Siempre es invierno, de David Trueba

MIGUEL PERDU EN LIEJA. 

“Hay que perder para ganarnos, aunque también lo hayamos perdido todo”. 

Eduardo Ramírez 

Si pudiéramos hacer una radiografía emocional de los personajes masculinos de las películas de David Trueba (Madrid, 1969), veríamos a tipos sensibles, algo o muy solitarios, frustrados en un empleo insatisfactorio, y sobre todo, individuos incapaces de amar y por ende, ser amados, aunque lo intenten con todas fuerzas, o lo que es lo mismo, como buenamente pueden. El director madrileño adapta su propia novela “Blitz” situándonos en la piel de Miguel que, en Siempre es invierno es la virtud de ese chico triste y solitario, que cantaba Antonio Vega, alguien que anda de aquí para allá, sin ilusión, sin pasión y sin estar convencido de nada ni de sí mismo. Se presenta al concurso de paisajismo más que nada para hacer acto de presencia, en la lejana Lieja, en Bélgica y en invierno. Una ciudad tan fría y desangelada como el estado de ánimo de Miguel, que acaba de saber que Marta, su pareja los últimos cinco años, se ve con su ex y lo acaba de dejar. Ante tamaña mierda, Miguel decide pasar su duelo en Lieja, por unos días o por más, quién sabe. Después de este sencillo y determinante prólogo, la película empieza y no por los cauces de ese tipo de películas de personas que se recuperan tan rápido y se vuelven a enamorar de pronto, otra vez. 

Después de la excelente Sabe aquell (2023), sobre el famoso humorista y cómo se convirtió en Eugenio junto a su mujer, y El hombre bueno (2024), donde un aislado de la vida ayuda a una pareja a separarse. Dos películas sobre hombres que aman la vida pero también la odian, en esa dicotomía encontramos a Miguel, y sus cosas, que no está muy alejado del Woody Allen de los setenta, cuando protagonizaba sus propias películas. Podríamos decir que estamos ante una comedia, también una romántica, pero las de verdad, las que vemos al protagonista con mil dudas y tan cercano que asusta. De lo que sí estamos seguros es que la propuesta de Trueba hable de todos nosotros, de todas nuestras imperfecciones, complejidades y tristezas, que las hay, de cómo nos vemos en el espejo, sí es que nos vemos de verdad, porque Miguel es un tipo que está en el trabajo equivocado, en la relación equivocada que, seguramente, no dirige sus pasos hacia esos lugares donde sí que estaría mejor o simplemente, tranquilo, en paz, y no a la greña como siempre anda. Trueba no hace una película triste ni aburrida, reposada y suave sí, porque le mete las dosis de ironía y de sarcasmo, en una película con muy mala uva, pero nada gruesa ni salvaje, sino con esa idea de reírse de todo empezando por uno mismo.

Como es habitual Trueba se ha acompañado de un equipo muy bueno empezando por los productores Jaime Ortiz de Artiñado de Atresmedia Cine y Edmon roch de Ikiru Films, que ya estaban en la citada Saben aquell, la cinematógrafa Agnès Piqué Corbera, que conocemos por Canto cósmico. Niño de Elche, Mientras seas tú, La imagen permanente, Las novias del sur y la reciente Esmorzar amb mi, entre otras. Su luz juega mucho con los contrastes, es fría y cálida, es íntima y alejada, lo que define el estado de ánimo de Miguel y esa sensación de estar perdido conociendo una salida que no le gusta nada. La música de Maika Makovski, que hizo la de A quién hierro mata, de Paco Plaza, es muy suave, que traspasa con cada melodía, ayuda a seguir las excentricidades emocionales de Miguel y su incapacidad para ser él sin arrastrar tanta melancolía y nada, a la vez. Y por último, la presencia de la editora Marta Velasco, una habitual de la Trueba Factory, con más de medio centenar de títulos, entre los que se incluyen 13 trabajos con David Trueba, compone una balada triste o simplemente, una canción de blues muy azul, con tonos muy oscuros, pero con algún destella de comedia agridulce, de esas que hablan tanto de lo que somos y no seremos, en sus reposados 100 minutos de metraje. 

En el apartado interpretativo encontramos a un David Verdaguer como el complemento perfecto en el universo de David Trueba, con el que repite después de la gran experiencia de hacer de Eugenio en la mencionada Saben aquell, que le valió todos los premios habidos y por haber de aquel año. Su Miguel le va como anillo al dedo, porque le insufla verdad, perdonen que me ponga tan pesado con la palabra, y humanidad, es decir, muy cercano porque nos vemos reflejado en sus cosas: quedarse helado sentado en un parque muriéndose de frío, su inmadurez tan típica de los soñadores y los realistas de cajón, y esa mirada que recorre todas las inseguridades existentes y las que se inventa. Amaia Salamanca es Marta, la novia que lo deja, la cansada de estar tirando tanto de su chico, su “tirita”, y cuando la vean sabrán porque lo digo, y que se convierte en una gran bendición para Miguel, aunque él todavía no lo sepa, siempre nos cuesta ver lo que nos conviene al momento de producirse. La actriz francesa es Isabelle Renaud, una gran intérprete con una espectacular filmografía que la ha llevado a trabajar con grandes como Angelopoulos, Mihalkov, Chéreau, Doillon, Breillat y Dupeyron. Ella es Olga, la madura que rescata a Miguel en todos los sentidos, y lo dejó ahí, que hablo demasiado. No puedo olvidar las presencias de Jon Arias, el rival del paisajismo de Miguel, Vito Sanz, en una escena marca de la casa, y Violeta Rodríguez como recepcionista de hotel, ya verán dónde. 

Estoy convencido que a muchos espectadores les parecerá Siempre es invierno una película demasiado fría y distante, y tendrán razón, porque lo es, aunque eso no es nada contraproducente, porque David Trueba sabe generar esa distancia aparente con el espectador y también, mucha cercanía, pero de otro modo, ya que el personaje acaba resultando entrañable y nada presuntuoso, él se conoce torpe en muchas cosas, en la mayoría, aunque también es un tipo adorable, cuando no siente pena de sí mismo, y Verdaguer le da cuerpo y alma, quizás en la piel de otro, no daría esa sensación de altibajos emocionales, donde la vida es un trozo de grisura y un bosque lleno de oscuridad, pero si miramos desde otro ángulo, lo es más, sí, pero podemos ver otras cosas, menos duras, menos afiladas y tener la capacidad de reírnos de todo y de nosotros mismos, porque esos (des) amores inesperados o eso que nos creemos, nos voltean eso que llamamos vida o existencia, y nos hacen más estúpidos, más (des) ilusionados y sobre todo, nos hace más humanos, porque por mucho que planeamos lo que hacemos, eso que llamamos vida viene a desmontarlo todo y reconstruirnos cada vez con menos trozos, pero aún así, no tenemos más remedio que seguir, y volver a empezar, volver a empezar… JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Miocardio, de José Manuel Carrasco

EL AMOR DEL PASADO.

“El miocardio es el tejido muscular que rodea las paredes del corazón. Tiene la función de generar las contracciones necesarias para que la sangre llegue a todas las partes del cuerpo. Funciona involuntariamente y por esto no se puede regular. Se podría decir que aquello que se encarga de alimentar nuestro cuerpo lo hace de manera involuntaria. Por lo tanto, vivimos involuntariamente”. 

Hay mucho cine español, mucho más de lo que las instituciones oficiales pretenden. Un cine español más humilde, más sencillo y sobre todo, un cine español que apenas tiene visibilidad en los medios, y mucho menos,  presente en las salas, tan reticentes a aventurarse a un estreno que necesita mucha piedra, es decir, tiempo para que los espectadores la conozcan y se atrevan a descubrirlas. Eso sí, cuando lo hacen, este cine español, al que se le ha llamado de muchas formas diferentes, es un cine que conecta con el público y consigue unos logros, muy modestos, pero importantes. Miocardio, del cineasta murciano José Manuel Carrasco reúne todas las características de este cine, porque hace de su modestia y su dispositivo, sus mejores credenciales, porque es, ante todo, un cine que habla de tantas vulnerabilidades y miserias humanas.  

Carrasco que tiene una filmografía en la que abundan la friolera de 11 cortometrajes, amén de alguna serie y guiones junto a Luis E. Parés en su magnífica La primera mirada (2024), y debutó en el largometraje con El diario de Carlota (2010), donde retrataba a una adolescente en plena vorágine sentimental y sexual. Su segundo largo parece que rescata a aquellos adolescentes, ahora entrados en los cuarenta o rondando esa cifra. Tiempo donde se mira a atrás y se hace una especie de balance o tal vez, uno se da cuenta de todas las malas decisiones que se tomaron. La acción arranca con Pablo, un tipo de unos cuarenta y tantos, como decía Sabina, que publicó un libro hace ya mucho, que se ha separado de Pilar porque no aguanta su amargura y en fin, un tipo triste y lo peor de todo, sin ganas de seguir. Aunque, el teléfono suena y es Ana, su primer amor de hace quince años. Una ex que viene a ponerlo patas arriba, a mirar atrás, a tomar conciencia de lo que hicimos y lo que no. Un encuentro que es como mirarse al espejo y enfrentar los errores y los aciertos. Con un tono de comedia agridulce, muy de la atmósfera de Wilder, que recogieron muy bien aquí los Colomo y Trueba en los albores de los ochenta. Un género para hacer análisis de lo mucho que nos había costado y lo mucho que la habíamos cagado. 

El cineasta nacido en Grenoble (Francia), pero murciano de adopción, se ha reunido de un plantel magnífico para acometer su segunda película. Tiene a María del Puy Alvarado que, a través de Malavanda, ha producido a cineastas tan importantes como Carlos Saura, Rodrigo Sorogoyen y Maite Alberdi, a Alberto Pareja en la cinematografía que le ha acompañado en 4 cortometrajes, creando esa luz tan natural y tan real que genera esa atmósfera de cotidianidad y doméstica que tiene el cine de Truffaut con Doinel, en las que va retratando sus éxitos y fracasos sentimentales. La música de Claro Basterrechea, del que conocemos sus trabajos en El fin de ETA y en la serie El pionero, con una composición sutil nada molesta que ayuda a tomar pausa ante la explosión de emociones que se van sucediendo entre Pablo y Ana. El extraordinario montaje de Vanessa Marimbert, otra colaboradora de Malvanda, ya que la hemos visto en Las paredes hablan, del mencionado Saura, en films con Esteban Crespo, en El buen patrón, de Fernando León de Aranoa, y la mencionada La primera mirada, que consigue estructurar con acierto y concisión los 78 minutos de metraje, que se viven con reposo e intensidad, en una película encerrada en cuatro paredes que recoge casi dos décadas de los protagonistas. 

Estamos delante de una de las no parejas protagonistas más acertadas de los últimos años, que recuerdan a otra no pareja, la de Vito Sanz e Itsaso Arana en la inolvidable Volveréis, de Jonás Trueba. Vito repite, construyendo otro tipo al que se le quiere por su torpeza y sus nervios, que está demasiado cerca de todos nosotros. Un actor que parece que no interpreta y eso es lo mejor que se le puede decir a un actor. A su lado, tenemos a Marina Salas, que ha trabajado en varios cortos con Carrasco, que nos gustó mucho en películas como La mano invisible y El cover, es Ana, el fantasma del pasado dickensiano de Pablo, una mujer que no sabe muy bien a qué viene, o mejor dicho, a qué vuelve, peor ahí está, que ejercerá de espejo discordante para Pablo para que se vea y salga de ese pozo tan oscuro donde se ha metido, por miedo y por no enfrentar la realidad. Hay dos intérpretes más de los que no podemos dar detalles para no destrozar la sorpresa a los espectadores. Uno es Luis Callejo, otro de la Carrasco Factory, un intérprete tan natural, tan creíble y tan cercano que nos encanta. Y Pilar Bergés, otra cómplice del director, que estuvo muy bien en Los inocentes (2018), de Guillermo Benet. 

Me ha gustado mucho Miocardio, de José Manuel Carrasco, por hacer muy ambicioso narrativamente hablando, donde se juega con propuestas y elementos que nos interpelan directamente a los espectadores. Seguro que viendo la película vamos a pensar en aquel amor, en todo lo que hicimos y lo que no, y sobre todo, en todas esas cosas que podíamos haber hecho de otra manera, y lo fantástico que sería poder repetir aquel amor para hacerlo mejor, para descubrir los errores y tener la oportunidad de subsanarlos y como se plantea en la trama, repetir y repetir hasta que salga bien. O quizás, los errores cometidos no los repetimos, aunque cometeremos otros, no lo podemos saber. Pero si que estaría fenomenal repetir aquel amor o volver a reencontrarse con la mujer que nos rompió el corazón y poder hablar de lo que sucedió, pero de verdad, sin trampas, con sinceridad y dejando egos y rencillas pasadas, y enfrentarse a lo que fuimos, a las equivocaciones y a todo lo que dejamos. Me encantaría que me ocurriese como Scrooge, que vida tendríamos de haber tomado otras decisiones. Tal vez, estaríamos igual que Pablo o no, quizás habría que preguntar a aquel amor del pasado si volviese a llamarnos para saber de uno. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Volveréis, de Jonás Trueba

¿ADIÓS, AMOR?.

“Es otro año más de cualquier verano, el último a tu lado. La brisa en el mar comienza a bailar. Y nos está anunciando. Septiembre está llegando. Aún no sé qué pasará, si volveré o serás tú quien volverá. Quien de los dos será quien mire al otro pasar”

El comienzo de la canción “Volveréis”, de Adiós amores, que abre la película.  

La primera imagen que vemos de Volveréis, la película número 8 de Jonás Trueba (Madrid, 1981), su personalísima y particular «Noche americana» en Madrid, es ennegrecida, a poquísima luz, en la que reconocemos a una pareja dormida, o al menos es lo que parece. Escuchamos a Álex que interpreta Vito Sanz, decir que deberíamos hacer lo que dice tu padre, eso de celebrar una fiesta de separación. Ale que hace Itaso Arana, se levanta y va a la ventana y después de mirar al cielo dice que va a llover. Es 30 de agosto, sábado por la noche, y el verano se está acabando como nos explica la canción que abre la película y encabeza este texto. Una primera secuencia que explica toda la película, y deja claro su tono, su mirada y la melancolía de un amor que fue, que se está yendo como el verano y además, verbaliza lo que nunca sabremos de esta pareja, las causas que les han llevado a separarse después de 14 años, aunque la historia irá, entre los pliegues de las acciones, dejando entrever alguno de los motivos.   

Cada película de Jonás que veo es una aventura en sí misma, una aventura de la cotidianidad, una nueva variación del eterno conflicto sentimental (como las de Rivette, Rohmer, Hong Sang-soo y otros exploradores de los sentimientos), unas variaciones incompletas, partes mínimas de unas fugaces y pequeñas vidas de unos personajes que viven en Madrid y van y vienen con sus vidas. Son relatos sencillos, nada convencionales, apuntes y esbozos de una vida, de esas intersecciones o intermedios de la vida, cuando todo parece en transición formándose hacía otra cosa, lugar o vete tú a saber. Sus películas captan instantes fugaces de la existencia, anclados en breves espacios de tiempo, llenas de imperfecciones y esa cualidad, porque es una cualidad, es la que las hace tan especiales y conmovedoras. No son comedias ni tampoco románticas, ni mucho menos dramas, pero contienen todo eso, así como también interesantes reflexiones sobre la vida, el amor, el cine y sus procesos y eso que nos ilusiona a través de amistades, libros, películas, y demás circunstancias de aquí y allá. Sus personajes no son ejemplos de nada, sino meros humanos que aciertan poco y se equivocan mucho, como hacemos todos, sin vidas extraordinarias, porque lo extraordinario en el cine de Jonás es su simpleza, su cercanía, su modestia y su enriquecedora transparencia, a partir de guiones de apariencia sencilla pero tremendamente complejos sentimentalmente hablando. 

Su octava película remite muy especialmente a Los ilusos (2013) la no película que se hace cuando los cineastas no hacen películas, y título de la productora de Jonás y sus amigos, entre ellos Javier Lafuente: Los Ilusos Films, de la que han aparecido 6 películas del propio Jonás, y Las chicas están bien (2023), de la citada Itsaso. Y porque digo esto, porque si aquella era una película sobre la imposibilidad del cine, seis películas después, Jonás ha derribado varias puertas con Volveréis. La primera y más evidente es el guion, que comparte con sus dos protagonistas, como en la trilogía Antes de… de Linklater, y más cosas como volver a hablar del cine desde dentro, donde la imposibilidad de aquella se ha convertido aquí en una realidad cotidiana donde el cine está muy presente, como vemos a Itsaso, directora que, está montando su próxima película, en la que comparte imágenes con Volveréis, o quizás, ahí reside la naturaleza del cine de Jonás, donde vida y cine, o lo que es lo mismo, documento y ficción se dan la mano, se mezclan y forman parte de un todo, como sucedió en Quién lo impide. Por su parte, Vito es el actor de la película de ficción y actor que nunca llaman, cansado de los putos selftapes de moda. Sus amigos trabajan en el cine, como la secuencia que los reúne a todos para ver el primer corte de la película, o ese otro momento en que aparece Francesco Carril, dirigido por Sorogoyen, en una serie romántica. 

Otro muro evidente es el de hablar de los suyos: de su padre, Fernando y su película más especial Mientras el cuerpo aguante (1982), que ya homenajea en Los ilusos, pero aquí está más presente donde el cine se hace con amigos y se comparte y se muestra su materia prima, y además, Fernando Trueba está como actor, y qué bien lo hace haciendo de padre de Itsaso e instigador de la famoso fiesta de preparación, que más joven eso sí, pero con el batín y rodeado de libros y hablando de películas y con ese aire de despiste y aislado, como el Luis Cuenca de la maravillosa La buena vida (1996), de David Trueba. Un padre que habla de música y de cine y de libros, como “El cine, ¿Puede hacernos mejores?, de Stanley Cavell, clave en la película de Jonás, como el de Kierkegaard del amor repetición. Apunte a su abuelo Manolo Huete, pintor y actor de películas. Amén de muchas otras referencias cinéfilas como ocurre en cada película de Jonás, la que hace a Bergman y Ullman y esa peculiar baraja de cartas, a Truffaut, y las canciones tan presentes: Nacho Vegas y alguna que otra melodía y la canción que cierra la película, que es mejor no desvelarla para ocultar la sorpresa de los futuros espectadores. El cine de Jonás no sólo ha dado un paso más, sino que se ha atrevido a exponer y exponerse de forma más clara y directa, sin perder ningún atisbo de su esencia y el alma que recorren sus películas-experimentos donde en cada una se atreve más a enseñar y mostrarse sin ningún tipo de pudor, con elegancia y sin titubeos ni complacencias. 

No podían faltar en otra aventura “ilusa”, el equipo que viene acompañándola como Santiago Racag en la cinematografía, donde la luz es tan ligera, tan cercana y tan conmovedora, Marta Velasco en el montaje, gran ritmo y concisión a una película de casi dos horas, Miguel Ángel Rebollo en el arte, que piso tan certero, con esas dos plantas, dos espacios, dos personas y dos mundos, y tantos marcos y trastos de por medio, Laura Renau en el vestuario, Álvaro Silva en el sonido directo, Pablo Rivas Leyva en diseño de sonido y mezclas, y demás cómplices para dar forma a unas películas que capturan la vida, el cine y todo lo que le rodea, desde la realidad y la ficción, o ese limbo donde el tono y su atmósfera fusiona ambas cosas, generando una forma en la que todas las películas se parecen, donde sus historias parece que están sucediendo a la vez, y en cierta manera, funcionan como independientes una de las otras, como esa pareja que se ha ido a vivir fuera como sucedía en Tenéis que venir a verla, las torpezas de Vito con los idiomas como en Los exiliados románticos, los personajes que se quedan en verano en Madrid como en La virgen de agosto, y muchas más.  No sólo hay referencias al cine y la literatura y la música como he mencionado, sino que también a los “amigos” como a Ángel Santos y su película Las altas presiones (2014), que vemos por ahí, y su pareja protagonista Andrés Gertrudix y la citada Itsaso, ahora como hermanos, y algunas más que prefiero mantener en secreto.

En el apartado actoral tenemos a dos fieras como Itsaso Arana y Vito Sanz, los Ale y Álex de la historia. La pareja que se separa y no para de decir que estamos bien. Esas maravillosas contradicciones de la vida que también retrata Jonás en su cine, con esa discusión tras película que sin excederse, define el punto en el que se encuentra la pareja y su decisión. La película es radicalmente simple en su estructura, porque va de cómo esta pareja va informando a sus allegados su separación e invitándolos a la fiesta que harán para celebrarlo. Aunque parezca banal no lo es ni mucho menos, porque sin explicar lo que ocurre se va explicando casi a susurros, sin entrar nunca de lleno, porque estamos ante una película que habla de una separación sin hablar de ella, mientras la vida, el cine, los amigos van ocurriendo y pasando por ese final del verano, a un mes vista de la fiesta. Con ese Madrid omnipresente, donde vive Jonás, con sus calles, su rastro de los domingos, los pocos bares de barrio que quedan, con el pirulí apuntando a todo o a nada, los trayectos en autobús, donde la ciudad y la cómplice mirada de Jonás va enseñando sus vidas, sus ilusiones, sus tristezas y sus sueños, y todo eso que está en nosotros y casi nunca explicamos. 

El octavo trabajo de Jonás podría ser vista como la imposibilidad de contar el amor y el desamor en el cine, ya desde su peculiar título “Volveréis”, que no nace en la pareja sino en los otros, que es lo dicen al enterarse de semejante propuesta. Porque la película de Jonás se mueve entre líneas, entre los intermedios de la vida y del amor, aunque la vida continúe pero sus personajes se encuentran en mitad de un puente, o en ese momento que sales de la sala porque has de ir al lavabo y te pierdes un trozo de la película, o cuando dejas un libro y vuelves más tarde, o empiezas a escuchar una canción y la paras porque ha surgido algo. Todos esos instantes de la vida, donde se detiene lo que estabas haciendo y con quién, están retratados con sensibilidad, naturalidad y complicidad en las películas de Jonás, y quizás, es lo que las hace tan especiales, tan diferentes y sobre todo, tan ellas. Me permitirán que acabe con algo personal, viendo a Ale y Álex me he acordado de lo difícil que es acabar el amor y que me hubiera gustado terminar con una fiesta una relación que tuve, celebrando no el amor que ya no está, sino celebrar la vida, el tiempo de amor y los amigos y todo lo demás. Quizás seamos siempre principiantes en el amor como se citaba en La reconquista, y quizás el amor es una ilusión y nada más, no lo sé, y tal vez, el cine no nos hace mejores, lo que si sé es que el cine es un lugar maravilloso para estar y olvidarse de este planeta por un rato, y olvidarse de uno, de quién es y mirar la vida de personas como Ale y Álex, porque seguro que nos ayuda a sentirnos menos solos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Jonás Trueba e Irene Escolar

Entrevista a Jonás Trueba e Irene Escolar, director y actriz de la película «Tenéis que venir a verla», en los Cinemes Girona en Barcelona, el miércoles 22 de junio de 2022.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jonás Trueba e Irene Escolar, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Relabel Comunicación y a Diana Santamaría de Atalante Cinema, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba

UN DÍA DE VERANO DESPUÉS DE UNA BREVE NOCHE DE INVIERNO.

“En estos tiempos en los que todo el mundo ansía tener éxito y vender, yo quiero brindar por aquellos que sacrifican el éxito social por la búsqueda de lo invisible, de lo personal, cosas que no reportan dinero, ni pan, y que tampoco te hacen entrar en la historia contemporánea, en la historia del arte o en cualquier otra historia. Yo apuesto por el arte que hacemos los unos para los otros, como amigos”

Jonas Mekas, Manifiesto contra el centenario del cine, 1996

Nunca sabremos dilucidar que partes pertenecen a la vida y qué otras al cine. Quizás la cuestión no va encaminada por ahí, sino que debería darnos igual, porque en el fondo son dos elementos a la par. Es decir: la vida y el cine forman parte de un todo, de una forma de vivir y acercarse a la vida, de mirarla, con sus pequeños detalles cotidianos, invisibles y ocultos, pero que son la verdadera esencia de las cosas. Detenerse a mirar y mirarse y a partir de ahí, construir una película que es un reflejo propio y ajeno de la vida, representarla ante una cámara y registrarla para que otros, los espectadores sean participes de ese trozo de vida, de ese trozo de cine.

El cine de Jonás Trueba (Madrid, 1981), está, como no podría ser de otra manera, íntimamente relacionado con su vida, porque el director madrileño filma su entorno, a sus amigos, donde escuchamos la música que escucha, y leemos los libros que le interesan, donde todo su mundo vital adquiere una transformación cinematográfica. Una vida que mira al cine y se refleja en él. Con Los ilusos (2013), su segunda película, empezó una forma íntima de ser, hacer y compartir el cine. Relatos sobre sus amigos y él, sobre todo aquello que los rodeaba y en especial, la circunstancia obligada, porque la película nacía de una necesidad de devolver al cine su esencia, sus orígenes, en una película que hablaba sobre lo que hace la gente que hace cine cuando no hace cine, toda una declaración no solamente sobre el cine, sino sobre cómo hacer cine. A aquella, que dio nombre a la productora, le siguieron Los exiliados románticos (2015), La reconquista (2016), La virgen de agosto (2019) y Quién lo impide (2021), todas ellas películas que hablan de amistad, de amor, de tiempo, de hacerse mayor, de frustraciones, de (des) ilusiones, de vida y también, de cine.

La pandemia ha afectado a sus dos últimas películas, como no podía ser de otra manera. En Quién lo impide, se iniciaba y finalizaba con una conversación de zoom entre Jonás y sus “adolescentes”, un monumental fresco cotidiano de casi cuatro horas donde se filmaba a un grupo de adolescentes y sobre todo, se les escuchaba. Nuevamente la pandemia ha transformado su nuevo trabajo, Tenéis que ir a verla, todo un no manifiesto ya desde su esclarecedor título. Por un lado, tenemos un aparte central de la trama, porque una de las parejas lanza la frase a la otra pareja amiga en referencia a su nueva casa de fuera de Madrid, a media hora en tren desde Atocha. Y por otro lado, un título que remite al hecho del cine, de ir al cine en las salas de cine, en el que la película en cuestión y el cine de Jonás en general, siempre aboga, y no solo en el hecho de ir a un cine, sino de compartir el cine y disfrutar de ese pequeño gesto que, debido a la pandemia ha provocado que muchos espectadores no vuelvan al cine. Jonás vuelve a contar con sus “Ilusos” habituales, Lafuente en producción, Racaj en cinematografía, Velasco en la edición, M. A. Rebollo en arte, Silva Wuth y Castro en sonido, Renau en gráfica, y sus “ilusos” intérpretes: Itsaso Arana, Francesco Carril y Vito Sanz, y la gran incorporación de Irene Escolar.

¿Qué nos cuenta la última película de Jonás Trueba?.. La trama es muy sencilla, de un tono ligero y cercanísimo, como suele pasar en el cine del director. Empieza en un café de Madrid una noche invierno mientras dos parejas amigas escuchan al genial pianista Chano Domínguez. Escuchamos dos canciones. Luego, escuchamos a las dos parejas. Una, la que vive en una casa fuera de Madrid, le pide a la otra, que vive en un barrio de Madrid, que vayan a visitarles. Seis meses después, vemos a la pareja en un tren camino a visitar la casa de los de fuera de Madrid. Esta vez los personajes de Jonás no van al cine, pero el cine siempre está presente, como esa secuencia en el tren, o ese encuadre cuando llegan a la casa, pero sí que hay esos momentos musicales, como el inicio con música en directo, que remite indudablemente a las canciones del desparecido músico Rafael Berrio, y otras canciones como “Let’s move to the Country”, de Bill Callahan, remitiendo a dejar la ciudad y vivir en el campo. También, hay libros, en este caso, el de “Has de cambiar de vida”, de Peter Slotendijk, del que nos leerán algunos fragmentos, todo un ensayo profundo y analítico sobre las ideologías en este tiempo actual, y la forma de hacer una sociedad más justa, solidaria y equitativa, entre otra muchas cosas.

El día de verano, donde se concentra casi toda la acción, o en el caso del cine de Jonás, podríamos decir el día en que se concentra todo el encuentro o el reencuentro, o quizás, el desencuentro, porque ese día, aparentemente construido con una sorprendente ligereza, hay toda una estructura férrea y profundísima de cuatro amigos, o lo que queda de su amistad, que hablan, también escuchan, de los temas que les atañen como vivir en la ciudad o en el campo, sobre ideologías y lo que queda de ellas, sobre embarazos o no, sobre ellos o lo que queda de ellos, sobre todas esas ilusiones de juventud, de todo lo que la pandemia ha despertado o enterrado, porque sigue tan presente en la película con las mascarillas todavía haciendo acto de presencia. Los cuatro amigos visitan la casa, comen, juegan al ping-pong, y pasean por el bosque, como explica la canción, que quizás no sea volver al campo a vivir o quizás sí, pero también es volver a ser o al menos, parecerse a lo que éramos antes y mejor, aunque esa sea la mayor de las ilusiones.

Tenéis que venir a verla es una película de metraje breve, apenas una hora, suficiente para filmar de forma ligera, transparente e íntima a las cuatro vidas que retrata la película, y hacerlo de una forma tan auténtica, como si pudiéramos tocar la película, olerla y sentirla, despojando al cine de su artificio y dejándolo libre y sin ataduras, como hacían los Rohmer, Tanner, Eustache, las primeras obras de Colomo y Fernando Trueba, Weerasethakul, Miguel Gomes y su reciente Diarios de Ostoga, también parida en pandemia, con muchos trazos, texturas y elementos próximos a la de Jonás, porque como abríamos este texto, el cine y al vida no tienen diferencias, sino todo lo contrario, el cineasta vive y filma, o dicho de otra manera, la vida provoca que se haga cine, un cine de verdad, que hable de nosotros, como hace Jonás, no solo un cineasta genial, sino un excelente cronista vital y sentimental de la gente de su edad, de su entorno y de todas las ilusiones que esperemos que la pandemia no haya acaba por eliminar, porque Tenéis que venir a verla, aboga a volver al cine, los que todavía no lo han hecho, y no solo es una película sobre cuatro personas, sino también, un acto de resistencia, de lucha, de política, de volver al cine, y volver a hacer cine natural, sobre nosotros, sobre todo aquello que sentimos y tan maravilloso. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

 

Entrevista a Jonás Trueba e Itsaso Arana

Entrevista a Jonás Trueba y Itsaso Arana, director y actriz de la película «La virgen de agosto», en el Soho House en Barcelona, el miércoles 3 de julio de 2019.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Jonás Trueba e Itsaso Arana, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, y a Eva Herrero y Marina Cisa de Madavenue, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

La virgen de agosto, de Jonás Trueba

CUENTO DE VERANO.

“Hacerse una persona de verdad… ¿Cómo se llega a ser quién uno es realmente…?”

El universo cinematográfico de Jonás Trueba (Madrid, 1981) está plagado de jóvenes a la deriva, enfrascados en conflictos existencialistas, vidas en el limbo, perdidos en continuo conflicto emocional, sin encontrar su espacio o un lugar donde quedarse o donde sentirse bien, individuos que deambulan de un sitio a otro casi por necesidad no por un deseo personal, personas con dificultades laborales y sentimentales, llenas de dudas, de miedos, llenas de todo y de nada a la vez, náufragos sin isla desierta, perdidos en un no lugar y cerrado a la vez, con pocas o nulas perspectivas de futuro, personajes muy reconocibles que podíamos encontrar en nuestros amigos y en nosotros mismos, almas en permanente búsqueda de sí mismos, en medio de la nada, reflejos de estos tiempos actuales tan confusos e impredecibles al igual que sus vidas. Si hacemos un recorrido memorístico por las cuatro películas anteriores del cineasta madrileño, los relatos están apoyados principalmente en los personajes masculinos, dejando la mirada femenina en un segundo plano. Aunque eso sí, los personajes femeninos que abundan en su cine son complejos, llenos de matices y dubitativos, las mismas sensaciones que padecen los masculinos.

Con su anterior película La reconquista (2016) el reencuentro en la juventud de unos antiguos novios de la adolescencia, las tornas se equiparaban, dándole el mismo protagonismo tanto a unos como otros, conociendo los diferentes puntos de vista de la relación pasada y el citado reencuentro. Como si de un espejo deformador se tratase, cualidad que define mucho el cine de Jonás Trueba, en una suerte de compendio íntimo y especial donde sus películas dialogan constantemente unas con otras, creando una especie de infinita sala de espejos en las que se van reflejando, creando pequeños vínculos que continuamente se van abriendo y cerrando. Después de Quién lo impide, su proyecto en marcha asentado en el universo de la adolescencia, volvemos a reencontrarnos con su cine en el personaje de Manuela de La reconquista, o alguien muy parecida a aquella sería Eva, interpretada por la misma actriz Itsaso Arana, también en labores de coguionista junto a Jonás en La virgen de agosto, convertida en el hilo argumental del que tira el director para contarnos un cuento de verano en la ciudad, una fábula-diario de los primeros quince días de agosto, donde la citada Eva (no es casualidad el nombre, ya que tiene resonancias bíblicas) hospedándose en un piso prestado, vivirá los días y las noches vagando por la ciudad de Madrid, (re) encontrándose con personajes del pasado, del presente y quizás de ese futuro que desconocemos en ese momento, algo así como le ocurría al protagonista de Canción de Navidad, de Dickens, donde conversarán, filosofaran y reflexionarán sobre los tiempos actuales, sus deseos, ilusiones, frustraciones, y demás sentimientos.

Eva se reencontrará con amigas que hace mucho que no ve que han sido madres, amigos que van de aquí para allá agobiados de estar en la ciudad en agosto y apáticos con su trabajo, con artistas inquietas que le fascinan, con madrileños inmigrantes nietos de brigadistas que visitan la ciudad con amigos ingleses, nuevas amigas que le ayudarán a sentirse mejor durante la menstruación con la que hablarán de feminismo, o un día de pantano donde dialogar y dejarse llevar, algún que otro reencuentro inesperado en la puerta de un cine, o ese chico extraño que parece diferente a los demás o no, eso sí, (des) encuentros mientras las verbenas de los diferentes barrios se suceden, tiempo para pensar, para conocer, experimentar, soñar, tomar copas o simplemente bailar al ritmo de canciones de Soleá Morente, melodías que interpelan directamente a la situación emocional de Eva, una mujer que mira la ciudad desde la distancia, como si no fuera con ella, una ciudad que Jonás Trueba retrata desde el bullicio y las gentes que como Eva se quedan en la ciudad por diversos motivos, con ese tono entre la ficción y el documento en la que el sonido de Amanda Villavieja (habitual de Isaki Lacuesta o José Luis Guerín)  se convierte en un personaje más, convirtiendo ese entorno en un espejo más que transforman las imágenes de la película.

El cineasta madrileño se rodea de sus cómplices habituales, Santiago Racaj en la cinematografía, con esa luz especial y cálida que baña a la figura de Eva, con ese instante tan profundo durante el baño en el río, o ese otro momento con las lágrimas de San Lorenzo, que retrata la magia de lo cotidiano, ese mirar detenido donde todo puede suceder, donde lo más mínimo adquiere connotaciones espirituales, donde la luz del día como de la noche se tornan únicas, delicadas e íntimas, como si asistiéramos a una fantasía cercana y lejana a la vez, como si no fuese con el personaje de Eva, Marta Velasco en el montaje o Miguel Ángel Rebollo en el Arte, y sus intérpretes habituales que le acompañan en cada viaje-película como la mencionada Itsaso Arana, Vito Sanz, Mike Urroz, Isabelle Stoffel, las breves apariciones de Francesco Carril y del cineasta Sigfrid Monleón, criaturas todas ellas que nos cuentan, nos seducen, también nos interpelan, y sobre todo, nos muestran formas y puntos de vista diferentes.

Jonás Trueba vuelve a mirar a sus maestros y referentes, ya sean literarios como la cita que abre la película: “Cada cual quiere ser cada una; no vaya a ser menos”, obra de Agustín García Calvo, perteneciente al himno de Madrid, o la mención en el bellísimo prólogo del libro de Stanley Cavell sobre la comedia de enredo sentimental en Hollywood en torno a la búsqueda de la felicidad, o citas cinematográficas como la idea de Renoir de la vida como celebración festiva entre amigos, o las dudas existenciales que tanto padecen los personajes de las películas de Rohmer, en la que Delphine, la protagonista de El rayo verde, sería una especia de antítesis de Eva, ya que aquella buscaba acompañante para las vacaciones, y Eva desea quedarse y conocerse en la ciudad,  y Hong Sang-soo, o las miradas a la ciudad de Madrid desde Fernán-Gómez o Patino, donde la ciudad se convierte en el reflejo idóneo de ese estado vital, donde todo parece raro y extraño a la vez.

Unos días de agosto en los cuales Eva se encuentra una ciudad que nace y muere a cada paso, emocionalmente hablando, donde los paseos diurnos o nocturnos adquieren connotaciones místicas, en los que se producen encuentros, desencuentros o reencuentros esperados, inesperados, agradecidos, frustrantes o simplemente, sorpresivos, en que Eva, la protagonista de la película, un actriz que ya no se reconoce en esos espejos vitales, que ni sabe lo que quiere ni se encuentra, que no sabe que hace ni adónde va, alguien que se debate entre los conflictos interiores que tiene, en ese tiempo de transición, en esos 15 días que parece que todo puede suceder, tanto lo bueno como lo menos bueno, donde quizás encuentre un camino diferente al transitado, al que la ha llevado a ese estado, y se tropezará con algo o alguien que la enganche a su vida y a sus sentimientos, quizás no sea definitivo pero al menos será un comienzo, un camino diferente por el que comenzar a caminar, un comienzo de algo que no sabemos a qué lugar la llevará. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Vito Sanz

Entrevista a Vito Sanz, uno de los actores de «Los exiliados románticos», de Jonás Trueba. El encuentro tuvo lugar el martes 8 de septiembre de 2015 en el hall del Cine Zumzeig de Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Vito Sanz, por su tiempo, simpatía y generosidad, y a Eva Herrero de MadAvenue, por su paciencia, amabilidad y cercanía.

Los exiliados románticos, de Jonás Trueba

Los_exiliados_rom_nticos-624520968-largeLAS MUJERES QUE AMAMOS

El último trabajo de Jonás Trueba (Madrid, 1981) tiene la efervescencia del momento, de la película hecha sobre la marcha, cómo él mismo explica, de extensión leve (70 minutos de duración), esa historia ligada a un instante, a filmar ese momento que no volverá a repetirse, rodeado de unos amigos que emprenden un viaje subidos en una furgoneta Volkswagen modelo California, a los que les envuelve la amistad de muchos años, las conversaciones nocturnas tomando unos vinos, hablando de sus cosas y de las de los demás, de las mujeres que amaron y amaran, y aquellas que creyeron haber amado, y muchas más situaciones y momentos que siguen permaneciendo en el interior de cada uno de ellos.

La película sigue el camino emprendido por el pequeño de los Trueba en sus anteriores trabajos, ya como coguionista junto a Víctor García León, en aquellos brotes de talento que fueron las comedias agridulces Más pena que gloria y Vete de mí, y continuaron ya como director en solitario, en su debut con Todas las canciones hablan de mí, a la que siguió Los ilusos, dos excelentes muestras, concebidas desde puntos de vistas y momentos diferentes, pero las dos forman parte de un ideario que contempla el pulso narrativo de la cinematografía actual. Ahora nos llega una película de carretera, una road movie, donde tres colegas emprenden un viaje que tiene su partida una mañana en Madrid,  que pasará por Toulouse, donde recogerán a Renata, una italiana, que se encontrará con Francesco, y luego seguirán camino hasta París, donde Luis ha quedado con Isabelle, una suiza-alemana, y finalmente, sin dejar la ciudad de la luz, Vito se verá, en los jardines de Luxemburgo, con Vahina, una francesa que conoció ese verano en Salou, y para cerrar el viaje, una parada en un lago de Annecy. Tres citas, tres encuentros con mujeres, con esos amores efímeros, esos romances leves, esos encontronazos con el amor, esos sueños perdidos de una juventud alargada. Trueba, al contrario que ocurrió con Los ilusos, un rodaje que se dilató en el tiempo, filma su película en apenas 12 días, recorre 4000 kms a lomos de sus personajes, que continúan, como hasta ahora en su filmografía, siendo hombres inmaduros, jóvenes perdidos, confusos con ellos mismos y con todo lo que le rodea, incapaces de enfrentarse a sus propias vidas, y encontrando excusas vanales para no tomar decisiones importantes.

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Trueba no hace alarde tratando temas trascendentales ni nada por el estilo, filma con modestia a sus amigos hablando y comiendo, yendo de un lugar a otro, donde ríen y piensan en ellos mismos y en los otros, donde estar con amigos de viaje visitando mujeres sea el único viaje y nada más. Dentro de su aparente ligereza, la cinta contiene temas interesantes y complejos como el final de la juventud, del ocaso de un manera de vivir o simplemente, el tránsito inevitable de convertirse en algo en lo que no habías ni imaginado. Quizás para arribar a un lugar de ti mismo en el que no habías pensado, por miedo a sentir que todo había acabado y que nada volvería a ser como antes. Trueba pare una película donde sus amigos-personajes hablan de cine (el aroma del cine de Rohmer y Truffaut es fácil de reconocer, y  el cine amistad y vida de Tanner, en sus películas setenteras como La salamandra, Jonás que cumplirá 25 años en el año 2000 o Messidor, forman parte de los referentes y el encanto que reside y transita en la película), también hablan de literatura (se cita el libro Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg), hay tiempo para citar a Marx y a otros pensadores, y todo aquello que se soñó pero se quedó en la cuneta, y por supuesto, también hay espacio para la música, incluso se atreven a cantar. Las canciones de Tulsa, que aparece en varios instantes de la película-viaje, actuando ante los personajes o con ellos, y cantando sus emociones y estados de ánimo. La luz de Santiago Racaj ayuda a crear esa atmósfera suave y melancólica que baña todo el metraje.

Un canto no sólo a la vida, sino al cine, a la amistad real y al amor, fabricada desde la inquietud de un creador sincero y honesto, alguien que ama lo que hace y lo explica, y filma de esa forma, sin artificios ni subrayados.  Un cine que se destapa como ligero, que se digiere tranquilo, con pausa, sin sobresaltos, que no hiere, pero que esconde en su forraje e interior, toda una idea o sentimiento que se palpa en los jóvenes actuales, (como aquel cine español de la transición que recogía en su humildad, los temas que estaban candentes en el sentir del momento), una idea sobre esa incertidumbre e invisibilidad que nos condena una sociedad cada vez más moderna, y menos humana.