Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson

A LAS BARRICADAS. 

“Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”.  

Assata Khasur del Black Liberation Army

De las diez películas que ha dirigido Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, California, EE. UU., 1970), ha dedicado tres de ellas a la década de los setenta. Una batalla tras otra (en el original, “One Battle After Another”), aunque ambientada en la actualidad, podemos decir que su origen radica en las luchas raciales de los sesenta y setenta en Estados Unidos con grupos como los Panteras Negras y el Ejército de Liberación Negro, que erjecieron la lucha armada para favorecer las condiciones humanas de la población negra. Basada en la novela “Vineland”, de Thomas Pynchon, del que ya adaptó Puro Vicio (2014), en el que Doc Sportello, un detective hippie trasnochado se enfrentaba a una trama compleja con tintes de cine negro. Ahora, nos sitúa en la América de Trump y del fascismo más exasperante para introducirnos en un grupo armado que lucha contra las injusticias contra los inmigrantes, como deja patente en su catalizadora apertura con la liberación del centro-cárcel de inmigrantes. 

El cineasta californiano adapta y actualiza el texto de Pynchon, donde el grupo armado actúa aquí y ahora con una gran líder como Perfidia, que recuerda a Assata Khasur, la ex-pantera que ejerció de líder del BLA, y da la circunstancia que ha fallecido este año en Cuba en la que se encontraba refugiada. Perfidia y los suyos atentan contra el sistema: roban bancos, liberan inmigrantes y hacen la revolución en una América deshumanizada y dictatorial. Si bien la película se parte en dos mitades diferenciadas. En la primera, asistimos a la actividad frenética del grupo y sus acciones, cada vez más violentas y complejas. En la segunda, con 16 años después, el relato se centra en Bob, el compañero de Perfidia que vive retirado de toda actividad revolucionaria que se verá inmerso en otro gran lío, porque Deandra, la hija que tuvo con Perfidia, es perseguida por un antiguo archienemigo, el coronel Lockjaw. Y así son las cosas, donde Anderson, envuelto en la atmósfera del cine setentero de los Peckinpah, Hellman, Boorman, Lumet y De Palma, alimenta una película llena de violencia física, persecuciones, disparos, y un ritmo frenético que no se detiene con el mejor estilo de la planificación del espíritu de Taxi Driver y Toro salvaje, de Scorsese. 

El director estadounidense se vuelve acompañar de algunos de sus cómplices de sus últimos títulos como el cinematógrafo Michael Bauman, que ya estuvo en Licorice Pizza, construyendo una luz cegadora que viene estupendamente al tono de la historia: seco, abrupto y desértico, lleno de carreteras secundarias, lugares sin nombre y todo ese imaginario que edificó el western crepuscular de tipos sin rumbo, amores imposibles y supervivencia por tramos. La magnífica música de Jonny Greenwood, sexta película con el director, en la que vuelve a llevarnos en volandas con esa lija que traspasa, en la que sigue sin descanso a los perseguidos y perseguidores de la películas, en una trama que asfixia por su contundencia, ritmo y salvajismo. El montaje de Andy Jurgenesen, que también viene de la mencionada Licorice Pizza, cimenta su energía y aceleración en el movimiento constante de los personajes, en constante huida y colocón, metiéndose por no espacios donde se hacinan gran cantidad de personas indocumentadas, en que el peligro es una constancia y donde se está huyendo de forma en bucle, en una historia que se va hasta los 162 minutos de metraje, en el que su entramado y veloz consecución de hechos no se detiene, sometiendo al espectador a un espectáculo de lo sucio, lo violento y lo más oscuro de la sociedad y la condición humana. 

Como suele ocurrir en las películas de Anderson, sus repartos están llenos de grandes aciertos porque enfunda a sus intérpretes en personajes pasados de vueltas en muchos aspectos. Tenemos a Bob que hace DiCaprio, que parece el hermano gemelo del citado Sportello que hacía Joaquín Phoenix, un tirado de la vida, que está metido en un asunto de muchos cojones y demasiado heavy para su “cuelgue”, peor no tiene más remedio que hacerlo porque su hija está en serio peligro. Le acompañan el “enemigo”, un militar sacado de los Gi Joe, fanático, fascista y sátiro que borda un inconmensurable Sean Penn. La casi debutante Chase Infinit es Deandra, la hija acosada, que no va de heroína al uso, sino de una tipa capaz de enfrentarse a todos y todo. Benicio del Toro es Sensei Sergio, un jefe-inmigrante que ayuda y se ayuda, que se involucra en el asunto, con su peculiar forma de hacer y humor. Teyana Taylor es Perfidia, una máquina total de la revolución, una activista que hemos citado recuerda a Khasur y también, Angela Jones y demás. Deandra es Regina Hall, otra activista de la causa. Alana Haim, la inolvidable protagonista de Licorice Pizza, también tiene acto de presencia como una de las activistas armadas. 

Las intenciones de Paul Thomas Anderson quedan muy patentes a lo largo de la película, porque ha querido actualizar la situación de aquellos años sesenta y sobre todo, setenta, donde la lucha armada acaparó la resistencia que proliferaron en casi todos los países, a partir de movimientos revolucionarios que luchaban por cambiar los métodos explotadores y consumistas de una sociedad hipnotizada por el materialismo y la ley del más fuerte, del ordeno y mando, como deja claro con ese instante donde el personaje de DiCaprio está viendo por televisión La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, mítica película que hablaba de la lucha del Movimiento de Liberación de Argelia contra el colonialismo despiadado de Francia. El cineasta americano huye del maniqueísmo y consigue una película muy sólida y efervescente, donde lo único es sobrevivir en una sociedad llena de violencia salvaje y deshumanizada, que no deja aire al espectador y nos introduce en una enérgica e intensa trama donde sus fumaos y tirados se meten en un lío de mil pares de cojones, a lo bestia, sin adaptación previa, como funcionan las cosas, un día de calma se viene abajo porque la venganza aparece de nuevo, sin pedir permiso, a tiro limpio, como el far west, como siempre ha sido en el país norteamericano, una guerra sin fin, donde sólo sobrevive el que se mantiene de pie, porque huir no es una elección, porque siempre te encuentran. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jaume Madaula y Guillem Miró

Entrevista a Jaume Madaula y Guillem Miró, actor y director de la película «Mario», en una de las salas de los Cinemes Girona en Barcelona, el lunes 6 de octubre de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jaume Madaula y Guillem Miró, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Sandra Ejarque de Revolutionary Comunicación, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Mario, de Guillem Miró

¿EL CUMPLEAÑOS DE MARIO?. 

“Cuando ves a alguien sólo te das cuenta de lo que esa persona te deja ver”. 

De “El último detective”, de Robert Crais

Un día cualquiera, igual que otro. Ignasi y Júlia, dos amigos de Mario, llegan a una casa capitaneada por un huerto donde se va a celebrar el cumpleaños del susodicho. Allí, se encuentran a Antònia, la novia de Mario, Ernest, padre y “futuro yerno” del joven, y sus cuñados, Vanesa y Benji, y el hijo de éstos, Lluc. Todos están expectantes a la llegada de Mario. Todos comienzan a hablar de su relación con él. Todos lo conocen o quizás, sólo conocen una parte de él. ¿Quién es Mario?. O mejor dicho: ¿Cuántos Marios hay en Mario?. O simplemente, Mario es tan abierto, simpático y seductor que es capaz de conocer a personas tan diferentes. En eso estamos, esperando el cumpleaños. Un tiempo para hablar, pensar y sospechar de la verdadera personalidad del tal Mario que, comienza como una broma, y cada vez se vuelve más enigmática, alejada y muy oscura. Mientras llega el homenajeado, los familiares e invitados intercambiarán sus intimidades que comparten con Mario y más de uno y una se sorprenderán o no de lo que allí se escuche. 

De Guillem Miró (Mallorca, 1991), vimos la interesante y sugestiva En acabar (2017), que seguía en una larga noche veraniega la peripecia de Gori, deseoso de reencontrarse con una chica que idealiza demasiado junto a sus colegas. También los cortometrajes Avistament 1978 y La Nau, entre otros, nos llega su segundo trabajo Mario, en forma de tragicomedia que bebe mucho de cierta tradición berlanguiana bien mezclado con la comedia existencial que creció en los noventa, muy de Linklater, y los films Dogma como Celebración, de Thomas Vinterberg, de la que bebe mucho, bien aderezado con los problemas y conflictos de la juventud de ahora, donde las apariencias, las máscaras y diversos disfraces se han convertido en el ideario de todos y todas, embutidos en existencias tan perfectas como falsas. La película se mueve con orden dentro de ese caos en ese combate emocional por saber quién es la verdadera identidad de Mario, a través de la relación, suposiciones y demás relatos que cada uno se monte en su cabeza a partir de esto o aquello que creen o no. Tiene la película una naturalidad y espontaneidad que la hace sincera y muy honesta, en un continuo abrir y cerrar puertas en las que el misterio radica en las ideas e hipótesis que se ha montado cada uno. Ayuda y mucho esa única localización interior/exterior en la que el laberinto doméstico adquiere más presencia y más lío. 

El cineasta mallorquín se ha acompañado de una cómplice como Ana Inés Fernández, que ya estuvo como cinematógrafa en sus cortos Peix al forn y el citado Avistament 1978, y ahora, asume las labores de coguionista junto a Miró, construyendo un guion donde la comedia disparatada se funde con el drama íntimo y doméstico consiguiendo ese ritmo agitado donde la oscuridad va haciendo acto de presencia de forma sutil. La excelente música de Raquel Sánchez, que la escuchamos en Escanyapobres y la recién serie Delta, que funciona como la mejor aliada para equilibrar los instantes cómicos con los más duros, con unas composiciones maravillosas que le dan un gran vuelo a la historia. La cinematografía de Joan González, que tiene en su haber películas tan interesantes como Open24h, de Carles Torras, Transeúntes, de Luis Aller y la más reciente Beach House, de Héctor Hernández Vicens. Una luz mediterránea que se va torciendo hacia ese interior a medida que el día va cayendo y se va abriendo la caja de pandora o lo que creen averiguar los invitados. La edición de Ove Hermida-Carro ayuda a poner de relieve los altibajos emocionales que sufren los personajes en sus intensos 89 minutos de metraje. 

Como ocurría en su celebrada ópera prima, Miró se ha rodeado de un excelente reparto encabezado por intérpretes con experiencia en el cine y el teatro, que ofrecen transparencia y cercanía, muy alejados de lo impostado. Tenemos a Glòria March como la pareja de Mario, los amigos que hacen Daniel Bayona y Raquel Ferri, y el que llega después Aimar Vega. Los familiares que son Miquel Gelabert como el suegro, que también fue el protagonista de la mencionada La Nau, Alba Pujol y José Pérez-Ocaña son los cuñaos y el sobrino Jaume Gálvez, y el cumpleañero que hace Jaume Madaula. Una película como Mario, de Guillem Miró, juega como esos juegos de mesa al estilo Cluedo, donde los personajes inventan una identidad o quizás no lo hacen, y todo se debe a esa espera y las distintas relaciones que tiene cada uno con el mencionado. No obstante, si deciden ver una película como Mario estoy seguro que les va a entretener y además, les va hacer pensar si todo eso que piensan acerca de esa persona o aquella otra, es fruto de su imaginación o tiene una base real, de todas las ideas que nos hacemos de los demás y de nosotros mismos, y la facilidad que tenemos para juzgar al otro, olvidando que todos somos juzgados muy a la ligera, con el riesgo que tiene de dejarse llevar por las impresiones y no tomarse el tiempo para profundizar en el otro. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez

CARMEN HA DECIDIDO MORIR. 

“Después de todo, la muerte es solo un síntoma de que hubo vida”. 

Mario Benedetti 

Hemos visto muchas películas sobre el significado de morir desde infinidad de puntos de pista, en las que asistimos a interesantes reflexiones sobre el hecho de dejar la vida, de enfrentarse a la muerte y todas las circunstancias que derivan a este suceso tan natural y a la vez, tan enigmático, oscuro y misteriosos. Seguramente nos quedan muchas películas más sobre este hecho, tan trascendental en nuestras existencias. En Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez (Madrid, 1983), nos situamos en la vida de Carmen, una mujer de 86 años que ha decidido morir. Cosa que hace en plenitud de facultades mentales y sin coacciones, simplemente como decisión de no querer seguir viviendo y suicidarse voluntariamente. Podríamos pensar que una película centrada en un personaje así, sería un relato triste porque habla del hecho de morir, pero aunque no lo parezca, es una comedia sobre la vida y la muerte, cómo no, sin resentimientos, sin luchas y sobre todo, sin rencor.  

El cineasta madrileño que lleva casi dos décadas dedicado al documental, con películas como Zindabad! (2010), rodada en la India, se encontró con Carmen cuando buscaba una película que hablase sobre a morir dignamente, y no sitúa en los últimos meses de Carmen, filmando una home movie donde la mujer de carácter, rebelde y simpática hace un repaso a su vida. Una vida donde ha pasado de todo: monja de clausura, boda, divorcio, amantes, hijo adoptivo y ex nuera y nieta, todo ello bajo una dictadura represora y una democracia que fue mucho menos de lo esperado. La película adopta el carácter y la vitalidad de Carmen y la retrata en el interior de su piso principalmente, mientras la mujer habla sin parar, dirigiendo y haciendo callar, mientras nos habla de su infancia, juventud y adultez de forma desordenada, yendo de aquí para allá y aún más allá, mientras manosea fotos antiguas e infinidad de objetos en un piso que está vaciando. Carmen es la película. Carmen es alguien que se despide de su vida y de los suyos, firme en su decisión y aceptando una vejez dura con problemas en las piernas, y explicando una vida de forma honesta, cómica y llena de ternura y negrura, en el mismo tono y atmósfera del universo Azcona-Berlanga, en que Carmen podría ser un cruce de alguno de sus personajes como el quijotesco de Bienvenido, Mister. Marshall, el marqués de La escopeta nacional y la Mary Santpere de Patrimonio Nacional

El director madrileño, coproductor de Operación globus (2019), de Ariadna Seuba, adopta por un estilo de cine directo, muy en la mirada y detalle de Moi, un noir (1958), de Jean Rouch, Titicut Follies (1967), de Frederick Weisman y Grey Gardens (1975), de Albert y David Maysles, las películas domésticas de Chantal Akerman todo un género en sí mismas y Agnès Varda con su inolvidable Los espigadores y la espigadora (2000), y los más cercanos Iván Z (2004), de Andrés Duque y La visita y un secreto (2022), de Irene M. Borrego, entre otros. Un cine que capta el encuentro entre cineasta y persona-personaje, de forma espontánea, sin un trazado hablado de antemano, en que el cine queda relegado a la vida y filma lo que se está produciendo, la verdad y la honestidad surgen de unos personajes más grandes que la vida, invisibles y directos que el cine desentierra del olvido y los hace protagonistas, dentro de su sencillez, humildad y humanidad. Un cine que no busca nada en concreto, sino filmar lo que tiene enfrente, y sobre todo, hacerlo desde la coherencia, la fuerza y lo natural, sumergiéndose en los pliegues de la vida y la muerte, en todas esas cosas que quedan ocultas y surgen con tiempo, paciencia y mirar detenidamente.  

Una película como Señor, llévame pronto, de Guillermo F. Flórez, nace del espíritu del cine como el mejor vehículo para acercarse a lo desconocido, y sacando provecho de su fantasmagoría para ver más allá de lo visible, y adaptándose a un personaje como Carmen, con una vida vivida a lo grande en todos los sentidos, seguida de una rebeldía innata, y un carácter que la hizo un ser diferente, contestatario y en continua transformación y una intensa búsqueda interior y exterior donde la vida hay que vivirla, disfrutarla, padecerla y echarse unas risas y unas lágrimas. La película recoge una parte del carácter arrollador y sensible de Carmen. Una parte que nos emociona y nos hace vibrar con un retrato que hace reflexionar con una mujer que ha decidido que hasta aquí hemos llegado y ahora es turno de morir. Seguramente a muchos espectadores les sorprenderá esta actitud ante la vida y la muerte, aunque a otros, en los que me incluyo, nos encantaría llegar a esos años y mirar la muerte con la conciencia, la reflexión y el pensamiento que lo hace Carmen, de frente, sin miedo y muy emocionada con el encuentro con el más allá. Quizás todos y todas deberíamos tomar la actitud de Carmen como guía, peor eso depende de cada uno, aunque, como menciona con humor la protagonista: “No debe ser tan malo porque les ha pasado a muchos antes que nosotros”. Eso mismo, vivamos intensamente, y cuando llegué “el momento”, que llegará, tengamos actitud y buen humor. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández

LA VERDAD SIEMPRE VUELVE.  

“La verdad triunfa por sí misma, la mentira siempre necesita complicidad”. 

Epícteto 

Mucho del policíaco actual, que ahora se llama thriller, se caracteriza por historias impactantes y mucho diseño sofisticado donde lo principal es sorprender al espectador con relatos tramposos con la típica sorpresa final. El estudio de personajes que tanto había engrandecido al género, por lo general, se ha olvidado por completo de muchas producciones. Por eso, una película como Parecido a un asesinato, de Antonio Hernández (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1953), que en su ornamento se parece mucho a este tipo de cine del que hablo, se decanta por algo que estamos poco acostumbrados como la psicología de los personajes, ya en su guion, basado en la novela homónima de Juan Bolea y escrito por Rafael Calatayud Cano (habitual del cine de David Marqués con estupendas películas como Puntos suspensivos), troceado en la que opta por unos convenientes flashbacks que cambian la perspectiva de un mismo hecho a través de las miradas de tres personajes, cosa que añade más suspense y tensión a aquello que pensamos que sucede. 

De Hernández, un trabajador nato del oficio, con casi medio siglo de carrera, debutando con F.E.N. (1980), protagonizado por los titanes Héctor Alterio y José Luis López Vázquez, en una filmografía que encontramos largometrajes como Lisboa (1999) y En la ciudad sin límites (2002), y series como Días sin luz (2009) y Las chicas del cable (2017), entre muchos otros títulos que abarcan la treintena. Con Parecido a un asesinato vuelve al thriller con un diseño de producción excelente, y consiguiendo una atmósfera oscura y muy incómoda con un ramillete de cuatro personajes peculiares: Eva, una mujer que se ve acechada por el fantasma de su ex. Nazario, su novio, un escritor de novela negra de éxito, su hija, Ali, que estudia cine y siempre lo graba todo con su cámara, y finalmente, José, el ex de Eva, un personaje en la sombra. Filmada en escenarios naturales de la provincia de Huesca donde lo rural, la casa aislada, el pueblo y los parajes impresionantes ayudan a dotar a la trama de todos esos espacios misteriosos, alejados del mundanal ruido, que contribuyen a centrarse aún más si cabe en las acciones y actitudes de cada personaje ante los acontecimientos que se ven sometidos. 

Una película de estas características ha de tener un trabajo técnico de altura y la película lo consigue con la cinematografía del valenciano Guillem Oliver, que tiene en su haber films con Àlex Montoya como Asamblea y La casa, el cine de Alberto Evangelio como el thriller Visitante y otro policíaco como El lodo. Una luz tenue, que está ahí sin resquebrajar la textura, y además, una luz que antepone los rostros y cuerpos de los personajes. La música es de Luis Ivars, que ya trabajó con Hernández en la serie Tarancón. El quinto mandamiento y en el largo Capitán Trueno y el Santo Grial, amén de Juan Luis Iborra y Vicente Molina Foix, consigue atraparnos con melodías nada invasivas, sino que nos ayudan a penetrar en la psique de unos personajes amenazados y con el transcurso de los minutos sabremos los porqués. El montaje es de Antonio Frutos, especialista en el thriller ya que ha trabajado con directores que han tocado y mucho este género como Paco Cabezas, Daniel Calparsoro, Félix Viscarret y Lluís Quilez, entre otros. Su edición es de puro corte y bien hilvanado, sin abruptos ni estridencias, porque el relato se mueve entre las sombras y lo diferente en sus casi dos horas de metraje.

Si el guion funciona y la parte técnica está en consonancia, la parte interpretativa no podía ser menos. Un reparto encabezado por la siempre efectiva Blanca Suárez, que hace de Eva, una mujer que tuvo un pasado durísimo en una relación muy tóxica. A su lado, Eduardo Noriega, muy convincente como escritor de éxito, siendo Nazario, que tiene una nueva relación después de su tragedia, y el padre de Ali, que compone una admirable Claudia Mora, que debuta en el largometraje con una adolescente de rostro dulce pero que arrastra el trauma de la muerte de su madre, y finalmente, el personaje “macguffin” que es José, el ex de Eva, motor para que los personajes vayan y vengan por el relato. Después encontramos en breves papeles tipos tan buenos como Joaquín Climent, que lo hace todo tan bien, y las formidables presencias Marián Álvarez y Raúl Prieto. Los satélites de Parecido a un asesianto estarían en películas como las de Oriol Paulo, en una suerte de policíaco, prefiero llamarlo así, bien contado, con historias muy oscuras, donde lo psicológico se impone a las tramas y en que los personajes y sus secretos van adquiriendo los giros sorprendentes de la trama que siempre juega al despiste, a ir más allá de lo que sucede, descubriendo los pliegues que se ocultan en un guion que cuenta tres perspectivas diferentes poniéndose en ese lado que poco o nada tiene que ver con la verdad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Münter y el amor de Kandinsky, de Marcus O. Rosenmüller

GABRIELE MÜNTER CUENTA SU HISTORIA. 

“Para los ojos de muchos, yo sólo fui un innecesario complemento a Kandinsky. Se olvida con demasiada facilidad que una mujer puede ser una artista creativa por sí misma con un talento real y original”. 

Gabriel Münter 

En todas las historias siempre hay dos posiciones bien distintas, y aún más, si se tratan historias de relaciones íntimas. Suele pasar que, por designios de quién sabe dónde, la mayoría de personas se queda con uno de los relatos, y vete tú a saber porqué motivo, obvian el otro. Esto sucede mucho cuando en las relaciones el hombre es famoso y ella, no. Por eso, una película como Münter y el amor de Kandinsky (en el original, Münter & Kandinsky), viene a contarnos la historia que no se ha contado de la relación que mantuvieron el “famoso pintor” y la pintora, y lo hace desde la mirada de ella, construyendo el contraplano que la historia le ha negado. El guion de Alice Brauner, coproductora de la cinta, bien dirigido por Marcus O. Rosenmüller (Duisburgo, Alemania, 1963), se desenvuelve en el viaje que va de Munich en 1902 hasta aquella tarde aciaga en Estocolmo, catorce años después. Un período que convirtió a los citados en dos de los artistas más importantes de entonces, una relación fundamental que cambió la historia del arte, aportando conceptos como expresionismo y abstracto, en un arte libre, sin ataduras y abierto a todo y todos, en una vida donde amaron, se pelearon, se distanciaron, pero sobre todo, crearon algunas de las mejores pinturas de la historia. 

La película cuenta con un gran trabajo de producción que nos permite trasladarnos a aquella Alemania efervescente de arte y pintura, y acercarnos a los paisajes naturales y rurales que tanto amaban la pareja de artistas. El relato sigue con verosimilitud la energía y el ímpetu de Gabriele Münter en su empeño en romper las convenciones reinantes y hacerse un sitio en el demoledor universo del arte totalmente masculinizado. No es una película que sigue los parámetros del biopic al uso, porque hay alegría y tristeza, hay vida y muerte, hay romanticismo y negrura, también, una guerra, la primera, que significó un antes y después para la pareja y para muchos que perecieron. La cinta habla del arte como motor de cambio, de pensamiento, de ideas, de no seguir lo establecido y pensar con el alma, y sobre todo, romper los círculos viciosos y convencionales, y abrirse a nuestro interior y pintar desde el amor, desde la fantasía, desde lo abstracto, desde todo aquello que sólo vemos con el corazón, con lo intangible, y luchar para que sea valorado y que no se menosprecie por seguir unas normas que nadie discute. Tanto Münter como Kandinsky y el grupo del Jinete Azul, trabajaron para derribar los muros de la prehistoria del arte y lanzar una nueva forma de hacer arte y la pintura. 

El director alemán, siempre vinculado a la televisión en forma de series, se ha rodeado de un equipo experimentado para llevarnos a la agitación y la energía de la Alemania de principios del siglo XX, con una cinematografía de Namche Okon, con una luz que recuerda a la pintura de Renoir y Monet, y por supuesto, el cine de Jean Renoir, dónde Partie de campagne (1946) y Le dejéuner sur l’herbe (1959), son referentes claros, eso sí con los colores menos intensos del país teutón. La excelente música de Martin Stock, tercera película con el director, amén de de PIa Strietman y Crescendo (2019), de Dror Zahavi, en la que abundan toques románticos, donde se mezclan la alegría de vivir, de crear, de gritar y vivir en grande con todo lo que ello tiene. El montaje de Raimund Viecken, que trabajó con Rosenmüller en varias series como la exitosa Amigos hasta la muerte, no tenía una tarea nada sencilla con una película que se va a los 125 minutos de metraje, donde no dejan de suceder cosas viendo a dos personajes en perpetuo movimiento, de aquí para allá, tanto a nivel físico como emocional, en un férreo y duro combate entre las crisis existenciales y el hermetismo de Kandinsky muy contrarios al fervor,  la fuerza arrolladora y la intensidad de Münter.

Las dos personalidades contrapuestas que son la pareja protagonista están muy bien interpretados por la estadounidense Vanessa Loibl, alma mater de la película con su grandiosa interpretación de Gabriele Münter, como queda reflejado en esa primera secuencia-prólogo con la llegada de los nazis a Murnau y ella se apresura a esconder las pinturas del odiado y bolchevique Kandinsky, Frente a ella, en otro rol igual de emocionante la quietud del gran maestro y pintor que compone el actor alemán-ruso Vladimir Burlakov. Tenemos la maravillosa presencia de Marianne Sägebrecht, que los más cinéfilos recordarán por sus trabajos de los ochenta y noventa. No estamos ante la típica película del amor del maestro y la alumna aventajada, si no de una historia que va mucho más allá, donde hay amor, arte, pintura, reflexión, discusión, distanciamiento, sexo, creatividad, ferocidad, tranquilidad, oscuridad, y sobre todo, la casa de Murnau, una casa-taller para crear, para amarse y también, para odiarse y separarse. Da igual que conozcas que ocurrió con Múnter y Kandinsky, porque esta película lo explica desde la mirada, el carácter y la pasión de Gabriele Münter y eso todavía no se había contado en una película, así que, déjense de habladurías y demás estupideces, y escuchen la historia de Münter que no conocen, porque les aseguro que cuando terminen de ver la película, su mirada se escribiría como siempre pasa cuando solamente conocemos una parte de la historia. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La sospecha de Sofía, de Imanol Uribe

EL HERMANO QUE SURGIÓ DEL FRÍO.  

“Actuamos así unos con otros, toda esta dureza; pero en realidad no somos así, quiero decir… no se puede estar siempre en el frío; uno tiene que venir del frío…”

De “El espía que surgió del frío”, de John Le Carré 

La cinematografía española es poco dada al cine de género al mejor estilo del Hollywood clásico, es decir, aquellas películas de los treinta y cuarenta plagadas de espías con una atmósfera noir poblados por seres atrapados en marañas políticas de difícil escapatoria, con tipos de pasado oscuro y presente aún más negro, y mujeres fatales dispuestas a todo. Por eso, es de agradecer mucho una película de las características de La sospecha de Sofía, basada en la novela homónima de Paloma Sánchez-Garnica, que ya fue llevada a la pequeña pantalla en la miniserie La sonata del silencio. A partir de una adaptación que firma Gema Ventura, que ha estado en Centuauro y Todos los nombres de Dios, ambas de Calparsoro, nos sitúan en el Madrid del franquismo en 1968 en la vida tranquila y apacible de Daniel, Sofía y sus dos hijas pequeñas. La cosa se tuerce y mucho con la invitación a Daniel para que conozca a su madre biológica en Berlín oeste. 

Después de 16 títulos y casi medio siglo de carrera, el cineasta Imanol Uribe (El Salvador, 1950), que siempre se ha movido entre el drama y la intriga, con películas de la talla de La muerte de Mikel (1984), Días contados (1994), Plenilunio (2000) y Lejos del mar (2015), entre otras, se decanta por una trama que bebe de ese cine clásico bien ejecutado y con pocos sobresaltos, con una armonía y un tono conocidos y de lugares comunes, donde se adentra en terreno hitchcockiano, porque conocemos los detalles y la cosa se mueve por el suspense y esa línea casi invisible de ser descubierto y cómo se resuelve la dichosa trama. Y cómo no, el asunto del doble, que está tan presente en el cine del director británico, aquí es pieza capital, porque Klaus, reclutado a la fuerza por el KGB deberá ser Daniel, hacer lo que hace su hermano gemelo, y sobre todo, espiar para los soviéticos en el Madrid franquista de 1968. El relato visita a menudo el flashback para resolver ciertos enigmas de los diferentes personajes, cosa que se dosifica con inteligencia añadiendo más misterio a los hechos que ocurrieron y ocurren, pasando por buena parte del tercer cuarto del convulso siglo XX, con hechos tan reconocibles como la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, el mayo del 68, la llegada de la democracia, el final del telón de acero y demás. 

Uribe que siempre se ha caracterizado por una fascinante atmósfera en su cine, así como un exhaustivo rigor histórico, en que la intriga está al servicio de lo que está contando y contribuyendo a adentrarse en el complejo mundo de sus personajes. Tenemos al diseñador de arte Diego López, con el que hizo Llegaron de noche (2022), y el vestuario de Helena Sanchis, con la que ha hecho 6 películas, amén de películas con Bigas Luna,, con el que debutó en Las edades de Lulú (1990), Manuel Gómez Pereira, Manuel Iborra y Víctor Erice, entre otros. El gran trabajo de sonido de Juan Borrell, con más de 120 títulos, que hizo con el cineasta vasco Lejos del mar (2015). La magnífica cinematografía construida de claroscuros y de esa luz velada y sofisticada que ayuda a introducirse en ese universo de mentiras de verdad y viceversa que firma un grande como Gonzalo Berridi, seis películas con Uribe, con una abundante filmografía que abarca más de 60 títulos. La música de la alemana Martina Eisenrich consigue esas composiciones con aroma de clasicismo que le va como anillo al dedo a todo el entramado de la historia. El detallista y rítmico montaje de Buster Franco, con el que hizo Miel de naranjas, otro policíaco ambientado en la España de posguerra, ayuda a crear esa mezcla de drama y suspense tan bien equilibrada. 

Los intérpretes del cine de Uribe siempre se han destacado por componer unos personajes cercanos y llenos de complejidad, sino acuérdense de los Imanol Arias, Carmelo Gómez y Eduard Fernández de las ya citadas, a los que suma Álex González como Daniel/Klaus, encarnando a tipos en encrucijadas de oscura resolución, en las que deben actuar de formas muy diferentes a lo que en un principio deberían, siendo víctimas de su propia historia y de la historia en la que están metidos sin remedio. A su lado, Aura Garrido, que está convincente en su papel de Sofía, la que sospecha y la primera sorprendida de ciertos detalles de su “nuevo marido”, en un mar de dudas con el que vive a diario. Completan el reparto la presencia de Zoe Einstein, en un personaje que mejor no desvelar, y otros intérpretes que hacen de la película una historia íntima y tangible con oscuros secretos que nos llevan por media el eje europeo de entonces: Madrid, París y Berlín, tanto uno como el otro. Estamos ante una película de guion convencional, si, pero con sus atajos sorprendentes y una cuidada ambientación que se erige como un entretenido cine de espías que no oculta a sus maestros, que recuerda a Tu nombre envenena mis sueños (1996), de Pilar Miró, buen ejercicio de thriller psicológico, donde la trama es una mera excusa para retratar el convulso ambiente de la España de los treinta y cuarenta, como sucede en La sospecha de Sofía con la España franquista y la inestabilidad de la guerra fría. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Lilja Ingolfsdottir

Entrevista a Lila Ingolfsdottir, directora de la película «Adorable», en el marco del BCN Film Festival, en el Hotel Casa Fuster en Barcelona, el miércoles 30 de abril de 2025.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Lila Ingolfsdottir, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Miguel de Ribot de Comunicación de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El cautivo, de Alejandro Amenábar

DE LO QUE LE SUCEDIÓ A CERVANTES CAUTIVO EN ARGEL.  

“La lectura es el único medio a través del cual nos deslizamos, involuntariamente, a menudo sin poder hacer nada, a la piel del otro, a la voz del otro, al alma del otro”. 

Joyce Carol Oates

Después de tres películas como Tesis (1996), Abre los ojos (1997) y Los otros (2001), que encumbraron a Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972), como uno de los grandes valores del género del terror psicológico, cosechando buenas críticas y excelentes resultados en taquilla. Un período que viró con Mar adentro (2004), donde dejaba la ficción pura y dura para adentrarse en las ficciones sobre personajes reales. A Ramón Sampedro le siguieron la filósofa y atea Hypatia en Ágora (2009), la excepción de Regresión (2015), que volvía a sus orígenes, y la vuelta a los personajes con Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra (2019), para finalizar, de momento, con Miguel de Cervantes (1547-1616) en El cautivo, sobre los cinco años que estuvo preso en Argel. A partir de una historia junto a Alejandro Hernández, que ya lo acompañó en la citada de Unamuno y en la serie La fortuna (2021), el director madrileño imagina al joven Cervantes que, contaba con 28 años cuando fue apresado, y su período y sobre todo, su relación con su captor Hásan, el Bajá de Argel.  

Amenábar construye una eficaz y entretenida fusión de película de aventuras y carcelaria, donde se profundiza sobre las relaciones personales, de poder y necesidad, así como de liberación sexual, en el que la ficción cuenta con un peso enorme en la trama, convirtiéndola en vehículo capital para sobrevivir tanto física como mentalmente. La trama es reposada y nada estridente, no juega con el espectador mediante giros inverosímiles y demás argucias, sino que cimenta un buen ejercicio de miradas y gestos en su primera mitad para después, en su segundo tramo, acentuar lo físico y los deseos y anhelos de los personajes principales y los satélites que los acompañan. Nos encontramos a un Cervantes todavía muy joven, que lee vorazmente y también escribe, junto a su mentor en prisión el fraile Antonio de Sosa, que es quién nos cuenta la película. A su lado, también tenemos la antítesis, Blanco de Paz, otro fraile del Santo Oficio, que se convertirá en el lado oscuro de la trama. A través de un reducido grupo nos van contando las peripecias de Cervantes que, gracias a su ingenio como contador de historias se ganará muchos privilegios del Bajá, levantado muchas ampollas entre sus compañeros de cautiverio. 

Amenábar, como es costumbre, presenta una película que ha contado con una gran producción para trasladarnos al siglo XVI, y más concretamente al Argel de 1575, donde brillan sus apartados técnicos como la cinematografía de Alex Catalán, que ya estuvo en la mencionaba Mientras dura la guerra, con una luz natural y nada estridente que, caza toda la multiculturalidad que reinaba en el lugar, así como la abundancia de colores y texturas que se respiraba en el ambiente. El diseño de producción que firma Juan Pedro de Gaspar, otro habitual en las últimas producciones de Amenábar, y el director de arte Hedvig Király, al que conocemos por sus trabajos en El hijo de Saúl, de Nemes, y La reina de España, de Trueba, y el vestuario de la italiana Nicoletta Taranta, responsable de Romanzo criminale y A ciambra, brillando cada uno/a en sus respectivos apartados. La música del propio Amenábar consigue ese acercamiento a las singularidades y complejidades que se palpan tanto en prisión como en esos “escapes”. El montaje de Carolina Martínez Urbina, conocida por su trabajo en la mítica serie Crematorio, y el cine de Cobeaga, y su segunda experiencia con el director después de la citada Regresión. Un empleo magnífico de realidad-ficción en la que cada secuencia y encuadre nos atrapa hasta el final en sus rítmicos 133 minutos de metraje. 

Otra característica del cine del madrileño es su gran capacidad para componer personajes complejos para los que elige intérpretes que se enfundan con naturalidad consiguiendo que nos olvidemos de la máscara y nos quedemos con el personaje. Como hizo con Nicole Kidman en Los otros, Javier Bardem en Mar adentro, Rachel Weisz en Ágora y con Karra Elejalde y Eduard Fernández en Mientras dure la guerra. El sorprendente Julio Peña, habituado a vehículos comerciales muy poco atractivos, se destaca dando vida al joven Cervantes, en un personaje que va creciendo a lo largo del metraje, mostrando su capacidad inventiva, inteligencia y coraje para salir airoso de varios entuertos. Frente a él, el actor italiano Alessandro Borghi como el Bajá, con más de 30 títulos a sus espaldas,  como el recordado en Las ocho montañas, siendo el señor que todo lo ve y decide desde las alturas que, mantendrá una relación nada convencional entre lo que podría ser captor y reo. Y luego están los “otros”, empezando por un Miguel Rellán, tan grande, tan cálido y un actor que hace de todo y muy bien, Fernando Tejero está muy bien como un fraile altivo. Están Luis Callejo, Roberto Álamo, José Manuel Poga, Albert Salazar, César Sarachu y Mohamed Said, entre muchos otros. 

Polémicas aparte, que además apenas son 10 minutos de película, El cautivo es una excelente película porque aborda un tema que todavía no se había tocado en el cine, la vida del joven Cervantes, quizás el escritor más célebre de la historia por su libro que no necesita presentación alguna. La película lo aborda como un joven en eterna lucha y huida, devorador de libros, escritor empedernido y contador de historias fabuloso, que se las ingenia para entretener a los demás presos, y además, despierta el deseo del Bajá, que también lo pretende como contador de relatos. Además, la película se enfunda el traje de fabulador de su protagonista, y ejerce una trama que va y viene a través de lo real y lo ficticio, de lo que se sabe y lo que se inventa, porque no hay verdad que este cargada de mentira, y viceversa, porque necesitamos la mentira-ficción para soportar tanta verdad, o quizás, lo que inventamos es la verdad para que no parezca tan dura, o tal vez, la mentira es todo lo que vemos y hemos inventado la verdad para vivir con algunas verdades que sabiendo mentiras, las creemos como verdad. Lo que está claro es que, Cervantes y sus cinco años de cautiverio, que para la resolución de la película es un dato que no molesta, ni mucho menos, es la historia de alguien que quería sobrevivir y, al igual que otros, se inventaron una historia, una identidad o lo que fuese. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA