El último canto nómada, de Marjan Khosravi

HAJAR QUIERE SER LIBRE. 

“Que nada nos limite. Que nada nos defina. Que nada nos sujete. Que la libertad sea nuestra propia sustancia”. 

Simone de Beauvoir  

La condena, el sometimiento y la falta de libertad que sufren las mujeres iraníes ha sido muy reflejada en el cine a través de extraordinarias películas como El globo blanco (1995), de Jafar Panahi, Buda explotó por vergüenza (2007), de Hana Makhmalbaf y Una chica vuelve a casa de noche (2014), de Ana Lily Amirpour, entre otras, en la que a través de distintas formas y planteamientos se ha indagado en la cruel realidad que viven unas mujeres por el hecho de nacer así. Ahora nos llega el documental El último canto nómada, en el original “Marsiehei Baraye Eil”, y en inglés Requiem for a Tribe, el primer largometraje de la iraní Marjan Kroshavi, en la que sigue alzando la voz contra las injusticias que sufren las mujeres de su país como hizo en The Snow Calls (2020), un mediometraje de 45 minutos en el que exponía la cruda realidad de Mina, una mujer embarazada que si no da a luz a su primer varón después de dos hijas será repudiada por su marido siguiendo las duras imposiciones de su tribu Bakhtiari.  

En El último canto nómada conocemos la realidad de Hajar, una mujer de casi sesenta años perteneciente a la tribu Bahktiari que, durante siglos y siglos han usado la trashumancia como medio de vida moviéndose de unos lugares a otros con el cambio de estaciones, trasladando casa, animales y costumbres. Con la modernización, el cambio climático, la migración de los jóvenes y demás agentes externos han provocado que el nomadismo sea un vestigio del pasado que ya casi no se practica. Por ese motivo, Hajar se ve sometida por sus hijos varones a dejar el pueblo donde vive con sus ovejas y vacas y vivir en la ciudad con ellos. La mujer se niega y hace lo imposible para que los planes de sus hijos no se cumplan. La película coescrita por la propia directora y su hermano Milad, que también actúa como coproductor, se divide en dos partes. En la primera, asistimos a un retrato del antes con la inclusión de imágenes del documental People of the Wind (1976), de Anthony Howarth, que filmó la trashumancia de la citada tribu en la que aparece Hajar con 8 años, y del propio testimonio de la protagonista que documenta el pasado de su vida y costumbres. En la segunda mitad, el presente se impone con el frente abierto entre Hajar y sus hijos, en que la mujer está sola y muy sometida a una voluntad que no acepta y quiere revertir.  

Con sus breves y concisos 70 minutos de metraje de duración, la cámara penetra sin estridencias en la intimidad de Hajar, capturando todos esos sentimientos y emociones encontradas con un pasado que casi ya no existe y un presente hostil en una cinta que habla de nómadas, de memoria, de familia, de libertad y la falta de ella y sobre todo, nos compone de forma reposada y muy tranquila las realidades de tantas mujeres iraníes en el que sus familias deciden por ellas. El último canto nómada tiene denuncia pero no es una película de denuncia, sino de humanismo, porque no cae en el discurso fácil ni condescendiente, porque la directora y sus hermanos, al que incluimos Mehdi, que se ha hecho cargo de la excelente música, pertenecen a la tribu Bakhtari, y conocen de primer mano todos los entresijos de esa forma de vida y el totalitarismo que ejercen los hombres con total impunidad como reflejan Howarth y la propia Marjan Khosravi. La imagen rural tan característica de muchos cineastas iraníes como el gran Kiarostami, con esos inolvidables caminos serpientes de ¿Dónde está la casa de mi amigo? (1987), el reciente cine del citado Panahi y demás, ayudan a entender como la modernización del país desplaza antiguas tradiciones como el nomadismo que han practicado los Bakhtari y tantos otros donde los caminos se hacían mientras se iban trasladando.

Mencionar la presencia como coproductora de Stephanie Von Lukowicz, especializada en coproducciones internacionales sita en Barcelona que, es se convierte en la mejor aliada para la película, autora entre otras de Álbum de posguerra (2019), de Airy Maragall y Ángel Leiro, sobre la relación del fotógrafo de guerra Gervasio Sánchez y los niños que retrató durante el asedio de Sarajevo. Si deciden ir a ver El último canto nómada, de Marjan Khosravi, se van a encontrar con una realidad dura para Hajar, pero que no cae en la desesperación ni mucho menos en la tristeza porque la entereza, el coraje y las ansías de libertad de la mujer son todo un gran ejemplo para todos, porque a pesar de los pesares ella se siente de la tierra, de esa tierra, de esas tradiciones y costumbres, cuando la tierra no tenía dueño, cuando todo parecía ir haciéndose cada día, a cada paso, a cada aliento, de aquí para allá. Un conflicto que también reflejó la cineasta Byambasuren Davaa en sus películas La historia del camello que llora (2003), El perro mongol (2005), y Queso de cabra y té con sal (2020), donde los campesinos mongoles se ven expulsados de sus tierras por las ansías de codicia de los invasores capitalistas. La película de Khosravi deja muchas reflexiones pero quizás la más contundente sería que no sólo hay que conocer al otro, sino hay que escucharlo y aún más, respetarlo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

El cautivo, de Alejandro Amenábar

DE LO QUE LE SUCEDIÓ A CERVANTES CAUTIVO EN ARGEL.  

“La lectura es el único medio a través del cual nos deslizamos, involuntariamente, a menudo sin poder hacer nada, a la piel del otro, a la voz del otro, al alma del otro”. 

Joyce Carol Oates

Después de tres películas como Tesis (1996), Abre los ojos (1997) y Los otros (2001), que encumbraron a Alejandro Amenábar (Santiago de Chile, 1972), como uno de los grandes valores del género del terror psicológico, cosechando buenas críticas y excelentes resultados en taquilla. Un período que viró con Mar adentro (2004), donde dejaba la ficción pura y dura para adentrarse en las ficciones sobre personajes reales. A Ramón Sampedro le siguieron la filósofa y atea Hypatia en Ágora (2009), la excepción de Regresión (2015), que volvía a sus orígenes, y la vuelta a los personajes con Miguel de Unamuno en Mientras dure la guerra (2019), para finalizar, de momento, con Miguel de Cervantes (1547-1616) en El cautivo, sobre los cinco años que estuvo preso en Argel. A partir de una historia junto a Alejandro Hernández, que ya lo acompañó en la citada de Unamuno y en la serie La fortuna (2021), el director madrileño imagina al joven Cervantes que, contaba con 28 años cuando fue apresado, y su período y sobre todo, su relación con su captor Hásan, el Bajá de Argel.  

Amenábar construye una eficaz y entretenida fusión de película de aventuras y carcelaria, donde se profundiza sobre las relaciones personales, de poder y necesidad, así como de liberación sexual, en el que la ficción cuenta con un peso enorme en la trama, convirtiéndola en vehículo capital para sobrevivir tanto física como mentalmente. La trama es reposada y nada estridente, no juega con el espectador mediante giros inverosímiles y demás argucias, sino que cimenta un buen ejercicio de miradas y gestos en su primera mitad para después, en su segundo tramo, acentuar lo físico y los deseos y anhelos de los personajes principales y los satélites que los acompañan. Nos encontramos a un Cervantes todavía muy joven, que lee vorazmente y también escribe, junto a su mentor en prisión el fraile Antonio de Sosa, que es quién nos cuenta la película. A su lado, también tenemos la antítesis, Blanco de Paz, otro fraile del Santo Oficio, que se convertirá en el lado oscuro de la trama. A través de un reducido grupo nos van contando las peripecias de Cervantes que, gracias a su ingenio como contador de historias se ganará muchos privilegios del Bajá, levantado muchas ampollas entre sus compañeros de cautiverio. 

Amenábar, como es costumbre, presenta una película que ha contado con una gran producción para trasladarnos al siglo XVI, y más concretamente al Argel de 1575, donde brillan sus apartados técnicos como la cinematografía de Alex Catalán, que ya estuvo en la mencionaba Mientras dura la guerra, con una luz natural y nada estridente que, caza toda la multiculturalidad que reinaba en el lugar, así como la abundancia de colores y texturas que se respiraba en el ambiente. El diseño de producción que firma Juan Pedro de Gaspar, otro habitual en las últimas producciones de Amenábar, y el director de arte Hedvig Király, al que conocemos por sus trabajos en El hijo de Saúl, de Nemes, y La reina de España, de Trueba, y el vestuario de la italiana Nicoletta Taranta, responsable de Romanzo criminale y A ciambra, brillando cada uno/a en sus respectivos apartados. La música del propio Amenábar consigue ese acercamiento a las singularidades y complejidades que se palpan tanto en prisión como en esos “escapes”. El montaje de Carolina Martínez Urbina, conocida por su trabajo en la mítica serie Crematorio, y el cine de Cobeaga, y su segunda experiencia con el director después de la citada Regresión. Un empleo magnífico de realidad-ficción en la que cada secuencia y encuadre nos atrapa hasta el final en sus rítmicos 133 minutos de metraje. 

Otra característica del cine del madrileño es su gran capacidad para componer personajes complejos para los que elige intérpretes que se enfundan con naturalidad consiguiendo que nos olvidemos de la máscara y nos quedemos con el personaje. Como hizo con Nicole Kidman en Los otros, Javier Bardem en Mar adentro, Rachel Weisz en Ágora y con Karra Elejalde y Eduard Fernández en Mientras dure la guerra. El sorprendente Julio Peña, habituado a vehículos comerciales muy poco atractivos, se destaca dando vida al joven Cervantes, en un personaje que va creciendo a lo largo del metraje, mostrando su capacidad inventiva, inteligencia y coraje para salir airoso de varios entuertos. Frente a él, el actor italiano Alessandro Borghi como el Bajá, con más de 30 títulos a sus espaldas,  como el recordado en Las ocho montañas, siendo el señor que todo lo ve y decide desde las alturas que, mantendrá una relación nada convencional entre lo que podría ser captor y reo. Y luego están los “otros”, empezando por un Miguel Rellán, tan grande, tan cálido y un actor que hace de todo y muy bien, Fernando Tejero está muy bien como un fraile altivo. Están Luis Callejo, Roberto Álamo, José Manuel Poga, Albert Salazar, César Sarachu y Mohamed Said, entre muchos otros. 

Polémicas aparte, que además apenas son 10 minutos de película, El cautivo es una excelente película porque aborda un tema que todavía no se había tocado en el cine, la vida del joven Cervantes, quizás el escritor más célebre de la historia por su libro que no necesita presentación alguna. La película lo aborda como un joven en eterna lucha y huida, devorador de libros, escritor empedernido y contador de historias fabuloso, que se las ingenia para entretener a los demás presos, y además, despierta el deseo del Bajá, que también lo pretende como contador de relatos. Además, la película se enfunda el traje de fabulador de su protagonista, y ejerce una trama que va y viene a través de lo real y lo ficticio, de lo que se sabe y lo que se inventa, porque no hay verdad que este cargada de mentira, y viceversa, porque necesitamos la mentira-ficción para soportar tanta verdad, o quizás, lo que inventamos es la verdad para que no parezca tan dura, o tal vez, la mentira es todo lo que vemos y hemos inventado la verdad para vivir con algunas verdades que sabiendo mentiras, las creemos como verdad. Lo que está claro es que, Cervantes y sus cinco años de cautiverio, que para la resolución de la película es un dato que no molesta, ni mucho menos, es la historia de alguien que quería sobrevivir y, al igual que otros, se inventaron una historia, una identidad o lo que fuese. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA 

Bob Marley: One Love, de Reinaldo Marcus Green

EL MÚSICO HUMANISTA.  

“La música es el arma más poderosa en la lucha por la libertad”.

Bob Marley

La música de Bob Marley (1945-1981), iba muchísimo más allá de su ritmo y contenido musical, porque era un estado en la vida, ya que el músico jamaicano fue un tipo declarado pacifista, humanista y propulsor de la fe rastafari. Sus letras como él mismo mencionaba: “La música solamente es el vehículo, lo importante es el contenido de la letra”, estaban llenas de activismo por la vida, la libertad de pensamiento y crítica, y de agitar las mentes para levantarse y actuar por los derechos humanos, en un país como el suyo lleno de violencia, de disputas políticas y al borde de la Guerra Civil. Con Bob Marley: One Love, promovida por sus hijos, se recuerda su inmensa figura, tanto en términos musicales como humanos, de alguien que siempre luchó por los más desfavorecidos, un universo que conocía con detalle, y usó la música y sus punzantes y profundas letras para alzar la voz contra aquellos que sometían a su gente, promoviendo el colectivo frente al individualismo, generando cooperativas y una forma de hacer y sentir en un país tan azotado por la miseria y el rencor. 

De las cuatro películas que ha dirigido reinaldo Marcus Green (New York, EE.UU., 1981), tres se basan en hechos reales. En Good Joe Bell (2020), seguía la peripecia de un padre que hablaba del acoso después que su hijo lo sufriera. En El método Williams (2021), se detenía en la vida de Richard, el padre que consiguió que sus dos hijas, Venus y Serena, se convirtieran en grandes tenistas con métodos discutibles y poco convencionales. La obra Bob Marley: One Love, promovida por sus hijos, que algunos hacen arreglos musicales, nace a partir de un guion de Terence Winter (que tiene en su haber series de prestigio como Los soprano y Broadwalk Empire, y películas como El lobo de Wall Street, de Scorsese), Frank E. Flowers, Zach Baylin, con el que trabajó en la citada El método Williams, y el propio director, en el que se dejan del biopic al uso, y se centran en un breve período de tiempo, el año y medio que va desde el accidentado concierto por la paz en el Parque de los Héroes Nacionales de Kingston, lleno de tensión (ya que dos días antes, Rita, la mujer de Marley, y otros colaboradores, fueron tiroteados en su casa), hasta otro concierto por la paz de 1978 el One Love Peace Concert que supuso la vuelta del músico a Jamaica, después de su exilio en Londres, donde estalló el fenómeno Bob Marley and The Wailers con la publicación de su impresionante disco “Exodus”. 

La película nos muestra a una persona muy implicada con los suyos, extraordinariamente espiritual y alguien que no se detendrá ante la lucha por la libertad. Encontramos momentos más convencionales como los flashbacks que aportan poco a la trama, y la cinta aumenta de nivel escarbando la inmediatez con la que está contando, en el que asistimos a sus dudas, miedos e inseguridades de alguien que huye de su país, que quiere que su música explique algo y remueve conciencias, son alucinantes los momentos en los que somos testimonios privilegiadas del proceso artístico de un disco como “Exodus”, y la eclosión de su éxito y sus conciertos. También, hay espacio para las distensiones de la pareja que mantiene con la mencionada Rita, y sobre todo, como el éxito y el show business chocan con la mentalidad de Bob, más rodeado de gentes sencillas que de snobs chupopteros. El cineasta se rodea de algunos de sus colaboradores para dar forma, color y profundidad, como el músico Kris Bowers, que no sólo acompaña con inteligencia las maravillosas y críticas canciones de Marley, sino que da esa nota de espiritualidad y pausa que tanto amaba el músico jamaicano, la cinematografía de Robert Elswit, habitual en el cine de Paul Thomas Anderson, que no embellece la película, sino que aporta esos claroscuros que tiene y la sitúan en una historia que tiene mucho más de lo que pueda parecer, El montaje formado por el dúo Nick Hoy y Pamela Martin, debutante con Green. Él, habitual de Greta Gerwig, y ella, en películas como Pequeña Miss Sunshine, dan forma a una película muy agitada, a nivel político y humano, sin extenderse con un metraje de 104 minutos. 

Una película de estas características en la que recrea la vida de un icono como Bob Marley, la elección del actor que encarne a semejante figura, se torna muy complicada, ya que no puede equivocarse con el intérprete que le dé vida, y creo que lo consigue con la presencia de alguien desconocido para la mayoría del público, cosa que ayuda a la credibilidad del personaje y sus acciones. El elegido ha sido Kingsley Ben-Adir, que habíamos visto en películas como Guerra Mundial Z y Barbie, entre otras, porque a los cinco minutos nos olvidamos del real, y estamos por la interpretación, tan sencilla como sentida, llena de sensibilidad, dotando a la figura y a la persona de la inmensa carisma que le caracterizaba. A su lado, una impresionante y valiente Rita Marley, a la que interpreta una magnífica Lashan Lynch, que conocíamos por cintas como No Time No Die con Bond, y La mujer Rey, James Morton que es el productor británico Chris Blackwell, que lo tenemos calado de películas con Agnieszka Holland y la mencionada Gerwig. Y luego, una retahíla de intérpretes británicos que hacen de la “colla” de Bob como Tosin Cole, Anthony Welsh, Umi Meyers, Aston Barret Jr., Naomi Cowan, entre otros. 

Indudablemente, los amantes de la música de Bob Marley tienen una cita imperdible con la película en la que se deleitarán con sus inolvidables canciones ya que suenan un buen número a lo largo de la cinta, como la mencionada, “No Woman no Cry”, “Is This Love”, “I Got the Sheriff”, “War”, “Get Up Stand Up”, “Jamming”, “Could Yo Be Loved”, entre otras, tantas melodías que no pasarán de moda, porque están construidas desde el interior, desde lo más profundo del alma, y tienen ese espíritu de lucha y activismo, y siguen siendo tan necesarias, en estos tiempos que vivimos, donde se nos ha olvidado la lucha y nos dejamos pisotear por este sistema consumista y estúpido. A parte, de grandes ritmos, con una música que te atrapa y tea transporta a otros lugares, un espacio al alcance de los más grandes, en los que se incluía el gran Bob Marley, que legó la música reggae al mundo, porque su música sigue ahí, despertando conciencias, a parte de entretener, que es lo que hace la mayoría ahora. La película también gustará a los que no aprecian su música, aunque esto es más difícil, porque no apreciar la música de un grande como Marley es raro, y lo digo, porque sus letras están llenas de agitación social, y sobre todo, humanismo. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Laura García Andreu

Entrevista a Laura García Andreu, directora de la película «Domingo Domingo», en el Casa Gracia Hotel en Barcelona, el viernes 2 de febrero de 2014.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Laura García Andreu, por su tiempo, sabiduría, generosidad y a Pepe Andreu de Suica Films y el equipo de comunicación del Documental del Mes, por su generosidad, cariño, tiempo y amabilidad. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El valle de la esperanza, de Carlos Chahine

LA MUJER TRISTE. 

“La historia de la mujer tiene que ver más con lo que se calló que con lo que se dijo”.

Irene Muñoz 

Érase el verano de 1958, en un valle remoto de las montañas libanesas, una familia muy cristiana y conservadora ha huido de la vorágine revolucionaria de Beirut para refugiarse en la paz y el remanso del pueblo. Layla es la hermana mayor de tres hermanas, casada y madre de un hijo. Su vida es anodina, demasiado cotidiana y anodina, sin más, vive en una falsa libertad e independencia, atrapada en un matrimonio impuesto que soporta con tristeza y desesperanza. Su existencia gira alrededor de un padre y un marido que deciden su destino y sus quehaceres diarios. Todo esa calma aburrida y violenta se ve amenazada con la llegada de unos veraneantes franceses. Hélène, una madre demasiado protectora, y Charles, un joven doctor que despertará en Layla un deseo oculto y reprimido, y quizás, una forma de evadirse de tan triste realidad, porque ese verano donde el joven país está envuelto en encontrar el equilibrio entre la mayoría musulmana y la minoría cristiana, también, hubo otra revolución,la de las mujeres como Layla, más íntima y personal, que quieren vivir su vida a pesar del tremendo machismo y patriarcado en el que les ha tocado vivir. 

Su director, Carlos Chahine (Líbano, 1958), al que conocíamos por su trabajo como actor bajo las órdenes de su compatriota Ziad Doueiri en películas tan interesantes como El insulto (2017), hace su puesta de largo mirando al pasado de su país, una tierra de la que se exilió en 1975, y volvió hace en 2018 para dirigir una trilogía sobre la familia a partir de tres cortometrajes. La familia, el pasado de su tierra y las mujeres vuelven a ser las raíces en las que se apoya la trama de El valle de la esperanza, escrita en colaboración con Tristan Benoit, donde todo está contado con pausa, con detalle y extrema sensibilidad, sin caer en lo sensiblero ni el dramatismo efectista, aquí todo se desarrolla bajo la mirada de su protagonista Laya, sin monopolizar la historia, dejando espacio a los demás conflictos que giran en torno a ella, y sus dos hermanas, también encerradas en ese palacio de cristal vacío, como le ocurría a Madame Bovary, de Flaubert, que es la novela que una de las hermanas está leyendo. Tiene el mismo aroma que películas como Mustang (2015), de Deniz Gamze Ergüven, y Papicha (2019), de Mounia Meddour, donde vemos a mujeres jóvenes encerradas en familias patriarcales y los ecos de una revolución interna. 

Estamos ante una película que nos desborda con muy poco, dejando que todo se cuente a fuego lento, desde el interior de su principal protagonista, sin prisas y sin exquisiteces que no vengan al caso. Un melodrama sobrio y tranquilo, muy bien filmado y exquisito, como los podían hacer Max Ophüls y Douglas Sir, en que lo íntimo y lo más personal convive y se desenvuelve en una sociedad muy agitada y en proceso de disputa, en que las mujeres reciben por todas partes, porque la revolución nunca va a mejorar su situación vital del país, unos ideales machistas que se preocupan por la libertad del país, y no de las que tienen en casa aprisionadas. La luz brillante y dolorosa de la película, que firma el cinematógrafo Thomas Bataille, ayuda a hacernos partícipes a los espectadores, removiéndonos a partir de los contrastes que se respiran a lo largo del argumento, así como el rítmico y ajustado montaje de Gladys Joujou, de la que hemos visto sus trabajos para Alejandro Magno, de Oliver Stone, Alma mater, de Philippe van Leeuw, entre otros, en un específico trabajo en una película de sólo 83 minutos de metraje, y finalmente, la excelente música de Antonin Tardy, que ayuda a revelarnos aquello que las mujeres sienten y callan por imposición. 

Una película que se sostiene a partir de lo que no se dice, de todo lo que callan las distintas mujeres que pululan por su trama, necesitaba un buen plantel de intérpretes que transmitan todo ese silencio impuesto y doloroso, y lo consigue con composiciones de verdad, de esas que se te agarran al alma, porque lo cuentan todo sin apenas palabras, a través de miradas, gestos, y demás. Tenemos a la magnífica Marilyne Naaman, que consigue conmovernos con lo mínimo todo el abanico de complejidad y silencio en el que vive su desdichada Layla, en una mezcla de belleza marchita por su interior, tan desolado como ansioso de romper esa cárcel donde la han obligado a no respirar. Nos encontramos con la gran Nathalie Baye, poco hay que decir de una de las últimas grandes damas de la cinematografía francesa con más de medio siglo de carrera, aquí haciendo de una madre demasiado encima de su hijo pero con ternura, Antoine Merheb Har es el hijo, un doctor llamado Charles, el hombre que despierta el deseo y la pasión a Layla, el forastero que rompe la cotidianidad enfangada en la que vive. Y luego, una retahíla de buenos intérpretes como Pierre Rochefort, Talal Jurdi, Ahmad Kaabour, Christine Choueiri, Joy Hallak y Rubis Ramadan, entre otros y otras, que consiguen esa profundidad tan importante para una película de estas características. 

Sólo me queda celebrar una cinta como El valle de la esperanza, y a su director Carlos Chahine, y que en futuro no muy lejano, podamos seguir viendo su cine, porque es un cine que nos habla a nosotros, que nos relata esa intimidad de cuando las puertas de las casas se cierran, de todo eso que se nos oculta, que desconocemos, de todas los pequeños dramas y tristezas como las de una mujer como Layla y sus hermanas, y tantas mujeres que han sufrido y sufren el patriarcado de aquellos que luchan por la libertad y olvidan empezar por su entorno más próximo. Deseo que la película encuentre su público, una audiencia que se emocionará con el relato que nos cuenta, y la sensibilidad y ternura que destila en cada plano, en cada encuadre, su forma de acercarse a una historia compleja sin caer en la estridencia ni el dramatismo exagerado, sino todo lo contrario, con detalle, con sutileza y conmoviendo al espectador, que la disfrutará por su narrativa y la sufrirá por su argumento, porque nos habla de tantos silencios vividos a lo largo de la historia de la humanidad, y que alguna vez, algunos se rompen y ya no hay vuelta atrás. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Mounia Meddour

Entrevista a Mounia Meddour, directora de la película «Houria», en los Cines Renoir Floridablanca en Barcelona, el miércoles 28 de junio de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Mounia Meddour, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Martin Samper, por su gran labor como intérprete, y a Lara P. Camiña y Sergio Martínez de BTeam Pictures, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Entrevista a Izaskun Arandia

Entrevista a Izaskun Arandia, directora de la película «My Way Out», en el marco del D’A Film Festival, en el Teatre CCCB en Barcelona, el martes 28 de marzo de 2023.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Izaskun Arandia, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño, a Sonia Uría de Suria Comunicación, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño, a mi querido amigo Óscar Fernández Orengo, por retratarnos de forma tan especial, y al equipo de comunicación del D’A Film Festival. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

My Sunny Maad, de Michaela Pavlátová

LAS MUJERES AFGANAS. 

“No estoy aceptando las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”.

Angela Davis

La novela “Frista”, de la corresponsal de guerra y activista humanitaria Petra Procházková, en la que explica su experiencia personal de su matrimonio con un afgano desde un modo realista, crudo, muy profundo y sensible, a través de aquellos viviendo en el Kabul post talibán. La cineasta Michaela Pavlátová (Praga, Chequia, 1961), encontró en la novela de Procházkova la materia perfecta para hablar de una mujer checa en mitad de una sociedad completamente diferente en la que su amor se verá sometido a la voluntad de una sociedad machista. Un guion escrito por Ivan Arsenyev y Yaël Giovanna Lévy, donde nos explican de un modo muy cercano y transparente la vida de Herra, una joven solitaria universitaria que conoce a Nazir del que se enamora, y con él se van a vivir a Kabul en Afganistán, ese país aún militarizado y recogiendo los escombros de años de dictadura talibán. En ese contexto tan extraño para ella, vivirá con la familia de su amado: un abuelo liberal que defiende los derechos de la mujer, una cuñada maltratada por un marido celoso y estúpido, y la llegada de Maad, un niño discapacitado y abandonado que Herra y Nazir acogen como su hijo. 

La película muestra con claridad y solidez el conflicto social que impregna la atmósfera de la historia, con el trabajo en la embajada estadounidense y el choque entre una vida conservadora y patriarcal con otra más moderna y equitativa. El exterior de Kabul queda reflejado al detalle y sin estridencias de ningún tipo, en el interior del hogar, donde se desarrolla la trama de la película, en la que con intimidad e intensidad sorprendentes, vamos conociendo los diferentes roles de las mujeres frente a los hombres, la invisibilidad en la que viven y el sometimiento continuo. La cinta huye del manido film de buenos y malos, para adentrarse en una investigación profunda y magnífica desde la posición de la mujer, pero sin caer nunca en discursos y proclamas panfletarias, todo está muy bien medido y ajustado a la personalidad de cada mujer, de cómo cada una reacciona ante la injusticia y demás situaciones adversas que se producen en el interior de ese hogar afgano. Seguimos la experiencia de Herra en su eterno conflicto de una europea avanzada y capacitada en un rol completamente diferente siendo la esposa de un hombre, aunque veremos su evolución y su resistencia a no ser solo eso, a ser más, a ser ella y tener un trabajo y ser madre de un modo diferente muy alejado a lo convencional. 

La película se detiene en la mirada y el gesto de las mujeres, en sus diálogos y confidencias y apoyo emocional. En ese sentido, la película nos habla como a susurros, sin alzar la voz, ni recurrir a recursos tramposos y condescendientes, sino optando por acercarse a una realidad que, a veces puede ser muy compleja y llena de oscuridades. Con un estilo visual impecable y lleno de concisión, la película trabaja a partir de una animación realista, en la que consigue mostrar y ser explícito cuando la situación lo requiere, donde la animación se convierte en el mejor vehículo para contar todo aquello que está ahí, pero que no vemos sino escarbamos con decisión. La parte técnica es magnífica, porque nos acerca y a la vez, nos sitúa en esa posición de testimonio asistiendo a esa mezcla de dureza, incertidumbre y humor, a partir de la entrada de Maad, el niño discapacitado que aporta madurez, inteligencia y muchas risas, por su forma de enfrentarse al conflicto y la injusticia. Tenemos a los músicos y hermanos Evgueni y Sacha Galperine, que han compuestos bandas sonoras originales para nombres tan importantes como los de Asghar Farhadi, Andrey Zvyagintsev, François Ozon, Kantemir Balagov, Marjane Satrapi, Audrey Diwan, entre otras, que componen una música muy especial que detalla esas partes duras de la historia, así como esos otros instantes donde la armonía y la familiaridad se tornan más evidentes y cercanas. 

Creo que sería una buena noche de cine la sesión doble que compondrían My Sunny Maad, por un lado, y Las golondrinas de Kabul (2019), de Zabou Breitman y Eléa Gobbé-Mévellec, otra joya incontestable de la animación, en la que nos sumergían en la situación de Zunaira y Mohsen, dos jóvenes enamorados, en medio de ese Kabul dominado por los talibanes, que resisten a pesar de todo y todos. Déjense de las fábulas simplistas y las mentiras que les han contado desde los medios internacionales que abogan por la transparencia y el rigor informativo, cuando solo son escaparates de la política internacional interesado y especulativa, que cuentan una versión muy alejada de la realidad y sobre todo, de la intimidad de la vida real y cotidiana de las afganas y demás, en un país que lleva décadas azotado por la cruenta e inútil guerra que ha destrozado anímicamente y físicamente un país lleno de riquezas y no me refiero a las materiales, sino a las emocionales, a las que valen de verdad. My Sunny Maad, de Michaela Pavlátová es uno de esos estrenos que merecen y mucho el coste de la entrada de un cine, porque debemos aplaudir el gesto y el esfuerzo de las distribuidoras Pirámide Films y BarloventoFilms por estrenarla en nuestro país y difundirla, entre tanto estreno superfluo e intrascendente que sólo ocupa un espacio valioso que impide que valiosísimas películas como esta y otras, no dispongan de su espacio para llegar al público que quiere conocer esas vidas anónimas que están ahí y a nadie parece importarles, y son las que mejor explican la situación de las mujeres y también, a nivel político y económico de un país como Afganistán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Joyland, de Saim Sadiq

SER POR ENCIMA DE TODO. 

“La identidad de una persona no es el nombre que tiene, el lugar donde nació, ni la fecha en que vino al mundo. La identidad de una persona consiste, simplemente, en ser, y el ser no puede ser negado”.

José Saramago

En toda mi experiencia como espectador de cine, que ya abarca más de tres décadas,  solamente recuerdo haber visto dos películas pakistaníes. Una de ellas, El silencio del agua  (2003), de Sabiha Sumar, que mezclaba la experiencia personal de un joven enamorado contra la islamización de la dictadura de 1979. La otra, más reciente, El viaje de Nisha (2017), de Iramb Haq, filmada en Noruega, en la que una joven lucha contra el patriarcado de su familia. Así que, una película como Joyland es muy bienvenida, porque el cine de Pakistán no se prodiga mucho por estos lares. El director Saim Sadiq, nacido en Lahore (Pakistán), ambienta su ópera prima en su ciudad natal, y lo hace después de ocho cortometrajes, entre los que destaca Darling (2019), una pieza de 16 minutos, protagonizada por la actriz trans Alina Khan, que interpreta a una joven que que quiere hacerse un sitio con su espectáculo de danza erótica mientras descubre el amor. 

Buena parte del argumento, estética y protagonista de Darling, vuelven a ser parte importante en Joyland, en un guion escrito por Maggie Briggs y él mismo, en que el director pakistaní nos cuenta el conflicto de Haider, un joven que es un hombre diferente, alguien demasiado sensible y tranquilo para el hombre religioso y familiar del que se espera en su familia. La cosa aún se tensará más cuando Haider encuentra trabajo como bailarín de danza erótica en el espectáculo de Biba, una artista trans de la que se enamora, ocultándoselo a su mujer Mumtaz y a toda su familia. Sadiq teje una película muy emocionante e inteligente donde prevalece la construcción de la identidad en un enfrentamiento entre Haider, que se esconde de los demás y vive con el miedo constante de ser descubierto, y Biba, que es todo lo contrario, porque muestra quién es y se enfrenta a quién sea. Y luego, se centra en el amor entre Haider y Biba, un amor a contracorriente, fuera de la norma, en el que se dejan llevar por la pasión y el deseo. Todo esto lo mezcla con los otros, la familia de Haider, con una esposa que cada vez se siente más sola, un hermano y cuñada demasiado cuadrados, y un padre conservador que prohíbe cualquier atisbo de libertad en su casa. 

Una película que es un viaje personal e íntimo de su hilo conductor, el tal Haider, en su proceso de ser y estar, que no es poco por el contexto en el que vive. Una historia con mucha ironía, como la que hace referencia a su título Joyland, ese país de disfrute, de atracciones, de luces de neón y demás, que para ser hay que ocultarse de los demás, toda una triste realidad de un país con contrastes tan significativos. La película no solo es magnífica en lo que cuenta, sino también en cómo lo cuenta, porque brilla en su parte técnica con una cinematografía de Joe Saade, que recientemente estrenó Costa Brava, Líbano, de Mounia Akl, con esa imagen de 4:3 y una estética oscura mezclada con esas luces fluorescentes y neón que tanto acostumbran las películas chinas, el excelso montaje de Jasmin Tenucci y el propio director, en el que consiguen una película que fusiona la fisicidad con los números musicales y la pausa con sus personajes dubitativos, en una cinta que se va a las dos horas de metraje. La música de Abdullah Siddiqui construye de forma admirable y sentida, y acompaña los diferentes estados de ánimo en los que viven los atribulados personajes. 

Joyland tiene todos los ingredientes de forma y fondo bien contados, estudiados y detallados, donde no falta realidad y poética, por eso el elenco no podía desentonar en un relato que se detiene en todos los detalles. Un reparto lleno de sabiduría, donde se impone una naturalidad e intimidad que desborda la pantalla, acercándonos a esa atmósfera dividida entre lo que desean los diferentes personajes y la realidad tan dura y cortante en la que viven. con una Alina Khan, que repite con Sadiq, espectacular, una mujer de bandera que vive su identidad con la más absoluta normalidad y enfrentándose a todos y todas, como deja clara la portentosa secuencia en el metro. Junto a ella Ali Junejo, actor conocido en Pakistán, que da vida a Haider, un hombre atrapado en una sociedad demasiado patriarcal y anticuada, que todavía mantiene valores que atentan contra la libertad y la identidad individual. Tenemos a Rasti Farooq como Mumtaz, la esposa de Haider, una mujer también atrapada, alguien que cada vez está más sola y necesitada en todos los sentidos. Y luego, los otros: el hermano y la cuñada, que interpretan Sameer Sohail y Sarwat Gilani, respectivamente, y el padre que hace Salmaan Peerzada, que viven de forma tradicional e hipócritamente. 

Celebramos que una distribuidora como Surtsey Films, siempre atenta a descubrirnos cinematografías nada convencionales y muy interesantes, haya puesto sus ojos en una película de estas características y haya decidido estrenarla junto a Filmin, porque estamos ante una película sobre la libertad y todo lo que una palabra tan denostada y apropiada conlleva, que no es poco. con Joyland hemos disfrutado y sufrido porque cuenta una historia tan emocional y personal, sino por su forma de contarla, tan real, tan llena de vida, de sentimientos y de amor, y sobre todo, alejándose de ese sentimentalismo y buenismo que tanto daño hacen en el cine y en la vida, porque la vida y la realidad van por otro lado, y en demasiadas ocasiones la sociedad y la ley imperantes van en contra de las necesidades y deseos de las personas que solo quieren que las dejen en paz y vivir su identidad de forma tranquila y natural, solo eso, y enamorarse de quién sea, de cómo sea y sobre todo, sin que nadie los critique y los juzgue por el simple hecho de ser diferente y no entrar en el canon establecido en el que viven y piensan. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Camila saldrá esta noche, de Inés Barrionuevo

LA JOVEN REBELDE.

“Yo vine a este mundo para ser libre y no esclava. Vine para vivir, no para figurar como una mera existencia. Vivo para ser persona y no objeto. Con mis pies aparto toda etiqueta con la cual se pretende controlarme. Me tomo la atribución de cuestionar las verdades asumidas y de hacer profano lo que por siglos se ha tenido pro sagrado”

Alejandra Pizarnik

Las tres películas que había estrenado la cineasta Inés Barrionuevo (Córdoba, Argentina, 1980), profundizan sobre la adolescencia y el entorno familiar. Tanto en Atlántida (2014), como en Julia y el zorro (2018), un pueblo en los ochenta, y una casa aislada de la sierra, ambas situadas en la provincia de Córdoba. En Las motitos, ambientada en un barrio, al igual que Camila saldrá esta noche, en el que la adolescente-protagonista, a la separación de sus padres, se traslada a la ciudad de Buenos Aires, junto a su madre y hermana pequeña. Deja el instituto público y las luchas reivindicativas para sumergirse en un mundo completamente diferente. Vive en la casa de la abuela, que está moribunda en el hospital, y acude a un instituto religioso de uniforme, donde pronto entablará amistad con otros compañeros, y se introducirá en ese universo de pura apariencia, donde siempre hay espacio para ser libres y rebeldes.

La directora argentina coloca a su maravillosa e inolvidable protagonista en el centro de todo, porque veremos ese entorno hostil y ajeno siempre desde su mirada. Una mirada inquieta, rebelde y libre, una joven que lucha por un aborto libre y público, por su libertad sexual, contra el acoso machista y escolar, y demás, como comprobaremos a lo largo del metraje, y sobre todo, por ser libre y romper tantas ataduras que impiden ser y sentirse libre. La película coescrita por Andrés Aloi y la propia directora, es de aquí y ahora, tratando temas candentes de la actual sociedad argentina, pero no solo se queda ahí, va mucho más allá, y es donde radica toda su fuerza e inteligencia, porque también puede verse como una reflexión profunda y nada condescendiente del paso de la adolescencia a la edad adulta, situándonos en un año escolar, o casi, donde Camila y sus compañeros están cursando el último año de secundaria, en un tiempo de tránsito, de descubrimientos, de experiencias, de construir una identidad, o simplemente, descubrir y descubrirse, de forma libre y real, alejándose de tantos convencionalismo y etiquetas.

El ejemplar trabajo de cinematografía de Constanza Sandoval, construyendo una película donde hay momentos de agobio y muy asfixiante, con otros donde la joven y sus amigos salen de noche, bailan, beben y se drogan, dando rienda suelta a una libertad de la que carecen en su vida diaria, con esos planos cerrados, donde siempre vemos una parte de un todo, en el que es tan importante todo lo que vemos como lo de fuera, que nos llega en off. El magnífico montaje de Sebastián Schajer, también contribuye a esa atmosfera opresiva que se mueve entre dos mundos antagónicos, en que el exterior es ahogante y el interior es pura libertad y sobre todo, rebeldía, porque la película aboga por una rebeldía de inconformismo que mire los conflictos de frente, rompiendo muros que solo han servido para anular vidas y convertir a las personas en meros consumidores y autómatas. Camila representa todo lo contrario, una juventud que ha venido a cambiar las cosas, a vivir de forma libre y a enterrar tanta injusticia, insolidaridad e impunidad contra las mujeres libres.

Una película que sustenta mucho de su relato en la interpretación de los personajes, en todo aquello que dicen, pero también, callan, tiene un equilibrado y estupendo reparto en el que sobresale una maravillosa y sorprendente Nina Dziembrowski, en su primer papel protagonista, después de debutar con la película Emilia (2020), de César Sodero, se mete en el cuerpo y el alma de una Camila, que suavemente va introduciéndose en esa atmósfera del instituto, de primeras reacia, y luego, de forma total y experimentando con todo y todos, donde se relacionará con Pablo, homosexual y atrevido, interpretado por Federico Sack, y como no, con Clara, una maravillosa Maite Valero, siendo esa aventura, ese misterio, esa joven que esconde algo. Adriana Ferrer es una madre que le cuesta relacionarse con Camila, Carolina Rojas es la hermana pequeña que sigue los pasos firmes de Camila, y finalmente, la presencia de Guillermo Pfening, que ya estaba en Atlántida, y nos encantó en Nadie nos mira, de Julia Solomonoff.

Camila saldrá esta noche sigue el camino de situar la trama en el período complejo y confuso de la adolescencia, sobre todo, en mirar, profundizar y reflexionar sobre un tema convulso y difícil de forma magnífica y diferente a la mayoría de producciones, como han hecho otros cineastas de Argentina como Lucrecia Martel en La niña santa (2004), Lucía Puenzo en XXY (2007), Santiago Mitre, Clarisa Navas Celina murga, Milagros Mumenthaler, Martín Shanly en Juana a los 12 (2014), Kékszakállú (2016), de Gastón Solnicki, y Mateo Bendeski en Los miembros de la familia (2019), entre otras. El significativo título de Camila saldrá esta noche también advierte el espíritu de una película que se aleja de formas y texturas cómodas, para componer un formato muy característico, que enfrenta a muchas incomodidades al espectador y lo lleva hacia otros lugares, espacios de reflexión, de mirar y comprender, o quizás, de cambiar ciertos aspectos firmes de sus ideas que, en realidad, forman parte de los múltiples miedos y  prejuicios impuestos por una sociedad que nos quiere sometidos y anulados, y no como reivindica la película, seres libres, rebeldes y valientes. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA