dolor, de la tristeza, de la depresión, de las enfermedades mentales y hacerlo de la forma que lo hace Memory tiene un mérito enorme, porque lo acerca tanto que asusta de cómo lo explica y lo expone, involucrando a cada uno de los espectadores, siendo uno más, donde la luz apagada y doméstica ayuda muchísimo. Un gran trabajo de cinematografía del francés Yves Cape, con más de tres décadas de carrera, al lado de grandes nombres como los de Dumont, Carax, Kahn, Berliner, Denis y Bonello, entre otros, en la quinta película con Franco, una unión que da unos frutos fantásticos, como la aportación en la edición del mexicano Óscar Figueroa con más de 100 títulos a sus espaldas, con directores de la talla de Alejandro Gamboa y Felipe Cazals, en el cuarto trabajo junto al cineasta mexicano, con él que vuelve a coeditar, en un sobrio y pausado montaje que consigue que la película se vea con interés y nada reiterativa en sus 103 minutos de metraje. La imagen y el montaje resultan cruciales en el cine de Franco, porque sus historias se desarrollan en pocos elementos y espacios, donde todo se posa en una verdad muy íntima, en una verdad que traspasa la pantalla, en que las emociones son muy tangibles. 

La mano de Franco con sus intérpretes se ve en cada detalle, en cada mirada y en cada gesto, tanto en cuando están en silencio como cuando hablan, desde muy adentro, sin nada de gesticulación, a partir de un estado emocional en que sus personajes deambulan como náufragos sin isla, como zombies sin muerte, como faros sin mar. Una magnífica pareja como Chastain y Sarsgaard dando vida a dos almas mutiladas, quitándose todo el oropel y neón de Hollywood y actuando y sobre todo, sintiendo cada una de sus composiciones, que no resultan nada sencillas. Dos retos mayúsculos: meterse en las existencias de dos almas en vilo, con sus problemas del pasado y del presente. Una olvidándose del alcohol que tanto daño ha hecho en su vida, y su familia, que tanto daño le ha provocado. Uno con su demencia, con sus olvidos y con su vuelta a empezar. Y van y se encuentran. Y encima se gustan y a pesar de tanta tara y obstáculo, hay están los dos, a pesar de todo, a pesar de todos. Hacía tiempo que no veíamos a dos seres con tantos problemas y que se encuentran y viven lo que viven. No podemos decir que es la película más humana de Franco, porque todas lo son y mucho, pero que tiene ese aroma de verdad y sobre todo, de amor, porque el amor, si existe, siempre aparece en las personas más insospechadas y en los lugares más oscuros y en las almas más tristes, quizás sea una ayuda para seguir sobreviviendo, o quizás, no, quizás el amor siempre está ahí, pero muchas veces, nuestras decisiones no hacen más que alejarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA