Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson

A LAS BARRICADAS. 

“Nadie en el mundo, nadie en la historia, ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores”.  

Assata Khasur del Black Liberation Army

De las diez películas que ha dirigido Paul Thomas Anderson (Los Ángeles, California, EE. UU., 1970), ha dedicado tres de ellas a la década de los setenta. Una batalla tras otra (en el original, “One Battle After Another”), aunque ambientada en la actualidad, podemos decir que su origen radica en las luchas raciales de los sesenta y setenta en Estados Unidos con grupos como los Panteras Negras y el Ejército de Liberación Negro, que erjecieron la lucha armada para favorecer las condiciones humanas de la población negra. Basada en la novela “Vineland”, de Thomas Pynchon, del que ya adaptó Puro Vicio (2014), en el que Doc Sportello, un detective hippie trasnochado se enfrentaba a una trama compleja con tintes de cine negro. Ahora, nos sitúa en la América de Trump y del fascismo más exasperante para introducirnos en un grupo armado que lucha contra las injusticias contra los inmigrantes, como deja patente en su catalizadora apertura con la liberación del centro-cárcel de inmigrantes. 

El cineasta californiano adapta y actualiza el texto de Pynchon, donde el grupo armado actúa aquí y ahora con una gran líder como Perfidia, que recuerda a Assata Khasur, la ex-pantera que ejerció de líder del BLA, y da la circunstancia que ha fallecido este año en Cuba en la que se encontraba refugiada. Perfidia y los suyos atentan contra el sistema: roban bancos, liberan inmigrantes y hacen la revolución en una América deshumanizada y dictatorial. Si bien la película se parte en dos mitades diferenciadas. En la primera, asistimos a la actividad frenética del grupo y sus acciones, cada vez más violentas y complejas. En la segunda, con 16 años después, el relato se centra en Bob, el compañero de Perfidia que vive retirado de toda actividad revolucionaria que se verá inmerso en otro gran lío, porque Deandra, la hija que tuvo con Perfidia, es perseguida por un antiguo archienemigo, el coronel Lockjaw. Y así son las cosas, donde Anderson, envuelto en la atmósfera del cine setentero de los Peckinpah, Hellman, Boorman, Lumet y De Palma, alimenta una película llena de violencia física, persecuciones, disparos, y un ritmo frenético que no se detiene con el mejor estilo de la planificación del espíritu de Taxi Driver y Toro salvaje, de Scorsese. 

El director estadounidense se vuelve acompañar de algunos de sus cómplices de sus últimos títulos como el cinematógrafo Michael Bauman, que ya estuvo en Licorice Pizza, construyendo una luz cegadora que viene estupendamente al tono de la historia: seco, abrupto y desértico, lleno de carreteras secundarias, lugares sin nombre y todo ese imaginario que edificó el western crepuscular de tipos sin rumbo, amores imposibles y supervivencia por tramos. La magnífica música de Jonny Greenwood, sexta película con el director, en la que vuelve a llevarnos en volandas con esa lija que traspasa, en la que sigue sin descanso a los perseguidos y perseguidores de la películas, en una trama que asfixia por su contundencia, ritmo y salvajismo. El montaje de Andy Jurgenesen, que también viene de la mencionada Licorice Pizza, cimenta su energía y aceleración en el movimiento constante de los personajes, en constante huida y colocón, metiéndose por no espacios donde se hacinan gran cantidad de personas indocumentadas, en que el peligro es una constancia y donde se está huyendo de forma en bucle, en una historia que se va hasta los 162 minutos de metraje, en el que su entramado y veloz consecución de hechos no se detiene, sometiendo al espectador a un espectáculo de lo sucio, lo violento y lo más oscuro de la sociedad y la condición humana. 

Como suele ocurrir en las películas de Anderson, sus repartos están llenos de grandes aciertos porque enfunda a sus intérpretes en personajes pasados de vueltas en muchos aspectos. Tenemos a Bob que hace DiCaprio, que parece el hermano gemelo del citado Sportello que hacía Joaquín Phoenix, un tirado de la vida, que está metido en un asunto de muchos cojones y demasiado heavy para su “cuelgue”, peor no tiene más remedio que hacerlo porque su hija está en serio peligro. Le acompañan el “enemigo”, un militar sacado de los Gi Joe, fanático, fascista y sátiro que borda un inconmensurable Sean Penn. La casi debutante Chase Infinit es Deandra, la hija acosada, que no va de heroína al uso, sino de una tipa capaz de enfrentarse a todos y todo. Benicio del Toro es Sensei Sergio, un jefe-inmigrante que ayuda y se ayuda, que se involucra en el asunto, con su peculiar forma de hacer y humor. Teyana Taylor es Perfidia, una máquina total de la revolución, una activista que hemos citado recuerda a Khasur y también, Angela Jones y demás. Deandra es Regina Hall, otra activista de la causa. Alana Haim, la inolvidable protagonista de Licorice Pizza, también tiene acto de presencia como una de las activistas armadas. 

Las intenciones de Paul Thomas Anderson quedan muy patentes a lo largo de la película, porque ha querido actualizar la situación de aquellos años sesenta y sobre todo, setenta, donde la lucha armada acaparó la resistencia que proliferaron en casi todos los países, a partir de movimientos revolucionarios que luchaban por cambiar los métodos explotadores y consumistas de una sociedad hipnotizada por el materialismo y la ley del más fuerte, del ordeno y mando, como deja claro con ese instante donde el personaje de DiCaprio está viendo por televisión La batalla de Argel (1966), de Gillo Pontecorvo, mítica película que hablaba de la lucha del Movimiento de Liberación de Argelia contra el colonialismo despiadado de Francia. El cineasta americano huye del maniqueísmo y consigue una película muy sólida y efervescente, donde lo único es sobrevivir en una sociedad llena de violencia salvaje y deshumanizada, que no deja aire al espectador y nos introduce en una enérgica e intensa trama donde sus fumaos y tirados se meten en un lío de mil pares de cojones, a lo bestia, sin adaptación previa, como funcionan las cosas, un día de calma se viene abajo porque la venganza aparece de nuevo, sin pedir permiso, a tiro limpio, como el far west, como siempre ha sido en el país norteamericano, una guerra sin fin, donde sólo sobrevive el que se mantiene de pie, porque huir no es una elección, porque siempre te encuentran. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Ken Scott

Entrevista a Ken Scott, director de la película «Érase una vez mi madre», en el hall del Hotel Seventy en Barcelona, el miércoles 28 de mayo de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ken Scott, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Marien Piniés de A Contracorriente Films, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad.  JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Bienvenido a la montaña, de Riccardo Milani

TODOS A UNA. 

“Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. 

George Orwell

Esta es la historia de Michele, un maestro cansado y amargado que lleva demasiado tiempo intentando enseñar en la jungla romana. Un día, le llega la gran noticia. Su traslado se ha hecho efectivo y coge el coche y se va al Instituto Cesidio Gentile, conocido como “Jurico”, en la pequeña localidad de Rupe con 378 habitantes, en el corazón de los Abruzos, en uno de esos pequeños pueblos rodeados de montañas y nieve. En ese recóndito y aislado lugar, Michele empezará de nuevo y a reencontrarse con el maestro que ya ha olvidado. Allí se encuentra con otra realidad, la adaptación no es fácil, y encima, el Instituto amenaza cierre por falta de nuevos alumnos. Agnese, la directora del centro le enseñará otra forma de vivir, de enseñar y de hacer comunidad. En Bienvenido a la montaña (“Un mondo a parte”, en el original), de Riccardo Milani (Roma, Italia, 1958) con una trayectoria que abarca los 12 largometrajes, unas cuántas series y algún que otro documental, se ha especializado en comedias divertidas que sacuden las convencionalidades en las que vivimos en un tono ligero y punzante, en la que ha tenido grandes éxitos como Mamá o Papá y Cómo pez fuera del agua, ambas de 2017, protagonizadas por el dúo Paola Cortellesi y Antonio Albanese, el Michele de la que nos ocupa.

La historia gira en torno en los valores perdidos por la urbe como el contacto con el otro, la naturaleza y su observación y preservación, así como el respeto de su fauna salvaje, la cooperación como mejor arma contra las adversidades, y sobre todo, la enseñanza como vehículo de comunidad y de aprender desde la base, desde los problemas cotidianos y no dejar de ser un profesor que enseña sino uno más que aprende, vive y lucha por los demás y por sí mismo. El tono ligero de la película ayuda a encontrar este interesante cruce que va desde la comedia y lo social, a partir de una posición donde prevalece lo humano a lo mercantil, sin lanzar proclamas ni nada por el estilo, sino construyendo relaciones humanas y conflictos cotidianos y reales que pasan en muchos lados en relación a las escuelas rurales por falta de habitantes en las zonas y por ende, de nuevos alumnos. Milani construye una historia pequeña pero que puede ocurrir en cualquier lugar, muy local y general a la vez, sin tiempo, mezclando con inteligencia los momentos divertidos, muy a lo Buster Keaton que padece el recién llegado y otras situaciones, más sociales que generan “el problema”.   

El director romano ha mantenido en la totalidad de su filmografía una constante fidelidad en relación a sus colaboradores como demuestran los nombres que componen el equipo de Bienvenido a la montaña, repleto de amigos y cómplices técnicos como el músico Piernicola Di Muro, con el que ha hecho dos series y Rodando hacia ti (2022). El cinematógrafo Saverio Guarna, con el que ha trabajado en 14 títulos entre películas y series, amén de una película con el gran Mario Monicelli. La pareja de montadores Patricia Ceresani con 12 y Francesco Renda con 8. Lo mismo pasa con el reparto encabezado por el mencionado Antonio Albanese, que da vida al “despertado” Michele, 6 títulos con Milani, amén de haber dirigido 5 películas, en una carrera al lado de grandes cineastas como los hermanos Taviani, Pupi Avati, Gianni Amelio, Woody Allen, entre otros. A su lado, Virginia Rafaele como Agnese, que debuta en el universo del director italiano, componiendo un personaje en constante lucha, contra sí misma, con su marido ausente y la escuela que tanto ama, una actriz vista en comedias al lado de directores como Veronesi, Brizzi y De Luigi, entre otros. Amén de la mayoría del elenco compuesto por lugareños de la zona, tanto de niños como adultos.

La película Bienvenido a la montaña, de Riccardo Milani podrá gustar más o menos a los espectadores que se acerquen a ella. Lo que sí tiene, y eso no podrá discutirlo nadie, es su honestidad y su voluntad de hablar de temas serios y reales, eso sí, sin ponerse trascendente, o no haciéndolo sin esperanza, sino con la idea que las cosas pueden cambiar, aunque sean desde un lugar tan apartado, casi invisible e inexistente para los problemas de las grandes urbes. Porque lo que nos cuenta una película como esta es que cuando pierdes tu identidad y el amor a un oficio como el de enseñar, quizás lo recuperas o al menos, lo ves desde otra prisma en un lugar perdido entre montañas que, en invierno se aísla por la nieve y en verano es inaguantable por el calor que hacer. Si, en ese inhóspito y difícil lugar, ya no sólo para vivir sino para ejercer tu profesión, las cosas que van más lentas se ven y sobre todo, se miran y se observan de otra forma, quizás la forma que necesitabas para volver a mirar y vivir todas esas cosas que ya no miras: como a ti mismo, a los demás y a tu entorno, un mundo a descubrir y sentir que te haga despertar y cambiar de sentido y de todo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laura Plancarte

Entrevista a Laura Plancarte, directora de la película «Sueño mexicano», en el marco de El Documental del Mes, iniciativa de DocsBarcelona, en el Hotel Casa Gràcia en Barcelona, el martes 5 de noviembre de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura Plancarte, por su tiempo, sabiduría, generosidad, y a Carla Font de Comunicación de El Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Sueño mexicano, de Laura Plancarte

DERROTADA PERO NO VENCIDA. 

“Dónde haya un árbol que plantar, plántalo. Allá donde haya un error que enmendar, enmienda. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú”. 

Gabriela Mistral 

Durante mucho tiempo, la imagen que hemos tenido de la mujer americana ha sido la de una mujer sumisa y sometida a la voluntad del macho. En muchos lugares, todavía no se ha roto con esa mecánica, pero en otros, sí, en otros, aparecen mujeres como María Magdalena Reyes, una mujer mexicana que casó muy joven, tuvo tres hijos, y un marido que la maltrató. Ella se separó, perdió a sus hijos y trabajó para tener una vida diferente, trabajando y esforzándose para tener otra vida, volver a reunirse con sus hijos y no dejarse vencer por las adversidades vitales. Sueño mexicano, el cuarto trabajo de la cineasta mexicana Laura Plancarte, construida a partir de un guion que firma junto a su protagonista, nos cuenta su vida, su cotidianidad, su fuerza, su vulnerabilidad, su valentía y coraje, pero también, su tristeza y desilusión, porque Malena, como la conocen sus allegados no es una mujer que se rinda fácilmente, ella ya ha conocido el infierno y por eso, es una mujer mucho más fuerte de lo que creía, y si tiene algún miedo es de sí misma, de volver a antiguas desesperanzas. 

La directora mexicana ya había hecho Tierra caliente (2014), sobre una familia en mitad de un enfrentamiento entre narcos y militares, Hermanos (2017), donde dos hermanos tienen el sueño de emigrar a EE.UU., y Non Western (2020), en que nos cuenta la relación de un indio y una estadounidense que preparan su boda y se enfrentan a sus diferencias. Cuatro títulos en los que ronda la familia como epicentro de donde nace la historia, y las dificultades para seguir unida, a partir de unos personajes que no se detienen ante los conflictos, ya sean internos o exteriores, porque son individuos que han tenido que luchar y resistir muchas veces, y saben que la única forma de conseguir sus objetivos es no dejarse vencer y seguir su camino por muy difícil que este sea. Las tramas de Plancarte nos cuentan la cotidianidad de seres anónimos, a través de su humanidad, con una cercanía e intimidad extraordinarias, en que la mirada de la cineasta se posa para observar sus vidas, desde una posición de mirar y no molestar, optando el punto de vista de testimonio, de estar muy cerca de ellos y ellas sin inmiscuirse en sus existencias, de acompañar y de mostrar, siempre desde lo humano y la naturalidad.

Un grandísimo trabajo técnico ayuda a que sus películas se vean con reposo y nada artificiales, en que la cinematografía de Franklin Dow, que ya había trabajado en la citada Non Western, la vemos presente y nada juzgadora, sino desde la transparencia y el reposo, así como la excelente música de Pablo Todd, en su segunda colaboración con la directora después de la mencionada Hermanos, que no suena impostada sino de apoyo para contar toda la montaña rusa de emociones que vive la protagonista, y el tema de Marc Vicente, “Es un momento mágico”, cantada por Isis Cruz, en uno de esos instantes donde vemos a la protagonista sumergida en ese sueño del que habla la película, donde la cinta adquiere todo su sentido. El magnífico montaje de la chilena Andrea Chignoli, que ya va por el medio centenar de títulos a pesar de no haber cumplido los 35, junto a grandes de su país como Andrés Wood, Nicolás Acuña, Pablo Larraín, Marialy Rivas y José Luis Torres Leiva, entre muchos otros, que hace un trabajo impecable ya que la historia que se cuenta no era nada sencilla, por los continuos altibajos por los que pasa Malena, en sus continuas idas y venidas por las que transita una mujer en sus intensos 89 minutos de metraje, en los que pasa de todo y a todos. 

Es muy bueno para sus vidas que vean una película como Sueño mexicano, de Laura Plancarte, porque verán hundirse sus prejuicios en relación a las mujeres americanas, primero de todo, y después, conocerán la vida de una mujer como María Magdalena Reyes, una persona como todas nosotras, que vive y trabaja y lucha y se alegra y se entristece que, a veces, se rinde una noche y a la mañana siguiente, vuelve a ponerse el mono de trabajo de la vida y continúa con la lucha y la batalla diaria, perdiendo y ganando como todos, y soñando, cayéndose y levantándose otra vez, y una más y así siempre, con coraje y sin rendirse nunca. Tiene la película un tono parecido al que tenía La camarista (2018), de Lila Avilés, que también contaba las dificultades de una mujer que trabajaba en un hotel y no podía estar con su hijo. También, si todavía no lo conocen, sabrán del cine que hace la directora mexicana Laura Plancarte, relatos llenos de vida, con personajes de verdad, de esos que nos explican realidades como las nuestras, y no desde el embellecimiento o el sentimentalismo para agradar, sino desde lo humano, desde lo emocional, a través de ese torbellino de sentimientos y emociones en los que vivimos todos y todas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Nueva Tierra, de Mario Pagano

LA ESPERANZA DE UN HOMBRE. 

“No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.

Albert Einstein 

El cine de género en la cinematografía española siempre se ha denostado por buena parte de la crítica especializada, en tiempos a, la cosa se martirizó como un mero asunto popular y muy alejado de la realidad social del país. Entraríamos en los amiguismos de turno que tanto abundan por estos lares y una posición elitista de dar caña a todo aquello que olería a taquilla. Afortunadamente, los tiempos han cambiado, y hoy día el cine de género y gracias a cineastas como Álex de la Iglesia, Paco Plaza, Jaume Balagueró y Nacho Vigalondo, entre otros, goza no sólo de popularidad sino también, del aplauso de la crítica. Sigue habiendo, cómo no, ese cine de género vacío y superficial que se produce con el único objetivo de entretener y romper taquillas. Por eso, es de agradecer que aparezcan películas como Nueva Tierra, de Mario Pagano (Caracas, Venezuela, 1975), que nace para entretener pero no olvida su vocación de contar una historia con relato y personajes, y eso la hace tremendamente diferente. 

Segunda película de Pagano, después de Backseat Fighter (2016), un oscuro thriller  en el que seguía la redención de un policía que se cruzaba con una hermosa prostituta muy rota. Con Nueva Tierra, su segundo largometraje, vuelve a situarnos en la vida y el alma de un hombre, esta vez alguien también roto, porque unos bandidos a los que llaman “La Legión”, han matado a su mujer Maya y han secuestrado a su hija Ada, en una sociedad que ha nacido después que una pandemia haya matado a la mayoría de la población mundial, y los supervivientes viven como en la antigüedad, en plena naturaleza y desde cero. Si la anterior rondaba por el policíaco, ahora el tema se centra en la ciencia-ficción distópica, en la que volvemos a una situación como la que sucedía en El planeta de los simios, aunque no son simios los dominantes, sino tribus salvajes y violentas que se han hecho con el control del resto. Aunque, existen pequeñas resistencias que siguen sobreviviendo a pesar de la continua amenaza de los mencionados. Estamos ante una película de héroe arquetípico, en la que su periplo se basa en las aventuras y peligros que deberá pasar hasta dar con el paradero de su hija, un western en toda regla con su travesía y viaje en una película de carretera por la naturaleza, por bosques, mar, cuevas y monumentos celtas, donde se mezclan religión, espiritualidad y humanismo. 

El gran trabajo visual de la película obra del propio director, que aparte de la cinematografía, también firma la producción, el guion y la música, basado en la fisicidad del relato, que consigue introducirnos en una epopeya muy íntima, transparente y artesanal, donde no hay efectos especiales sofisticados que arrinconan la historia, en la que hay persecuciones, luchas y demás, y también, en lo onírico, donde Maya es una parte muy importante, donde vemos la parte interior de León debatiéndose entre la valentía y el miedo, entre la esperanza y la tristeza de sentirse sólo y muy herido. En los momentos oníricos la película cambia de textura y de tono y ahí las situaciones se vuelven algo confusas, porque en lo físico la película se mantiene interesante y misteriosa. El montaje de María Macías, que ya estuvo en Backseat Fighter, y repite con el director venezolano afincado en España, que conocemos por trabajos de toda índole como comedias comerciales como Embarazados, documentales críticos como Cartas mojadas y distopías apocalípticas como Y todos arderán, entre otras, en un reto muy difícil porque había que mantener en ritmo y tono una película en la que ha poco diálogo y mucha acción y se va a los 123 minutos de metraje. 

A partir de un entorno natural espectacular, donde la naturaleza contrasta con la maldad humana, con un reparto que brilla y transmite mucha cercanía a través de primeros planos y naturalidad como el protagonista Iván Sánchez, coproductor de la cinta, que hace, quizás, el trabajo más impresionante de su carrera, que fue el policía amargado de Backseat Fighter, y ahora es Léon, un padre y esposo que deberá pasar por las mil y una en un planeta muy hostil pero también algo humano, como las personas que se irá cruzando como Mia y Naima, interpretadas por Vania Villalón y Almar G. Sato, un par de amazonas que lo ayudarán, al igual que Gregorio, uno de esos personajes chamán que hace un irreconocible Imanol Arias, Maya, su guía espiritual lo hace Andrea Duro, Candela Camacho es Ada, la hija secuestrada, el actor venezolano Raúl Olivo también aparece, y Juan José Ballesta y Armando Buika, son dos de “La Legión”, la tribu violenta. Agradecemos la valentía de devolver al género a ese cine sesentero donde primaba la historia y los personajes para hablarnos de los desmanes de la civilización o el salvajismo de las malas decisiones y la infinita y desastrosa codicia que todo lo quiere sin pensar en las terribles consecuencias. La película describe una sociedad en la que todos sobreviven con miedo, y hay unos pocos que someten a la mayoría, eso sí, hay un poco de esperanza y eso ya es mucho, como demuestra el personaje de León que, a pesar del dolor que arrastra por la terrible pérdida que ha sufrido, se levanta y se enfrenta con los violentos. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Fredrik Gertten

Entrevista a Fredrik Gertten, director de la película «Breaking Social», en el marco del Documental del Mes, en Casa Gràcia en Barcelona, el miércoles 3 de abril de 2024.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Fredrik Gertten, por su amistad, tiempo, sabiduría, generosidad, y a Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y al equipo de comunicación de DocsBarcelona, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Breaking Social, de Fredrik Gertten

PONERSE EN PIE. 

“Un cambio social real nunca se ha llevado a cabo sin una revolución… Revolución no es sino el pensamiento llevado a la acción”. 

Emma Goldman. 

El universo cinematográfico de Fredrik Gertten (Malmö, Suecia, 1956), tiene su base en lo humano, y por ende, en lo social, en lo político, en lo económico y en lo cultural. Un cine que mira atentamente a su alrededor, que mira a las personas y sus problemas, y no lo hace desde la condescendencia, ni el amarillismo y mucho menos desde el sentimentalismo. No, no hace nada de eso. Lo mira desde lo más cercano y cotidiano, situando su cámara a su altura, profundizando en sus historias de aquí y ahora, a partir de lo local para ir poco a poco llevándonos a lo más general, porque los problemas más íntimos siempre tienen un reflejo de aquello que no vemos, de aquello invisible, de aquello que finalmente te afecta en tu día a día. Un cine que investigue, que se interrogue, y sobre todo, que logre captar la atención de los espectadores que se hacen preguntas, que quieren saber, y que el cine provoque la ansiada reflexión, un pensamiento crítico con el sistema que padece, y les cambie de algún modo. El cine debería tener esa función, y el cine de Gertten la tiene, desde su modestia y nada pretencioso. 

Las películas del cineasta sueco han tocado muchos temas: la arquitectura como arte elitista o para el pueblo en El socialista, el arquitecto y la torre girada (2005), Bananas! (2009), donde exponía las injusticias de la multinacional estadounidense Dole Food Company, y su posterior secuela Big Boys Gone Bananas (2011), en que la citada compañía perseguía al cineasta para que no difundiera su película, Bicicleta Vs Coches (2015), exploraba la difícil convivencia entre los citados vehículos en las grandes ciudades, Push (2019), reflexionaba sobre el fenómeno de la gentrificación que expulsa a los vecinos de los barrios en pos a los lobbys inmobiliarios. Una serie de obras contestatarias, que miran la injusticia y la desigualdad y la muestran, y van mucho más allá, porque se encuentra con personas que se han agrupado y batallan contra esas grandes compañías invisibles y devoradoras de dinero. Y hace todo ese retrato y retratos desde la “verdad”, y no me refiero a una única verdad, sino a múltiples verdades en películas caleidoscópicas, en las que vemos diversas formas de lucha y acciones para cambiar las leyes mercantilistas. 

Con Breaking Social se ha adentrado en el mundo de esas grandes empresas que siempre están manejando los hilos del capitalismo, pero que nunca vemos, abriéndolas en canal, a través de de expertos que nos informan de sus infinitos tejemanejes y corruptos que, con la complicidad de los gobiernos, siguen enriqueciéndose impunemente, dejando un reguero de víctimas, aunque la película no muestra unos perdedores lamiéndose sus heridas, ni mucho menos, sino todos aquellos/as que se han puesto de pie, se han organizado y se han lanzado a las calles a batallar por sus derechos y por una sociedad donde prime la democracia, a los justos y no a los que han y deshacen a costa de quién sea. Como sucedía en Push, la película de Gertten empieza en lo local para ir abriéndose y mostrándonos múltiples realidades, que van desde un historiador holandés, que explica con detalle y un vocabulario transparente el modus operandi del mundo capitalista, una abogada estadounidense que describe la corrupción de su país, un inglés que trabajó para el mal y cuenta las argucias y triquiñuelas que vió, y una bailarina de danza chilena que baila en mitad de las movilizaciones en su país.

De lo concreto a lo grupal, a través de un grupo de trabajadores de Amazon que se asocian en un sindicato en EE.UU. para protestar contra las ilegalidades de la famosa empresa, los indígenas que luchan por devolver agua a sus tierras después de los desmanes de los poderosos, y todos aquellos y aquellas que se lanzaron a las calles de Santiago y todo Chile para parar tanta injusticia y violencia capitalista. A través de un extraordinario montaje que firma Benjamin Binderup, que dota de fluidez, armonía y ritmo a las diferentes imágenes y miradas de varios países. El gran trabajo de cinematografía de Janice D’Avila, habitual de Gertten, que muestra unas imágenes muy potentes, con esa pausa tan necesaria para mirar, entender, emocionarse y reflexionar sobre lo que vemos y cómo lo vemos. Breaking Social es una película que agita conciencias desde el alma, la palabra y el pensamiento, podríamos decir que es una obra sobre política, o mejor dicho, es una película que sitúa la política en primer persona, la que deciden las personas de abajo, y no esa otra, que dirigen las grandes corporaciones imponiendo sus normas y su codicia frente a los trabajadores, que acaban siendo meras marionetas que tienen trabajos precarios y gastan para mal vivir. 

Estoy convencido que si el sistema económico estuviese construido por y para y desde las personas, desde sus necesidades, desde sus deseos e ilusiones, desde lo que somos, una película como Breaking Social no debería existir, porque las cosas serían de otra manera y ahora mismo, no estaríamos hablando de estas cosas y más allá. Así que, si existe una película como esta, y desafortunadamente, no hay muchas películas como la que nos ocupa, porque son películas incómodas, protestonas, cintas que también ayudan a levantarse y salir a la calle, porque nos nos indica que hay muchas cosas por mejorar, y cada día hay más, por eso esta película es de obligada visión por todos y todas, y sobre todo, dirigidas a los pesimistas y los depresivos con la sociedad, porque es hora de despertar y salir a gritar y luchar, porque el sistema, siempre maligno, nos quiere adormecidos, tristes y sin esperanza, porque enfermos es más fácil manejar a la muchedumbre, no seamos populacho, sino personas que nos agrupamos para ser más fuertes, más valientes, más decididos y sobre todo, más humanos que, hasta eso, lo estamos perdiendo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Las buenas compañías, de Sílvia Munt

LAS MUJERES QUE SE PUSIERON EN PIE.  

“La mujer está obligada a tomar la libertad si no se la dan”.

Federica Montseny 

El cine, un arte que tiene la imagen como base fundamental, encuentra en la mirada su vehículo idóneo para transmitir todo aquello que se propone. En Las buenas compañías, el nuevo trabajo como directora de Sílvia Munt (Barcelona, 1957), la mirada de Bea se convierte en ese puente que transmite todo el engranaje y complejidad emocional por el que pasa su protagonista en aquel verano del 77 en Errentería, en el País Vasco. Un país, con el dictador ya fiambre, que todavía arrastraba demasiadas cosas del antiguo régimen, que luchaban febrilmente con las ansias de libertad de muchos. Las mujeres vascas, y más concretamente, las de Errentería, protestaban contra la falta de derechos y libertad, y ayudaban a otras que querían abortar y viajaban con ellas a Francia para que lo hicieran de forma digna y segura. Con guion de la propia directora, que retrata a sus coetáneas, y Jorge Gil Munarriz, del que conocemos su trabajo como guionista y director en El método Arrieta (2013) y la coescritura de Sueñan los androides (2014), de Ion de Sosa, se inspiran en “Las 11 de Basauri”, un grupo de mujeres feministas acusadas y encarceladas por practicar abortos en un proceso que se alargó una década. 

La trama, como ya hemos comentado, se posa en la mirada profunda e inquieta de Bea, una joven de 16 años, que es una más del movimiento feminista que hace todo tipo de protestas: baña en pintura a violadores impunes, extiende pancartas a favor de las encarceladas, y ayuda a pasar a mujeres que abortan en Francia. Ese verano, el del 77, será significativo para Bea, que vive con su madre Feli, y tiene a su padre en la cárcel por temas políticos. Ese verano conocerá a Miren, una joven más mayor que está embarazada, con la que descubrirá el amor y la emancipación en todos los sentidos. Munt, que amén de su extraordinaria carrera como actriz con la que ha trabajado con mucho de los grandes de este país, se ha labrado una prolífica carrera como directora en la que hay ocho películas para televisión, la miniserie Vida privada (2017), excelentes documentales como Lalia (1999), Gala  (2003), y La granja del pas (2015), y grandes dramas como Pretextos (2008), que le valió muchos reconocimientos. con Las buenas compañías entra en una liga superior, sumergiéndonos en un sólido y magnífico drama, mezclado con las tramas de iniciación, e introduciendo de forma ejemplar el contexto histórico, y las luchas feministas del posfranquismo. 

Todo encaja a la perfección, todo se desenvuelve con naturalidad y fortaleza, en una película donde el aspecto técnico brilla con contundencia como la excelente cinematografía de Gorka Gómez Andreu, que ha trabajado con director vascos de la últimas hornadas como Koldo Almandoz, Asier Altuna y Paul Urkijo, con esa luz inmensa, que detalla con minuciosidad todos los avatares emocionales que registra la cinta, el estupendo trabajo de montaje de Bernat Aragonés, que tiene en su haber nombres tan interesantes como Isabel Coixet, Agustí Villaronga, Judith Colell y Belén Funes, con detalle y tensión en una historia que cuenta mucho y en poco tiempo, en apenas 95 minutos de metraje. Sin olvidarnos la magnífica música de Paula Olaz, de la que hemos visto Nora, de Lara Izagirre y La cima, de Ibon Cormenzana, entre otras, con esa banda sonora que sigue, que acompaña y que reescribe las imágenes, haciendo mención especial el tema “Nadie te quiere ya”, de Los Brincos, un grupo a reivindicar, con los Fernando Arbex y compañía, un temazo que encaja a la perfección en el estado de ánimo por el que pasa Bea, un grito de rabia y desesperación, como si estuviese escrito para la película. 

El brillante reparto no se queda atrás, y eso que era difícil encontrar a las protagonistas principales, en una película que se mueve entre la lucha y la protesta a nivel social, y en la contención y el silencio en la vida íntima y personal. Entre las mujeres guerreras y valientes encontramos a María Cerezuela, que era la hija de Maixabel, que hacía Blanca Portillo, en la película homónima de Icíar Bollaín de hace un par de temporadas, la fuerza de una gran Nagore Cenizo, Heren de Lucas, la inolvidable Itziar Ituño, que hace de Feli, la madre trabajadora y sola de la protagonista, que nos encantó en Loreak y Hil Kanpaiak, entre otras, y las dos almas en peligro, en tránsito y con demasiadas historias a su alrededor, Elena Tarrats es Miren, la actriz catalana se ha labrado una interesante carrera teatral, y va mostrándose en la televisión y el cine, y hace de la niña rica, demasiado sola y herida, que encontrará en Bea una grandiosa tabla de salvación y sobre todo, una forma de ver la vida tan diferente. Alicia Falcó es la maravillosa Bea, que fue la niña de La por (2013), de Jordi Cadena, y hemos visto en series como Gigantes y Cuéntame cómo pasó, un estupendo y complejo personaje, en qué Falcó lo coge y lo hace muy suyo, siendo todo un acierto que está actriz, dotada de una mira portentosa, acompañada de un gesto contenido que expresa tanto sin decir casi nada, una alma libre que está atrapada entre tanta imposición, reglas y retroceso, y esa libertad, tan hijaputa que hay que luchar cada centímetro. 

Aplaudimos y celebramos la vuelta al largometraje de Munt, que no sólo nos ha despachado una magnífica drama y película de iniciación, de amor, de amistad, de lucha, de camaradería, de compañerismo, valores en desuso en la actualidad, sino que recupera un caso olvidado, cómo “Las 11 de Basauri”, y las mujeres de Errentería, y tantas otras que ayudaron a que hoy en día todas tengamos derechos y libertades, y también, que sigamos en la brecha, atentas a que todos esos derechos conseguidos a pico y pala sigan siendo, y que otros, que todavía siguen en la lucha, lo sean algún día más pronto que tarde. Un film como Las buenas compañías, que coincide con otra película Modelo 77, de Alberto Rodríguez, estrenada apenas siete meses atrás, que también se centraba en las luchas por mejorar las condiciones carcelarias. Una película, y no voy a decir la relamida frase de su necesidad, sino que van muchísimo más allá, porque rescata y recupera nuestra memoria histórica tan olvidada por algunos intereses, y lo hace con una excelente película, una de esas películas que guardaremos por mucho tiempo, una película que habla de esa “verdad”, que algunos quieren cambiar, y otros, como Sílvia Munt y todo su equipo quieren contarla como fue, y también, como ha quedado para nosotros, que siguiendo su espíritu, sigamos en lucha, por todo, por las mujeres, por la libertad, por los derechos y por nosotras. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Joana Conill

Entrevista a Joana Conill, directora de la película «La cigüeña de  Burgos», junto a la font Màgica de MontJuïc en Barcelona, el martes 14 de diciembre de 2021.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Joana Conill, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA