ANNA NECESITA SABER.
“Ya lo dije, tienen que reventar Bordaberry (dictador uruguayo) yo, todos los actores para que las cosas trasciendan en su justa medida. Todavía falta un tiempo pero no mucho”
Pepe Mújica
Anna necesita saber. Anna quiere saber. Anna no sabe porque su familia no se habla, era una niña cuando dejaron de hacerlo, cuando la familia dejó de ser lo que era para convertirse en unos extraños, en unos desconocidos que ni se miran, ni se hablan, ni quieren saber nada los unos de los otros. Aún así, Anna hará lo imposible para reunirlos a todos, para hablar con cada uno de ellos, para conocer la verdad de lo que pasó, la verdad de los hechos que separaron a su familia. En definitiva, la verdad de todo un país, Uruguay, un país desgarrado y mutilado por la dictadura que dividió y sangró al país entre los años 1973 al 1985. El autor y director de la obra es Gabriel Calderón (Montevideo, Uruguay, 1982) que es uno de aquellos niños que, al igual que la heroína de su obra, quiere saber, necesita saber la verdad de su país, por muy duro y horrible que sea.
El autor uruguayo plantea una trama desestructurada, como bien nos anuncia su narrador al inicio de la obra, una trama que nos hará viajar por el tiempo, por diferentes momentos de la historia familiar, en una estructura que nos hará entender la magnitud de los hechos, y el devenir de las circunstancias que tuvieron que vivir los actores implicados. El tiempo deviene una arma fundamental no sólo en los hechos de los que se habla, sino en el entendimiento de esos hechos, para poder mirarlos con perspectiva, para de esa manera acercarnos a ellos sin rencores, con el tiempo a nuestro favor, porque los protagonistas de aquellos tiempos hicieron lo que tuvieron que hacer defendiendo en aquello que creían, luchando por la dignidad y la libertad de un país sometido a los militares y el imperialismo yanqui. Calderón nos cuenta su obra a velocidad de crucero, un ritmo endiablado, en el que los intérpretes tienen que tirar de verborrea para decir sus parrafadas inmensas (recuerda a la película Luna nueva de Hawks, donde sus actores hablan a una velocidad extraordinaria) o sin ir más lejos, una de las marcas registradas de mucho teatro sudamericano, en el que los diálogos se superponen y todos los actores hablan a la vez en más de una ocasión, como ocurre en los textos de Claudio Tolcachir o Daniel Veronese, aunque a pesar del aparente descontrol de verborragia, en ningún instante se convierte en su contra, sino todo lo contrario, el caos originado entre tantos parlantes sin control, ayuda a entender ciertos entramados de las obras y ayuda, aunque no lo aparezca a simple vista, a su comprensión.
Todo arranca cuando Anna, con la ayuda de Tadeo, su enamorado incondicional, ha inventado una máquina del tiempo y, aunque reticente al principio, accede a experimentar con ella, trayendo del pasado a todos aquellos actores de la vida de Anna que le proporcionaran esa información que permanece oculta en su vida. La cuestión es la siguiente: Anna ha escenificado el encuentro en una cena de Navidad, como las familias normales, donde todos vendrán a este tiempo sin tiempo, para hablar entre ellos y limar esas asperezas del pasado que los separó. Aparecerán el abuelo Antoni, Graciela, su madre, y Jordi, el padre, y finalmente, Josep, el tío. Muertos que vuelven a la vida, o mejor dicho, muertos que vuelven para dar luz al pasado familiar de Anna, también, les acompañará Júlia, la abuela que perdió a sus dos hijos asesinados por la dictadura. La obra, que ha contado con la magnífica traducción de Xavier Pujolràs (también como de ayudante de dirección) que adapta al catalán ese castellano uruguayo de firtmo tan frenético, se mueve, al igual que sus diálogos, a un ritmo vertiginoso, hay algunos momentos de calma, que vienen con el derrumbe emocional de algunos personajes, pero son unos instantes, luego, la velocidad continúa sumergiéndonos en los diferentes tiempos, en los que el narrador muy adecuadamente nos irá guiando para no perdernos, y para explorar todo lo sucedido, aunque todavía queden tantas sombras y lugares oscuros en esa memoria que aunque pertenezca al pasado, parece un ser orgánico que transmuta y va cambiando de forma rápida, según la miremos y la recordemos.
La Sala Tallers del TNC acostumbrada a presentarnos un espacio desnudo, donde el escenario está a ras del suelo, en la misma altura que el respetable público, con esta obra se ha metamorfoseado en la clásica estructura de escenario y el público de frente, un escenario que es el salón familiar, el hogar donde creció Anna. Un reparto extraordinario encabezado por Bruna Cusí que da vida a Anna, una actriz inmensa y extraordinaria, que sigue demostrando su capacidad camaleónica para convertirse en una heroína de la memoria cueste lo que cueste y pese a quién pese, bien acompañada por Francesc Ferrer como el enamorado Tadeo, la inmensa Lina Lambert como la madre despotricante y malhumorada, el animal escénico que es Jordi Banacolocha como el abuelo de carácter, Albert Ausellé como el padre muerto, y finalmente, Sergi Torrecilla que interpreta varios personajes como ese narrador importantísimo que nos va guiando por este caleidoscopio de la memoria tan necesario y a la vez tan divertido.
Calderón logra aquello que hablaba Pavese: Convertir la cotidianidad de tu pueblo en universal. En una obra que habla de la dictadura uruguaya y sus desaparecidos, su memoria, y el presente a través del pasado, en una obra marcadamente universal, un texto que se entiende en cualquier lugar del mundo, que llega a todos los espectadores inquietos que deseen sumergirse en una comedia alocada, irónica y tremendamente divertida (al mejor estilo de los screwall estadounidenses de los años 30) en un relato de ciencia-ficción al mejor estilo de Arthur C. Clarke o Philip K. Dick, en un drama familiar pero con ese tono irreverente y cómico, y también, en un ejercicio de memoria histórica, de los que no están, de todos aquellos que encontraron la muerte y sus familiares, en este caso Anna aboga por la necesidad de recordar, de no olvidar a sus muertos, a los suyos, a aquellos que apenas recuerda y que forman parte de sí misma, a aquellos que la historia olvida tan fácilmente, la memoria como ejercicio de conocimiento, necesario y esencial para entender el presente y seguir creciendo a nivel personal y colectivo para un país, y lucar contra la mayor tragedia que puede suceder en un país, y no son sólo sus muertos, sino su olvido.