Blaze, de Ethan Hawke

ESA BALADA TRISTE Y SOLITARIA.

“Blaze era un artista americano antes de que existiera el género”.

Thom Jurek (Músico-escritor)

La película arranca al atardecer en el porche de una pequeña cabaña en algún lugar de Texas, a pocos metros, en la carretera, los automóviles pasan continuando su dirección. Nos encontramos con Blaze Foley, un músico country algo borracho, mientras toca su guitarra va canturreando alguna de sus canciones, a su lado, algunos amigos ríen y le siguen en los coros. La noche va cayendo, las canciones continúan, como en un duerme vela, las risas van aumentando, es una reunión entre colegas, sentados en un porche, alejados del mundanal ruido, sintiendo que la vida va y viene y todo parece continuar igual. De Ethan Hawke (Austin, Texas, EE.UU., 1970) conocíamos de sobra su faceta como actor, con sus grandes interpretaciones en El club de los poetas muertos,  Gattaca, Training Day o sus películas con Richard Linklater. Desde el 2001 viene realizando trabajos como director en títulos como Chelsea Walls, The Hottest State (2006) el documental Seymour: An Introduction (2014) cine intimista, próximo y desnudo, cine sobre artistas outsiders, fuera del neón y el oropel, gentes sencillas con pasiones arrebatadoras y llenas de fe, artistas que buscan y rebuscan para alcanzar su cima.

Ahora, el cineasta texano nos envuelve en la vida de Blaze Foley (Malvern, Arkansas, 1949-Travis Heights, Austin, 1989) un músico estadounidense country, uno de esos artistas solitarios y tristes, que componen canciones y cantan a la vida, a la desesperación, al amor, a lo imposible, y a la desazón de la existencia entre sus innumerables rostros y texturas, alguien que camina a paso lento (ya que de niño la polio lo dejó así) por carreteras secundarias, que toca medio borracho en bares vacíos o locales apartados en que ni cristo le hace caso, seres anónimos, individuos que sin quererlo ni pretenderlo, dejarán un legado inmenso como fue en el caso de Blaze, con su movimiento musical country, el “Texas Outlaw Music”, que inspiró a músicos de la talla de Merle Haggard y Willie Nelson, entre otros. Aunque, Hawke nos hace un biopic al uso, ni mucho menos, Hawke se va a los márgenes, donde parece sentirse en su salsa, y filma la existencia anodina, vital y tranquila de Blaze, y lo hace basándose en el libro de Sybil Rosen, “Living in the Woods in a Tree: Remembering Blaze Foley”, compañera de Blaze, y coautora del guión junto a Hawke, construyen una película estructurada en tres tiempos, el mencionado en el inicio, donde Blaze con sus canciones y sus amigos vivirá su última noche con vida, después de su desgraciada última actuación en el “The Outhouse”, en Austin.

Luego, en el segundo tiempo, viviremos y sentiremos su love story junto a Sybil en una cabaña en mitad del bosque, entre canciones, amor y sexo, y el posterior viaje a Austin y aún más el de Chicago, donde las cosas en la pareja ya no eran tan idílicas ni cálidas. Y finalmente, un último tiempo, años después, cuando Townes Van Zandt y Zee, sus dos más allegados amigos le cuentan a un periodista radiofónico la vida y milagros de Blaze. Hawke va de un tiempo a otro de forma aleatoria y desestructurada, componiendo un retrato íntimo y profundo sobre un músico outsider, un “fuera de la ley” en toda regla, un tipo sencillo, que a veces bebía demasiado, o en ocasiones no trataba demasiado bien a su mujer y sus colegas, y en otras, parecía querer autodestruirse, no avanzar y estancarse en sus canciones y en su existencia amarga, pero, eso sí, en otros instantes, era un ser encantador, alguien especial, un tipo como pocos y alguien capaz de componer la mejor de las canciones, con sinceridad y verdad.

El cineasta estadounidense recorre un periodo de unos quince años en la vida de Blaze, desde el año 1974 hasta su muerte en 1989, capturando con detenimiento y reposo todos esos momentos en su vida, esas noches que nunca se acababan, esos temas tristes y sinceros que rompían el alma de quién los escuchaba, esas caminatas sin fin donde no había un puto dólar, o tantos locales donde el público lo ignoraba y acaba tirado a patadas, o su momento de gloria con esos tres magnates que lo quieren lanzar como una star del country (interpretados por Linklater, Sam Rockwell y Steve Zahn) aunque las cosas no suceden como se esperan, quizás nunca suceden como las esperas, simplemente suceden y poco o nada tienen que ver con lo planeado. Un reparto ajustado y lleno de almas encabezado por el músico y actor Benjamin Dickey que da vida a Blaze, bien acompañado por Ali Shawkat como Sybil, la musa, el amor y la luz del músico, el músico Charlie Sexton como Townes Van Zandt, Josh Hamilton como Zee, Kris Kristofferson, actor y leyenda de la música country haciendo un corto papel como padre de Blaze, y finlamente, el propio Hawke un papelito en la sombra.

Hawke mira a esos cineastas alejados de lo convencional que filmaban a tipos rotos, quebrados, sin aliento y tremendamente cansados como Fuller, Ray, Cassavetes o Altman, o esos músicos desconocidos con guitarra en mano y caminando llenos de polvo tocando en tugurios de mala muerte como en El aventurero de medianoche, de Eastwood, Tender Mercies, de Beresford o Inside Llewyn Davis, de los Coen, retratos demoledores sobre artistas solitarios, incomprendidos y románticos, que no encajan de ninguna de las maneras en un mundo demasiado sórdido, superficial y mercantilizado, una especie de extraterrestres en su propio entorno y existencia, seres que caminan y caminan hasta caer rendidos sin fuerzas, como aquel cowboy anónimo que cantaba Johnny Cash, y sobre todo, por todos aquellos que soñaron una vida diferente a través de sus canciones y se sintieron demasiado solos y apartados. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

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