Entrevista a José Pablo Escamilla, director de la película «Mostro», en el marco del LATCinema Fest en los Cinemes Girona en Barcelona, el domingo 3 abril de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a José Pablo Escamilla, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Anna Vázquez de Gestión Cultural de Casa Amèrica Catalunya, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Laura Sisteró, directora de la película «Tolyatti Adrift», en su vivienda en Barcelona, el viernes 28 de octubre de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Sisteró, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Sandra Carnota de Begin Again Films, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Todo el mundo quiere largarse de este barrio. Lo oyes cada día. La verdad es que lo llevo oyendo toda mi vida. Planes de mierda y sueños rotos que no se llegan a cumplir. Pensando en cómo irse para no volver”
La secuencia, a modo de prólogo, que abre Libélulas, muestra a las dos protagonistas Alex y Cata en ese estado de estar sin estar, deambulando por aquí por allá, sin nada que hacer ni rumbo que tomar, haciendo como si se divirtiesen o quizás, una propia representación de esa vida que les gustaría tener y que para nada tienen. Sumergidas en una existencia detenida, malviviendo en esos barrios de la periferia donde no ocurre nada que valga la pena, perdiéndose en las noches donde se drogan, juegan a divertirse y también, se pelean. Son dos jóvenes, amigas de toda la vida, que sueñan con huir de su realidad, pero su realidad hace mucho que las dejó tiradas o tal vez, todavía lo de escapar se ha convertido en un sueño, no en una realidad real.
El director Luc Knowles, que se fraguado en el videoclip y la publicidad, opta por un marco reconocible y atemporal, es decir, su aspecto y su imagen son muy próximas a ese cine del extrarradio, al cine de Larry Clark, Greg Araki, Harmony Korine y Sean Baker, entre otros, sin olvidar a películas como Rosetta (1999), de los Dardenne o Winter’s Bone (2010), de Debra Granik, donde abundan las casas baratas prefabricadas o esas caravanas, gentes sin trabajo o trabajos precarios, gentes sin alma que trapichean, se drogan y pierden su poca vida en noches tan largas que hacen del día un tiempo insoportable. La cámara de Iván Sánchez Boró (que ha trabajado en películas de Ramón Luque), es una cámara pegada al cuerpo y la piel de los protagonistas, metiéndose entre ellos, sumergiéndose en su irrealidad y en su intimidad, sin juzgarlos solo retratando su cotidianidad, sus conversaciones y esa soledad compartida que duele y que entristece. La música de Iván Espejo (aka John Vermont) resulta fundamental en este retrato de aquí y ahora, que sabe escrutar y describir los diferentes estados de ánimo de los diferentes individuos, sus montañas rusas emocionales y ese ir y venir intenso y muy loco.
Una banda sonora que incluye un temazo como los que se marcaba el gran Bambino, porque escuchar “Culpable”, mientras vemos el rostro desencajado de Milena Smit es oro puro, uno de esos momentos del cine español de esta temporada. La trama es sumamente sencilla, vemos las jornadas de estos jóvenes y sobre todo, sus noches de drogadicción y fiestas locas y sexuales, mientras seguimos a un par de polis, uno de ellos corrupto, que investigan quién o quiénes están moviendo por el barrio medio kilo de perico, donde el director usa para ver ese barrio o lo que queda de él, sumido en su depresión enfermiza, con tiendas cerradas y abandonadas, lugares convertidos en basureros, y una desolación que tiene que ver con ese aire fantasmal de los lugares donde la vida pasó de largo. Estos jóvenes podrían ser los hermanos mayores de Javi, Manu y Rai, los tres chavales que pululaban por Barrio (1998), de Fernando Léon de Aranoa, porque si uno de los grandes puntazos de la película es su increíble reparto, que destila alma y fisicidad.
Un extraordinario casting en el que mezcla algún que otro veterano con un reparto lleno de caras desconocidas y muchos debutantes o con poquísima trayectoria en esto del cine, si exceptuamos a Milena Smit como Cata, que nos flipa cada vez que la vemos en sus inquietos y sinceros personajes, con ese aire de fragilidad e inocencia, pero con un alma fortísima en su interior, como la chica oscura de No matarás o la madre-niña de Madres paralelas. Bien acompañada por Olivia Baglivi como Alex, con la que hace una pareja rompedora, que se comen la pantalla, traspasándola y conmoviéndonos a través de una pureza y cercanía maravillosas. Son dos grandes agitadoras ye inquietas y agitando cada secuencia en la que están presente, que no estarían muy lejos de las chicas de la reciente Las gentiles, de Santi Amodeo. Alex es la chica que planea pirarse con su chico Jota que hace Gonzalo Herrero, Pol Hermoso es el rubio, el que se lo hace con Cata, con sus rollos y demás, Lei Lei Wu es el chino, un cocinero al que le va Alex, y trabaja con Marina Esteve, la hermana de Alex. También encontramos a Javier Collado como Nico, el poli de armas tomar, yonqui y putero, toda una joya en la cinta, al que le acompaña Raquel Brel.
Libélulas, gran título que hace referencia a esa fragilidad fusionado con el continuado aleteo, un no parar en unas vidas que pueden deshacerse en cualquier instante. Una película atípica dentro del panorama del cine español, por su transgresora propuesta, su forma y fondo, en continua búsqueda como sus protagonistas, dos mujeres al borde todo y en la nada perenne. Un filme que recoge el aroma de ese cine indie estadounidense que tanto ha brillado a nivel internacional, mostrando las miserias humanas y sociales de aquellos que son expulsados del paraíso que nos hablaba el gran Jarmusch, o aquellos otros, más alejados que tanto le gustaban a Waters, en todo caso, celebramos el estreno de una película como esta, y nos alegramos de la llegada a nuestro cine de un tipo como Luc Knowles, y deseamos que su talento siga trabajando en el cine y sigamos conociendo su forma de hacer y deshacer, y sobre todo, esa intuitiva y humana mirada a los de abajo, a los excluidos y a los que nada tienen y sienten mucho, nos deje algunas obras interesantes, honestas y humanas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
Entrevista a Lola Buero y África de la Cruz, intérpretes de la película «Los gentiles», de Santi Amodeo, en los Cinemes Girona en Barcelona, el jueves 2 de junio de 2022.
Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lola Buero y África de la Cruz, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y Rubén Codeseira de Comunicación de la película, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Llega un momento en que algo se rompe en tu interior, y ya no tienes ni energía ni voluntad. Dicen que hay que vivir, pero vivir es un problema que a las larga lleva al suicido”
Umberto Eco en “El cementerio de Praga”
Muchos hemos visto la película corta Bancos y el largometraje El factor Pilgrin, ambos del 2000, y dirigidos por el tándem Alberto Rodríguez (Sevilla, 1971) y Santi Amodeo (Sevilla, 1969), unos trabajos de culto que despegaron dos filmografías que siguen dando guerra veintidós años después. Amodeo siguió con Astronautas (2003), en la que se centraba en las difíciles relaciones de un ex yonqui en pleno proceso de integración en la sociedad y una adolescente perdida y en busca de su hermano desparecido, y Cabeza de perro (2006), un chaval con una rara enfermedad neurológica conoce a una joven inquieta y alocada. Dos películas que ponían el foco en el final de la infancia y la primera juventud a través de dos jóvenes bastante a la deriva, sin futuro y relacionándose con tipos difíciles. La tercera parte de la trilogía iba a ser Las gentiles, pero las circunstancias imposibilitaron el proyecto y la carrera del director sevillano continuo con trabajos más industriales como la serie Hispania (2010), y los largometrajes ¿Quién mató a Bambi? (2013), y Yo, mi mujer y mi mujer muerta (2019).
Ahora, Amodeo ha podido retomar su proyecto guardado en un cajón y ha parido Las gentiles, coescrita junto a un grande como Rafael Cobos, el colaborador más estrecho del citado Alberto Rodríguez. Un relato intenso y magnífico que protagonizan un grupito de chicas adolescentes que piensan a menudo en el suicidio, sobre todo, dos de ellas. La película situada en Sevilla, como muchas de la filmografía del director, se sumerge de forma natural y sin estridencias en la cotidianidad de cinco amigas. Tenemos a Pacheco, Moriñigo, Tere, y las dos amigas del alma, la Corrales, con tendencias suicidas, y Anita, la voz cantante de la película, porque la historia está contada a través de ella, su intensa y bella mirada se hace con el retrato de la película, contándonos su vida y por ende, la del resto, a través de su realidad, de su entorno y demás. Amodeo huye de la condescendencia y el sentimentalismo para mirar a sus chicas de forma profunda y sensible, sin caer en el manierismo, sino todo lo contrario, en dejar que su cámara las siga y las deje hablar, hacer y experimentar.
Una excelente cinematografía de Álex Catalán, también productor asociado, que ha trabajado en cuatro de las cinco películas del cineasta sevillano, que captura unas vidas en continuo movimiento, donde las acompañamos en el instituto, en sus clases, en sus botellones, sus viajes por internet, sus fotos y videos, su música, bien seguidas por las animaciones marca de la casa del cine de Amodeo y la música, que firman el propio director, la cuarta de sus películas, junto a Bronquio. Sintonías y ritmos muy bien elegidos que detalla y nos sumerge en esos microcosmos vertiginosos y alucinógenos, donde hay una verdad y mentiras poliédricas entre la realidad y las redes sociales, donde el montaje de José M. G. Moyano, un habitual de Amodeo, y Darío García García (con experiencia en documentales, la serie La peste y el próximo estreno de Rendir los machos, de David Pantaleón), sabe introducirnos en esa vorágine de vidas, de experiencias sin fin, de pensamientos, ideas, reflexiones y demás emociones, donde todo se vive de forma intensa y a toda velocidad, sin tiempo.
Las gentiles se detiene en la juventud, en ese período transitorio donde todavía no eres de un lugar ni del otro, como si fueras náufragas sin isla, vagando sin rumbo, esperando que algo ocurra, cuando ocurre la vida, a veces vacía, a veces llena, y casi siempre sin saber que pasa. Unas chicas jóvenes con esas vidas complejas, inseguras y llenas de dolor, de rabia y perdidas, unas chicas que siguen a aquellas dos como Teresa Hurtado de Ory de Astronautas, y Adriana Hugarte en Cabeza de perro. También, habla de falta de comunicación en las familias, de unas vidas no satisfechas que parecen escaparse no se sabe dónde, y se profundiza de forma realista e íntima del suicidio, sin caer en la típica película de género que lo usa como excusa, aquí es el centro de todo y se habla desde la sencillez y la realidad de sus vidas, sin intentar ningún discurso ni cosas por el estilo. Las mencionadas Teresa y Adriana ya demostraron el buen hacer de Amodeo con las debutantes como vuelve a demostrar con el extraordinario quintero de Las gentiles.
Un grupo que forman Alva Inger, Lola Buero, Olga Navalón, y las dos más principales: Paula Díaz en la piel de Corrales, la antítesis de África de la Cruz como Anita, la autentica alma mater de la película, una fiera de la actuación, de la mirada y la gestualidad, todo un maravilloso descubrimiento que deseamos que siga en la interpretación y ofreciendo personajes tan humanos y cercanos como su Anita, uno de esos personajes que no se olvidan con facilidad, que lo dice todo con una mirada y que, sobre todo, se mueve, siente y padece de forma muy hacia adentro, muy suya, que acapara cada encuadre en el que aparece, llenándolo todo. Celebramos con entusiasmo esta vuelta de Amodeo al cine más personal, reflexivo y auténtico, ese cine que cuenta lo que nos pasa, y lo forma humana y vital, donde no hay proclamas ni tesis, sino toda una amalgama de sensaciones, emociones y experiencias que viven las inolvidables protagonistas y además, se atreve a hablar de forma clara y transparente del suicidio entre los jóvenes, y haciéndolo como lo hace, de forma verdadera y honesta. Todo un lujo de película y una de las hermosas, profundas y sencillas aproximaciones de la juventud de aquí y ahora. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Yo nunca te voy a olvidar. Igual que tú nunca me olvidarás”
Alguna vez hemos sentido algo muy bonito por alguien mucho más mayor que nosotros. Si enamorarse es algo muy difícil, hacerlo de alguien fuera de nuestro entorno y alcance resulta una tarea casi imposible. Gary Valentine tiene 15 años y todavía anda en el instituto, y el día de los retratos para el almanaque del colegio, conoce a Alana Kane, con la que conecta de inmediato y comenzará a gustarle mucho. Pero, Alana tiene 25 años y se mueve, piensa y siente de forma muy diferente a Gary. Gary no se dará por vencido, y quizás, el tiempo dirá que ocurre entre ellos. Nos encontramos en el año 1973, en el Valle de San Fernando, uno de esos barrios periféricos del norte de Los Ángeles, donde el director Paul Thomas Anderson (Studio City, California, 1970), creció y ha ambientado tres de sus películas, como Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), y Punch-Drunk Love (2002). Basándose en los recuerdos de Gary Goetzman, ex niño actor y ahora afamado productor de televisión, le sirvió para construir el personaje de Gary, un chaval al que veremos de aquí y para allá, con su colla de amigos, y sobre todo, Alana que, sin quererlo o sí, andará detrás de todas las actividades económicas que emprenda el avispado chaval, desde las camas de agua a las máquinas de pinball.
El director estadounidense ha virado hacia otro rumbo en su noveno trabajo, y ha dejado a los Daniel Plainview de Pozos de ambición (2007), Freddie Quell de The Master (2012), Doc Sportello de Puro vicio (2012), y al Reynolds Woodcook de El hilo invisible (2017), tipos complejos, obsesionados con su trabajo y sus vidas, alejados de la realidad, y traumatizados por un pasado tortuoso, y con amores oscuros, que más que placer dan dolor. Porque Licorice Pizza, hago un alto en el camino para aclarar el tema del título (traducido como “pizza de regaliz”, recoge el nombre de una famosa cadena de tiendas de discos), seguimos con la película. Un cambio de sentido total en su forma de mirar aquellos años setenta, los de su infancia, construyendo una hermosísima película vitalista, que atrapa un estado de ánimo, donde el amor o no de Gary y Alana, acaba siendo una maravillosa excusa para retratar un tiempo donde todavía la utopía de libertad y cambio parecía posible. Recorremos sus calles, tiendas y casas de forma vertiginosa llevados por el viento con temas del momento, como ”Life on Mars”, el extraordinario tema de Bowie, mientras vemos a Gary sorteando transeúntes y automóviles movido por esas ansias de vivir, de probarlo todo, y de querer ser mayor cuanto antes mejor, porque mañana ya será tarde.
La mirada hacia el pasado de Anderson no está muy lejos de las que nos ha brindado Linklater, y otros relatos-retratos como los inolvidables Veranodel 42 (1971), de Robert Mulligan, que también retrataba una relación entre un teenager y una joven, y en Mas petites amoureuses (1974), de Jean Eustache, que el primer amor despedía la niñez. El formato panorámico y de 70 mm, con una grandísima cinematografía que firma Michael Bauman junto al director, ayuda a que la película tenga esa textura tan de la época, y esos maravillosos planos secuencia como el que abre la película, que se convertirán en el arranque de los diferentes episodios de la trama, donde el movimiento de los intérpretes nos seduce de tal forma que creemos que nos rodean, y los característicos primerísimos primeros planos que jalonan todo el relato. La película se abre camino entre las aventuras y desventuras de Gary con Alana, con un estupendo trabajo de edición de Andy Jurgensen, que van tropezándose con personajes reales, a cual más variopinto, una interesantísima fusión que la película hace con una naturalidad sorprendente.
Nos cruzamos con tipos de toda clase y calaña como Jack Holden, que hace Sean Penn, un trasunto de William Holden, en una secuencia hilarante donde cine y vida se dan la mano o te la rompen, en la que participa un desatado Tom Waits en la piel de Rex Blau, la cazatalentos Mary Grady, interpretada por Harriet Sansom Harris, y la no menos famosa Lucie Ball, de la que coincide también la película Being the Ricardos, aquí convertida en Lucille Dolittle, que hace con gracia y mala leche Christine Ebersole, toda una fiera del mundo catódico con show propio, el candidato a la alcaldía Joel Wachs que interpreta Benny Safdie, y uno de esos cameos imposibles de detectar porque el actor John C. Reilly hace una aparición como Herman Monster en el rarísimo festival adolescente de buscarse la vida, y quizás el personaje más hilarante y alocado que no es otro que Jon Peters, en la piel de una excelente Bradley Cooper, el famoso peluquero y luego, convertido en productor de éxito, con tres momentazos difíciles de olvidar.
Una película que sigue el amor o no de Gary y Alana, con sus continuas idas y venidas, que si ahora sí, que ahora no, que quizás más tarde o la semana que viene, o qué sé yo, conducidos por ese ritmo veloz que tienen los años de la juventud, visitando locales de moda entonces como el mítico restaurante fino “Tail O’The Clock”, que estuvo abierto casi medio siglo, frecuentado por estrellas de Hollywood, el Cine Portal, mítica sala de la zona, esas casas de clase media como el hogar de los Kane, toda una familia judía conservadora tan característica, o la madre de Gary, toda una mujer de su tiempo, moderna y madraza, que lleva la carrera y los negocios de su hijo. La película es una conjunto de pequeñas historias y realidades setenteras, donde nos toparemos con un Nixon a un año de su histórico dimisión, aquellos programas televisivos que agolpaban a toda la familia frente al televisor, y la crisis del petróleo que dejó sin gasofa a todos los vehículos de buena parte del mundo consumista, incluido los del Valle de San Fernando, con esa inolvidable secuencia del camión cuesta bajo conducido por una intrépida Alana. Pasamos del ambiente juvenil al adulto sin darnos cuenta, en una especie de itinerario parecido al que hacía el mencionado Dos Sportello, metiéndose en líos bastante oscuros e inquietantes como los de Holden o Peters.
Los setenta y el mundo de las películas ya habían sido revisitados por Anderson en Boggie Nights y la mencionada Puro vicio, en un contexto diferente. Ahora vuelve a aquel universo, pero desde la adolescencia y la juventud, donde Gary y Alana podrían ser unos jóvenes Rick Dalton y Cliff Booth, los personajes principales de Erase una vez en… Hollywood (2019), de Tarantino, ambientada en el 69, porque tanto la película de Anderson como la del cineasta de Tennessee, miran el pasado acordándose de las personas corrientes y anónimas, porque detrás de cada éxito siempre hay muchísimos fracasos, con brillo y oscuridad, recordando aquellas calles, aquellos locales desparecidos, y aquella atmósfera de libertad, de vida y de amor, con la formidable música de Jonny Greengood, guitarrista de Radiohead reciclado en excelente compositor de bandas sonoras, que con Licorice Pizza, firma el cuarto trabajo para Anderson, y al igual que la película de Tarantino, una selección de grandes temas como los de Nina Simone, Bing Crosby, Sonny & Cher, Chuck Berry, The Doors, Paul McCartney, entre otros.
La fabulosa pareja protagonista y debutante que nos encanta desde su maravillosa apertura, con ese no coqueteo, con ese no amor, con una buscavidas que encuentra a otro, igual de buscavidas que ella, y ese diálogo que los atrae y repele a la vez, con esas miradas del quiero y no quiero, con ese juego que seguirán en toda la película, el juego del amor que los tiene ahora sí, ahora no, ahora quizás. Una grandísimo acierto del director con una pareja que son la película, o lo que es lo mismo, sin ellos no hay película. Una no pareja formada por la forman Alana Haim, componente de la banda de indie rock – a los que Anderson ya había dirigido alguno de sus videoclips – en la piel de una poderosísima Alana Kane, la mujer de armas tomar, con esa familia castradora y esas hermanas estúpidas (sus hermanas en la vida real), y ese momento político, que tanto recuerda al de Cybill Shepherd en Taxi Driver (1976), de Scorsese, que Gary y los suyos ayudan como cineastas con su 16mm, o ese otro tronchante con el novio en su casa, o ese otro con el Holden. Frente a ella, Cooper Hoffman, hijo del desaparecido actor Philipp Seymour Hoffmann, actor que trabajó en cuatro films de Anderson, es el intrépido y enamorado Gary Valentine, todo un buscavidas, todo un tipo emprendedor, un tipo sin miedo, y sobre todo, un tipo que quiere, desea y ama a Alana, y a veces se empeña en todo lo contrario o al menos eso parece.
La jugada diferente e inusual de Anderson dentro de su filmografía no le ha salido nada mal al director californiano, porque sus ciento treinta y nueve minutos nos acaban sabiendo a muy poco, porque ya estamos dentro de su valle, de su rollo setentero y queremos tirarnos en sus camas de agua, maravillosa la secuencia de la tienda, con ese vendedor bigotudo y esa chica negra blaxploitation, jugar hasta que se nos rompan los dedos en las máquinas pinball, comer con Alana y Gary, jugar al amor con ellos, enamorarnos, o al menos, creer que lo hacemos, como hacen ellos, en esa aventura de vivir, de jugar, de correr, de sentir, y del amor, ese sentimiento maravilloso del que todos hablan pero tan pocos lo conocen, de enamorarnos o de volver a enamorarnos ya sea de una chica mayor que nosotros, que no está a nuestro alcance, o quizás sí, o quizás tan vez, porque la vida es eso, vivir y confiar en el destino, en ese mismo destino que nos cruzó, y quizás nos vuelva a cruzar, porque nunca se sabe, y no podemos controlar nada de lo que sucede, las cosas suceden y nos pilla por ahí en medio, y no perdernos en nuestras cosas y en las de los demás, y dejarnos llevar por lo que sentimos de verdad, porque eso, quizás, no volvamos a sentirlo con nadie más. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Te conoceré no por tu rostro, sino por la máscara que llevas”
Karen Blixen
La película se abre de forma elegante, seductora y oscura, con esa inquietante imagen de Karen Blixen mirándose en un espejo. ¿Quién es realmente la genial escritora? La imagen de alguien que observa en el espejo el paso del tiempo y su vejez, o quizás, es esa otra imagen reflejada en el espejo, una imagen que guarda una alma rota, desesperada y muy oscura. Un maravilloso juego con los espejos que nos iremos encontrando a lo largo de toda la trama. El pacto, que se basa en las memorias del poeta danés Torkild Bjornvig, en las que detalla minuciosamente su tumultuosa y manipuladora relación con la escritora danesa Karen Blixen, nombre real del pseudónimo más conocido de Isak Dinesen, con el que firmó la famosa Memorias de África, entre otras. La película aborda ese período que va del año 1948 a 1955, cuando el joven poeta fue apadrinado por la madura escritora, conduciéndolo por el lado oscurísimo de la condición humana, a partir de acciones y consejos muy discutibles, todos para convertirlo en un gran escritor y poeta.
El cineasta Bille August (Brede, Dinamarca, 1948), lanzado al panorama internacional con Pelle el conquistador (1987), durísimo drama sobre la inmigración sueca de finales del XIX, le siguieron Las mejores intenciones (1992), con guión del grandísimo Bergman, un extraordinario drama familiar, que le valió los grandes reconocimientos del año, de ahí a las producciones internacionales como La casa de los espíritus, Los miserables, entre otras, que compagina con las producciones más íntimas en su Dinamarca natal, con producciones tan notables como Marie Kroyer (2012), y Corazón silencioso (2014), estupendo alegato a favor de la forma de decidir el final de la vida. Con el mismo guionista de esta última, Christian Torpe, se ha puesto manos a la obra para dirigir una obra íntima y muy inquietante, entre dos seres antagónicos, donde se juega a la seducción, tanto a seducir como ser seducido, y a las malas artes que entran en escena como la manipulación, la mentira y la lucha imperiosa por querer ser necesitado.
Una película excelente en su ejecución, tanto en su forma como en su fondo, con una extraordinaria cinematografía del chileno Manuel Alberto Claro, que ha trabajado en muchas de las últimas películas de Lars von Trier, el gran trabajo de edición que firman un viejo conocido del director, Janus Billeskov Jansen, que lleva con él desde Pelle el conquistador, junto a Anne Osterud, que han trabajado juntos en las películas de Thomas Vinterberg, el gran trabajo de diseño de producción de Jette Lehmann, que repite con August, y ha colaborado con von Trier, el exquisito diseño de todo el vestuario de Anne-Dorthe Eskildsen, y la formidable música de Frédéric Vercheval, que sabe conjugar toda esa trama inquietante que cubre toda la película, con todo el entramado de miradas y silencios que llenan toda la acción, con el Piano Sonata No. 20 in A Major, D. 959 de Franz Schubert, convertido en leit motiv de toda la trama. Todos los detalles de la película brillan por su elegancia y sensibilidad, todos compuestos para materializar una obra que nunca se pierde, y acoge muy bien y con tacto cada uno de los ciento quince minutos del metraje, llevándonos de la mano por una relación que gusta y repele a partes iguales, que parece brillar y en otras ocasiones, se llena de infiernos, esos espacios de los que uno sabe como entra, pero nunca cuando va a salir, y sobre todo, en qué estado.
La casa familiar en Rungstedlund se convierte en el centro de todo, donde todo se cuece, y donde todo sucede, donde la veterana escritora puede manipular a su antojo al joven poeta, que sin medir concienzudamente las consecuencias se lanza al abismo que le brindan en bandeja. Uno de los elementos que más cuida de sus obras el cineasta danés es la interpretación, porque en El pacto, nunca vemos ninguna composición desajustada o falta de credibilidad, al contrario, todos los intérpretes brillan con sensibilidad, creando todo ese universo de silencios, miradas y relaciones, unas más oscuras que otras, y todas que les dejarán una huella imborrable, quizás demasiada. Empecemos por los de reparto, con esas dos mujeres de la vida del joven poeta. Por un lado, su mujer Grete, que hace Nanna Skaarup Voss, madre de su pequeño hijo, una humilde y tranquila bibliotecaria, que se verá absorbida por los acontecimientos, y deberá luchar por su vida y su hogar. En el otro lado, tenemos a Benedicte Jensen, que interpreta Asta Kamma August, la mujer del adinerado, amiga de la escritora, que establece una relación demasiado íntima con Torkild, que los llevará a cuestionarse demasiadas cosas que creían inquebrantables, como la naturaleza de amar y el significado del amor.
Simon Bennebjerg, al que vimos en el reparto de The Guilty (2018), es el joven poeta Bjornvig, un tipo que cambiará y mucho a lo largo de la película, alguien que no sabe en qué jardín se está metiendo, un espacio que parece maravilloso, pero en él que descubrirá sus infiernos, y eso le hará tambalear y de qué manera, su hasta entonces apacible y aburrida vida. Y finalmente, la soberbia composición de Birthe Neumann (una gran actriz danesa que ha brillado en teatro y en cine con von Trier y Vinterberg), entre otros, que se enfunda en la piel arrugada y carácter maligno de Karen Blixen, mostrándonos un rostro o una máscara que desconocíamos en absoluto, muy alejada de esa otra imagen de la mujer que vivió en África, que tuvo que vender su propiedad y soportar el dolor de perder por accidente a su gran amor Denys Finch Hatton, y regresar a su tierra Dinamarca y convertirse en una celebridad y una mentora para jóvenes intelectuales como Torkild. Un buen ejercicio es ver Karen, la película minimalista, evocadora y magnífica, que hizo el año pasado María Pérez Sanz de los años africanos de la escritora, y El pacto, de August, para ver dos rostros muy distintos de una mujer que fue muchas cosas: una extraordinaria escritora, una aventurera, una valiente, y también, una pérfida manipuladora, cuando el dolor, tanto físico como emocional, llenó sus últimos días. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“La juventud no es una época de la vida, es un estado mental”
Samuel Ullman
Durante el siglo XXI, ha sido más o menos habitual, que nuestras carteleras albergarán cada cierto tiempo alguna película turca, los Ferzan Özpetek, Nuri Bilge Ceylan o Fatih Akin, se convertían en nombres reconocibles para el público más interesado en el cine reflexivo y humanista. Lo que ya llama muchísimo más la atención, es que aparezca una película turca dirigida por una mujer, que fue el caso de la extraordinaria Mustang (2015) de Deniz Gamze Ergüven, que retrata la sinrazón religiosa que sufría un grupo de hermanas. Ahora, nos llega otra película Ghosts (“Hayaletler”, en el original), dirigida por otra mujer, Azra Deniz Okyay (Estambuel, turquía, 1983), que debuta con una relato acotado en una sola jornada, la del lunes 26 de marzo de 2020, en la que nos sitúan en uno de esos barrios periféricos de Estambul, a punto de desaparecer, acosado por la gentrificación, ya que las autoridades están desalojando a los vecinos para construir la “Nueva Turquía”, como constantemente se anuncia en la radio. Ese día, en el que transcurre la película, la ciudad turca está sufriendo cortes de luces que sume a la ciudad en un tremendo apagón, dejándola completamente a oscuras, sutil y excelente metáfora del futuro que le espera a esa juventud que retrata la película.
La directora turca nos conduce a través de la vida de tres mujeres y un hombre, tenemos a Dilem (interpretada de forma natural y formidable por la debutante bailarina Dilayda Günes), una dancer que se gana la vida como puede y afronta una infidelidad de su novio, a Ela (que hace de forma concisa Beril Kayar), una activista apasionada por los derechos de la mujer y la comunidad gay, también están, Iffet (que compone con sinceridad Nalan Kuruçim), limpiadora municipal, que está desesperada, ya que su hijo que cumple condena de prisión injusta, está siendo acosado en la cárcel y necesita dinero, un dinero que no tiene su madre y hará lo imposible para conseguirlo, cruzando al otro lado. Y finalmente, Rasit (que hace con contundencia Emrah Ozdemir), el típico crápula del lugar, que además de cobrarles fortunas a los refugiados sirios por alojarlos en pisos patera, está compinchado con otro para derribar edificios en el que viven personas sin hogar. La cámara febril y nerviosa de la película, con planos muy cercanos, convertida en una segunda piel de los personajes, con abundantes planos secuencia, en un gran trabajo del cinematógrafo Baris Özbiçer, ayuda a retratar ese microcosmos muy alejada de la estampa turista de la metrópolis de Estambul, o el cortante y enérgico montaje que firma Ayris Alptekin, que va de un personaje a otro, sin descanso, moviéndose en esa fina línea donde al caer la noche, todo parece que va a explotar de un momento a otro, con los innumerables saqueos que se producen aprovechando las tinieblas que oscurecen la ciudad, y más concretamente el suburbio en ruinas que acoge la película.
El elemento de la música de Ekin Fil, que rasga con transparencia todos los movimientos desesperados de los protagonistas por no ser engullidos por una realidad que los aplasta y ahoga, con esa policía perseguidora y la religión como guardiana de esa moral tradicional que acosa a las mujeres. La primera película de ficción de la productora Heimatlos Films, fundada en el 2017, que cuenta con cortometrajes de ficción y documental, así como el documental Mimaroglu: The robinson of Manhattan Island, que se vio en el prestigioso festival de Visions du Reel, debutan en la ficción con un relato que juega con la fusión del dispositivo documental y ficción para no solo retratar la Turquía invisible que no llena las noticias de los grandes medios, sino aquella otra, que se oscurece, que se ensombrece, esa llena de fantasmas, de espectros sin vida, o con una vida precaria, que se mueven en el alambre de la huida constante, con trabajos legales que no les da para vivir dignamente, y deben recurrir a la ilegalidad como hacer de “mula”, como hacía Clint Eastwood en su última película, para salir adelante o conseguir aquello que legalmente no pueden conseguir, como queda demostrado en la situación que vive Iffet.
Azra Deniz Okyay se desata como una creadora sumamente observadora de todas las realidades consumidas en ese otro Estambul, aquel Estambul más real, más auténtico, muy alejado del estereotipo que nos suelen vender de Turquía. En Ghosts hay autenticidad en todos los aspectos, tanto en lo que se retrata y en la forma que se retrata, convirtiendo la mirada crítica y humanista de la directora turca en una mirada a tener muy en cuenta, y a seguirle la pista porque volveremos a toparnos con su intenso, magnífico y poderoso cine, porque la película no solo nos habla de esa otra Turquía, y los ciudadanos que siguen resistiendo a pesar del acoso constante de las autoridades, sino que también, es un grandísimo reflejo de una juventud enjaulada, moderna que tropieza con esa tradición religiosa tan sumamente anclada en el pasado, y también, es un retrato formidable sobre la mujer turca, esa que ya no lleva velo islámico, la que no solo es moderna, sino que hace lo posible para ser ella misma y sin ataduras de ningún tipo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“No es hasta que nos damos cuenta de que significamos algo para los demás que no sentimos que hay un objetivo o propósito en nuestra existencia”.
Stefan Zweig
En Hoy partido a las tres (2017), su interesante y significativa opera prima, que reivindicaba el fútbol femenino a través de un grupo de mujeres valientes y resistentes, la directora Clarisa Navas (Corrientes, Argentina, 1989), vuelve a su ciudad, y al barrio de las Mil, para volver a capturar un verano, la vida, la impaciencia, la realidad, y sobre todo, el amor, el primero, el que más toca y también, el que más duele. En Las mil y una, Navas nos seduce con la mirada y la belleza de Iris, amante del baloncesto, reservada y callada, que se fija en Renata, una joven de su misma edad, pero tan diferente a ella, de la que se cuenta en el barrio muchas cosas malas, con una vida pasada difícil y llena de horror. Pero, Iris, con el mismo ímpetu que tenían las heroínas barriales de su primera película, no se aminara y decide hacer oídos sordos de las habladurías y chismorreos que pululan en el barrio, y da el paso de conocer a la interesante Renata, y las dos adolescentes se enamoran, viviendo un amor oculto, alejado de las miradas prejuiciosas del resto de la vecindad.
La directora argentina, captura la vida y la realidad del barrio periférico, grandísimo trabajo del cinematógrafo Armin Marchesini, que ya estaba en Hoy partido a las tres, mediante estimulantes planos secuencia, en unos encuadres muy cercanos e inquietos, que siguen sin cesar el movimiento de sus personajes, mostrando una realidad que ocultan sus plazas sin asfaltar, sus callejuelas y pasillos, sus viviendas sociales y pequeñas, llenas de objetos amontonados, con esa sensación constante de observación que sienten sus personajes, recogiendo sin estridencias las vidas y las acciones de sus criaturas, con ese ritmo del aquí y ahora, donde el soberbio trabajo de montaje de Florencia Gómez García, ayuda a imponer esa realidad huidiza que recorre todo el relato. Navas nos habla de amor, pero también, de deseos, de pasiones, de amantes en las sombras, como la magnífica secuencia del juego del escondite, cuando la cámara va registrando los actos sexuales entre los jóvenes, entre sombras y ocultos de miradas inquisitorias, o aquella otra secuencia en la discoteca, donde la pasión se desata sin miramientos de ningún tipo.
Las mil y una no es una película nada complaciente ni sentimentalista, habla de cosas importantes, y lo hace con decisión, aplomo, delicadeza y verdad, esa verdad que la emparenta con el cine documental, porque nos habla de personas, de emociones, de amor queer, de amor gay, de esas inquietudes pasionales de la primera vez, de ese amor de verano, de su descubrimiento, de todo aquello que nos sucede, tanto emocional como físicamente, de la vida, de ese primer amor, tan inquieto, tan incierto, y sobre todo, tan novedoso en nuestras vidas, en que el barrio periférico, donde la vida y la realidad tienen otro funcionamiento, otro tedio, otra sensación del lugar donde nunca pasa nada, o nada que tenga que ver con nosotros, en ese lugar, nace el amor, el amor entre Iris y Renata, sujeto al resto, a los prejuicios, a las malas miradas, un amor que resiste, que se reivindica, que tiene que ocultarse y esconderse, como esa maravillosa secuencia en el tejado, cuando las dos chicas se esconden, solo las escuchamos, y la cámara quieta muestra en plano general la quietud del barrio de noche.
La magnífica elección del reparto, lleno de caras desconocidas, empezando por el dúo protagonista, Sofía Cabrera y Ana Carolina García, las Iris y Renta, respectivamente, que no solo defienden con transparencia y brillantez sus roles, sino que saben transmitir esa sensación constante de miedo e inseguridad de sus personajes, siempre escondiéndose y alejados del resto, viviendo su amor queer como si fuese un delito, resistiendo en un espacio difícil de resistir en todos los niveles. Bien acompañadas por otros jóvenes entre los que destacan Mauricio Vila dando vida al nervioso y artista Darío, empeñado en encontrar el amor que haga de su verano un lugar menos aburrido, y Luis Molina, en el rol de Ale, todo lo contrario a Darío, reservado y callado. Clarisa Navas brilla con su segunda película, volviendo a capturar con claridad y precisión la vida de dos adolescentes en su barrio, con sus idas y venidas, sus madres sin marido, intentando sacar adelante la vida que casi siempre se pone muy cuesta arriba en esos lugares, con la fiebre y la inquietud de la primera juventud, con sus amores, sus amistades, sus confidencias, sus deseos, sus pasiones, y esas emociones que siempre andan inquietas, agitadas y llenas de vida y también, de tristeza y desesperación. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA
“Cada pensamiento podría ser el comienzo de la nueva red enmarañada que estás tejiendo, cualquiera podría ser un nuevo amor”.
Brand New Love de Sebadoh
Había una vez un joven veinteañero llamado Ermanno, que vivía en algún lugar olvidado de la periferia, y mataba el tiempo jugando a las tragaperras y con pequeños hurtos. Un día, aparece Lena, una joven de 22 años, polaca, sola y embarazada, que se aviene a vender a su criatura a los tíos de Ermanno, ya que no pueden tener hijos. Ermanno, que después entregará el recién nacido a sus parientes, a cambio de dinero, se convierte en una especie de carcelero de Lena, con la que vive en uno de esos apartamentos de tantos barrios alejados del centro, en el que solo llegan los que viven allí. Carlo Sironi (Roma, 1983), ya había llamado la atención dentro del panorama cinematográfico internacional, con sus tres cortometrajes. En Sofia (2008), explicaba la relación íntima de dos hermanas a través de los objetos, en Cargo (2010), nos hablaba de la relación entre Alina, una prostituta ucraniana, y Jani, su protector rumano, en la periferia romana. Y en Valparaíso (2016), el conflicto de una joven embarazada despedida de su trabajo.
Con Sole, debuta en el largometraje, con un relato nuevamente periférico, centrándose en las existencias y conflictos de unas almas que no tienen a nadie en el mundo, quebrados emocionalmente, que intentan tirar hacia adelante en situaciones muy adversas. Lena y Ermanno pertenecen a esa juventud europea desarraigada, mutilada y sin rumbo, una juventud desorientada que anda de aquí para allá, presa de otros, con más poder y dinero, como el tío de Ermanno, que acaban dirigiendo sus vidas. Sironi construye una película muy estilizada y directa, con el formato 1:33.1, con ese formato cuadrado, que se ciñe a sus personajes, y en esa especie de cueva-cárcel en la que viven, con esa tonalidad de azul que presiden los encuadres, obra del cinematógrafo húngaro Gergely Pohárnok, con esa luz etérea, sin vida, sin alma, con esa cámara casi quieta, que apenas se mueve, con unos personajes que apenas hablan entre sí, solo se miran y se explican casi todo a través de ese lenguaje, porque no saben que decirse, como tratarse, y mucho menos, explicarse lo que sienten, creando ese espacio emocional donde cada movimiento y gesto adquiere una intimidad esencial.
El director italiano nos cuenta una fábula moderna, de aquí y ahora, aunque su forma de capturarla no obedece a ningún tiempo ni a ningún lugar, queriendo transmitir esa sensación de atemporalidad y no lugar que transmite la narración y el conflicto que trata. Una edición sobria y de corte puro, que firma Andrea Maguolo, que ya había estado en los cortometrajes de Sironi, ayuda a sumergirnos en el alma de esas dos vidas desesperadas y desencajadas, como son Lena y Ermanno, dos víctimas más de una Europa que ha olvidado a las personas, y vive hipnotizada por la economía, tratando a muchos de sus habitantes como ciudadanos de segunda, que serían los dos jóvenes, frente a los tíos de Ermanno, que sería toda esa otra Europa, la que somete a los más débiles y necesitados, como planteaba treinta años atrás, la película Trabajo clandestino, de Jerzy Skolimowski, donde unos trabajadores polacos eran encarcelados en una vivienda mientras hacían su remodelación. Personas ocultas, silenciadas, olvidadas, que solo valen si se les puede sacar algún provecho económico o de otra índole, como sucede en Sole, título revelador que alude a toda esa desolación que recorre las tristes existencias de los protagonistas, que cuidan de un embarazo y una niña que será para otros.
Sironi nos conduce por la miseria de su película, a través de una de las más tiernas y conmovedoras historias de amor que se han visto en el cine en los últimos tiempos, en la que dos desesperados y sin futuro, como son Ermanno y Lena, conocen y sienten, por primera vez, eso que llaman amor, o algo que se le parece mucho, y dentro de ese mejunje de realidad durísima, empiezan a plantearse una vida que antes no tenía nada más allá que lo que estaban viviendo. Una pareja protagonista que se convierten en las mejores pieles y aliados para contar un cuento duro y sensible a la vez, con el debutante Claudio Segaluscio, uno de esos personajes que parecen salidos de una película de Pasolini, o de Gomorra, uno de esos que andaban con Accattone, con ese rostro impasible, sin mostrar ni intuir nada, que se desplaza inclinado, con toda esa máscara de dureza que oculta a alguien de gran corazón. A su lado, la actriz Sandra Drzymalska dando vida a Lena, otra joven desamparada, que sueña con llegar a Alemania y empezar de nuevo, y accede a entregar a su bebé para cobrar un dinero vital para ella, con esa mezcla de sensibilidad y dureza, con esa cara de niña que ya ha vivido demasiados golpes. Una pareja que no estaría muy alejada de los Sonia y Bruno de El niño, de los Dardenne.
Sironi mira con profundidad e intensidad a sus personajes y el conflicto que los encierra, como demuestra con su minimalismo, tanto formal como emocional, en el que lo explica todo, de forma sencilla y catalizadora, consiguiendo atraparnos con lo mínimo, en una película admirable y poderosa, ejecutada con detalle e inteligencia, magnífica en su intimidad y reveladora en su composición, que nos habla de frente y con una frialdad que encoge el alma, tratando un tema complejo como la gestación subrogada que está prohibida por ley en muchos países, y haciéndolo con sabiduría y potencia, sin caer en sentimentalismos ni nada que se le parezca, mostrando una realidad que los gobernantes se niegan a ver, pero la necesidad de unos y otros, hace que se siga practicando, y también, nos habla del hecho de convertirse en padres, que significa y que provoca en la vida de dos personas que se tropiezan porque otros lo han decidido, siendo unas víctimas de tanta desigualdad, de tanta violencia, y sobre todo, de tanta falta de amor en las sociedades que vivimos y construimos diariamente, que más nos valdría mirarnos más los unos a los otros, que andar como pollo sin cabeza, ensimismados en nuestra existencia y en nuestros objetivos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA