Próxima, de Alice Winocour

MADRE Y ASTRONAUTA.

“La vida no es fácil, para ninguno de nosotros. Pero… ¡qué importa! Hay que perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. Hay que sentirse dotado para realizar alguna cosa y que esa cosa hay que alcanzarla, cueste lo que cueste.”

Marie Curie

El 16 de junio de 1963, dos años después de Yuri Gagarin, Valentina Tereshkova se convertía en la primera mujer en volar al espacio exterior. Le siguieron otras, igual de valientes y fuertes, hasta llegar a 1996 cuando Claudie Haignéré, era la primera mujer astronauta francesa que realizaba tal proeza. La directora francesa Alice Winocour (París, Francia, 1976) que ha dirigido dos largometrajes, Augustine (2012) ambientado a finales del siglo XIX, narra las vicisitudes de un doctor que experimenta con una paciente aquejada de una extraña enfermedad llamada histeria, en Maryland (2015) se centraba en las relaciones de un ex soldado con síndrome de estrés postraumático con la mujer y el hijo que protege de un rico libanés. En Próxima, que hace relación al nombre de la misión a Marte de un año, nos sitúa en una de las bases de la Agencia Espacial Europea, en la piel de Sarah, madre de Stella de 7 años, que está preparándose para participar en la misión, realizando difíciles y complejas pruebas para separarse de la tierra y convertirse en una persona del espacio, y por ende, separarse de su hija.

La directora francesa escribe un guión en colaboración con Jean-Stéphane Bron, que ya tuvo la misma función en Maryland, en el que nos introduce en la mirada y el cuerpo de Sarah, convirtiéndonos en ella, experimentando y sufriendo con todo lo que ella vive en la base, en una película reposada e íntima, que muestra aquella que raras veces enseña el cine, lo que hay antes de las misiones espaciales, toda la cotidianidad y esfuerzo por el que pasan los astronautas para convertirse en space person, como se menciona en la película. Además, en el caso de Sarah debe prepararse por partida doble, su labor profesional y su labor maternal, separarse de su hija que vive con ella, la que durante un año no podrá ver ni compartir, una niña que también debe aprender a separarse de su madre, romper y liberarse de ese cordón umbilical emocional y físico, que vivirá durante ese tiempo con su padre, un astrofísico, aquellos que se quedan en la tierra y hacen posible las misiones espaciales.

Winocour se desmarca de las películas sobre el espacio estadunidenses, más centradas en la espectacularidad y la aventura del viaje espacial, que en lo seres humanos que las protagonizan, y sobre todo, en todo aquello que dejan en la tierra, todas sus vidas en suspenso, todos esos seres queridos que dejarán de tratar y sentir. Próxima  estaría más cercana de las visiones humanistas e íntimas, que exploran las emociones de los astronautas y sus cuestiones personales, que hace el cine del este sobre estos temas, donde películas como Ikarie XB 1, de Jindrich Polak o Solaris, de Tarkovski, serían claros espejos donde se refleja la película de Winocour. La película nos somete a un durísimo entrenamiento físico, donde los astronautas se van convirtiendo en un viaje físico y emocional en el que dejan de ser terrestres para convertirse en criaturas del espacio, rodeados de máquinas, en que una especie de transmutación del cuerpo, como le ocurre a la propia Sarah con ese brazo mecanizado, convertida en una especie de cíbrogs, más en el universo del cine de Cronenberg.

Próxima es una cinta que nos habla de cuestiones que indagan entre lo cercano y lo lejano, lo íntimo y lo cósmico, que a simple vista podrían parecer cuestiones muy opuestas pero no lo son tanto, en una mezcla difícil de esclarecer entre aquello que se queda en la tierra, en el caso de Sarah, su vida y sobre todo, su hija Stella, y todo aquello que descubrirá y experimentará en su viaje espacial a un nivel físico y emocional. La naturalista y magnética luz del cinematógrafo Georges Lechaptois, habitual de Winocour, se alza como la mejor aliada para contar esta historia íntima y externa. El magnetismo y la fuerza que tiene una actriz como Eva Green, se convierte en el mejor aliado para interpretar a un personaje como Sarah, a la que veremos su capacitación para enfrentarse a las durísimas pruebas, pero también, la veremos en sus momentos de dudas y debilidades, como le ocurriría a cualquiera de nosotros, al lado de compañeros, con otras capacidades y habilidades, pero las mismas ofuscaciones y conflictos internos. Bien acompañada por Matt Dillon dando vida al compañero astronauta estadounidense, con su arrogancia y frialdad que esconde alguien de buen corazón, Aleksei Fateev como el compañero ruso, visto en el cine de Andrey Zvyagintsev, una especie de hermano mayor que le tiende la mano para superar esos problemas, que sabe que todos sufren.

La niña Zélie Boulant-Lemesle da vida a Stella, la hija de Sarah, también en un viaje de separarse, no de la tierra como su madre, sino de ella, de romper y liberarse de ese cordón umbilical emocional. Lars Eidinger es ese astrofísico centrado en su trabajo, ex marido de Sarah y padre de Stella, que asume el rol de padre después de solo dedicarse a su trabajo. Y finalmente, Sandra Hüller, que nos divirtió en la memorable Toni Erdmann, de Maren Ade, aquí en un rol que mezcla lo antipático, ya que representa el oficialismo de la Agencia, y lo delicado, ya que se encargará de la niña mientras está en la base. Winocour ha hecho una película sencilla, conmovedora y especial, que habla de la conciliación de trabajo y maternidad, desde una mirada íntima y muy sensible, mostrando todas las dificultades y alegrías que conlleva ser madre y astronauta, siendo muy honesta con el material humano y fílmico que tiene entre manos en un relato que nos habla de forma certera de aquello que no vemos sobre el universo del astronauta y forma parte de él de manera muy importante. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Una íntima convicción, de Antoine Raimbault

LA OBSESIÓN POR LA VERDAD.

“Conocemos la verdad no solo por la razón, sino por el corazón”.

Blaise Pascal

“La justicia es un error milenario que quiere que atribuyamos a una administración el nombre de una virtud”

Tolosano Alain Furbury

En la película El juez, el magistrado interpretado por Fabrice Luchini, arrancaba el juicio con la siguiente aseveración: “Nos encontramos aquí no para conocer la verdad de los hechos, sino para aplicar la ley a través de las siguientes pruebas presentadas”. Semejante afirmación constituye en el fondo una tarea harto complicado para aquellos profesionales de la “justicia”, hombres y mujeres que se visten con toga y dirimen entre aquellos que defienden y acusan al acusado o acusado, trabajando para encontrar aquellas posiciones que lo declaren inocente o culpable de los hechos por el que es juzgado o juzgada. La llamada “justicia” siempre se mueve entre conjeturas, hipótesis y en sus verdades que convenzan al juez o jueza de turno o al jurado popular, en la que la maestría de unos y otros decantará la balanza para un lado u el otro.

El director francés Antoine Raimbault que tiene experiencia como montador y coguionista con Karim Dridi, con él que firma el guión de la película, conoció al letrado Eric Dupond-Moretti y se interesó por el caso de Jacques Viguier, amén de estudiar los juicios a través de su creciente interés en los tribunales de su país. Raimbault ha hecho una película basado en hechos reales, ciñéndose a los hechos acaecidos sobre el famoso caso, en el que un hombre es acusado del asesinato de su mujer desaparecida, absuelto una primera vez, el relato cinematográfico se centra en el segundo juicio que se celebró nuevamente después del recurso presentado. Pero, el cineasta francés opta por un punto de vista ficticio inventándose el personaje de Nora, el único rol de ficción de la película. Nora, cocinera de profesión y madre de un hijo, y amiga íntima de la hija del acusado emprende su propia cruzada personal trabajando en la contra-investigación contratando a un abogado defensor Dupond y proveyéndole de datos y hechos que ayuden en la defensa de Viguier, como las interminables escuchas de los implicados en el caso, haciendo hincapié en el amante de la mujer.

Raimbault debuta en la gran pantalla a lo grande, con un thriller judicial de primera categoría, una de esas historias inteligentes, magníficas y llenas de complejidad, recovecos argumentales y personajes llenos de intuición, humanos y difíciles, siguiendo a Nora, una mujer en busca de la verdad, en busca de un imposible, abducida por una obsesión que la lleva a desafiar sus propias creencias y su propia vida, poniendo en peligro todo aquello que forma parte de su vida. En frente, el letrado Dupond, un hombre justo y honorable, con una amplísima experiencia en los tribunales, batallando a brazo partido por devolver su vida a sus defendidos, como clamará el acusado Jacques Viguier, después de más de diez años con el caso. La cinta no se dirige a un solo camino, se mueve en muchas y variadas direcciones, donde en su primera mitad se mueve entre la pausa y la racionalidad, para más tarde, el reposo y la pausa del inicio dejan paso al ritmo trepidante y fragmentado del exquisito montaje obra de Jean-Baptiste Beaudoin.

La película se mueve entre aquello que sentimos, donde la verdad se convierte en algo secundario, donde las fuerzas del juicio van a la par, donde ya no se trabaja para conocer la verdad sino simplemente en salvar al acusado de un homicidio en primer grado, en que la historia de la heroína en pos de la verdad y la justicia deja paso a alguien que conoce las limitaciones propias del sistema judicial y también, de ella misma, de alguien que cambia de estrategia y trabaja en igualdad de fuerzas para conseguir sus objetivos. Raimbault nos habla del poder de la convicción sobre la razón, de ese proceso que vive Nora, una mujer como cualquiera de nosotros que emprende una búsqueda invisible y desconocida hacia algún objeto o hecho al que agarrarse para fortalecer la inocencia en la que cree, como sus enemigos, aquellos que acusan, que también se mueven en hipótesis y conjeturas para acusar, valiéndose del informe oficial policial que acusa sin pruebas constituyentes. Con una excelente y maravillosa pareja protagonista con la imponente interpretación de Marina Foïs bien acompañado del siempre convincente Olivier Gourmet.

El realizador francés cuestiona el sistema judicial desde dentro, desde lo más profundo de sus entrañas, mostrándonos toda la falta de veracidad y justicia que impera en los casos, donde ambas partes trabajan para acusar o defender sin pruebas reales, siguiendo unos el modelo oficial, en este caso dar fuerza y solidez al informe policial, aunque éste lleno de agujeros, y los otros, aquellos que defienden la inocencia, basándose en certezas inventadas o ficticios en las que apoyar su defensa y convencer al tribunal y al jurado de la inocencia de su defendido. Una íntima convicción nos devuelve el aroma de los grandes dramas judiciales que tan buenos títulos ha dado el cine estadounidense como el acusado humanista que se defendía de los nazis en Esta tierra es mía, o el recto juez que era manipulado en Testigo de cargo, o el audaz letrado defensor en Anatomía de un asesinato, o el inteligente abogado antirracista en Matar a un ruiseñor, o el decadente abogado que quemaba su última bala en pos de la inocencia en Veredicto final, o por afinidad argumental sobre el acusado el thriller judicial de El misterio Von Bülow. Títulos encomiables y magníficos a los que se le añade desde ya la película de Raimbault, por su identidad, por su poderosa trama, por unos personajes inolvidables y tenaces, humanos por su coraje y debilidades, y por un relato que nos convierte en testigos, defensores, acusadores y jueces del devenir de Jacques Viguier. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA