Al otro lado del río y entre los árboles, de Paula Ortiz

NO ES EL AMOR QUIEN MUERE…

“Ya me las arreglaré para encontrar también la felicidad. Como usted sabe, la felicidad es una fiesta movible». Pero si no amas, no puedes divertirte realmente».

De la novela Al otro lado del río y entre los árboles (1959), de Ernest Hemingway

Después del verano, llega la marabunta de estrenos. Un montón de películas que se estrenan cada semana a borbotones. Por un lado, es una gran noticia que lleguen a salas muchas películas. Pero, por otro, la gran cantidad dificulta tener el tiempo y la calma suficientes para ir descubriendo cine. La película Al otro lado del río y entre los árboles es una de esas cintas que no debería pasar desapercibida para espectadores ávidos de cine, y digo cine, porque aunque pudiera parecerlo, no es tan casual encontrarse con cine en las películas que se agolpan en los cines. La película tiene muchos elementos que la hacen diferente y muy interesante. Primero de todo, está basada en una novela de Ernest Hemingway (1899-1961), uno de los mayores escritores del siglo XX, publicada en 1950, que todavía estaba inédita en el cine, con un estupendo y detallista guion de Peter Flannery, que se ha fogueado en series como La cortesana y New Worlds, entre otras, y dirigida por Paula Ortiz (Zaragoza, 1979), una cineasta que ha demostrado en películas como De tu ventana a la mía (2011), y La novia (2015), basada en las Bodas de sangre, de Lorca, su gran capacidad para la narrativa y la forma, donde se aprecia una mirada sensible y profunda para explorar el deseo y la sensualidad femenina. 

En esta película, una obra de encargo para Ortiz, el protagonista es el coronel Richard Cantwell, un cincuentón cansado, enfermo, envejecido y triste de tanta guerra inútil, hijo desaparecido y amores frustrados, que llega a la Venecia inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial a pasar un fin de semana con la idea de cazar patos. Allí, se encontrará con la condesa Renata Contarini, una bellísima joven de 19 años, prometida para salvar el nombre arruinado de su familia, que lo único que desea es vivir y amar en libertad. La inusual pareja caminará y hablará por las calles casi vacías de una Venecia depresiva, llena de brumas y algo desolada. Macarrones entre velas, bailes en la madrugada, paseos entre la niebla, visitas a conventos entre pinturas, y traslados en lancha por las aguas oscuras de una ciudad que está como aletargada, a la espera de algo o alguien. La película se mueve entre magníficos diálogos sobre la vida, o el final de ella, la muerte, la vejez, la estupidez de la guerra, y la nada, donde el amor parece el único consuelo, o quizás, la única cosa que, sin tener sentido, tiene todo el sentido en esas circunstancias tan especiales. La película está vertebrada por historias de amor imposibles como Casablanca (1942), de Curtiz, Breve encuentro (1945), de Lean, Carta de una desconocida (1948), de Ophüls, y Noches blancas (1957), de Visconti, las dos últimas adaptaciones de Zweig y Dostoievski. Relatos sobre el amor, sobre su imposibilidad, atados a las circunstancias, y sometidos al contexto en el que han nacido. 

A través de una implacable y arrolladora cinematografía en blanco y negro, con el mejor aroma de los títulos anteriormente citados, de un grande como Javier Aguirresarobe, en el que prima el preciosista marco por el que se mueven estas dos almas, estos dos fantasmas sin rumbo ni destino, atrapados en esas noches sin fin, en ese encuentro que no pueden evitar por mucho que deseen, a pesar de todo y todos, y de Venecia, que los acoge, los desarbola y los desnuda tanto emocionalmente como fisícamente. Una Venecia diferente y enigmática, fantasmal y a la deriva, y nunca mejor dicho, que hacía tiempo que no la veíamos tan gótica, quizás desde aquella joya de El placer de los extraños (1990), de Schrader, de una novela de Ian McEwan y guion de Pinter, ahí es nada. Un montaje del dúo Stuart Baird, con más de medio centenar de títulos para directores como Ken Russell, Richard Donner, Fred Zinnemann, Tony Scott y Martin Campbell, entre otros, y Kate Baird, que la encontramos en series como Cristal oscuro y The Witcher, una pareja que ha colaborado en varios de los títulos mencionados. Una exquisita y pausada edición con un gran ritmo y equilibrio en sus 106 minutos de metraje, que ayuda a encuadrar a estas dos almas solitarias y enamoradas, deambulando como sonámbulos en una ciudad desierta y todavía compungida por el miedo de la guerra que todavía sigue muy abierto y cercano. 

La deliciosa y suave música de Mark Tschanz, que ha trabajado Jane Campion y Edward James Olmos, entre otras, consigue ese estado de letargo por el que viaja toda la película, en una especie de sonata a hurtadillas, casi en silencio, a poco volumen, donde estos dos seres y los demás e inquietantes personajes pertenecen a una amalgama de sombras y existencias en suspenso y en un limbo en el que todo parece haber sucedido o quizás, sucederá, quién sabe. Un reparto bien escogido y que consigue credibilidad y mucha naturalidad empezando por un soberbio Liev Schreider como el coronel, un personaje que casa maravillosamente bien con el actor estadounidense, una fascinante y cautivadora Matilde De Angelis como la condesa rebelde, y luego, los satélites como Josh Hutcherson como Jackson, la sombra del coronel, Danny Huston como un capitán-padre del coronel, y finalmente, una bellísima y enérgica Laura Morante. Las más de la veintena de novelas adaptadas al cine, con títulos que han pasado la historia como Adiós a las armas (1932), de Borzage, Por quién doblan las campanas (1943), de Wood, Tener y no tener (1944), de Hawks, Forajidos (1946), de Siodmak, El viejo y el mar (1958), de Sturges, Código del hampa (1964), de Siegel, entre otras, a las que hay que añadir con todo merecimiento por sus valores a Al otro lado del río y entre los árboles porque recupera el aliento de aquel cine romántico y suspense de los años treinta y cuarenta, con amores imposibles, soldados o pistoleros cansados, porque el coronel podría ser uno de los cowboys que también retrató King en El pistolero en 1950, igual que hizo Peckinpah en Grupo Salvaje en 1969. 

Estamos ante una película que recupera el cine romántico más clásico e imperecedero, pero no de forma ñoña y aburrida, sino todo lo contrario, con solidez, belleza y complejidad, a través de unos personajes inolvidables, pero muy rotos por dentro, muy perdidos y muy enamorados, que se mueven de aquí para allá, por una ciudad que huye sin contemplaciones de la imagen de postal, convirtiéndola en otro personaje, una especie de laberinto en que la noche se muestra atrayente e inquietante, en ese cruce de espejos de lo que somos y jamás volveremos a ser, ni nosotros ni el mundo que nos rodea. Una película para degustar sin prisas, recorriendo las calles y los callejones de esa Venecia fantasmal y oscura, acompañando a un viejo y enfermo coronel que habla de temas como la guerra, el amor y la muerte, que jalonan las novelas de Hemingway, junto a una joven condesa que quiere huir lejos de allí y no le importaría hacerlo con este soldado o lo que queda de él. Esos otros intérpretes que dan la réplica y ayudan a la pareja protagonista a ir y venir, y no saber qué. Que no les tire para atrás su largo y precioso título Al otro lado del río y entre los árboles, porque se estarán perdiendo una gran película, de esas que se saborean con entusiasmo y sin expectativas. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

Los papeles de Aspern, de Julien Landais

OBJETO DE SEDUCCIÓN.

 “Uno no defiende a su dios. Su dios es, en sí mismo, una defensa.”

El universo literario de Henry James (1843-1916), a pesar de su enorme complejidad, ha sido adaptado en numerosas películas, quizás las recordadas son mucho menores, como La heredera, de William Wyler, The Innocents, de Jack Clayton, La habitación verde, de François Truffaut, las tres firmadas por James Ivory, Retrato de una dama, de Jane Champion o Washington Square, de Agnieszka Holland. Concretamente, Los papeles de Aspern, ya tuvo una adaptación a principios de los noventa dirigida por Jordi Cadena. Ahora, nos llega una nueva adaptación de la famosa novela corta del autor estadounidense-británico, escrita en Venecia y publicada en 1888, en la que nos trasladamos a la Venecia de finales del XIX, en la mirada y gesto de Morton Vint, un maquiavélico y seductor editor británico, dotado de belleza y sin escrúpulos, que hará lo impensable para obtener un preciado tesoro. Se trata de los codiciados papeles del poeta Jeffrey Aspern, fallecido sesenta años antes, y que se encuentran bajo la custodia de Juliana Bordereau, una anciana que fue amante del poeta en su juventud. Junto a la nonagenaria, la acompaña la señorita Tina, una solterona, aburrida y callada.

Sin más preámbulos, Morton se presenta en el palazzo donde viven las dos mujeres, y haciéndose pasar por floricultor con la idea de llenar de flores y color el jardín. A partir de ese momento, entre el editor y Tina, arrancará un juego perverso de seducción, mentiras, manipulación y deseo. El director debutante Julien Landais (Angers, Francia, 1981), que además de actor, ha dirigido piezas cortas y experiencia en publicidad, firma la adaptación junto al escritor francés Jean Pavans de Ceccatty (que ya había adaptado la novela para las tablas) y la escritora británica Hannah Bhuiya, un guión que tuvo el asesoramiento de James Ivory (que conoce el universo de James, ya que lo ha adaptado en Los europeos, Las bostonianas y La copa dorada), que también actúa como productor ejecutivo. Un relato lleno de intriga y misterio, en que los documentos de Aspern se convierten en el tesoro, en un macguffin que hace mover a las personas y sus secretos ocultos, que irán desvelando a su momento.

Exceptuando algunos pasajes entre la realidad y la fantasía que padece el personaje del editor, la película se muestra fiel al original, al espíritu de Henry James, con esos palazzo elegantes, sofisticados y llenos de habitaciones oscuras y misteriosas, con esos personajes dotados de belleza, de exquisitez en sus formas y gestos, de indudable formalidad y atención, vestidos adecuadamente según la ocasión, poseedores de miradas que traspasan, pero sin ofender ni incomodar, que emiten la información que se espera de ellos, y sobre todo, que nunca muestran sus verdaderas intenciones, agazapados en múltiples personalidades que irán usando según las circunstancias les favorezcan o no. Un mundo especial y exquisito dentro de otros mundos, llenos de personajes surgidos de la nada, personajes inquietantes, con pasados que se irán desvelando, como el protagonista ausente del relato, el poeta Jeffrey Aspern, un cruce entre Percy Bisshe Shelley (que sus cartas a Claire Clairmont, hermanastra de su mujer, sirvieron a Henry James como base literaria para su cuento), y Lord Byron, y todo ese mundo de los románticos, donde el amor, el deseo y el placer, no solo eran un juego de seducción para adivinar los verdaderos sueños o pesadillas que se ocultaban.

El relato se apoya sobre todo en unos diálogos inteligentes y escurridizos, unos encuentros donde es tan importante lo que se dice como lo que no, donde se asumen estrategias y despistes entre los personajes para alcanzar sus objetivos, un juego de gato y ratón a ver quién seduce a quién, y sobre todo, quién logra doblegar al otro. La película cuenta con una cuidadísima ambientación y un espectacular diseño de producción que firma Livia Borgognoni, en la que el palazzo de las Bordereau es espacioso, vacío, sombrío y silencioso, que contrasta con el de la Sra. Prest, amiga de Morton, todo de luz, color y apabullante, al igual ocurre con el vestuario, clásico, pulcro y recatado, como de un tiempo lejano, con las dos mujeres, y extravagante, colorido y modernista, en el caso de Morton y su ambiente. Una luz íntima y llena de claroscuros del francés Philippe Guilbert, y la edición sobria de Hansjörg Weissbrich (colaborador con directores de la talla de Sokurov), el “Tristan e Isolda”, de Wagner y otra melodía de Liszt, junto a la composición de Vincent Carlo, logran introducirnos en esas dos Venecias, la exterior, que juega con las máscaras y la interior, que sin máscara, oculta más secretos.

Un extraordinario reparto en el que brillan la veterana Vanessa Redgrave (que ya hizo de la señorita Tina en el teatro junto a su padre Michael), en el rol de la anciana, postrada en esa silla de ruedas, cabizbaja, como una especie de espectro, que recuerda al compositor Gustav von Aschenbach, otra alma herida y decadente en una Venecia deprimida. Joely Richardson, hija de la Redgrave (productora ejecutiva de la cinta, junto a Rhys Meyers), toma el papel de la señorita Tina, apocada, callada y tímida, que esconde muchas cosas, y finalmente, Jonathan Rhys Meyers, que sin ser una gran actuación, mantiene el pulso de su manipulador editor. Los papeles de Aspern, nos habla del pasado, del paso del tiempo, los amores imposibles y las oportunidades perdidas, elementos que llenan la literatura de James. Un deseo, un amor o un juego de seducción que revelará a los dos personajes principales, o mejor dicho, un perverso, inquietante y oscuro juego en que, tanto uno como otro, nunca olvidarán. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

La favorita, de Yorgos Lanthimos

CON LAS ARMAS AFILADAS.

“Cuando ruedas una película ambientada en otra época, siempre es interesante ver cómo se relaciona con la nuestra. Te das cuenta de cuán pocas cosas han cambiado aparte del vestuario y el hecho de que ahora tenemos electricidad o internet. Hay muchas similitudes aún vigentes en el comportamiento humano, la sociedad y el poder”.

Yorgos Lanthimos

El universo cinematográfico de Yorgos Lanthimos (Atenas, Grecia, 1973) es sumamente peculiar y extraño, sus películas nos sumergen en mundos diferentes y ajenos, a la vez que cercanos, siguiendo a un grupo reducido de seres, preferiblemente una familia, donde sus personajes se muestran misteriosos, ocultos y perversos, donde hacen uso de la maldad para conseguir sus propósitos, unos deseos muy oscuros, frustrados e inquietantes, que sacarán a la luz, guerreando contra todos aquellos que pretendan impedir llevarlos a buen término, donde Lanthimos somete a los espectadores a cuentos morales que radiografían lo más bello y aterrador de la sociedad contemporánea, todos esos instantes donde cada uno se mueve entre las sombras, dejando al descubierto sus más bajos instintos, sean de la naturaleza que sean, transformándose en un salvaje desatado y muy peligroso.

La favorita  es su tercera película rodada en inglés, después de tres primeras cintas filmadas en griego, y su primera película histórica, donde se aleja de lo contemporáneo para llevarnos hasta principios del siglo XVIII durante el reinado de Ana de Inglaterra, en las cuatro paredes de su gran palacio, alejado de todos y todo. Allí, nos presenta a la reina, una mujer oronda, feucha y con terribles ataques de gota, que la mantenía postrada a la cama o moviéndose en silla de ruedas. A su lado, Lady Sarah, amiga de la infancia, convertida en su dama de compañía, asesora política y amante. La armonía de palacio sigue su curso, entre la guerra contra Francia, las distensiones políticas entre lores para conquistar el poder, y las fiestas y demás entresijos de palacio. Todo esa cotidianidad, se verá duramente interrumpida con la llegada de Abigail Masham, prima de Lady Sarah, venida a menos por las malas prácticas de su padre, y ahora, convertida en criada, que es donde empieza en palacio. Con el tiempo, y su sabiduría en el arte de las hierbas, que beneficiarán la gota de la reina, irá escalando posiciones y convertida en alguien cercano a la soberana, desplazando la posición de Lady Sarah, aún más, cuando ésta se ausenta debido a un accidente con su caballo.

Lanthimos es un consumado trabajador en crear atmósferas perversas, frías y terroríficas, provocándonos constantemente, sometiéndonos a ese mundo de intrigas, mentiras y violencia, tanto física como emocional, que se instala alrededor de la reina, ajena a todas las acciones de la trepa Abigail, que con esa carita de buena, hará lo imposible para recuperar su posición social, cueste lo que cueste, y se lleva por delante a quién sea, un personaje que recuerda a Eve Harrington en Eva al desnudo, la mosquita muerta que pretende el puesto de la otra, o el Barry Lyndon, el arribista sin escrúpulos que hará todo lo que esté en su mano para conseguir poder, posición social y dinero, en el siglo XVIII. La película de Kubrick es una clara referencia al universo que construye el director griego, aprovechando al máximo la luz natural como hacía John Alcott en la película del británico, creando esos contrastes y desenfoques en una película que transcurre casi en su totalidad en los interiores del palacio, con la luz de las velas como rasgo significativo durante todo el metraje, utilizando una lente angular para filmar los diferentes espacios, obra del cinematógrafo Robbie Ryan (colaborador de Ken Loach, Stefen Frears, Andrea Arnold, Sally Potter, entre otros) tomando como referente los trabajos de Tilman Büttner en El arca rusa o el de Bruno Delbonnel en Fausto, ambas de Aleksandr Sokurov, donde se evidencia esa imagen ovalada en la que la cámara prioriza los elementos más cercanos, creando una ilusión casi fantasmagórica en todo el espacio, y dotando a los rostros y movimientos de los personajes una extrañeza fantástica y aterradora, sin olvidarnos de los movimientos bruscos de la cámara, de un lado a otro, mediante barridos que imponen un sentido enérgico a todo lo que se nos cuenta.

Lanthimos ha tejido con mimo y sensibilidad una película femenina, donde el trío protagonista, sin quererlo, se sumerge en un ménage à trois intermitente y discontinuo, que va cambiando la amante según el caso, donde Lady Sarah verá que su poder y su mundo se verán seriamente amenazados por la irrupción de Abigail, aquí disfrazada de ese intruso destructor que arriba a poner patas arriba todo, un mundo de mujeres, donde los hombres, soldados, políticos y bellos amantes, parecen sacados del histrionismo más exacerbado, con esos grotescos maquillajes, pelucones ridículos, ropas extravagantes y artes infantiloides. Muy diferentes a la imagen de ellas, más comedidas y sencillas, en todos los sentidos, dejando a Lady Sarah, el rol masculino, con esa ropa de pantalones, levitas y sombreros de soldado, a Abigail, convertida en la hermanastra perversa, con maquillaje y ropa elegante pero sin llamar la atención, y la reina, igual, con la altiveza de su posición, pero una señora amargada y triste, que llegó a sufrir la pérdida de 17 hijos, y eternamente enferma y horonda, que tiene el consuelo de “su dama”.

Un vestuario imponente y lleno de detalles y muy oscuro, obra de la reputada Sandy Powell, de larguísima trayectoria en la que ha trabajado con Haynes, Scorsese o Jordan. Y el detallista y poderoso montaje de Yorgos Pavpropsaridis, responsable en esta tarea en todas las películas de Lanthimos. Qué decir del fantástico trío protagonista encabezado por Rachel Weisz, dando vida a Lady Sarah, llena de pasión, energía e inteligente, Emma Stone, la perversa Abigail, llena de vileza y maldad y con sus armas afiladas, y Olivia Colman, una reina rota, alicaída, con poca ilusión y comilona, con pocos afectos, como una intrusa con ínfimas alegrías. Lanthimos ha vuelto a salirse airoso en otra muestra de su exploración sobre lo más oscuro del alma humana, sin concesiones y saltando al vacío, tejiendo con astucia y “su maldad” correspondiente, como es habitual en su cine, una película de trepas, de intrigas, misterios y violencia, donde se mata a cuchillo, sin miramientos, sin delicadeza, con trampas y maldad infinita, donde todo vale, y todo se ha dispuesto, con los medios más oscuros al alcance, con el fin de conseguir tesoro tan preciado, que no es poco. JOSÉ A. PÉREZ GUEVARA

El reverendo, de Paul Schrader

DIOS Y LA FE.

Todos los personajes que ha escrito Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, EE.UU., 1946) a lo largo de su carrera tienen en la religión su consuelo o tormento, o ambas cosas a la vez, elemento esencial en su cine, ya que el cineasta creció bajo una férrea fe calvinista, donde Dios está por encima de todas las cosas. Ernest Troller es un pastor de la iglesia de la First Reformed (que recoge el título original de la película) y no es asunto baladí, ya que el conflicto del sacerdote tiene mucho que ver con su pérdida de fe y su cuestionamiento como representante de Dios, como le ocurrió a Jesús. Troller es un personaje atormentado, ya que cuando era capellán del ejército, instigó a su hijo a ir a la guerra de Irak, donde fue asesinado. Ahora, se ha refugiado en la iglesia protestante y entre asuntos meramente cotidianos, se prepara para festejar el 250 aniversario de la orden. Pero, todo va a cambiar un día, cuando Mary, una de sus pocas feligresas, le pide ayuda para que hable con su marido, un ecologista radical que acaba de salir de la cárcel. Un chico que sufre por el futuro del planeta y no encuentra la paz interior ni con su futura paternidad. Estos encuentros llevarán al sacerdote a una profunda tensión entre su fe y las razones de su existencia, desenterrando sus traumas pasados y situándolo en una situación de graves conflictos emocionales que le harán encerrarse en sí mismo.

Schrader sitúa su relato en uno de esos pueblos del estado de Nueva York, donde parece que todo es armonía y tranquilidad, pero que en el interior de las casas se cuecen todos los problemas que desde fuera ni se ven ni se percatan. El cineasta de Michigan es un maestro en crear esas atmósferas frías y vacías (donde la luz neblina y siniestra de Alexander Dynan contribuye y de qué manera a crear ese universo tétrico y sin alma que recorre toda la película) y en construir personajes que arrastran pesadas cargas emocionales que los condicionan en su cotidiana y miserable existencia, como le ocurrían a los Travis Bickle, el taxista veterano del Vietnam de Taxi Driver, o el Jake La Motta, el boxeador empeñado en fastidiarse la vida,  Julian Kaye, el prostituto masculino agobiado por su posición social, Wade Whitehouse, el policía mísero que daña todo lo que toca, entre muchos otros, personajes marginados, autodestructivos, faltos de fe, frustrados sexualmente, y sobre todo, inadaptados, que les cuesta construir su espacio y vivir como los demás, porque no encajan y odian una sociedad hipócrita y falsa que les ha tocado vivir.

Los antecedentes de Ernest Troller podríamos encontrarlos en los personajes de Jesucristo que interpretaba Willem Dafoe en La última tentación de Cristo, de Scorsese, donde el elegido se convierte en humano, con sus cuestionamientos sobre la fe, sus dudas y pulsiones lujuriosas, y también, en Juvenal, el protagonista de Touch (1997) que dirigió Schrader, donde encontrábamos a un joven con poderes extraños para sanar al que se le acercaban personajes de toda índole. Dos almas diferentes, dos almas con dudas, dos almas perdidas que no encuentran consuelo en su fe, que se la cuestionan, y sobre todo, son humanos, como le ocurre a Ernest Troller, alguien que ya no encuentra paz en su refugio espiritual, que se cuestiona su fe, a sí mismo, y todo lo que le rodea, en este relato que nos interpela directamente poniendo sobre el foco temas como la religión y su necesidad en el mundo actual, la idea de Dios como ser omnipotente, los caminos complejos de la fe y sus cuestionamientos, los mecanismos de financiación de las iglesias, y la hipocresía que conlleva esos procedimientos, y la conservación y respeto de la naturaleza en un mundo capitalizado hasta la saciedad y falto de valores humanos.

Schrader cuenta con un reparto ajustado y lleno de matices, donde destaca la inmensa y sobriedad interpretación de Ethan Hawke, en uno de sus mejores trabajos de su carrera, con esas miradas ausentes y vacías que a menudo tiene en la película, en un estado de extrañeza y completa ausencia, imbuido cada vez más en sus conflictos y en ese pasado tormentoso que no le deja en paz, en su particular camino redentor que no encuentra consuelo, cuando creía que auto engañándose sí que lo encontraría, a su lado, Amanda Seyfried, con ese bombo a cuestas, paradigmático en una película que nos habla de la falta de humanidad de nosotros mismos y hacia un planeta cada vez más contaminado y con menos vida, y les acompaña, una retahíla de excelentes secundarios como Cedric the Entertainer como pastor jefe que maneja os hilos de una iglesia con financiación compleja, y Victoria Hill, una devota feligresa y activista de la iglesia que siente algo más por Troller. Schrader ha cocido a fuego lento uno de sus ásperos y desgarradores dramas, con esa belleza formal que duele y agobia, describiendo con minuciosidad de cirujano todo esos mundos recónditos y oscuros que se ocultan en cualquier casa pulida y aceptada moral y socialmente aceptada, como esos escondites tapados en la iglesia (por donde los esclavos huían de sus amos en el siglo XIX) que está contado como si fuese un thriller, uno de esos retratos sobre las miserias humanas, sobre sus conflictos interiores y los tejemanejes capitalistas de una sociedad falsa, vacía y enferma.


<p><a href=»https://vimeo.com/287064741″>EL REVERENDO (First Reformed) – TRAILER VOSE</a> from <a href=»https://vimeo.com/user66996990″>Versus Entertainment</a> on <a href=»https://vimeo.com»>Vimeo</a>.</p>

Heartstone, corazones de piedra, de Gudmundur Arnar Gundmundsson

QUEDATE JUNTO A MI.

La primera secuencia de la película es muy descriptiva y esencial en el devenir de la historia que nos ponemos a presenciar a continuación. Unos chavales, entre ellos Thor, uno de los protagonistas, se encuentran a la espera que algún pez pique en sus anzuelos. De repente, los hilos se tensan y empiezan a tirar como si la vida les fuera en ello, y extraen peces de gran tamaño. Uno de ellos, se encuentra con un pez escorpión, de fisionomía rojiza y muy diferente al resto de los peces que capturan, el niño lo lanza al suelo asqueado y junto a los demás, lo pisotean y lo reducen a escombros. La primera película de Gudmundur Arnar Gudmundsson (Reikiavik, Islandia, 1982) después de una fructífera carrera con un puñado de cortometrajes de éxito internacional, se lanza a una película sobre la adolescencia, sobre uno de esos veranos donde hay mucho tiempo por encima y nada que hacer. Thor y Christian son amigos, se ven todos los días, y van y vienen por un pueblo aislado de pescadores alejado del mundanal ruido. Thor vive junto a sus hermanas y su madre, el padre se marchó. En cambio, Christian tiene madre y padre pero no se avienen, el padre bebe y pega a su madre.

Los dos chicos se encuentran en un tiempo de crecimiento, de descubrimiento, de experimentar por primera vez las emociones, los primeros cigarros, beber alcohol, alguna escapada nocturna con chicas, a las que besar o hacer el amor. Es tiempo de verano, pero de verano islandés, donde hay poco que hacer, donde viven en un lugar que puede ser muy hostil, donde los chicos más mayores imponen su dominio, y los adultos se refugian en su soledad, en el alcohol o el trabajo de granja, en el que humanos y bestias conviven en un paisaje agreste, sin grandes cambios, donde el verano hay tiempo para el sol y en invierno ni se ve. Gudmundsson nos cuenta con sensibilidad y delicadeza ese período de cambios, de transición, donde se deja la infancia para ser adulto, donde la inocencia expirará para dejar paso a otro tiempo, un tiempo donde las cosas son diferentes, donde nos atraen y gustan otras cosas, donde conoceremos a otras gentes y sentiremos cosas diferentes. Una época de conocerse a uno mismo, de saber quiénes somos, que sentimos y que queremos.

El realizador islandés nos relata ese tiempo de adolescencia, de incertidumbre, junto a dos personajes, uno, Thor, un poco más joven que Christian, que desea a Beth, que quiere hacer cosas con ella, descubrirse y descubrirla, donde su amistad con Christian, su amigo del alma, se irá transformando en algo diferente a los ojos de Christian, que también empieza a descubrir sus emociones, su homosexualidad, y a sí mismo. Una película sobre la adolescencia, donde se profundiza y reflexiona de manera inteligente y honesta sobre los cambios que se producen, sobre las vivencias y ese tiempo de cambios profundos y extraños que cada persona vive en ese tiempo. Podríamos pensar que su duración de 129 minutos es excesiva, peor todo lo contrario, Gudmundsson no tiene prisa ni añade momentos superfluos o faltos de interés, nada de eso, su película vive en cada fotograma, vivimos junto a los protagonistas sintiendo sus deseos, ilusiones y desengaños, que también los hay, de manera íntima y natural, sin artificios sentimentales de ninguna clase, aquí todo pasa por un motivo y las consecuencias son palpables, a través de unos chavales que viven, sienten y desean que se les reconozca por ser quiénes desean ser, no por lo que se espera de ellos. Rodeados de ese espectacular paisaje, en ocasiones bellísimo por su entorno, y en otras, durísimo por la condición moral de sus habitantes, que juzga y pisotea todo aquello que resulta diferente, que no sigue la lógica establecida y convencional de una moral correcta.

La naturalista luz de la cinematógrafa Sturla Brandth Groulen, que consigue una fotografía que traspasa las emociones, y consiguiendo a través de los encuadres, manifestar la cercanía o la frialdad en la distintas relaciones de los personajes. Baldur Einarsoon da vida a Thor (que recuerda físicamente y de qué manera al River Phoenix de Cuenta conmigo) Blaer Hinriksson es Christian y Diljá Valsdóttir como Beth, actores jovencísimos que consiguen capturar los conflictos, miedos e inseguridades de unos personajes que también viven el verano y su desaparición como un tiempo que perderán todo aquello que eran para adentrarse en un mundo donde ya nada se estructura de la misma forma y deberán aceptarse y seguir su camino, a pesar de la oposición de los otros. El director islandés construye una película que nació a través de un sueño, en la que recoge el aroma de los retratos adolescentes más recordados del cine como Verano del 42, de Robert Mulligan, cineasta que también supo describir los conflictos de la adolescencia, o Mes petites amoureuses, de Jean Eustache, que exploró de forma bella y trágica ese tiempo de incertidumbre, y finalmente, la citada Cuenta conmigo, de Rob Reiner, donde una aventura para buscar a un muchacho desparecido se convertía en un aprendizaje crucial para curar heridas, y las más recientes, como C.R.A.Z.Y. o Call me by your name, donde la adolescencia se adentraba en una experimentación con la homosexualidad. Thor y Christian no sólo vivirán sus experiencias en la estación estival, sino que crecerán como personas, y quizás con el tiempo, encuentren algunas respuestas de todas las emociones y conflictos que vivieron aquel verano cuando eran adolescentes.

Marea humana, de Ai Weiwei

SOBRE LA DIGNIDAD HUMANA.

“Ni en el cielo ni en medio del mar,

ni entrando en las grietas de las montañas,

no hay ningún lugar en el mundo,

en el que se pueda escapar de las malas acciones.”

Dhammaapada, Escritura budista, siglo III a.C.

Si leemos la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, fechada en 1951, define la condición de refugiado como una persona con un miedo bien fundado de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social concreto o a una opinión política, que está fuera del país de su nacionalidad, y que es incapaz o, debido a tal miedo, está poco dispuesto, a servirse de la protección de ese país. Es bien sabido que la naturaleza humana es migratoria, y desde los orígenes de la humanidad las personas se han ido moviendo según sus necesidades elementales, aunque ha sido a partir del siglo XX, un período salvaje en cuanto a guerras, en la que ha habido dos mundiales, en el que la segunda provocó graves consecuencias humanas con más de 50 millones de muertos y millones de refugiados que huían de la barbarie, tiempo donde más movimientos de personas se han producido en la historia de la humanidad. Ahora, vuelven a haber grandes migraciones humanas comparables a aquellas que se produjeron a mitad del siglo pasado.

Marea humana, dirigida por el artista y activista Ai Weiwei (Pekín, China, 1957) nos habla de esas personas obligadas a convertirse en refugiados de todo el mundo, los que ahora mismo se mueven son una cifra escandalosa y triste que se acerca a unos 66 millones de personas, seres humanos desplazados, seres humanos que un día tuvieron que abandonar sus casas y sus países por culpa de la guerra, el hambre o el cambio climático, y aventurarse a un viaje atroz y lleno de peligros con el fin de encontrar un lugar mejor para vivir, donde haya seguridad, oportunidades laborales y paz, sobre todo, paz. Weiwei es un artista comprometido con el ser humano y sus problemas, ya en su China natal dirigió películas e instalaciones museísticas para criticar el sistema clasista de su país que condena al hambre y a la invisibilidad a muchos de sus paisanos, feroces alegatos contra el sistema corrupto que no es capaz de alimentar y ayudar a una población olvidada dentro de un sistema cada vez más injusto, demente y terrorífico.

Marea humana es el trabajo más ambicioso de Weiwei, con una magnitud de producción brutal, ya que la cinta recorre 23 países en los que sigue a todas estas personas que recorren sin cesar y a pie caminos, carreteras, bosques, pueblos, haciendo frente a las insalubridades de los diferentes terrenos como el barro, la lluvia, el viento, el sol abrasador, el frío y la nieve, recorriendo cansados y hambrientos familias y pueblos enteros que han dejado todo para tener algo. Refugiados en la mayoría de sitios odiados y repudiados, solamente ayudados por cooperantes, que recorren países por tierra y agua, que no los acogen o los encierran en condiciones infrahumanas en campos amontonados y a la espera de que los países occidentales, de la Europa libre y democrática, abra sus fronteras para que estas personas tengan un oportunidad. Weiwei filma las vidas y los rostros de estas personas que vagan como almas en pena, como esas  almas invisibles, que los gobernantes quisieran que desaparecieran, que se olvidasen, que nadie las recordase, pero no es así, es una realidad triste e injusta, una realidad que malvive a las puertas de una Europa hostil que no asume su responsabilidad y prefiere mirar al otro lado.

El artista chino y su equipo, no sólo registra los males de la vieja Europa, también vemos la nefasta realidad de África, la de oriente medio o la de América, con tantos kilómetros de vallas, de alambres de espino, y demás métodos deshumanizados para retener a esta inmensa marea humana que huye del horror y el hambre. Una película necesaria y valiente, con altibajos, pero fundamental para dar voz a los sin vos, a los que no existen, pero siguen caminando sin cesar, arrastrando sus vidas y lo que les queda. Un trabajo sobre la dignidad humana, sobre el mundo actual, sobre los errores y barbaridades que se siguen produciendo en un planeta desigual e injusto, en el que la fraternidad y la justicia parecen papel mojado, pero la película describe y mira a los ojos a todos aquellos que se mueven sin cesar, a pesar de los males, para construir una vida mejor, porque eso es lo que buscan, mejorar sus existencias, como hacemos todos nosotros cada día.

Encuentro con Guillermo del Toro

Encuentro con el cineasta Guillermo del Toro, junto al actor Sergi López y Esteve Riambau, director de la Filmoteca, con motivo del ciclo que le dedica la Filmoteca en colaboración con Sitges. Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Cataluña. El encuentro tuvo lugar el domingo 8 de octubre de 2017 en la Filmoteca de Cataluña en Barcelona.

Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a las personas que han hecho posible este encuentro: a Guillermo del Toro, por su tiempo, sabiduría, generosidad y cariño,  y a Jordi Martínez de Comunicación de la Filmoteca, por su amabilidad, generosidad, tiempo y cariño.

Loving Pablo, de Fernando León de Aranoa

EL HOMBRE AL QUE AMÉ.

La enorme proliferación en los últimos tiempos de novelas, películas y series de toda índole, tanto de ficción como documental, sobre la figura de Pablo Escobar Gaviria, el narcotráfico más famoso del siglo XX, no ayuda en absoluto a acercarse a un nuevo trabajo que vuelve a hablarnos de Pablo Escobar, aunque en este caso, lo haga desde la figura de Virgina Vallejo, famosa periodista colombiana, mediante la adaptación de su novela Amando a Pablo, Odiando a Escobar, donde relata la década que va desde 1981 cuando conoció a Escobar hasta 1993 cuando lo vendió a la DEA (Departamento de Justicia de los EE.UU.). La empresa no resulta nada sencilla, ya que los espectadores tienen una acumulación de información endiablada, aunque sea como ocurre en muchos casos, una información muy diferente a la realidad. Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) es el encargado en llevar a la gran pantalla la novela de Vallejo, y lo hace desde el acercamiento de alguien que se relacionaba con las altas esferas colombianas entre platós de televisión, papel couché, y demás lugares de la élite del país, en un viaje intenso y malvado que la llevará hasta la jungla, a la hacienda de Escobar, los basureros de Medellín, y las partes más oscuras y terroríficas del universo del narcotráfico.

El cineasta madrileño construye sus filmes a través de un conflicto generalmente sencillo y directo, su interés siempre radica en sus personajes, en describirlos desde todos los puntos de vista posibles, desde su complejidad y sin juzgarlos, desde el señor que alquilaba a unos para que hicieran de su familia, o aquellos chavales que se aburrían en verano por no tener un chavo, o los parados que pasaban los días sin anda que hacer, o las prostitutas que deambulan de un lugar a otro sobrellevando los días, o aquella inmigrante que mentía para seguir sobreviviendo, o los cooperantes que andaban de aquí para allá intentando ayudar o lamiéndose sus heridas, todos ellos personajes que iremos descubriendo relacionados con el entrono físico y moral que les ha tocado vivir en suerte, seres que no avanzan en sus existencias, que parecen que continuamente están dando vueltas en círculo, en unas historias que los llevan a conflictos que una vez resueltos los dejará peos parados. Después de A Perfect Day (2015) que se basaba en la novela Dejarse llover, de Paula Farias, León de Aranoa vuelve a inspirarse en otro libro para diseñar su nuevo trabajo, en una película con vocación internacional, filmada en muchos de las localizaciones reales donde transcurrió la acción que se representa, que nos lleva por una década siniestra y brutal donde vemos a un Escobar convertido en un narco a gran escala, que llevaba aviones cargados de heroína y los hacía aterrizar en autopistas de Miami, pero también, siendo elegido congresista, y sus reuniones con el estado colombiano que lo llevaron a declararle la guerra que se llevó por delante a miles de personas.

Vemos a un Escobar desde el prisma de Virginia, su amorosa y terrible love story, la misma que nos va contando en off la historia, acercándonos a una figura controvertida y extremadamente compleja, que era todo un padrazo y esposo, construía casas para los más necesitados, pero por el contrario, era un ser despiadado, rodeado de furcias, que nunca le temblaba el pulso en el momento de asesinar a alguien, y de implantar un infierno de terror en Colombia, y en todo aquel que le osaba ponerse en su contra. León de Aranoa filma con energía y brillantez todos los acontecimientos de la película, que no son pocos, y logra construir un thriller vibrante e intenso, donde no hay respiro, y las balas vuelan sin control, esperando tropezar con alguien que Escobar había decidido que se la merecía, en una cinta con ese aroma desgarrado y cruel del cine de los setenta, donde los miserables iban de un lado a otro, en el que delincuentes, políticos, asesinos, y gentuza de toda estofa se acaban relacionando en un universo sucio y sangriento. Un gran equipo técnico de reconocido prestigio capitaneados por Alex Catalán en la fotografía, Nacho Ruiz Capillas en el montaje y Alain Bainée en el arte, logran construir una película que nos a aquellos tiempos de alegrías y tristezas, de besos y hostias, de risas y llantos, y sobre todo, de un mundo de luces y sombras que la cámara de León de Aranoa filma con brío, dano mucha caña a sus 125 minutos de metraje, describiéndonos con sumo detalle esa atmósfera pegajosa y decadente de las zonas rurales donde entrenaban los chavales que hacían de sicarios para Escobar y los lugares por donde se movía Escobar, como esa estupenda secuencia en mitad de la jungla con el ataque de helicópteros, o aquella en que Virgina Vallejo está cambiando oro, o esos ambientes sofisticados de restaurantes, parlamento y demás, los ambientes se mezclan con naturalidad, pasando de una suciedad a otra, de un ambiente a otro, donde Escobar y su ambiente se relacionaban y mezclaban con execrable cotidianidad.

Un buen reparto donde deberíamos abrir un apartado especial para la increíble transformación, no sólo física de Javier Bardem, que da miedo en su caracterización, sino también en lo emocional, con sus gestos y miradas, y ese acento spanglish, que dotan de una de las mejores composiciones del legendario narcotráfico, sino la mejor, un Bardem que juega en otra liga, que es capaz de enfundarse en cualquier character, con una elegancia y valentía que está al alcance de muy pocos, como lo hiciese en la primera colaboración con León de Aranoa, aquel Santa de Los lunes al sol, o el Ramón de Mar Adentro, personajes que llevan a Bardem a adquirir la verdadera personalidad del personaje en cuestión, convirtiéndolo en otra cosa, dotándolo de todos los matices y detalles que lo convierten en interpretaciones sublimes y profundas. Le acompaña con serenidad y aplomo Penélope Cruz (que no es nada fácil dar la réplica a Bardem) dando vida a Virgina Vallejo, la mujer que amó a la bestia, y también, lo odio, porque nunca a medias tintas, y más con personajes como Escobar.

El tercero en discordia, el agente de la DEA, Sam Shepard al que da vida Peter Sarsgaard en un trabajo serio y eficiente, sin olvidarnos de toda la retahíla de secundarios, entre los que destaca Óscar Jaenada como uno de los narcos de Medellín que trabajo codo con codo con Escobar, y un gran grupo de interpretes colombianos que dan vida a su grupo y demás personajes que intervinieron de manera directa o indirecta en la vida del narco. León de Aranoa ha construido un thriller con estupenda realización, aplomo y fuerza, que nos lleva por aquellos ochenta convulsos, terroríficos y miserables de la Colombia de Escobar, una película que se desmarca de tantas series y películas norteamericanas que también han abordado la figura del narcotráfico más célebre de la historia, pero no desde el prisma espectacular y tópico, centrándose en los acontecimientos más públicos y tremendistas, sino dándole la vuelta a todo eso, desde otra mirada, la más intimista, cercana y humana, desde la mirada de una mujer que lo amó y también, lo odio, y en cierta manera, nunca pudo olvidar.

Foxtrot, de Samuel Maoz

LOS PASOS DEL DESTINO.

“La coincidencia es la manera que tiene Dios de permanecer anónimo”

Albert Einstein

Una mañana, como otra cualquiera, en cualquier vivienda de Israel, un trío de soldados comunica a unos padres el fallecimiento de su hijo durante su servicio militar. La madre, Dafna, cae rendida después de haber sido fuertemente sedada. El padre, Michael, por el contrario, expresa su ira contra todos y todo, intentando explicarse lo ocurrido. El segundo trabajo de Samuel Maoz (Tel Aviv, Israel, 1962) se enmarca en las consecuencias de la guerra y en los mecanismos del dolor ante la pérdida de un ser querido. Su primer filme Lebanon (2009) que se alzó con el máximo galardón en el Festival de Venecia, nos sumía también en la guerra, desde el punto de vista de los soldados, introduciéndonos en el interior de un carro de combate siguiendo las peripecias bélicas de un grupo de soldados durante la guerra del Líbano de 1982. Maoz vuelve a un ambiente cerrado y claustrofóbico, pero ahora es un hogar que aparentemente parecía reinar la concordia, para construirnos una película sobre las relaciones personales entre un padre, y su esposa,  pero sobre todo las relaciones del padre con su hijo, personas que nunca veremos juntos en el mismo lugar, aunque siempre estarán conectados emocionalmente.

El cineasta israelí edifica una trama en tres actos, como si asistiéramos a una tragedia griega, en el que en el primero, cuando el padre recibe la fatal noticia de la muerte de su hijo, arrancan unas horas donde el amor y la culpa se mezclan de manera dolorosa, y en que el padre debe afrontar su propio dolor y comunicárselo a los más allegados, en el segundo segmento, Maoz nos sitúa en la cotidianidad del hijo fallecido, durante su servicio militar, y es cuando el director arremete con dureza y sin miramientos hacia inutilidad de la guerra, en la que unos jóvenes soldados que viven casi hacinados en un barracón que se cae a trozos, deben custodiar una especie de paso fronterizo pro el que apenas pasan vehículos. Aquí pasamos del drama familiar y personal del primer acto, para adentrarnos en la comedia surrealista y absurda, donde los soldados pasan las horas muertas como pueden, realizando estúpidos cálculos o bailando foxtrot (brutal metáfora que estructura la cinta en la que por mucho que nos movamos y hagamos, no podremos condicionar el destino que nos espera, como el baile que finaliza en la misma posición que empieza) y para finalizar, el tercer acto, nos lleva de nuevo a la vivienda de Michael y Dafna, y su hija, en que la situación propuesta inicialmente ha cambiado, y Maoz, muy acertadamente, nos vuelve a cambiar el rumbo, y nos sumerge en un nuevo conflicto, donde los personajes se encuentran ausentes  y la paz y tranquilidad del hogar se ha vuelto del revés, debido a los dolorosos imprevistos a los que han tenido que enfrentarse.

Maoz cimenta una interesante reflexión y análisis sobre un país, Israel, rasgado y condicionado por las innumerables guerras que ha vivido, vive y desgraciadamente, seguirá viviendo, y las consecuencias que conlleva tanto conflicto bélico y tanta muerte inútil, y como esos fallecimientos de jóvenes acaban mutilando una sociedad  que parece abocada a la contienda bélica sin fin, como en una especie de bucle del que no hay escapatoria, un círculo vicioso que muchos no recuerdan como empezó, y otros, no saben vivir de otra manera, ya que no han conocido nunca el país en paz, siempre en guerra. El trío interpretativo de la película destila convicción y emoción a partes iguales, cada uno con su drama personal, y arrastrando su culpa, en el que ayuda y convence de manera natural y realista en sus composiciones y diferentes estados de ánimo, unas emociones que viajan como en una montaña de rusa, para construir esta fábula moral, que continuamente nos interpela a los espectadores, sumergiéndonos en continuas batallas sobre la guerra, sus consecuencias, la familia y las relaciones personales.

Una película que nos habla de varios conflictos, el de una nación, el de una familia, el de un padre y su hijo, y sobre todo, el del ánimo de una sociedad que jamás ha vivido en paz, y donde la cuestión bélica ha estructurado las existencias de toda su población, unas gentes que han tenido que acostumbrarse a la guerra fratricida, porque no han conocido otra forma de vida, y a los muertos enterrados que acarrea tanto bombazo, con buen acierto Maoz nos explica la intimidad de esta familia y los diferentes puntos de vista de cada uno de ellos, a la hora de enfrentarse al dolor y la culpa, quizás el conflicto conmueve pero sin arrebatarnos el alma, aunque el propósito es en conjunto audaz y brillante, con esa frialdad propia de la burocracia representada en el estamento militar, y de algunos personajes, como el de la madre, aunque Maoz, con mucha habilidad y acierto, nos centra su historia en  la destrucción de cómo ese hogar familiar construido con amor, se viene abajo en un abrir y cerrar de ojos, porque como nos viene a decir la película, estamos completamente condicionados a la fatalidad del destino, porque nunca sabremos lo que nos espera, y hagamos una cosa u otra, el porvenir está escrito, y el destino nos espera pacientemente para cobrarse su deuda.

La forma del agua, de Guillermo Del Toro

EL CUENTO DE LA PRINCESA SIN VOZ ENAMORADA.

Si os hablara de ella, de la princesa sin voz, ¿qué os diría? ¿Os hablaría de aquella vez que…? Pasó hace mucho tiempo, durante los últimos días del reinado de un príncipe justo… ¿O tal vez os hablaría del lugar?  Una pequeña ciudad cerca de la costa, pero lejos de todo lo demás… O quizás simplemente os advertiría de la verdad de estos hechos y de la historia de amor y pérdida y del monstruo que trató de destruirlo todo…

Elisa es una joven muda, de apariencia inocente y frágil, que tiene una vida tranquila en su pequeña morada de un edificio antiguo, que tiene de vecino a Giles, un solitario como ella, que malvive con sus dibujos para publicidad, su ex alcoholismo, sus gatos y su pasión a los musicales por televisión. Elisa trabaja en el turno de noche como limpiadora en un inquietante y oscuro edificio del gobierno donde se llevan pruebas militares de alto secreto. Estamos en una pequeña localidad costera en EE.UU., alrededor del año 1962. La rutina diaria cambiará cuando Elisa limpia uno de los laboratorios y conoce a una extraña criatura anfibia de aspecto humanoide. A partir de ese instante, la vida de la joven girará en torno a ese ser de otro mundo, de otro lugar, que las tribus de Sudamérica, donde fue capturado, veneraban como si se tratase de un Dios.

La décima película de Guillermo Del Toro (Guadalajara, México, 1964) reúne todas las características y lugares comunes de su cine, donde lo fantástico y lo cotidiano se mezclan de manera natural, en el que siempre suele haber un personaje, ya sea niño o adulto, que oculto y temeroso del mundo real, construye su propia fantasía, adentrándose en otro mundo, más cercano a sus emociones, a sus sueños y a su interior. En su debut, Cronos (1993) la acción giraba en torno a una cajita que despertaba a una pequeña criatura que se alimentaba de sangre, en El espinazo del diablo (2001) un niño se relacionaba con un fantasma de su misma edad que le desvelaba el secreto que encerraba un orfanato de finales de 1939, en Hellboy (2004) los nazis rescataban de las profundidades un antiguo demonio, en El laberinto del fauno (2006) una niña se adentraba en un mundo fantástico donde debía pasar tres pruebas, o La cumbre escarlata (2015) una joven escritora en crisis se tropezaba con una mansión que emanaba sangre.

Los mundos que surgen de la imaginación de Del Toro se encuentran cerca del nuestro, pero alejados de nuestra realidad, de nuestra cotidianidad, que en la mente de Del Toro se mueven entre formas oscuras y tenebrosas, en el que habitan monstruos de toda índole como vampiros, fantasmas, faunos, etc… Todos tienen algo en común, desprenden bondad, la fiereza de sus cuerpos y rostros no es más que una máscara, en realidad, los monstruos que describe el cineasta mexicano provienen del imaginario de Frankenstein, ese ser incomprendido, solitario y lleno de incertidumbres, que huye de aquellos que no lo quieren por su aspecto, en un mundo hostil, lleno de prejuicios y peligros, donde ese ser de otro mundo, no logra encajar y ser aceptado. Las criaturas inocentes del mundo de Del toro son en cierta medida, parecidas a esos monstruos con los que se encuentran, seres solitarios, soñadores, que no encajan en la sociedad, y  suelen odiar a ese adulto que con apariencia humana hace monstruosidades a su alrededor. Quizás, La forma del agua  es la primera película del cineasta mexicano que no describe sus fantasías infantiles, sino que abre una puerta al adulto que todos tenemos, ya que su historia con su caparazón de cuento de hadas, camina por los territorios de lo romántico, un amor diferente, pero igual de puro y sensible que pudiera ser cualquier otro de índole convencional.

Del Toro construye una película sencilla que navega por diferentes ambientes, por un lado, tenemos la historia de amor entre Elisa y la criatura anfibia (inspirada en una de las películas fetiche de Del Toro desde que la vio de niño, La mujer y el monstruo, de Jack Arnold, uno de los hitos de la serie B de ciencia-ficción) y por el otro, la atmósfera de aquellos turbulentos y violentos años 60, aquellos años de guerra fría, en la que Estados Unidos se movía entre el pánico a una invasión nuclear, la segregación racial, el poder embaucador de la televisión, y el cine como único refugio a tanta locura colectiva. Y en medio de todo ello, tenemos a Elisa, una joven muda que deberá enfrentarse al malvado ogro, encarnado por Strickland, el agente de seguridad con historial sangriento (que recuerda y mucho a Vidal, el capitán fascista que interpretaba Sergi López en El laberinto del fauno), aunque Elisa encontrará a sus aliados para llevar su empresa a buen puerto, desde su vecino, algo así como el padre bondadoso que no conoció, o Zelda, esa compañera negra del trabajo, casi hermana mayor,  que aunque tenga reticencias, le ayudará a conseguir su propósito, y por último, un aliado bastante peculiar y extraño, el Dr. Hoffsteller, un espía soviético infiltrado que le ayudará para que el gobierno no aniquile a la criatura anfibia.

Del Toro ha construido su película más profunda y tierna, donde en un mundo hostil y frenético, dos criaturas en peligro, encuentren su espacio para amarse, aunque para ello deberán vencer algunos obstáculos, ya que la sociedad no está preparada para lo diferente, lo extraño, aquello que no es convencional o no sigue las estrictas normas, que deciden que una criatura no sirve y hay que acabar con ella. Del Toro vuelve a contar con el gran trabajo de fotografía de Dan Laustsen (colaborador habitual de Ole Boredal) después de Mimic y  La letra escarlata, para construir esa luz oscura y apagada, de tonos oscuros y tenebrosos, que en realidad brilla para retratar ese mundo cotidiano de los 60 y a la vez, ese universo fantástico, donde agua y cuerpos se mezclan creando uno solo. Una luz que recuerda a los mundos de Jeunet y Caro en Delicatessen o La ciudad de los niños perdidos, donde el cuento, la realidad y lo fantástico se mezclaban de manera natural y sensible. La sublime y espectacular diseño de arte que construye una atmósfera inquietante y cercana con esos laboratorios, pasillos y pisos lúgubres, redondeando las formas rectas y brutalistas que se estilaban en la arquitectura de la época, con ese aroma a la serie B y la ciencia-ficción de los 50 y 60 con la amenaza nuclear en todas las tramas. Acompañada de una acogedora y delicada score de Alexandre Desplat ayuda a envolvernos en ese universo donde criaturas anfibias y seres humanos cohabitan y escapan de las garras del monstruo con pistola.

La sobrecogedora interpretación de Sally Hawkins, que sin palabras, sólo con miradas, silencios y gestos, construye un personaje complejo y sencillo al unísono, uno de esos personajes que sin hablar dice tanto, bien secundada por Michael Shannon, como el malvado y despiadado ogro que no cejará en su empeño de eliminar a los diferentes, y los Richard Jenkins, Octavia Spencer, Michael Stuhlbarg, y Doug Jones como la criatura anfibia, un experto en estos lares. Del Toro nos vuelve a hablar del mito de La bella y la bestia, y lo hace a través de un mundo real y mágico a la vez, un mundo que habita entre esos mundos, un mundo existente solamente en nuestro subconsciente, en aquello intangible, al que solo se puede ir transportado por la fuerza de nuestros sueños, de aquello que no existe, pero está ahí, y nos seduce con maestría y belleza la experiencia maravillosa de estar enamorado, de dejarse llevar por los sentimientos, como el amor poético y romántico que viven Elisa y la criatura, un amor prohibido, ese amor puro, ese amor que está por encima de razas, ideologías y culturas, un amor que se respira profundamente por todo el cuerpo, un amor de tan real e intenso parece que no sea posible en el mundo tan febril, loco y vacío en el que nos ha tocado vivir.