El cine de fuera que me emocionó en el 2017

El año cinematográfico del 2017 ha bajado el telón. 365 días de cine han dado para mucho, y muy bueno, películas para todos los gustos y deferencias, cine que se abre en este mundo cada más contaminado por la televisión más casposa y artificial, la publicidad esteticista y burda, y las plataformas de internet ilegales que ofrecen cine gratuito. Con todos estos elementos ir al cine a ver cine, se ha convertido en un acto reivindicativo, y más si cuando se hace esa actividad, se elige una película que además de entretener, te abra la mente, te ofrezca nuevas miradas, y sea un cine que alimente el debate y sea una herramienta de conocimiento y reflexión. Como hice el año pasado por estas fechas, aquí os dejo la lista de 13 títulos que he confeccionado de las películas de fuera que me han conmovido y entusiasmado, no están todas, por supuesto, faltaría más, pero las que están, si que son obras que pertenecen a ese cine que habla de todo lo que he explicado. (El orden seguido ha sido el orden de visión por mi parte).

1.- TONI ERDMAN, de Maren Ade

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2.- EL VIAJANTE, de Asghar Farhadi

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3.- LA IDEA DE UN LAGO, de Milagros Mumenthaler

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4.- EL OTRO LADO DE LA ESPERANZA, de Aki Kaurismäki

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5.- SIERANEVADA, de Cristi Puiu

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6.- LA REGIÓN SALVAJE, de Amat Escalante

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7.- UNA MUJER FANTÁSTICA, de Sebastián Lelio

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8.- ¡LUMIÈRE! COMIENZA LA AVENTURA, de Thierry Frémaux

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9.- EN CUERPO Y ALMA, de Ildikó Enyedi

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10.- EN REALIDAD, NUNCA ESTUVISTE AQUÍ, de Lynne Ramsay

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11.- EL SACRIFICIO DE UN CIERVO SAGRADO, de Yorgos Lanthimos

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12.- ALANIS, de Anahí Berneri

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13.- COLUMBUS, de Konogada

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14.- RECUERDOS DESDE FUKUSHIMA, de Doris Dörrie

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Heartstone, corazones de piedra, de Gudmundur Arnar Gundmundsson

QUEDATE JUNTO A MI.

La primera secuencia de la película es muy descriptiva y esencial en el devenir de la historia que nos ponemos a presenciar a continuación. Unos chavales, entre ellos Thor, uno de los protagonistas, se encuentran a la espera que algún pez pique en sus anzuelos. De repente, los hilos se tensan y empiezan a tirar como si la vida les fuera en ello, y extraen peces de gran tamaño. Uno de ellos, se encuentra con un pez escorpión, de fisionomía rojiza y muy diferente al resto de los peces que capturan, el niño lo lanza al suelo asqueado y junto a los demás, lo pisotean y lo reducen a escombros. La primera película de Gudmundur Arnar Gudmundsson (Reikiavik, Islandia, 1982) después de una fructífera carrera con un puñado de cortometrajes de éxito internacional, se lanza a una película sobre la adolescencia, sobre uno de esos veranos donde hay mucho tiempo por encima y nada que hacer. Thor y Christian son amigos, se ven todos los días, y van y vienen por un pueblo aislado de pescadores alejado del mundanal ruido. Thor vive junto a sus hermanas y su madre, el padre se marchó. En cambio, Christian tiene madre y padre pero no se avienen, el padre bebe y pega a su madre.

Los dos chicos se encuentran en un tiempo de crecimiento, de descubrimiento, de experimentar por primera vez las emociones, los primeros cigarros, beber alcohol, alguna escapada nocturna con chicas, a las que besar o hacer el amor. Es tiempo de verano, pero de verano islandés, donde hay poco que hacer, donde viven en un lugar que puede ser muy hostil, donde los chicos más mayores imponen su dominio, y los adultos se refugian en su soledad, en el alcohol o el trabajo de granja, en el que humanos y bestias conviven en un paisaje agreste, sin grandes cambios, donde el verano hay tiempo para el sol y en invierno ni se ve. Gudmundsson nos cuenta con sensibilidad y delicadeza ese período de cambios, de transición, donde se deja la infancia para ser adulto, donde la inocencia expirará para dejar paso a otro tiempo, un tiempo donde las cosas son diferentes, donde nos atraen y gustan otras cosas, donde conoceremos a otras gentes y sentiremos cosas diferentes. Una época de conocerse a uno mismo, de saber quiénes somos, que sentimos y que queremos.

El realizador islandés nos relata ese tiempo de adolescencia, de incertidumbre, junto a dos personajes, uno, Thor, un poco más joven que Christian, que desea a Beth, que quiere hacer cosas con ella, descubrirse y descubrirla, donde su amistad con Christian, su amigo del alma, se irá transformando en algo diferente a los ojos de Christian, que también empieza a descubrir sus emociones, su homosexualidad, y a sí mismo. Una película sobre la adolescencia, donde se profundiza y reflexiona de manera inteligente y honesta sobre los cambios que se producen, sobre las vivencias y ese tiempo de cambios profundos y extraños que cada persona vive en ese tiempo. Podríamos pensar que su duración de 129 minutos es excesiva, peor todo lo contrario, Gudmundsson no tiene prisa ni añade momentos superfluos o faltos de interés, nada de eso, su película vive en cada fotograma, vivimos junto a los protagonistas sintiendo sus deseos, ilusiones y desengaños, que también los hay, de manera íntima y natural, sin artificios sentimentales de ninguna clase, aquí todo pasa por un motivo y las consecuencias son palpables, a través de unos chavales que viven, sienten y desean que se les reconozca por ser quiénes desean ser, no por lo que se espera de ellos. Rodeados de ese espectacular paisaje, en ocasiones bellísimo por su entorno, y en otras, durísimo por la condición moral de sus habitantes, que juzga y pisotea todo aquello que resulta diferente, que no sigue la lógica establecida y convencional de una moral correcta.

La naturalista luz de la cinematógrafa Sturla Brandth Groulen, que consigue una fotografía que traspasa las emociones, y consiguiendo a través de los encuadres, manifestar la cercanía o la frialdad en la distintas relaciones de los personajes. Baldur Einarsoon da vida a Thor (que recuerda físicamente y de qué manera al River Phoenix de Cuenta conmigo) Blaer Hinriksson es Christian y Diljá Valsdóttir como Beth, actores jovencísimos que consiguen capturar los conflictos, miedos e inseguridades de unos personajes que también viven el verano y su desaparición como un tiempo que perderán todo aquello que eran para adentrarse en un mundo donde ya nada se estructura de la misma forma y deberán aceptarse y seguir su camino, a pesar de la oposición de los otros. El director islandés construye una película que nació a través de un sueño, en la que recoge el aroma de los retratos adolescentes más recordados del cine como Verano del 42, de Robert Mulligan, cineasta que también supo describir los conflictos de la adolescencia, o Mes petites amoureuses, de Jean Eustache, que exploró de forma bella y trágica ese tiempo de incertidumbre, y finalmente, la citada Cuenta conmigo, de Rob Reiner, donde una aventura para buscar a un muchacho desparecido se convertía en un aprendizaje crucial para curar heridas, y las más recientes, como C.R.A.Z.Y. o Call me by your name, donde la adolescencia se adentraba en una experimentación con la homosexualidad. Thor y Christian no sólo vivirán sus experiencias en la estación estival, sino que crecerán como personas, y quizás con el tiempo, encuentren algunas respuestas de todas las emociones y conflictos que vivieron aquel verano cuando eran adolescentes.

Recuerdos desde Fukushima, de Doris Dörrie

VIVIR CON FANTASMAS.

“A  menudo  entro  en  pánico  cuando  veo  la  dirección  que  está  tomando  mi vida. ¿Estoy compartiendo mi vida con la persona correcta? ¿Tengo el trabajo adecuado? ¿Tengo buen aspecto? ¿Gano suficiente dinero? ¿Estoy aprovechando mi vida? ¿Soy feliz? ¿Debería de vivir de manera diferente? Y así sucesivamente Un flujo de preguntas asediándome y llenándome de ansiedad. No puedo evitar preocuparme todo el tiempo. ¿Qué pasaría si? ¿Qué pasaría si pierdo todo lo que me importa? ¿Hasta dónde  caería? ¿Cómo podría empezar de nuevo?”

En 1948, Roberto Rossellini filmó su película Alemania, año cero, en las ruinas del Berlín devastado después de la Segunda Guerra Mundial. Cuatro años después, Alain Resnais con guión de Marguerite Duras, se trasladó hasta Hiroshima para filmar Hiroshima mon amour, entre las ruinas y la catástrofe de las consecuencias de la Bomba atómica. En 2016, Doris Dörrie (Hannover, Alemania, 1955) también se trasladó a Fukushima (lugar que sufrió una hecatombe después del maremoto del 11 de marzo del 20111, que provocó un accidente en su central nuclear, provocando la muerte de cientos de miles de personas, y la pérdida de miles de casas, y contaminando de radiación la zona de Minimasoma).

Es la tercera vez en la filmografía de Dörrie que Japón se convierte en el epicentro de sus relatos, primero fue con Sabiduría garantizada (2000) donde dos hermanos alemanes viajan hasta el país milenario para curar sus heridas emocionales, luego, en el 2000 con Cerezos en flor (que evocaba en cierta manera el espíritu de Cuentos de Tokio, de Yasujiro Ozu) en el que un matrimonio anciano alemán quería realizar su último viaje a Japón. Ahora, y acercándose al espíritu de Resnais y Duras, vuelve a remitirnos a una alemana Marie, que viaja a Japón, a través de la asociación Clowns4Help para entretener y llevar algo de alegría a los supervivientes de la catástrofe nuclear que todavía viven en refugios temporales. Aunque Marie se siente sobrepasada por los acontecimientos y acaba viviendo con Satomi, la última geisha del lugar, que aburrida y triste en su refugio, opta por volver a su casa que se encuentra en la zona contaminada.

Dörrie que ha vuelto a reunirse con el equipo que hizo posible Cerezos en flor (el fotógrafo Hanno Lentz, los productores Harry Klüger y Molly von Fürstenberg y el distribuidor Benjamin Herrmann) para encerrarnos en un espacio, a través de dos mujeres heridas, dos mujeres que cargan su culpa y dolor, Satomi lo ha perdido todo, y quiere volver a reconstruir su pasado, en su hogar, mirando de frente a sus recuerdos, y por el otro lado, Marie que hizo daño a su marido y necesita aliviar su carga ayudando y sobre todo, ayudándose, para que esos fantasmas que la hostigan en lo más profundo de la noche, dejen de hacerlo. La cineasta alemana cuenta su poética y bellísima historia a través de un blanco y negro primoroso, y de una gran fuerza, obra del camarógrafo Hanno Lentz, que ayuda a describirnos y sumergirnos ese paisaje devastado y ruinoso, donde todo está igual, donde cada rincón oculto respira memoria y recuerdos, donde vemos muebles y objetos amontonados, rotos, desperdigados, y fotografías borrosas, donde se aprecian pocas imágenes y figuras casi fantasmales.

Un espacio donde el tiempo y la memoria se ha detenido, donde ya no queda nadie para hablar de ello porque ya nadie habita esos lugares desiertos, desolados, sin vida, solo esos espectros que claman ayuda o vagan sin saber porque y menos sin saber adónde. Dörrie construye una película intima, como si nos la fuese contando a susurros, protagonizado por dos mujeres, que parten de sus diferencias para lentamente, irse encontrando, aliviando sus cargas emocionales, y encarando su presente con vitalidad y quizás alguna sonrisa. La cineasta alemana huye de la sensiblería o de los planos o diálogos descriptivos, su cámara se mueve caminando entre sus personajes, sin molestar con su presencia, manteniendo la distancia prudente en la que las cosas suceden de forma tranquila, donde el espectador observa y participa, sin guiar sus emociones, atrapándolo desde lo íntimo, como si la luz el atardecer entrará sin apenas darnos cuenta, como ese viento matutino, como un leve suspiro.

Protagonizado por dos actrices en estado de gracias como la joven alemana Rosalie Thomass, de carrera interesante dentro del cine alemán de autor, y la veterana actriz nipona Kaori Momoi, que ha trabajado con cineastas de la talla de Kurosawa, Ichikawa, Imamura, Yamada o Sokurov, dos intérpretes que componen sus respectivos personajes a través de la delicadeza de las miradas y los detalles, trasnmitiendo con todo aquello que no se dice pero se siente. Un relato emocionante y conmovedor sobre las cargas del pasado, sobre el dolor que no nos deja avanzar, y sobre todo, los mecanismos que tenemos a nuestro alcance, aunque sea con una desconocida que jamás habíamos visto,  para aliviarnos de aquello que nos duele, a través de las pequeñas cosas, como compartir la ceremonia del té o dormir en el suelo, todas esas cosas que tenemos alrededor, que aunque parezca que han dejado de ser útiles, porque están rotas, amontonadas y aparentemente inservibles, pero que con paciencia y tiempo, pueden volver a tener su significado, el valor que tuvieron antes, porque a pesar de la devastación, de las pérdidas personales y familiares, siempre queda algo que continúa en pie, como ese árbol que recuerda el dolor de los que ya no están, pero también, adquiere otro significado, revelando aquello que nos ayuda a seguir con nuestras vidas a pesar de lo ocurrido, porque al fin y al cabo, es lo único que tenemos para perdonarnos y perdonar.

A war (Una guerra), de Tobias Lindholm

LAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA.

La tercera incursión en la dirección del afamado guionista Tobias Lindholm (Naestved, Dinamarca, 1977) colaborador, entre otras, de las últimas tres películas de Thomas Vinterberg (Submarine, La caza y La comuna) y de la serie política Borgen, vuelve a transitar los mismos parámetros de sus anteriores trabajos, tanto como su debut R y A hijacking, se centraban en situaciones complejas en el que su protagonista se veía inmerso en situaciones límite, en espacios cerrados y asfixiantes, en la primera, un nuevo recluso se adaptaba a una prisión, y en la segunda, un cocinero de un barco se veía atrapado en el asalto de unas piratas somalíes. Tramas de pocos escenarios, menos palabras, donde la tensión dramática exploraba los principios morales de sus personajes y todos aquellos que los rodeaban. Ahora, nos sitúa en una provincia de Afganistán, donde el comandante Claus M. Pedersen (grandísima interpretación del actor Pilou Asbaek, que vuelve a trabar con Lindholm, después de R, donde era su protagonista) patrulla junto a sus hombres una zona de conflicto.

Lindholm nos muestra la cotidianidad de estos soldados que cumplen con devolver la “democracia” a estos países, o al menos eso creen ellos, enfrentándose diariamente a peligros desconocidos. El realizador danés coloca su cámara desde los diversos puntos de vista que se mezclan en las situaciones que les ha tocado vivir, pero no queda ahí, va más allá, también, nos muestra la otra cara de la guerra, la de Maria, la mujer de Pedersen, que se ha quedado en Dinamarca cuidando de sus tres hijos pequeños mientras echa de menos a su marido. Y aún habrá otro escenario en la película, la sala de juzgados, espacio que juzgará al comandante por una decisión que tomará durante un fuego cruzado en una aldea en Afganistán, cuando antepone la vida de sus hombres a la de unos civiles afganos. El cineasta danés muestra de forma naturalista y todo lo realista que puede, todos los detalles en liza, situándonos en una posición de observadores, sin caer en ningún moralismo ni tendenciosidad, dejándonos a los espectadores mirar cada detalle y después sacar nuestras propias conclusiones.

La cámara se mezcla de forma inquietante y asombrosa entre los personajes, en una película construida a base de miradas y gestos, de los que quedan grabados en la mente, desatándonos la tensión que se corta entre todos ellos siendo cómplices de lo sucedido y sabiendo que lo que ocurre en la guerra es otra cuestión, un conflicto que no debe juzgarse desde la confortabilidad de un sillón en un despacho. Lindholm pone en cuestión diversos temas: la necesidad o no de llevar soldados a una zona de conflicto por el bien de una “democracia” capitaliza y muy politizada, los principios morales de unos soldados en medio de una zona bélica siendo testigos de la muerte diaria de compañeros, las consecuencia en familiares la ausencia de estos soldados, dejando su vida atrás y su familia, y finalmente, la responsabilidad del estado, tanto de esos soldados, como de las consecuencias que se deriven en esos lugares tan lejanos y tan peligrosos, y cómo este estado juzga las situaciones que tengan lugar.

Cuestiones, de diferente naturaleza y extremadamente muy complejas, que Lindholm trata de manera realista, de frente, donde la cámara sigue los conflictos de manera cotidiana, que a veces da terror, dotando de una seriedad en la planificación y los espacios que filma, mostrando sin juzgar, dejando que el conflicto fluya sin prisas, y contando con todos los puntos de vista diversos, tanto de los soldados que apoyan a su jefe, como de un estado demasiado preocupado en la política y sus consecuencias, en vez de salvaguardar y entender las dificilísimas situaciones de guerra en las que se ven inmersos sus soldados, sin olvidarnos de los traumas psicológicos en los que se ven sometidos unas personas con la muerte tan cercana. Una película que rezuma realidad, que no sólo nos habla de la guerra diaria, y todo aquello que se vive en primera persona, que raras veces vemos en los informativos, sino que también coloca el foco de atención en lo que viene después, en esas heridas tanto físicas como emocionales que ocasiona la guerra como nos mostraban en el clásico Los mejores años de nuestra vida, donde los que volvían eran tratados como héroes al principio, para más tarde convertirse en seres incómodos, en los que la adaptación resultaba muy dolorosa y los convertía en poco menos que apestados.

Romance en Tokio, de Stefan Liberski

100X70_ROMANCE_TOKIO-01AMÉLIE EN EL PAIS DEL SOL NACIENTE.

“Tout ce que l’on aime devient fiction”

(Todo lo que uno ama se vuelve ficción)

Amélie Nothom

Amélie es belga y tiene 20 años. Nació y estuvo hasta los cinco años en Tokio. Ahora vuelve, fascinada por su cultura y con la intención de empaparse de todo lo que le ofrezca ese país. Pone un anuncio para dar clases de francés y conoce a Rinri, un joven de su misma edad, de familia burguesa y amante de la cultura francesa, y además, está deseando convertirse en su alumno. Se caen bien, quedan y les encanta pasar tiempo juntos hasta que se enamoran y comienzan una relación.

El director Stefan Liberski (1951, Bruselas), graduado en filosofía y literatura, y con experiencia de becario de Fellini, acomete su tercera película (basada en la novela Ni de Eva ni de Adán, de la hipnótica y fascinante Amélie Nothomb), en la que se adentra en una fábula moderna, con una estructura de cuento tradicional, en la que una joven apasionada, espontánea y aventurera se enfrenta a un país diferente al que dejó, en el que tendrá que lidiar con el choque cultural, las diferentes costumbres, el peculiar sentido del humor japonés, y sobre todo, tendrá de dirimir diferencias consigo misma, con sus miedos, contradicciones, ilusiones y demás derivas emocionales. Liberski ha fabricado una película sencilla, directa y mágica, pero también oscura y brumosa, como algunos de los ambientes por los que se mueve nuestra heroína. El relato rezuma vitalidad y sensibilidad, recorre las calles de la inmensa urbe de Tokio a modo de documental, capturando cada rincón, cada mirada, la descubrimos a través de los inquietos ojos de Amélie, su mirada será la que nos muestre ese país lleno de contrastes: por un lado, el respeto hacia los ancestros y las costumbres que conllevan rituales milenarios contrastan con problemas de la modernidad capitalista como los maratonianos horarios laborales y esa obsesión hacía el juego. Pero la piedra angular del relato, reside en la historia de amor romántica y pasional que tienen Amélie y Rinri, que descubre en la joven una sensualidad y sexualidad a través de una belleza que desconocía, y sobre todo, la conduce a un proceso de tránsito, de madurez , en el que abandonará el recuerdo de la infancia en Tokio para introducirse en la difícil existencia de la vida adulta con sus soledades, desilusiones, dudas y otros sentimientos.

TOKYO FIANCEE 10

Resulta sumamente revelador, cuando en un momento de la película, Amélie le confiesa a Christine, una amiga belga que reside en Tokio, que ser japonesa es difícil, a lo que la amiga le responde afirmativamente. Situación que perseguirá a Amélie durante todo el metraje, esa sensación de no saber quién eres ni a donde perteneces. La película también juega y muy sabiamente con el humor negro y ácido que alivia ligeramente los momentos difíciles por los que atraviesa la joven protagonista. Es de agradecer la ligereza con la que Liberski cuenta su película, pero que encierra las emociones más profundas, con ese aire poético que impregna toda narración, como cuando nos envuelve entre las brumas del bosque del monte Fuji por el que camina Amélie, ese acento tenebroso que el realizador belga impone a ese instante, que ayuda a descubrir el sentido interior que está viviendo la joven, y también las aguas termales de la isla de Onsen, donde la película desprende sensualidad y serenidad. Otro de los grandes aciertos, es la química que desprenden la pareja protagonista, que componen de forma sincera unos personajes que parecen distantes por momentos, y en otros, muy cercanos, destacando la vitalidad y complejidad de la interpretación de la joven Pauline Étienne (vista en las interesantes La religiosa y Eden). La frialdad e independencia del japonés enfrentada a la sinceridad y espontaneidad de la belga ayuda a conocer la naturaleza de un relato que pretende contarnos eso tan complicado que nos pasa en nuestras vidas, en el instante que dejamos de soñar con el niño que fuimos para convertirnos en el adulto que queremos ser, sin miedos y con la suficientemente valentía para afrontar los retos emocionales y profesionales que nos encontraremos por el camino de nuestras vidas.