JÓVENES Y AMANTES.
“Todos los hombres son iguales en al menos un aspecto: su deseo de ser diferentes”
William Randolph Hearst
La película se abre de forma concisa y muy transparente, dejando claro desde su primer fotograma por donde irán los tiros. Liang Fei, un joven que lleva un tiempo en la gran ciudad, que podría ser cualquiera de Taiwán, se gana la vida ofreciendo su cuerpo a señores ávidos de compañía y sexo. Todo cambia, cuando conoce al experimentado y celoso JC Lin, con el que vive un tórrido romance, pero las cosas no van como se esperan. La opera prima de C. B. Yi, un cineasta chino-austriaco, que se graduó en la prestigiosa Vienna Film Academy bajo el auspicio de nombres tan ilustres como los de Michael Haneke y Christian Berger, es una obra a contracorriente, y mucho más si vemos el país que describe, porque China para nosotros es un país gigantesco de donde vienen la mayoría de productos que consumimos, o como explica la película, es un mosaico de grandes complejidades, donde podemos encontrar a personas como nosotros, con otras particularidades, pero no muy alejadas de nuestras realidades más cotidianas.
El cineasta asiático-europeo construye en Moneboys una película que va más allá de la relación gay de sus dos protagonistas, que ya es todo una modernidad en un país que persigue a las personajes del colectivo LGTB, porque también profundiza sobre los problemas económicos que se enfrentan muchos jóvenes en el mundo occidental, en la deriva de continuar en su pueblo en condiciones miserables o por el contrario, emigrar a la ciudad y realizar trabajos incómodos, como los de prostitución, pero en el que se gana muchísimo más. Hay otros temas como los de la identidad, las relaciones sentimentales volubles, liberales o convencionales, el recuerdo de los ausentes, la familia que agradece el dinero pero rechaza la condición gay del protagonista, y la necesidad de dejar el pasado para construir un presente diferente, y el más importante que rodea y agita al trío protagonista, el deseo y el amor que los lleva en volandas por esta película que describe esa China más moderna y ultraliberal frente a esa otra, más rural y anclada en costumbres ancestrales.
La película del cineasta chino-austriaco revela una forma muy característica del cine asiático, una composición visual muy trabajada y detalla, en la que predomina la estilización de los colores neones, con esos restaurantes donde se reúnen amigos para comer, y esos espacios sofisticados e íntimos, donde la luz juega a ensombrecer unas vidas demasiado agitadas que constantemente se mueven entre dos universos, en un gran trabajo del cinematógrafo Jean-Louis Vialard, que conocemos por sus trabajos en Tropical Malady, de Apichatpong Weerasethakul y con Christophe Honoré, entre otros, y el espectacular ejercicio de montaje de Dieter Pichler, del que hemos visto El gran museo, de Johannes Holzhausen, y con la directora Ruth Beckermann, que dota de ritmo y agilidad sus dos horas de metraje. Como ocurre en el grueso de la cinematografía asiática, en Moneyboys nos tropezamos con grandes trabajos del trío protagonista del filme, con Kai Ko a la cabeza, el hilo conductor del relato, un actor muy expresivo, cercano y atractivo, que vivirá una historia de amor que lo marcará y donde el pasado le pesa demasiado. A su lado, Yufan Bai, el chico del pueblo que llegará a la ciudad con la idea de ser un Liang Fei más, emulando al personajes que interprete Kai Ko, y el vértice de este triángulo singular y lleno de sombras, JC Lin en la piel de Han Xiaolai, un tipo que parece tenerlo todo bajo control, pero con la llegada de Liang Fei todo cambia. Y finalmente, la presencia de la actriz Chloe Maayan, que interpreta varios roles, y que recordamos de su participación en la magnífica El lago del ganso salvaje, de Diao Yian.
Moneyboys tiene el aroma de las buenas películas de temática homosexual, que no solo se centran en hablar de la diferencia de forma abierta y natural, sino que abordan otros temas humanos e íntimos, como ocurría en La ley del más fuerte, de Fassbinder, El hombre herido, de Chéreau y La ley del deseo, de Almodóvar, entre otros. Un cine que huye de estereotipos y prejuicios y plantea películas con homosexuales para todos los públicos mayores de edad. C. B. Yi ha construido una película que habla de su país de origen desde una perspectiva diferente e inusual, sumergiéndonos en esas formas de vida clandestinas y alejadas de la oficialidad, en un país en continuo desarrollo económico a costa de una población esclava e invisible, y lo hace a través de una historia de amor que vertebra toda su película, una historia que abarca un tiempo largo, un tiempo en el que las cosas evolucionan y van cambiando, o quizás, simplemente hacemos muchas cosas, porque hay cosas, como los sentimientos, que se resisten a los cambios, o tal vez, lo que sentimos profundamente no cambia nunca y sigue dentro de nosotros, y en cada cosa que hagamos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA