Un lugar tranquilo, de John Krasinski

SI QUIERES VIVIR, NO HAGAS RUIDO.

De todos los géneros el terror es aquel que necesita un arranque más espectacular, algo que inquiete a los espectadores y deje claras sus intenciones de por dónde irán los tiros. Un lugar tranquilo consuma esa premisa, se abre de forma sumamente inquietante y maravillosa, situándonos en los pasillos de un supermercado que parece descuidado o desvalijado, o ambas cosas, tres niños, junto a dos adultos, pululan por el espacio intentando conseguir comida, todos se mueven despacio, descalzos, se dirigen unos a los otros mediante señas o lenguaje de sordomudos, no escuchamos nada, el silencio es total. A continuación, salen del interior y vemos la calle, desierta y con evidentes rasgos de que no hay vida por ningún lado. La comitiva emprende el paso en formación de fila india y en el más absoluto silencio. Dejan la ciudad y se adentran en un bosque, flanqueado por un puente. De repente, el niño más pequeño acciona un juguete que comienza a emitir un ruido ensordecedor, sin tiempo para actuar, un monstruo de condición alienígena que sale de la profundidad del bosque se abalanza sobre él y desaparece de la imagen. Sus padres y hermanos se quedan completamente horrorizados.

El responsable es John Krasinski (Newton, Massachusetts, 1979) al que conocíamos por su carrera de actor de reparto en muchas producciones de toda índole, entre las que destaca su aparición en la serie The Office. De su carrera como director conocíamos dos trabajos anteriores Entrevistas breves con hombres repulsivos (2006) y Los Hollar (2016) ésta última una interesante comedia negra sobre los problemas de un joven que debe abandonar su vida neoyorquina para regresar a su pueblo y ayudar a sus padres, y algunos episodios dirigidos en la mencionada The Office. Ahora, se adentra en otro registro, el terror, y firma la coautoría del guión (ya había firmado junto a Matt Damon el de Tierra prometida de Gus Van Sant) la coproducción, la dirección, y además, se reserva uno de los personajes, Lee, el padre de familia, bien acompañado por Emily Bunt (su mujer en la vida real) que da vida a Evelyn, la madre, y los hijos, Millicent Simmmonds da vida a Regan (que ya nos había encantado en otro trabajo silente en Wonderstruck de Todd Haynes) y el hermano pequeño Marcus que interpreta Noah Jupe (visto en Suburbicón de Clooney).

Krasinski echa mano del terror setentero y la ciencia-ficción de los 50, para sumergirnos en una película de terror clásico, donde las criaturas que apenas se ven en la primera mitad de la película, son la gran amenaza, unas formas de vidas depredadoras y devastadoras, que son ciegas y sólo se mueven a través de los sonidos. La trama nos sitúa en las afueras de una ciudad, entre una gran casa y un maizal a su alrededor, donde la familia se mueve sin hacer ruido, viven o mejor dicho, sobreviven, en esa situación, no nos dan más información, desconocemos si hay otros supervivientes, tampoco la del resto del mundo, y el alcance de la invasión extraterrestre. Krasinski se centra en la supervivencia de la familia, la familia en el centro de la trama (como sucedía en la magnífica 28 semanas después de Fresnadillo) donde unos y otros se ayudan, con el añadido que Regan, la hija mayor, es sorda y el padre trabaja en su taller para hacerle un aparato para que escuche mejor. Los días pasan y todo sigue igual, sobreviviendo en este reino del silencio porque el ruido mata.

El cineasta estadounidense sale airoso con esta trama sencilla, donde seguimos la cotidianidad a partir de unas reglas, sin salirse del patrón establecido, no dándonos información de cómo arrancó esta pesadilla, sólo la situación de los hechos, y la supervivencia familiar, a través de una cuidada puesta en escena que logra sumergirnos en unos grandes momentos de tensión, donde en la segunda mitad de la película, con la aparición en pantalla de más minutos de criaturas, la película consigue un ritmo endiablado, y las secuencias de horror aumentan, donde en cada instante sus personajes se encuentran en peligro constante, en el su sonido un papel fundamental en el relato, llenando todos esos espacios en los que la palabra no tiene lugar, situación que ayuda y de qué manera para contarnos la historia.

Krasinski ha logrado una película extraordinaria, bien narrada y cuidada en sus detalles más íntimos, donde la aventura de sobrevivir se convierte en lo más importante, donde todos los componentes de la familia se ayudan entre ellos, donde todos son uno, en el que además, saca tiempo para contarnos algún que otro conflicto familiar, que convierte esta película en una película que tiene el aroma de aquellas cintas de terror que tanto nos helaban la sangre de niños, y además, lo consigue sin recurrir a las típicas estridencias narrativas que tan populares se han vuelto en las cintas del género de las últimas décadas, Krasinski juega a sobrevivir sin hacer ruido, manteniendo el silencio, aunque a veces resulte la cosa más difícil del mundo, porque esas criaturas de otro mundo parecen indestructibles, y hay que aprender a convivir con ellas adaptándose a sus debilidades o morir.

Los Castores, de Nicolás Molina y Antonio Luco

unnamedLA DESTRUCCIÓN DEL ENTORNO

Una plaga de castores está destruyendo el ecosistema hostil y agreste de Tierra del fuego, en la Patagonia chilena. Una pareja de biólogos y enamorados, Derek y Giorgia, son enviados a la zona con la misión de acabar con los castores y restaurar el entorno natural. El tándem de directores chilenos, Nicolás Molina (1985) y Antonio Luco (1986), nos introducen en una película que maneja varios géneros, desde la comedia más surrealista hasta el sentido del humor más cínico y grotesco, pasando por las películas de aventuras en entornos duros y complejos, deteniéndose en los films de terror con un look muy semejante a las que afloraron en los 70, incluso se atreven con la ciencia-ficción más terrenal y psicológica, muy alejada de la sofisticación edulcorada de algunas obras. Pero todo tiene un inicio, y para analizar con detenimiento el origen de la plaga hay que remontarse al año 1946, cuando unos lunáticos codiciosos de dólares, trajeron a la zona 25 parejas de castores con el único fin que se multiplicaran para vender sus pieles. Pero, el negocio no fructífero y los animales no fueron devueltos a su lugar de origen, invadiéndolo todo y adueñándose del lugar, principalmente a que no era su entorno natural y carecían del acecho de ningún depredador.

En la actualidad, destrozan el ecosistema talando árboles y construyendo represas para los suyos, provocando el desvío del cauce natural de los ríos y múltiples contaminaciones. Los realizadores sudamericanos, en poco más de una hora de metraje, se enfunden el traje de exploradores y sabuesos para localizar a estos animales y acabar con ellos. Una película que pone en cuestión diversos temas de extrema dificultad y complejidad, como el modus vivendi de los castores tan parecido al de los seres humanos, que destruye el entorno natural para su beneficio individual, que invade y contamina las zonas naturales sin estudiar detenidamente las desastrosas consecuencias que vendrán en el futuro, poniendo en cuestión la difícil convivencia del hombre con la naturaleza, incluso también, la idea de eliminarlos, no son animales con derechos que simplemente fueron sacados de su lugar para vivir en otro, que ahora han hecho suyo, y el tema de los gobiernos, que por tratarse de un lugar donde apenas existen recursos naturales que se puedan explotar económicamente, han provocado la desidia de los gobernantes. Temas y reflexiones que la película, utilizando un tono suave y tranquilo, aborda mostrando un tono serio y reflexivo, sin olvidarse de los puntos de humor que jalonan con buen criterio el relato. Cine serio pero con sentido del humor. Cine que nos muestra un problema difícil adoptando una forma pausada, que se detiene en todos los puntos de vista, los testimonios resultan muy contundentes esclarecedores, además de reflejar las necesarias y diferentes opiniones, y posturas de los habitantes del entorno.