Ilargi Guztiak. Todas las lunas, de Igor Legarreta

NO ME DEJES SOLA.

“Y si yo pudiera devolverte todo, calmarte el sufrimiento y darte otra vida, una que no puedes ni imaginar, y sería para siempre…”

Anne Rice de su novela “Entrevista con el vampiro”

Muchos todavía recordamos el gran impacto que supuso el personaje de Claudia, interpretado por Kirsten Dunst, la pequeña vampiresa de 12 años, sedienta de sangre y enamorada, en la interesante Entrevista con el vampiro (1994), de Neil Jordan. Años después, conocimos a Eli, otra pequeña vampira, que entablaba amistad con el tímido Oskar en la Suecia de principios de los ochenta en la extraordinaria Déjame entrar (2008), de Tomas Alfredson. Ahora, conocemos a Amaia, una niña de 13 años, que después de una terrible bomba que deja en ruinas el orfanato en el que vive, allá por el 1850 en plena III Guerra Carlista, en el País Vasco, en un entorno muy hostil, donde la noche se convierte aciaga y muy misteriosa, es salvada por una extraña mujer, una mujer que solo sale de noche, una mujer inmortal, una mujer que se alimenta de sangre, y una mujer que se convierte en su madre.

Después de la estimulante Cuando dejes de quererme (2018), Igor Legarreta (Leioa, Bilbao, 1973), que nos hablaba de una vuelta a las raíces vascas de una joven argentina, envuelta en un fascinante retrato sobre el pasado y sus fantasmas, vuelve al largometraje, al género de terror, como ya hiciera en el guion de Regreso a Moira (2006), que dirigió Mateo Gil, con un cuento con niños para todas las edades, una fábula vasca, una fábula de vampiros, protagonizada por una niña que, condenada a una muerte segura, muy a su pesar, asume otra condena, la de vivir eternamente, la de convertirse en una criatura de la noche, a vagar sola por el mundo, por un universo rural, alejado de todos y todo. Con un tono naturalista, intimista y sombrío, en un grandísimo trabajo de cinematografía que firma Imanol Nabea, que ya estuvo en Cuando dejes de quererme, la excelente composición musical de un experto como Pascal Gaigne, otorgando ese marco de fantástico bien fusionado con la realidad vasca de mediados del XIX, donde la religión es el centro de todo, y la naturaleza y los animales, la actividad laboral, como bien define el arte de Mikel Serrano, uno de los profesionales más demandados en el último cine vasco de gran éxito.

El estupendo y pausado montaje de Laurent Dufreche, otro profesional muy requerido, que junto al fantástico trabajo de sonido de Alazne Ameztoy, diseñan una película de poquísimos personajes, muy cercana, lúgubre y con un grandísimo trabajo de planificación y producción. Ilargi Guztiak. Todas la lunas, nos habla de muchas cosas, desde la inmortalidad, cuando no es buscada, ni mucho menos aceptada, de la infancia y todos sus problemas, del miedo a la soledad, del conflicto existencial, del peso del pasado, de los traumas que arrastramos, de sentirse diferente a los demás, de no saber encontrar tu sitio, del miedo a lo extraño o desconocido, de ese caciquismo que imponía una forma de vida, y rechazaba y perseguía las otras. Un tono inquietante, oscuro y sensible, es el que marca un cuento como los de toda la vida, como los que contaban los mayores, esas leyendas que todos conocían, con el legado del mejor cine vasco como los que hacían Uribe, Armendaríz, Olea, el Medem de Vacas o La ardilla roja, el Bajo Ulloa de Alas de Mariposa, los Asier Altuna, Koldo Almandoz, Imanol Rayo, el trío Arregi, Garaño y Goenaga, componiendo películas sobre lo más intrínseco vasco, a través del género, construyendo relatos de antes con el tono de ahora, extrayendo lo más local y haciéndolo universal.

Un perfecto y ajustadísimo reparto encabezado por Haizea Carneros, la niña de 13 años, debutante, que encarna a la pequeña Amaia, la niña condenada eternamente a vivir como una vampira, como una errante de las tinieblas, sola y sin nadie, que hará lo imposible para sobrevivir, ser aceptada como una más, y sobre todo, no sentirse tan sola. Bien acompañada por Itziar Ituño, como la madre “adoptiva” de Amaia y la protectora en su nuevo rol, un rostro bien conocido de la cinematografía vasca, vista en películas tan interesantes como Loreak, Errementari o Hil Kanpaiak, entre otras. Un gran Josean Bengoetxea, otra cara más que habitual en nuestro cine, en los repartos de muchas películas, hace aquí el personaje de Cándido, un hombre humilde, trabajador, quesero, que arrastra una pena muy grande, una pena que aliviará con la llegada de Amaia, que defenderá de muchas amenazas que se ciernen sobre la niña, debido a la incomprensión popular, que nos recuerda a lo que sufría el monstruo en la inolvidable El doctor Frankenstein (1931), de James Whale.

Las ricas presencias de otros intérpretes como el excelente Zorion Eguileor, que descubrimos en la espectacular El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia, da vida a Don Sebastián, el párroco del pueblo, inquisitivo y tenebroso como lo eran en la época que tan bien retrata la película. Y finalmente, el niño Lier Quesada, ese niño de juegos, que recuerda a Déjame entrar, donde la infancia no juzga, ni se muestra temerosa, simplemente acepta la diferencia, porque para ellos no existe tal cosa. Legarreta ha conseguido una película asombrosa, con ese tempo cinematográfico pausado, mezclando con sabiduría la historia, el fantástico, el terror, lo rural, lo espiritual y lo que va más allá de cualquier tipo de racionalidad, convirtiendo Ilargi Guztiak. Todas las lunas en una cinta de culto al instante, que nos remueve, nos agarra sin soltarnos, y sobre todo, nos sumerge en lo interior del vampirismo, alejándose completamente de su aura romántica, e introduciéndonos en su naturaleza más oscura, existencial y dolorosa. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El pacto, de David Victori

EL INFIERNO QUE LLEVAMOS DENTRO.

“Un día descubrirás que la muerte no es morir, sino que muera alguien que amas”.

Miquel Martí i Pol

La melena rojiza oscura que luce Mónica, interpretada por Belén Rueda, se convierte en una muestra significativa en la película, ya que nos encontramos en una película de terror diferente, donde la actriz cambia de registro, alejándose de sus personajes-víctimas de melena rubia que ha protagonizado en algunas películas del género dirigidas por Bayona, Morales o Paulo. Ahora, se convierte en una madre coraje que hará todo lo posible para salvar la vida de su hija Clara. La trama arranca de una manera clásica, siguiendo algunos de los patrones del terror, donde Clara, afectada de diabetes, desaparece durante un día entero. Cuando es localizada, se encuentra en muy mal estado, entre la vida y la muerte, las circunstancias llevan a Mónica hacia un vieja fábrica abandonada donde encuentra un extraño viejo que le ofrece ayuda para salvar a su hija. Mónica accede y será en ese instante donde la película se convertirá en una pesadilla, un brutal descenso a los infiernos donde tanto Mónica, Clara y Álex, ex marido de Mónica y padre de Clara, se verán envueltos en una espiral de violencia y extraños sucesos.

El director David Victori (Manresa, Barcelona, 1982) tiene una trayectoria muy variada: ha sido ayudante de Bigas Luna, ha dirigido unos cuántos cortos, uno de ellos, La culpa, que le permitió ganar un concurso internacional de youtube, llevándolo a dirigir un cortometraje para Ridley Scott y dirigir la serie Pulsaciones, una experiencia muy heterogénea y preparatoria para enfrentarse a su opera prima, un cuento de terror cotidiano, ambientado en nuestros días, en el que una familia se convertirá en el centro del conflicto, en que el pasado y las decisiones que tomamos guiarán los pasos hacia aquello oscuro que anida en nuestro interior. Victori consigue someternos en una historia sencilla, directa, alejada de esa Barcelona conocida, y apoyándose en el extrarradio, en esos espacios industriales envejecidos y oscuros para ambientar su trama, en un gran trabajo del cinematógrafo Elías M. Félix, donde todo gira en torno a una familia, en el que conviven conflictos entre ellos, conflictos que pasarán a un segundo plano, ya que la enfermedad de su hija los alertará y los llevará a mantenerse unidos, o al menos, más cerca.

Victori acude a algunas reglas del género para sostener una trama convincente y bien desarrollada, sin caer en la tentación de liar una trama con situaciones inverosímiles y demás, la película nada en aguas conocidas, se muestra cercana y transparente, contándonos un relato donde aquello oscuro y maligno que ocultamos en nuestro interior, se desatará sin remedio, con el fin de ayudar al ser que más amamos, aunque las consecuencias sean terribles, y el maligno, tarde o temprano, quiera cobrarnos la deuda contraída. Sí, estamos ante una película con diablo de por medio, donde captamos algunas huellas reconocibles como la literatura de Stephen King (con los universos de El resplandor, Misery, La zona muerta, Carrie o el cementerio viviente, con la que tendría más de una parte hermanada) o los ambientes del novelista británico Ramsey Campbell (del que se han adaptado títulos como Los sin nombre o El segundo nombre) con esas localizaciones urbanas y cotidianas de esa Inglaterra de cielo nublado en el que encontraríamos ejemplos en El rapto de Bunny Lake, de Preminger o Frenesí, de Hitchcock.

La dirección de David Victori nos guía por este laberinto de sombras e infiernos cotidianos, donde los personajes se enfrentarán a sus propios miedos e inseguridades, exponiendo sus límites constantemente, asfixiados por los acontecimientos emocionales, dejándose llevar, muy a su pesar, por esos caminos oscuros donde sus vidas están expuestas a los más oscuros designios del maligno. El enérgico y valiente montaje de Guillermo de la Cal (colaborador de Balagueró) ayuda a mantener la tensión e incertidumbre, creando situaciones verdaderamente terribles, donde todo pende de un hilo, aunque la película abusa en ocasiones de una música demasiado estridente que rasga en demasiado algunos momentos de la cinta, sin devaluar el contenido de la película, que acaba sumergiéndonos en una trama sencilla y bien estructurada, donde nos hablan de los límites de la maternidad, de que somos capaces para salvar a los nuestros, aunque sea introducirse por caminos muy oscuros y malvados.

El buen trabajo de una magnífica Belén Rueda, convertida en una de las actrices más capacitadas para el drama y el primer plano, convirtiendo a su Mónica en un personaje de carácter, capaz de enfrentarse a quién sea por amor a su hija, bien acompañada por la sobriedad de Darío Grandinetti, como el ex marido y padre, policía de oficio, con su conflicto a cuestas, y la revelación de Mireia Oriol, que debuta con esta película, interpretando a esa hija enferma, mezclando esa fragilidad física con esa mirada inquieta y perturbadora, y finalmente, la presencia de algunos secundarios de altura como Josean Bengoetxea o antonio Durán “Morris”, convincentes y resolutivos. Victori sale airoso con su primer largo, tanto en su forma como en el fondo, si exceptuamos algunos tics propios de los primeros trabajos del género, elementos que dejarán paso al talento para la atmósfera, los personajes y las situaciones de un cineasta a tener muy en cuenta en el panorama del terror de aquí, que tan buenas sensaciones deja cada temporada.