Aro Berria, de Irati Gorostidi Agirretxe

SER LA REVOLUCIÓN. 

“No puedes comprar la revolución. No puedes hacer la revolución. Solo puedes ser la revolución. Está en tu espíritu o no está en ninguna parte”. 

Ursula K. Le Guin

Algunos cineastas emprenden una búsqueda de su forma de mirar y narrar a través de las huellas del pasado tanto físico como emocional. El caso de Irati Gorostidi Agirretxe (Eguesibar, Navarra, 1988), es paradigmático en este sentido, porque en sus películas siempre ha observado su pasado y la relación que tenía con él de un modo reflexivo, crítico y nada complaciente, donde lo obrero, lo humano y lo político han sido el centro de la cuestión.  Ahí tenemos el mediometraje Pasaia Bitartean (2016), que recorre el citado puerto y sus cambios del esplendor obrero de los setenta hasta nuestros días. En sus cortometrajes como Unicornio (2020), una joven huía hacía una casa aislada en ruinas y tiene un compañero muy especial, con el aroma de Sin techo ni ley (1985), de Agnès Varda. Con San Simón 62 (2023), codirigido con Mirari Echávarri, volvían a los valles de Navarro donde se ubicó la comunidad Arco Iris, recorrieron los pasos de sus respectivas madres y su experiencia, y en Contadores (2024), reflexionaba del movimiento obrero de San Sebastián de 1978 en la fábrica de contadores. 

Para su primer largometraje, Aro Berria (en el original, “Nueva Era”), la directora navarresa continúa lo que ya expusó en el citado Contadores, y en su primer tercio asistimos a la actividad asamblearia y política de los mencionados trabajadores/as y su desencanto en aquella España de finales de los setenta en la que, después de meses de huelga y movilizaciones no acaban de conseguir sus objetivos como clase obrera. Algunos de aquellos deciden huir del mundanal ruido y convertirse en un miembro más de la comunidad “Arco Iris”, en Lizaso, en el valle de Ultzama, en Navarra, y vivir en una comunidad alejada de lo material y centrada en lo espiritual, siguiendo los preceptos del Tantra, explorando la sexualidad, la respiración, el yoga y la meditación para estar conectados con el alma y tener una conciencia profunda. La película es una ficción, aunque está filmada como si fuese un documental del momento, a partir de la llegada de dos amigas, seguimos la actividad diaria del centro, las continuas performances, ejercicios y movimientos de sus participantes, los continuos diálogos entre unos y otros, y sobre todo, las continuas discusiones entre lo que significa la política, la revolución, lo sexual, la igualdad y distintos términos tan cuestionados en aquellos momentos y en cualquier momento. 

La textura y la intimidad que da el 16mm contribuye a que los espectadores seamos uno más de la comunidad, en una cámara muy corpórea e invisible que se mueve entre ellos y ellas, en una cinematografía poderosa y llena de matices que firma Ion de Sosa, que ya estuvo en las citadas Unicornio y Contadores, también filmadas en 16mm. La música es otra cuestión a resaltar de la película, porque consigue ese estado espiritual y sexual que emana toda la trama, en la que el movimiento del cuerpo y todos sus fluidos son esenciales para entender lo que significa la actitud de cada personaje y su forma de gestionarlo. Las melodías de Beatriz Vaca (Narcoleptica), y la música adicional de Xabier Erkizia (que ha trabajado en interesantes films como Meseta, Dardara, Samsara y Negu Hurbilak), hacen que la película entre en una especie de hipnotismo catártico en que las almas bailan, cantan y se mueven al son de una idea y de un sentimiento en espectaculares akelarres alrededor de la piedra y el fuego. El montaje de una grande como Ariadna Ribas ayuda a implicarnos en la cotidianidad y la intimidad que se vive y respira en la comunidad, con esa fusión entre movimiento y palabra que potencia el ideario de vivir de forma diferente en aquellos tiempos, en sus intensos 100 minutos de metraje. 

Una película tan a contracorriente, que busca verdad en cada una de sus imágenes, en la que cada secuencia deviene una experiencia catártica, sumergidos en un trance donde cuerpos y almas danzan al son de sus impulsos sin ataduras y alejados de convencionalismos, el que cada uno de los personajes experimenta su propio camino era preciso tener unos rostros y cuerpos que expresan todas esas emociones descubiertas que hay que gestionar. Tenemos un grupo de intérpretes lleno de caras desconocidas que dan ese toque de verosimilitud y “verdad” que tanto tiene Aro Berria. Empezamos por la artista Maite Muguerza Ronse, que fue una de las actrices de Contadores que da vida a Eme, una de las recién llegadas, Edurne Azkarate coprotagonista de Irati, de Paul Urkijo Alijo, como una de las activistas políticas. Los hombres  Óscar Pascual Pérez, Aimar Uribesalgo Urzlai y Jon Ander Urresti Ugalde. Y los cameos que amplían la nómina de la cinta con un Jan Cornet desatado y guía de las actividades, Javier Barandiaran como sindicalista, que hemos visto en series como La línea invisible y Cristóbal Balenciaga y películas como La infiltrada y la reciente Karmele, y el cineasta Oliver Laxe como una especie de gurú de lo tántrico.  

Si llegados a este punto del texto, todavía están diciendo en sí ven una película como Aro Berria, quizás piensen que la cosa de una comunidad espiritual perdida en Navarra allá por finales de los setenta no va mucho en estos tiempos, permítanme decirles que se equivocan, porque aquella experiencia en comunidad sigue tan vigente como entonces, ya que aquellos jóvenes después de cuatro décadas de dictad, oscuridad y violencia, y desencantados con la política y la imposibilidad de vivir dignamente de su trabajo, decidieron abrir una nueva vida y poner en práctica todos los ideales de libertad, de contracultura y experimentación ya vividos en otros países. Temas que siguen tan vigentes como entonces, la idea de una sociedad diferente, más humana, más vital y más interior. La película coge un vuelo alucinante cuando la idea de comunidad y libertad sexual choca con las contradicciones de esos mismos elementos y las diferentes experiencias de hombres y mujeres y sobre todo, la llegada de los hijos a un lugar idealizado donde no pensaban en niños y niñas. Me gustaron mucho los anteriores trabajos de Irati Gorostidi Agirretxe y me ha encantado Aro Berria, por su libertad, lo salvaje de sus situaciones e ideas, y su experiencia alucinante de cada uno de sus imágenes listas para hacer reflexionar, preguntarse y sobre todo, cuestionar una sociedad cada vez más simple, superficial, de tanta experiencia materialista y muy alejada de lo interior y el espíritu. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro

COVAS DO BARROSO NO SE RINDE.   

“La Tierra proporciona lo suficiente para satisfacer las necesidades de cada ser humano, pero no la de su codicia”. 

Mahatma Gandhi 

Si pensamos en cine portugués nos viene rápidamente la película Trás-Os-Montes (1976), de Margarita Cordeiro y António Reis, uno de los grandes monumentos no sólo de nuestro país vecino, sino del cine de los setenta porque, a través de una excelente docuficción observaban de manera profunda y reflexiva las tradiciones de esta parte situada al noreste del país, en un asombroso retrato de lo antiguo y lo moderno centrada en sus ritos religiosos. La película La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro (Lisboa, Portugal, 1990), se mira en la citada película para construir también una docuficción para retratar también el norte, no muy lejos de la mencionada, y más concretamente el pueblo Covas do Barroso, que vive amenazado por la llegada de la Savannah Resources, una compañía británica que quiere instaurar la minería del litio en sus montañas. Ante ese peligro, la población se reúne y lucha contra la industrialización del territorio que perjudica enormemente su agricultura y ganadería y el desastroso impacto en el paisaje. 

Carneiro ha cimentado una interesante filmografía, siempre en el campo documental y sus derivaciones como hizo en Bostofrio (2018), su debut en el que recorría las huellas de su abuelo a través de su pueblo, en Périphérique Nord (2022), hablo de los inmigrantes portugueses en Suiza a partir de su pasión por los automóviles. En la película que nos ocupa vuelve a lo rural, y a través de un magnífico híbrido entre el documental observacional, en el que construye una mirada tranquila y sobria en el que muestra la cotidianidad de sus habitantes, sus formas de trabajo, convivencia y amistad siempre con el entorno natural como guía espiritual de todos. Y luego, está la recreación que usa para contarnos el litigio entre el pueblo contra la compañía, y lo hace a partir de los propios habitantes que se interpretan a sí mismos y al “enemigo”, donde se abre una forma de cine dentro del cine, y lo mejor de todo, en que los propios afectados pueden reflexionar su vivencias, su presente y su futuro, con una atmósfera de western donde hay momentos cómicos. A través de un guion que firman el uruguayo Álex Piperno, director, entre otras, de Chico ventana también quisiera tener un submarino (2020), y el propio director, construido inteligentemente pasando por las estaciones de casi un año porque arranca en otoño, pasa por el invierno para terminar en primavera, en el que lo etnográfico, a lo Rouch y Depardon, con sus días, tradiciones e idiosincrasia se mezcla con la “invasión” de la empresa que altera la comunidad y los pone en guardia y lucha. 

Una película que recoge unas gentes y su territorio particular, tan natural como salvaje, y una forma de industria invasiva que destruye para romper las leyes ancestrales de la naturaleza no impone reglas, sólo que reivindica nuestra historia y nuestro futuro. Las reivindicativas y conmovedoras canciones de Carlos Libo estructuran la película, convirtiendo cada tema en un himno y clamor del pueblo unido que se reúne y actúa ante la industrialización masiva que no piensa en lo natural y mucho menos, en la vida. Escuchar temas como “Hora de lutar”, “A voz do povo” y “Brigada da foice”, entre otros generan ese sentimiento de unidad, pertinencia y ancestral, de los que están y los ausentes. La música diegética y sensible de Diego Placeres que trabajó en la mencionada Périphérique Nord, acompañan las brillantes imágenes en 35 mm que traspasan cada detalle, cada mirada y cada gesto, que firman el trío Rafael Pais, Duarte Domingos y Francisco Lobo, del que conocemos por su trabajo en El bosque de las almas perdidas (2017), de José Pedro Lopes. El montaje de unos inolvidables 77 minutos de metraje es certero y sensible firmado por el propio director, el citado Álex Piperno y la uruguaya Magdalena Schinca, que tiene en su filmografía compatriotas como Sergio de León y Marcos Vanina, entre otros. 

Una película de estas características necesita la ayuda y la complicidad de los habitantes de Covas do Barroso que han sido unos intérpretes por partida doble, siendo ellos mismos y mostrando sus vidas, trabajos y demás, y además, interpretando a “los otros”, el enemigo que amenazaba su tierra. Tenemos al mencionado músico Carlos Libo y Paulo Sanches, Daniel Loureiro, Aida Fernandes, Maria Loureiro, Lúcia Esteves, Nelson Gomes, Benjamin Goncalve. Todos ellos muestran una naturalidad y transparencia que hace del retrato una ensayo ficción de una forma de vida y hacer casi en extinción en muchos lugares de este planeta. No deberían dejar pasar La sabana y la montaña, de Paulo Carneiro, porque además de descubrir unas vidas muy diferentes a las nuestras, tan sometidas a lo urbano, la industrialización en cadena y el vacío existencial, seguimos atentos a la unidad de una comunidad y su lucha en contraposición a unas ciudades donde el yo y el individualismo ha ganado la partida a la asociación y al otro, donde nos miramos a nosotros. La película es también un gran toque de atención para dejar de vernos tanto y mirar a nuestro alrededor, a lo que somos, a los otros y sobre todo, pararnos para no perder la identidad y nuestro camino, y miremos la actitud y la voluntad de los lugareños de Covas do Barroso, todo un lección de vida y humanidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La caja de cristal, de Asli Özge

TODOS CONTRA TODOS. 

“Quizás todos tienen miedo de los demás en este condenado mundo”

John Steinbeck

Cuando todos estábamos sumidos en la pandemia, y por ende, sometidos a un miedo irracional, un miedo en el que todo y todos nos inspiraban desconfianza, el exterior se convirtió en un campo de minas en la que nadie quería tropezar con el virus. El miedo se apoderó de todos nosotros, un miedo que controló nuestras vidas y lo que es peor, nuestra forma de pensar. La amenaza exterior estaba ahí, aunque quizás, no era tan temible como parecía. La historia que cuenta La caja de cristal (“Black Box”, en el original), tiene mucho que ver con aquellos tiempos de pandemia, porque el relato nos encierra en una comunidad de vecinos de un edificio céntrico berlinés, y más concretamente, en su patio interior, donde los inquilinos van y vienen porque fuera existe una amenaza desconocida, y la policía ha acordonado la zona sin dejar salir a nadie. Y todavía hay más, la inmobiliaria, propietaria del edificio, acosa a los vecinos para quedarse con sus viviendas, remodelarlas por su estado viejuno, y hacerlas de lujo para vecinos ricos. 

Detrás de las cámaras de la película está la directora turco-alemana Asli Özge (Estambul, Turquía, 1975), de la que conocemos Men on the Bridge (2009), y Para toda la vida (2013), ambas filmadas en Turquía, de corte social y la otra, la descomposición de una pareja, y All of a sudden (2016), ya en Alemania, sobre una pequeña comunidad y la violencia que se cierne entre ellos. Muchos elementos de esta última, que tiene como coproductores a Jean-Pierre y Luc Dardenne, los podemos reconocer en su último trabajo, porque volvemos a enfrentarnos a un pequeño grupo de personas, ya tensionados por el mobbing de la inmobiliaria y ahora, con esa amenaza exterior, los irá enfrentando unos a otros, en el que emergerá viejas rencillas no resueltas, con ese magnífico comienzo con los operarios introduciendo la famoso caja negra del título colocada a un lado del patio, una especie de oficina de control, el Big Brother del lugar, que todo lo ve y lo juzga. La directora impone una certera e interesante película muy de nuestro tiempo, y desgraciadamente, de cualquier tiempo, porque la tensión que se va generando, provocada por el miedo que se va instalando en cada uno de los personajes, que podríamos ser nosotros mismos, los va aislando y creando esos grupos maliciosos donde se va tomando partido más por las entrañas que de forma racional, enfrentándose todos contra todos, en una historia in crescendo de puro ritmo y tensión que nos va asfixiando sin tregua. 

Estamos ante una película social, pero es que muchas cosas más, tiene ese corte de thriller agobiante a contra reloj, donde la atmósfera se va enturbiando sin necesidad de efectismos propios del cine de terror, aquí todo pasa de día, a plena luz del día, pero el terror se siente y se padece, a partir de espacios cotidianos, y otros, también naturales, que irán descubriéndose y teniendo su importancia, como el ático y el subterráneo, que irán quitando las máscaras y destapando las verdaderas intenciones de la inmobiliaria, y los demás vecinos. La cinematografía de Emre Erkmen, que ha trabajado en todas las películas de Özge, del que vimos por aquí la excelente Un cuento de tres hermanas (2019), Ermin Alper, impone esos planos secuencia muy cortantes, donde se priman los rostros y hace hincapié en las diferentes reacciones de los diferentes individuos a medida que van conociendo los planes, o mejor dicho, todas las hipótesis que salen a relucir en una situación que los traspasa sin piedad. Al igual que el fantástico y medido montaje de Patricia Rommel, una veterana en la cinematografía germánica con más de 40 años de trabajo en películas como La vida en obras, de Wolfgang Becker, La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck, y sus películas con las directoras Caroline Link y Angelina Jolie, entre otras, en un gran ejercicio de dosificación de información y tensión sin florituras, sino a través de los rostros y los (des) encuentros de los personajes, en una película nada fácil con un metraje de un par de horas.  

El gran trabajo del reparto es otro de los elementos indiscutibles de la cinta con una magnífica Luise Heyer, que ha trabajado con Petzold, en la serie Dark, y ya estaba en All of a Sudden, en el rol de Henrike Koch, una actriz que llena la pantalla con su rostro e hilo conductor de la película, agobiada por la falta de trabajo y la imposibilidad de salir del edificio para una importante entrevista, cosa que le hará discutirse con su marido, Felix Kramer es el antipático administrador Johannes Horn, al que hemos visto recientemente en Algún día nos lo contaremos todo y Bastarden, el fascinante Christian Berkel, con más de medio siglo de trayectoria como actor con nombres como los de Tavernier, Hirschbiegel, Verhoeven, Tarantino, y más, siendo el tipo que se enfrenta al administrador recogiendo firmas entre los vecinos, y otros intérpretes igual de estimulantes y cercanos como Timur Magomedgadzhiev, Manal Issa, André Szymanski, Sacha Alexander Gersak, Anne Ratte-Polle y Jonathan Berlin y otro gran veterano como Hans Zichler, viejo conocido de la directora. No se pierdan una película como La caja de cristal porque tiene mucho que ver con nuestros mundos consumistas sin piedad que, anhelan riqueza a costa de todo y todos, y se relacionarán con el término de gentrificación, seguro que ya saben su significado, porque muchos de ustedes lo han sufrido o lo sufrirán, no le den más vueltas, la cosa es así, siempre ha sido así, pero no desesperen, si nos juntamos, unas con otras, podremos hacer algo, no piensen que es imposible, porque el sistema les va a hacer pensar que es así, que no tiene solución, no lo crean, sino ya estarán muertos, y sigan en la lucha, en la lucha de vivir mejor y sobre todo, de forma humana, que se nos olvida constantemente. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Arantxa Echevarría

Entrevista a Arantxa Echevarría, directora de la película «Chinas», en el Cafe Salambó en Barcelona, el miércoles 4 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Arantxa Echevarría, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Leonor Watling

Entrevista a Leonor Watling, actriz de la película «Chinas», de Arantxa Echevarría, en el Cafe Salambó en Barcelona, el miércoles 4 de octubre de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Leonor Watling, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y al equipo de Revolutionary Press, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Corpus Christi, de Jan Komasa

FE PARA SANAR.

“No  finjas  que  no  estás enfadado,  que  algo  no  te  fue  quitado.  No  finjas  que  lo  entiendes”

Daniel tiene 20 años y está recluido en un reformatorio por una muerte que arrastra. Cuando es enviado a un aserradero para trabajar, destino que no le convence, y aprovecha para hacerse pasar por sacerdote en una pequeña comunidad dividida por un accidente trágico. La forma moderna y desinhibida que tiene Daniel de acercarse a Dios, cambiará a los habitantes del pueblo y les conducirá por caminos diferentes y sanadores. Partiendo de una historia real, y con el guión de Mateusz Paciewicz, el director Jan Komasa (Poznan, Polonia, 1981), construye un relato intenso y asfixiante sobre las divisiones y clases sociales de un pueblo azotado por una tragedia, y como la llegada de una nueva mirada, exenta de prejuicios y dogmas, agitará las emociones y las percepciones sobre la vida, la muerte y como afrontamos el dolor. Komasa vuelve a centrarse en un joven inadaptado, en alguien que cumple condena por un error cuando era demasiado joven para entender las terribles consecuencias de su acción, de alguien que lo ha perdido todo, que no tiene nada a que agarrarse, y encuentra en la religión y sobre todo, en la fe, su forma de redimir sus pecados, y accidentalmente, ve la forma de ayudar a los demás, de unir a esa comunidad inmiscuida en su dolor y sus heridas, que les han llevado a dividir el pueblo, que les ha llevado a un dolor aún más profundo, sin posibilidad de redención.

La luz lúgubre y sombría de la película, obra del cinematógrafo Piotr Sobocinski, Jr, ayuda a entrar en ese pequeño universo lleno de miradas acusadoras, silencios demasiado incómodos, en el que los personas viven su soledad aislados, sin compartir, temerosos y hundidos en su propio dolor, un dolor en el que regocijan y lo asumen como una especie de vía crucis sin posibilidad de sanación, un mundo asfixiante, lleno de cercas, y divisiones estúpidas y absurdas, bien acompañado por ese montaje, obra de Przemystaw Chruscielewski, que profundiza aún más en esa rabia y heridas sin cerrar, con esos encuadres asfixiantes, que cortan el aliento, unos interiores reducidos, donde se muestran los marcos de las ventanas y puertas, lo que hace aún más evidenciar esa asfixia en la que viven y sobre todo, sienten todos los personajes, unas almas a la deriva, rotas por el dolor, llenas de envidias y rencor. Personajes complejos y torpes emocionalmente, personajes todos, absolutamente todos, tienen demasiados cosas que ocultar y callar, deambulan con ese miedo de ser incapaces de afrontar una verdad necesaria para la sanación, y para seguir viviendo con honestidad, y no como una especie de muertos vivientes, llenos de inseguridad y tristeza.

Komasa le interesan los pequeños universos, donde sus personajes son azotados por el entorno, un entorno que los arrincona y los persigue, que hace lo imposible para debilitarlos emocionalmente, en el que sus individuos deberán luchar contra todo y todos, para escapar de esas circunstancias tan adversas y funestas. Sus temas rondan la identidad sexual en Suicide Room (2011), el amor entre dos jóvenes en pleno alzamiento contra los nazis en Varsovia 1944 (2014), jóvenes, erigidos héroes en unas circunstancias en los que deberán seguir peleando para salvar y sobre todo, salvarse. Un reparto que brilla en sus personajes callados y temerosos como Lidia, a la que da vida Aleksandra Konieczna, esa madre que ha encontrado en la fe, su forma de golpear y enjuiciar a su enemigo, el conductor que chocó contra el automóvil de su hijo y sus amigos, y Eliza, la hija de Lidia, que interpreta Elisa Rycembel, una joven que conoce la verdad de lo sucedido, y que calla por su madre, peor ayudará a Daniel, el nuevo “sacerdote” a entablar los puentes necesarios con la viuda del conductor, al que la comunidad acusa como principal responsable.

Y finalmente, la grandísima composición de Bartosz Bielenia, intérprete curtido en el teatro Shakesperiano, da vida a Daniel, al joven derrotado, solitario y perdido, que encuentra en la suplantación de sacerdote, su forma de redimirse ayudando a los demás, rompiendo las barreras mentales y físicas instaladas en la pequeña comunidad, utilizando métodos nada convencionales y acercándose a los conflictos de frente, sin atajos ni nada que se le parezca, encarando los problemas desde el alma, desde lo más profundo del corazón, desde la mano amiga, de compartir, de derribar el aislamiento y mirarlos de cara, asumiendo la tristeza, y abrazando el dolor, para conseguir sanarse y olvidar la culpa y la rabia. Komasa ha parido una película magnífica y llena de grandes momentos, cargados de tensión y profundidad, un cuento moral sobre quiénes somos, como actuamos y que se cuece en nuestro interior, con ese aroma que tienen las películas de los Dardenne, sumergiéndonos en los conflictos a través de la emoción contenida, aquella que nos hace reflexionar sobre temas que nos afectan en nuestra cotidianidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Vulcania, de José Skaf

VulcaniaPosterTrailerMANTENED VIVO EL FUEGO.

En la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, la tiranía se imponía a través del placer, en cambio, en 1984, de George Orwell, la tiranía se basaba en el miedo, a través del omnipresente Gran Hermano, la figura que todo lo veía y conocía. Vulcania, (que le debe su nombre al mito de “La Eneida”, de Virgilio, en la que el Dios Vulcano y su fragua, dedicada a la fabricación del acero dan origen a la fiesta del fuego) la película del debutante José Skaf (con experiencia en el medio publicitario y televisivo), se vale del concepto del miedo, y construye, a través de una pequeña comunidad que vive en un pueblo rodeado de montañas, un lugar oscuro y gris, en el que sus habitantes, divididos en dos bandos separados e irreconciliables, viven, piensan y sienten por y para el trabajo en “La Fábrica”, en el que las máquinas de fundición de acero no se detienen nunca.

La trama gira en torno a la figura de Jonás, que después de perder a los suyos, entra a trabajar en la zona más peligrosa de la fábrica, situación que le reporta unos poderes magnéticos en los que es capaz de mover objetos. Conoce a Marta, del otro bando, rota también por el dolor, ya que sufrió la pérdida de lo que más quería, y entre los dos, se embarcan en una durísima investigación para conocer la verdad de ese lugar sin tiempo ni espacio, basado en las tradiciones arraigadas y el respeto a la memoria de los ancestros. Skaf ha construido una distopía honesta y sencilla, que bebe de las fuentes clásicas del género, pero alejada de los convencionalismos y lugares comunes. Posee un género indefinido, porque además de la ciencia-ficción, se descubre como un film noir, en el que también hay drama personal y social, y sobre todo, se hilvana a través de un relato sencillo, filmado con personalidad y sobriedad formal, no hay nada que cambie el tono a la contención impuesta por la naturaleza de la película. Los tonos tristes y grises que se respiran en esta fábula en la que un anti héroe deberá creer en sí mismo, para poder reconciliarse con su dolor y de esa manera, emprender su camino de redención para su pueblo y ese maldito lugar en el que todo nace y muere en la explotación laboral y la falta de cualquier tipo de oportunidades personales.

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Podríamos ver la película como una alegoría del momento actual, como por otra parte, siempre han sido la naturaleza de las distopías clásicas en las que se basa la película, relatos de género construidos a través de la ciencia-ficción, en los cuales han sabido describir profundamente los temores y la falta de libertades del ser humano bajo el yugo de las tiranías. Otro de sus grandes aciertos es la sobriedad del equipo artístico, un grupo encabezado por Miquel Fernández y Aura Garrido (la princesa triste) la pareja resistente que se levanta contra la tiranía, les acompaña Jose Sacristán (el encargado y la voz suprema que se impone en el lugar, uno de los grandes, que en los últimos años se ha convertido en la piedra angular del cine emergente español, los convincentes Ginés García Millán, como el ogro en la sombra, y Ana Wagener, la mantis religiosa retorcida, entre otros). Skaf ha edificado un relato esperanzador, en el que la libertad es un derecho que hay que trabajar diariamente, porque el miedo y el yugo más atroz para los seres humanos es creer que ser libre es tener todo lo que nos ofrecen los que mandan, y no pensar que ser libre pueden ser otras cosas, diferentes, de otra manera, y sobre todo, basadas en las necesidades reales humanas, y no ficticias.


<p><a href=»https://vimeo.com/141660039″>Tr&aacute;iler Vulcania</a> from <a href=»https://vimeo.com/dypcomunicacion»>DYP COMUNICACION</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>