Los exiliados románticos, de Jonás Trueba

Los_exiliados_rom_nticos-624520968-largeLAS MUJERES QUE AMAMOS

El último trabajo de Jonás Trueba (Madrid, 1981) tiene la efervescencia del momento, de la película hecha sobre la marcha, cómo él mismo explica, de extensión leve (70 minutos de duración), esa historia ligada a un instante, a filmar ese momento que no volverá a repetirse, rodeado de unos amigos que emprenden un viaje subidos en una furgoneta Volkswagen modelo California, a los que les envuelve la amistad de muchos años, las conversaciones nocturnas tomando unos vinos, hablando de sus cosas y de las de los demás, de las mujeres que amaron y amaran, y aquellas que creyeron haber amado, y muchas más situaciones y momentos que siguen permaneciendo en el interior de cada uno de ellos.

La película sigue el camino emprendido por el pequeño de los Trueba en sus anteriores trabajos, ya como coguionista junto a Víctor García León, en aquellos brotes de talento que fueron las comedias agridulces Más pena que gloria y Vete de mí, y continuaron ya como director en solitario, en su debut con Todas las canciones hablan de mí, a la que siguió Los ilusos, dos excelentes muestras, concebidas desde puntos de vistas y momentos diferentes, pero las dos forman parte de un ideario que contempla el pulso narrativo de la cinematografía actual. Ahora nos llega una película de carretera, una road movie, donde tres colegas emprenden un viaje que tiene su partida una mañana en Madrid,  que pasará por Toulouse, donde recogerán a Renata, una italiana, que se encontrará con Francesco, y luego seguirán camino hasta París, donde Luis ha quedado con Isabelle, una suiza-alemana, y finalmente, sin dejar la ciudad de la luz, Vito se verá, en los jardines de Luxemburgo, con Vahina, una francesa que conoció ese verano en Salou, y para cerrar el viaje, una parada en un lago de Annecy. Tres citas, tres encuentros con mujeres, con esos amores efímeros, esos romances leves, esos encontronazos con el amor, esos sueños perdidos de una juventud alargada. Trueba, al contrario que ocurrió con Los ilusos, un rodaje que se dilató en el tiempo, filma su película en apenas 12 días, recorre 4000 kms a lomos de sus personajes, que continúan, como hasta ahora en su filmografía, siendo hombres inmaduros, jóvenes perdidos, confusos con ellos mismos y con todo lo que le rodea, incapaces de enfrentarse a sus propias vidas, y encontrando excusas vanales para no tomar decisiones importantes.

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Trueba no hace alarde tratando temas trascendentales ni nada por el estilo, filma con modestia a sus amigos hablando y comiendo, yendo de un lugar a otro, donde ríen y piensan en ellos mismos y en los otros, donde estar con amigos de viaje visitando mujeres sea el único viaje y nada más. Dentro de su aparente ligereza, la cinta contiene temas interesantes y complejos como el final de la juventud, del ocaso de un manera de vivir o simplemente, el tránsito inevitable de convertirse en algo en lo que no habías ni imaginado. Quizás para arribar a un lugar de ti mismo en el que no habías pensado, por miedo a sentir que todo había acabado y que nada volvería a ser como antes. Trueba pare una película donde sus amigos-personajes hablan de cine (el aroma del cine de Rohmer y Truffaut es fácil de reconocer, y  el cine amistad y vida de Tanner, en sus películas setenteras como La salamandra, Jonás que cumplirá 25 años en el año 2000 o Messidor, forman parte de los referentes y el encanto que reside y transita en la película), también hablan de literatura (se cita el libro Las pequeñas virtudes de Natalia Ginzburg), hay tiempo para citar a Marx y a otros pensadores, y todo aquello que se soñó pero se quedó en la cuneta, y por supuesto, también hay espacio para la música, incluso se atreven a cantar. Las canciones de Tulsa, que aparece en varios instantes de la película-viaje, actuando ante los personajes o con ellos, y cantando sus emociones y estados de ánimo. La luz de Santiago Racaj ayuda a crear esa atmósfera suave y melancólica que baña todo el metraje.

Un canto no sólo a la vida, sino al cine, a la amistad real y al amor, fabricada desde la inquietud de un creador sincero y honesto, alguien que ama lo que hace y lo explica, y filma de esa forma, sin artificios ni subrayados.  Un cine que se destapa como ligero, que se digiere tranquilo, con pausa, sin sobresaltos, que no hiere, pero que esconde en su forraje e interior, toda una idea o sentimiento que se palpa en los jóvenes actuales, (como aquel cine español de la transición que recogía en su humildad, los temas que estaban candentes en el sentir del momento), una idea sobre esa incertidumbre e invisibilidad que nos condena una sociedad cada vez más moderna, y menos humana.

Calabria, de Francesco Munzi

locandina-anime-nereLA HERENCIA DE LA VIOLENCIA

La tercera obra del realizador Francesco Munzi (Roma, 1969), se centra en la “Ndrangheta” (término calabrés proveniente del griego y que significa “coraje” y “bondad”). Se trata de una organización criminal italiana cuya radio de acción se desarrolla en la zona de Calabria. Quizás no es tan conocida como las otras actividades delictivas, la Camorra o la Cosa Nostra, pero se ha convertido en el elemento criminal más poderoso de Italia desde los años 90. La trama penetra en la familia Carbone y sus tres hermanos. El mayor, Luciano, es pastor, como lo era su padre, que fue asesinado por una familia rival del pueblo, lugar donde vive alejado de los tejemanejes de tráfico de drogas de los otros dos, Luigi, “il capo”, impulsivo y frío, y Rocco, el “cuello blanco” de la organización. El cuarto en discordia, es Leo, hijo de Luciano, que a diferencia del padre, se siente fuertemente atraído por la vida criminal de sus tíos. El conflicto estallará cuando Leo ataca un bar de una familia rival, hecho que abrirá la veda de la rivalidad entre clanes. Entonces, los tres hermanos se reunirán en el pueblo para encontrar una solución.

Basada en la novela Anime Nere, de Gioacchino Criaco, el relato se vertebra entre dos mundos, el de Luciano, la vida tranquila del pastoreo en un pueblo montañés, y en olvidar el asesinato de su padre, postura que le enfrenta a sus dos hermanos, que continúan la tradición familiar dedicándose a asuntos turbios y oscuros. Entre ellos, a modo de puente, está Leo, el joven curioso y descerebrado que admira la figura de su tío Luigi, al que considera su modelo a seguir. Una historia compleja y realista (la enorme labor respetando los dialectos calabreses y mezclando actores profesionales con habitantes de Africo). Film de gran crudeza,  y fuertes contrastes, el norte moderno, sofisticado y corrupto, y el sur, primitivo y atávico. Munzi posa su cámara tranquila y observadora, deteniéndose en lugares sin alma, sin vida, donde la violencia latente respira en cada lugar, a la espera que alguien abra el fuego. Una amistad aparente y tensa entre las familias,  donde cada uno de ellos lleva el arma a mano y cargada. Unos personajes que se debaten entre la tradición y la modernidad, entre el odio y la venganza, por la muerte del padre, y el olvido, y el perdón por el que aboga Luciano. Munzi tiñe su película de oscuridad y sombras, haciendo gala de una sobriedad de altura, donde retrata a unas personas engullidas por la violencia, atrapadas por una vida abocada al honor y la muerte.

El director romano no juzga a sus “almas negras”, las conduce hasta su propio dilema moral, donde cada uno deberá averiguar que parte le toca interpretar, en este túnel negro en el que respira su familia. Su retrato de la familia mafiosa no es edulcorado o simplista, sus personajes sufren la pérdida y el dolor. Si bien, es una cinta centrada en las figura masculina, el retrato que se hace de las mujeres, esas almas en la sombra, tampoco se queda en la superficie, están las que sufren en silencio, las que callan y dicen no saber, las que claman venganza, y las anuladas por sus maridos. Una aguda y reflexiva exploración sobre la mafia calabresa, que sigue de forma brillante la tradición de cine mafioso, emparentada con El Funeral (Abel Ferrara, 1996) y también, con Gomorra (Matteo Garrone, 2008), dos brillantes muestras de la familia imbuida por las tradiciones familiares envueltas por la violencia y la tragedia.