Segundo premio, de Isaki Lacuesta y codirigida por Pol Rodríguez

LOS PLANETAS VS. LOS PLANETAS. 

“Todos es verdad, porque todo me lo he inventado”

Boris Vian 

Antes de ponernos en batalla, debemos hacer un inciso en los antecedentes. Cuando la película fue un proyecto iba a dirigirlo Jonás Trueba. Sea como fuera, el director madrileño no lo hizo y recomendó a su colega Isaki Lacuesta (Girona, 1975), quién finalmente se puso manos a la obra junto al guionista Fernando Navarro, que conocemos por sus cintas de género para directores como Paco Plaza, Kike Maíllo y Jaume Balagueró, entre otros, y nació Segundo premio, que usa el nombre de la primera canción del disco “Una semana en el motor de un autobús”, tercer álbum de la banda de rock granadina “Los Planetas”, publicado el 13 de abril de 1998. El largometraje número 11 de Lacuesta, que ha contado con la codirección de Pol Rodríguez (Barcelona, 1977), el director de Quatretondeta (2016), y ayudante de dirección de Isaki en Un año, una noche, cuenta su historia, la del proceso personal y creativo de los componentes del grupo. Pero no lo hace siguiendo un esquema racional y convencional, nada de eso, porque con el permiso de la banda, hace y deshace como le viene en gana, es decir, inventa y reinventa lo que pudo ser, lo que pudo pasar, y sobre todo, lo que el mito y la leyenda se han encargado de elaborar y mentir. No estamos ante una película al uso, nada más lejos de la realidad o la mentira, según se mire, estamos ante una película que es una mentira en toda regla, con muchísima verdad en su interior, o lo que es lo mismo, una obra que juega a imaginar una verdad, o más, bien, un estado de ánimo. 

Si recuerdan Cravan vs. Cravan (2002), la primera de Lacuesta, era una cinta que investigaba los pasos del poeta y boxeador Arthur Cravan, al igual que sucedía en Los pasos dobles (2011), con otro artista François Augiéras,  y no lo hacía desde el biopic trillado y bienintencionado, sino desde la ficción y la realidad, en un híbrido que tenía mucho de mentira y también, de verdad, de una sensación de que la mentira es el mejor vehículo para acercarse a la verdad, esa utopía enigmática, inquietante e imposible, porque tantas verdades y mentiras hay en cualquier personaje y sucesos, así que, el espectro de Cravan está muy presente en Segundo premio, desde su primera advertencia, cuando se nos informa de lo siguiente: “Esta no es una película sobre Los Planetas”, así que, a partir de esa premisa, la película nos convoca a un juego de ficción, o sea de mentira, pero una mentira que podría ser verdad, porque la llena de guiños y pistas documentadas, pero sin ser fiel a la realidad, o eso que llaman realidad, porque ni de eso estamos seguros, sino de la imaginación, de lo que mentimos, y en ocasiones, soñamos. La película sigue en la línea de los anteriores trabajos: la idea sobre el doble, la búsqueda, las huellas de los fantasmas, la investigación, la importancia de la música como eje para cimentar el relato, la hibridez de géneros, el tiempo y su fugacidad y su leyenda y mito, y sobre todo, esos reflejos del otro que nos convierten en un sinfín de identidades, personajes y de sentimientos contradictorios y reencontrados. 

Un relato contado a través de canciones-capítulos que reciben el nombre de las canciones del mencionado disco, con esa película real y a la vez, imposible, que nunca podremos ver, y la otra película, la que inventan Isaki y los suyos, y los componentes de la banda: el cantante, y ese otro reflejo que es el guitarrista, que nunca se llaman por su nombre, salvo May, de la única que se pronuncia su nombre, la bajista que dejó el grupo, ese otro vértice, que tiene tanto de uno como del otro. Tenemos las dos ciudades, la Graná de finales de los noventa, o como dice la película, la Granada del siglo XX, y esa otra, más soñada y ficticia, el New York, con esos elementos del cine de Abel Ferrara y Jarmusch, donde Sólo los amantes sobreviven (2013), tiene un reflejo muy evocador en la película de Isaki. El universo de Lacuesta bebe de infinitas fuentes, materiales, texturas y cualquier elemento real o irreal. Sus películas transitan por diferentes géneros, ya sean de ficción, en especial el western y el cine negro, y otros documentales, y los fusiona en un plano/contraplano, conformando un cine construido desde la más absoluta de las libertades, donde las piezas van casando, sin necesidad de piruetas y estridencias narrativas ni argumentales, ni mucho menos técnicas. 

Un cuadro 4/3 que nos remite al pasado, a la extrañeza y sobre todo, a la idea de la invención, como hacían los de la Nouvelle Vague, como por ejemplo Godard, en una cinematografía que firma Takuro Takeuchi, con el que Isaki coincidió en la serie Apagón, donde prima el plano claroscuro, como si estuviésemos en una especie de sueño, o en un relato que nos cuentan, en que los personajes están muy cerca, queriéndonos hablarnos desde la cercanía, a susurros, a escondidas, como si eso que nos quieren contar fuese un secreto, con esa idea de inmediatez y de letargo, donde los días y sobre todo, las noches, se funden en un tiempo lejano y cercano a la vez, un tiempo no tiempo, un estado de ánimo de verdad y de mentira a la vez, donde lo que vemos y lo que imaginamos está demasiado cerca, tan cerca que no podamos distinguir. El exquisito y rítmico montaje de Javi Frutos, del que hemos visto interesantes documentales como La muñeca del espacio y Saura(s), entre otros trabajos, aglutina con acierto los 109 minutos de metraje, que nos envuelven en esa atmósfera entre realidad, sueño y limbo, por el que se mueve la historia. 

El reparto debía tener esa idea de mentira muy de verdad y se consigue con un plantel de músicos-actores que hacen de sus personajes que se parecen a Los Planetas en la realidad paralela que explica la película. Tenemos a Daniel Ibáñez, Cristalino, Stéphane Magnin, Mafo, chesco Ruiz y Edu Rejón, entre otros, que no sólo consiguen que nos creamos que ellos podrían ser ese otro grupo, sino que transmiten con muy poco las relaciones complejas y difíciles por las que se mueven, componiendo unos personajes que parecen salidos de la Hammer: un cantante que parece un vampiro, con sus aires de egolatría y ambición desmedida, roto por la soledad de la ausencia de May, un fantasma demasiado presente, y el zombie en el que se ha convertido el guitarrista, que está metido en sus problemas de drogas, más alejado que nunca del grupo, y luego, el batería, que venía de los “Lagartija Nick”, y de esa monumental obra que es “Omega”, sobre los poemas de Lorca cantados por Enrique Morente, que se escucha un fragmento del primer corte en la película. Las canciones de Los Planetas están muy presentes, como no podía ser de otra manera, bien acompañadas por la composición de Ylia, consiguiendo esas melodías que funcionan muy bien al lado de unas imágenes no reales, inventadas, abstractas, ficcionadas, fantasmales e íntimas. 

(Fotografía de rodaje de Óscar Fernández Orengo).

Resulta altamente reconfortante que en apenas tres meses se han estrenado La estrella azul, de Javier Macipe, sobre el músico zaragozano Mauricio Aznar, el 23 de febrero, y el 24 de mayo la de Isaki y Rodríguez, también ambientada en los noventa, y que se dejan del calco habitual en los biopics, tan convencional, tan superficial y tan azucarado, para irse a otros lugares, más inventados, más de verdad, más íntimos, más libres y sobre todo, más sinceros, porque si quieres acercarte a la verdad, estás obligado a alejarse de ella todo lo que puedas, y ese lugar no es otro que la mentira, la de inventar, la de ficcionar, la de soñar, porque la verdad tiene poco que ver o nada con la realidad, como mencionaba Jimmie Ringo, el personaje que interpretaba Gregory Peck en esa obra imperecedera que es El pistolero (1950), de Henry King: “Todos piensan que soy así o de aquella otra manera. Arrastro una leyenda que no me deja libre. Y yo sólo quiero huir de ese mito”.  Pues eso, la película Segundo premio también quiere escapar del mito de Los Planetas y ser libre, y créanme que lo han conseguido, y haciéndolo de la manera más sencilla y compleja a la vez, inventando su historia, porque de esa forma tiene más verdad que la realidad que vivieron, porque esa sólo la conocen ellos, y ahora, pasados los años, la recuerdan y ya sabemos lo que miente la memoria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los renglones torcidos de Dios, de Oriol Paulo

EL MISTERIO DE ALICE GOULD.

“¡Ah! Qué terrible es el signo de los pobres locos, esos “renglones torcidos”, esos yerros, esas faltas de ortografía del Creador, como los llamaba “el Autor de la Teoría de los Nueve Mundos”. Ignorante de que él era uno de los más torcidos de todos los renglones de la caligrafía divina!”.

Frase de la novela “Los renglones torcidos de Dios”, de Torcuato Luca de Tena

Desde que se publicó la novela “Los renglones torcidos de Dios”, de Torcuato Luca de Tena en 1979, se ha generado a partir de ella una aura de misterio, convirtiendo el libro en un objeto fascinante por el que no pasan los años. Lectores de diferentes edades lo descubren cada día y quedan hipnotizados por la historia de Alice Gould, esa mujer enigmática, elegante y esquiva, que oculta un misterio que nunca se nos revelará, por su historia es la de una investigadora inteligente o una sagaz impostora, nunca lo sabremos, la novela nunca lo revela, aún más, el desconcierto continúa para todos aquellos que hemos leído sus páginas. Resulta extraño que hasta la fecha, una novela tan fascinante que ha cautivado a miles de lectores, solo haya tenido una adaptación en 1983 rodada en México por el director Tulio Demicheli, en cambio, otras de sus novelas habían sido llevadas al cine por Rafael Gil, José María Forqué y Antonio Giménez-Rico.

El encargo de trasladar la novela a la gran pantalla no era tarea nada fácil, teniendo en cuenta sus 512 páginas. El trabajo ha recaído en Oriol Paulo (Barcelona, 1975), al que conocemos por thrillers de inteligente atmosfera, personajes escurridizos y un abuso de las piruetas narrativas y efectivas, tales como El cuerpo (2012), Contratiempo (2017), Durante la tormenta (2018) y la serie El inocente (2021), se enfrenta a una historia con la que vuelve a contar con el dramaturgo Guille Clua, que ya estuvo en El inocente, y la colaboración de Lara Sendim, que ha estado siempre presente en sus guiones, construyendo un guion que se centra en Alice Gould, en su historia y su relato, porque la película acoge la trama central del libro para profundizar en esos dos aspectos vitales, que pueden parecer lo mismo, pero no lo son. La historia de la protagonista, que es aquella que iremos descubriendo a través de los otros personajes, tales como Samuel Alvar, el escurridizo director del psiquiátrico, y algún que otro que es preciso no detallar, y su relato, el que cuenta ella.

La película nos sumerge en el citado Hospital Psiquiátrico, en algún momento de 1979, en pleno tardofranquismo,en sus cuatro paredes o detrás de los barrotes, rodeados de Alice, los médicos y sus perturbados pacientes. Un relato que se mueve siempre, entre estas dos, digamos realidades o no, como ocurría en la segunda parte de la famosa novela de Carroll, “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, donde las dos realidades/irrealidades de Alicia convivían en un mismo universo, al igual que nos sucederá constantemente en la película. Cada personaje nos cambiará el rumbo que creíamos cierto, porque cada personaje formulará su versión de los hechos, una versión que la película mostrará, sin decantarse por ninguna, tal y como ocurría en la novela. La estructura se plantea a partir de tres bloques bien diferenciados, en el primero, nos adentramos en un thriller puro, con esa noche aciaga, el crimen, un incendio y los internos de aquí para allá. En el segundo bloque, asistimos a un drama, donde vemos la vida cotidiana del lugar, y las relaciones que tiene la citada Alicia con los “otros”, y finalmente, la locura, el misterio en sí, el trasunto central tanto de la novela como de la película.

Paulo construye con maestría la absorbente e inquietante atmósfera, como si se tratase de un cuento de terror victoriano, al mejor estilo hitchcockiano, donde hay huellas de películas emblemáticas sobre la locura como A través del espejo (1946), de Robert Siodmak, Corredor sin retorno (1963), de Samuel Fuller y Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), de Milos Forman, con esas imágenes tan frías y mortecinas de la llegada de Alice al sanatorio, el exquisito trabajo de diseño de producción, y su implacable factura técnica con algunos técnicos cómplices del director como el músico Fernando Velázquez, que sin estridencias y con suavidad logra generar esa confusión que tanto busca la película, el extraordinario trabajo de montaje de Jaume Martí, que ya había estado en Contratiempo y Durante la tormenta, de inmejorable tempo y pulso narrativo en los ciento cincuenta y cuatro minutos de intensos y agobiantes tramas y personajes,  y el detallista ejercicio de luz apagada y contrastada de Bernat Bosch, que repite después de El inocente. Qué decir del elegido y adecuado reparto de la función, con ese Eduard Fernández como Samuel Alvar, el lado opuesto de Alice, un doctor que innova en terapias modernas alejándose de esos procedimientos antiguos tan siniestros, pero también mantiene ciertos contactos con la ley que le ayudaban a esconder ciertas miserias del lugar, los jóvenes doctores que se oponen a los métodos de Alvar, como los fantásticos Loreto Mauleón, una mujer con carácter y decidida en un mundo tan machista de la época, y Javier Beltrán, un médico que cree en Alice, al igual que su colega. Las presencias de Adelfa Calvo, que siempre que la vemos nos encanta, en un interesante rol, al igual que Antonio Buíl, ese poli de la vieja escuela, y Samuel Soler, dando vida a un personaje muy inquietante.

Mención aparte tienen la curiosa dupla que se forma entre Pablo Derqui, dando vida a ese “tarado”, muy peculiar y misterioso, con un peso muy relevante en la trama, y finalmente, Bárbara Lennie, que vuelve al universo de Paulo, después de Contratiempo, como Alice Gould, ahí es nada, un actriz que sabe transmitir con audacia tanto la inteligencia como la locura de su personaje. Una mujer adinerada, elegante y muy femme fatale, al mejor estilo de los clásicos de Hollywood, en uno de los personajes de su carrera, con su “verdad” y su “mentira”, en su particular descenso a los infiernos. La película tiene algunos peros: siguen habiendo alguna que otra pirueta narrativa y demasiados viajes al pasado que, a veces descentran lo interesante. No obstante, esos tics son mucho menos chirriantes que en sus anteriores trabajos, y esto se agradece mucho. Aunque todo hay que decirlo, el inmenso trabajo interpretativo y la cargada y asfixiante atmósfera que tiene la película, minimizan enormemente esas piedras, y logran lo que pretendía, hacer una digna adaptación de una inmensa novela, entretener muchísimo al público, y sobre todo, alimentar esa poderosa incógnita que ya nos zumbaba la cabeza cuando leímos la novela y no es otra que, todo lo que tiene que ver con el personaje de Alice Gould, ¿Qué de verdad o mentira existe en su historia y su relato? ¿Qué otros secretos se ocultan tras las paredes del sanatorio? ¿Qué verdad encierra el personaje que hace Derqui?. Y así podríamos estar hasta el infinito y más allá, porque el misterio que encierran los personajes de “Los renglones torcidos de Dios”, siguen y seguirán siendo misterios sin resolver y ahí radica su fascinación y su poder enigmático y fabulador. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Un héroe, de Asghar Farhadi

LA FRAGILIDAD HUMANA.  

“Lo más horrible de este mundo es que todos tienen sus razones”

Jean Renoir

Después de la aventura española con Todos lo saben (2018), un reflexivo ejercicio sobre la mentira en la familia. El talento de Asghar Farhadi (Khomeini Shahr, Irán, 1972), vuelve a su país de origen, pero deja la bulliciosa y frenética Teherán para viajar hasta Shiraz, situada en el centro-sur del país. En ese lugar conoceremos a Rahim, un treintañero que sale de la cárcel con un permiso de dos días, con la intención de conseguir unos cheques que convenzan a su antiguo avalista y ex cuñado Bahram, que lo denunció por no pagar y fue encarcelado. Aunque la cosa parece resuelta, la cosa se irá complicando y mucho para los intereses del protagonista, y más, cuando su novia Farkhondeh, le dice que ha encontrado un bolso con lingotes de oro. Su primera intención es venderlas, pero el bajo precio les insta a devolverlo, cosa que lo convertirá en un héroe, en alguien ejemplar, pero todo se volverá en su contra, porque la gente empezará a sospechar de él y de sus verdaderas intenciones, y su vida será un infierno y todos se pondrán en su contra.

El cineasta iraní es un explorador de la condición humana, de sus virtudes y sobre todo, de sus contradicciones. Sitúa a sus personajes siempre en situaciones morales donde los conflictos los desnudan emocionalmente y los empujan a enfrentarse a sus miedos más ocultos. Como ocurre en la literatura kafkiana, en el cine de Farhadi nada es lo que parece, y sus individuos actúan siguiendo sus instintos y condenados a sus razones, que los llevan a enfrentarse a situaciones muy dolorosas y que los superan, obligándolos a tomar decisiones de los que intentan huir por todos los medios. Son personas llenos de dudas, moviéndose como pollos sin cabeza, que no saben ni hacen lo que quieren, abrumados por los demás, por su entorno demoledor. Rahim cree hacer lo correcto, cree que su gesto ayudará a conseguir una buena recompensa y así salir de la cárcel, no contempla las consecuencias adversas con las que deberá lidiar. El realizador iraní toca el tema de las redes sociales, un espacio donde opinar con acritud, cebándose con aquel o aquella, un escaparate donde todos somos aves de rapiña y ejecutores de nuestra verdad.

Un lugar importante para todos los involucrados, donde se premio o castiga al protagonista, donde cada acto y gesto tiene consecuencias terribles. La película se mueve al son del movimiento del protagonista, que va de aquí para allá, sin descanso, intentando por todos los medios no volver a prisión, en que la cámara del cinematógrafo de Ali Ghazi, escruta y observa detenidamente cada mirada, cada gesto y cada espacio. El magnífico y conciso montaje de Haydeh Safiyari, que trabaja con Farhadi desde A propósito de Elly (2009), que resuelve con astucia los 127 minutos de la laberíntica trama. Farhadi construye desde el guion una trama apoyada en los diálogos, se habla mucho en la película, y la acumulación de los hechos, aplastando la resistencia del protagonista, envolviéndolo en una masa de duda y rumores, donde cada persona o conjunto de personas pone en cuestión su relato y toda su necesidad, como la asociación que le ayuda a recolectar el dinero, o ese tipejo de la moral, que describe la ley iraní, donde todo está supeditado al orden moral y religioso, una moralidad ancestral, donde el honor lo es todo, y donde se castiga de manera aplastante cualquier error, como le sucede a Rahim.

La película huye de la relamida historia de buenos y malos, nunca en esa trampa infantil, sino que Farhadi compone una radiografía del pueblo iraní – que podría ser cualquier reflexión sobre la forma de hacer de muchas personas en la actualidad, independiente del lugar en el que vivan -, en el que todos se mueven por su razones y todos defienden lo suyo, anteponiendo su verdad y su prestigio, y nunca llegamos a saber quién miente y quién no, porque todos los individuos que pululan por la historia dicen la suya, explican sus motivos y razones, y todos pueden estar en  su verdad, y quizás, muy alejados de la verdad, que nunca se nos detalla o se nos explica, porque a Farhadi no le interesa, le parece más interesante reflexionar sobre cómo nos comportamos y sobre todo, como nos dejamos manipular por todo aquello que leemos y escuchamos que nos alimenta del exterior, a partir de fuentes poco fiables y opiniones a la ligera, una información que, al fin y al cabo, usamos para hacernos nuestros pensamientos y llegar a nuestras ideas.

Como no podía ser de otra manera, el conjunto de intérpretes que componen unos personajes complejos, naturales y muy imperfectos, resultan de una brillantez extraordinaria y humanidad conmovedora, como sucede en todas las obras del director iraní. Encabeza el extenso reparto coral un extraordinario Amir Jadidi que se mete en la piel de un desdichado Rahim, un tipo con mala suerte, alguien que no está muy lejos de esos antihéroes del cine clásico hollywoodiense, que también retrató el cine de Frank Capra, esos tipos que hagan lo que hagan siempre saldrán trasquilados, o por ellos mismos o por la impecable multitud. Le acompañan Sahar Goldoust como Farkonden, la pareja de Rahim, que intenta ayudarle, que está junto a él, a pesar de la oposición de su hermano, a pesar de todos y contra el mundo, Mohsen Tanabandeh es Bahram, el “malo” de la película, pero con sus razones y su oposición, que la película describe en silencio, con pocos diálogos. Saleh Karimi como Siavash, el hijo pequeño de Rahim, que intenta estar con su padre y echarle una mano, al igual que la adolescente hija de Bahram, que hace Sarina Farhadi, hija del director, representando esa infancia que mira el mundo de los adultos y protegen como saben y pueden. Farhadi ha vuelto a construir una película excelente, como lo eran Nader y Simin, una separación (2011), y El vigilante (2016), en que Un héroe entra de lleno convirtiéndose en uno de sus endiablados cuentos morales, con la clara referencia al “Tema del traidor y le héroe”, que también profundizo Borges, dejando invisible esa línea que separa uno del otro, según la perspectiva de los involucrados. Una lección de cine potentísimo y lleno matices y detalles, donde todos los personajes acaban moviéndose según se parecer, no como manda lo establecido, y errando en sus decisiones, mostrando su vulnerabilidad y la fragilidad de sus ideas, de sus mundos y sus circunstancias. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La puerta de al lado, de Daniel Brühl

EL VECINO DESCONOCIDO.

“Una mentira nunca puede deshacerse. Ni siquiera la verdad es suficiente”.

Paul Auster

Una mañana como otra cualquiera en un barrio en Berlín. Una mañana diferente para Daniel, un actor que tiene una importante audición en Londres. Sale de su casa, después de despedirse de su mujer y sus pequeños hijos. Se para en el bar de siempre, pide un café, y de repente, un tipo de mediana edad, que se llama Bruno, le dice que es su vecino, y además, conoce muchas intimidades de su vida, secretos que Daniel y su familia ocultan muy celosamente. A Daniel Brühl (Barcelona, 1978), le conocíamos por su faceta como intérprete en títulos tan reconocibles como Goodbye, Lenin!, Los edukadores, Cargo, Salvador¸ Malditos bastardos, y producciones comerciales de Hollywood, en una carrera que arrancó hace más de veinticinco años. Con La puerta de al lado, Brühl se adentra en el campo de la dirección, con una película escrita por el reconocido escritor y guionista Daniel Kehlmann, a partir de una idea original de Brühl, en una fábula de nuestro tiempo, agitada por el aquí y ahora, que tiene una sola localización, un pequeño bar de barrio, y apenas dos actores principales, el propio Daniel Brühl metido en la piel de una actor hecho un flan por la maldita prueba, con una vida que, aparentemente, está muy tranquila y feliz.

Daniel tropieza con Bruno, o podríamos decir que Bruno hace tropezar a Daniel, sea como fuere, ese enigmático vecino, salido de las sombras, completamente desconocido para Daniel, que no solo le desvelará detalles muy íntimos sobre su vida privada, sino que destapará una existencia llena de mentiras, falsedades y repleta de apariencias. Brühl construye una película llena de giros sorprendentes, llena de suspense y comedia negra, que no deja un instante de tensión e incomodidad a los espectadores, con un ritmo ágil y lleno de conejos en la chistera, todos muy inesperados, sobre todo para el personaje de Daniel que, después de un tiempo de resistencia, acabará poniéndose en las manos de Bruno, porque no le queda otra. Toda esa vida de cristal que se ha montado con su mujer e hijos en plan familia feliz, se derrumbará estrepitosamente. El director alemán-barcelonés que creció en Colonia, mantiene el pulso firme y honesto en toda la trama, sin caer en esos atajos chapuceros y superficiales que caen muchas películas con el mismo marco y tono, aquí todo desprende naturalidad y tensión a partes iguales, todo está sujetado y muy pensado, las idas y venidas de esta montaña rusa particular e íntima se basa en un plan cuidadosamente estudiado de Bruno para agarrar a Daniel y su patética existencia de mentiras y dobles vidas.

La fantástica y claroscura cinematografía de Jens Harant (al que hemos visto en películas como El caso Fritz Bauer y La revolución silenciosa, entre otros muchos trabajos), y el exquisito montaje, esencial en una película de estas características, que firma Marty Schenk. Si el guion es una apabullante pieza de orfebrería, y la parte técnica también brilla, la parte interpretativa tenía que estar a la altura, ya que en un relato con esta atmósfera densa, verbal y de diálogos y replicas y silencios, era todo un desafío encontrar el tono y el aplomo de los actores. Daniel Brül está inconmensurable en el rol de actor ambicioso, nervioso y lleno de inseguridades, que aparenta una vida exitosa o eso se empeña en hacer creer a los demás, destapando el pobre diablo que sabe de su falsa vida peor se ve incapaz de empezar de nuevo. Frente a él, Peter Kurth, un respetado actor de teatro y cine con una larga trayectoria, un viejo conocido con el que ya habían coincidido en algunas películas, metido en la piel de Bruno, el vecino que creció en la RDA, víctima de la gentrificación, y dolido por tantas amarguras de la vida y la reunificación alemana. Ahora, con un solo objetivo, destapar la mierda de su vecino Daniel y su estúpido mundo de cristal.

Brühl y Kurth protagonizan un combate en toda regla, dos personajes aparentemente desconocidos, que a medida que avance la trama nos iremos dando cuenta que no lo son tanto, metidos en un ring sin tregua ni descanso en un tour de forcé memorable e inquietante que recuerda a aquel glorioso de Olivier y Caine en La huella, donde no hay un solo segundo de pausa, solo silencios de los que acojonan que sirven para recuperar fuerzas y seguir al ataque, con esas miradas, que tanto dicen y ocultan, esos diálogos inteligentes, mordaces y directos, y esas increíbles posiciones de fuerza y sometimiento, en las que a veces, uno ataca y el otro, defiende, y viceversa, en una de la grandes bazas de la película, relatada con agilidad, excelencia y dinamismo. Solo nos queda felicitar la experiencia como director de Daniel Brühl, que no parece un debutante, sino un autor que sabe lo que quiere y como lo quiere, que nos cuenta una película cercana, incomodísima y veraz, con una grandiosa fuerza y con una atmósfera rica en matices y detalles, en la que nos va envolviendo en un juego macabro de verdades, mentiras y sobre todo, de identidades, esas que ocultamos a los otros, y lo que es peor, a nosotros mismos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Dobles vidas, de Olivier Assayas

VIDAS REALES, VIDAS DE FICCIÓN.

“Todo debe cambiar para que nada cambie”

(Príncipe Salina en El Gatopardo, de Visconti)

La frase que encabeza el texto mencionada por el Príncipe Salina, que interpretaba Burt Lancaster, al final de la película, tiene mucho que ver con este mundo cambiante, en continua transformación que nos ha tocado vivir, en el que continuamente iluminados de la tecnología vaticinan el fin del producto convencional por lo más nuevo, por la última virguería informática que hará nuestras vidas diferentes, modernísimas y mejores, aunque a la postre nada cambie y todo siga igual, más o menos, como vaticinaba el príncipe Salina. Las nuevas tecnologías en nuestra cotidianidad, las relaciones humanas y demás elementos que conciernen a nuestro tiempo son el marco por el que se guía la nueva película de Olivier Assayas (París, 1955) la decimoséptima de su carrera, que arrancó allá por 1986 con Desorden, en una primera etapa que se extendió hasta El agua fría (1994) en que dedicó cinco películas para hablarnos de la juventud, de sus deseos, ilusiones, infelicidad y vacío existencial, para adentrarse más adelante en terrenos más maduros en los que sus personajes y sus problemas iban haciéndose mayores junto a él, como en Finales de agosto, principios de septiembre (1998) donde exploraría la muerte y la ausencia dejada y cómo afectaba a sus más allegados, elementos que cohabitarán de forma natural y sistemática en su posterior cine con Después de mayo (2012) Las horas del verano (2008) Viaje a Sils Maria (2014) y Personal Shopper (2016).

Ahora, Assayas vuelve con Dobles vidas, donde se detiene en cinco individuos, cinco almas que se mueven en esta sociedad, donde parece que vivimos varias vidas a la vez, porque todo se hace y se vive demasiado intensamente, a una velocidad de vértigo, como si todo se tuviera que hacer deprisa y corriendo y varias cosas a la vez, sin parar, porque todo se acaba o está a punto de acabarse. Assayas nos cuenta las vidas de este grupo de parisinos en la que se sumerge en sus vidas íntimas y públicas, en las que conoceremos a Alain (Guillaume Canet) un exitoso editor que se contradice constantemente, porque tiene una mujer a la que adora, pero tiene un affaire con Laure (Christa Théret) una compañera que viene a digitalizar todo el modelo económico de la editorial, a Leonard (Vincent Macaigne) un escritor que plasma en sus novelas, que se niega a calificarlas de autoficción, todas sus experiencias vitales y sentimentales, y además, se acuesta con Selene (Juliette Vinoche, tres películas con Assayas) mujer de Alain, y actriz estancada en una serie exitosa de acción, pero que se muestra incapaz de dejar la serie. Valérie (Nora Hamzawi) mujer de Leonard, es una agente de campaña de un político integro y concienciado con los problemas más sensibles.

Y así están las cosas, un grupo de personas que viven su vida, la oficial, en la que todo parece ir bien, y por otra parte, la otra vida, la de ficción, o la que ocultan a sus allegados, o la que forma del autoengaño, a saber, porque ellos mismo ni lo saben. El cineasta francés enmarca su película en una comedia ligera, donde impone un ritmo acelerado, quizás contaminado por el sino de los tiempos actuales, donde sus personajes hablan y hablan, y no dejan de hablar, de muchos temas, por ejemplo, la digitalización de la sociedad actual, del futuro o más bien de la especulación, como apunta Alain en una mesa con amigos, donde todo parece que va a estallar de un momento a otro, pero no lo hace, o si lo hace, se trata de forma muy tímida, casi como un remolino intenso pero que se terminará en poco tiempo, algo así como el remolino interno y emocional que viven los personajes llevando adelante sus vidas, las que todos conocen, y las que ocultan, o las que no cuentan, que quizás son menos ocultas de las que creen.

Assayas atiza con vehemencia a nuestra sociedad, a sus rígidas estructuras económicas y al supremacismo del dinero, a esos gurús de la tecnología que vaticinan la defunción de lo tradicional en pos a una sociedad cibernética e hiperconectada, donde todo se hará por internet, en el que nos movemos por el mundo laboral, en este caso la edición de libros, como ocurría en Demonlover (2002) donde Assayas se sumergía en el espionaje industrial entre empresas y la sensación de los dibujos porno en 3D. Aquí, también hay estrategia industrial, entre otras cosas, como escenifican de forma sencilla y magnífica la relación entre Alain, el editor que apuesta por el libro de toda la vida, y se mantiene expectante a tantos cambios que se proclaman a los cuatro vientos como hace Laure, su nueva compañera de trabajo y cama. Unos tiempos convulsos, en los que todavía hay náufragos resistentes de sus novelas como Leonard, que tiene el mismo problema que tenía Harry con sus ex novias y amigos porque no paraba de hablar de ellos en sus libros en Desmontando a Harry, de Woody Allen.

El director parisino también nos habla de cine, como hizo en Irma Vep (1996) donde un director fracasaba en el intento de devolver a la actualidad la serie de Las Vampiras, de Feuillade. Ahora, se acuerda de Bergman y su película de Los comulgantes, donde recuerda al sacerdote sin fe que hablaba a una iglesia vacía, como ese mundo convencional en pos del online que muchos vaticinan que llegará pero que no llega, o a Haneke, con un chiste sexual en un cine viendo una del director austriaco. Assayas se muestra crítico con la sociedad, con la política, con las verdades absolutas, y las mentiras de siempre, encontrando a unos personajes infelices y frustrados, que encuentran en la mentira y las dobles vidas, que habla el título, en su razón de existir, aunque muy bien no sepan porque lo hacen y a qué lugar les lleva todo eso, porque al fin y al cabo, todos nos movemos con prisas en esta vorágine absurda y superficial que alguen llamó vida, porque todo se autodefine constantemente, y lo que ayer era el no va más con mucha energía, ahora se niega o se contradice con la misma fuerza. Un mundo cambiante, en constante ebullición, donde todo parece una cosa y al día siguiente, ya es otra. Quizás, como nos quiere contar Assayas, después de todo, nos quedan los amigos, nuestros amores, los reales y los ficticios, una copa de vino, y una buena charla sobre todo o nada. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA    

Sofia, de Meryem Benm’Barek

PERSEGUIDA POR LA LEY.

La película se abre de manera ejemplar y completamente esclarecedora para el devenir de los hechos que se contarán en ella. Vemos a una familia reunida en una mesa en mitad de una celebración, el ambiente es festivo, distendido acompañado de rostros exultantes, celebran la incorporación en una sociedad de los cuñados. El padre llama a su hija Sofia, que entra en el cuadro. Ese gesto cotidiano de la joven rebela mucho más que cualquier explicación detallada, en el que la hija embarazada se muestra ausente, muerta de miedo por la presión social en la que se verá sometida por incumplir las leyes tradicionales de tener un niño fuera del matrimonio. La cámara seguirá a Sofia cuando sale de cuadro con su vuelta a la cocina, y se quedará con ella, que se agarra la barriga ya que está sufriendo fuertes dolores que intenta disimular como puede. Sofia tiene 20 años y está embarazada, un embarazo que niega ya que en Marruecos hay penas de prisión para las madres solteras. Su prima Lena, de madre marroquí y padre francés, y de otro estrato social y económico, con esa mirada altiva hacia su prima, le ayuda y con la excusa del dolor se la lleva a un hospital que le permitirán de forma clandestina parir una hermosa niña. La familia se enterará de la noticia y todo cambiará.

La opera prima de Meryem Benm’Barek (Rabat, Marruecos, 1984) nos habla de la sociedad marroquí actual, y sus roles sociales y económicos, a través de la mirada de Sofia, una joven de 20 años que pare una niña fuera del matrimonio, cisma que convertirá su vida en un infierno, cuando las autoridades y su familia la obligan a casarse con Omar, el padre de la criatura, que vive en Derb Sultan, uno de los barrios más humildes de Casablanca. La directora marroquí va mucho más allá de la situación de Sofía, y nos habla de forma directa y valiente de las estructuras sociales de Marruecos, filmando tres espacios diferentes que entran en liza en la película, primero, el barrio de Sofia y su familia ubicado en el centro de clase media pero de fuerte arraigo tradicional, segundo, el barrio obrero y humilde Omar y su familia, donde los jóvenes se pierden en la desesperanza y la falta de oportunidades laborales, y por último, el barrio de Afna, donde viven Lena, Leila, madre y tía de Sofia, y Jean-Luc, francés, una zona de alto nivel social llena de grandes casas y mansiones junto al mar. Estos tres lugares definen de manera sencilla y contundente las estructuras sociales de un país fuertemente tradicionalista, en el que las leyes gubernamentales ayudan a seguir con lo antiguo y obligando a los jóvenes a casarse si tienen un hijo fuera del matrimonio, para de esta manera salvaguardar el honor de la familia y cumplir con las leyes establecidas.

Benm’Barek no juzga a sus personajes ni mucho menos sus decisiones, muestra sin juzgar, capturando esa sensación de opresión y miedo social que sienten Sofia y Omar, y su entorno, siendo víctimas inocentes de una sociedad tradicional y de unas leyes deshumanizadas, y lo consigue con lo mínimo, a través de una mise-en-scène naturalista y directa, donde la cámara se mueve entre los personajes, a través de esos marcos de puertas y ventanas que escenifican todos sus sentimientos agridulces que experimentan durante todo el metraje, en que los puntos de vista van cambiando a medida que van avanzando las circunstancias de los hechos, arrancando la película como un thriller social para ir hacia el estudio sociológico de la forma de vivir en el Marruecos actual. La directora marroquí imprime fuerza y energía a su relato con herramientas sencillas y muy efectivas, dando la palabra y el gesto a unos personajes complejos que a medida que avanza la película irán desatándose y expresando todo aquello que ocultan celosamente en su interior, que la narración va mostrando reposadamente, sin prisas, dosificando una información que ayuda a cambiar el curso de los acontecimientos, revelando más intrigas ocultas y secretas que guardan cada integrante de esta familia.

La película recupera ese tono neorrealista que también construyó esas miradas críticas ante una sociedad deshumanizada, o el “Free Cinema”, que ayudó a hablar con claridad de los conflictos sociales-económicos de aquella Inglaterra azotada por la terrible posguerra, o los recientes retratos sobre la Rumanía de Ceaucescu y su legado, en esas magníficas producciones que exploran con detalle la sensación de derrota, o el cine de Farhadi, donde un caso violento pone patas arriba lo más terrorífico de los ámbitos familiares. Destacan en el reparto los debutantes Maha Alemi que dota a Sofia de esa mirada fuerte y valiente que le ayudarán a enfrentarse a todo lo que se le viene encima, bien acompañada por Sarah Perles que hace una Lena, muy diferente a su prima, pero también inocente dentro de los parámetros sociales en los que viven, y Hamza Khafif es Omar, una víctima más, que su familia empujará a casarse para salir de su situación humilde, y la gran presencia de Lubna Azabal que interpreta de manera sobria y magnífica a Leila, la tía de Sofia, convertida en la marroquí casada con el francés para salir de su pobreza.

Benm’Barek ha tejido con sensibilidad y fuerza una película que en sus 85 minutos lanza una mirada crítica y contundente a la realidad social-económica de Marruecos, de las vidas depresivas y rotas de unos jóvenes que han de bajar la cabeza ante la persecución estatal y sus leyes opresivas, así como las de sus propias familias, que utilizan la boda para beneficiarse de sus situaciones sociales y escalar en su posición, como ocurre en la familia de Sofia, que ven en la boda de Sofía una salida tradicional y rápida para que este caso no enturbie y ponga en peligro el contrato con el cuñado francés que les sacará de su situación económica maltrecha y les dará una gran oportunidad de escalar económicamente en la sociedad, la misma sociedad que vive anclada en unas formas de vida arcaicas y tradicionales que no han avanzado ni resuelto los problemas actuales de los jóvenes, en una sociedad envuelta en sí misma, llena de apariencias, como la fastuosa boda que esconde una tristeza amarga en sus casados, una sociedad donde la mirada del otro se convierte en fundamental, más que la propia.

Burning, de Lee Chang-Dong

¿PUEDES VER LAS MANDARINAS?.

“Todos los animales y objetos en este universo son el HAMBRE GRANDE. Las estrellas en el cielo nocturno tiemblan porque están haciendo la Danza del HAMBRE GRANDE, conscientes de que se desvanecerán y su luz morirá. El rocío de la mañana es la lágrima derramada por las estrellas”.

(Cita de un Bosquimano del desierto de Kalahari)

El cine de LeeChang-Dong (Daegu, Corea del Sur, 1954) se centra en pocos personajes, sus historias suelen estar protagonizados por hombres o mujeres que se relacionan con alguna persona que otra, y en ambientes cotidianos y reducidos. Un cine basado en la psicología de sus personajes, sus miedos, inseguridades y demás aspectos humanos, a los que el cineasta surcoreano despeja de cualquier sentimentalismo, para someterlos en relatos donde alguna herida que otra los sacude emocionalmente, y los lleva a enfrentarse a su entorno, tanto emocional como físico, y sobre todo, a ellos mismos. Cuentos contemporáneos sobre la realidad política, social y cultural de Corea del Sur, protagonizados por personajes que, en muchos casos sobreviven instalados en una realidad anodina, vacía y sin futuro, una realidad que Cang-Dong describe con mimo, con reposo y haciendo gala de un uso extraordinario del tempo cinematográfico, donde convierte aquello cotidiano en un verdadero enigma para el espectador, en el que a través de una precisión absoluta de la forma, envuelve a los espectadores en aventuras urbanos o rurales donde los sentimientos dirigen las emociones oscuras y maltrechas de sus protagonistas.

En su quinto largometraje, basado en un cuento de 20 páginas de Haruki Murakami titulado Quemando graneros, que en la película se ha traducido con el nombre de quemando invernaderos (que adopta el título de una novela corta de Faulkner) con reminiscencias argumentales en la película. Chang-Dong convierte el exiguo relato de Murakami (un maestro en construir misterios a partir de pocos elementos anclados en la cotidianidad más absoluta) en una película  de 148 minutos, en la que nos sumerge pausadamente, sin prisas ni aspavientos misteriosos ni sentimentales, en un relato fuertemente psicológico protagonizado por Jongsu, un joven repartidos a tiempo parcial que, un día como otro cualquiera, se reencuentra con una antigua vecina de su misma edad llamada Haemi. Los dos empiezan a verse y se acuestan. Un día, Heami que tiene que viajar a África a conocer las tradiciones ancestrales de los bosquimanos, le pide a Jongsu que cuide de su gata “Caldera”. Mientras la joven está ausente, Jongsu acude a su piso y le deja comida al felino que nunca veremos, aunque si tendremos rastros de su existencia o no. Cuando vuelve Haemi, viene acompañada de un chico misterioso que responde al nombre de Ben, un tipo engreído y riquísimo que apenas explica nada de su vida, amén de enseñar su lujoso piso y automóvil. Entre medias, Jongsu ha vuelto a su pueblo, ya que su padre está en la cárcel por un altercado con un funcionario, y tiene que cuidar de un ternero que no consigue vender.

Este vértice singular y poco convencional irán encontrándose y dialogando entre ellos, en que el misterio se irá apoderando de su extraña relación, y sobre todo, del relato que nos cuenta Chang-Dong, y construyéndolo de un modo sencillo y absorbente, casi sin darnos cuenta, apreciándolo suavemente, con momentos magníficos como el par de bailes inolvidables sobre todo el segundo, en el patio de la casa de Jongsu que se marca una Haemi con los pechos al aire al atardecer, imitando la danza africana de “Los grandes hambrientos”. Aunque, esa aparente armonía del trío un día se zanjará de forma brusca y sorprendente cuando Haemi de forma inesperada desparece sin dejar rastro. En ese instante, la película cambia de forma, color y textura, lo que hasta ese momento había sido una reflexión concienzuda sobre los jóvenes surcoreanos y la juventud en general, sobre sus desesperanzas en una sociedad cada vez más individualista y sin futuro, con relaciones esporádicas y líquidas (como mencionaba Bauman), se convierte en una película donde el thriller se apoderará del relato, pero huyendo de los convencionalismos del género, en el que Jongsu empieza una búsqueda incesante de Haemi (que recuerda al aroma de las tramas psicológicas y misteriosas de Antonioni y esos personajes que deambulan y hablan, peor que no sabemos absolutamente nada de sus existencias) la que parece haberse esfumado por completo, en el que comenzará a seguir al enigmático Ben, que cada vez se vuelve más oscuro e impenetrable, si cabe, frecuentando sus amigos y otra novia.

Su vida envuelta en el misterio se irá desvelando a través de la mirada de Jongsu, porque la película juega admirablemente, no solamente con el enigma de la desaparición de Haemi, sino con el propio enigma cinematográfico, mostrándonos aquello que va descubriendo o imaginando Jongsu, en un laberíntico y brutal juego de espejos donde el misterio se adueñará de la trama y comenzará a sacudirnos de forma psicológica, a medida que Jongsu va aclarando el entuerto o no, porque Chang-Dong nos cuenta las pesquisas del joven de forma extraordinaria, con ese ritmo pausado, donde todo lo miramos con Jongsu, aunque dudaremos de sus investigaciones, sus argumentos y sobre todo, su enigma, porque la película no toma posición por nada ni nadie, dejará que nosotros los espectadores tomemos esa posición, imaginándonos que ha sucedido con el destino de Haemi, a través de todo aquello que se nos ha ido desvelando a lo largo de los 148 minutos de metraje.

El cineasta surcoreano consigue con escasos elementos extraídos de la más absoluta cotidianidad, introducirnos en un gran misterio, que nos atrapará inexorablemente, sin dejarnos respiro ni descanso, llevándonos por esas calles al estilo de Vértigo, de Hitchcok, donde Jongsu sigue el automóvil de Ben, o dejándonos caer por el piso ordenado de Haemi, que será todo lo contrario como lo había dejado en su anterior viaje, o encontrándonos con familiares o conocidos de Haemi que nos irán informando o no sobre Haemi y su entorno, tan misterioso como la existencia de Ben, y nos llenarán de dudas a cada paso que vamos dando, a la par que Jongsu, nuestro guía en la película, dándonos pistas fiables o no, como el relato enigmático de Ben cuando explica a Jongsu que su afición es quemar invernaderos, y Jongsu empieza una carrera casi a contrarreloj investigando los invernaderos abandonados de su vecindario.

Chang-Dong añade elementos como la pantomima, la gata, el reloj de pulsera rosa o la caída del pozo, todos misterios o no, presencias y ausencias, que formarán parte de ese imaginario real o no, de la verdad que describe o no la película, a través de cada uno de sus personajes, donde parece que lo importante no es saber si estás viendo o no las mandarinas, lo importante está en si piensas que realmente existen las mandarinas que no estás viendo) que parecen llevarnos a pensar en unas situaciones, pero no de forma clara y concisa, sino de una manera diferente, como si la desaparición de Haemi fuese imaginaria o real, nunca lo sabremos a ciencia cierta, o formase parte de la imaginación de Jongsu, escritor en ciernes, en busca de algo interesante que contar, todos los caminos son válidos o no, o simplemente la película es un retrato sobre las apariencias, las verdades de todo color o forma, y el enigma es simplemente una excusa, una especie de macguffin que nos hace movernos de un lugar a otro, y todo forma parte de nuestra mente, imbuidos en un estado de hipnosis en el que la película y lo que cuenta nos ha llevado sin remedio. Todos las ideas son válidas o no.

 

Madrid, above the Moon, de Miguel Santesmases

Cartel MADRID ABOVE THE MOON AFVIVIR OTRA VIDA.

Un joven treintañero hace fotos mientras pasea por la Plaza de Oriente de Madrid. Habla en inglés con turistas y acaba flirteando con ellas. Algunas acaban en su cama, otras no. Se hace llamar Miguel y que se dedica a hacer fotografías, incluso las lleva hasta su casa. Pero en realidad, no es así, él no es quién dice ser. Está suplantando la vida y el trabajo de su amigo, que le ha dejado unos días su casa. De esta manera tan envolvente y peculiar arranca la cuarta película de Miguel Santesmases (1961, Madrid), que tras un período prolífico en el que hizo tres films en 7 años, llevaba una década sin dirigir, la última fue Días azules en el 2006.

Dedicado durante ese período a la docencia, Santesmases tenía ganas de volver a dirigir, pero quería hacer una película modesta y sencilla, que nadie debía aprobar, que se haría en cooperativa con la ayuda desinteresada de muchos y su rodaje se llevaría a cabo en Madrid. Una película de alguien que fantasea con ser otro, Ernesto se ha pasado la vida queriendo ser otro, no ser quién es, quizás por falta de valentía a decidirse por algo o alguien, en una eterna huida que pretendiendo escapar de los demás, no se da cuenta que de quién está escapando es de sí mismo. Santesmases ha filmado una cinta sencilla, que sucede casi siempre de día, y casi en un único escenario, la Plaza de Oriente, el origen y lugar emblemático de la capital, un espacio donde se concentran turistas por doquier, el lugar idóneo donde Ernesto puede pasar desapercibido, siendo otro, en el que habla en inglés, en el que liga con turistas, mujeres de paso, personas que pasarán por su vida como una brizna de viento, nada que lo pueda devolver a la realidad, y mantenerlo en esa extraña ensoñación inmadura en la que se encuentra. La cámara del realizador madrileño observa con la debida distancia, no juzga a sus personajes, sigue a Ernesto, al que acompaña el sonido ambiente y la suave melodía de la guitarra española, lo mira desde afuera, como el que mira a alguien que acaba de llamar su atención, permite a los espectadores seguir lo que acontece sin inmiscuirse, sin molestar, con atención, eso sí, pero dejándose llevar por los acontecimientos que se van presentando.

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La primera mitad de la película está construida como una comedia romántica de chico conoce a chica, aunque con matices, parece que el chico sólo quiere ligar con chicas, sin llegar a conocerlas. En la segunda parte de la cinta, el género romántico se mantiene, pero la comedia deja paso a una cinta de misterio o thriller, en el que aparece una chica, que como le ocurre a Ernesto no dice quién realmente es, oculta cosas de su vida y se aparta de sí misma. Santesmases nos habla de un mundo de apariencias, de mentira, de un mirada crítica hacía las relaciones superficiales en las que nos movemos en el mundo contemporáneo, también hay lugar para el metacine, en el que la película se construye a medida que la estamos viendo, con aparición incluida del director (como sucedía en Los ilusos, de Jonás Trueba, película con la que comparte más de un paralelismo). Un cine de aquí, que reflexiona sobre la dificultad de hacer cine, y de las complejas y oscuras relaciones. Un cine que nace desde dentro, hecho artesanalmente, de calidad, con unas interpretaciones naturales y honestas entre las que destaca Víctor Vidal como el joven “fotógrafo” perdido, Rocío León, la enigmática y cálida Alma y Helena Sanchis como la desaparecida y atractiva Susan. Una historia ligera, que se ve con tranquilidad, sin prisas, (que recoge el espíritu de aquella comedia madrileña de finales de los 70 y primeros de los 80, en títulos como Tigres de papel, Opera prima o el primer Almodóvar) en el que conocemos personajes como nosotros, que quieres ser otros, o simplemente huir de ellos mismos, aunque esa perpetua huida acaba teniendo un final, un punto finito en el que tenemos que mirarnos a nuestro espejo interior y saber quiénes somos y sobretodo, quién queremos ser y hacer.

The propaganda game, de Alvaro Longoria

the_propaganda_gameLA GUERRA PSICOLÓGICA

“La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas.”

Joseph Goebbles

El líder político y espiritual hindú Ghandi argumentaba, “Que siempre existen tres enfoques en cada historia: mi verdad, tu verdad y la verdad”. La segunda película de Álvaro Longoria (Santander, 1968), después de Hijos de las Nubes. La última colonia (2012), donde abordaba las dificultades políticas de la zona del Sáhara que, fue premiado con el Goya al mejor documental, se embarca ahora en su segunda película en un difícil proyecto, adentrarse en Corea del Norte, el país más cerrado y aislado del mundo, de la mano del catalán Alejandro Cao de Benós, el único extranjero occidental que trabaja para el gobierno norcoreano, consiguió un permiso para filmar en primavera del 2014 durante 10 días, donde sería guiado por unos funcionarios, y debía de seguir instrucciones precisas de dónde podía filmar y dónde no. Con la compañía de dos cámaras, Rita Noriega y diego Dussuel, Longoria se adentró en tierra norcoreana para mostrarnos lo que no hemos visto, la realidad o no de lo que sucede, nos muestra cómo viven, cómo piensan y que sienten los ciudadanos. Quizás lo que escuchamos no es lo que verdaderamente piensan, y estén teledirigidos por el poder del estado, aunque esa cuestión como las otras que se explican en el documental, Longoria, muy acertadamente, nos las cede a los espectadores para que saquemos nuestras propias conclusiones. También, nos conduce por calles, monumentos en honor al comunismo, a su líder, que es tratado como un Dios, y sus antecesores, encumbrados a los altares de la divinidad, y escenificados por grandes estatuas repartidas por el país.

Longoria nos lleva a la zona más peligrosa del país, la frontera con la vecina Corea del Sur, aliada de los EE.UU., enemigo acérrimo del país, donde estos exhiben su fuerza militar a modo de provocación, según cuentan los soldados destinados a la zona, se centra en lo más cotidiano, en las escuelas, los puestos callejeros de comida, las casas, y cómo se divierten los norcoreanos, y no se olvida, de la otra cara, los contrarios, los disidentes que hablan de las terribles situaciones que han vivido, los diferentes periodistas extranjeros que trabajan en la zona, y las noticias e informaciones de las televisiones y periodistas estadounidenses, así como sus líderes políticos. Noticias e informaciones de todo tipo, inverosímiles, grotescas, y terroríficas que unos y otros cuentan como reales para aminalar al contrario y ganar este combate sucio y espeluznante de información que data desde la primera guerra mundial, se hizo crucial en la segunda y explotó durante la guerra fría.

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Longoria sacude toda la información que se va encontrando, habla con unos y otros, los que aman el país, y los que lo odian, de la situación que se respira en el último bastión del comunismo. Bucea en los entresijos del poder, intenta destapar lo que no se ve, lo que parece no existir. Hace una reflexión muy interesante sobre los medios de comunicación, el poder de la información, sus mecanismos, la veracidad de todo lo que nos llega, la verosimilitud de datos, imágenes y diferentes materias de comunicación, y cómo todo ese material es utilizado por los países y sus ciudadanos. Nos habla de las políticas exteriores del país, de sus relaciones o no con Rusia y China, de un hervidero político y económico que parece que en cualquier momento puede estallar. Nos presenta una guerra de poder no declarada oficialmente, pero que respira sangre y muerte, un intercambio de disparos y bombas a modo de información inventada o no, para desprestigiarse los unos a los otros. Longoria que, a través de Morena Films (creada en 1999 por él y un grupo de socios, que ya había financiado la trilogía sobre Fidel Castro: Looking for Fidel, Comandante y Persona non grata, todas dirigidas por Oliver Stone, y Últimos testigos, donde se documentaba a Fraga y Carrillo), vuelve al ruedo político y de denuncia, como ya hiciese en su opera prima, con un artefacto político de indudable calidad que se reafirma en la persistente y difícil cuestión de resolver y, que nos vuelve a remitir a Ghandi, la grandísima dificultad de averiguar que es verdad y que no, la veracidad de lo que nos cuentan tantos unos y otros, que partes son ciertas y cuáles son producto de la guerra propagandística a la que estamos sometidos diariamente por los medios.