Una noche sin luna, de Juan Diego Botto/Sergio Peris-Mencheta. TNC

¡VIVA LORCA! ¡VIVA EL TEATRO! ¡VIVA BOTTO!.

“Somos porque otros nos recuerdan”.

La primera vez que tuve un encuentro personal y profundo con la figura del poeta Federico García Lorca (1898-1936), fue allá por 1998 en el Teatre Lliure en Barcelona, con la obra Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre, con Juan Echanove sobre el escenario, interpretando al excelente poeta al piano rememorando unos recitales que hizo en New York. La experiencia fue magnífica. La magia del teatro revivía no solo a Lorca, sino que lo acercaba al presente, a mí que, desde entonces, lo leo y lo descubro a cada lectura, y me descubro a mí mismo, porque la mejor manera de recordar a alguien que escribía es leyéndolo y descubriéndolo con cada lectura. Otra vez en un teatro y con Lorca, he vuelto a recordar aquella experiencia con Echanove de la mano de Juan Diego Botto, en su espectáculo Una noche sin luna, escrito por él, a partir de textos de Lorca, y dirigido por Segio Peris-Mencheta, en el Teatre Nacional de Catalunya, el viernes pasado 9 de diciembre a las 19h de la tarde. No un día cualquiera. Día de estreno. Entre el público muchas de las gentes del teatro de Barcelona.

 

El montaje lleva dos años de enorme éxito por todos los teatros del país, agotando entradas allá por dónde va, con Premio Nacional de Teatro para Juan Diego Botto y otros tantos reconocimientos. En sus primeros minutos, Botto y Lorca, tanto monta, monta tanto, ya nos seduce con cercanía, tanto en el escenario como por el patio de butacas. La inteligencia de un actor de pasar de la ficción a la realidad, o podríamos decir, a la realidad del teatro, en que va dejando claro la intimidad y la naturalidad de la obra, porque Botto, solo ante el peligro, sin más compañía que el público expectante que abarrotaba la inmensa sala grande del TNC. La obra hace un recorrido por la vida de Lorca, pero no centrándose en sus grandes momentos, sino en aquellos más sencillos y cotidianos, como una de sus primeros funciones con marionetas y su altercado con la ley que le cerró el pequeño teatro donde actuaba, o aquel otro con su compañía La Barraca, que acercaba el teatro a las gentes más humildes, y su altercado con los aldeanos a pleno sol, y ese amanecer, ¡Qué amanecer!, y hasta aquí puedo leer, y muchas más. Botto hace un recorrido muy íntimo, honesto, del alma, desordenado y sencillo, donde escuchamos algunos discursos hacía la muchedumbre, y muchas otras situaciones.

 

Quedamos maravillados del espectacular espacio escénico por el que se mueve Botto, diseñado por Curt Allen Wilmer con EstudiodeDos, en el que nos vemos por encima de tablas de madera que van abriendo puertas, secretos y confesiones del pasado del poeta, que encierran en su interior objetos, pasajes, y demás memoria del artista, y también, tierra, mucha tierra, aquella que lo sigue ocultando en algún lugar de Granada hace ya más de ochenta años. La maravillosa luz de Valentín Álvarez, que ha trabajado en teatro y cine, con nombres tan ilustres como Víctor Erice, Alberto San Juan y el propio Peris-Mencheta, y al música de Alejandro Pelayo, la otra mitad de Marlango, creando esos espacios donde nos transportamos a la memoria del poeta y su legado, sobre todo, su legado, como ese especial momento en que Botto toca en un piano imaginario y escuchamos su sonido. La magia y la fantasía, en definitiva, el mundo de los sueños y los fantasmas, están muy presentes en todo el espectáculo, porque Botto es un auténtico animal escénico, una alma entregada a la memoria del poeta, trayendo todo su arte, su lucha y su política hasta hoy relacionándolos con la actualidad.

 

Botto no pretende ser Lorca, sería un mascarón, ni revivir al poeta, sino a mirarlo, a situarse frente a frente, a acompañarlo, a sentirlo, a disfrutarlo, y eso, tan bello y tan mágico que consigue con una inmensa naturalidad de transmitirlo a todos los espectadores, que nos quedamos hipnotizados por todo lo que nos cuentan sobre Lorca vía Botto, y en su continuo diálogo con el público, al que hace partícipe constantemente, en que escenario y patio de butacas acaba formando un solo núcleo, heterogéneo y lleno de vida e ilusión, reflejando esa idea de Lorca, acercar el teatro a todos y hacerlo de forma sencilla y honesta, para que todos reflexionemos y hagamos ese acto tan sencillo y revolucionario en los tiempos que corren como es pensar, porque Una noche sin luna, nos emociona pero también, nos hace pensar. El montaje crea con maestría ese espacio único y maravilloso en que descubrimos aspectos ocultos de Lorca, en un tono divertido, porque humor hay mucho, pero también, tristeza y acongojo, transitando por los diferentes estados y fusionándolos, donde vida, teatro y memoria se funden, generando todo un gazpacho inmenso de palabras que resuenan, sonidos que nos capturan y nos envuelven, y esa canción de Rozalén que habla de tanto y de nosotros.

 

La dirección de Peris-Mencheta es sublime, certera y llena de sabiduría, que con Botto hacen un tándem maravilloso, donde los dos actores, director y actor y viceversa, en una relación donde la magia vuela ante nosotros, que repiten después del éxito de Un trozo invisible de este mundo. Lo que pasó la otra tarde en el Teatre Nacional de Catalunya fue enorme, de esos días que me reconcilian con la vida, porque el otro día, el viernes 9 de diciembre de 2022, en la ciudad de Barcelona, Federico García Lorca volvió a la vida en la piel, el rostro y la voz (qué locución, que tempo y qué ritmo tiene su voz), de Juan Diego Botto, que hablaron por él, invocándolo y devolviéndonos todo su amor por la vida, por la poesía, por el teatro y por todo, porque Una noche sin luna va mucho más allá de un espectáculo sobre Lorca o sobre su memoria, sino que es una mirada profunda y muy personal de Botto sobre Lorca, sobre todo lo que queda en nuestros días sobre uno de los poetas más extraordinarios de la historia, transmitiendo su legado, y humanizándolo, mirándolo a los ojos, reflejándose en él, y sobre todo, acompañándolo y sintiéndolo, se puede pedir más, sí, pero no mejor. ¡LARGA VIDA A LORCA, AL TEATRO Y A BOTTO!. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Amanda T, de Àlex Mañas. TNC

LA NIÑA HERIDA.

Una tarde gélida del pasado domingo me acercó a la Sala Tallers del TNC para ver el montaje Amanda T, escrito y dirigido por Àlex Mañas (Barcelona, 1974). Cuando accedo a la sala, los dos actores ya están en el escenario, apoyados en una mesa, mientras charlan entre ellos y observan como los espectadores vamos acomodándonos en nuestras butacas. Se avecina una tarde intensa de teatro, la sala está llena. Los dos intérpretes abandonan el escenario. Después de unos minutos, las luces de la platea se apagan, e inmediatamente, se iluminan las del escenario. La primera escena o corte, nos muestra el domicilio de un afamado productor musical (descripción del lugar que irán apareciendo en la pantalla, así como diferentes vídeos)  en el que Amanda y el productor, que se han conocido por la red, se han citado y ahora charlan, entre un tono amable e inquietante. La chica quiere ser cantante, sube videos bailando e imitando a sus iconos de la música. El productor parece más interesado en la chica que en su talento musical. Mañas ya escribió y dirigió este mismo montaje en la Sala Atrium en otoño del 2016, con Xavi Sáez y Greta Fernández, él repite, pero ella, no. Ahora el papel lo interpreta Laia Manzanares.

Amanda T nos habla del caso real de la joven Amanda Todd que sufrió un ciberacoso después de mostrar sus pechos, una imagen que se hizo viral y llegó a todas las casas de sus allegados y entorno, un acoso opresivo que tuvo sus cómplices, e hicieron de la vida de la joven un horror, con problemas depresivos que la llevó a suicidarse con 15 años en el 2012,  después de publicar un video de 9 minutos explicando, mediante textos escritos en folios, la pesadilla de su historia y los motivos de su trágico final. Un video que la obra reproducirá íntegramente, interpretado por Laia Manzanares, que veremos mediante cortes, para abrir cada escena. Mañas no ha querido solo hablar del caso de Amanda Todd, sino mediante su caso, hablarnos de otros casos de acoso por las redes, en el que hace un viaje de afuera hacia adentro, describiéndonos a una adolescente que soñaba con ser cantante, una chica totalmente normal e integrada, alguien con esa energía propia de su edad, que con 13 años enseñó sus pechos y a partir de ese momento, su vida se convirtió en la peor de sus pesadillas, y no pudo volver a tener esa vida tranquila y alegre que la caracterizaba.

Mañas construye una obra donde la luz marca y enmarca con sombras, casi expresionista, la triste realidad de Amanda y aquellos acosados, planteando una obra minimalista, apenas vemos una mesa, una silla y un banco pequeño, y algunos objetos, con la originalidad de la papiroflexia que añade un plus de novedad y magia. Eso sí, la pantalla gigante de video se convierte en ese “Big Brother” maligno y pesadillesco, que es una arma de doble filo, una herramienta fantástica para darse a conocer y lo que haces, compartiendo y rompiendo barreras de comunicación con el mundo, pero también, en una bestia sin escrúpulos donde delincuentes y malvados se ocultan para acosar y delinquir. El dramaturgo y director nos envuelve en una especie de laberinto emocional donde los dos actores escenifican el relato de Amanda, desde su familia, el acoso en los diferentes institutos, la relación por las redes con su acosador, y también, con un amigo, y la destrucción emocional de la adolescente, su depresión, ansiedad, su soledad, y su descenso a los infiernos, donde cuando no pudo más, y se sintió muy sola, acabó con su vida.

Mañas nos habla de muchas cosas, pero lo hace desde el alma de Amanda, radiografiando la crónica de alguien desde los 13 a los 15 años, para hablarnos no solo del mundo de la red, sino también, de los cómplices que los ciberacosadores encuentran en la vida pública, todos los supuestos amigos y compañeros de clase e instituto que machacaron a Amanda y contribuyeron a su trágico final, haciendo hincapié a la mirada de un mundo cada vez más individualista, nada empático y excesivamente cruel, con aquellos a los que se considera más débiles, más sensibles y sobre todo, a esas personas que consideran inferiores porque han mostrado sus pechos a quién consideraban respetuosos con su intimidad. La obra es directa, impactante y fría, como un cuento de terror donde el ogro acaba asesinando a la joven inocente, en el que Mañas imprime a cada una de sus escenas varios planteamientos, que van desde el terror puro, pasando por la fábula, incluso a través de lo cómico, como ese reality show donde debaten sobre las causas de Amanda y la sociedad enferma y deshumanizada en la que vivimos.

La pareja protagonista se van sumergiendo en sus diferentes roles de manera sencilla, inteligente y muy natural, en que los espectadores entramos en ese juego fascinante y enriquecedor, con Xavi Saéz (al que vi en verano en la obra Esmorzar amb mi en la Beckett) resulta convincente y cercano, bien en su papel de acompañante de Amanda, y cumpliendo con su cometido. Laia Manzanares encarna a Amanda Todd, y lo hace a través de una naturalidad aplastante, porque Laia tiene esa mirada convincente y penetrante que enamora, con ese cuerpo menudo y frágil que puede interpretar con calidez y naturalidad esos roles femeninos adolescentes y jóvenes, ese tipo de actrices muy jóvenes que muestran una fuerza y sensualidad para interpretar personajes duros y difíciles, como lo hacen Saorsie Ronan o Elle Fanning, actrices que han venido para quedarse y agarrar personajes complejos y libres.

Laia Manzanares demuestra en cada personaje, por mínimo que sea, que su talento es extraordinario, porque se lanza al abismo en cada momento,  como demuestra en la secuencia más impactante de El reino, de Sorogoyen, en su breve pero extraordinaria presencia en la serie Matar al padre, de Mar Coll, o el rol que hacía en la serie Merlí) aunque el que escribe la reconoció y aplaudió como una de las actrices más brutales de su edad en la obra Temps salvatge, de Josep Maria Miró, dirigida por Xavier Albertí, vista durante la temporada pasada en la sala gran del TNC, encarnando de manera sencilla y espectacular a la adolescente triste y perdida rodeada de lobos y amargura en esas casas uniformes llenas de soledad y falsedad. Ahora, vuelve a interpretar a un personaje difícil y complejo, a una niña herida, a alguien triste y perdido, que atraviesa una situación de mierda, con tantos monstruos al acecho, sin fuerzas para responderles, una niña desterrada del paraíso por enseñar sus pechos, por mostrarse sincera e ingenua en ese mundo de lobos hambrientos y gentuza de la peor calaña, que aprovechan la debilidad de los seres más sensibles para sacar sus garras y alimentarse de su miseria. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Que rebentin els actors, de Gabriel Calderón. TNC

ANNA NECESITA SABER.

“Ya lo dije, tienen que reventar  Bordaberry (dictador uruguayo) yo, todos los actores para que las cosas trasciendan en su justa medida. Todavía falta un tiempo pero no mucho”

Pepe Mújica

Anna necesita saber. Anna quiere saber. Anna no sabe porque su familia no se habla, era una niña cuando dejaron de hacerlo, cuando la familia dejó de ser lo que era para convertirse en unos extraños, en unos desconocidos que ni se miran, ni se hablan, ni quieren saber nada los unos de los otros. Aún así, Anna hará lo imposible para reunirlos a todos, para hablar con cada uno de ellos, para conocer la verdad de lo que pasó, la verdad de los hechos que separaron a su familia. En definitiva, la verdad de todo un país, Uruguay, un país desgarrado y mutilado por la dictadura que dividió y sangró al país entre los años 1973 al 1985. El autor y director de la obra es Gabriel Calderón (Montevideo, Uruguay, 1982) que es uno de aquellos niños que, al igual que la heroína de su obra, quiere saber, necesita saber la verdad de su país, por muy duro y horrible que sea.

El autor uruguayo plantea una trama desestructurada, como bien nos anuncia su narrador al inicio de la obra, una trama que nos hará viajar por el tiempo, por diferentes momentos de la historia familiar, en una estructura que nos hará entender la magnitud de los hechos, y el devenir de las circunstancias que tuvieron que vivir los actores implicados. El tiempo deviene una arma fundamental no sólo en los hechos de los que se habla, sino en el entendimiento de esos hechos, para poder mirarlos con perspectiva, para de esa manera acercarnos a ellos sin rencores, con el tiempo a nuestro favor, porque los protagonistas de aquellos tiempos hicieron lo que tuvieron que hacer defendiendo en aquello que creían, luchando por la dignidad y la libertad de un país sometido a los militares y el imperialismo yanqui. Calderón nos cuenta su obra a velocidad de crucero, un ritmo endiablado, en el que los intérpretes tienen que tirar de verborrea para decir sus parrafadas inmensas (recuerda a la película Luna nueva de Hawks, donde sus actores hablan a una velocidad extraordinaria) o sin ir más lejos, una de las marcas registradas de mucho teatro sudamericano, en el que los diálogos se superponen y todos los actores hablan a la vez en más de una ocasión, como ocurre en los textos de Claudio Tolcachir o Daniel Veronese, aunque a pesar del aparente descontrol de verborragia, en ningún instante se convierte en su contra, sino todo lo contrario, el caos originado entre tantos parlantes sin control, ayuda a entender ciertos entramados de las obras y ayuda, aunque no lo aparezca a simple vista, a su comprensión.

Todo arranca cuando Anna, con la ayuda de Tadeo, su enamorado incondicional, ha inventado una máquina del tiempo y, aunque reticente al principio, accede a experimentar con ella, trayendo del pasado a todos aquellos actores de la vida de Anna que le proporcionaran esa información que permanece oculta en su vida. La cuestión es la siguiente: Anna ha escenificado el encuentro en una cena de Navidad, como las familias normales, donde todos vendrán a este tiempo sin tiempo, para hablar entre ellos y limar esas asperezas del pasado que los separó. Aparecerán el abuelo Antoni, Graciela, su madre, y Jordi, el padre, y finalmente, Josep, el tío. Muertos que vuelven a la vida, o mejor dicho, muertos que vuelven para dar luz al pasado familiar de Anna, también, les acompañará Júlia, la abuela que perdió a sus dos hijos asesinados por la dictadura. La obra, que ha contado con  la magnífica traducción de Xavier Pujolràs (también como de ayudante de dirección) que adapta al catalán ese castellano uruguayo de firtmo tan frenético, se mueve, al igual que sus diálogos, a un ritmo vertiginoso, hay algunos momentos de calma, que vienen con el derrumbe emocional de algunos personajes, pero son unos instantes, luego, la velocidad continúa sumergiéndonos en los diferentes tiempos, en los que el narrador muy adecuadamente nos irá guiando para no perdernos, y para explorar todo lo sucedido, aunque todavía queden tantas sombras y lugares oscuros en esa memoria que aunque pertenezca al pasado, parece un ser orgánico que transmuta y va cambiando de forma rápida, según la miremos y la recordemos.

La Sala Tallers del TNC acostumbrada a presentarnos un espacio desnudo, donde el escenario está a ras del suelo, en la misma altura que el respetable público, con esta obra se ha metamorfoseado en la clásica estructura de escenario y el público de frente, un escenario que es el salón familiar, el hogar donde creció Anna. Un reparto extraordinario encabezado por Bruna Cusí que da vida a Anna, una actriz inmensa y extraordinaria, que sigue demostrando su capacidad camaleónica para convertirse en una heroína de la memoria cueste lo que cueste y pese a quién pese, bien acompañada por Francesc Ferrer como el enamorado Tadeo, la inmensa Lina Lambert como la madre despotricante y malhumorada, el animal escénico que es Jordi Banacolocha como el abuelo de carácter, Albert Ausellé como el padre muerto, y finalmente, Sergi Torrecilla que interpreta varios personajes como ese narrador importantísimo que nos va guiando por este caleidoscopio de la memoria tan necesario y a la vez tan divertido.

Calderón logra aquello que hablaba Pavese: Convertir la cotidianidad de tu pueblo en universal. En una obra que habla de la dictadura uruguaya y sus desaparecidos, su memoria, y el presente a través del pasado, en una obra marcadamente universal, un texto que se entiende en cualquier lugar del mundo, que llega a todos los espectadores inquietos que deseen sumergirse en una comedia alocada, irónica y tremendamente divertida (al mejor estilo de los screwall estadounidenses de los años 30) en un relato de ciencia-ficción al mejor estilo de Arthur C. Clarke o Philip K. Dick, en un drama familiar pero con ese tono irreverente y cómico, y también, en un ejercicio de memoria histórica, de los que no están, de todos aquellos que encontraron la muerte y sus familiares, en este caso Anna aboga por la necesidad de recordar, de no olvidar a sus muertos, a los suyos, a aquellos que apenas recuerda y que forman parte de sí misma, a aquellos que la historia olvida tan fácilmente, la memoria como ejercicio de conocimiento, necesario y esencial para entender el presente y seguir creciendo a nivel personal y colectivo para un país, y lucar contra la mayor tragedia que puede suceder en un país, y no son sólo sus muertos, sino su olvido.

Encuentro con La Chana y Lucija Stojevic

Encuentro con Antonia Santiago Amador “La Chana”, y Lucija Stojevic, directora de “La Chana”, junto a Deirdre Towers (coproductora) y Beatriz del Pozo (musicóloga y colaboradora de la película). El acto tuvo lugar el jueves 2 de noviembre de 2017 en la Sala Soho House en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Antonia Santiago Amador “La Chana”, Lucija Stojevic, Deirdre Towers y Beatriz del Pozo, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, al Festival DocsBarcelona, por su tiempo, y dar vivisibilidad a la película, y a Ana Sánchez de Comedianet, por su organización, generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.

Joan Ollé presenta “Deseo bajo los olmos”, de Delbert Mann en la Filmoteca

Encuentro con Joan Ollé, director de la obra teatral “Desig sota els oms”, presentando la película “Deseo bajo los olmos”, de Delbert Mann, junto a Octavi Martí, en el marco del ciclo “Per amor a les Arts”. El acto tuvo lugar el martes 7 de noviembre de 2017 en Sala Chomón de la Filmoteca de Cataluña en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joan Ollé, por su tiempo, conocimiento, y generosidad, y a Octavi Martí de La Filmoteca, por su organización, generosidad, paciencia, amabilidad y cariño.

Desig sota els oms, de Eugene O’Neill/Joan Ollé. Teatre Nacional de Catalunya.

AMOR Y TIERRA EN LA AMÉRICA RURAL.

“Jo som la mare fins la darrera gota de sang. La granja era seua. La mare è mort. La granja è meua”

“Vui  compartir-ho  ambe  tu,  Abbie…  presó  o  mort  o  infern  o  tot!”

Nos encontramos en la Nueva Inglaterra de mediados del XIX, en una granja construida madero a madero encima de una tierra agreste y pedregosa, que trabajada año tras año se ha convertido en una tierra fértil y provechosa. Su dueño es Efráin Cabot, uno de aquellos irlandeses que llegaron al nuevo mundo dispuestos a labrarse un futuro, también viven sus dos hijos mayores, Simeon y Peter, que trabajan con el propóxito de abandonar esas tierras y emprender su viaje al oeste donde les espera el oro y una vida más fácil. Y también conoceremos a Eben, el hijo menor, hermanastro de los otros dos, que aunque ama la tierra que trabaja, reprocha al padre la vida miserable que le dio a su madre ya fallecida. Todo parece ir como siempre, con el trabajo diario, los sueños de una vida mejor y los recuerdos de los que ya no están. Toda esa armonía aparente la rompe Abbie, una treintañera de buen ver que se ha convertido en la tercera esposa de Efráin Cabot que, llega a la granja para tener una casa y esa vida que, su triste vida no ha logrado darle.

Después de En la solitud dels camps de cotó, de Bernard-Marie Koltès, sobre las máscaras y los deseos ocultos que interpretaban Andreu Benito e Ivan Benet en un magnífico tour de force, representada a principios de este año en la Sala Pequeña del TNC, Joan Ollé (Barcelona, 1955) vuelve, pero ahora a la Sala Grande con un texto de Eugene O’Neill (1888-1953) uno de los más grandes dramaturgos y escritores estadounidenses que, construye sus obras a través de un grupo de personajes que viven en los márgenes o los traspasan, siempre llevados por los aspectos más sórdidos de la condición humana y que rara vez conseguirán llevar a cabo sus ilusiones y deseos más ocultos. Estrenada en 1924, tiempos difíciles para los farmers de aquella América antesala al crack del 29, un país clasista y sumido en la derrota y la desesperación que martilleaba incesantemente a las clases más humildes y trabajadoras.

En la versión de Iban Beltran y el propio Ollé se recupera el lenguaje coloquial, aquel angloirlandés que hablaban aquellos granjeros de mediados del XIX, elemento indispensable para acercarnos a ese mundo miserable y violento, en el que tanto unos y otros huyen sin remedio de un destino cruel, y todos los medios que tienen a sus alcance, en vez de alejarlos de esa tragedia, los acerca más irremediablemente. El viejo Cabot que ya pasa de la setentena es un hombre al final del camino, las fuerzas que ayudaron a levantar su granja están oxidadas y el viejo amo se niega a desaparecer e intenta mantener a flote todo aquello por lo que luchó, se encuentra cansado y lucha con todas sus fuerzas para no sentirse solo, ya que sus hijos no han continuado su camino y lo han abandonado. Su idea de dejar un heredero a su granja parece ir por buen camino con la llegada de Abbie, que parece que le dará ese ansiado hijo que continuará su legado. Abbie es una arpía, una mujer hecha a sí misma, que tiene en su belleza su mejor arma, encuentra en la boda con el viejo Cabot un negocio formidable para sus deseos de tener una casa, y sobre todo, un hogar. Y el vértice de este fatal triángulo lo compone Eben, lastrado por el recuerdo omnipresente de su madre muerta, quiere mantener su espíritu quedándose en propiedad con la granja, ya que, según él, fue de su madre. Eben es impetuoso, con carácter, y aunque ama la tierra y la granja, su deseo está más arraigado a la memoria de su madre.

O’Neill se inspira en los clásicos griegos, en las pasiones rurales de Tolstoi,  y su dramaturgia recuerda a los dramas negros lorquianos, en un relato intenso, pasional y violento acotado en un año, situándonos en las cuatro paredes de la granja, y las relaciones humanas, complejas y llenas de sombras y violentas, cuando el conflicto entra en esa tranquilidad onírica, cuando Abbie y Eben, cada uno por motivos diferentes, más cerca de sus intereses materialistas que otra cosa, empiezan una relación amorosa, una relación oculta, salvaje e incestuosa que, llegará a oídos de todos, menos del viejo Cabot. Pero lo que empieza como un cúmulo de deseos materiales deviene en un amor puro, en una pasión arrebatadora que consigue enmendar a esas dos almas desdichadas, en el fondo, y el deseo de construir algo juntos descubriendo la importancia de compartir. Dejar el “yo” y el “mio”, por  el “nosotros”, por el sentimiento de confianza y dejar el individualismo imperante que ha ceñido sus existencias por el de la felicidad compartida, aunque esta sea porhibida, oscura y oculta de las miradas ajenas.

La rompedora y estética escenografía de Sebastià Brosa compuesta de dos espacios, uno, a su vez, muestra 4 ambientes: la fachada y los campos, la cocina, las habitaciones, tanto del matrimonio como de Even, que la pared desnuda nos ofrece dos lugares en uno, creando un magnífico juego escénico, y por último, la estancia mortuoria de la madre de Eben, donde pervive su memoria más viva cada día. Espacios donde impera el realismo de las situaciones y la oscuridad de cada uno de los personajes,  y el otro espacio, esas escaleras que nos llevan a una plataforma que hace las veces de camino que lleva al pueblo, donde iluminada de forma expresionista, observamos algunos de los momentos más intensos de la solitud y los conflictos de cada uno de los personajes. Todos esos ambientes que se mueven debido al espectacular movimiento circular obra de Andrés Corchero y Ana Pérez que, nos trasladan con especial detalle según el movimiento de los personajes.

Una obra cuidada, de temperamento escénico, y brutal desarrollo, en el que la tragedia de tres actos va apareciendo lentamente, sin prisa. Un drama rural que se apoya en el fantástico trío de intérpretes sabiamente dirigidos por Ollé, tenemos a Pep Cruz como el viejo y cansado Cabot (que recuerda a los viejos pistoleros de las películas de Peckinpah, que se niegan a asumir que su tiempo finalizó y su tiempo se ha convertido en almas en pena) a Laura Conejero, guapísima y elegante, en uno de sus mejores trabajos, llena de sensualidad y erotismo, una especie de mantis religiosa, una femme fatale que arrancará con esos deseos materialistas para alcanzar su presa, pero que el destino la hará cambiar de planes y caer arrastrada por ese amor oscuro pero llena de pasión, y por último, Ivan Benet, convertido en uno de los mejores actores de su generación, que repite con Ollé, en un personaje atrapado en los recuerdos maternos, que encuentra en Abbie una oportunidad de ser feliz, una mujer pasional y sexual donde llevar a cabo sus más bajos instintos, y sobre todo, vivir en una zona de paz que tanto ansía encontrar. Ollé ha construido una obra sobre las ambiciones materialistas, sobre el capitalismo que derrota a las personas y las consume de egoísmo, individualismo y las vuelve posesivas en lucha fraticidad con el amor romántico, ese amor puro, el que nace sin querer, el que ama con humildad, desnudo y desarmado, y consigue devorarnos con esa atmósfera fatalista que se abre paso en un mundo rural machacado y cruel que, se muere cada día, a través de unas relaciones humanas duras, violentas y miserables.