La idea de un lago, de Milagros Mumenthaler

PAISAJES DE LA AUSENCIA.

Hay directores que por muchas películas que realicen, nunca dejan en la memoria de los espectadores alguna imagen que trascienda la propia película, convirtiéndose en una especie de icono que, en ese preciso instante, se asociará indiscutiblemente con el espíritu de la obra. En La idea de un lago, hay una de esas imágenes reveladoras de las que estamos hablando, en un día de sol espléndido de verano, vemos un Renault 4 verde (mítico vehículo que acompaña la infancia de muchos de nosotros) flotando en el agua del lago mientras Inés, una niña, lo observa con gesto de felicidad. El plano que funde lo fantástico con lo cotidiano en una suerte de tiempo atemporal y emocional, en el que las cosas adquieren otra naturaleza, y la memoria se vuelve nítida y cercana. El segundo largo de Milagros Mumenthaler (Córdoba, Argentina, 1977) después de su interesante debut con Abrir puertas y ventanas (2011) que nos contaba, a través de tres hermanas, sus convivencia con la abuela, la persona que las crió Una carrera que ya había generado expectación entre la cinefília especializada debido a sus cortometrajes, entre los que destaca El patio (2004), en la que dos hermanas esperaban la llamada de su madre que reside en el extranjero.

Mumenthaler nos habla de la memoria, de un tiempo perdido y lejano, y sobre todo, de la ausencia y la pérdida que se origina (elementos característicos que encontramos en su punzante y maravillosa filmografía) sus personajes evocan el pasado desde el presente, los recuerdos se amontonan y se transmutan, en un ejercicio complejo y extraño en el que sus criaturas intentan entenderse a sí mismas, y el tiempo actual que les rodea, a partir de esos espejos rotos ambivalentes de su memoria. La cineasta argentina toma como punto de partida Pozo de aire, de Guadalupe Gaona (libro de fotografías y poemas donde la autora construye una obra autobiográfica a partir de la desaparición de su padre en marzo de 1976 durante la dictadura cívico-militar de Argentina) para edificar un relato centrado en  Inés y sus recuerdos, en distintos tiempos, desde la actualidad donde la joven se encuentra en un estado emocional complicado, en el que está en avazando estado de gestación, y además, se acaba de separar del padre de su hijo, y para colmo de males, mantiene un relación tensa con su madre debido al tema del padre ausente, y está enfrascada en un trabajo memorístico con textos y fotografías sobre la desaparición de su padre y cómo esa ausencia ha definido su vida.

Mumenthaler nos hace viajar en el tiempo, en el que Inés de niña recuerda sus veraneos en Villa La Angustura junto al lago, en una maravillosa y portentosa elipsis (en la que a partir de una fotografía, único testigo de la memoria paterna, en la que vemos a su padre apoyado en el mencionado R4, en un instante, el padre y el automóvil desaparecen de la imagen, como borrados, el plano toma movimiento, en el que entrará una ráfaga de viento, para luego, en el mismo plano, situarnos en el pasado con Inés). Inés construye su memoria a partir de sus recuerdos, los pocos que compartió con su padre, en el que también hay pactos de sangre con su hermano, baños en el lago o juegos infantiles en el bosque nocturno con linternas (otra de las imágenes del filme). Un progenitor que ahora se ha convertido en un espectro incómodo que tensa la relación con su madre, porque no sólo se trata de un desaparecido, sino de alguien que remueve cosas del pasado que quizás es mejor dejarlas estar. Mumenthaler no sólo hace una cinta sobre la memoria histórica de un país sacudido por una dictadura atroz, sino que coloca su atención en la memoria personal e íntima de una generación que no vivió la dictadura, pero que necesita saber y concoer, alguien que siente su pasado como un álbum al que no sólo le faltan fotografías, sino que algunas se encuentran rotas y borrosas, como si ese tiempo no hubiera existido o la memoria quisiera borrarlo porque es incómodo y molesta, un cine que lo relaciona directamente con la mirada de Carlos Saura y su etapa setentera junto a Azcona en películas como La prima Angélica o Cría cuervos. .

La realizadora argentina construye un relato no convencional, en el que la película se convierte en un rompecabezas que sacude las raíces de la memoria, en el que cada pieza conecta con otra en una narrativa construida a través de las emociones y los sentimientos, en el que lo físico deja espacio para confrontarnos con ese paisaje vacío que la memoria intenta construir con los elementos frágiles que tiene a su alrededor y sobre todo, en su interior. Unas imágenes deslumbrantes, sencillas y muy conmovedoras, cocidas desde la honestidad, sin caer en ningún momento en lo maniqueo, sino todo lo contrario, cimentando un relato sobre la ausencia y la memoria personal, en el que asistimos a momentos deslumbrantes, en el que la mise en scene se construye a través del espacio vacío, ese paisaje desolado, al que le falta alguien, una sombra indefinida que ya no está, se esfumó, convirtiéndose en una memoria rota, en pedazos, en que la película lo evoca desde lo íntimo, a través de las edades de Inés, erigiéndose en un ejercicio fascinante y a la vez, doloroso, sobre la identidad y la memoria íntima de cada uno de nosotros, y todo aquello que somos y sobre todo, todo lo que hemos perdido o dejado por el camino.

Entrevista a Ado Arrieta

Entrevista a Ado Arrieta, director de «Bella durmiente». El encuentro tuvo lugar el lunes 27 de marzo de 2017 en el Instituto Francés en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Ado Arrieta,  por su tiempo, generosidad y cariño, y a Diana Santamaría de Capricci Cine y Eva Herrero de Madavenue, por su amabilidad, paciencia y cariño.

Safari, de Ulrich Seidl

CAZADOR BLANCO EN EL ÁFRICA NEGRA.

El universo cinematográfico del cineasta Ulrich Seidl (Viena, 1952) se compone de dos elementos muy característicos, por un lado, tenemos su materia prima, el objeto retratado, sus conciudadanos austriacos que son filmados mientras llevan a cabo sus actividades domésticas e íntimas. Y por otro lado, la naturaleza de esas actividades que vemos en pantalla filmadas desde la más absoluta impunidad y proximidad. Seidl ha construido una filmografía punzante y crítica con el sistema de vida, no sólo de sus paisanos, sino de una Europa deshumanizada, un continente ensimismado en su imagen e identidad, que utiliza y explota a su antojo, cualquier lugar o espacio del mundo que le venga en gana, además de practicar todo tipo de actividades, a cuál más miserable, para soportar una sociedad abocada al materialismo, la individualidad y el éxito.

Su cine arrancó a principios de los noventa con títulos tan significativos como Love animal (1996) donde retrataba a una serie de personas que llevaban hasta la locura su amor por los animales, o Models (1999) que exploraba el mundo artificial y vacío del mundo de la moda y la imagen, con Import/Export (2007) se adentraba en la absurdidad de la Europa comunitaria que dejaba sin oportunidades laborables tanto a los de aquí como les de los países colindantes, con su trilogía Paraíso: Amor, Fe y Esperanza (2012) estudiaba, a través de tres películas, las distintas formas de afrontar la vida y sus consecuencias con una turista cincuentona que encontraba cariños en los brazos de los jóvenes nigerianos a la caza del blanco (trasunto reverso de Safari, donde, tantos unos como otros, andaban a la caza para paliar sus miserias), en la segunda, las consecuencias de una fe llevada hasta el extremo, y por último, una niña obesa intentaba adelgazar en un campamento para tal asunto. En su última película, En el sótano (2014) filmaba las distintas actividades que practicaban los austriacos en sus sótanos, donde daban rienda suelta a sus instintos más primarios.

En Safari, al contrario que sucedía en Love animal, aquí los austriacos viajan a África para matar animales, también los aman, según explican, pero de otra forma, un amor que los lleva a querer matarlos, por todo lo que ello les provoca como una forma de poseerlos. Seidl filma a sus criaturas caminando sigilosamente por la sábana en busca y caza los animales que quieren abatir, mientras escuchamos sus diálogos, entre susurros. También, captura a sus cazadores (en sus característicos “Tableaux Vivants”) rodeados de los animales disecados, mientras hablan sobre las características de sus armas, la excitación que les produce matar a un animal u otro y los motivos de su cacería, justificándola y aceptándola como algo natural en sus vidas y en la sociedad en la que viven, secuencias que Seidl mezcla con planos fijos de los empelados negros que trabajan para el disfrute de los turistas blancos, aunque a estos no los escuchamos, y finalmente, el cineasta austríaco nos muestra el traslado del animal muerto (que suele tratarse de caza mayor como impalas, cebras, ñus… ) y posterior descuartizamientos de los animales por parte de los negros, sin música, sin diálogos, sólo el ruido de los diferentes utensilios que son empleados para realizar la actividad, recuperando, en cierta medida, el espíritu de Le sang des bêtes, de Georges Franju.

Seidl se mantiene en esa distancia de observador, no toma partido, filma a sus personas/personaje de manera sencilla, retratando sus vacaciones y escuchándolos, sin caer en ninguna posición moral, función que deja a gusto del espectador, que sea él quién los juzgue. Seidl construye relatos incisivos, críticos y provocadores, sobre una sociedad que todo lo vale si tienes dinero, que el colonialismo sigue tan vivo como lo fue, pero transformando en otra cosa, explotando al que no tiene porque el que puede no lo permite. El cineasta austriaco investiga las miserias humanas y su tremenda complejidad, y lo hace de forma incisiva, mostrando aquello que nadie quiere ver, aquello que duele, que te provoca un posicionamiento moral, lo que se esconde bajo la alfombra, lo que todos saben que está mal que exista, pero nadie hace nada y mira hacia otro lado, un lado más amable, aunque sea falso.

Aves de paso, de Olivier Ringer

aves_de_paso-cartel-7342EL PARAÍSO DE LOS PÁJAROS.

A Cathy, una niña belga de unos 10 años, su padre le regala un huevo de pato para su cumpleaños. El destino quiere que cuando nazca el animal vea por primera vez a Margaux, una amiga discapacitada de Cathy, y de esta manera la vea como su madre. La tercera película del cineasta Olivier Ringer (Bruselas, Bélgica, 1961) después de dos anteriores trabajos enfocados también en el mundo de la infancia y sus conflictos, nos presenta un relato iniciático en la que dos niñas deberán emprender un camino llenos de aventuras cotidianas y realistas para salvar a su nuevo amigo. Ringer, que vuelve a contar en la producción con su hermano Yves, construye una historia sencilla, delicada e intimista, en la que el conflicto es pequeño, pero de dimensiones dramáticas para sus protagonistas, en la que filma a sus personajes de forma humanista, huyendo de esas historias edulcoradas en las que nos plantean aventuras demasiado fantásticas y muy alejadas de la realidad, cayendo en la condescendencia y los buenos sentimientos, aquí, no hay nada de eso, se trata y se describe a los personajes de manera realista, sin caer en el estereotipo, dotando a todos ellos de posiciones cercanas a nosotros.

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Unos padres que debido a sus ajetreadas vidas, no encuentran el espacio que permita a sus hijos crecer en armonía, y siendo capaces de escuchar las necesidades de sus primogénitos, intentando zanjar los problemas de forma brusca y rápida, para así seguir con sus ocupadas vidas. Las niñas, en su pequeño mundo, harán todo lo posible e imposible, para ayudar al pequeño e indefenso animal, cuidándolo y llevándolo hasta donde haga falta, actitud que les lleva a oponerse y rebelarse a la autoridad paterna, para que su nuevo amigo tenga un destino diferente al de la granja productiva. Ringer nos cuenta su fábula de manera tranquila y reposada, sin aspavientos, apartándose de recursos efectistas y demás, su cámara sigue a sus personajes, los describe con la distancia prudencial, dejando al espectador las pertinentes conclusiones, nos habla en primera persona, sin juzgar nunca ni su historia ni lo que en ella sucede, hablándonos de temas próximos como la libertad individual, la sobreprotección de los padres, el valor de la amistad, los problemas de la discapacidad, y esas ansías de crecer y enfrentarse a tus propias problemas. Temas que son tratados de manera pedagógica, dentro de un campo humanista, en la que no hay buenos ni malos, sino circunstancias de nuestro propio destino, y la aventura más grande que podamos realizar y no es otra cosa que la de nuestra propia vida.

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Ringer ha realizado una bellísima y sensible película, que se aleja de los lugares comunes de este tipo de cintas, filmando en lugares fríos y alejados del mundanal ruido, donde solamente encuentras humedales o carreteras secundarias en las que apenas pasan coches y debes esperar horas a los pocos autobuses que la atraviesan, un mundo de las afueras, un mundo no muy alejado del tratamiento de buena parte de los relatos sobre la infancia de la cinematografía francesa o belga, que la acerca al cine de los hermanos Dardenne, y que también nos recuerda a otros personajes infantiles que desafiaron la autoridad paterna para ser ellos mismos, y con la necesidad de huir para enfrentarse a sus propias vidas y sus propios problemas y de esa manera, descubrir el mundo que les rodea, con sus alegrías y tristezas, como la Dorothy de El mago de Oz, el Bruno Ricci de Ladrón de biciclietas, el Antoine Doinel de Los 400 golpes, John y Pearl Harper de La noche del cazador, los Julián o Bonnet de Adiós, muchachos, o la Ana de El espíritu de la colmena, y tantos otros, todos ellos, niños y niñas que, descubren el mundo de los adultos, un mundo con otras reglas, otros conflictos, un mundo en el que descubrirán su verdadero carácter y sobre todo, a construirse su propia vida con todo lo que eso comporta.


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La muerte de Luis XIV, de Albert Serra

llxiv_castLA AGONÍA DEL REY.

“Este libro es un acto decididamente político, ya que denuncia el espectáculo: quiero decir, la ficción irrisoria a la que se encuentra reducida la expresión audiovisual en nuestra sociedad, así como el contagio que ésta padece, convertida, en su esencia, en una sociedad del espectáculo. Por primera vez desde que existe el hombre, poseemos un medio de comunicación universal por su inmediatez, a diferencia de la escritura, que supone una previa condición cultural. ¿Y qué hemos hecho? Una especie de juego circense que corrompe todo el mundo y todos los temas”

Roberto Rossellini

Con estas palabras enormemente significativas y precisas, se abre la autobiografía del cineasta Roberto Rossellini, toda una reivindicación del arte cinematográfico como herramienta fundamental para retratar al hombre y su tiempo, olvidando la superficialidad en la que se ha convertido. Definición muy apropiada al cine de Albert Serra (Banyoles, Girona, 1975) ideado y construido a partir de la desmitificación del mito o leyenda, en un viaje introspectivo en el que penetra en la profundidad del alma de sus personajes, ya desde su primera película, Honor de caballería (2006) retrató lo ordinario e íntimo de El Quijote, retratando una de las figuras esenciales de la  literatura universal. La película de Serra filmada en exteriores nos trasladaba en un viaje sin fin en el que el ilustre hidalgo perdía su gallardía y grandeza para convertirse en un ser corriente, anciano que se movía con dificultad, junto a su fiel escudero Sancho Panza. En El cant dels ocells (2008) seguimos el viaje de los tres reyes magos, unos personajes muy alejados de su magnificencia, aquí se convertían en hombres sencillos, con manías y miedos, que viajaban a pie en busca de su destino.

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En 2011 realiza Els noms de Crist, para una exposición en el Macba, sobre el proceso creativo del cine en un trabajo inspirado en la mística de Fray Luis de León. Al año siguiente, esta vez para el CCCB, dirige El senyor ha fet en mi meravelles, en la que, junto al equipo de Honor de Cavallería, recorría los lugares de El Quijote. En 2013, como encargó del dOcumenta de Kassel realiza Els tres porquets, un retrato de Goethe, Hitler y Fassbinder, tres de las figuras más relevantes de la Historia de Alemania. En el 2013 presenta Història de la meva mort, en la que filma el soñado encuentro entre Casanova y Drácula, dos figuras que representan el Racionalismo que está llegando a su fin, enfrentado al Romanticismo que se abre paso. En el 2015, para el pabellón catalán de la Bienal di Arte di Venezia, realiza Singularity, 12 horas de película en las que describe la transformación del siglo XX a través de la minería y la prostitución.

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Ahora, con La muerte de Luis XIV, nos devuelve al siglo XVIII, donde transcurría buena parte de la historia de Casanova y Drácula, a su verano, y a las dos semanas que transcurrió la lenta agonía del monarca. Esta vez, Serra (como viene siendo en su cine reciente, ha dejado los paisajes naturales para introducirse en espacios cerrados y agobiantes) nos encierra en la habitación del Rey, y alrededor de su cama fúnebre, en una primorosa pieza de cámara, en la que asistiremos a las horas y días que se irán consumiendo lentamente, observando cómo su doctor personal y científicos se mostrarán incapaces para detener la imparable gangrena que afecta a su pierna izquierda. También, le visitarán cortesanos, eclesiásticos, ministros, damas gentiles, su hijo, y sus perros. Serra nos construye una película histórica que nos recuerda al aroma de las producciones francesas, en las que se huye de la espectacularidad y los éxitos del personaje en cuestión, para adentrarse en su carne, en los tejidos naturales que no vemos, en las entrañas de que está compuesto, en esa humanidad decrépita que contamina todo el espacio. Podríamos encontrar en el cine de Rossellini realizado para televisión en el mejor modelo donde Serra encontraría su inspiración, en La toma del poder por parte de Luis XIV (1966) que podría ser el reverso del espejo de ésta, en la que la grandiosidad de aquel momento, se contrapone con el final triste de sus días, o Sócrates (1975) y El Mesías (1975), por citar sólo algunas, en las que Rossellini devuelve a la televisión su esencia, dotando a las historias del rigor necesario, construyendo obras que retratan el humanismo de estos personajes de la historia, idea en la que también profundizaría Pasolini en sus frescos históricos como El evangelio según San Mateo (1964), Edipo Rey (1967) o Medea (1970), o Sokurov en sus obras dedicadas a los dictadores del siglo XX,  a Hitler en Moloch (1999), Lenin en Taurus (2001) y Hirohito en Sol (2005).

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Serra habituado a trabajar con actores no profesionales, ahora lo hace con Jean-Pierre Léaud, figura esencial del cine europeo del último medio siglo. Aquí, se introduce en la piel arrugada y envejecida del Rey, que fue llamado “Rey Sol”, pero en este momento, toda aquella luz que lo iluminaba ha dejado paso a la penumbra y la oscuridad en la que se ha visto reducida su existencia (como le ocurría a Barry Lyndon). Y la presencia del actor Patric D’Assumçao (visto en El desconocido del lago) como Fagon, el inútil doctor. El director de Banyoles, interesado en la humanidad y la decadencia de aquellos que todo lo fueron, en su lenta desaparición, genera ese paisaje humano de luz velada obra del cinematógrafo Jonathan Ricquebourg (que retrató la imagen animal de Clan salvaje), en la que la estancia del rey se apodera del relato en la que la magnífica dirección artística de Sebastian Vogler (cuarto filme con Serra) cuida el detalle y la rugosidad de cada pliegue, cada objeto y forma, en la que predomina ese intenso rojo en contraposición con los ropajes ampulosos y esos pelucones extravagantes que presiden la ceremonia a la que asistimos casi en silencio, porque Serra decora su espacio de miradas, gestos y gritos, los alaridos de dolor del Rey que rompen el silencio de palacio, aunque el maravilloso diálogo pronunciado por Vicenç Altaió (repite con Serra después de su inolvidable Casanova) en un personaje que viene a deslumbrar con sus ideas científicas, y su idea sobre la vida y el amor, aunque tampoco acaban de tener el efecto esperado en la salud del Rey.

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Serra, acompañado de su equipo habitual, deja su catalán de Banyoles, para filmar en francés por primera vez, en una película que recoge el espíritu contestatario e irreverente de su cine, una mirada alejada de cualquier convencionalismo que podamos imaginar, un cine construido desde la sinceridad del autor que conoce su oficio, un trabajo al que da forma profundizando en su diferentes formas de representación, y en todos los medios narrativos y expresivos a su alcance, ya sea en el cine, la televisión, en el museo, o en su capacidad para sumergir al espectador en mundos en desaparición, universos que se resisten a desaparecer (con ese aroma tenebroso de decadencia mortuoria que presidía el cine de Visconti) paisajes humanos donde todo parece inútil y banal, pero que oculta toda la esencia de un cine cimentado en la humanidad de unos personajes que mueren lentamente, casi sin darse cuenta, creyéndose que con su muerte todo cambiará, aunque todo seguirá igual.

Siria: una historia de amor, de Sean McAllister

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El reputado documentalista Sean McAllister (1965, Kingston upon Hull, Reino Unido) construye un cine humanista, un cine que indaga y penetra de forma íntima en la existencia de personas sometidas a conflictos armados, y cómo afectan a sus vidas, yendo más allá de su oficio de cineasta, implicándose de manera muy personal. Su película arranca en Siria, en el año 2009, donde conocemos a Amer, palestino, y sus tres hijos, que viven separados de la madre Raghda, encarcelada por motivos políticos, el padre, recuerda que 20 años atrás, conoció a su esposa en la cárcel cuando los dos estaban condenados por motivos políticos. McAllister penetra en su intimidad, filma sus pensamientos, reflexiones, miedos… Somos testigos de la situación angustiosa en la que viven, la situación política inunda cada rincón de esa casa, invade sus vidas y sobreviven con la esperanza de que las cosas cambien y puedan liberar a su madre.

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McAllister nos invita a seguirles de un modo tranquilo, y muy honesto, la cercanía que transmiten sus imágenes es digna de un gran observador, que además se implica con aquello que está filmando, lo acogen convirtiéndolo en uno más de la familia, le cuentan lo que sienten y además, dialogan y le piden ayuda. Cuando estallan las revoluciones de la llamada “Primavera árabe”, en la que algunos regímenes árabes fueron derrotados, en Siria, debido a la enorme presión en la calle e internacional, Raghda es liberada y se reúne con su familia. McAllister capta todos estos instantes de felicidad en el seno familiar, e inmediatamente después, el director británico es detenido y la familia, por miedo a nuevas represalias, se exilia al Líbano, y más tarde, encontrarán refugio en Francia. Pronto, los conflictos emocionales se desatan y contaminan todo el ambiente, seguimos de modo íntimo la cotidianidad del hogar, la depresión de la madre, la angustia de los hijos que van creciendo en una vida errante e inestable. McAllister captura las emociones de forma sencilla, y deja espacio para que los propios espectadores escuchen a los personajes implicados, y después, podamos extraer nuestras propias reflexiones.

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El cineasta británico ha realizado un viaje emocional en el interior de una familia siria, en el corazón herido que late con pocas fuerzas, en el drama que viven los refugiados, la nostalgia de la tierra amada, el desgaste del amor, las dudas, contradicciones e inseguridades que nos dominan cuando pasamos por situaciones de peligro, desamparo y desilusionados con el futuro de una guerra que parece no tener fin. Es un relato sobre la ausencia, sobre lo que fuimos, que hacíamos, cómo nos sentíamos, y como la represión y el horror del estado ha borrado todo eso, y nos deja huérfanos de lo que éramos, y ahora tenemos que volver a empezar, construirnos de nuevo, en otro lugar, en otro país, algo muy ajeno a nosotros, y el desgaste emocional que sufrimos debido a todos esos cambios, a esa huida constante de uno mismo, y de todos los demás. Una familia rota, que la mayoría del tiempo está triste, grita en silencio las muertes y la destrucción de su país, el lugar que aman, vivían y el dictador le arrebato todo eso. McAllister filma a esta familia durante cinco años, un grupo humano que pasa por todos los estados emocionales inimaginables, cayéndose y levantándose constantemente, intentando sobrevivir en una situación irrespirable, buscando lo que todos necesitamos y queremos, un poco de paz y alguien que nos cuide, nos ayude y sobre todo, nos quiera.

La venganza de una mujer, de Rita Azevedo Gomes

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“La civilización extrema arrebata al crimen su aterradora poesía, y así, en este tiempo de inefable y delicioso progreso, el crimen ha adquirido una extraña fisonomía”

Un narrador (que recuerda a los que nos guiaban en las obras de Shakespeare) es el encargado de introducirnos en la película, y nos irá abriendo los diferentes capítulos que la componen. Nos presenta a Roberto, un dandy fatuo y hastiado, que recuerda con cierta nostalgia, los tiempos de pomposas fiestas en palacios y amores libertinos con nocturnidad y alevosía. Una noche, mientras regresa de una fiesta, se encuentra a una joven que lo invita a su casa, con el fin de proporcionarle una noche de placer y desenfreno, aunque todo cambia de rumbo, y la mujer le abre su corazón y le cuenta algo que le ocurrió en el pasado y sigue dominando sus emociones más profundas. La cineasta portuguesa Rita Azevedo Gomes (1952, Lisboa), que tuvo a Manoel de Oliveira (1908-2015) entre uno de sus mentores, al que dedicó una película, lleva un cuarto de siglo dirigiendo películas centradas en el universo femenino.

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En la que nos atañe ahora, producida en 2012, desarrolla una adaptación libre de un relato homónimo incluido en Las diabólicas (1874), de Jules Barbey D’Aurevilly. La cineasta lisboeta acomete la película, centrada en una sóla noche, desde el punto de vista de la mujer, una desdichada señora que se casó con uno de los hombres más ricos de España, pero al que no quería, su infortunio se produjo cuando se enamoró del primo de su marido, y todo desembocó en una tragedia, que le confinó a una vida miserable, encerrada en cuatro paredes y vendiéndose a todos los hombres que se interesan por sus favores carnales. No estamos ante una película de época, sino una representación de época, una máscara, artificial, con un propósito y sentidos concretos, con múltiples referencias de poesía, pintura y teatro, enraizados en una trama que se desarrolla en dos tiempos, el presente, y el pasado, que penetra de forma natural contaminando todo lo que está sucediendo. Una mise en scene estilizada, y de calculada y milimétrica elaboración (en la que predominan las tomas largas, suaves movimientos de cámara que encuadran a los personajes, y planos generales)  nos conduce por los diversos decorados, y sobre todo, por la casa de la mujer, donde se desarrolla principalmente la historia, a través de maravillosos juegos de luces y espacios, en los que el tiempo no existe, desaparece, se aleja a nuestros sentidos, en el que nos atrapa, de forma irreversible, un espacio fílmico de abrumadora belleza, en el que se imponen los colores oscuros y apagados con predominio del rojo, ese rojo de sangre, de vida, de amor y muerte.

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Gomes nos relata una historia terrible y de gran crudeza, huyendo de dramatismos y condescendencias, sumergiéndonos de forma sencilla y honesta en el oscuro pasado de una mujer muerta en vida, desgraciada en el amor, y desgarrada de emociones, que ya no vive, sólo respira para arrastrar su no dignidad, vendiendo su cuerpo a decenas de amantes ocasionales, para vengarse de aquel que le hizo daño, aquel que no la entendió, quién la convirtió en lo que es. Una película que recupera el aroma del romanticismo, de las historias de amor fou, relatos oscuros de amores arrebatados, de locura, sin razones, en las que las almas enamoradas se dejan llevar hacía el abismo, hacía la nada. Un film que nos devuelve a la memoria heroínas desdichadas en el destino del amor como la Gertrud de Dreyer o las aproximaciones al mundo romántico de Rohmer con La marquesa de O, Perceval le Gallois o El romance de Astrea y Celadón, obras de fuerte carga emocional y conceptuales que nos invitan a dejarnos llevar por historias de amor de verdad, de las que se sienten y padecen. El exquisito trabajo de luz y composición de Acácio de Almeida (colaborador de Tanner, Ruiz, Oliveira…) que en cierta manera, recuerda al trabajo que hizo Storaro para Goya en Burdeos, y el magnífico montaje de Patrícia Saramago, refuerzan la idea formalista y teatral con la que nos presenta su historia la realizadora portuguesa. El gran trabajo de la actriz Rita Durâo (coladora en la filmografía de la directora) que compone el personaje de forma admirable, dotándolo de matices y miradas, a una protagonista envuelta en amargura y rabia, que la mata por dentro, un espectro sin rumbo que se mueve entre sombras. Y su paternaire, el actor Fernando Rorigues que impone dignidad a un tipo venido a menos y cansado, algo así como un caballero errante. Gomes ha parido una obra de grandísima belleza, que nos hipnotiza, a través de una concepción formal abrumadora, y nos sumerge en el alma oscura y terrible de una mujer desconsolada que se mueve por inercia, sin capacidad para sentir, con el alma rota y vacía, con el fin de invadir de soledad a aquel que la dejó así.


<p><a href=»https://vimeo.com/163432396″>Trailer LA VENGANZA DE UNA MUJER (Rita Azevedo, 2012)</a> from <a href=»https://vimeo.com/numax»>NUMAX</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

El cine de fuera que me emocionó en el 2015

El año cinematográfico del 2015 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias. Cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo y resistente, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión por mi parte)

1.- LEVIATÁN, de Andrei Zvyagintsev.

El director ruso Andrei Zvyagintsev vuelve a los mismos derroteros de su anterior película Elena (2011), si en aquella nos mostraba un retrato sobre la vieja guardia soviética enfrentada a la Rusia de ahora. Ahora, se centra en esa Rusia contemporánea, ese país corrupto, sin ley, dominado por unos señores de maza y azote que siembran el terror allí donde van. Nos habla de Kolia, un mecánico que vive en un pueblo del norte del país, junto a su mujer y el hijo de ésta. El alcalde-cacique del lugar está empeñado en que venda su propiedad de forma legal o ilegal. Zvyagintsev realiza un retrato demoledor de la Rusia actual, donde no existe la democracia ni nada parecido, donde siguen primando valores de otro tiempo basados en el puro terror. El realizador ruso mantiene su estilo narrativo sobrio y realista en el que todo ocurre de forma directa, seca y abrupta, en el que uno de sus fuertes siguen siendo la relación entre los personajes. Cine sin lugar a la esperanza, en el que resultan evidentes sus metáforas que utiliza como reflejo en la descripción de su país, una nación abocada al despilfarro y la apariencia, donde hay monstruos que lo devoran todo.

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2.- RED ARMY, de Gabe Polsky.

http://atomic-temporary-59521296.wpcomstaging.com/2015/02/11/red-army-de-gabe-polsky/

3.- AGUAS TRANQUILAS, de Naomi Kawase.

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4.- PURO VICIO, de Paul Thomas Anderson.

Después de The Master (2011), donde retrataba a aquellos combatientes enloquecidos que volvían de la segunda guerra mundial perdidos y solos, y encontraban refugio en sectas religiosas con trasfondo perverso. Su nueva película es una adaptación de la novela de Thomas Pynchon, donde nos sitúa en la California del 70, a través de un personaje Doc Sportello, un detective privado fumado y perdido en su angustia, que por encargo de su exmujer se involucra en una aventura infernal, sicótica y sucia, donde se tropezará con personajes de toda estofa, hippies trasnochados, flipados de la coca, mujerzuelas interesadas, políticos corruptos y otros, venidos a menos, y toda clase de gentuza y conflictos. Interesante mezcla de comedia y drama, donde la sátira y las situaciones absurdas forman parte de este paisaje enfermo y codicioso. Película visagra, que habla del fin de una época y el comienzo de otra, donde encontramos personajes aferrados a los 60, donde todo lo que soñaban no fue, y ahora en los 70, se daba la bienvenida a un tiempo de especulación, de falsa vida, enfermo de codicia y poder, y tremendamente vacío y miserable. Otro de sus grandes aciertos es la tremenda interpretación de un irresistible Joaquin Phoenix, fantástico en su rol, uno de esos seres que se ha quedado en medio de la nada, en un limbo lleno de soledad y perdición, en el que lo único que le traería paz y armonía sería la vuelta de su mujer.

5.- QUE DIFÍCIL ES SER UN DIOS, de Alexei German.

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6.- NATIONAL GALLERY, de Frederick Wiseman.

El admirado y veterano cineasta norteamericano Frederick Wiseman nos encierra en el National Gallery de Londres, uno de los museos más grandes y prestigiosos del mundo, para retratar sus entrañas y memoria, a través de todos los puntos de vista posibles. El cine de Wiseman, que lleva casi medio siglo retratando todo tipo de instituciones y centros, está construido a través de la mirada inquieta y curiosa de un artesano de la narrativa cinematográfica. Wiseman nos muestra a los visitantes, a los empleados del museo, al equipo directivo, como manejan las complejas finanzas, se detiene en las retiradas de las exposiciones y la construcción de las próximas, el deambular continuo en perpetuo movimiento de un centro cultural. El realizador norteamericano filma la mirada serena, la que emplea el tiempo necesario, apoderándose de un ritmo construido a través de la observación y la quietud. En su cine no hay prisas, sino miradas y gestos, belleza por lo que se mira con atención y relajación. Wiseman deja a los espectadores mirar detenidamente su película, acomodarse y dejarse llevar con paciencia las tres horas de metraje. Un cine libre, directo y mágico que nos adentra en un lugar misterioso y evocador, que nos lleva a emocionarnos desde lo íntimo y la libertad de nuestra propia mirada.

7.- UNA PALOMA SE POSÓ SOBRE UNA RAMA A REFLEXIONAR SOBRE LA EXISTENCIA, de Roy Andersson.

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8.- TAXI TEHERÁN, de Jafar Panahi.

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9.- HEIMAT – LA OTRA TIERRA, de Edgar Reitz.

El cineasta alemán lleva dedicado tres décadas a la realización de Heimat, una serie para televisión que arrancó en 1984 y se ha extendido en el tiempo hasta 2004, en el que retrata a una familia para retratar la historia de Alemania del siglo XX. Esta película, filmada en primoroso y cromático blanco y negro, es una precuela de la serie, donde a través de un ficticio pueblo rural, de mediados del siglo XIX, dibuja a la familia Hunsrück. Dividida en dos partes, la primera, Home from Home y la segunda, Chronicle of a Vision, en la que utilizando una descripción detallada de la relación de los personajes y los elementos que les rodean, retrata de forma admirable y ejemplar las diferentes situaciones políticas, sociales, económicas y culturales a las que tienen que enfrentarse los distintos personajes. El punto de vista se reserva al hijo menor, un joven que tiene el sueño de no continuar con la herrería familiar, y convertirse en escritor y emigrar a Brasil, como han ido haciendo la mayoría de los habitantes del pueblo. Una película monumental (se va a los 225 minutos de metraje) de ritmo cadente, y estructura cuidada, nos ofrece una descripción minuciosa del pasado, presente y futuro, no sólo de Alemania, sino de la Europa actual que sigue a la deriva, deshecha y desigual.

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10.- EL CLUB, de Pablo Larraín.

El cine del chileno Pablo Larraín siempre había tenido un componente histórico, desenterrando la memoria de los perseguidos y desaparecidos de la dictadura de Pinochet. En su nuevo trabajo, emprende un camino diferente (aunque uno de los curas tiene un pasado colaboracionista con los militares durante aquel período). Coge a cuatro sacerdotes, al cuidado de una monja, cuatro almas perversas, que tienen que expiar sus pecados en una casa costera alejados de todo y todos. La aparente armonía se verá truncada con la aparición de un sacerdote joven que volverá a sacar las miserias de los cuatro pecadores para que así cada uno se perdone a sí mismo para ser personado por Dios. La aparición de un joven, que fue violado por uno de los curas también alterará ese orden armonioso de pura apariencia en la que se encuentran los expulsados. Film extraño, en el que el cinismo se apodera de sus inquietas y perversas imágenes, de violencia seca y brutal en todos los sentidos. Larraín filma de modo abrupto, extrayendo las miserias y lo terrorífico del ser humano, su mirada se acerca a Haneke o Seidl, en su falsa esperanza en un mundo donde tienen cabida todo tipo de brutalidades y horrores. Una película excelente que duele por su realismo y su mirada atroz.

11.- LOUBIA HAMRA, de Marimane Mari.

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12.- 45 AÑOS, de Andrew Haigh.

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13.- THE ASSASSIN, de Hou Hsiao-Hsien.

Tras ocho años sin filmar largometrajes, el prestigioso cineasta taiwanés Hou Hsiao-Hsien vuelve con una película de artes marciales, (género por antonomasia de la cinematografía China), aunque su mirada está muy alejada de los trabajos de sus coetáneos Kar Wai o Yimou. Hsiao-Hsien opta por un ritmo de otro calibre, más cadente, donde prima la exploración y observación de la complejidad emocional de los personajes, y donde no hay cabida para el espectáculo de las luchas acompañadas de virguerías técnicas. Su película está situada en la China del siglo IX, donde una joven que ha sido criada por una monja como una justiciera asesina, tiene el encargo de acabar con su primo, un tirano despiadado. La película está más cercana a los ejercicios de Bresson con Lancelot du Lac o los western crepusculares de finales de los 50 y principios de los 60. La carga psicológica se antepone al movimiento y la épica, desde un punto de vista elegante y detallista, el realismo del realizador taiwanés sobrecoge y abruma a través del detalle y lo mínimo. Envuelta en una brillante fotografía que además de imprimir una belleza exultante a toda la película, recoge con enorme manejo del detalle todos los movimientos sinuosos, y miradas que se reparten los distintos personajes. Una película enorme, de tempo ajustado, que va apoderándose de los personajes desde lo más bello y personal.